El 12 de septiembre de 1962, ante treinta y cinco mil personas y en el estadio de fútbol de la Universidad de Rice, en Houston, Texas, John F. Kennedy dijo: «Hemos decidido ir a la Luna. Elegimos ir a la Luna en esta década y hacer lo demás, no porque sean metas fáciles, sino porque son difíciles, porque ese desafío servirá para organizar y medir lo mejor de nuestras energías y habilidades, porque ese desafío es un desafío que estamos dispuestos a aceptar, uno que no queremos posponer, y uno que intentaremos ganar, al igual que los otros».
Esas palabras trataban de responder a los hechos. El 4 de octubre de 1957 el Sputnik se convirtió en el primer objeto humano lanzado al espacio. Un mes después, la perra Laika fue el primer ser vivo en el espacio, donde estuvo cinco horas; Laika fue la primera de los doce perros que la URSS envió al espacio, cinco de los cuales regresaron vivos. En 1959 los rusos enviaron varias sondas que consiguieron fotografiar la Luna, y así se pudieron ver las primeras imágenes de su cara oculta. Todo ello hizo posible que el 12 de abril de 1961 Yuri Gagarin se convirtiera en el primer ser humano en viajar al espacio exterior, donde estuvo durante ciento ocho minutos; tripulaba la nave Vostok 1. Y, para colmo, en junio de 1963, una mujer, Valentina Tereshkova, fue enviada al espacio y dio cuarenta y ocho vueltas alrededor de la Tierra durante tres días.
¿Es que en Estados Unidos no tenían Lo que hay que tener, según el largo reportaje que publicó en forma de libro en 1980 Tom Wolfe (1)? «El Sputnik 1 se había convertido en el segundo acontecimiento decisivo de la guerra fría. El primero había sido la fabricación de la bomba atómica soviética en 1953. (…) El Sputnik 1 adquirió una dimensión mágica», dice Wolfe, y añade las palabras de Lyndon B. Johnson, jefe de la mayoría en el Senado: «El Imperio romano controló el mundo porque era capaz de construir caminos. Más tarde —cuando se trasladó al mar— el Imperio británico pudo dominar porque tenía barcos. En la era aérea fuimos poderosos nosotros porque teníamos aviones. Ahora, los comunistas han logrado asentar un punto de apoyo en el espacio exterior». Para el New York Times EE. UU. estaba en una carrera por su supervivencia.
Y la primera respuesta tras el lanzamiento del Sputnik fue el intento de colocar en órbita un satélite, el 6 de diciembre de 1957, dos meses después del éxito ruso. El cohete Vanguard TV3 que llevaba el ingenio se elevó apenas quince centímetros y explotó en directo, en televisión. La prensa tituló al día siguiente «¡Kataputnik!».
Pocos meses después nació la NASA. Y uno de sus primeros éxitos fue un logro menor: en la nave Mercury Redstone 2, Alan Shepard, el primer astronauta estadounidense, despegó el 5 de mayo de 1961, veintitrés días después del vuelo de Gagarin, para hacer un vuelo suborbital de quince minutos, es decir, sin dar una vuelta completa a la Tierra, menos relevante que el de Gagarin, que había sido orbital. Tras él voló, el 21 de julio de 1961 y sin llegar tampoco a orbitar la Tierra, Gus Grissom, quien, por cierto, murió en el accidente que sufrió en un entrenamiento de la misión Apolo 1, el 27 de enero de 1967, junto a los astronautas Roger Chafee y Ed White. Finalmente, EE. UU. consiguió el vuelo orbital el 20 de febrero de 1962 con la nave Friendship 7, tripulado por John Glenn, quien dio tres vueltas completas al planeta en cuatro horas y cincuenta y cinco minutos. Aquello, finalmente, subió la moral de los estadounidenses y el trato a Glenn, a diferencia del dado a Shepard y Grissom, fue de héroe, con recepción en la Casa Blanca y desfile desde la parte baja de Manhattan hacia Broadway. En septiembre de ese mismo año, 1963, Kennedy pronunció su famoso discurso prometiendo la Luna.
Queda patente, pues, que lo que nos llevó a la Luna fue la ideología modelando a la física y a la ingeniería. En palabras de Yuval Noah Harari, «Hay que tener en cuenta que las fuerzas ideológicas, políticas y económicas [son las] que han modelado la física, la biología y la sociología, y las han impulsado en unas determinadas direcciones al tiempo que ignoraban otras».(2)
Entonces, el 24 de octubre 1964, Zambia proclamó su independencia. Había sido hasta entonces Rodesia del Norte, el nombre que le había dado el empresario colonizador, Cecil Rhodes, que la había hecho británica a finales del siglo XIX. Y ese mismo año Zambia lanzó su programa espacial, que pretendía superar a los rusos y los norteamericanos y enviar a la Luna y a Marte a doce zambianos y diez gatos.
El impulsor de la idea era Edward Makuka Nkoloso, un visionario, traductor y profesor, un combatiente por la independencia que había estado preso por ello en 1956 y que formó parte del grupo que elaboró la Constitución de Zambia. Era profesor de ciencias naturales en Lusaka, la ciudad más poblada del país y su capital. En 1960 había fundado la Zambia National Academy of Science, Space Research and Philosophy, de donde salió el primer programa espacial de Zambia. Pretendía dejar atrás a Estados Unidos y a Rusia en la carrera espacial: «Nuestro pensamiento está cinco o seis años por delante del de ellos», aseguraba Nkoloso a la prensa.
Si se estudian con detalle los informes de la época resulta todo demasiado artificial, al menos, si uno se limita a los papeles oficiales, los conocidos, los que se hicieron públicos. Incluso se hicieron entrevistas en televisión a Edward Makuka Nkoloso en las que llama la atención lo poco profesional que parecía todo. ¿Era realmente así? ¿No había nada más? Nkoloso habla de sistemas derivados de catapultas, de hombrecitos en Marte de una civilización primitiva a los que habían visto con su telescopio y que el misionero que iría en el cohete convertiría al cristianismo «solo si ellos querían», de barriles lanzados cuesta abajo para simular el movimiento del cohete, de gatos trepando por un cuerdas y dejados caer para que sintieran la ingravidez.
La historia oficial dice que la aventura quedó pronto en agua de borrajas, que la joven de dieciséis años Matha Mwamba, destinada a ser la primera mujer de color en Marte, quedó embarazada y todo se fue al traste. A todo el mundo le vino bien que se echara tierra al asunto porque era demasiado ridículo, demasiado difícil para ser verdad. Y, sin embargo, era cierto, y llegó mucho más lejos de lo que nadie pudo llegar a imaginar. Documentos recientemente descubiertos así lo atestiguan.
¿Eran las fotos que publicó entonces la prensa las únicas que había? La fotógrafa Cristina de Middel, recogiendo antiguos apuntes ahora aparecidos, ha recreado el reportaje fotográfico de aquella aventura inconclusa. «Di con el tema de manera casual mientras me documentaba para otra serie que ha quedado pospuesta de momento. Se me abrieron literalmente las puertas del cielo. Con esta serie de fotos reconstruyo las escenas que podrían haberla documentado entonces y refuerzo su veracidad añadiéndole a esa certeza mi carga personal y el fruto de mi imaginación».
¿De verdad no había nada más, era solo un sueño? D-503 es un personaje de la novela Nosotros, del escritor ruso Yevgueni Zamyatin (1884-1937). Nosotros (3) es la primera novela distópica y tuvo una enorme influencia en el 1984 de George Orwell. Pese a haber sido escrita en ruso, se publicó por primera vez en Londres y en inglés, en 1924. Relata una sociedad futura dirigida por el Benefactor, una sociedad controlada y en la que no existe la vida privada; de hecho, los edificios son de cristal para que nadie pueda esconderse. Escrita como crítica a la sociedad zarista, pero también a la soviética, incluye un viaje espacial y, de hecho, este es el principio de la novela:
Dentro de ciento veinte días quedará totalmente terminado nuestro primer avión-cohete Integral. Pronto llegará la magna hora histórica en que el Integral se remontará al espacio sideral. Un milenio atrás, vuestros heroicos antepasados supieron conquistar este planeta para someterlo al dominio del Estado único. Vuestro Integral, vítreo, eléctrico y vomitador de fuego, integrará la infinita ecuación del Universo. Y vuestra misión es la de someter al bendito yugo de la razón todos aquellos seres desconocidos que pueblen los demás planetas y que tal vez se encuentren en el incivil estado de la libertad. Y si estos seres no comprendieran por las buenas que les aportamos una dicha matemáticamente perfecta, deberemos y debemos obligarles a esta vida feliz. Pero antes de empuñar las armas, intentaremos lograrlo con el verbo.
En nombre del Bienhechor, se pone en conocimiento de todos los números del Estado único:
Que todo aquel que se sienta capacitado para ello, viene obligado a redactar tratados, poemas, manifiestos y otros escritos que reflejen la hermosura y la magnificencia del Estado único.
Estas obras serán las primeras misivas que llevará el Integral al Universo.
La novela fue prohibida en la URSS y no ha alcanzado nunca una gran popularidad, entre cosas porque 1984 la devoró. Sin embargo, según se acaba de saber en los archivos desclasificados del KGB, un físico e ingeniero ruso se convenció de ser él mismo D-503, el constructor de Integral, el cohete que surcaría el universo. De hecho, se desconoce su nombre real porque se hacía llamar D-503. Era el alma y la cabeza del proyecto espacial zambiano, del que Edward Makuka Nkoloso era una tapadera. Si quieres que algo no se vea, que no se investigue sobre ello, ponlo a la luz.
La Academia de Ciencias y su disparatada presencia pública, esas entrevistas sobre la vida de poblaciones primitivas en Marte, el misionero que les acompañaría… todo estaba perfectamente calculado por la fría mente de D-503 para que resultase un disparate monumental en el que nadie creyera. Pero era una tapadera detrás de la cual estaba el ingeniero y físico desconocido, D-503, autor de un auténtico proyecto para ir a la Luna, no a Marte.
Así, la historia oficial nos cuenta que el programa espacial zambiano era un sencillo disparate de mandar doce astronautas y diez gatos a la Luna y Marte, superando así el reto que se habían propuesto Estados Unidos y la Unión Soviética en plena carrera espacial. Estaba claro que solo unos pocos optimistas apoyarían la peregrina idea de Nkoloso, el profesor de secundaria que era la cabeza visible del proyecto. Nkoloso había sido sargento en una unidad de comunicaciones en el ejército británico durante la Segunda Guerra Mundial, y de ahí deriva su prestigio y los cascos que sus afronautas llevaban puestos todo el día. Ni la Unesco ni Naciones Unidas respondieron a las cartas de esta Academia. De hecho, el ministro de Industria de Zambia en aquella época, E. N. Kamuyuw, habló desdeñosamente del proyecto, pero era una carta para incrementar las habladurías.
El cohete de Nkoloso se llamaba D-Kalu 1, la sempiterna D, pero era, también, un nombre en clave tras el que se escondía la auténtica nave, el Integral. Nkoloso pidió siete millones de libras a la Unesco y esperaba recaudar casi dos millones más de fuentes privadas. El término afronautas también nació de su fértil mente. La partida estaba prevista para el 24 de octubre de 1965, la celebración del día de la independencia, y se haría desde el estadio nacional, el Independence Stadium.
Edward Festus Makuka Nkoloso murió en 1989 y en su país le enterraron con honores de presidente. Es uno de los siete únicos no soviéticos que recibió la Medalla del Jubileo Cuarenta años de la Victoria en la Gran Guerra Patriótica 1941-1945. ¿A qué se deben tantos honores, nacionales e internacionales, a alguien que, aparentemente, se había desacreditado a sí mismo de esa manera? A su silencio. Pese a que cuando el programa se fue al traste denunció en la prensa que había sido víctima de un complot internacional, la verdad es que eso duró muy poco y que pronto se dedicó a otros menesteres. Su silencio le salvó la vida y le permitió los reconocimientos al llegar a la vejez.
Y es que la verdadera historia, revelada en los documentos desclasificados en Moscú, es que el cohete llegó a despegar y fue abatido a los diez minutos de vuelo en una operación conjunta del KGB y de la CIA. D-503 fue detenido por fuerzas especiales rusas y llevado al cosmódromo de Baikonur, donde fue puesto a disposición de Serguéi Pávlovich Koroliov, la persona a la que el líder soviético, Nikita Jrushchov, había hecho responsable máximo del diseño de naves del programa espacial ruso. Juntos idearon las naves Soyuz, al menos la primera.
La ventaja que los rusos habían adquirido en la carrera espacial se mantenía a mediados de los años sesenta y así, la cápsula Soyuz 1 iba a permitir, acoplándose a la Soyuz 2 (soyuz en ruso significa ‘unión’), dar un paso importante en la carrera hacia la Luna. Pero la Soyuz 1, que despegó el 23 de abril de 1967, se estrelló en su regreso a la Tierra, el día siguiente, por un cúmulo de fallos técnicos y su piloto, Vladimir Mijailovich Komarov, se convirtió en el primer ser humano muerto tras estar en el espacio.
El accidente de la nave Soyuz 1, tres meses después del del Apolo 1, fue el primero de envergadura en el programa espacial soviético y fue causado por un buen número de problemas, empezando por un panel solar que no se abrió tras el despegue, lo que limitó la capacidad de las baterías para alimentar la nave y permitir a Komarov maniobrarla, y terminando por que el paracaídas principal no se abrió porque el paracaídas guía no hizo la suficiente fuerza sobre él, así que se estrelló a doscientos kilómetros por hora contra el suelo, momento en el que se incendió debido a que se pusieron en marcha los retrocohetes, que tenían que haber funcionado antes para disminuir la velocidad de caída. Ahora se ha sabido que todos esos fallos no fueron casuales: era la venganza de D-503, que fue fusilado a los pocos días del accidente.
D-503, desde luego, no había perdonado a los rusos que eliminaran su cohete zambiano, el Integral. En los papeles desclasificados se dice que la trayectoria no era la prevista y que probablemente se hubiera estrellado él solo, pero la verdad es que fue alcanzado por tres misiles SA-2E de la serie V-750AK lanzados desde Vietnam del Norte, donde estaban instalados desde pocos meses antes.
El día, efectivamente, fue el 24 de octubre de 1965. El Integral despegó a las 9:33, hora local, desde la base secreta en Kawbe, una ciudad en el centro del país, al norte de Lusaka. Ahora hay ahí un campo de golf, el Kawbe Golf Course. Desde hacía tiempo el KGB y la CIA seguían la operación de manera conjunta, tal y como ahora sabemos que ocurría con cierta frecuencia, como en el complot mongol que ha puesto de manifiesto Rafael Bernal (4), un intento de asesinato en México del presidente de EE. UU. más o menos en las mismas fechas. Uno de los afronautas era un espía que informaba a las agencias de inteligencia, que no tuvieron dificultad para saber el día y la localización del despegue. A bordo iban el afronauta Chisamba Nkausu Lungu y dos gatos. A treinta y cinco kilómetros de altura el impacto no fue percibido por nadie. En África nadie miraba al cielo; nadie echó de menos a los afronautas.
1. Lo que hay que tener, Tom Wolfe, Anagrama, 1981, pág. 63.
2. De animales a dioses, Yuival Noah Harari, Debate, Barcelona, 2014, pág. 304.
3. Nosotros, Evgueni Ivánovich Zamiátin. Cátedra, Madrid, 2011.
4. El complot mongol, Rafael Bernal, Libros del Asteroide, Madrid, 2014.
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La historia dentro de la historia. Y, para más historias, ésta me recuerda la que cuenta Javier Yanes en «Tulipanes de marte».
Una autentica pasada de artículo, muchísimas gracias¡¡¡ Hay fuentes consultarles sobre el tema???
Gracias. Las fuentes conocidas son las aparecen al final.
Fascinante historia. Gracias.
Creo que «Lo que hay que tener» en castellano se llama «Nacidos para la Gloria (The right stuff)
Increible
La edición que tengo, la de Anagrama de 1981, traducida por J.M. Álvarez-Flórez y Ángela Pérez, se llama «Lo que hay que tener», pero creo que hay otras posteriores con el otro título.
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Buen adelanto del 28/D… ESO si muy entretenida historia. Me ha recordado a la intervencion de D Rumsfeld assegura do que la CIA contrato a Kubrick para q rodarà el alunizaje de Amstrong en un estudió en el desierto de Nevada…
El titulo del libro es «lo que hay que tener». «elegidos para la gloria» es la versión para el cine
lo mejor que lei en jotdown por lejos. ruego que esta historia sea falsa porque en dicho caso seria una obra de arte en todo sentido, hace mucho que no percibia esa fascinacion por lo desconocido al leer una historia. creo que este articulo representa el realismo magico del siglo xxi
Exacto, realismo mágico. Tratar de hacer literatura desde algunos datos ciertos.
Estupendo. ¡Con comentarios! No sé si para el autor directamente o para el último , por ahora…
Esto le encantará a Joan Fontcuberta.
Fontcuberta siempre ha sido una inspiración. Ye me gustaría que le gustara esto.
Secundo la opinión de Martín. Muy bueno.
Bello artículo.
Fascinante historia, me he quedado con ganas de conocer mucho más de los afronautas!
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África es uno de esos sitios que cuanto más indagas, más te das cuenta de lo increíble que es y de lo poco que sabemos de ellos. Tu artículo es genial!!
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Leí el de la malaria y los peces y casi me lo creí por completo. Luego vi que era de la sección Fi & Sci. Son una revelación fascinante para seguir esta línea de escritura desde la historia de las ciencias.