Cine y TV

‘Candy Candy’: muerte, amputaciones de miembros, secuestros de niños… y dicen que era una serie cursi

Cancy Candy. Imagen Toei Animation
Candy Candy. Imagen: Toei Animation.

Conforme la gente comienza a envejecer, uno se encuentra con que sus amigas pueden hacer referencia a la atracción que sienten por un caballero diciendo «me pongo las rodilleras y tranca, tranca, tranca» o «en verano, ya se sabe, polos de carne». Al mismo tiempo que los varones recurren a metáforas aludiendo al roce con señoritas como «le empujaría la caca hasta la vesícula» o «la bombearía hasta que le sangren los oídos». Y citar a Rilke, si eso, para cuando ya te has aplicado el Vicks Vaporub y no puede hinchársete una pompa de semen nasal si te trabas en mitad de un alejandrino. Agujetas, luxaciones inverosímiles o cócteles de viagra y cocaína, en fin, son lo que entendemos, a día de hoy, por amor. Pero hubo un tiempo en el que no era así; años en los que éramos puros: la época en la que nos cogíamos de la mano para llorar con Candy Candy

Para situar al lector profano, esta serie de animación japonesa fue emitida por Televisión Española los domingos en mitad de los ochenta. Los estragos que causó fueron equiparables a los de Heidi o Marco, aunque por desgracia no ha tenido tantas reposiciones como estas. Candy Candy fue un culebrón sentimental verdaderamente épico. Cristal o La dama de rosa a su lado parecían documentales de gusanos. 

El melodrama comenzaba en el sur de Estados Unidos, en un orfanato en cuya puerta habían depositado a dos bebés recién nacidos, Annie y Candy. Allí, bajo la atenta mirada de la señorita Pony y la hermana María, que le da chupitos al coñac cada día antes de irse a dormir, estas chicas crecen y descubren el verdadero significado de la amistad: la traición y los malos tratos. A Candy Candy un tal Tom, que la aprecia mucho, la recibe a golpes y Annie, su amiga del alma, prácticamente su hermana, de la que hasta se pueden interpretar en clave lésbica adolescente sus diálogos («Qué fría está el agua ¿no quieres venir, Annie?», «¿Es la primera vez que te comes un pincho moruno, verdad Annie?», etc.) la traiciona. Hace lo posible para que la adopten, lo consigue y abandona a Candy Candy, que dice «¡yo también quiero un papá y una mamá pero renuncié a ellos para no separarme de ti!». Era jodido enfrentarse a cada entrega de esta serie. 

Tras pronunciar esas palabras, Candy Candy hace un gesto muy suyo, echa a correr y se queda medio llorando debajo de un árbol. Esos ojos llenos de lágrimas martirizaron a varias generaciones. Y eso que la traición de Annie fue solo el principio. Después fue adoptada por los Leagan, donde la odiosa Elisa y su hermano Neil la maltrataron todo lo que pudieron y más. Incluso la pasaportaron a México para que ejerciera de sirvienta en un viaje infernal con un orondo barbudo en el que la secuestran y están a punto de matarla. Las bromas de los Leagan eran humor de ricos, no siempre fácil de pillar. 

Hasta el capítulo «Soy más feliz que una alondra» la vida de la protagonista no se viene arriba. Es cuando es adoptada en el hogar de unos jóvenes rebeldes que parecen sacados de la Rockdelux, aunque la serie transcurre antes de la Primera Guerra Mundial. Allí se enamora de Anthony. Un gaitero, nada menos, que la protege de los malvados hermanos psicópatas. ¿Y qué ocurre? ¿Todo irá bien por fi n? Pues no. 

En un momento de alegría y esparcimiento, montando a caballo en pareja en una cacería de zorros, ocurre una escena propia de Benny Hill. Una zorra es descubierta con su cría, Anthony tira de las riendas de su caballo para no arrollarlas y el pobre equino ¡pisa un cepo! El novio de Candy Candy sale volando, da contra el suelo, se parte el cuello y muere. Si hubiesen dramatizado la muerte de Chanquete como lo hicieron con esta, habría habido suicidios masivos entre las seguidoras de la serie y los chicos «especiales» que también la veíamos. 

Desde esta tragedia, Candy Candy se vuelve un poco más emo, digamos. Pero no es plan de destripar toda la historia en una reseña. Disfruten de sus ciento dieciséis capítulos de nada y averígüenlo. El caso es que tras diversos avatares inabarcables en este espacio, termina conociendo a Terry, del que se enamora, por supuesto. Pero Terry no es un gaitero con el que caminar dada de la mano por el bosque sonriendo al paso de las mariposas. Es un chulazo de mucho cuidado, borrachuzo, melenudo, lleva la camisa desabrochada cuatro botones y en cualquier momento parece que se va a arrancar con un «libre, libre quiero ser». El beso que se dan es memorable. El anime lo adorna de tal manera que parece el final de 2001: Una odisea del espacio. Luego miles de adolescentes nos dimos nuestro primer beso y sufrimos la gran decepción cuando, en lugar de viajar a una dimensión onírica con violines de fondo todo a cámara lenta, nos encontrarnos con sabor a tabaco y choques de dientes. Eso sí, al menos no pasaba como en el anime —espero— que Terry le mete un par de hostias a Candy Candy después de besarla. 

Encima, Candy Candy no huye despavorida. Sigue detrás de él hasta que se lo roba un nuevo personaje, la pérfida Susanna, conocida entre los aficionados a la serie como «la otra» o «esa». Una traición más para la rubia. Hay quien emplea el viejo truco de dar pena para captar la atención de alguien de personalidad más bien débil y terminar atrapándolo como pareja. Pues Susanna fue la quintaesencia de todo eso. Sufre un accidente en el que pierde una pierna y utiliza ese motivo, junto a las artimañas de su madre, para casarse con Terry, que en realidad estaba enamorado de Candy Candy, pero no podía decir que no, dadas las circunstancias. Cierto es que el accidente se produjo cuando ella intentaba evitar que le cayeran los focos del escenario de un teatro en la cabeza y le salva. Pero quitarle a Candy Candy su amor de forma tan mezquina no podía quedar impune. Fue tan sumamente intolerable que en Italia tomaron cartas en el asunto y emitieron un final alternativo en el que Terry y Susanna se divorcian y el lolailo se casa con Candy Candy. No querían deprimir a una generación, intervinieron y les dieron un happy end

A los niños españoles, nada. Dolor, para que perfeccionáramos el arte de la saeta. En España nos quedamos con Candy Candy volviendo al internado más sola que la una. Así fue como se preparó a toda una generación para la puta vida. Porque los niños en 1985 nos sentábamos delante de la televisión a ver esta serie y nunca nada salía bien. Capítulo tras capítulo Candy Candy siempre iba a peor, la pobre. Y eso hay que reconocérselo, por mucho que sus llantinas den mucha risa, rían todo lo que quieran, tipos duros, rían, pero la vida en realidad es como en Candy Candy.

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11 Comentarios

  1. Antonio Bedmar Fernández

    Yo lo que recuerdo de Candy Candy es que por lo menos era una serie infantil que le encantaba a niños y muchos adultos y en la que la protagonista no era una pervertida sexual. Ahora mismo gran parte de los niños ven pornografía en el móvil.

    • Ahí hay un salto. ¿En qué serie infantil actual la protagonista es una pervertida sexual?

      • Antonio Bedmar Fernández

        Reconozco que apenas veo la televisión, y menos series infantiles. Me he expresado mal.

        Pero lo que he leído y me lo creo, es que ya hay niños de hasta 8 años que ven pornografía por el móvil. El móvil ha reemplazado a la televisión en gran parte, y los «protagonistas» de lo que ven ahora los niños son los actores y actrices porno.

  2. Carlos M Pérez

    Recuerdo perfectamente haber visto el episodio de la muerte de Anthony en casa de una amiga, en su fiesta de cumpleaños. Los chicos estábamos de risas y burlándonos de las chicas por ver ese culebrón de lloronas, nosotros éramos de Mazinger como los hombres, y tal y cual; hasta que de repente y sin previo aviso va el Anthony y se mata de la forma más tonta. Cero risas. De hecho creo que alguno nos enganchamos al culebrón después de aquello…

  3. En Latinoamérica Candy tenía un marcado acento chileno y sí que la reponian mucho, por aquí está al nivel de Heidi en popularidad, he ido recreando todas las escenas que mencionas, recuerdo que me creaba conflicto, cuando Candy es enfermera y es buena con su compañera pero no logra agradarle, era la vida misma. No me perdía ni un minuto para cantar a todo pulmón la intro y la canción del final.

  4. Me parto de la risa! Era así, tal cual! Qué sufrimiento y qué tristeza, con lo guapa que era esa niña con esas coletas rubias! Siendo yo morenita, bajita e insignificante hubiera dado lo que fuera por ser adorada y envidiada como ella y sobre todo por esas coletas! Cualquier desgracia me parecía llevadera a cambio de esos ojos azules y esos caracoles dorados… XDDD

  5. Julitinchen

    No acababa con el tío abuelo d Anthony? Albert??? A mí me pilló de muy pequeña pero me cautivó y aún la recuerdo.

    • Claro, que creo que luego resultó ser el «príncipe de la colina»

      • Justo, que al principio era un personaje misterioso que aparecía y desaparecia de repente y luego acaba no me acuerdo si adoptando o liandose con Candy….y era muy parecido a Anthony, claro, era su tío…….q pena que las autoras se peleasen. Me encantaría una reposición de Candy.

  6. Hola. Gracias por reseñar esta serie que cambió mi vida.
    Hay algunos detalles que quisiera hacer notar: La imagen de portada no es de Toei oficial, pertenece al artista Daikikun, ilustrador mexicano creador de las ilustraciones no oficiales de Candy más destacadas del mundo.
    El inicio de la historia ocurre al sur del lago Michigan, no al sur de EEUU. (específicamente en el condado de Laporte, Indiana.
    Keiko Nagita (nombre real de Kyoko Mizuki, guionista y creadora de Candy) saco ideas de muchas partes: Oliver Twist, Jean Eire, la vida de Florence Nightingale y a destacar el final mismo de la saga, prácticamente copiado de Papaito Piernas Largas de Jean Webster.
    El doblaje de la serie para Latinoamérica fue realizada en Argentina.
    Saludos desde Chile.

    • Nuria MARQUEZ ALMUIÑA

      En realidad si inspiración fue Ana de las tejas verdes, Papacito piernas largas, El jardín secreto, Polyana, 8 primos, y mujercitas.
      Keiko Nagita lo ha admitido muchas veces.

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