El Tiempo Real
La proliferación de pantallas y circuitos ha dado lugar a una fascinante aceleración de la experiencia dentro de un tiempo que es hoy más que nunca un tiempo sin historia; un tiempo que fagocita la vida y donde los individuos no somos capaces de leernos a nosotros mismos, como un espejo donde nuestra imagen da la imagen de otra imagen hasta el infinito. El presente se compone de velocidades diversas, y la velocidad de la tecnología o el tiempo hiperacelerado de las redes y los medios se solapan con el tiempo del cuerpo que somos, de las relaciones que mantenemos, de los recuerdos y de los sueños —propios y prestados— que con frecuencia no pudimos cumplir.
La obsolescencia que deviene parte de la experiencia del ser humano en nuestro día a día, el anacronismo al que nos arrastra la aceleración del tiempo, la extrañeza de la propia identidad, la otredad que habita en el yo, y que a menudo nos avergüenza o nos aterra, la tecnología como extensión del cuerpo, de la memoria y del trabajo, el duelo y el fracaso en una sociedad que solo premia el éxito y la convivencia de la impostura intelectual con la cultura de masas se dan cita en los cuentos de El tiempo real donde, con ironía y ciertas dosis de autoficción, Jesús Montoya lleva a cabo una arqueología personal de nuestro presente.