Compañeros del crimen
Es una obra madura y cerrada. un poemario en el que unas piezas dialogan con otras hasta construir un todo que tiene la característica que define a los grandes escritores: no sobra ni una palabra. si tuviese que elogiar la mayor cualidad de compañeros del crimen –y no puedo hablar aquí por extenso, me dicen– no dudaría ni un instante: gema palacios ha reinventado la segunda persona del singular. quienes me conozcan sabrán que no soy amigo de exageraciones, así que no es poco lo que me estoy aventurando a afirmar. en gema existe esa dualidad que caracteriza a la literatura, en la que lo particular y lo general se cifran en su hábil manera de dirigirse a un interlocutor imaginario: los poemas de este libro nos hablan a nosotros, a los lectores, de una forma que podríamos calificar como cuántica e incluso mágica, pero también se dirigen a una persona real (y literaria) a la que –a veces, no siempre– el poema va dedicado. gema ha dotado de una dimensión única al tú que –si bien de algún modo está implícita en la idea misma de poesía– aquí se nos revela como un mecanismo de precisión. un tú mágico y doble, como en pizarnik. un tú que por cierto también es un vos. un tú al que se dirige con erotismo y con erudición, como en ese maravilloso espacio que gema descubre para nosotros y que probablemente habría hecho temblar de ira y de deseo al mismo borges: el baño de una biblioteca.