Uno encuentra en las tiendas libros sobre vidas de santos, de políticos, tanto comunistas como nazis e incluso democristianos, además de biografías de rockeros y estrellas pop de caprichosas sensibilidades, hasta hay libros sobre la vida de presentadores de la tele y nunca faltan los de futbolistas. ¿Pero libros de vidas de animales? Nada. O poca cosa. Sí que recuerdo leer de crío Lad, un perro, sobre un collie estadounidense, pero eran relatos heroicos, era casi un perro superhéroe, no el chucho torpe y adorable que solemos tener en casa. No había realismo soviético. Porque no es habitual que alguien se dedique a glosar el paso por este mundo de los bichos que nos acompañan. Sus manías, sus desvelos o los objetos absurdos que se convierten en sus juguetes favoritos. ¿Tiene más que enseñarnos Churchill con sus guerras y aforismos que un gato con su cojín favorito para tomar el sol y sus ronroneos? Permítanme que lo dude.
Es por esto que desde el año pasado hemos recibido con sorpresa la agradable presencia en las librerías de Lo que aprendemos de los gatos, de Paloma Díaz-Mas (Anagrama, 2014). Es un libro que cuenta la vida de sus compañeros peludos, sin más, que no es poco. La de la desgraciadamente fallecida Tris-Tras y las de los dos que vinieron después, Tris y Tras. Y es emocionante, porque cualquier persona que tenga el privilegio de vivir con gatos reconocerá en cada línea a sus amigos y, también, porque comienza recordando los últimos minutos de vida de Tris-Tras en el veterinario y se te nubla la vista cuando lo lees. Pero lo que prima de la obra es lo mucho que pueden alegrarte la vida estos bichos, cómo te lo dan todo pidiendo prácticamente nada a cambio. «Y ahora cuando volvemos a casa después de un día de trabajo, los dos, Tris y Tras, acuden a recibirnos tan pronto como oyen el ruido de la llave en la cerradura; llegan con un trotecillo alegre y, cariñosos, pasan alternativamente sus lomos (blanco y negro, negro y blanco) por nuestras piernas, nos exigen caricias a grandes voces felinas y se desploman en el suelo mostrándonos sus tripillas de seda para que las rasquemos suavemente».
Yo entré en el mundo gatuno por casualidad. Me encontré uno de pocos meses en la calle hecho un cristo, me lo subí a casa, puse en Google «gato» y ahí empezó todo. Una aventura que ha durado siete años y que ya me empieza a dar dolor de tripa cuando pienso que me quedan entre otros siete u otros diez como mucho. O algo peor, como se pregunta Paloma en su libro: ¿quién cuidará de ellos cuando nosotros ya no estemos? Eso sí que me da pánico. Si ocurriera una desgracia ¿en manos de quién quedarían? ¿Será capaz quienquiera que sea de entenderlos, de saber tratarlos como son, como merecen?
Tengo dos. Al preguntarle al Google las instrucciones de los gatos me contestó que lo mejor que puedes hacer cuando coges un gato es coger otro más inmediatamente. A través de SOS Felinos adopté a uno que habían tirado al contenedor en una bolsa de basura con todos sus hermanos recién nacidos. Cuando los vi en el veterinario, cuatro gatos pelirrojos de pocos meses, estuve a punto de cogerlos todos. Pero de dar ese paso a comprarme una escopeta y sentarme en una mecedora en la puerta de casa había muy pocos meses.
Y con dos la vida ya es suficientemente maravillosa. Como cuenta Paloma, que su Tris y su Tras tienen relaciones sexuales aunque estén castrados; relaciones que suelen acabar con la gata cabreada y arañando «mientras el macho enardecido busca un desquicio para intentar montarla».
En mi caso, como nunca supe la edad de los míos porque venían de la rúe, y uno de ellos desnutrido y pequeño, los castré tarde y ahora tienen también relaciones sexuales. Dicen que cuando se les castra fuera de plazo les quedan instintos sexuales. Lo simpático es que son dos machos, de modo que todos aquellos teóricos de que la homosexualidad no existe en el mundo animal podrían revisar sus teorías en mi casa: aquí tenemos enculadas todas las tardes a la hora de la siesta. Es muy evocador estar viendo la rueda de prensa del Consejo de Ministros de los viernes y que en el mueble de la tele se produzca una brutal percusión anal. Y ya que hablamos de culos, diré que este fragmento del libro me extrañó: «estira las patas traseras y levanta el rabo, muestra con naturalidad un ano sonrosado y limpio como una flor».
Los míos no siempre lo llevan sucio, pero cada vez que levantan el rabo les veo alguna pelotilla. Tarzanitos en el argot colegial. Y eso que se lo limpian constantemente, incluso el uno al otro. Pero no podría afirmar eso de «como una flor» precisamente.
Por otro lado, la autora dice que también sufre cuando intenta leer y se le suben encima del libro. A mí se me han llegado a poner encima, sentados, de minúsculas libretas. A veces hasta de los pósit. Cuenta ella que se debe a que las hojas están tibias «por el calor que irradia la lámpara con la que iluminamos la lectura y esa leve tibieza es enseguida detectada por el gato, que va a aposentarse ahí». Yo había leído anteriormente que era por celos, que les molestaba que se prestase tanta atención a esa cosa y no a ellos. Sea como fuere, recomiendo la lectura de un periódico formato sábana, el New York Times por ejemplo, delante de un gato ocioso. Ya verás qué risa.
También señala la obra que los gatos te marcan a ti, que te etiquetan como suyos. Lo mismo que hace Sheldon Cooper con todas sus pertenencias. Con esto hay varios episodios de locura. Cuando friegas la cocina o los baños, por ejemplo, se revuelcan y frotan contra el suelo porque huele a lejía, se ponen a dejar su olor en las baldosas con tal histeria que parecen aquellos jugadores del Real Madrid de infausto recuerdo haciendo la cucaracha. O cuando alguien ha pisado algo en la calle y entra en casa, algo marcado por otro gato se entiende, o meado, y deja su huella en el salón, se empeñan en borrarlo con el lomo y el cogote como Kárate Kid encerando en fase maestro. Es digno de ver.
En otro párrafo dice Paloma y no miente que «establecer una hora para juegos es un contrato de por vida». En realidad, hay muchos contratos de por vida que escribes con ellos sin darte cuenta que te esclavizan hasta la extenuación. Los peores son los relacionados con la comida. Desayunar jamón de york a diario supone una juerga en mi casa de maullidos lastimeros, saltos y arañazos a las nueve de la mañana todos los días del año sin excepción que el menos pensado el Gobierno les aplica la ley mordaza y se los lleva presos. También es una rutina infernal como se te ocurra peinarlos con frecuencia. Acercar la mano al cajón donde está su cepillito supone arquear el lomo y maullar agudo alrededor de tus pies como pegajosos pedigüeños. En el libro, sobre esto de cepillarles, Paloma nos trae un curioso refrán catalán y reflexiona sobre su significado: «»qui no té feina, el gat pentina». Quien no tiene nada que hacer, peina al gato. También podría decirse lo contrario: quien peina al gato, si lo hace como es debido, con la concentración necesaria, suspende durante un rato sus faenas, sus azacanadas tareas, y se concentra brevemente en el mero hecho de vivir».
Porque esta obra sobre lo que más profundiza es sobre su vida de reyezuelos. Dice que no son niños ni bebés, sino adultos capaces de valerse por sí mismos en la calle. Y que domesticados se dedican muy felizmente a tocarse la bolsa testicular día y noche. A enseñarnos a vivir, sencillamente, a nosotros que solemos estar agobiados y preocupados por muchas gilipolleces. A ellos, con sus pequeños placeres, con su compañero de ocio si están acompañados, disfrutando cada día como si fuera el último de los rayos del sol sobre el lomito o achucharrados en pleno sofá, nos les vengas a hablar de espurios quebraderos de cabeza de la vida moderna.
En este aspecto se ve de qué pasta está hecha esta escritora. Es de las que pasa calor, se arriesga a la escoliosis y a la luxación inverosímil porque alguno de sus gatos ha decidido ocupar la mayor parte del sillón. Ya hubo un grupo de Facebook en su día sobre problemas en la columna vertebral por no ser capaces de despertar al gato para que no ocupe tres cuartas partes de la cama en la que estás durmiendo. Dos personas adultas en medio metro aplastadas mientras un gato se estira con su carita dormidita en metro y medio, eso, más que ningún otro detalle, indica la devoción que se puede sentir por estos bichos. Peor que los indios con las vacas.
Dicho lo cual, sobre su carácter sagrado, me viene a la mente otra lectura. Es de las primeras a las que eché mano para ver qué había metido en casa. Se trata del clásico Observe a su gato de Desmond Morris, un libro divulgativo que cuenta todo lo que uno necesite conocer sobre los mininos. Como todo el mundo sabrá, cuando el ser humano dejó la vida nómada y empezó a poner sembrados, el gato, que hasta ese momento le pasaba inadvertido, le fue muy útil para acabar con los roedores, pájaros y demás que se comían las cosechas. Hasta el punto, cuenta Morris, de que en Egipto el gato cuando moría era embalsamado ceremoniosamente, su cuerpo «se liaba con envolturas de diferentes colores y se cubría su cara con una máscara de madera». Eso es amor.
Luego sigue con que en esa admirable civilización los gatos tenían sus propios cementerios donde había enterrados millones. Y tenían su propia diosa, Bastet, que significaba «habitante de Bast» (la ciudad en la que estaba el templo más importante para rendirle culto a los gatos, donde cada primavera acudían hasta medio millón de peregrinos). Posiblemente, cita, eran los festivales religiosos más populares de Egipto «que incluían salvajes celebraciones orgiásticas y bacanales rituales» (seguro que ese insulto despreciable de «la loca de los gatos» que suelen soltar ustedes por esa bocaza en Egipto tendría otras connotaciones menos peyorativas ¿verdad, machotes?).
Pues bien, está uno leyendo todos los detalles de las sanas costumbres de los egipcios con los gatos, todas las estatuas de bronce que les dedicaron, y todo es sonreír bobaliconamente hasta que aparecen los ingleses en el siglo XIX. Iban en busca de los cementerios para saquearlos. Sí, al margen de riquezas y tesoros arqueológicos de todo tipo, los británicos se llevaban también las momias de los gatos para emplearlas como de fertilizantes. «Todo cuanto sobrevivió de este episodio fue un único cráneo de gato que se encuentra en el Museo Británico». Hijos de puta.
Ojalá les cayeran encima todo el peso de la ley egipcia, porque según cuenta Morris era impenitente con los delitos relacionados con gatos. Lo normal esa que hubieran exigido trescientas mil muertes por semejante sacrilegio, dice. «En cierta ocasión descuartizaron a un soldado romano, miembro a miembro, por haber herido a un gato». Tenían hasta prohibida la exportación de felinos. Eran sacados ilegalmente del país por los fenicios para venderlos como mascotas en los hogares de las clases altas del Mediterráneo. Luego en Europa cogieron fama de controladores de la peste por perseguir a los roedores y se extendieron rápidamente por el continente. Tanto fue así que en Britania, donde los romanos habían introducido al animal, está documentado que también había castigos para quien hiciera daño a un gato, confiscaciones de grano o de animales, como una oveja o un cordero, que no era poco entonces.
Al final todo se vino abajo con la aparición de Santa Madre Iglesia, como tantas otras cosas buenas. Fueron proclamados, explica, «criaturas diabólicos, agentes de Satanás y familiares de las brujas y se urgió a los cristianos de todas partes a que les infligiesen tanto dolor y sufrimiento como les fuese posible (…) Los gatos fueron quemados vivos en los días festivos. Centenares de millares de gatos fueron desollados, crucificados, muertos a palos, asados o arrojados desde lo alto de las torres de las iglesias a petición de los sacerdotes, como parte de una terrible purga contra los supuestos enemigos de Cristo». Precioso.
Se supone que esta época quedó atrás, si no fuera por algunos desalmados de los que desgraciadamente llegan noticias periódicamente, y que de ella solo prevalece la superstición de que los gatos negros traen mala suerte. Lo cierto es que sí que hemos pasado de esas costumbres a compartir fotos y ver vídeos de gatitos en YouTube más felices que unas castañuelas. Aunque nunca se sabe qué nos traerá el futuro. Hace un par de años un estudio de Nature advertía de que los gatos son la principal amenaza para la vida silvestre. En Estados Unidos son responsables de la muerte de entre mil cuatrocientos y tres mil setecientos millones de aves y entre sesi mil novecientos y veinte mil setecientos millones de mamíferos cada año. Se supone que ya se han llevado por delante treinta y tres especies que se han extinguido por su culpa. Un 15 % de todas las aves estadounidenses mueren a zarpas de alguno de los ochenta y cuatro millones de gatos que hay en ese país. Uno de los motivos es que el gato es el único animal que caza cuando no tiene hambre. Y lo que es peor, si no hay gazuza, se dedica a jugar-torturar a sus presas durante horas, dejando que mueran de mala manera, porque lo que quieren es echar el rato, o aprender o perfeccionar sus técnicas de caza. Sea como fuere son muy cabrones. Pero afortunadamente, Bruce Kornreich, veterinario de la Universidad Cornell, advirtió de que acabar con los gatos callejeros y asilvestrados para conservar la fauna, como ya se intentó hacer en Nueva Zelanda, podría ser contraproducente porque los gatos sirven para controlar la población de otras especies que podrían ser todavía más perjudiciales para el resto de animales, citó El País en un reportaje.
En otro fragmento interesante de Observe a su gato Morris explica que el bufido de los gatos es una «mímica protectora», es decir, que imitan a las serpientes, un bicho al que respetan todos los depredadores. Si esto es así, yo no lo sé. Ahora bien, he visto muchos tipos de maullidos de gato. El mío, por ejemplo, maúlla como un loro. Reproduce los sonidos propios de esos pájaros de color verde. O, en su defecto, R2D2. Si ese robot fuera un loro maullaría como mi gato, para expresarlo correctamente. Y el otro que tengo a veces parece un grajo. Aunque ambos, en cuanto abro un sobre de jamón cocido, lo que expresan son genuinas saetas al Cristo de los gitanitos buenos. Solo les falta llevarse una patita al pecho y levantar la otra. También recuerdo a un gato que balaba como una verdadera oveja. Y tengo un amigo que su gato es mudo. En fin, que las posibilidades parecen infinitas. Esta misma tarde, un par de horas antes de escribir estas líneas, le he bajado comida a una de la calle y se me acercaba maullando melancólica como Gollum en la intimidad de sus rocas de alta montaña.
Y no se puede dejar sin citar de este libro las particularidades del pene del gato. A diferencia de otros falos del reino animal, muchos suaves e incluso aterciopelados si te echas Neutrogena cada día y te acuestas con el miembro envuelto en rodajas de pepino, los gatos tienen uno de los nacles más ásperos de la naturaleza. Vistos al microscopio, se puede ver que están cubiertos de espinas «cortas y aguzadas, todas apuntando hacia un lado». De modo que el pene se introduce con facilidad, pero al retirarlo «raspa brutalmente» las paredes de la vagina de la hembra, lo que a ella le causa «espasmo y cierto dolor». No contentos con ser unos torturadores implacables del resto de especies, cuando tienen relaciones sexuales si no hay dolores insoportables es que no hay sexo. Son como camioneros con el taquímetro fundido aparcando en un club de carretera comarcal. Nuestros pequeños peluchonis tienen las costumbres de los soldados de Gengis Khan, hay que admitirlo, pero si tú te encuentras a un jinete mongol echando la siesta al solillo, o al camionero que ha causado estragos en el puticlub, nunca le darías besitos en la tripita ni le acariciarías detrás de la orejilla. Hete ahí la diferencia. Y los porqués ¿a quién le importan?
Por último, reseñaré una tercera lectura sobre gatos, tal vez la mejor: El dulce hogar de Chi. Cómic japonés de Konami Kanata sobre la vida diaria de un gato que ha sido adoptado por una familia. Una verdadera joya. Y cotizada. Uno de los momentos más lamentables de mi vida fue pelearme con un señor de sesenta años en una librería por el último ejemplar del volumen 6 de la colección. Ahora van por el nueve. Tengan cuidado ahí fuera. Sobre todo porque cuestan más de once euros.
Chi es una gatita callejera recién nacida que va con su madre y hermanitos de paseo. Se entretiene mirando una mariposa y para cuando vuelve a bajar la cabeza, ha perdido a la comitiva familiar. Los busca, maúlla en plan saeta, da vueltas, pero no los encuentra. Desesperada, se oculta entre la hierba para morir exhausta, cuando de repente aparece un chaval y se la encuentra. Con muy buen criterio, el niño se la lleva a casa y ahí empieza este maravilloso culebrón.
Para empezar, «Chi» significa «pipí» en japonés. Resulta que a la gatita la ponen un cajón con papel de periódico en lugar de con arena y prefiere mearse en el cesto de la ropa sucia. Recuerdo yo que una vez se me quedó el gato encerrado en el baño —él mismo se encierra sin querer colgándose de las toallas que penden en la puerta— y se pasó más de un día ahí, yo no estaba. Fue horrible cuando le abrí al llegar, pero me resultó enternecedor que se cagó en mitad del baño y tapó la plastita con la toalla del bidet, como quien cubre un cadáver con suma delicadeza.
Hay momentos tan reales en este cómic. No es de extrañar que Kanata se inspirara para dibujarlo en un gato que ella misma había adoptado. En un momento dado, le compran a Chi un montón de juguetes especiales para felinos y ella se lanza como loca a por la bolsa de plástico pasando de los regalos, que habrían costado un pastizal, porque nos sablean bien con estas cosas. Y otra experiencia común es su primera vez en el veterinario. Ahí lo primero que les hacen en su primera visita es sodomizarlos para medirles la temperatura. Ellos te miran con los ojos grandes: ¿pero por qué? Por eso también pasa Chi. Aunque viene a ser como una venganza anticipada por lo que tendrán que pasar luego sus dueños, como que se afile las uñas en el sofá. Hay múltiples inventos, rascadores, esprays de feromonas que donde se echa se supone que ya no rasca, pero no suelen funcionar. Ellos, o su esquina del sillón para destruirla, o nada. Esperemos que Kim Kardashian presuma en su reality de sofá con una esquina deshilachada completamente destruida para que la cosa al menos sea trendy y nuestros hogares no parezcan pisos francos para la venta de crack.
Quizá el capítulo que mejor resuma lo que es la vida alrededor de felinos sea una del volumen 6, «Chi lo tira todo». Creo que no tienen un instinto más desarrollado que ese, el de arrojar objetos al vacío. Lo hacen con la patita, despacio, recreándose. Y luego lo miran desde arriba, como pensando: «pues sí, se ha caído… voy a hacerlo otra vez». Habrá quien piense que Chi es una lectura para niños. De hecho lo es. Y envían fotos de sus gatos para que las publiquen en las últimas páginas de cada entrega. Pero esta no es más que otra faceta maravillosa de los mininos: permitir que vuelva a ser niño quien alguna vez lo ha sido.
Fotografía de portada: Josh Antonio (CC).
Pues la experiencia de convivir con gatas hembras, su celo y amor casi en el mismo momento, es mágico. Y esa personalidad que cada una tiene, las habilidades que desarrollan individualmente (abrir puertas, traerte juguetes con la boca para que se los tires), hace que cada día sea único.
http://casaquerida.com/2015/04/04/pater-publiequitas/
Pues otra gran lectura, novela de fantasía en este caso es La canción de Cazarrabo. Protagonizada por gatos.
Pingback: Tres lecturas sobre gatos para amantes de los mismos
Algunas recomendaciones que me hicieron para un regalo:
http://www.playgroundmag.net/noticias/actualidad/gatos-reconocen-espejo-misterios-gatunos_0_1289871012.html
Las historietas de Jeffrey Brown.
Y esto: http://www.diaboloediciones.com/?s=miau
Os habéis dejado «No hay mejor vida que la del gato» de Timun Mas. Yo tengo dos gatas y me reí de lo lindo leyendo las aventuras de Misifú y el Dr. Pawlove! Han clavado a mis felinas :)
A mí me encantaría tener gatos o perros, o ambos animales, pero de momento no he tenido oportunidad por distintas cuestiones. El caso es que siempre me he preguntado -ya que se pone a los gatos como animal idóneos para tener en casa si no tienes tiempo para la atención ,mayor que requiere el perro- si realmente no sufren las consecuencias de estar siempre encerrados en pisos.
Quizá por eso, como comenta Álvaro, sea indispensable tener dos gatos.
Si alguien sabe de estas cosas que se manifieste.
Es mejor tener dos gatos que uno, idealmente que sean hermanos o de la misma edad y que los hayas tenido muy jóvenes, de esta manera hay menos conflictos entre ellos, aunque en algún momento los abran, no dejan de ser animales y muy territoriales.
De chiquitos, hasta año y medio o dos años son muy activos, juguetones y divertidos, luego se calman y se vuelven menos activos.
Los gatos tienen maneras de hacerte sentir bien con ellos, son agradecidos con el buen cuidado y te lo devuelven con cariño.
Es importante aprender a cortarles las uñas, cada 15 días como mínimo, de esta manera no te arañan tanto jugando y hacen menos daño.
Hay que aprender a convivir con ellos, pero el resultado es espectacular!
Se me habia pasado la idea de tener un gato en casa…y tras leer este articulo vuelvo a rondar con la puñetera idea…quien me mandaria leerlo :D
Un saludo
Los gatos son un regalo de la vida. Tu artículo, por gatuno, también. ;)
A Bigote Prusiano:
Yo tengo dos gatas, las dos recogidas en las calles de Madrid. A veces es cierto que me da penita que esten todo el dia en casa, pero desde luego en la calle eatarian mil veces peor. En mi caso, se entretienen mucho mirando lo que sucede en la calle desde la ventana o la terraza, y cuando puedo, las llevo a una parcela que tienen mis padres donde pueden esparcirse un poco (yo tambien me siento alli mejor que en un piso). Tambien disfrutan mucho cuando juego con ellas. Y si se aburren, siempre pueden jugar a cazarse la una a la otra.
Luego, hay gatos que son extremadamente caseros de caracter y que por nada del mundo plantarian una patita en la calle. Otros, por el contrario siguen siendo unos felinos salvajes.
….y tres breves citas sobre gatos para amantes de la arquitectura:
http://bailarsobrearquitectura.com/2012/09/27/arquitectos-y-gatos/
Saludos,
Iago López
Yo tengo un gato de 13 años al que recogí en las calles de Madrid con tan solo dos mesecillos. Al principio no quería quedármelo porque pensaba que el pobre animal se volvería loco en un piso, pero mis intentos de buscarle otra familia fueron infructuosos y al final me quedé con él. Cada día que pasa le doy gracias por estar a mi lado y maravillarme con esa carita de cielo y ese carácter tan impredecible, tan dulce como fiero, tan cariñoso como borde y faltón. Por supuesto que sería estupendo tener un patio con árboles donde pudiera subirse, pero de momento no puedo ofrecérselo y creo que él es bastante feliz.
Yo también tengo dos gatas, son hembras, pero no se parecen en nada más… Una es proletaria, de pelo blanco y negro y muy arisca, eso que se ha criado a biberón, se llama Gyn pero yo la llamo cariñosamente mi bucanera porque parece un pirata con su parche en un ojo y una especie de perilla negra alrededor de la boca. La otra es una gata pija, muy pija (tanto que solo come jamón si es pata negra) y muy cotilla, se mete en todos los eventos, quiere saberlo todo… Tiene el pelo negro, largo y brillante y unos ojos y una cabeza inigualables en belleza y en expresividad… Se llama Nunca, y ese nombre le va como anillo al dedo, pues nunca conocí un animal tan adorable y cautivador. A Ginebra la quiero, es hosca y agresiva, es una asceta, pero a veces se me acerca y me da unas caricias y unos besos indescriptibles. Nunca, a pesar de ser una gata bien, es mucho más prosaica, va más a lo suyo, comer y pasarlo bien, básicamente, y pedir y pedir por esa boca… La quiero de otra forma: Diría que la primera es una rebelde sin causa a la que no le gusta el mundo, pero de vez en cuando siente el deseo o la necesidad de comunicarse y entonces se transmuta en un romántico animal de sensual ronroneo, que es capaz de ponerte el vello de punta con su sensibilidad y su tacto exquisitos y con esa mirada tan profunda… mientras que la segunda está encantada con la vida, tal cual es, y todo se le vuelve pedir atenciones de manera más bien impulsiva y algo torpe, como si se le fuera a acabar en cualquier momento, yo creo que porque pasó necesidades de pequeña, antes de conocerme, y estuvo casi muerta porque alguien la abandono no obstante ser una gatita de buena familia.
Las dos duermen muchas horas al día, viven como marquesas en mi casa, se hacen compañía cuando no estoy y llenan mi vida cuando vuelvo de pelos y de amor, cada una a su manera.
Yo también tengo dos gatas, son hembras, pero no se parecen en nada más… Una es proletaria, de pelo blanco y negro y muy arisca, eso que se ha criado a biberón, se llama Gyn pero yo la llamo cariñosamente mi bucanera porque parece un pirata con su parche en un ojo y una especie de perilla negra alrededor de la boca. La otra es una gata pija, muy pija (tanto que solo come jamón si es pata negra) y muy cotilla, se mete en todos los eventos, quiere saberlo todo… Tiene el pelo negro, largo y brillante y unos ojos y una cabeza inigualables en belleza y en expresividad. Se llama Nunca, y ese nombre le va como anillo al dedo, pues nunca conocí un animal tan adorable y cautivador.
A Ginebra la quiero, es hosca y agresiva, es una asceta, pero a veces se me acerca y me da unas caricias y unos besos indescriptibles. Nunca, a pesar de ser una gata bien, es mucho más prosaica, va más a lo suyo, comer y pasarlo bien, básicamente, y pedir y pedir por esa boca… La quiero de otra forma: Diría que la primera es una rebelde sin causa a la que no le gusta el mundo, pero de vez en cuando siente el deseo o la necesidad de comunicarse y entonces se transmuta en un romántico animal de sensual ronroneo, que es capaz de ponerte el vello de punta con su sensibilidad y su tacto exquisitos y con esa mirada tan profunda… mientras que la segunda está encantada con la vida, tal cual es, y todo se le vuelve pedir atenciones de manera más bien impulsiva y algo torpe, como si se le fuera a acabar en cualquier momento, yo creo que porque pasó necesidades de pequeña, antes de conocerme, y estuvo casi muerta porque alguien la abandono no obstante ser una gatita de buena familia.
Las dos duermen muchas horas al día, viven como marquesas en mi casa, se hacen compañía cuando no estoy y llenan mi vida cuando vuelvo de pelos y de amor, cada una a su manera.
Qué bella historia…
Gracias, Marius, me encanta que te guste… He disfrutado mucho escribiéndola, porque son mis gatas, sabes? Tal cual.
Gracias por estos comentarios tan chulos.
Precioso texto. Otra lectura recomendada: Cat getting out of a bag.
Lo que sí se ha notado en los últimos años, con la crisis, es el abandono de gatos. Hace un par de años empezaron a aparecer en mi calle y manzanas de alrededor un buen puñado, claramente caseros. Había uno, que ha desaparecidos recientemente, espero que por adopción, que se sentaba a tomar el sol en los asiento de las motos tan campante. O en mitad de la acera, importándole un bledo que viniesen perros, que luego misteriosamente no le hacían ni caso. Hay otros muchos ahora por todos lados, pero tienen a una legión de cuidadores que les dejan comida y agua.
La lástima es que poco antes se había ido enriqueciendo bastante, no sé por qué motivos, la población de aves de la zona. Se empezaban a ver mucho especies que no aparecían antes con esa profusión, como mirlos (de pronto empezaron a ser muy frecuentes), currucas, carboneros, verdecillos, verderones, palomas torcaces etc. Pero ahora con tanto gato se han vuelto más precavidas y han disminuido su presencia.
Soy nuevo en esto y al pequeño Mimo le está creciendo una uña dentro de la pata, ¡que puto horror!
Supongo que habrá querido dejar a Sánchez, Dragón, para la segunda entrega…
Por cierto, Álvaro, en el caso que nos ocupa no pueden ser tarzanetes, que faltan lianas…
Al hilo de esto y para amantes de muchas cosas (gatos entre ellas) me gustaría recomendar un número en concreto de la alucinante novela gráfica The Sandman; El sueño de mil gatos. Ahí queda.
Falto un libro: Soy Gato, de Natsume Soseki, escritor japonés de principios de s.XX.
Es un libro extraordinario que cuenta la vida de una familia japonesa vista desde la óptica de un gato recogido hasta su muerte.
Muy recomendable.