La de hoy no va a ser —o sí, pero no solo— una charla con los libreros sobre la librería y los libros o el sector editorial y sus vericuetos y paradojas. En esta ocasión pedí a los poetas Gsús Bonilla y Ana Pérez Cañamares que se vinieran conmigo, «Así hablamos de poesía», les dije. De manera que, además de María y Pino, los libreros —y editores— de Enclave Libros, contamos con la aparición estelar de estos dos autores madrileños. Y sí, hablamos de poesía, claro. Pero no solo y como no podía ser de otra manera.
María y yo nos sentamos al fondo en torno a un café bien rico. Los poetas aún no han llegado. Pino anda atendiendo a alguien.
¿De dónde eres, María?
De un pueblo de Roma. Acabo en España porque necesito otro idioma para pasar un examen en la universidad, y me pareció que lo más fácil era aprender español. Voy a Salamanca, para un mes. De esto hace ya dieciocho o diecinueve años. Recuerdo que cuando llegué, esas primeras semanas, lo pasé fatal. No hablaba nada de español. Venía de Escocia, en mi mente estaba el inglés. Luego ya sí; me aclimaté muy bien. Tanto es así, que ya no vuelvo a Italia nada más que por breves periodos, por vacaciones. Es decir, busco becas, hago los exámenes… Paso un par de años durante los cuales vivo en Salamanca y voy y vengo a Roma. Hice el doctorado, encontré trabajo, y viví en Salamanca hasta que por un tema de trabajo tuve que cambiar de ciudad; tenía claro que quería seguir en España. Entonces me vine a Madrid; me surgió la oportunidad de montar una librería virtual para unos italianos: Unilibro. La estuve gestionando durante unos tres años, hasta que los dueños me plantearon que tenían que cambiar de sede. Ahora ya no tienen nada físico aquí.
Así que tuve que volver a buscar trabajo… Y fue cuando me encontré con Pino, y empezamos a madurar la idea de abrir la librería. A ambos nos une el amor por los libros. En realidad, la idea principal, o fundamental, fue la de crear una editorial. Para ello vimos que crear una librería podía ser un primer paso. Abrimos hace seis años, en plena crisis. Compaginamos un tiempo con nuestros trabajos. Hasta que nos dimos cuenta de que teníamos que dejarlos; yo estaba muy cansada, era una doble vida muy rara… Fue así como empezó todo.
Es una librería asociativa. ¿Por qué?
Porque es una asociación cultural. Lo decidimos por varias razones. Una de ellas es que nos preocupaba que no fuese un comercio nada más, que tuviera gente alrededor que aportara, que ayudara a organizar cosas. Evidentemente, para poder sobrevivir vender es importante, pero queríamos algo más; ser un punto de encuentro, no solo una librería al uso.
Y esto está siempre lleno. Cada vez que vengo estáis hasta arriba de gente.
Sí. Mañana viene Hasier Larretxea, por ejemplo. Es algo que hacemos con mucho cariño además. Es un chico al que conocimos al poco de abrir la librería; nos estuvo pasando poemas fotocopiados. Ahora ya tiene tres libros publicados. Es un autor muy interesante, muy prometedor. Viene él y viene con su padre, que sale por primera vez del País Vasco; va a cortar un tronco marcando el ritmo de la poesía de su hijo.
Pude pasarme al día siguiente: Hasier leía sus poemas, un par de ellos de cierta envergadura, y su padre, al fondo, blandía su hacha contra el tronco de haya que habían traído a la librería para esto. Los golpes, implacables, se colaban a través de la puerta del patio, abierta de par en par, alcanzándonos a todos. No había visto u oído nada igual; la gente parecía como atrapada; fue emocionante, incluso estremecedor. El padre henchido de orgullo y el poeta, el hijo, conmovido, como a punto de salir volando por la emoción, muy agradecido. Tuve que irme en cuanto terminó todo, en fin, de manera que no pude ver si la gente que allí se quedaba se los acabó comiendo, que ganas daban, al padre y al hijo.
Y en estas estábamos, contándome María en lo que iba a consistir el acto del día siguiente, cuando aparecen Gsús Bonilla y Ana Pérez Cañamares. Pino también ha acabado lo que quiera que estuviera haciendo.
Gsús, acaba de salir tu libro sobre Panero. Hay un montón de gente que le tiene ganas a ese libro, no sé si eres consciente. Algo me tendrás que contar…
Gsús: Es un libro que se acerca a Panero desde una perspectiva muy diferente a todo lo que se ha hecho sobre él hasta ahora. Su obra está superestudiada, hay montones de tesis, de estudios, antologías sobre su obra… A mí había una parte que me interesaba mucho: era un tío, a pesar de todo, con un sentido del humor considerable, debido a su forma de ser y de estar en este mundo. Así que es ese Panero el que yo cojo para esto, un Panero guasón, con un gran sentido del humor y con muy mala leche a veces.
El libro son en realidad tres partes: una primera es ficción. Y es arriesgada: lenguaje coloquial, tacos… En la última parte sí que hago una contraposición entre lo que es ficción y no ficción. Hay mucha gente que no conoce a Panero, que se queda en la anécdota. Lo que yo he hecho es reunir a un grupo de gente —libreros, autores, editores, compañeros poetas, etc.— que han tenido contacto con él o con su obra. Y ellos van a ofrecer una realidad que les es conocida.
Es un libro arriesgado, muy valiente desde el punto de vista del editor, Ricardo Moreno Mira, que ha creído en el proyecto desde el principio.
La portada es genial.
Gsús: Esa portada tiene su historia. La contamos en el libro. Es de José Ramón Vega, fotógrafo leonés.
Ana: Las portadas de los libros de Ricardo son una seña de identidad, casi te diría que una marca.
Poesía en las librerías. Es un tema, María. Se publica muchísimo…
María: Aquí, ya sabes, tenemos mucho libro de poesía, muchas editoriales, desde las más grandes o más reconocidas hasta las más independientes o pequeñitas. Han surgido muchas editoriales en los últimos años. Siempre es muy grato, para mí por lo menos, que venga un cliente y te descubra una editorial pidiéndote un libro que no conocías. Es la excusa para ir luego escarbando y acabar pidiendo otros títulos para incorporarlos.
Es difícil hablar de poesía; la producción es tan amplia… Es complicado poder reconocerte en todo. Hacemos muchísimos actos en torno a la poesía. Han pasado muchos poetas por aquí.
Gsús: Yo he leído aquí, por ejemplo.
María: Sí que tengo la impresión a veces de que hay algo de inflación, de que se edita demasiado. Y eso hace más complicado reconocer nuevas voces; diría «buenas», pero quién puede decir esto.
Pino, ¿cómo creáis este fondo?
Pino: Diría que es ocasional. Como librería de barrio nosotros estamos abiertos. Venimos de una cultura, de una forma de ser, digamos «crítica» respecto a la marcha que se suele seguir en estas ciudades, en este contexto histórico. En principio lo que nos planteamos es crear un punto de referencia, hacer de filtro, de punto de encuentro. No podemos olvidar dónde estamos, no puede ser de otra manera.
Esto [señalando el espacio, los libros] son objetos, es una mercancía, una mercancía cultural. Lo que ocurre es que estamos en una fase en la que la mercancía cultural cada vez es más mercancía y menos cultural. Creo que no hace falta que entre en detalles acerca de cómo está considerada, apoyada, la cultura en este país. Probablemente en Occidente, no solo aquí, salvando algunos países como Francia, que tiene una tradición, otras sendas diferentes.
Aquí nosotros hicimos de pioneros, de filtro, ese era el espíritu: nos encantan los libros. No somos chavales que empezamos con dinero de papi y que si después de un año esto no funciona cerramos y a otra cosa. Nos quedamos aquí porque tenemos unas convicciones, y también un trayecto laboral en esta sociedad más o menos acabado por decisión personal, o por accidentes de recorrido. Queríamos crear algo, al final ya del camino, que fuera gratificante.
La gente del barrio empieza a reconocerte enseguida. Enlazando esto que decías antes, sobre la cantidad de libros que se publican, con la revolución digital, el acceso fácil a muchas herramientas de edición, etc., te encuentras con mucha autoedición, mucha invención personal, mucha práctica personal de la cultura como se entiende desde abajo. En lo bueno y en lo malo. Y, entonces, el juicio estético clásico no vale. Te encuentras con una cantidad de gente que viene: «¿Puedo presentar un libro que he escrito?», «¿Puedo dejar este libro para que lo vendáis aquí? No tengo distribuidora». Pasamos los primeros tiempos recibiendo empujes, ideas…
He de decir, por otra parte, que mi experiencia con la poesía no es una experiencia larga. Soy más de ensayo. Pero sigo reflexionando sobre las posibilidades de presentar la poesía, de leer poesía en público. Entiendo que es la construcción de un sensorium, algo muy vivo que involucra a la gente, que construye sentido, probablemente, y emoción. Hay una parte de mí, no obstante, que sigue pensando que la poesía es un silencio interior, algo que se construye en la intimidad y que me cuesta seguir en un acto. No es como cuando me lees un cuento o un ensayo, que sigo perfectamente. En el caso de la poesía necesito una reflexión, bucear en esa misma palabra, en esa única palabra que tú me has metido, que me quieres transmitir. Es un interrogante mío. En la librería seguimos invitando a todas estas personas que quieren innovar, poner su vida dentro de este mecanismo, y que tienen mucho que aportar.
Creo que hay que dejar a la poesía hablar de esta potencialidad, de hablar según a quién, según en qué momento, en dónde… Es lo que la constituye. La poesía no es lo mismo en todos los lugares.
Gsús: Son muy importantes los contextos. Como poeta e incluso como lector me parece muy importante. El contexto hace que el autor de desenvuelva de una manera más crítica, o más cómoda. Hay autores que utilizan la calle, y otros que no la utilizan para nada.
Ana es poeta de calle, por ejemplo, ¿no? ¿O poetisa?
Ana: Poeta, poeta. Poetisa es una palabra muy fea. Ya genera gueto por sí misma.
Y, sí, a mí me gusta mucho la calle. En estos últimos años, además, yo siento que hay una necesidad de poesía. Que la poesía, en cierta manera, se las apaña para transmitir una verdad. Como decías tú, Gsús, tal vez no es para todo el mundo igual. Sí que hay algo que pone el autor siempre sobre sí mismo y que tiene que ver con la honestidad del propio poeta, de desnudez, y frente a tanta mentira diaria institucional y mediática creo que sí, que hay esta necesidad de poesía. Quizá no sea algo masivo, pero eso no quiere decir que no esté completamente viva, que sea necesaria y que haya un montón de espacios ahora mismo en los que no solo se agradezca, sino que te la reclamen.
¿De calle? Bueno, yo he recitado en bares, en bibliotecas, en muchos sitios. Y de lo más satisfactorio que yo he hecho estos años ha sido cerrar un acto, una manifestación, leyendo poemas, no solo míos, de otros autores. Porque se puede estar hablando durante horas de esto, de lo otro, y cada uno puede expresar sus opiniones, etc. Y, de repente, llega un poema. Y sales de ahí transformado, también arropado, de alguna forma. Es algo que consigue la poesía.
Economía de guerra es un libro muy pegado a la realidad. Me refiero a esto cuando digo que eres un poeta de calle. Es fácil identificarse con lo que cuentas en él.
Gsús: Sí, la gente se identifica. Es muy importante también el contexto en este sentido. Ana habla de las mentiras, por ejemplo. El poder tiene los mecanismos de utilización de la palabra, que llega a todas partes. La obligación del poeta creo que es desenmascarar ese poder a través de la poesía. Creo que es ahí donde el poeta, por amor propio incluso, debería estar.
Ana: Por amor propio y por amor a las palabras. Uno de los mayores atentados que hemos vivido estos últimos años es el que se ha hecho contra las palabras, los eufemismos que, analizados en frío, significan lo contrario de la realidad que se supone que describen. Una «subida sostenida de los salarios» no significa que los salarios suban, sino todo lo contrario. Se están pervirtiendo las palabras, torturándolas hasta hacerlas significar lo contrario. A veces me pongo a escribir tratanto de defender eso, una palabra, una expresión en concreto. Para reivindicar su significado, lo que de verdad significa.
Gsús: En este sentido, también es muy importante la labor de los libreros en los barrios. Estos ciclos de poesía, de actividades en torno a los libros, acción formativa, cultural, para luego presentar una acción social. La labor de este tipo de librerías, implicarse ya no solo como autor, como ciudadano, me parece fundamental.
Cerca de mi casa —vivo en Vallecas— tenemos una de estas librerías, La Esquina del Zorro Rojo. Organizamos un ciclo de poesía contemporánea. Vienen los vecinos… La poesía tiene unas posibilidades inmensas: visuales, performáticas, críticas como la nuestra. Me asombra la acogida, más allá de los clásicos, gente como tú o como yo, con sus fracasos y sus virtudes, con la que es fácil empatizar. Esto es fundamental. La librería de barrio en contraposición a los grandes grupos o las librerías grandes del centro, que te invitan a comprar y poco más. Aquí podemos hacer otras cosas, llegar a la gente.
Las mesas de novedades. Otro tema. Aquí, por ejemplo, no hay esa mesa, María.
María: No. Aquí tenemos mesas donde vamos colocando los libros, libros que estaban en una estantería y que nos apetece volver a sacar. Veréis que ahora tenemos a Roland Barthes. Son libros que vemos que tienen vida, que necesitan respirar, van cambiando. Sí hay alguna novedad, sobre todo reediciones. La diosa blanca, que se acaba ahora de llevar un cliente. Es un libro que merece estar fuera.
La librería como lugar de encuentro para combatir la soledad. Es otro tema. Tiene un valor que la gente se junte, que hable, ¿no?
María: Sí, es muy importante. En torno a las actividades se encuentra gente en la librería que luego ha acabado formando grupos que quedan para hacer otras cosas. Aquí en Madrid yo mis amigos los he hecho en la librería. A través de los libros presentas no solo contenidos, también sentires.
Ana: Formas de vida.
Pino: Por otro lado, cambiamos precariedad con relacionalidad. No aguantaríamos este malvivir, trabajar doce horas al día, si no hubiera esta contrapartida emocional, de satisfación, de retorno. No es que sea el reencuentro de una humanidad perdida, pero sí de establecer lazos, de cercanía, proximidad con la gente corriente. Una «casa del pueblo» moderna, digamos. Y esto, quieras o no quieras, es lo que te da la fuerza para seguir.
Como editorial, por ejemplo, sacas un libro que no promocionas porque no tienes medios ni ganas. No es una posición esnob, es más una cuestión de que sabes que te diriges a un nicho; has hecho algo y no piensas en el marketing. No porque seas un héroe, sino porque, sencillamente, tienes otras cosas que hacer y no te has metido, ni piensas hacerlo, a aprender cómo se conecta con ochocientos periodistas o cómo se hace una base de datos, o cómo se alimenta Facebook. Ni tienes tiempo ni te interesa. Y sacas un libro, digo, como Beaubourg. Una utopía subterránea. Es un libro de culto en Francia e Italia. Sobre la ocupación imaginaria del Centro Pompidou por cinco mil chicos y chicas durante cinco años. Es una invención utópica. La sorpresa fue que se están haciendo, de manera espontánea grupos de lectura en otras ciudades; gente que nos felicita por la publicación, otros que te dicen «Este libro me ha cambiado la vida»… ¿Qué hay mejor que esto? Es un privilegio.
Quien se ve obligado a realizar trabajos de mierda para ganarse la vida, a rociar la fruta de veneno, a repetir el mismo gesto cien veces por minuto (o peor, a cronometrar a los condenados a hacerlo), a construir casas horrorosas, toda esa gente con sus trabajos de mierda acaba por no saber reconocer ni apreciar la belleza. Llega un punto en que ya no son capaces de amar. Porque la amistad y el amor son complementos de la belleza, y la moral y la estética son inseparables. (Beaubourg. Un utopía subterránea. Albert Meiser)
Convivimos con la frustración, al menos yo. Es una postura esquizofrénica. De un lado, lo que estamos haciendo no es que mine los fundamentos de este sistema, al contrario: es una parte integrante; además de precarizar nuestra vida, de autoexplotarnos, de proponer contenidos que efectivamente tienen un valor, encima, por otro lado, lo que estamos haciendo es sostenerlo, hacerle un servicio al Ayuntamiento, que se pone la medalla porque nosotros sí promovemos la cultura haciendo un trabajo de curritos, sin un duro, sin apenas nada. Esta es la contradicción de todo lo cultural. Este es el problema.
Gsús: Estamos supliendo a la administración pública, ni más ni menos. La contraprestación emocional nos compensa, ya se ha dicho, y seguimos haciéndolo. Por eso tiras del carro.
Pino: Es esquizofrénico, insisto. Estamos promoviendo la cohesión social, la responsabilidad social, la cultura colectiva, etc. Supliendo lo que estos cabrones —[a mí, señalando la grabadora:] pon cabrones, por favor— no hacen, lo que estos cabrones nos quitan.
Lo interesante es no quedarse en la queja, ¿no? Hacer propuestas viables.
Gsús: Se trata de utilizar los recursos en favor de la ciudadanía.
Pino: El capitalismo se adueña de la gratuidad. Vende la gratuidad a cambio de información, de datos, de publicidad, de control. Se debe resdistribuir equitativamente, construir organizaciones de sector, reticulares, culturales, que sean capaces de defender los intereses no de cuatro autores que venden mucho y en torno a los cuales se forman estas grandes colas en la feria del libro, sino de todos aquellos que tengan una determinada entrega. Empezando por los chavales, por la universidad.
Es tan sencillo como dar el lugar que le corresponde a la cultura, que es aquello que diversifica y emancipa a los seres.
Ana: Tengo una anécdota personal que creo que ilustra todo esto. La cuento no como héroe ni nada parecido, sino para ilustrar de qué estamos hablando. Yo trabajo en una universidad, soy auxiliar administrativo en la UNED. No hay ninguna instancia donde pueda ir y decir: «Me han invitado a un acto cultural en un instituto». Surgió que me llamaron para dar una charla en un instituto, no me quedaban días libres. Tuve que pedir un día sin sueldo. Salió el director del centro a recibirme: «Otros años sí hemos tenido algo de dinero… Te puedo invitar a una cocacola». Yo volvería otra vez, fue increíble la experiencia, estar allí con los chavales, que estaban deseando que alguien les hablara de su vida, poemas sobre ellos, algo que les tocara. Y lo tuve que pagar yo. No había dinero público para esto.
Que no tenga que depender todo, por favor, de algo altruista, incluso azaroso. Que algo tan fácil como ir a dar una charla sea accesible también para poetas que no son los de siempre, los que están todos los días en los periódicos, en la televisión, en las ferias, que no seamos tan cutres. No tiene por qué ser tan difícil.
Gsús: Se trata de utilizar bien los recursos que tenemos, ni más ni menos.
Ana: Que se valore lo que se hace. Hay poetas en este país que todo el mundo tiene en mente como referencia y que no pueden ir a dar una charla, participar, porque no se lo pueden permitir.
Gsús: Tienes el caso de David González, un poeta viviendo en la miseria absoluta, ninguneado. Quiere hacer cosas, pero no puede. Y si no puedes te quedas apartado, olvidado.
En este sentido esta librería es como un oasis.
Pino: Te diriges a un público menor, pero por otro lado te diriges a un público que tiene el interés y la atención, que es lo que se ha perdido en este contexto, en determinadas materias críticas. Esta es una librería sin sesgo político, de índole libertaria, general, que tiene toda la colección sobre cuestiones de antagonismo de Akal, donde pueden encontrarse también libros anarquistas, de filosofía, de movimiento, de ciencias sociales. El porcentaje entre narrativa y ensayo es 40/60. Y las ventas 12/88. Es una completa revolución en este sentido. Ponemos nuestros gustos por delante, y estamos contentos porque hay mucha gente afín.
María: La librería, esto lo apuntábamos antes, se nutre mucho de lo que aportan los clientes, de las cosas por las que ellos se interesan. Hay una sintonía. Las editoriales también son muy significativas: siempre que sale un nuevo libros de Pretextos lo vemos. Si vienen y alguien nos pide Economía de guerra aprovechas para conocer el resto de la editorial, amplías tu oferta. No puedes conocerlo todo.
Pino: El aprendizaje es fundamental.
Hace poco hicimos un ciclo en torno a las editoriales. No se trataba de venir y presentar un libro, se trataba de hablar del proyecto, de entrar en la cocina, por así decir. Hay una característica de este mundo que es la fractura que existe entre lo que se produce y el consumidor final, que ve este objeto —un libro— y no sabe, no tiene ni puñetera idea de lo que hay detrás, de la cadena de trabajo que hay, mal pagado, precario, externalizado, no pagado… El lector de a pie no conoce esto.
Gsús: Todo eso es un mundo.
Ana: Sería interesante poner a todos los de la cadena a hablar.
Hay una historia negra: editoriales que no pagan, o que retrasan muchísimo los pagos.
Gsús: Hemos tenido todos experiencias de ese tipo. Volvemos a la esquizofrenia de antes.
María: Y el tema de las autoediciones encubiertas. Es tremendo.
Gsús: Mi primer libro fue una autoedición. No encubierta, vaya, pero sí. Tenía una obra que sabía que no me iba a publicar nadie. Me fui a una imprenta que me proporcionaba un depósito legal, un ISBN, que me lo maquetaba.
Sí que tuve propuestas, en plan «Sí, yo te edito». Y el acuerdo consistía en que yo tenía que comprar trescientos ejemplares a no sé qué precio… ¿Qué me estás contando? Se supone que aceptan tu obra, pero no es así: en un momento dado te proponen esto, que compres determinado número de ejemplares. Te aseguran que vas a tener una presencia en librerías, lo cual es mentira.
Pino: En poesía pasa cada vez más. Es indignante.
Ana: A mí me llegan consultas, me cuentan otros poetas propuestas de este tipo. Yo soy tajante: «No lo hagas». Se juega con la ilusión de la gente. Y con la ignorancia, porque la parte más difícil de esto es distribuirlo y venderlo.
Yo tengo la sensación de que falta comunicación entre nosotros. Unas veces no se cuentan las cosas porque no nos atrevemos a acusar a alguien, a sacarlo a la luz. Y hay que hacerlo, hablar claro. En mi caso, es casi lo primero que pregunto, por la distribución que va a tener el libro. Si no hay distribución te comes los libros.
Es muy complicado hacerse un hueco.
Ana: De verdad que yo creo que si habláramos más, si hiciéramos mesas redondas sobre esto, reuniones donde participáramos todos los eslabones de la cadena, sería bueno.
Caso práctico real, para que lo comentemos: autor llama a editor porque el librero con el que ha hablado le ha dicho que no se ha enterado de la publicación de su libro, que se lo va a pedir a la distribuidora inmediatamente, qué alegría, qué bien, ahora mismo les llamo. Editor llama a distribuidora. Distribuidora llama a librero. Librero, no precisamente dando saltos de alegría: «Sí, bueno, mándame uno». Decirle a un escritor que no interesa su libro, entiendo, debe ser duro.
Ana: Falta comunicación, sí. Y sinceridad.
Podemos contar también sobre las antologías. Toda editorial tiene su antología. Al principio, cuando me llamaban, me hacía ilusión, la verdad. Ahora, Gsús, ¿cuántas llevaremos? ¿Treinta? ¿Cuarenta? Te piden foto, currículum, poemas sobre este tema. Bueno, algunos no ten cuentan ni de qué va. Antología sobre qué. ¿Poetas cuarentonas funcionarias? ¿Poetas indignadas? No. «Mándame poemas, que estoy haciendo una antología». ¿Te hago yo la antología? Porque tengo poemas a la muerte de mi madre, poemas críticos, eróticos. Eso por un lado. Te piden ya que curres. Nunca sabes cuántos libros se editan, en qué condiciones, si te van a dar un libro. Qué menos. Hay algunas que no te informan absolutamente de nada. Eso sí: «Presentamos en Guadalajara. Vente». Y, si no vas, te echan en cara que no te implicas. Por el amor de Dios. Creo que, en todo este tiempo he visto dinero de una antología. Y, mira, algunas son de amigos, lo haces por apoyar el proyecto. Pero otras sientes que es un abuso. Y hablas de estos temas, de gratificaciones, y es como tabú. Te dicen: «Es que te gusta escribir, lo vas a hacer de todos modos». Hombre, un poco de respeto. Si hay dinero que se reparta entre todos. Que, por lo menos, si no, te den la información, un espacio para decidir de manera informada.
Gsús: Yo he de reconocer que para esto soy bastante dejado. Lo que yo disfruto es el proceso de creación. Hasta que llega el libro, cuando se publica ya me interesa muy poco. Tengo una cosa muy clara: he tenido suerte porque mi obra, por diferentes circunstancias, ha tenido editores que han querido publicarla. Pero es que si no fuese así, tengo un mecanismo que es internet donde puedo publicarla. Esa necesidad de comunicarme la tengo. El proceso de edición se me escapa totalmente. Y no lo disfruto, es como que mi obra deja de ser mía.
Sé que soy un caso raro, en este sentido. Más que para que me lean lo que tengo es la necesidad de comunicarme, de expresión.
Ana: Para mí esa parte, que me lean, es también muy importante. Lo que pasa es que no es solo el libro. Somos los dos autores muy presentes en internet, por ejemplo, trasciende lo que es el libro libro.
Gsús: En mi caso es que no consigo adaptarme, dar el siguiente paso, después de que ya ha salido el libro. Esa parte la llevo mal, no consigo disfrutarlo como disfruto del proceso creativo.
Tendríamos que hablar también de la autoedición, del valor que tienen los otros eslabones de la cadena del libro: el editor como intermediario.
Pino: El editor, como el periodista, es un ser un tanto anacrónico. Forman parte de un mundo en el que la información y la cultura circulaban por otros medios. Hoy la cultura se ha superficializado y además ha llegado a estar al alcance de todos, o muchos, a través de los medios digitales. Hablamos, obviamente, de Occidente. Porque los talibanes rompen las estatuas y queman los instrumentos musicales… Este concepto de «cultura» es un concepto virtual.
Creo que es absolutamente democrático el considerar que todo el mundo debe tener acceso a la creación, a la expresión de sus sentimientos, ideas, opiniones, etc. Y forma pare de un mundo en el que no se trata solamente de tener valor como mercancía, sino como transferencia de valor cultural, afectivo, emocional, relacional. En un mundo así, bienvenida sea la autoedición.
Esto conlleva, evidentemente, una inflación de producción, con lo cual tendrás muchísimas más cosas de escaso valor, según el metro que uno use para juzgarlo. Pero tendrás también mucha más variedad, más corrientes.
El problema para mí está en la mercancía. Quiero decir: la autoedición tiene solamente un defecto: el exceso de narcisismo que conlleva. Y cuidado, que no soy un censor, solo es una opinión personal. Estamos en una sociedad en la que la exposición y la venta de uno mismo es un dispositivo del sistema, del capitalismo, que nos hace empresas a cada uno; tenemos que vendernos, tenemos que publicitarlos. Es la estetización de la vida. Esto lo decía Benjamin. Yo no soy quien para condenarlo, pero sí reconozco que esto es un defecto, un problema. El narcisismo lo que hace es reproducir el mismo mecanismo del sistema transformando todo en mercancía.
María: Antes de irte tenemos que hablar del tema de las devoluciones. Esto que decía Ana antes, hay que unirse, hablar todos los que formamos parte de la cadena del libro. No es posible que el único objeto que se pueda devolver, siempre y cuando exista todavía la editorial, sea el libro. A los diez años de habértelo pedido te lo pueden devolver.
Y te hacen polvo si eres pequeño. No puedes tener en previsión esa devolución la mayoría de las veces.
María: Eso es. Devuelven y eres tú el que lo tiene que destruir. Es uno de los grandes dramas del sector. Crea una economía de burbuja, una ficción, totalmente falsa.
Las distribuidoras se convierten en financieras en este sentido.
Ana: Lo que subyace, al final, fíjate que yo creo que es una falta de respeto enorme. Todo el proceso este necesita de un buen meneo, repensarlo entre todos. Estamos pringando como gilipollas.
María: Y hay quien quiere ser autor, ¡y editor!
Gsús: Y editor de poesía, además.
Ana: Tenemos que hablar unos con otros, de márgenes, de lo que pasa, de cómo funciona, reunirnos editores, autores, distribuidores…
Gsús: Pues, mira, para eso valen este tipo de artículos.
Sea, Gsús.
Fotografía: Raquel Blanco
Pingback: Librerías con encanto: una conversación con los libreros de Enclave Libros y dos poetas | Notas de navegación
Esta entrevista me hace pensar en las palabras del músico argentino Luis Alberto «El Flaco» Spinetta: La solidaridad no se crea disfrazándote de revolucionario, sino haciendo desde abajo una obra imaginativa, una verdadera creación, no un bodrio pancartista. Cuando a la gente se le da algo bueno responde con amor.
Pingback: Librerías con encanto: una conversación con los libreros de Enclave Libros y dos poetas | Valor de cambio