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Peter Bagge, el dibujante de cómics que, afortunadamente, me amargó la adolescencia

Peter Bagge. Fotografía: Manuel Roche.
Peter Bagge. Fotografía: Manuel Roche.

En los años duros de la vida, la adolescencia, en la década de los noventa, me procuré la pornografía en el Rastro de Madrid. A veinticinco pesetas cada revista Clima antigua. Eso me proporcionó una considerable amplitud de horizontes sexuales, por un lado, y que en el kiosco de mi barrio revistas como La Judía Verde, que causaban sensación entre mis compañeros de clase, para mí pasaran inadvertidas. No se puede comparar un cómic porno de historietas cortas con el relato pormenorizado del encuentro en Madrid en 1983 de un matrimonio de Valladolid con uno de Albacete acompañado de ginecológicas fotografías reales de los participantes. Las cosas como son. Por cierto, que alguien podría recoger estas historias que los españoles de moral más avanzada enviaban a Clima, Lib o Charo Medina y grabar un programa con el formato de los de crímenes de La Sexta. Sería un espacio, francamente, muy ameno.

El problema de obviar La Judía Verde y similares hizo que por error, durante muchos años, metiera en el mismo saco a El Víbora. La revista de La Cúpula siempre llevaba en portada mujeres de generosas mamas y, por fuera, era una más entre las eróticas. Si no tenías un cicerone, un experto que te asesorase o te recomendase, te dejabas llevar por impresiones superficiales como estas y te podías perder una revista que aunque tuviera sexo no era porno, o no era el porno su único ingrediente. De hecho, llegaron a mis manos muchos fanzines, y el TMEO, antes que El Víbora. En aquella época no bastaba un clic para que las cosas que molaban llegasen a tus manos. Especialmente, porque aunque pudieras conocer buenas tiendas, luego tampoco tenías un duro.

Pero el día en que leí un Víbora por primera vez, no sé por qué casualidad, nunca lo olvidaré. Era el número 181 de 1995. La portada era del estilo del ¡Hola! con titulares periodísticos sobre las historietas. Me marcó profundamente una, la de Miguel Ángel Martín de Rubber Flesh, anunciada en la portada como «¡Incesto entre gemelos!» Era la famosa escena en que Monika Ledesma sorprende a su hijo con el pene de su hermano en la boca. «No es que me importe que puedan ser gais, pero incestuosos es demasiado», exclamaba preocupada la protagonista de ese culebrón porno-gore futurista. La cosa me gustó.

Y fue el número del mes siguiente —¡un mes tardaba en salir la condenada!— el que me enganchó definitivamente. Con una historieta de Jaime Martín, «La memoria oscura», sobre un chaval que descubre su sexualidad de vacaciones en su pueblo, episodio que de alguna manera u otra hemos experimentado muchos urbanitas. En este número 182 el capítulo iba de cómo entre varios amigos treceañeros masturban a mujer mayor, de unos cuarenta o cincuenta, escupiéndole previamente todos en la vagina. Era una cosa en plan la película Amarcord pero en manchego. Ahí me dije a mí mismo con solemnidad: esta publicación sí que trata los temas que a mí me interesan y no el Cambio 16. Eran los años de apogeo de la etapa de Hernán Migoya. Quizá, lo mejor que me pasó en los noventa.

Odio, cortesía de ediciones La Cúpula.
Odio, cortesía de ediciones La Cúpula.

Entre aquellas páginas de aquel Víbora estaba Buddy, el protagonista de Odio. Como cogí su historia empezada, al principio no me llamaba porque no me enteraba. Pero tenía tanta personalidad ese dibujo que muchas viñetas, aunque no pudieras darles un sentido porque no conocías toda la historia, se te quedaban grabadas igualmente. Recuerdo aquellas primeras viñetas que leí de Odio. Un personaje, Lisa, estaba desnuda dentro de un saco de patatas con la cabeza rapada. Esperaba en la calle cual stalker al tal Buddy. Miraba fijamente a su ventana. Buddy pensaba: «Parece un animalillo perturbado ahí fuera, aunque debo admitir que me resulta extrañamente atractiva en ese saco de patatas, no queráis saber la razón». Dos páginas después ya estaban follando. Al terminar, Buddy se quejaba «te estaba trajinando con tanto ímpetu que no me di cuenta de que el rabo me estaba rozando con esa bolsa de arpillera que te has puesto y ahora lo tengo todo irritado». Acababas la página y tu cerebro pronunciaba dos palabras: quiero más.

Odio, cortesía de ediciones La Cúpula.
Odio, cortesía de ediciones La Cúpula.

En las siguientes entregas, más y más meses después, ya le cogí el hilo al culebrón del romance entre Buddy y Lisa, una trama épica como pocas habrá habido ni en televisión. Ya le puse nombre al autor, Peter Bagge, y logré hacerme con el tomo uno cuando salió —ahora tengo dieciséis— para enterarme de lo que había pasado antes de que yo aterrizara en la historia. Le doy el mismo valor que a La comedia humana de Balzac, salvando las distancias de densidad, pero son dos universos igual de amplios.

Pero cómo definir Odio. Solo se me ocurre una manera. Si de los años 2000 tuviera que destacar el mejor acontecimiento cultural, de entre absolutamente todos los géneros y formatos, soy tan original que diría, y sin dudarlo, que las series de HBO. Pues bien, para mí, de los noventa, si algo me absorbió, maravilló e hizo pensar, eso fue Odio. Lo que conocí en la soledad de mi estancia cada vez que llegaba una nueva entrega, cada puto mes, creo que fue la felicidad. Sí, esa vieja puta que perseguimos todos dando palos de ciego por vidas que no son más que existencias lamentables.

¿Y quién era el responsable de todo esto? Peter Bagge. Pasemos a ver su vida. Nacido en 1957 en Nueva York, estudió en el Colegio de Artes Visuales de Manhattan y se lanzó a dibujar pues lo de siempre: sus recuerdos de la infancia y a criticar la visión del mundo que imponían los medios de comunicación. En 1977, Primer año triunfal del punk y la nueva ola, tenía veinte años.

Sus historietas de los ochenta tenían ese espíritu, el de aquellas nuevas músicas: volver a estilos clásicos, en este caso del dibujo, revitalizándolos, incluso con agresividad. Lo primero que publicó fue la serie Neat Stuff, Mundo Idiota, entre el 84 y el 89, sus primeros personajes y una serie de locuras inenarrables que, concretamente, acaban de ser reeditadas ahora por La Cúpula en un solo álbum con el título muy aclaratorio de Gilipolleces.

En la Miami Book Fair de noviembre de 2013 tuvimos la oportunidad de charlar un rato con Peter Bagge y preguntarle por su trayectoria y los personajes de sus cómics.

Mi primer personaje fue Junior. Representaba todas las cosas que menos me gustan de mí, era muy tímido, miedoso, estaba siempre asustado de todo. Y luego hice a Studs Kirby, que era la otra parte de mi personalidad, lo contrario, un tío desagradable, agresivo, que decía todo lo que yo quería decir pero no me atrevía, así que lo ponía todo en su boca. Ambos, Junior y Studs reflejan aspectos negativos de mi personalidad. Era como una terapia. Entonces no lo veía como algo así exactamente, pero claramente lo era.

Mundo idiota y Gilipolleces, cortesía de ediciones La Cúpula.
Mundo idiota y Gilipolleces, cortesía de ediciones La Cúpula.

Junior, personaje de Mundo Idiota o Gilipolleces, vive con su madre, no sale de casa y si se acerca algún extraño se pone tan nervioso que le arroja bolas de caca para que se vaya. Lo que nos cuenta el cómic es la experiencia que vive desde que un día decide valerse por sí mismo, cómo busca infructuosamente trabajo y se mete en líos. Hay una viñeta mágica, en la que escondido en un armario junto a su casero ocultándose de unos mafiosos que han ido a matar a un huésped de la pensión —por culpa de Junior, por cierto— este descubre la amplísima colección de revistas de pornografía zoofílica que guarda ahí. Al final como era de esperar Junior vuelve a casa, se mete en la cama a comer arroz inflado y le pide a su madre que por favor no apague la luz de su habitación por la noche. En su día Bagge contó que se le ocurrió la idea de dibujarlo después de que un amigo suyo imitara a Donny Osmond defendiendo su virginidad en un programa de televisión. Por cierto, de Junior aprendimos un gran eufemismo para vomitar: «conducir el bus de porcelana».

Otro de los personajes estrella que tenemos entre estas páginas seminales es Studs Kirby, un locutor radiofónico de los que «dicen las cosas como son, sin miedo al qué dirán los biempensantes y los buenistas». Todos conocemos el fenómeno en la piel de toro, no hace falta dar nombres para comparar. Pero hay historietas de este hombre que deberían enseñarse en los colegios, como una contada como un plano secuencia de Berlanga que transcurre entre lo que tarda en cortar el césped de su casa, llamar a sus amigos para hacer una barbacoa, que no vaya nadie y comerse toda la carne él, emborracharse solo, acabar ciego escuchando a Brenda Lee y coger, completamente ebrio, su subfusil para ir a asesinar a un crítico musical que publicó años atrás una reseña diciendo que la intérprete de «Sweet Nothings» o «I’m Sorry» ya no tenía feeling. Qué colegios, donde deberían llevarlo es a la ópera y con música de Wagner.

Mundo idiota y Gilipolleces, cortesía de ediciones La Cúpula.
Mundo idiota y Gilipolleces, cortesía de ediciones La Cúpula.

También es un despelote la historieta que abre el octavo y último álbum de Mundo Idiota, tal y como se publicó en Brut Comix, sobre las Spice Girls. 8 de agosto de 1998, concierto de las Spice y Peter Bagge que estuvo allí con sus hijas como un fan más, aunque en su caso, como los demás padres, iban con prismáticos para ver a las chicas:

No es que fuese fan de ellas y las siguiera, ¡es que no podía escapar! Pero aunque no fuera un verdadero fan, realmente adoro a las Spice Girls. Eran muy divertidas.

Bagge tampoco es muy políticamente correcto cuando rememora episodios de bullying en su infancia; episodios que sufrían otros niños, no él. Lo más pacífico tal vez sean las historietas de Chet y Bunny, un matrimonio incapaz de relacionarse con nadie que no sean ellos mismos. Y mención aparte merecen las aventuras de Culodado y su compañero Botellas Bebedizas, una pareja inseparable puesto que solo él en el mundo posee las dimensiones de laringe necesarias para alojar el tremendo falo del otro.

Mundo idiota y Gilipolleces, cortesía de ediciones La Cúpula.
Mundo idiota y Gilipolleces, cortesía de ediciones La Cúpula.

Entre estos cómics perdidos de la mano de dios en el underground americano, entre esta catarata de personajes, apareció la Familia Bradley; una familia disfuncional en la que todo eran broncas y donde nada tenía un final feliz, al contrario de lo que ocurría en Los Simpson, que son prácticamente coetáneos aunque un pelín posteriores.

En los Bradley todo son peleas entre hermanos prácticamente a muerte, mientras todos maltratan a la madre, que está esclavizada en un modelo de familia concebido desde un exquisito y contundente machismo. Pero no todo es agresividad, también tenemos el descubrimiento del rock y las primeras borracheras de un adolescente por parte de un quinceañero Buddy. La tribu de los Bradley y Aquellos odiosos años, títulos de los dos tomos que sacó La Cúpula sobre esta familia, eran corrosivos. Desalentadores, todo terminaba mal; todo eran gritos. Y esto era solo la antesala de la gran obra balzaquiana del cómic de nuestro tiempo —solo le faltan trompetas a esta frase—, Odio. Aquí la saga continuaba a modo de spin-off, con la emancipación de Buddy tras huir de su familia y refugiarse en el Seattle del incipiente grunge.

Las primeras entregas de Odio siguen siendo el cómic más popular que he dibujado. Esos primeros números se siguen vendiendo hoy en día mejor que cualquier otra cosa cosa que yo haya publicado. Creo que su calidad reside en su oportunidad, en el momento en que apareció, justo cuando todo ese negocio de la Generación X y el grunge echaba a andar.

Aunque no creo que a los que lo lean ahora les importe mucho. Creo que el lector de cualquier época se identifica con Buddy porque tenía veintipocos años y empezaba a vivir por su cuenta. Solo por le edad. Porque la gente que lee cómics, como yo, sigue estando en esa edad mentalmente. Y luego está ese triángulo amoroso entre él y dos chicos, esa tensión sexual le encanta a la gente.

Odio, cortesía de ediciones La Cúpula.
Odio, cortesía de ediciones La Cúpula.

«¿Por dónde comenzar a contar la historia de cuán grande puede ser un amor?» —rezaba la primera viñeta del capítulo «Odio a primera vista»— «… bueno, ¿qué tal con una perspectiva de Buddy inspeccionando su deteriorado físico en el espejo del baño?». Así se iniciaba el mencionado triángulo amoroso entre Buddy, Val y Lisa. Un romance histórico. Y los secundarios no eran menos trepidantes. George Cecil Hamilton Tercero, un compañero de piso negro que vivía encerrado en su habitación hinchándose a lecturas sobre ovnis y conspiraciones gubernamentales; consumidor de telebasura con la excusa de averiguar los mensajes que envían a la audiencia, que se metía Big Macs como si fuesen pipas porque, tras una investigación personal, había averiguado que contenían más subproductos de soja que de ternera, lo que los convierte en una comida saludable.

Butch, el hermano pequeño que recibía las palizas de Buddy, también aparece ya de mayor. Su evolución es de sota, caballo y rey: es alcohólico y ultraderechista, expulsado del ejército por borracho. Y Apestoso, un donjuanista drogadicto que, en el tomo tres «Los ídolos del grunge», protagoniza la que podría ser la mejor historia de Odio. Monta un grupo de rock, Leonard y los Dioses del Amor, con canciones como «Rock and roll en el campo de exterminio» y el estribillos del palo de «Yo grito, tú gritas, todos gritamos por la heroína». Por supuesto, son un éxito total en la escena de Seattle. A los grunges les encantan. Apestoso, gracias al grupo, se convierte en el dios de Seattle, y por extensión Buddy, que se ha convertido en su manager, puede follarse todo lo que se le ponga por delante.

Odio, cortesía de ediciones La Cúpula.
Odio, cortesía de ediciones La Cúpula.

Las groupies se prostituyen con Buddy solo por entradas de los conciertos. El retrato, en definitiva, del mundo del rock, de sus fanzines, sus circuitos, los fans y los músicos, es el de una gran farsa patética como pocas. Si te gusta el rock, cada viñeta te entrega en los brazos de Chopin, pero también te mata de risa.

Las generaciones actuales no me parecen muy diferentes. Tener veintidós años siempre es lo mismo. Solo cambia que con el paso del tiempo parece que la gente está creciendo más lentamente. En Estados Unidos, los treinta son los nuevos veinte, especialmente entre los hombres. Incluso los que tienen cuarenta actúan como si estuvieran en la universidad. Pero cualquier persona con veinte años respondería ahora de forma muy parecida a la de Buddy Bradley a las situaciones que la planteaba la vida hace veinte años.

Pronto surgió el interés de la MTV por llevar toda esta jauría a la televisión. Uno de los múltiples desengaños de Bagge, que al final no pudo ver cómo el proyecto llegaba a buen puerto. Aunque eso es lo que habíamos leído, luego en persona no parecía muy disgustado.

No solo en MTV, también he trabajado para HBO y FOX y MTV en proyectos que ellos llaman «en desarrollo». Me pagan por escribir el guion de un piloto, hacer el diseño de personajes y cosas por el estilo. Pagan muy bien. Pero los ejecutivos de estas Networks no dieron la luz verde para emitirlo. En televisión todo show que ves tiene detrás cinco o diez proyectos que no han llegado a salir, que no han podido superar el último obstáculo. Con MTV me ha pasado dos veces y con HBO y FOX una. Todavía estoy desarrollando una versión animada más de Odio, veremos qué pasa.

El papel y la pantalla son diferentes, pero no tanto. Una historieta mía en cada número era casi tan larga como un episodio de televisión. Una historia de veintidós páginas era un programa de televisión de dos minutos. El diálogo tiene que ser más conciso y los chistes tienen que pillarse más rápido. Es diferente, sí, pero no tanto

Cuando hice una versión de Odio para MTV querían el personaje del joven Buddy, con sus veinte años. Pero HBO luego quería uno más viejo, cuando años más tarde abre su propio negocio. Y con Fox querían al adolescente, cuando vivía con los Bradley con quince o dieciséis años. El típico espectáculo familiar como todos los programas de dibujos animados de la Fox.

Pero es muy habitual que a los dibujantes y escritores nos pase quedarnos a un paso. Cuando pillas un presupuesto para uno de estos proyectos te caen cincuenta mil dólares. Es gracioso, mi negocio es «no hacer televisión».

Sin embargo, la grandeza de Odio no quedó ahí. Como dice su autor, hay un Buddy adulto. Para mi gusto, es el mejor. Cuando vuelve a Nueva York, se titula ¡Miedo y asco en Nueva Jersey! y por primera vez era en color. Un detalle en principio poco importante pero que despertó su legión de detractores.

Yo siempre quise hacer mis cómics en color, pero en los viejos tiempos, antes de Photoshop, era muy difícil y caro. Una vez que se hizo económicamente factible no veía el momento de cambiar a todo color. Me sorprendió que mucha gente dijera que no le gustaba, pero también por esas fechas ningún cómic alternativo era en color. Ahora los ves en todo tipo de cómics, no parece que esa polémica vaya a seguir siendo un problema nunca más. De hecho, ahora la gente es más propensa a quejarse si hago algo en blanco y negro. Se han acostumbrado al color.

En Nueva Jersey Buddy se encuentra con todos los viejos colegas, ahora más mayores, pero igual de infantiles y alcohólicos. Pronto trata de distanciarse y hacer algo productivo, para variar, y monta una tienda de objetos de nostalgia con un amigo, Jay, que, bueno, tiene un problemilla con la heroína.

Odio, cortesía de ediciones La Cúpula.
Odio, cortesía de ediciones La Cúpula.

Es interesante cómo van recuperando juguetes de cuando eran pequeños, todo tipo de antiguallas por las que una persona que pueda recuperar al tenerlas en sus manos un leve recuerdo de su infancia, explica Jay en un monólogo, pagaría una pasta indecible. Por otra parte, la novia de Buddy, Lisa, de repente se siente realizada cuidando de su suegro, que está en las últimas, y establece con él una relación más íntima que con su pareja. Buddy, cada vez que lo ve, tiene ganas de vomitar. Pero no podemos extendernos. Se trata de un culebrón. Digamos solo que lo que sigue en los cinco tomos posteriores son muchas, muchas borracheras en un aburrido barrio residencial, cuernos, cambios de orientación sexual repentinos y soledad, mucha tristeza y miseria a punta pala. Pero oye, al final de la historia, Buddy tiene más suerte que sus compañeros de generación grunge y monta su propio negocio como dios manda… ¡Consigue un vertedero en propiedad!

Después, en 2002 Bagge irrumpió en el mundo de los superhéroes de Marvel, que nunca le había interesado demasiado, la verdad sea dicha. Dibujó un Spiderman, «El megalómano», cuyo tío Ben era un ludópata que moría asesinado por su prestamista y Peter Parker un neurótico obsesionado con el negocio de explotación de la imagen del Hombre Araña.

Fue el Spiderman que menos vendió de toda la historia, pero fue el cómic mío que más lo hizo [risas] Pero para Marvel fue un desastre.

Spiderman, cortesía de Marvel.
Spider-Man, cortesía de Marvel.

Lo siguiente que nos llegó a España, con un síndrome de abstinencia difícil de soportar, fue Sudando tinta. La redacción de elaboración de una tira cómica, «Freddy el Hurón». Va sobre la vida laboral de los «negros» que dibujan el personaje a Mel Bowling, creador original de la serie, el que la firma y se lleva la pasta, y un fachorro de cuidado.

En 2005 Bagge volvió a las historias largas. Apocalipsis friki fue una novela gráfica sobre un parado y un informático alienado por su curro y las jornadas laborales extenuantes en la asquerosa oficina que tienen que sobrevivir a la intemperie en la montaña tras una hecatombe nuclear. Es la clásica historia postapocalíptica, género del que hay cientos de películas, pero con el clásico humor patético de su autor que se ceba con dos personajes urbanitas obsesivos, egoístas y maniáticos. El punto fuerte es cuando uno de ellos da con un campamento de supervivientes lesbianas que le acogen, pero ha de vivir en la caseta del perro. Todo lo demás, tiros, muerte, destrucción y más risas.

En 2010 apareció Other Lives, una novela gráfica casi, casi equiparable a Odio. Bagge decidió meterle caña al incipiente mundo de las redes sociales y toda la tontería que llevan asociadas. El punto débil es que no se centró en Facebook, que cuando decidió dibujarlo todavía no debía ser tan hegemónico, y el fuerte es que lo hizo en Second Life, aquella pretenciosa red social en la que los usuarios tenían islas e iban volando de unas a otras. Llegaron a denunciarse violaciones en este «ciberentorno». En 2007 el diario El País anunció que Llamazares dio el primer mitin en esta red social. Decía «Noventa personas asistieron, el equivalente a diez mil en la vida real». ¿No suena patético? Pues así es este enredo de bajas pasiones en el que las personas más normales ocultan una existencia oscura, y muy patética, tras sus avatares en las redes. El desarrollo es trepidante y el desenlace final una explosión de carcajadas.

Me di de alta en Second Life. Al principio me hice un avatar muy soso, como de veinteañero blanco, con ropa sencilla, vaqueros azules y jersey y zapatos negros. Pero luego, cuando pude ver todo lo que se podía cambiar, me dio por ver qué pasaba si me ponía el color de la piel negro manteniendo las mismas ropas. ¡De repente ya nadie quería hablar conmigo! [Risas] Así va esto.

La gente cuando se mete en internet tiene una personalidad muy diferente. Podría estar hablando con alguien a quien conozco desde hace años y que me parece muy majo y agradable, pero luego cuando se mete en internet es una persona horrible, odiosa, alguien a quien nunca querría conocer. Es extraño pero está dentro de la gente, cuando se sienta delante del ordenador ocurre, les sale esa vena. Luego se juntan cuatro amigos, de cuatro pasan a diez y sus personalidades irremediablemente chocan. Esa fue la idea, lo que quería reflejar en Other Lives.

Other lives, cortesía de ediciones La Cúpula.
Other lives, cortesía de ediciones La Cúpula.

Bat Boy en 2011 fue un respiro, una vuelta a la historieta corta, sobre un niño murciélago al que el ejército americano encarga la misión de encontrar a Bin Laden. Es el famoso niño murciélago que sacara en portada el diario Noticias del Mundo en aquel ejemplar con la noticia de que la cara de Chiquito se había aparecido en un jamón. Las historietas de Bagge, publicadas originalmente en el diario Weekly World News, son las más delirantes que ha dibujado. Al nivel de los personajes de Mundo Idiota. La mayor locura es cuando el pequeño niño murciélago llega a presidente del Gobierno y nombra de ministras a sus artistas pop favoritas, Lindsay Lohan, Christina Aguilera, Hilary Duff, Beyoncé… Lo mismo que a Bagge le gustaban las Spice Girls, nos preguntábamos si un amante del pop como él había tenido los arrestos de mantenerse fiel al género hasta estas alturas del siglo, si había seguido la línea entre los teen-idols y grupos de chicas de los sesenta hasta las Britney Spears de hoy.

Es que eran muy divertidas. Con Bat Boy introduje teen-stars como Lindsay Lohan, Hillary Duff y Beyoncé porque mi hija todavía era una teenager y era muy fan de ellas. Iba a ver sus películas y compraba sus discos, de modo que yo estaba muy al día de sus andanzas. Sencillamente porque vivía con alguien obsesionado con ellas. Al principio todo era una coña. Dibujé a Lindsay Lohan cometiendo crímenes y terminando en la cárcel… pensaba que era muy gracioso, ya te digo, pero luego en la vida real ¡terminó en la cárcel! [Risas]

Ahora creo que me estoy volviendo viejo y mi hija se está haciendo mayor. Ya no presta atención a esta música. Yo no te podría dar el nombre de una canción de Katy Perry, pero cuando escucho una pienso que suena igual que los discos que mi hija estaba comprando hace diez años: los de Britney Spears. Y cuando miro quién produce las canciones de Katy Perry, compruebo que es exactamente la misma gente, todos esos tíos suecos. Están reescribiendo las viejas canciones y dándoselas a los nuevos teenyboppers. En los ochenta, cuando yo era joven, no era así. Veías arte, una película, y era algo que no habías visto nunca antes. Cuando escuchaba un LP, pensaba que nunca antes había escuchando nada igual. Esa sensación con la música ya no la tengo desde hace mucho tiempo. La última vez creo que fue con la llegada del rap. Desde entonces todo me suena familiar. Unas cosas a Motown, otras a los Beatles

Los seguidores fieles de Bagge ya sabíamos que su ideología no era homologable a lo que cabría esperar de alguien que proviene de la contracultura, que ha visto como sus compañeros de viñetas sufrían la censura y que ha criticado con tanto ímpetu todo lo que se menea. Ya hubo una historieta irónica en un Víbora, autobiográfica, titulada «Por qué no le damos al fascismo una oportunidad», que en los tiernos noventa nos dejó a todos confusos. En su siguiente lanzamiento, «Todo el mundo es imbécil menos yo y otras agudas observaciones», desarrolló su pensamiento político sin cortapisas. Eran reportajes para la revista Reason realizados en cómic. Como los del gran Joe Sacco o los de Guy Delisle. Que cada uno juzgue las historietas según sus ideas. Habla del mundo swinger, defiende la legalización de la marihuana, critica la economía especulativa asociada al timo del deporte profesional, hasta ahí bien, lo mismo que se marcaba una defensa de la libre circulación de armas. Ahí los europeos nos quedamos helados. Por eso le preguntamos especialmente por este asunto.

Soy un libertario. Podrás leer que estamos en contra del Gobierno, pero no es así. Antigobierno significa que eres anarquista. Un anarquista no cree en el Gobierno, pero un libertario sí. La idea es que el Estado tenga menos poder en nuestras vidas. Menos regulación y permitir que la gente se cuide de sí misma, especialmente, cuando se trate de víctimas y crímenes. En primer lugar, creo que la gente debe poder hacer lo que sea para protegerse a sí misma. La gente no es del mismo tamaño, si un hombre grande ataca a una mujer diminuta, ella no puede hacer nada como no sea sacar una pistola. Por eso las llaman «el gran equalizer». Porque en el hecho de tener un arma no hay una víctima. Hay una víctima si tú asesinas a alguien, pero yo estoy en contra del asesinato. En contra del asesinato tanto si es con veneno, como con un cuchillo o atropellado con el coche. Pero nadie habla de prohibir los coches aunque mates a alguien con uno.

Comprendo el problema que supone que la gente tenga pistolas porque sé el daño que pueden causar. Entiendo lo de «si no hay pistolas, el daño desaparece». Pero la realidad es, no solo en America, sino en todo el mundo, que la tasa de homicidios está descendiendo. Las armas no crean un aumento de la tasa de asesinatos, de hecho, causan lo contrario, la gente más grande se lo piensa dos veces antes de atacar a una pequeña.

Y otro aspecto sobre la prohibición de las armas es que da más poder al Estado, a la policía. Me quedo impactado cuando oigo a la gente decir que solo la policía debe llevar armas. ¿Estáis bromeando? Entonces el Estado tendría el completo control sobre el resto de la gente. En Estados Unidos, por cada policía que es disparado, la policía ha disparado a diez personas. No son así todos los policías, pero en este país la policía ha llegado a estar completamente corrompida. Al final necesitamos armas para protegernos del Estado en su forma de policías.

Por otro lado, todas las armas son agresivas, odio el término «arma de asalto» porque todas las armas son de asalto. En el momento en que has disparado a alguien ya lo has asaltado. La gente siempre habla de que America tiene una tasa de asesinatos más alta que otros países occidentales comparables, pero donde la tasa de asesinatos es astronómicamente superior es entre las comunidades afroamericanas. Son jóvenes negros matando otros jóvenes negros en índices astronómicos. Es cultural, es horrible, una crisis nacional, pero es así.

Sin embargo, la gente de otros países ve las películas donde los americanos van por ahí disparando como locos. Yo nunca he visto a nadie disparando desde un coche, por ejemplo. Personalmente, no conozco a nadie que haya sido disparado jamás. Mis amigos y yo nos disparábamos con BB Guns cuando éramos pequeños, pero si quitases las tasas de asesinato de la comunidad negra el índice de asesinatos sería igual que en Europa occidental.

En este país la prohibición del alcohol hizo que la mafia creciera hasta hacerse enorme. La gente seguía bebiendo, pero el dinero lo hacían los gánsters. Mucha de la violencia que padecemos está relacionada con el tráfico de drogas. Hay mucha violencia que tiene que ver con que jóvenes negros, adolescentes, están luchando para vender droga a los jóvenes blancos de veinte años. Si tú has hecho un buen dinero vendiendo hierba en una esquina y al día siguiente vuelves y hay otro tío en esa esquina, le metes un tiro. Y la forma que tienen de disparar es de todo menos técnica, es la que ven en las películas. Pegan tiros mientras corren y le dan al que quieren disparar, pero también al pobre hombre que está detrás en un Starbucks con su portátil. Legalizar la droga serviría para eliminar los crímenes derivados del tráfico de drogas.

Siempre se habla de estereotipos cuando se habla de Estados Unidos. Si preguntas a la gente si ha sido alguna vez amenazada con un arma de fuego la respuesta suele ser no. Son generalidades. No se habla de dónde está la violencia realmente.

Por eso todo lo que digo en «Todo el mundo es imbécil menos yo» es liberal en un sentido estricto: abierto de mente y que apuesto por la libertad. Hace cien años que se definió a los liberales, pero ahora se les asocia con un ámbito neocon. Estos nuevos liberales estarán de acuerdo con muchas de las cosas que digo ahí, pero en muchas otras no.

Últimamente la gente me pregunta si creo que estoy perdiendo trabajo por mis puntos de vista políticos, que mucha gente podría contratarme pero que luego se echaría atrás al toparse con mis opiniones libertarias. Porque si preguntas a alguien de izquierda te dirá que los libertarios somos de derechas, pero si le preguntas a los de derechas te dirán que ellos no son libertarios. Todo el mundo se nos aleja. Existe ese tipo de libertario cowboy del campo y luego están los de las ciudades, como yo. Vivo en Seattle, que es una ciudad muy liberal de izquierdas, pero me siento cómodo porque me encanta el matrimonio gay, tengo montones de amigos gais y me encanta servir vino blanco y hablar de la última película de Woody Allen [risas]. Y por ejemplo, yo no tengo ningún arma. Los libertarios del campo me llamarían a mí «cosmotarian», libertario de gran ciudad. Pensarían que soy patético por no tener la oportunidad de disparar un arma.

Su penúltimo envite llegó en 2013 con Reset. Una novela gráfica de ciencia ficción sobre una máquina que permite revivir el pasado. El conejillo de indias es un actor venido a menos que ha terminado en el reality La isla de los gilis y de ahí a terapia para conductores borrachos. Captado para el experimento por una casualidad en plena rue, y porque necesita dividendos, cuando se somete a la máquina todo su regreso al pasado se reduce a volver al día en que una tía buena del instituto lo llamó «atontao» sin motivo aparente, él no se atrevió a preguntar por qué y ese pequeño gesto lo atormentó toda la vida. Ya saben la fórmula: patetismo, patetismo, patetismo y vuelta a empezar.

La idea era mostrar algo que toda persona hace al menos una vez en su vida, pensar que si tuviera una oportunidad de volver a vivir mi vida lo haría de forma diferente si supiera lo que sé ahora.

Todo el mundo es imbécil menos yo y otras agudas observaciones, cortesía de ediciones La Cúpula.
Todo el mundo es imbécil menos yo y otras agudas observaciones, cortesía de ediciones La Cúpula.

Y lo último que ha llegado a las librerías es La mujer rebelde, la historia de Margaret Sanger, la biografía de una feminista estadounidense. Es un retrato humano, en el que el autor no elude las inseguridades y defectos de la protagonista, pero también sabe dimensionar adecuadamente el mundo de limitaciones en el que vivió, cómo decidió romper moldes y el valor que demostró defendiendo causas entonces casi imposibles, ahora tan comunes como la higiene sexual y los métodos anticonceptivos. No es un cómic abrasivo como en otras ocasiones, pero se disfruta. Porque desde que dejó Odio Bagge no ha repetido formato, se reinventa continuamente y uno disfruta de su genialidad en libertad, aunque no falte quien desee que vuelva a lo mismo per secula seculorum, pero ya sabemos qué clase de fans son esos.

Aunque sea en un formato que sigue siendo minoritario como es el mundo de la viñeta, Peter Bagge es uno de los artistas más originales de los últimos veinticinco años. Yo, personalmente, no sabría citar algo mejor que Odio entre cómics, series, películas y discos, con lo que me haya cruzado en la vida. También son buenas las dos grandes lecciones que arroja la lectura todas sus obras de ficción: la inteligencia es un bien escaso y la estupidez, especialmente la masculina, es infinita. Los reportajes políticos ya son otro cantar. En todo caso, al hombre que nos lo trajo a España, Hernán Migoya, al que no conozco más que de leer su nombre en letras impresas, quiero darle las gracias. Es increíble lo difícil que era el acceso a la cultura antes de internet si no te guiaba alguien, e incluso así. Y por último, quiero recomendar el consumo de tebeos, único género visual en el que absolutamente todo es posible, para que sigan surgiendo más, al menos gracias a ese filón que es el formato de la novela gráfica, como ya nos advirtió Paco Roca en estas páginas, aunque la piratería obligue una vez más a reinventarse.

A medida que la gente se hace mayor o envejece tiende a leer menos cómics. Cuando uno se casa y tiene hijos ya no tiene tiempo de ir a la tienda de tebeos. Pero con el desarrollo de la novela gráfica sí que están aumentando los lectores de más edad. Con la venta del cómic como libro, no como revista. Parece que es menos vergonzoso para una persona mayor. Incluso yo, a medida que pasan los años, suelo leer cosas más serias. El último par de libros que he pillado eran de no ficción. Y el hecho de que las novelas gráficas se editen como libros sirve para que aparezcan en las librerías, donde están expuestos a lectores de mayor edad. No obstante, el precio de los libros sigue subiendo. Especialmente el de las historietas. Y la gente se va a leer todo en el ordenador, leen las versiones digitales de todo. Cada vez es más común. Parece que ahora la gente está leyendo mi trabajo de esa manera.

Portada del 7pulgadas de Hellacopters Down Right Blue / Thanks for Nothing (1999) dibujada por Peter Bagge. (Más portadas de discos del autor aquí)
Portada del 7 pulgadas de Hellacopters Down Right Blue / Thanks for Nothing (1999) dibujada por Peter Bagge. (Más portadas de discos del autor aquí)

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8 Comments

  1. Pingback: Peter Bagge, el dibujante de cómics que, afortunadamente, me amargó la adolescencia

  2. Larga vida al Comic/tebeo/banda diseñada o como quieran llamarlo ahora …y larga vida a articulos como estes

    tengo que decir que me falta mucha cultura del comic…por lo tanto este autor se me escapa, pero lo apunto…

    Un saludo!

    • Álvaro Corazón Rural

      Tengo que decirte que me das envidia. Lo que daría por poder descubrirlo de nuevo, así, sin saber nada!

      • Yo mismo

        Estás de coña, desde luego…¿Pero por qué, casi siempre que se habla de comics en Jot Down, es para hacerlo de dibujantes que son una ramera defecación?

        • Sergi

          Para que vengan notas como tu a poder quejarse de los gustos de mierda de los demás.

          Odio lo tengo empezado y me gustaría terminarlo un día. Fui adolescente a finales de los 90 y, aunque no fui grunge ni nada de eso, con pocos personajes me siento tan identificado como con el gilipolllas de Buddy.

  3. Pablo Domenech

    Me gustaría repetir, por primera vez en la red, mi crítica al concepto de novela gráfica. Es, un cómic, lo único que cambia es el formato de publicación. Como si la pintura de un fresco fuera otro arte, o como si un disco de pop fuera menos música que una sinfonía de Mozart tocada por una orquesta sinfónica. Creo que es una estupidez avergonzarse por consumir cualquier tipo de arte.

    P.D.: Artículo genial. Soy aficionado al cómic underground y, aunque incidentalmente me he cruzado con Bagge, lo incorporo a mi bagaje y mis próximas lecturas

  4. Carmiña

    ¡El que dibujaba que te cagas, en el buen sentido, era Harold Foster! Y Alex Raymond tampoco era manco. Pero este Peter Bagge, sencillamente hace cagar y punto.

    • Los de la vieja escuela sois unos brasas de cuidado, en serio. No hay artículo de cómics en los que no deis el coñazo con los «grandes maestros de antaño», aunque por género, por estilo, por procedencia o por generación, no sean comparables con el autor que se trata en el artículo.

      A ver si os tomais la pastillita y os acostais ya.

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