«Ich bin ein Berliner» dijo John Fitzgerald Kennedy en 1963 desde el balcón del antiguo ayuntamiento de Berlín. ¿Y saben una cosa? Tenía razón. Porque una vez pones el pie en el viejo continente, eres berlinés. Yo lo soy y ustedes lo son y todos lo somos. Porque Berlín es el centro y el nodo. Es la fuente y la base de la cultura urbana europea.
Porque Berlín es la capital de Europa.
Pasó mucho tiempo desgajada en dos cápsulas tan simétricas y tan ajenas que acabaron siendo un símbolo del siglo XX; pero cuando las burbujas se diluyeron y se mezclaron y Berlín se abrazó a si misma, la ciudad nos dijo que lo del año 2000 era mentira. Que el mundo acababa de entrar en el siglo XXI.
Berlín nos empujó propulsada por motores que nacían en los museos y las exposiciones. En edificios históricos y construcciones hipertecnológicas. En Bertolt Brecht y Herta Müller. En el rock y el techno. En el cuero y el queer. Y en cada bar y cada grafiti y cada piedra de cada una de sus calles.
Mitte, el mito y el corazón
Berlín es el centro y, hasta hace un siglo, Berlín solo era el Mitte —literalmente, el centro—. Ahora, el centro es tan grande que ocupa hasta trece barrios. Al este, el barrio de los museos; una isla en medio del río Spree que despliega sus brazos hacia el sur en el Museo de Historia Alemana y la antigua estación término de la línea ferroviaria Berlín-Hamburgo: el Hamburger Bahnhof Museum für Gegenwart. Es bonito imaginar a los trenes desembocando en un contenedor neoclásico para el arte contemporáneo.
Aún más al este, siguiendo al río que es casi un canal, llegamos a la Alexanderplatz, que pertenece tanto a Alfred Döblin y a Rainer Fassbinder como a la Torre de televisión y al Ayuntamiento Rojo —rojo de historia y rojo de ladrillos—. Y también pertenece al presente, a la parte más serena del presente. Entre la isla y la Alexanderplatz, se despliega el Hackescher Markt y los veintisiete mil metros cuadrados del Hackesche Höfe: ocho patios interconectados que se abrían al cielo sobre los ciudadanos del Berlín oriental y que ahora mira a todos los berlineses. Nos mira a todos.
Al final, en la Auguststraße, nos encontramos con la parte más divertida del pasado que ha corrido hasta nuestro futuro. Es la Clärchens Ballhaus: cafetería, restaurante y, como su letrero dice, sala de baile entre espejos que llevan allí desde 1913. Desde Marlene Dietrich y Kurt Weill.
Si caminan un poco más por la Auguststraße, deberían entrar en The Barn, donde sirven el que es posiblemente el mejor café del Mitte. Aún más al norte llegamos al viejo cine Delphi que, como la Clärchens Ballhaus, lleva en pie desde antes de la guerra. Construido en el 29, su fachada entre el art-decó y el racionalismo resistió el bombardeo aliado y, con un breve paréntesis, ha mantenido su actividad hasta hoy. Es uno de los pocos cines de Alemania, quizá del mundo, que aún pintan a mano los carteles de las películas que proyectan. No pudo ser, porque estaba en el este, pero seguro que los berlineses habrían disfrutado allí del Uno, Dos, Tres de Billy Wilder acompañado de una Coca-Cola de 1961.
En el oeste, en el nuevo Mitte se levanta el nuevo Reichstag. Un centro, un vórtice desde el que Berlín se arremolina con todos sus cristales intactos. También se levanta la Puerta que miraba al este y, un poco más al sur, la Potsdamer Platz, que mira al gran plano de la Neue Nationalgalerie levantada por Mies van der Rohe en 1968, cuando Kennedy ya no era ni berlinés ni americano.
Kreuzberg, un baño en el centro de la modernidad europea
Si alguna vez, tras una caminata urbana o quizás al acabar una noche de las largas, se han comido un döner kebab, sepan que se lo tienen que agradecer al Kreuzberg, porque allí se inventó a mediados de los setenta. En esa época, el barrio era tan distinto como los dos lados del Muro. Ahora, los berlineses le llaman —le llamamos— sencillamente X-Berg. Y es que si Berlín es un motor, el encendido de ese motor chispea en un barrio poblado por alemanes, turco-alemanes, judíos alemanes y alemanes llegados desde cualquier punto y momento del globo. O sea, por berlineses.
El X-Berg corre entre la Oranienstraße y la Bergmannstraße, al sur del Spree, y sus calles y sus tiendas y sus negocios marcan la tendencia mundial. No en vano, es uno de los enclaves europeos donde más start-up tecnológicas han abierto en la última década y hay un buen número de locales que aceptan el bitcoin como moneda de pago.
En el X-Berg nació el döner kebab, pero también nacieron las tiendas abiertas hasta las tres de la mañana, que los berlineses llamamos spätis. Porque en el X-Berg comemos kebabs en sus decenas de puestos callejeros, pero también vamos al Curry 36 de la Mehringdamm a por una currywurst, picante, india y berlinesa. Y cuando buscamos algo un poco más sofisticado, vamos al Bar Raval, que Daniel Brühl abrió en 2011 junto al parque Görlitzer. Un local tan alemán como Brühl y tan barcelonés como Daniel.
En el X-Berg podemos comprar ropa de segunda mano en cafeterías como la Sing Blackbird de Sanderstraße o renovar nuestro armario más moderno y más vintage en la Voo de la misma Oranienstraße.
En el X-Berg jugamos al golf fluorescente en el Schwarzlicht Minigolf. Escuchamos jazz en terrazas junto al canal o en jardines y parques, como en el club Das Edelweiss. Cantamos indie y rap y punk y rock en el Magnet, en el lynchiano Madame Claude, con sus mesas en el techo, o en el SO36: templo de la música en directo europea desde hace más de cuarenta años. Allí han actuado desde los Dead Kennedys y Die Ärtze hasta lo más avanzado del electro contemporáneo. Y en verano, sea día o noche, nos bañamos en el Arena Club Badeschiff, una piscina cubierta y descubierta empotrada en el Spree. El Arena Club es un complejo donde, aparte de remojarnos en aguas controladas, bailamos en raves y paseamos entre cuadros, esculturas y performances. Porque en el X-Berg, incluso donde hay fiestas acuáticas flota el empuje cultural.
Porque en Kreuzberg vibra todo. Vibran las cicatrices del pasado en el Museo Judío de Daniel Libeskind y también palpita el mejor arte callejero en todos los murales de todas sus paredes. Es tal la categoría a la que ha llegado el grafiti berlinés que, hace apenas unas semanas, el artista italiano BLU decidió borrar una de sus mejores obras cuando supo que una constructora la estaba usando como reclamo para las viviendas que iba a construir enfrente.
Friedrichshain, una exposición al cielo abierto sobre Berlín
Sí, Berlín está llena de museos y galerías; y sí, el arte urbano se ha convertido en seña de identidad de toda la ciudad. Pero hay un lugar donde la ciudad es lienzo, es Friedrichshain. Enclavado al norte del río, junto a Kreuzberg, barrio con el que forma co-distrito, las calles de Friedrichshain aún respiran la atmósfera okupa de los ochenta. Ahora también hay parques y plazas tranquilas como Boxhagener, por las que caminar plácidamente entre los árboles y las fachadas.
Pasear por Berlín es pasear por la historia. Y la historia de Berlín está a la orilla del Spree, en los restos de la cara este del Muro que se salvaron del derribo y que corren por Mühlenstraße. Es la East Side Gallery, y a lo largo de 1.316 metros de hormigón se suceden murales y grafitis, la mayoría encargados ex profeso para la instalación y muchos de ellos convertidos en reflejo de un tiempo y un espíritu que sigue envolviendo al barrio y a la ciudad.
Claro que la historia de Berlín es también la historia del techno, desde la alianza con Detroit a principios de los noventa hasta el Love Parade que recorría la ciudad cada año hasta 2010. A pocos metros del Muro, en la antigua central eléctrica de Vattenfall abre sus puertas el Berghain, posiblemente la discoteca más importante del mundo del techno y símbolo del hedonismo y la libertad berlinesa. De hecho, en el mismo edificio se esconde el Lab.Oratory, con su decadente decoración industrial y sus laberínticas salas, que pasa por ser el local gay masculino más intrincado, más perverso y a la vez más exquisito de Berlín.
Schöneberg, el eje de la cultura gay
Porque al igual que pasa con el arte urbano, la cultura gay de Berlín es sello de la ciudad y se extiende libremente por todos sus barrios. Desde la Fetish Week, que suele coincidir con la Semana Santa, hasta el festival anual Folsom Europe, dedicado casi exclusivamente al leather. Pero todo centro tiene un centro, y el corazón LBGT de Berlín está al suroeste de la Puerta, en Schöneberg.
Alrededor de Motzstrasse y Fuggerstrasse nos encontramos con locales gay de toda condición; no solo bares de copas, sino también cines, cafeterías, restaurantes o mezclas de todo ello como el Café Berio. Y también la Prinz Eisenherz, ese príncipe tan valiente que se inauguró en 1978 y que es la librería gay más antigua de Europa. Porque histórico, verdaderamente histórico es el movimiento LGBT berlinés. No en vano, aunque la mayor parte de la población actual del barrio es masculina, Schöneberg comenzó a ser barrio gay en los años veinte gracias a las lesbianas que se reunían en sus cabarets. Las mismas mujeres que inspirarían a Christopher Isherwood para dar vida a Sally Bowles. En los mismos cabarets que servirían a Kander y Ebb y a Bob Fosse para dar nombre, atmósfera y espíritu a su formidable musical.
Neukölln, mercados bio y un aeropuerto que es un parque
En Berlín respiran decenas de parques y jardines de todo porte y superficie. Desde el boscoso Großer Tiergarten al oeste de la Puerta, hasta el monumental Treptower, un recuerdo del pasado soviético de la ciudad enmarcado en un realismo socialista ciclópeo y hierático. Con todo, el parque más curioso de Berlín es Tempelhofer, el antiguo aeropuerto de la ciudad. Construido en los años veinte y remodelado por Albert Speer durante el Tercer Reich, desde el Flughafen Berlin-Tempelhof despegaron aviones hasta el año 2008. En todos esos años también sirvió para celebrar eventos y conciertos e incluso para que Steven Spielberg metiera a Indiana Jones en un dirigible camino de su última cruzada. Ahora, el Tempelhofer abre sus pistas para que los berlineses paseemos, corramos, montemos en bici, patinemos o volemos cometas.
Junto al antiguo aeropuerto corre la Karl-Marx-Straße y se extiende el barrio de Neukölln. Los martes y los viernes, el Neukölln se convierte en un pequeño Estambul en el frente del canal, cuando el Türkenmarkt desparrama sus puestos y tenderetes de ropa, telas, cortinas y hasta alfombras, pero también de especias, carne asada, fruta fresca y legumbres.
Porque la comida, la parte más especial y a veces más oculta de la comida, define Neukölln. En Kranoldplatz abre Die Dicke Linda, el mercado con nombre de patata y cuyos productos no son únicamente bio —cultivados en condiciones de equilibrio ecológico— sino que la mayoría proceden de granjas locales. Todo Neukölln parece prestar especial cuidado en la alimentación de los berlineses: supermercados ecológicos como BioCompany o LGT BioMarkt, cafeterías y restaurantes como el encantador Roamers, situado al final de la Pannierstraße. De hecho, en el barrio podemos entrar en el primer paleorestaurante de Berlín. Y es que en el Sauvage de la Pflügerstraße se come como hace diez mil años: sin gluten, sin harinas, sin granos, sin azúcares refinados ni aceites procesados. La misma carne y el mismo pescado y las mismas frutas, verduras y raíces que poblaban Europa cuando aún no existía Europa.
Prenzlauer Berg, música en directo y también al aire libre
Los domingos soleados, a los berlineses nos gusta subir hasta el Mauerpark —el parque del Muro— en un extremo del tranquilo barrio de Prenzlauer Berg. A comprar antigüedades en el mercadillo más importante de la ciudad. A escuchar a artistas y grupos que tocan jazz y rock entre los parterres. Quizá incluso a cantar en el karaoke público y gratuito que divierte a las gradas del anfiteatro durante casi seis horas.
Por las noches preferimos que el barrio sea menos tranquilo y nos vamos al club Bassy, en Schönhauser Allee. En el Bassy se enorgullecen de que su música siempre será anterior a 1969; dirty blues, garaje punk, surf, thrash, blues y, por supuesto, rock n’ roll. Allí, entre tupés, vaqueros remangados, camisas hawaiianas y neo pinups de eyeliner desafiante, nos apetece creernos que nuestras noches son las mismas noches salvajes que Iggy Pop y David Bowie pasaron en Berlín.
El 26 de junio de 1963, el presidente Kennedy dijo que era berlinés. Nosotros también los somos, porque nos gusta el art decó y la arquitectura de vanguardia. Porque nos gustan las fotos de Helmut Newton y los grafitis en murales del tamaño de edificios. Porque nos gusta patinar por aeropuertos que son parques. Porque nos gusta comer kebabs y salchichas y alimentos sin pesticidas o ni siquiera procesados. Porque nos gusta la ropa moderna y la de segunda mano. Porque nos gusta el rap, el techno, el punk, el indie y el rock. Porque nos gusta ser heteros y gays y lesbianas y transexuales. Porque nos gusta Wenders y Fassbinder y Bowie y Dietrich y Daniel Brühl. Y porque nos gusta bañarnos bajo el cielo del centro de Europa. Sí, somos berlineses.
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Una de mis ciudades favoritas. Me importa un carajo que sea gris y esté endeudada. Es más ciudad que otros muchos «centros del mundo» juntos. A pesar de las moderneces y hipsteradas. A pesar de las autopistas que tiene como calles y que hace que en febrero se te congele el alma. Siempre pasa algo bueno en Berlín cuando se va. El que no lo vea, que no vuelva. Tampoco es que lo merezca
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Cuando ya se me estaba olvidando por qué vivo en Berlín, ha llegado Pedro para recordármelo. La ciudad alemana menos alemana de Alemania, con su centro cultural de un valor histórico incalculable, esas diferencias entre los barrios que van desde el lujo y la opulencia de Ku’damm, pasando por el agitado y turístico Mitte hasta llegar a la zona más hipster y bohemia, pero también adueñada por los fanáticos de la electrónica, de F’hain. Ojalá pudiera traer el sol levantino a la gélida y encapotada Berlín…
Una delicia volver a Berlín de manos de este artículo. Sólo he echado en falta alguna referencia al placer de desayunar en Berlín, como en el Bastard (en Kreuzberg) o en el café Rix (en Neukölln)
El aeropuerto de Tempelhof no lo construyó Albert Speer. No queda en Berlín ningún edificio suyo.
http://www.dw.de/nazi-past-lives-on-in-berlins-buildings/a-1575988
Muy bonito como has captado la esencia de la ciudad, aunque Berlín es tan mucho más que es difícil de explicar.
Saludos desde Kreuzberg.
Berlín es una de esas ciudades en las que me gustaría vivir alguna vez en mi vida. Fue mi primer viaje al extranjero, la elegí porque siempre he tenido fijación por Alemania. Y qué bien hice porque, como bien menciona el autor del reportaje, Berlín es la capital de Europa, su esencia y el paradigma urbano. Me apasionan las ciudades, física y sociológicamente, será porque nací en un lugar lejos de todo, aburrido y mucho más gris que Berlín, pero un gris que no pintan las nubes. Berlín es la ciudad a la que siempre quiero volver. Cuando la pisas sientes algo difícil de describir con palabras. Ich liebe Berlin!!
Pero publicad el comentario de malote, so mierdas.
Yo fuí berlinés unos años, cuando me fuí de allí casi lloro con la desconocida que me tocó sentada al lado en el avión. ¡¡Qué gran ciudad!!, y bien reflejado su espiritu en este recorrido, la gran metrópolis mutante.
A Berlín no se puede volver, porque cambia a su propio ritmo y con cada nueva primavera es una ciudad diferente y son muchas mezcladas.
¡¡Larga vida a Berlín!!
Si no se mencionan las putas de Oranienburger Straße cualquier artículo sobre Berlín se quedará cojo.
Vivo en Berlin, adoro esta ciudad pero el articulo me parece una hipsterada que asusta. Si no viviera aqui y leyera este articulo posiblemente no me apeteceria visitarla. Tanta tendencia, tanto rollo cool, tantas modernidades, tanto referente mundial, centro del universo….que quieres que te diga esta ciudad, me parece mucho mas sencilla que todo eso y eso es lo que la hace especial. Por cierto el simple hecho de mencionar el infame Bar Raval, acaba de hundir el articulo. Fui unas cuantas veces a ver los partidos de futbol del FCB y el nivel del servicio y el precio (carisimo comparado con el estandard de Berlin) lo convierten en el peor de los que he visitado.
Tienes bastante razón con el palabro de hipsterada. No es para tanto.
Como en casi todas las grandes ciudades la convivencia es dura y desabrida.
Berlin tiene a su favor su gran amplitud espacial y en contra sus vacíos, lejanías y desamparos. Es una ciudad traumatizada y con cicatrices urbanas irreparables. No es una ciudad grata. Tan ingrata como París o Madrid y muchísimo mas que Londres.
Cielo gris, viento, frío, alemanes ariscos… Me gustaron más otros muchos sitios. Pa gustos, los colores.
La verdad es que el artículo está lleno de tópicos, y algunos errores, como decir que el garaje punk es anterior a 1969.Berlín hace tiempo que perdió su esencia «underground «ahora está lleno de turistas, de capitalismo urbano que devora a la antigua cultura alternativa, y los que busquen cultura alternativa auténtica,como intentan pintarlo aquí se equivocan. Allí hay mucho oficinista de multinacionales, que de noche se disfrazan.Es como vender el Madrid de los 80 , de la movida, que ya no existe, salvo para nostálgicos del revival.Ya es tarde, busquen otro sitio.