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Por amor y por deber: el milagro del Cordero Místico

Lo hice por amor / y por deber. / Y para resarcirme / tomé prestado / del lado oscuro. (Jef van der Veken, copista del retablo de Van Eyck, 1945).

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Hay dos tipos de pinturas. Las que provocan una emoción, que inspira una historia, y las que van tejiendo una historia a partir de la que surge una emoción eterna. Como en el amor, los afectos duraderos se dan en el segundo caso. Esta es la historia del cuadro más veces robado nunca a lo largo de seis siglos, la Adoración del Cordero Místico, el políptico que encargaron dos burgueses como retablo de su pequeña capilla, en la catedral de Gante.

Van Eyck, al que apenas atribuyen veinticinco obras con certeza, ostenta el oscuro récord de ser el autor más codiciado por nobles y villanos —en sentido amplio—. Casi nunca el robo de sus obras tuvo un móvil económico.

Desde Napoleón a Hitler, el políptico fue rapiñado como botín de guerra, troceado y falsificado. Sufrió trece actos criminales entre tentativas y hechos consumados. Incendios, contrabando, censura y ataques iconoclastas. Tres veces fue saqueado, tarea nada fácil, pues hablamos de veinte tablas (de ahí lo de políptico) de roble policromado, organizadas en doce paneles delanteros y otras tantas escenas traseras, cercano a las dos toneladas de peso.

Fue el primer cuadro al óleo de grandes dimensiones de la historia, y sigue encerrando uno de los mayores misterios de la historia del arte.

La última obra de la Edad Media, la primera pintura del Renacimiento

Un paso por delante de Giotto, Van Eyck dominó la perspectiva y el naturalismo, la miniatura y la composición. Pese a no conocérsele con certeza un maestro (se habla de Robert Campin), todos sus hermanos —incluida una mujer— fueron pintores, aunque él fue el más grande. Se atribuye el retablo de Gante al trabajo conjunto con su hermano mayor Hubert Van Eyck a raíz de una inscripción sobre uno de los paneles traseros, descubierta en 1823. En cualquier caso se sabe que Hubert fallece a las pocas semanas de iniciada la obra, terminada seis años después por Jan, lo que da idea de la ejecución real de cada uno, más allá de que el diseño general fuese o no conjunto.

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El retablo de Gante ya era célebre casi desde que fue terminado. Felipe II, un siglo después, convierte Gante en obispado y queda tan impresionado con la obra que encarga ese mismo año una copia exacta para el palacio real de Madrid. Esta copia, de gran calidad, fue expoliada por las tropas napoleónicas y acabó siendo vendida por un marchante belga, que la hizo pasar por original (también traficó con la original, de todos modos). La copia de Coxcie del s. XVI se encuentra dispersa por Europa, ninguna de las tablas fue devuelta a España.

En 1566 se producen violentos disturbios protestantes, conocidos como la Iconoclasia de Gante. Para los calvinistas, el retablo encarnaba todo lo que había de malo en el catolicismo: imágenes, el rezo al ídolo («Adoración del Cordero Místico» nada menos) y el pago terrenal a cambio de indulgencias, pues era una obra encargada por el matrimonio Vijd para su capilla privada, en la que se debía rezar para salvar sus almas. Debía ser destruido. Un grupo de católicos, montando guardia dentro de la catedral, consiguen desmontar los doce paneles y ocultarlos en lo alto de una de las torres. Pasado el peligro, lo guardaron en el Ayuntamiento, aunque a punto estuvo de ser enviado a Isabel de Inglaterra por su apoyo contra el Duque de Alba. Cuando finalmente los Habsburgo católicos se asentaron en la ciudad, devolvieron el retablo a la capilla de los Vijd, aunque había perdido ya la predela (unos paneles pequeños en la base a modo de marco). Allí permaneció inmutable hasta 1781.

Un ejemplo de que ser ilustrado era compatible con ser muy bruto y de que ser revolucionario no era incompatible con ser casta

En 1781, muchas cosas habían cambiado gracias a la Ilustración. Flandes ya no era española pero seguía bajo dominio austriaco. José II, mecenas de Mozart y Beethoven, condenaba todo fanatismo religioso aunque no era un radical. Promulgó la Patente de Tolerancia, que permitía la libertad de culto (siempre que todos se expresaran en alemán) y para evitar nuevos arranques iconoclastas ordenó que determinadas obras de arte fueran conservadas por su belleza, despojándolas de cualquier identidad religiosa. Para ello debían de abandonar las iglesias y ser exhibidas en los museos. Pero el retablo ya era un símbolo de Gante y permitió que fuese motivo de peregrinación (artística que no religiosa) y permaneciese en la catedral. Sin embargo, algo le escandalizó sobremanera: los retratos de Adán y Eva en los paneles laterales eran ciertamente indecentes. No solo eran prácticamente de tamaño natural, exhibían un realismo «gratuito, pornográfico y, peor aún, posible incitador de conductas irracionales». El alcalde de Gante, por agradarle, retiró los paneles de Adán y Eva a un almacén de la catedral. Ochenta años después la ciudad encargó unas copias exactas pero cubiertas con ropajes de piel de oso mucho más decentes, dónde va a parar. Y así estuvo el retablo durante trece años, hasta que llegaron los franceses.

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La Revolución francesa trajo una nueva actitud hacia el coleccionismo de arte y el expolio. Las mejores obras, arrebatadas a aristócratas primero y luego a los enemigos del Directorio, no se vendían, sino que se exhibían en el museo público de París (reconvertido en el Louvre en 1791) para demostrar el nuevo estado de las cosas. De cada diez días el Louvre dedicaba siete a visitas de estudiosos y artistas, y solo tres al público en general. Lo que viene a ser una deferencia bastante notable con una nueva élite, la intelectual.

En 1794, establecieron el Comité para la Educación del Pueblo proponiendo enviar a «civiles instruidos con nuestros ejércitos, con orden confidencial de buscar y obtener las obras de arte en los países invadidos (por nosotros)». Así que el mismo año el ejército francés republicano saca los paneles del Cordero Místico y los envía a París. Solo quedaron en Gante los paneles indecentes de Adán y Eva, salvados (más bien, escondidos) por su desnudez. El ciudadano Barbier se dirigía semanas después a la Convención Nacional de París henchido de orgullo: «Demasiado tiempo han privado a los siervos de la contemplación de estas obras de arte […] Reposan en el hogar de las artes y el genio, en la patria de la libertad y de la igualdad sagrada, en la República Francesa». Es de suponer que, para estos revolucionarios, cualquiera que entrase en una iglesia extranjera no merecía ni el calificativo de «siervo».

Napoleón perfeccionó todo esto muchísimo e incluso más allá de Europa, como sabemos. «Transplantar» se convirtió en el eufemismo preferido para el robo del arte ajeno. Por ceñirnos solo a Van Eyck, que es lo que nos ocupa, robaron El matrimonio Arnolfini del palacio real de Madrid, el Retrato de un hombre con turbante rojo (autorretrato de Van Eyck) del gremio de pintores de Brujas, también de una iglesia de Brujas La Virgen del canciller Rolin (sigue en el Louvre), La Virgen de Lucca y La Virgen del canónigo Van der Paele (que, como el Retablo, sería devuelta a Bélgica, aunque de propina los franceses demolieran la catedral en la que estaba con la tumba de Van Eyck dentro).

Serían necesarios los esfuerzos conjuntos de varias superpotencias europeas, en cinco coaliciones distintas, para detener al francés y devolver a su lugar de origen los paneles centrales del retablo.

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La reunificación, el símbolo nacionalista y de cómo ser nacionalista no impedía comerciar con los símbolos de la nación

Entrado el s. XIX, la reunificación del panel de Gante va en paralelo al despertar de los sentimientos nacionalistas. El Cordero Místico se convierte en símbolo y estandarte de la Bélgica liberada y ya no fue más símbolo de indignación u orgullo religioso.

El tráfico de obras expoliadas despertó el afán del coleccionismo y el mercado negro de arte por toda Europa. Se instaló una especie de Van Eyck-manía: los alemanes buscaban el gótico germánico más puro, los franceses el naturalismo, los ingleses… bueno, a los ingleses les bastaba con su gen corsario y no hacían ascos a pagar por lo que sabían robado, eso ya presuponía un valor. El retrato de los Arnolfini y el autorretrato de Van Eyck acaban en la National Gallery, donde siguen. Surge con la demanda un floreciente negocio de falsificaciones y fraudes. Era tanto el furor por Van Eyck, que en 1830 se abre una exposición en Manchester y de cinco obras que se exhibían ninguna era auténtica.

En 1816, un vicario francés de la catedral, Le Surre, sin duda añorando el glorioso pasado napoleónico pero mucho más seducido por el vil metal, roba los paneles laterales y se los entrega al mayor traficante de pintura flamenca del momento. Nieuwenhuys, marchante belga, no solo encargaba robos a domicilio para sacar lo que fuese del país a quien pudiese pagarlo, tampoco tenía muchos escrúpulos en colocar originales o copias (que por supuesto vendía como auténticas). Los paneles laterales del retablo los vendió así por partida doble: a unos la copia que Felipe II encargó a Coxcie, y a un coleccionista inglés residente en Berlín, Edward Solly, los originales robados por el cura. Tampoco se pagaron grandes cantidades porque ya se sabe que quien roba a un ladrón está autorizado a hacer lo mismo. Solly, más entregado al coleccionismo que a sus negocios vende toda su colección al rey de Prusia en 1821, acuciado por las deudas.

En 1822 un incendio en la catedral de San Bavón pone en peligro los paneles que quedaban. Al limpiar los daños del humo, desmontando un marco se revela la inscripción de Hubert Van Eyck como coautor y se arma un buen revuelo. Aún hoy hay dudas de si la inscripción (en los paneles traseros sobre el donante Vijd) es original o falsa.

En 1905, la colección real prusiana pasa al Káiser Friedrich Museum de Berlín, y los seis paneles laterales comprados a Solly se cortan longitudinalmente para exhibir en el mismo plano anverso y reverso. Era una época donde importaba más la utilidad exhibicionista que la integridad misma de las obras, algo que hoy es impensable en pintura, escultura o artes decorativas, pero que aún no se respeta en arquitectura, por cierto. Por la misma época, el Gobierno belga, en vista del éxito con que la Iglesia belga conservaba el patrimonio, convence a la diócesis de Gante para que venda los paneles originales de los desnudos de Adán y Eva. Estos seguían ocultos en un almacén, y total, ya se exhibían otros más decentes cubiertos con piel de oso.

Así, el siglo XX comienza para el retablo con los paneles centrales en San Bavón, los laterales de Adán y Eva en Bruselas, y el resto en Berlín. Y entonces estalla la I Guerra Mundial.

La Primera Guerra Mundial, los primeros héroes

Sea por culpa de no haberlo sabido proteger como se debiera, sea por simple responsabilidad o incluso por amor al arte, la salvación del retablo fue posible gracias a la conjura del nuevo clérigo de San Bavón (arqueólogo e historiador por más señas), junto al obispo de Gante y a un ministro del Gobierno belga.

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Por primera vez en la historia hubo cierto consenso en proteger y prohibir el saqueo de obras de arte, pero tras la invasión alemana a Bélgica era fácil para las tropas imperialistas apropiarse de las tablas que allí quedaban. Los tres hombres, poniendo en peligro sus vidas, decidieron que la Adoración del Cordero Místico debía sacarse a escondidas de la catedral, para lo que emplearon un carromato de chamarilero, y ocultaron las tablas en una casa cercana. Los alemanes quisieron desde luego reunir lo que quedaba del retablo con lo que había en Berlín, pero para cuando entraron en la catedral, al no hallar las tablas, supusieron que ya estaban de camino. Conforme avanzaba la guerra, los alemanes confiscaban más domicilios particulares, por lo que el escondite peligraba. En 1918, los conjurados trasladaron in extremis las tablas hasta una iglesia cercana y las ocultaron entre un confesionario y la pared. Nueve días después del armisticio, devolvieron los paneles a San Bavón.

El Tratado de Versalles, en 1919, estableció en su artículo 247 que era Alemania la que debía entregar a Bélgica, a través de la Comisión de Reparación y en un plazo de seis meses, todo lo referido a dos grandes obras artísticas: los paneles del Cordero Místico que exponían en Berlín y las hojas del tríptico La Última Cena de Dirk Bouts. De los cuatrocientos cuarenta artículos del Tratado, dicen que ninguno escoció tanto a los alemanes como el retorno forzoso de aquellos seis paneles del Cordero. Al fin y al cabo, era casi lo único que exhibía un museo comprado legalmente y pagado, tras aquel robo perpetrado por un clérigo francés y un belga. El retablo se exhibiría completo en Gante por primera vez en más de un siglo.

El golpe de 1934

El 11 de abril de 1934, alguien en plena noche y escondido en San Bavón desmonta con precisión una de las tablas laterales, la de los Jueces Justos, dejando una nota en francés: «Tomado por Alemania en virtud del Tratado de Versalles». Se produce el robo más sonado de una obra de arte desde que en 1911 se robase La Gioconda del Louvre.

Si no fuese por la amplia documentación de la época, y los muchos investigadores, profesionales o no, que han querido resolverlo, podría pensarse que la historia es pura ficción, a medio camino entre La verdad sobre el caso Savolta y La caída de los dioses. Digamos que la historia tiene todos los ingredientes imaginables: cartas pidiendo un rescate al obispo de Gante, comunicaciones en clave cruzadas entre policía y secuestradores a través de los anuncios clasificados de la prensa local, obstrucción de la investigación por la misma policía y por la diócesis que había protegido la obra en la I Guerra Mundial… En mitad de las negociaciones se devuelve la mitad del botín (la tabla robada en realidad eran dos paneles, mutilada en Berlín separando anverso y reverso). Quien escribía esas cartas y pedía un rescate realmente había participado en el robo, pero devuelve a un apartado de correos solo el panel de San Juan Bautista y no el de los Jueces Justos.

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Un beato y anodino jubilado belga, con sobrepeso y medio ciego, agonizando en su lecho de muerte tras un infarto confiesa saber dónde se esconde la tabla que falta a su abogado… se encuentran en su escritorio las llaves de acceso a la capilla y las copias de las cartas enviadas, pero no la tabla. Este abogado fallecerá a su vez en extrañas circunstancias más tarde, y también fueron desapareciendo sus socios en un club de inversión que manejaba fondos de parroquianos de la diócesis.

En el entretenido relato Los ladrones del Cordero Místico de Noah Charney (2010) se cuentan todos los detalles y se apuntan muchas hipótesis… Pero ninguna solución. Probablemente el móvil no fuese económico (el fondo de inversión quebró pero el supuesto ladrón dejó en su cuenta corriente tres veces el rescate que reclamaba), aunque tampoco político (los alemanes se mostraron muy activos buscando también la tabla). Se da por probado que el robo fue orquestado por varios y lo que es más inquietante: en la última carta del muerto —al que cargaron con toda la culpa— se hacía referencia a que la obra no estaba en su poder sino escondida «de donde no podía ser rescatada sin llamar la atención en sitio público».

La tabla de los Jueces Justos está a la vista de todos pero nadie la ve.

Cuando en mayo de 1940 los nazis ocupan Bélgica, Goebbels envía a Gante a un hombre de su total confianza, Heinrich Köhn, del Departamento de Protección del Arte nazi, a investigar el robo y, con la excusa de recuperar la tabla de los Jueces, confiscar la obra entera. La diócesis de Gante había puesto a buen recaudo al sur de Francia las tablas, pero todos los papeles de la investigación belga entre 1934 y 1939 habían desparecido. De todos modos, en 1942 los nazis confiscan el Cordero Místico en Francia y se pierde su rastro.

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Nazis, espías y un puñado de héroes a pesar de los militares

Monument’s men (2014) no va a pasar a la historia por ser la mejor película de George Clooney, le ha quedado un poco Disney, pero cuenta uno de los episodios más injustamente olvidados de la II Guerra Mundial: la salvaguarda y rescate por un grupo de norteamericanos del legado artístico europeo, saqueado en una guerra a escala jamás antes vista. La historia nos llega narrada por varios de sus protagonistas pero también fue recogida por fuentes alemanas, austriacas y se ha desclasificado por la CIA en 2013.

Evidentemente, esta operación no se le ocurrió a ningún militar, sino a un grupo de expertos en arte (y artistas) excepcionales. Pasarán a la historia por ser los primeros que en una causa bélica convencen a su ejército (vía Eisenhower, claro) de que lo noble y justo no solo es salvar un legado único, también lo es devolverlo a sus legítimos dueños. Debían salvarlo pero nadie, ni el Metropolitan de Nueva York, tenía derecho a apropiarse de lo que es de todos.

Según el historiador Charney y los papeles de la CIA, el destino del políptico durante la II Guerra Mundial se decidió gracias al heroísmo de los Monument’s Men, así llamaron a esta brigada norteamericana, pero también gracias a un agente doble austriaco, a un grupo de mineros, y a un oportuno dolor de muelas.

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La misión de los espías austriacos era asesinar a Goebbels cruzando las líneas en Austria, pero cuando se adentran, Goebbels había volado ya a Berlín (donde se suicidaría días después). Un dolor de muelas y un paisano local les conducen a un supuesto odontólogo que en realidad era un refugiado nazi escondido en la aldea cercana. Había sido la mano derecha de Göring y, junto a él, cerebro de la expoliación de obras con las que llenar el más grande museo que se hubiese conocido jamás: el Führermuseum que se planeaba en la ciudad donde Hitler pasó su infancia, Linz, (y para lo que Hitler planeaba demoler Linz y así darle una cabida digna al museo). Bunjes, el falso odontólogo, revela no solo las verdaderas dimensiones del expolio cultural europeo, también los planes de destruir todo lo confiscado si caía en manos enemigas. Los nazis habían utilizado una red de minas para esconder parte del botín. Cerca de ellos, en Altaussee, se encontraba una gran mina de sal, y esta albergaba el Cordero Místico. Pero había poco tiempo. Los nazis, en retirada, se disponían a destruir todo lo almacenado y ya habían rodeado la mina de explosivos, dinamita y detonadores. Esta revelación cambió el curso de parte del ejército norteamericano, que se dirigía a Berlín: Patton desvió el Tercer Ejército hacia Austria, en abril de 1945.

Eigruber, oficial de las SS al mando de la mina, quería llevar el Decreto Nerón del Führer hasta sus últimas consecuencias. No se ordenaba explícitamente destruir obras de arte sino infraestructuras o medios industriales que pudiesen servir a los aliados en su huida. Pero Eigruber no era capaz de distinguir un puente de una escultura si de infraestructura para el enemigo se trataba. Bajo el letrero de «mármol frágil», distribuyó por las galerías de la mina cajas con más de quinientos kilos de bombas aéreas.

La heroicidad de un grupo de mineros de la resistencia y la colaboración de algunos mandos nazis (conservadores y restauradores de las obras) dilataron unos días el fanatismo destructor de Eigruber, consiguiendo sacar las cajas de bombas de la mina. Pero Eigruber no se daba por vencido y amenazaba con entrar lanzallamas en mano si era preciso. Los conservadores de las obras decidieron impedírselo volando entonces la entrada a la mina.

Los aliados llegaron a tiempo y cerca de siete mil obras pudieron ser rescatadas. El Louvre de París nunca ha confirmado si La Gioconda que figura en el catálogo del rescate era la original o una copia del s. XVI que también posee. Quizá guarde el secreto por si tiene que volver a poner en marcha un día otro plan de suplantación. Las tablas de el Cordero Místico se encontraron apiladas sobre unas cajas de cartón a un palmo del suelo húmedo de la galería.

Eisenhower solicitó personalmente la devolución de todo lo robado a los países de origen. El Cordero Místico fue la primera obra que se devolvió, y desde entonces se expone «casi» completa en la catedral de San Bavón en Gante.

¿Hay justicia para los Jueces Justos?

Las tablas robadas en 1934 no fueron elegidas al azar: San Juan (reverso en grisalla, que fue devuelto en plena negociación con los captores) es el patrón de Gante, la tabla de los Jueces una de las más valiosas porque se cree que contiene tres retratos: el del duque de Borgoña Felipe el Bueno (tocado con turbante rojo y cuello de armiño), el de Hurbert Van Eyck, hermano mayor de Jan e iniciador de la obra (pelo gris, saya verde y pincel en mano) y otra figura de las pocas que no mira hacia el Cordero sino que como este fija su mirada en el espectador: Jan Van Eyck mismo, de negro con cadena de oro.

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Uno de los investigadores, Mortier, comisario jubilado que se interesó por el robo a partir de 1974, encontró el primer archivo del caso que redactó el nazi Köhn. En él se detalla que era Himmler quien espoleaba con más fervor la investigación sobre el panel robado. Mortier concluyó en 2005 que tanta labor chapucera de policía y diócesis ocultaba cierta conspiración para esconder la verdad. Nadie interrogó tampoco al abogado del hombre que murió y por quien se encontraron pruebas de su participación en el robo. Tampoco les pareció inverosímil que un hombre obeso, torpe y medio ciego cargase con toda la responsabilidad de llevarse dos tablas de unos ochenta o cien kilos en plena noche. En la casa del fallecido se encontró una biblioteca dedicada a Arsène Lupin, un ladrón de ficción de guante blanco que robaba a villanos. En una de sus novelas, La aguja hueca (1909) se narra cómo se oculta La Virgen y el cordero de Dios, de Rafael, en una piedra hueca que era donde los reyes de Francia ocultaban sus tesoros. Mortier consiguió una subvención de medio millón de francos del Ministerio de Cultura belga para sondear el zócalo medieval de San Bavón, pero los fondos se agotaron y solo habían estudiado una parte, así que desistieron.

Otro investigador, Bernauw, apunta a que el gordito belga y dos de sus cómplices eran en realidad agentes a sueldo de los nazis. El interés de los nazis por lo oculto está bien documentado. A Himmler se le consideraba el ocultista de cabecera de Hitler y existió una Sociedad de Investigación Ancestral y de Patrimonio, la Ahnenerbe, que se dedicaba a todo tipo de investigaciones sobrenaturales peregrinas para demostrar la pureza de la raza aria. Desde la búsqueda del Yeti a la del Santo Grial fueron los protagonistas infatigables de las películas de Indiana Jones. Se apunta a que el interés de Himmler por el Cordero Místico no era por tanto vengar el Tratado de Versalles, sino descifrar un mapa en clave que le conduciría hasta las Arma Christi (los instrumentos usados en la Pasión) que están representados en la tabla central, llevadas por los ángeles que rodean al Cordero, quien vierte su sangre en el santo grial. Un historiador belga también ha relacionado las letras AGLA, dibujadas en el suelo del panel de los ángeles cantores, con una sociedad secreta (los aglaístas) que fueron, junto a templarios y cátaros, protectores históricos de las Arma Christi.

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Ciertas o no las conspiraciones esotéricas nazis sobre el robo, la realidad es que el abogado que destapó al autor de las cartas murió repentinamente en un cine al poco de entrevistarse con el detective Köhn, y la tabla de los Jueces Justos está oficialmente «perdida».

En 1939, el conservador del Museo Real de Bellas Artes, Jef Van der Veken, pintor surrealista aficionado pero gran experto en pintura flamenca del s. XV, inicia motu proprio una copia de la tabla desaparecida, que regala a Gante en 1945 para que el políptico se viese completo. La copia incluía algunas modificaciones muy de detalle pues no quería intencionadamente que pareciese una falsificación. En el reverso escribió una rima en flamenco que levantó las sospechas:

Lo hice por amor,
y por deber,
y para resarcirme
tomé prestado
del lado oscuro.

Hubo quien pensó que la copia era demasiado buena y en los años setenta el conservador de la catedral observó que además envejecía como las tablas originales. ¿Sería la copia en realidad el original devuelto? En 2010 se analizó la tabla de Van der Veken y se confirmó que realmente había utilizado pintura nueva. Aunque hay quien no está convencido del todo, se la sigue considerando una copia posterior.

La investigación de la desaparición de los Jueces Justos se ha reabierto en 2014. Aún con bastante secretismo, se sabe que hay indicios de que esté en posesión de una familia importante de Gante, que se desvincula del robo. Una de las teorías apuntaba a una especie de «autogolpe» de la diócesis a través de algunos fieles (los del fondo de inversión parroquial) para chantajear al Gobierno belga, aunque tras la llegada de los nazis todo se complicó para devolverla. ¿Se estará cerca de recuperar la tabla original?

Actualmente el retablo se exhibe, abierto pero encerrado en una gran urna de cristal. Se trasladó en 1986 de la capilla Vijd a otra más grande a la entrada de la catedral. La Fundación Getty, en colaboración con el Gobierno belga, inició en 2010 un proceso de análisis y restauración que tabla a tabla terminará en 2017.

Terminado antes que El matrimonio Arnolfini, en una época anterior a la imprenta las imágenes del Cordero Místico no eran meras ilustraciones: tenían que contar historias. Uno de los placeres de la vida culta, decían, era poder descifrarlas contemplándolas durante días, horas, años… El retablo puede leerse de fuera adentro y de abajo arriba: los donantes, la Anunciación, y en el interior, la escena de gloria del Apocalipsis, la adoración del Cordero Místico que redime al hombre. Cuando se exponía en la capilla original de los Vijd se exhibía cerrada y solo se abría en fiestas señaladas.

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Para los calvinistas el arte debía ser dogma. En la Ilustración, simple belleza que debía atesorarse. Para el nazismo, el reflejo de un ideal estético (el suyo). Para aquellos hombres admirables de los museos norteamericanos, el arte fue el símbolo de la supervivencia de la civilización contra el mal.

Van Eyck, que trabajó casi siempre por encargo, nos dejó también escondido un legado lleno de símbolos místicos. Por encima del deber, la belleza o la perfección, entendió el arte como el reflejo del alma libre.

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Todas las imágenes en Lukas Art in Flandes, Lukasweb (Gante)

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6 Comments

  1. Enhorabuena por el artículo! Me ha encantado!

  2. Artículo maravilloso y supercompleto, ¡ya podíais haberlo escrito hace un par de años, cuando tuve que estudiar toda la historia sobre el cuadro!

    Un apunte sobre Jef Van der Veken: era tan experto en pintura flamenca que se dice que copió otras obras y las vendió haciéndolas pasar por verdaderas. Así que más que copiarlas, las falsificó. Y los cambios que introdujo en el panel del Cordero Místico tuvieron un origen doble: por una parte, indicar que se trataba de una copia, y manifestar su autoría: él quiso firmar la tabla pero no le dejaron, así que decidió cambiar algunos detalles para que se supiese que era obra suya y no original.

    Y por favor, sobre los Monument’s Men, leed el libro en que se basa la película. Mucho más completo y complejo. Mejor.

    • dgpastor

      Ay, qué caca la peli de Clooney, verdad? siendo yo tan fan de él como director, qué disgusto. Se veía venir que una peli con Matt Damon no podía salir bien. Con Fassbender hubiera sido otra cosa, evidentemente…

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  4. Gracias por esta joya de artículo. Me sentí como en un doctorado de arte.
    Desde que descubrí a jotdown ya no leo mas nada. Adicto total.

  5. Sensacional artículo. He visto un par de veces la obra en Gante y es realmente una maravilla (no menos que su historia).
    Me permito recomendaros, sobre el tema de robos de obras del arte por la sociedad Ahnenherbe, creada por la SS de Himmler, mi novela «Regalo de Reyes» (que trata sobre una tabla ficticia de Lucas Cranac, «La adoración del cerdito»): http://regalodereyeslanovela.blogspot.com

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