La vida no es un valle de lágrimas. No tiene por qué serlo. De hecho, puede ser divertida, muy divertida, y seguir siendo interesante e intelectualmente atractivo el que así se la toma. Pues claro. Tomen nota de esto: lo triste no vende y agria el carácter, repele. No se tomen muy en serio a ustedes mismos, sonrían, hagan cosas, pásenlo bien, escuchen rock ‘n’ roll. Es la síntesis del espíritu de Varasek, con toda probabilidad la editorial menos convencional —sin duda la más atípica— de las que han pasado por aquí hasta la fecha.
Gonzalo, Enrique y Antonio —falta Beatriz hoy— nos reciben en las oficinas de la agencia de viajes que les da para vivir y para hacer libros. Barrio de La Latina, calle de la Ruda, Madrid. Dentro cámara.
Poesía, viajes y rock and roll. Cómo no quereros.
Antonio: Son las cosas que nos gustan: los libros, viajar y el rock and roll. De ahí surgió el proyecto. La editorial como tal es más reciente, pero nosotros llevamos ya cerca de treinta años metidos en proyectos culturales alternativos, desde bandas de rock, o yo mismo o Enrique, que escribimos poesía y también narrativa.
¿Cómo llegáis a reuniros?
Antonio: Gonzalo y yo somos hermanos. Bea es mi mujer, y Enrique y yo nos conocemos desde el año 93; pertenecíamos a la misma panda literaria del Círculo de Bellas Artes, en la que como sabes estaban también Andrés Fisher, Ana Merino, Benito del Pliego…
En aquella época, en realidad, lo que nos unía eran las motos. Viajábamos por carreteras secundarias, dormíamos en cualquier parte. Todo era influencia de lo que habíamos leído, sobre todo la generación beat. Te estoy hablando ahora de los años setenta en España.
Gonzalo: Pero yo creo que es un tema de inmadurez, fundamentalmente. El estar siempre soñando. ¿Por qué te gusta viajar? ¿Por qué te vas con la moto de acampada? Es como un juego. Y la literatura, al menos para mí, también es eso. Ha sido siempre una forma de diversión, de acabar metiéndome en otros mundos; cuando estoy en mi casa en Madrid a lo mejor estoy también leyendo sobre el Amazonas, o he llegado a un poemario que me lleva a otro lugar. Montar la editorial, en este sentido, era convertirnos en creadores de ese propio juego. Buscar historias que a nosotros nos hacen soñar, disfrutar como niños, ponerlas al alcance de otra gente.
Y el rock igual, al final es otra forma de escape, una música que te lleva a romper las barreras establecidas, una suerte de contracultura con relación a tu existencia más sedentaria.
¿Cuáles son esas primeras influencias? ¿Cómo lo recordáis?
Antonio: En la biblioteca de mi padre siempre había algo que se salía de lo normal. Había poesía, algo de la generación del 27, que era lo más avanzado que se podía leer aquí en aquel momento, también cosas de los años cincuenta. Pero para mí el referente clarísimo es cuando me voy fuera, cuando me mandan a Inglaterra a estudiar. Me encuentro con una cultura que me deja completamente pegado, música bailable que además es inteligente, un tipo de cine que me gustaba muchísimo, el cine negro, el noir francés. Una estética bastante agresiva, chulesca, y, al mismo tiempo, muy elegante. Todo eso me ocurre cuando yo tengo diecisiete años, cuando aquí Madrid era tan gris, se estaba escuchando algo de Bob Dylan… Hablo del año 77, justo cuando la explosión punk. Todos los libros de viajes que yo había leído —Conrad, Stevenson…— se juntan de pronto con los beats. Fue un mazazo para mí. Empiezo a leer algo completamente diferente, autores más complicados, como Willam Blake, al que yo no había leído. O Dylan Thomas; tampoco lo conocía.
Todo eso me lo traigo aquí. En mi caso personal, decido dejar de leer las aventuras de los grandes mitos, y me digo: «Quiero participar en esto, ser uno más». Es cuando la acción como tal comienza a jugar un papel importante en mi vida. Aparecen las motos, que son una especie de escape, pero también de conocimiento. De viernes a domingo, todos los fines de semana con un grupo de amigos con distintos intereses intelectuales íbamos recorriendo España de un lado a otro por carreteras secundarias. A partir de ahí empiezo a viajar y a conocer otras historias. Y Gonzalo y yo comenzamos a pensar en hacer con nuestra vida algo diferente: yo trabajaba en una productora publicitaria, como realizador. Él era abogado, trabajaba en un bufete.
Fue un momento de inflexión importante; me fui a El Salvador con la guerrilla, un mes y medio; luego me quedaría por allí un par de meses más. Cuando vuelvo es cuando conozco a Enrique y a Beatriz. Ese momento fue muy importante. Los conozco prácticamente el mismo mes, ocurre todo a un tiempo. Montamos la agencia de viajes, Gonzalo empieza enseguida a colaborar conmigo, Enrique y yo nos hacemos íntimos amigos y con Bea acabaría, como sabes, formando una familia.
Y con la editorial… ¿tú te acuerdas de Unabomber? Puede decirse que fue el principio: empezamos a traducirlo, y lo publicamos.
[Entra Enrique justo en este momento, viene de no sé dónde, de hacer no preguntamos qué, e interrumpe para poner orden]
Enrique: En el año 94, pero eso no lo pongas, no lo pongas. Estamos hablando de hace veinte años…
Cómo que no, Enrique, eso ha de ir en un lugar destacado, además.
Antonio: Venimos de todo eso, con una implicación social muy fuerte. Muchos de nosotros, además, con ideas muy libertarias. Aunque ahora ya no está tan mal visto, entonces era rompedor lo que hacíamos.
¿Y qué hay de ti, Enrique? ¿De dónde sales?
Enrique: De Leganés, de la periferia. Desde muy pequeño, a través de la escritura y de la lectura, digamos, empecé a hacer de lo que veía parte de mi obra. Tenía influencias de la vanguardia, del romanticismo también. No he tenido nunca moto. De hecho, no he conducido hasta hace tres años. El sustrato de la literatura como forma de vida, como acción, como algo que la ilustra y viceversa, sí era común.
Aparecí en medio de una tertulia literaria que teníamos con Andrés, Benito, Pedro Núñez… Nos reuníamos cada tarde. Fue cuando Antonio volvió de El Salvador. Introdujo las copas de coñac: «Vale, sois muy buenos y tal, pero sois un puto coñazo», venía a decir. Había ahí una apuesta. En el fondo, suponía tomar partido por una poesía no tan encorsetada, no tan plomiza, como la que había entonces, o por la que todo el mundo apostaba en aquella época; sin ser el vanguardismo más vacuo y más repetitivo de principios de siglo, se trataba de incorporar la experiencia vital. Un poco como los beatniks, estaba todo ahí.
Antonio: De hecho, el hito que más nos unió fue el recital de Ginsberg en Madrid. Ahí estábamos todos, aplaudiendo, bailando.
Enrique: Fue un descubrimiento para mucha gente de aquí. Existía otra forma de hacer poesía, se puede recitar, no es aburrida. Lo hizo Ginsberg. Fue gente que luego sería más conocida, Loriga, Rosenvinge, etc.
Nosotros también hacíamos recitales, performances. En cuevas de Madrid.
Antonio: Sí. Y no queríamos saber nada de las editoriales. Estaba mal visto entre nosotros publicar [Risas].
Y esas copas de coñac…
Enrique: Fue algo significativo de cuál era la idea de escritor en aquella época, con la que no nos identificábamos en absoluto, de las tertulias literarias como algo canónico, hegemónico, mientras que la cara B de las tertulias es la parte donde uno se suelta, ya no solo por el alcohol.
Antonio: Y que en aquella época si tú tenías un aspecto más rockero o alternativo, pero no ese aspecto o acercamiento al otro que fuera el del típico poeta muermo, no entrabas en ningún sitio, no ibas a ninguna parte. Y en nuestro caso es que todo eso daba lo mismo. Ahora cualquier poeta puede tener una banda de rock. Es conveniente, incluso. Entonces no, estaba muy mal visto. Estaba todo medido. Tenías que ir publicando, poco a poco, y al llegar a los cincuenta ya es cuando serías por fin un poeta considerado.
En cinco años todo eso cambiaría, por cierto: si tenías más de veinticinco años ya eras un viejo, no interesabas para nada. Y nosotros teníamos ya treinta.
Enrique: Se publicaría Historias del kronen, de Mañas. Guste o no guste, es el cambio a lo joven que dice Antonio.
[Se ha dicho ya que Gonzalo trabajaba en un bufefe. En realidad, era una suerte de becario o pasante e investigador privado que por las tardes trabajaba como librero de viejo. Enrique era redactor en el sección de cultura, «Hacía de todo, era un periódico local, imagínate». Y Antonio, también se ha dicho, trabajaba como realizador. Acaban montando la agencia de viajes. Tal como lo cuentan fue algo así como una liberación].
Antonio: Al mismo tiempo que se monta la agencia de viajes nosotros seguíamos teniendo una actividad independiente relacionada con la literatura. Antes de que Enrique empiece a trabajar con nosotros empezamos con el grupo este que teníamos a publicar pasquines.
Unabomber, sí. Había que rescatarlo. Dediquémosle a esta magna obra al menos esta otra línea.
Gonzalo: Estuvo lo de Unabomber, pero yo creo que el hito inicial de la editorial es el libro de poesía de Antonio que publica Bea ya con el nombre de Varasek. Y tampoco como inicio de la editorial como tal. Fueron tres copias del poemario En el hangar cromado. Un regalo de cumpleaños.
Antonio: Un regalazo. Entre Benito y ella habían orquestado un tinglado para darme una sorpresa. Luego hicimos una tirada mayor.
Sabemos quién es Antonio Cordero, sabemos quién escribió los poemas de En el hangar cromado. (…) Pero no sabemos quién seremos al escucharlos. Liberados de todos los cabos, canciones que niegan los puertos y los mapas. (Benito del Pliego en el prólogo de En el hangar cromado. Madrid, 22 de junio de 2007).
Gonzalo: Se hizo como idea de libro único, no como idea de comenzar con la editorial, en realidad.
Antonio: Hasta ese momento lo que hacíamos era leer y viajar juntos.
Gonzalo: Hubo otro proyecto que se nos está olvidando: Cartográfica. Fue un proyecto que comenzó un amigo nuestro, luego nos meteríamos nosotros. Fue cuando empezamos a hacer algo de verdad como editores. Escribía Javier Reverte… Había firmas importantes. No llegamos nunca a cerrarlo, simplemente lo dejamos de hacer, después de tres años. Se quedó congelado. Era agotador.
Antonio: El director era Chema Rodríguez.
Enrique: En la presentación que hicimos en Matadero de la editorial Chema leyó el prólogo de El diente de la ballena. La gente se partía de la risa. Es un libro muy divertido.
A ver si lo reeditáis, que está agotadísimo. Lo hablamos cada vez que os veo, y no me hacéis caso. Pero hemos pegado un salto en el tiempo: El cementerio de elefantes.
Antonio: Llamábamos así a la agencia de viajes. Nadie había estudiado Turismo. Acabábamos aquí, y uno había estudiado Antropología, otro Psicología, otro Derecho…
Gonzalo: Nos conocíamos todos. Teníamos en común ese gusto por la literatura, por los viajes.
Antonio: Empezamos con cuatro viajes, ahora tenemos muchos más, claro. Y, bueno, no todos, pero casi todos sí, los hemos hecho nosotros. Era lo que queríamos: cómo poder vivir bien haciendo algo que nos gusta y ganar algo de pasta.
Gonzalo: Todos los años hacemos un viaje juntos. Nos juntamos un grupo de amigos, también con gente de fuera de la agencia que nos enriquece. Son viajes profesionales, pero en realidad son también y sobre todo vivenciales. Este año vamos a cruzar el Atlántico a vela.
[Enrique ahora publica el viaje que hicieron él y Antonio a Yemen en el año 98 en Baile del sol, les cuento aquí, para que puedan seguirles por este otro lado la pista].
Antonio: Los viajes los organizamos para sacar rutas nuevas. Lo que pasa es que a veces son tan bestias que no lo hacemos. Cada año hacemos dos viajes largos. Uno juntos y el otro a veces juntos y otras veces no. Viajes con la mochila todavía.
Nos estamos olvidando del rock and roll. Cómo se conecta.
Gonzalo: Yo tengo una banda, Los Caballas. La música siempre ha sido superimportante. Durante una época mis amigos y yo a lo que nos dedicábamos era a seguir a Burning o a Sex Museum en moto por los pueblos donde iban a tocar. Buscábamos pueblos pequeños a los que llegábamos por pequeñas carreteras rodeadas de naturaleza, era importante el camino, debía tener inexcusablemente algún río de montaña con pozas heladas donde pegarnos un buen baño. Daba igual la época del año, nadie nos quitaba nuestros baños desnudos en aquellos sitios salvajes. El alojamiento nos daba igual, cualquier pensión valía, por cutre que fuera; lo importante era sentir la brisa en el rostro, la cerveza de los bares de pueblo, el privilegio de dejarnos llevar por el rock de bandas que sabíamos grandes aunque nadie se lo reconociese ya.
Viaje y rock and roll, entonces, estuvieron siempre muy unidos porque íbamos a los conciertos viajando. Al fin y al cabo, el rock nace como una forma de transgresión. ¿Cuándo veo que el rock pasa al pop? Cuando pierde ese espíritu transgresor. El pop me encanta. Pero el rock tiene ese punto de romper tus estructuras normales, algo que va mucho con nosotros, ese espíritu beat, está muy entrelazado con la literatura que nosotros queremos hacer y cómo entendemos la forma de vida, andar un camino que no está del todo trazado.
Y que es una música muy divertida, también. El rock, digo.
Antonio: La iconoclastia, por ejemplo. Se trataba de mandar a tomar por culo a Yes, a Pink Floyd y su puta madre, que eran un coñazo con el que nos tenían la cabeza embotada. Había un contenido social e intelectual importante para nosotros, no era ninguna idiotez; no había que ser un pesado para contar cosas.
Gonzalo: La cuestión es divertirse, quitarse la pose: despiértate, diviértete. Hace poco le contaba a Antonio que vi un documental, Desafiando las olas, sobre la historia del surf, que luego se encasillaría con el rollo este Beach Boys y demás, y era justo lo contrario a los niños limpios y repeinados de playa que se popularizaron en los años sesenta. Estos eran un grupo de chavales, sucios, sin ropa, que dormían en cabañas todos juntos y comían lo que les daban o lo que pescaban. Aquellos pioneros del surf, pero sobre todo de una forma de entender la vida estaban haciendo contracultura espontánea, sin saberlo: «Nosotros lo que queremos es divertirnos. Nos da igual el trabajo, nos da igual el dinero. Tan solo queremos pasarlo bien, coger grandes olas y dejar que el tiempo pase así, no necesitamos ser nada ni nadie. Nos dijeron que cuando fuéramos mayores nos daríamos cuenta de que habíamos estado perdiendo el tiempo pero nos hicimos mayores y decidimos seguir perdiendo el tiempo, no queríamos hacer otra cosa». Es de esto de lo que se trata, huir de la pose, quitarse los complejos y no dar tanta importancia al utilitarismo de los tiempos ni a lo que piensen los demás. Se trata de dejarse llevar por lo que tiende a salir naturalmente de nosotros.
Creo que era Thoureau el que decía que le parecía extraño que se considerase un hombre de provecho para el mundo a aquel que pasa sus días talando y derribando árboles en los bosques para la fabricación de objetos que satisfagan la desaforada e innecesaria demanda de esta sociedad y por el contrario a aquel caminante que vaga por los bosques y los caminos paseando y durmiendo bajo las estrellas sin ocupación alguna, fuera considerado un vago y un inútil para el mundo. El rock y la literatura tienen mucho de esa maravillosa inutilidad vital, una ola en la que te subes cuando suenan los primeros acordes o lees la primera página y sobre la que cabalgas olvidándote de todo.
De todas formas, creo que cuando te bajas de surfear una de esas olas ya sean las del océano, las del rock o las de la literatura eres mejor tipo y puedes hacer mejor las cosas con los que tienes alrededor y eso es de lo que se trata al final en esta vida, ¿no? En conclusión, después de este rollo que te he metido, acabo creyendo que son formas de inutilidad vital muy útiles. [Risas].
Antonio: Claro. A mí me gusta Paul Weller y me gusta leer poesía. Antes no. Antes tenía que gustarte Pablo Milanés.
Enrique: ¿Ves por qué el lema,«Poesía, viajes y rock and roll»?
El lema es definitivo, sí. ¿Y Varasek? ¿Qué significa?
Antonio: Yo tenía un amigo, que estaba muy loco, le llamábamos «Cuchi», que me llamaba Varasek, decía que significaba «cordero» en ruso. Yo no sé si es verdad; no he logrado encontrarlo en ningún diccionario. Bea lo recogió cuando hicieron ese primer libro porque le gustaba mucho. Esto [señalando un ejemplar de En el hangar cromado:] es una facsímil de la primera edición, la que orquestaron Beatriz y Benito. Ya aparece el nombre de la colección de poesía, Buccaneers. Y nos pareció perfecto.
Y luego ya pensamos que además de poesía podíamos editar libros de viajes que nos gustaban, traducirlos, en su caso. Fue así definiéndose lo que sería Varasek ediciones. El diente de la ballena es un ejemplo perfecto de lo que queríamos para la colección: un libro que nos gustaba mucho, y que marcó un antes y un después en la literatura de viajes de este país, que había cambiado ya con Javier Reverte, pero que seguía muy influenciada por la labor periodística o el reportaje. De repente, aparece Chema con ese rollo fresco, nuevo; un tono muy cuidado, pero muy coloquial, sarcástico, irónico, te ríes con lo que te está contando.
Se lee como una novela de aventuras.
Gonzalo: El símil yo creo que, en televisión, son los reportajes de Al filo de lo imposible con lo que luego empieza a hacer Calleja. Los primeros son algo muy alejado del público, viajes inaccesibles, casi como si fueran superhéroes los protagonistas. Y Calleja, por el contrario, hace ya unos documentales muy naturales, donde te cuenta qué está pasando, las penurias, etc. Es algo mucho más cercano. Cualquiera puede hacerlo.
Os autoeditáis y editáis a amigos. Fabio de la Flor, editor de Delirio, dijo aquí que esta era una de las razones por las que se monta una editorial.
Antonio: ¿Por qué si el libro nos gustaba mucho no íbamos a sacarlo, aunque lo hubiera escrito uno de nosotros? Enseguida sacamos el libro de Enrique, a.m./p.m., claro, por qué no íbamos a hacerlo.
Enrique: También publicamos Índice, de Benito.
Antonio: Otro colega, sí. Claro, es como si de repente dice Ferlinghetti: «No voy a publicar a Ginsberg en City Lights porque es mi colega». O a Snyder. No tiene sentido. Los publico, aunque sean mis amigos, aunque te hayas corrido con ellos juergas monumentales.
Estos primeros libros tienen la mayoría fotografías de Bea; aparte de estos que ya hemos dicho, está también Trazas del calígrafo zurdo, Hebras de malasaña…
Antonio: Índice lleva las imágenes de Pedro Núñez, pero el resto de estos primeros Buccaneers sí, casi todos.
Enrique: Para hacer las que lleva a.m./p.m. nos fuimos a polígonos industriales. Sitios peligrosos. Me fui yo con ella a hacer las fotos. Quería fotografiar los lugares en los que yo había pensado para escribir, conocer los escenarios que estaban detrás de esas periferias de las que yo hablaba: una fábrica en la carretera de Toledo, un parque abandonado, centrales eléctricas… por la noche, en sitios marginales.
Podríais haber muerto, como en las series danesas.
Antonio: Se nos está olvidando una cosa importante que hacíamos: las escultoarquitecturas.
Enrique: Cierto. Era el año 94. Yo había escrito una serie de textos que eran como proyectos imposibles para hacer en Madrid en diferentes edificios, como reventar la estatua de Velázquez delante del Museo del Prado, o titular una bandera como trapo… Eran acciones poéticas. Antonio hizo un vídeo y Bea unas fotos. Lo presentamos en directo. Cada propuesta estaba escrita en una cartulina, dentro de un sobre muy chulo, escritas como un poema.
Antonio: Enrique leía, había un vídeo que se proyectaba detrás y a los lados las fotografías de Bea que ella iba disparando de forma manual. Medíamos los tiempos con un cronómetro. Lo petamos. [Lo cuenta divertidísimo].
Enrique: Era un vídeo muy arriesgado.
Antonio: Nos metimos en un sex shop a grabar ilegalmente, nos pillaron… Un movidón.
Gonzalo: Estoy pensando que si este [señala a.m./p.m.] fue el primero, empezamos a la vez con la poesía y la narrativa. Nace la idea por la poesía, eso es cierto, pero lo hacemos a la par.
A Chema Rodríguez, autor de El diente de la ballena, lo conocéis por Cartográfica. Este libro lo había editado El país Aguilar.
Antonio: Sí, estaba descatalogado, y nosotros lo rescatamos.
Gonzalo: Con Chema hemos hecho bastantes cosas. Produjimos el primer documental que hizo, buenísimo: Las estrellas de la línea. Ha ganado un montón de premios. Contaba la historia de unas prostitutas de la ciudad de Guatemala que vivían en la línea del tren, en uno de los peores barrios de la ciudad. A Chema se le ocurrió ir allí, montar un equipo de fútbol e inscribirlas en la liga de fútbol femenino guatemalteco, que es donde jugaban las niñas bien. Nadie sabía que eran prostitutas hasta el primer partido. Él había avisado a la prensa, se montó un revuelo increíble. Las echaron de la liga, y resultó que fue una suerte: eso provocó que un prostíbulo de otra zona de Guatemala las invitara a jugar contra ellas, que no habían salido nunca de allí. Y se pasaron viajando y jugando una temporada. El documental cuenta todo ese proceso.
Enrique: Las señoras son encantadoras.
Gonzalo: [A mí:] Tú no lo conoces, ¿no? [Se refiere a Chema]. Es un encantador de serpientes. Una noche cenando en mi casa nos lió a Antonio, a otro amigo, a nosotros… Nos contó la historia, para pedirnos dinero, fundamentalmente, y nos convertimos en los productores. Cuando lo vimos me pareció increíble, me gustó muchísimo. Se lo conté a otro amigo, que es productor y que viaja también con nosotros, y él se ocupó de moverlo. Fue a Berlín, le dieron un premio. Las prostitutas vinieron al estreno en Madrid, fue muy emocionante. Una de ellas, la viejecilla, que ya ha muerto, cantó al final. Mi amigo, que habrá ido a qué sé yo la de eventos de este tipo, me dijo: «Es el estreno más emocionante al que he ido en mi vida».
También publicáis a El Vuke. En este caso es más un anecdotario, ¿no?
Enrique: Sale en los libros de Chema, le acompaña muchas veces en los viajes, se ocupa de la producción.
Gonzalo: Es una recopilación de emails que envía a sus amigos durante sus viajes, en realidad.
El mochilero también es muy divertido.
Antonio: Sí. La idea era esta, sacar a la venta libros de viajes que se salieran un poco de la cuerda normal. Yo cuando salgo de viaje compro libros en inglés, subcultura mochilera.
Gonzalo: Sabes que en los hoteles de mochileros siempre hay libros que puedes coger, dejas uno y te llevas otro.
Antonio: Claro. Así no llevas mucho peso encima. Yo voy leyendo en inglés. Te encuentras de todo: hay libros que son una mierda y libros que son fantásticos. En el caso de El Mochilero es uno de los que me dijeron: «Tienes que leértelo, ha sido un hito, se sigue vendiendo». Y efectivamente, tú vas por todo el sudeste asiático y en todos los sitios donde hay mochileros está el libro. Cuando lo leí, hace ya bastantes años, la verdad es que me divertí mucho, es un libro muy fresco, también muy irreverente.
Lo deja la novia y se va por ahí; ese es el punto de partida.
Antonio: Sí. Lo deja la novia y se deja llevar. Cuenta muy bien qué pasa cuando haces eso.
Gonzalo: [Riéndose] Cuando te deja la novia, sí, qué gran oportunidad, mandar a tomar por culo todo.
Hay gente que se hunde en la miseria, que se aísla. Este no, este se tira al monte.
Antonio: Le pasa de todo. Se deja llevar por completo. Si te dejas llevar por la gente que te encuentras, lo cual es fácil que pase, porque todo es sorprendente, todo es alucinante, puede pasarte cualquier cosa. Este además es que era un inglés que no había salido de su pueblo en su vida. De repente empiezan a aparecer unos personajes en su camino que le llevan a sitios donde las cosas se van complicando.
Es un libro que está muy bien, ya digo, muy divertido. Y en España no se había publicado. Aquí lo leímos todos y nos decidimos. Liamos al traductor, Juan Romero, lingüista chomskiano, íntimo amigo nuestro que vive en un pueblo perdido en la Sierra de Gata, da clases en la universidad de lingüística. Así es como lo pudimos sacar. Ya sabes que cada traducción hace que suba muchísimo el precio del libro. Como nosotros no hemos sido nunca subvencionados —ni subvencionables— es una ruina esto.
Lo de las subvenciones en este país ha sido la percha del cachondeo.
Antonio: Había editoriales que se financiaban así. Para nada. Luego los libros no se movían. He oído casos de libros que ni se imprimían, editoriales con imprenta, enviaban doscientos ejemplares al Ayuntamiento de marras y el resto que se suponía que tenían que imprimir ni se sacaba. Luego se repartían la pasta el concejal de Cultura que había conseguido la pasta y el editor. Había libros de poesía que se quedaban en los cajones, narrativa, todo lo que se ha publicado de ciencias sociales… Es innombrable. Se ha gastado dinero aquí a lo bestia. Lo de las subvenciones yo creo que ha jorobado el sistema editorial español, en lugar de impulsarlo.
Gonzalo: De esto se han quejado los músicos o, más que los músicos, las salas de conciertos; durante todos estos años el último Ayuntamiento podía contratar a Miguel Ríos, que tiene un caché que te pasas, y la gente: «Para qué voy a pagar por verlo si lo tengo gratis en las fiestas de este pueblo». Se han cerrado muchas salas. Ahora que todo eso se ha acabado hay que volver a recuperarlo.
Enrique: El tercer libro de la colección On the road —Calidad de vida — va con CD. Abrimos ahí la vía del rock and roll con el creador de los Happy Losers. Cambia de banda, hace otra…
Y tenéis más poesía de esta primera etapa.
Antonio: Sí. La línea de poesía está muy definida, esta —los libros de On the road— también, pero tal vez es más difícil de ver. La de poesía, con la ayuda de Benito y Andrés, que nos echan una mano, está más claramente encauzada: generación beat con todas las influencias anteriores y posteriores que tienen, aunque ya está traducido prácticamente todo; y todo lo que tenga que ver con el salirse del canon actual en poesía hispanoamericana. Fundamentalmente es esto. Nos interesa la vanguardia de alta calidad que se ha hecho durante estos últimos treinta años en España o Chile o México, muy vinculada muchas veces a la movida beat, pero que aquí apenas se ha conocido. Así, hemos traducido a Lew Welsh, ahora vamos a sacar un par de libros de Snyder, también a Philip Whalen. Estos estarán en nada listos.
Habéis cambiado por completo el diseño, estrenado logo…
Antonio: Un poco, sí. Pero no el planteamiento. Ese es el mismo.
Enrique: Se trata también de unificar un poco.
Gonzalo: Esto es como un viaje. Vas por una carretera muy ancha, una autopista, hasta que encuentras esa vía que te gusta, donde vas mejor. Tienes que andar antes unos kilómetros hasta que llegas a esa salida. En poesía, aunque todo tiene una línea, ahora nos estamos centrando más en la generación beat. En narrativa nos pasa un poco lo mismo. Ahora estamos más centrados.
Antonio: Buccaneers sí tenía una línea (hablo ahora de diseño) muy clara, pero On the road eran libros que podían no ser reconocibles. No estábamos muy contentos. Ahora ya ha aparecido el logo, el cordero, y las colecciones, las dos, también son ya muy visibles. Hemos confiado totalmente en Bea para esto.
Ha hecho un gran trabajo. ¿Y correctores?
Enrique: Ya tenemos. Correctores y correctivos.
Gonzalo: Nos lo estamos tomando más en serio.
Esto es frecuente ahora mismo. Que se escapen cosas. Entiendo que es el ritmo que llevamos todos, que es un sector donde no tenemos muchos recursos económicos tampoco, las cosas como son. En El contador de abejas muertas hay alguna errata, sí. Aun con todo, es un gran libro…
Enrique: Este libro nos llegó por Antonio. Bernardo Fuster y él se conocían de hace muchos años. Nos lo leímos todos, y a todos nos entusiasmó.
Antonio: No tenía ni idea de que había escrito algo. Él es músico.
Gonzalo: A mí me enganchó. Me lo leí del tirón. Lo mejor es que me olvidé de que era una historia real, es lo que a mí me parece más alucinante, que le pasara todo eso y la forma en que lo cuenta, que no es tan fácil, porque al final es una autobiografía, y darle ese tono, lograr enganchar de esa manera, es difícil. Parece, de tan bien como está contado, una novela estudiada.
Antonio: Tiene un tono casi barojiano, poniendo esa distancia con el personaje.
Enrique: Documenta una parte de la historia de España, una muy poco conocida: el FRAP, esos años de la Transición que nos han vendido.
Antonio: Es un libro, además, en continuo movimiento. No se está quieto en ningún momento (claro, lo persigue todo el rato casi la policía).
Gonzalo: Me encanta ese escepticismo. Ahora estaría muy bien visto, su lucha antifranquista. Sin embargo, él, desde el principio, lo dice, que acabó en el FRAP, pero que podía haber acabado en Falange, fue algo casi fortuito. Y ese espíritu vital, ese no tomarse en serio, ser escéptico sobre uno mismo, es totalmente beat, de carretera. «Hoy estoy aquí, mañana no sabemos dónde estaré». Cuando te lo lees, y pese a que el tipo de música que hace es otra cosa, es todo rock and roll.
Nota. Ese libro es muy, muy divertido. Tiene momentos que son un auténtico descacharre.
Antonio: A las presentaciones que hemos hecho del libro han acudido representantes de FRAP y, claro, se generan situaciones chocantes. Porque Bernardo pone una distancia con esa época, es lo que dice Gonzalo. Y los otros van porque piensan que va a ser un reconocimiento a la lucha armada, a esa época, etc. Las discusiones que se generan son muy interesantes.
Antes del verano salieron otros tres Buccaneers.
Antonio: Benito nos puso en contacto con Mauricio Medo. Conocíamos algo, pero poco. Empezamos a leer cosas, nos envió varios libros suyos. Cuando llegamos a este, Manicomio, nos lo quedamos. Es un libro fabuloso. El concepto del libro, cómo está organizado, cómo irrealidad y locura se unen, durante el trayecto que dura un año. Me parece un librazo, soberbio.
El de José Viñals, Entrevista con el pájaro, era muy necesario. Qué les une: son poetas que siguen caminos muy diferentes a la tradición normal. Son muy de vanguardia porque tienen su propio lenguaje. A Viñals lo conoce todo el mundo.
Y este, el de Marinas, Ejido de las ciudades. Composición del mar, que también es un libro muy raro, lo teníamos en un cajón guardado ya hace tiempo.
Este es la primera vez que se publica.
Enrique: Es filósofo, da clases en la Complutense.
Antonio: Sí. Él está muy ligado a toda esta pandilla de León: Ildefonso Rodríguez, Gamoneda, Marcos Cantelli… Cuando vimos la oportunidad lo publicamos.
Estos últimos Buccaneers ya no tienen las fotografías que tienen otros, ninguno de los tres.
Antonio: No. Beatriz esto lo quiere medir ahora de otra forma. Que cuando saque un libro con fotos tenga una razón clara. Como el libro que hizo con Enrique. Trabajos conjuntos, y no solo de ella. Están preparando ahora El ser breve.
Madre es un gran libro.
Antonio: Ese sigue una línea muy complicada.
Es un libro muy caro de producir.
Antonio: Sí.
Y acabáis de sacar el de Alberto Letona: Hijos e hijas de la Gran Bretaña. Es el primero que hacéis en cuatricomía. También muy caro.
Gonzalo: El primero y el último. [Risas]
Antonio: Es un libro que está entre anecdotario y diario, es muy personal por un lado, y por el otro analiza cuestiones muy generales. Es también muy divertido, te lleva de la mano a recorrer todas las islas. Yo me reí mucho, contaba anécdotas y cosas que me habían pasado a mí.
Enrique: El título es irónico. ¿Es antibritánico? No. Es una manera de entrar dentro e ir desmenuzando diferentes tópicos. El autor es de Bilbao y pasa temporadas en Inglaterra, está casado con una inglesa. La prosa es muy fácil, muy alegre. Consigue que te rías.
¿Pero por qué en cuatricomía?
Gonzalo: Porque nos llega así y no le dimos más vueltas. Pensamos que eran ilustraciones suyas.
Antonio: Bea se pilló un rebote… Porque ella es muy estricta, tiene muy claro qué quiere. Se cargó muchas ilustraciones, pero eso no abarató en absoluto el libro.
Gonzalo: Las ilustraciones le dan frescura al libro, esto es así.
Y los próximos son uno irse a la India y otro al Ártico.
Gonzalo: El de Ramón Larramendi es el próximo. Cuenta la primera expedición que hizo al Ártico, muy jovencito, tendría veinte o veintipocos años. Es un gran personaje, nada reconocido en este país, pero probablemente uno de los grandes exploradores de todos los tiempos. Este verano ha dado la vuelta a Groenlandia con un catamarán que se ha inventado él. No sé si lo has visto. Es un tipo muy humilde. Como los grandes genios.
Antonio: Es muy amigo nuestro. Incluso tuvimos aquí alojada su empresa una temporada.
Enrique: El cacharro que inventó es el primer vehículo ecológico que atraviesa la Antártida. Es la cometa la que va tirando del vehículo. Es tremendo.
Gonzalo: Él lo que pretende es conseguir realizar expediciones científicas al Ártico y la Antártida sin emisiones, con un coste muy bajo, que puedan estar allí los científicos durante mucho tiempo. Quiere crear una especie de tren tirado por una gran cometa, no le interesan tanto las hazañas deportivas como el contribuir a la investigación. Quiere llevar allí a científicos por ejemplo del CSIC, pero que no tienen por qué ser montañeros ni alpinistas. Que puedan estar allí una buena temporada investigando, sin un gran consumo, sin contaminar.
El libro que sacamos ahora cuenta un viaje sobre el que él me ha dicho a mí: «Yo nunca voy a poder volver a hacer algo como aquello». Estuvo tres años sin volver a casa. Y eso es lo que se cuenta. Está narrado a cuatro voces, los cuatro que participan. Cada capítulo es el testimonio de uno de ellos. Es un viaje espectacular. Como si estuvieras leyendo a Jack London. Se hicieron la ropa con pieles, aprendieron a manejar perros, desde cero; aprendieron el idioma. Lo hicieron, claro, por tramos, los inviernos los pasaban en pueblos perdidos.
Y ese viaje, aparte de que dice que ya no podría hacerlo, es que no se puede hacer: hay partes que ya no existen, que ahora son agua.
Es una de las personas que está viendo de primera mano el cambio climático: ve año tras año retroceder los glaciares desde los campamentos que monta frente a ellos. Es tremendo.
Enrique: Es una historia fascinante, cómo sobreviven a todo aquello.
[Y para Navidad Snyder, su Pasaje a la India en castellano.
Lo vamos a dejar aquí. Corran a su librería; a qué esperan].
Fotografía: Joaquín G
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¡Ánimo a esos editores! Me han gustado mucho las referencias.
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