Cine y TV

La revolución no será

Escena de Están vivos. Imagen: Universal / Studios Carolco Pictures.
Escena de Están vivos. Imagen: Universal / Studios Carolco Pictures.

La subversión en el séptimo arte es casi un clásico. De hecho, corren listas por ahí donde Godard y Truffaut se mezclan con Lynch y Bergman en ese noble propósito que es «invertir los valores y principios de un sistema establecido» según consta en la Wikipedia. Por cierto, ¿hay algo más subversivo que —como pasó hace unos meses hacer un crowdfunding para imprimir la propia Wikipedia? (lo cual daría como resultado un libro de 1.200.000 páginas. Fascinante).

Todo el mundo tiene su propio recuerdo visual de la subversión: para unos es Alan Moore (y su obra en general), para otros es los primeros trenes recorriendo NYC cubiertos de grafitis. Para unos es El pelotón chiflado o MASH (y Bill Murray, viva imagen de la anarquía: sin agente, sin publicistas y sin móvil) y para otros es 2001: Una odisea del espacio.

Precisamente de 2001 hablaba un escritor y ensayista llamado R. Barton Palmer. Palmer, al que también le gustaba la subversión, decía de la película que su éxito fue causado por el auge del LSD en aquellos años (finales de los sesenta), argumentando que en ambas costas los chavales se tomaban un ácido y se metían al cine a ver a astronautas que mutaban en bebes y lucecitas de colores, veinticuatro minutos de lucecitas de colores. Además, como sus padres no entendían de qué demonios iba la película, a los muchachos les salía la subversión por las orejas: «ni le gusta a mi padre, ni se puede disfrutar sin drogas». Ya saben, un win-win como una casa.

El cine subversivo es poderoso por definición. David Mamet puede escribir cinco manifiestos rompedores sobre el mundo del teatro o un libro sobre lo cojonuda que es Sarah Palin y el mundo hace como si oyera llover, pero el actor Hugo Weaving se pone una mascara de Guy Fawkes y se lía la de San Quintín.

Podríamos hablar de la expansión del mensaje o de cuando Fox (he dicho Fox, sí, los que también tienen una tele algo conservadora) empezó por retirar los trailers de El club de la lucha donde Brad Pitt aconsejaba a los espectadores que se bebieran su propia orina y acabó por «ralentizar» la distribución. O sea, que algunas copias volaban de los cines. Lo de un estudio produciendo un blockbuster nihilista tenía mucha coña, todo hay que decirlo: ¿quién iba a imaginar que Hollywood pagaría un filme donde las sedes de las principales tarjetas de crédito son voladas con explosivos?

La bestia del reino, de Terry Gilliam, es —probablemente tan subversiva como La vida de Brian pero de la primera no se acuerda ni el apuntador y la segunda la ponen en los colegios maristas para que los niños silben al final. Y es que en términos subversivos, la percepción es siempre algo relativo: yo soy de los que consideran Network como un decálogo radical sobre la tumba del periodismo; otros creen que es una película sobre un suicida con alma de exhibicionista.

Sin embargo, en los últimos tiempos la subversión ha pasado a formar parte del paisaje urbano: Obey tiene una marca de ropa; Banksy vende sus cuadros por tres o cuatro millones de dólares; Julian Assange vive en una habitación pequeña en la embajada de Ecuador (y ya nadie se acuerda de wikileaks). David Lynch se dedica a hacer café y a escribir libros sobre meditación, los del Dogma dijeron que todo había sido una bromita (probablemente producto de los licores de alta graduación) y Lars Von Trier se hace camisetas con sus propias ocurrencias.

Por respeto al lector no nombraremos aquí a todos los bufones que confunden boutade con subversión, que luego se nos enfadan.

Escena de Están vivos. Imagen: Universal / Studios Carolco Pictures.
Escena de Están vivos. Imagen: Universal / Studios Carolco Pictures.

La cuestión (reconozco que me ha costado llegar hasta aquí) es que el otro día cacé Están vivos, del maestro John Carpenter en la tele y pensé —cuando acabó lo loco que estaba el director de Halloween o La cosa. Me costaría encontrar en los últimos veinticinco años (y con la excepción de la mencionada El club de la lucha y en menor medidaV de Vendetta) un filme producido por un gran estudio tan salvajemente anarquista, clarividente y por qué no decirlo autodestructivo.

Para aquellos que no la hayan visto, la película va de un cachas con melena rubia que solía trabajar en la construcción antes de que todo se fuera al carajo y la mitad de la humanidad se fuera al paro. El forzudo recorre el país (Estados Unidos) buscando trabajillos para llevarse algo al estómago. En uno de sus curros conoce a unos tipos bastante extraños que le convencen de que algo va mal, de que estamos siendo manipulados para ser sometidos a la voluntad de otros. Los responsables nos impiden así iniciar una revolución que nos libere. Al cachas le da la risa hasta que los extraños le dan unas gafas (de sol) que permiten ver, no solo a los invasores, sino su gigantesca campaña de marketing, que manda mensajes a nuestro subconsciente: «Trabaja», «Obedece», «Consume». Todo en descomunales vallas publicitarias codificadas por una señal para que no sean visibles a simple vista.

Curiosamente, todos los invasores visten traje y llevan bolso de piel o conducen cochazos. Sí, amigos y amigas, el capitalismo ha llegado del espacio exterior para jodernos la vida. O eso nos cuenta Carpenter, un hombre conocido por su facilidad para expresarse públicamente contra las armas, la prohibición contra el tabaco, los republicanos, Guantánamo o el cine de terror moderno.

Todo es simple y obvio en Están vivos: estamos sometidos a un poder exterior que nos ha convencido de que lo mejor para nosotros es caminar con la cabeza gacha y no protestar por nada. Hasta que llega un moderno Moisés que nos libera a tortazos (la película contiene un delirante homenaje a El hombre tranquilo en forma de pelea en un callejón) y por la vía rápida.

La música, la figura del protagonista (algo así como el jinete palido de Eastwood con esteroides) y la habilidad narrativa del realizador para llevarnos por esta historia como si fuera una fábula de ciencia-ficción, convierten a Están vivos en pura subversión, financiada por Hollywood y para cuya promoción regalaron a los periodistas gafas de sol como las de la película pero que lamentablemente no funcionaban.

Con Están vivos John Carpenter cargaba contra la generación de neocons que estaba por llegar (en 1988 George Bush padre era nombrado presidente de los Estados Unidos) y se daba una patada en el culo a sí mismo, y no hacía arriba precisamente: a partir de entonces el director entró en más listas negras que Dalton Trumbo en la época de McCarthy.

Claro, que estamos hablando del tipo que en 1995 decidió (En la boca del miedo) convertir en Dios a un escritor de novelas de terror. Un Dios amante de Lovecraft, sádico, oscuro y brutal, cuyo apocalipsis era lento y enloquecido.

Y eso, justamente eso, sí es subversión.

(Por cierto, Están vivos acaba bien. Por eso Carpenter mantiene que «no es nada más que ciencia-ficción»).

Escena de Están vivos. Imagen: Universal / Studios Carolco Pictures.
Escena de Están vivos. Imagen: Universal / Studios Carolco Pictures.

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5 Comentarios

  1. Hastaelgorro

    Pero, Sr. García Ramón. ¿Otra vez? Pero no dijimos ya que… Primero la toma con Godard, Truffaut, Bergman y ¡Kubrick! (2001, reducida a un entretenimiento para drogadictos colgados de LSD, ¡ala!) y, ¿para qué? Las películas de Carpenter (en general) son una estracanada deliciosa (en ocasiones) y entretenidas (a veces), pero no son más que eso, no se pase.

  2. La revolución no fue, es como decir que el punk triunfó. Acaba siendo devorado desde sus propias entrañas.
    «Compra una TV grande, hipoteca tu casa, ten un auto, compra un seguro de vida»…
    Algo así decían en Trainspotting, para que el sueño termine dentro de los parámetros normales y pueda ser vendido, de nuevo!.

    Como va a triunfar una revolución que el estado desactiva con el simple hecho de incorporarla a la vida productiva del país?.
    En todo caso es una subversión enlatada, para los dedicados seguidores de la moda.
    La transmutación de toda la tabla de valores también fue un fiasco, nos mentiste Nietszche.

  3. Una gran peli, «Están vivos», de las mejores de Carpenter. David Mamet no es más que un sobrevaloradísimo autor de aburridas, previsibles y cobardes obras teatrales (pienso en «Oleanna», sobre todo, un petardo sexista y antifeminista de mucho cuidado). «El club de la lucha» (la película) es subversión para comodones de clase media-alta (o que creen/intentan serlo) con pretensiones contraculturales, pura provocación timorata, asustada y cagapoquito que bordea la vergüenza ajena. Citar a Mamet o a la peli de Murdoch como provocadores es… de lo más provocador.

  4. En este artículo se utilizan de manera más o menos intercambiable, y siempre con un marchamo positivo, adjetivos como «subversivo», «loco» o «salvajemente anarquista». También «clarividente», pero no se sabe bien por qué. Supongo que todo esto es herencia no superada del romanticismo, que se huele por todos los sitios.

    No he visto ese film de Carpenter, que a mi no me parece ningún maestro, por cierto. Al menos, no del cine. Pero sí conozco, claro, «El club de la lucha» y «V de Vendetta» y no veo ahí nada subversivo. Aunque reconozco que el propio término de subversión, aplicado al cine, es problemático, como indica el autor al principio de su artículo.

    Quizá me equivoque, pero creía que lo subversivo es lo que va a la contra de las modas u ortodoxias imperantes. Me parece normal que esas dos películas de Hollywood que recaudaron mucho dinero impresionen a los universitarios.También yo cuando tenía 18 años flipaba con Tarantino y Von Trier. Es normal.
    Pero no quiero más que recordar la crítica del añorado Ángel Fernández-Santos sobre la película de Fincher para pensar que ya entonces los más lúcidos se daban cuenta del carácter «cool», exhibicionista y manipulador del sin duda muy talentoso Fincher. Un director que, por cierto, creo que ha ido indudablemente a mejor, sobre todo con «Zodiac», donde se dejó de fuegos artificiales. Tan subversivos, locos y salvajemente anarquistas como los eslóganes de Nike, pongamos.

    En cuanto a la película «V de Vendetta», me gustó más, es un buen film de aventuras con numerosas referencias literarias y cinematográficas. Su influencia posterior en el mundo real, con las caretas de los que quieren «cultura gratuita», es bastante curiosa. Lo subversivo ahí será no querer pagar, vaya. Pero eso no puede ser subversivo en España: eso es la norma, pura y ortodoxa picaresca.

    Dejo aquí, por si alguien tiene curiosidad, mi comentario sobre la de J. McTeigue (la de «Fight Club» es ya una crítica antigua pero también puede encontrarse en mi web):
    http://www.elcineenquevivimos.es/index.php?movie=363

    Saludos y gracias por el estimulante (aun discutible) artículo.

  5. Pingback: Enlaces Recomendados de la Semana (Nº272) | netgueko

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