David Wood bajó del avión, dejó sus cosas en el hotel y para cuando llegó al entrenamiento ya se había dado cuenta de que estaba en medio de una formidable guerra civil. Corría el mes de noviembre de 1989, Audie Norris acababa de lesionarse la rodilla por enésima vez y a Steve Trumbo lo operaban del hombro en Estados Unidos. Todo el plan de Aíto García Reneses para conseguir su cuarta liga consecutiva parecía venirse abajo y no se puede decir que cierta prensa barcelonesa no lo estuviera disfrutando.
Todo empezó meses antes, cuando Aíto se alejó de la fórmula de sus dos últimos títulos y prefirió que el extranjero que acompañara a Audie Norris fuera un alero, en concreto Paul Thompson, en lugar del Eugene McDowell o el Grenville Waiters de turno. Para la decisión se contaba con la madurez de la eterna promesa Ferrán Martínez, la solidez reboteadora de Trumbo y la salud de Norris, más la capacidad de Jiménez para alternar las posiciones de alero y de ala-pivot.
En cualquier caso, era una decisión arriesgada y que afectó a la relación de Aíto con medios y grada del Palau. La llegada de Thompson no solo implicaba una pérdida de poderío interior para el Barcelona sino que arrastraba la salida del equipo de uno de los grandes ídolos de los ochenta, Cándido «Chicho» Sibilio. Es cierto que el dominicano ya no estaba al nivel de sus mejores años, pero el pragmatismo con el que se afrontó su salida molestó al jugador y afiló aún más los cuchillos de un entorno que no tragaba al entrenador madrileño, afincado en Barcelona desde su fichaje como jugador en 1968 proveniente del Estudiantes.
La marcha de Sibilio al Taugrés de Vitoria no gustó, pero se aceptó en aras de un nuevo triunfo. El problema era que el nuevo triunfo cada vez se veía más lejos. Con Epi entre algodones, Jiménez tocado y el bajo rendimiento de Thompson, nada que ver con aquel Kenny Simpson que se sacó Aíto de la manga en 1986, el Barcelona acumulaba derrotas y sobre todo acumulaba tensión, nada nuevo en un equipo que acostumbraba a vivir al filo durante seis meses de competición para arrasar en el último trimestre a un nivel físico muy superior al resto.
Las bajas de Norris y Trumbo fueron un contratiempo y a la vez un alivio: la plantilla podía volver a su cordura triunfadora. Con Thompson aún en el equipo, Aíto no tuvo problemas en ir probando sustitutos temporales de Norris que pudieran compartir después pintura con él. Uno de ellos era David Wood,; el otro, Mike Gibson, llegado pocos días antes al Palau Blaugana. Ninguno era la primera opción del técnico ni de Salvador Alemany, responsable de la sección, pero es que la primera opción jugaba en los Utah Jazz, tenía complicado romper su contrato y además exigía un dinero con el que ni Wood ni Gibson soñaban. Se trataba del portorriqueño José «Piculín» Ortiz, que finalmente acabaría fichando por el Real Madrid.
Eran los tiempos en los que Cruyff exigía que ningún jugador de la sección de baloncesto cobrara más que cualquiera de sus futbolistas y a Núñez le parecía bien. Con Ortiz ya descartado, por el dinero y por la urgencia para presentar a la FIBA una lista de inscritos para la liguilla de la Copa de Europa, la cosa quedaba entre Gibson y Wood. La prensa, satisfecha, estaba convencida de que ambos resultarían un fiasco.
La primera batalla vencida
La ventaja de ser un desconocido es que no hay expectativas. David Wood venía de jugar la anterior temporada en el Livorno italiano, un equipo que sorprendentemente había estado a punto de ganarle la liga a la todopoderosa Philips de Milán de Mike D´Antoni, Bob McAdoo y compañía. Tan a punto estuvo que llegó a celebrar la victoria en su campo después de que la mesa diera por válida una canasta local en el último segundo. Días después, en los despachos, el título voló de la Toscana a la Lombardía.
Wood era un jugador relativamente marginal en el equipo subcampeón, algo poco habitual en un americano que jugara en España pero más común en un equipo italiano. Salía, hacía su trabajo durante unos veinte minutos, metía unos diez puntos, cogía cinco rebotes, defendía como un cosaco y hacía a sus compañeros mejores. Como dijo el propio Aíto al poco de llegar este evangelista con la Biblia siempre cerca: «La verdadera estrella es el que hace a su equipo subcampeón y no el que mete treinta puntos y su equipo queda el último». Esa frase, por otro lado, era el resumen de su ideario como técnico.
David tardó tres entrenamientos en enamorar a su entrenador y sus compañeros. No había firmado aún el contrato cuando ya tuvo que ir al hospital porque le habían volado un diente luchando por un rebote. Con todo, el amor tardó en llegar a la prensa, que en sus columnas insistía en la duda: «Es un peón de brega al que no se le puede pedir más de lo que va a dar», «el tiempo dará y quitará razones», «doctores tiene la iglesia» o incluso «solo se entiende como cortina de humo para el verdadero extranjero». Wood tenía veinticinco años y pocas ganas de hacer amigos. Además, tenía prisa, porque las guerras o se ganan desde el principio o no se ganan.
El Barcelona le inscribió finalmente para la Copa de Europa junto a Norris, y a Paul Thompson se le empezó a poner cara de maleta. Cohabitaron unos pocos partidos, los que tardó «Atomic Dog» en recuperarse de la rodilla y después de un tropiezo ante el CAI de Zaragoza y una sólida actuación reboteadora en la victoria contra el Estudiantes de Antúnez y Herreros, llegó por fin su debut en casa, ante el BBV Villalba, un partido ideal para sacudirse la mala racha.
El peor debut posible
Efectivamente, el partido fue un paseo, un contundente 97-73 sin demasiada historia. Sin embargo, ese día nadie estaba al baloncesto. Era imposible. Pocos minutos antes de comenzar el encuentro, se confirmaba la muerte de Fernando Martín en la M-30 madrileña. Martín, compañero de selección durante años de la mitad del equipo azulgrana y rival dignísimo desde que, él también, dejara el Estudiantes camino del Bernabéu, era algo más que un jugador, era un icono de la cultura pop de los ochenta en España, con su propio juego para ordenador incluido en el que se tiraba ganchos pixelados en un eterno uno contra uno.
La ACB amagó con suspender la jornada pero al final —solo faltaba— se limitó a suspender el partido del Real Madrid. Los demás jugaron como pudieron. En el caso del Barcelona, quizá afectado por la destensión y la melancolía reinante, David Wood tuvo un debut horrible: cuatro puntos y nueve rebotes en veintitrés minutos plagados de faltas y tiros fallados: en concreto seis de los siete que intentó.
Quedaban apenas dos semanas para empezar la liguilla de la Copa de Europa y el equipo marchaba séptimo de la A-1 con seis victorias y siete derrotas, cinco más que el Real Madrid de George Karl. El puesto de Aíto estaba más que discutido y solo una reacción inmediata podía evitar el seísmo. Lo que nadie esperaba, quizá, es que esa reacción la encabezara el recién llegado, un tío que se echó el equipo a la espalda y que enganchó inmediatamente con el espectador.
Efectivamente, Wood no era un artista. No era Audie Norris ni lo intentaba ser. Le llamaban «el gladiador» y a él le encantaba. Cada partido era una batalla. Hablamos de los tiempos en los que los Detroit Pistons entraron en nuestras vidas y aquel hombre era una mezcla de Dennis Rodman y Bill Laimbeer. Reboteaba y forzaba faltas en ataque como el primero. Repartía leña y tiraba triples como el segundo, con un acierto poco visto antes en un pívot.
Wood parecía sacado de aquella película de principios de los noventa, Los blancos no la saben meter. Si hubiera que elegir en una cancha callejera, él probablemente sería el último en encontrar equipo. Su tiro de tres con los dos pies juntos, sin saltar, y flexionando las rodillas, casi siempre frontal, desarmaba a los rivales que suficiente tenían con frenar a Epi y a Jiménez o a un sorprendente Xavi Crespo, que hizo de perfecto sustituto de Sibilio aquella temporada.
Las victorias empezaron a llegar, coincidiendo precisamente con la llegada del Taugrés de «Chicho», Marcelo Nicola, Pablo Laso, Ramón Rivas y un montón de futuras estrellas. Días antes, el 10 de diciembre de 1989, el RAM Joventut derrotaba al equipo de Aíto en su viejo campo de Badalona. Fue la última vez que alguien ganó a aquel Barcelona en liga: treinta partidos consecutivos que le permitieron pasearse por la segunda fase de la liga y ganar los play-offs invicto, con contundentes 3-0 ante Estudiantes en semifinales y de nuevo el Joventut en la final.
Pocas veces se ha visto a un equipo tan dominante en ACB y desde luego no fue ninguna casualidad que esta racha coincidiera con el regreso de Audie Norris y la marcha ya definitiva de Paul Thompson. España, por cuarto año consecutivo, era del Barcelona. Quedaba, tan solo, el reto europeo.
El gladiador no habla yugoslavo
El primer partido europeo de la pareja Norris-Wood fue, curiosamente, en Split, ante la Jugoplastika de Kukoc, Radja, Ivanovic, Savic, Perasovic y ese largo etcétera. Un equipo en el que Petar Naumoski era el undécimo jugador antes de dominar Italia y Turquía durante unos cuantos años. El Barcelona venía de perder el año anterior las semifinales en Múnich ante prácticamente el mismo equipo pero la prensa se empeñaba en ponerle el manto de favorito. Aquel partido lo ganaron los yugoslavos 86-73, preludio de lo que vendría más adelante.
Mientras, David Wood seguía enamorando a su manera, una especie de antihéroe, un tío al que detestas cuando juega en el equipo contrario y amas cuando juega en el tuyo, el pelo rojo revuelto, los ojos casi fuera de sus órbitas, la gesticulación constante… en el recreo algunos jugaban a ser Dominique Wilkins y otros jugábamos a ser David Wood, cada cual según sus posibilidades.
Pronto, la marcha triunfal pasó de España a Europa. Tras esa primera derrota en Croacia, el Barcelona encadenó doce victorias en trece partidos y fue el primero de la liguilla, por delante de Jugoplastika, Limoges y Aris de Salónica, precisamente su rival en semifinales. Los griegos apenas aguantaron el ritmo de la máquina barcelonista, y cayeron 104-83.
Aquella Final Four se jugaba en Zaragoza, la patria chica de Epi, y todo estaba diseñado para que, a la segunda, el Barcelona ganara su primera Copa de Europa.
El propio Epi lideró a los azulgrana en semifinales, con veinticuatro puntos, más veiituno de Ferrán Martínez. Wood se quedó en doce puntos y cuatro rebotes y, eso sí, utilizó sus cinco faltas, como solía ser habitual. Aquel año, solo en liga, le expulsaron en ocho partidos y acabó con cuatro faltas en otros nueve. No hacía prisioneros. En la final, Wood, Norris y Ferrán tenían algo serio a lo que enfrentarse: Dino Radja, Zoran Savic y Goran Sobin. El cuarto pívot era un tal Zan Tabak.
Cumplieron. No con excelencia, pero cumplieron. Entre los tres sumaron treinta y seis puntos y veinte rebotes en un partido en el que el Barcelona acabó con sesenta y siete. Wood paró bien a Radja y Savic, pero de nuevo acabó pagando su agresividad con cinco faltas y el banquillo. El desastre vino por fuera, donde menos se esperaba: Epi se quedó en diez puntos, Solozábal en cinco y Andrés Jiménez sumó ocho con horribles porcentajes de tiro. La presencia de Crespo fue testimonial, pues Aíto prefirió jugar casi todo el partido con dos bases para que Quim Costa intentara parar a Perasovic.
En cualquier caso, todo fue en vano ante el mejor Kukoc de aquellos años: veinte puntos saliendo desde el banquillo, siete rebotes y tres triples en los momentos decisivos. Él rompió el partido cuando parecía que el Barcelona remontaba y dejó de nuevo a los barcelonistas sin la guinda del pastel. En el club tenían claro que hacía falta algo más, algo que no fuera solo trabajo y exigencia. Aíto aceptó dar un paso al lado y se empezó a cerrar el fichaje de Maljkovic.
El hombre con el que nadie contaba: una vida de jornalero
A Aíto le gustaban los jugadores como David Wood, y al Maljkovic de años venideros le hubiera encantado. ¿Quién no imagina a Wood rebañando rebotes en el Limoges de 1993 o 1995? Sin embargo, en el club había cierto miedo a que su nombre se hubiera quedado «marcado» en la mente de los árbitros. La final contra el Joventut se llenó de acusaciones al respecto por parte de determinados jugadores de la Penya y el propio Wood excusó su eliminación en el tercer partido con un «No he podido defender como me hubiera gustado, por todo lo que se ha dicho».
En veintisiete minutos de media, anotó más de catorce puntos y cogió más de ocho rebotes. Añadan defensa y un acierto en triples que rondaba el 50%. Añadan, también, la sincronización total de la grada con su gladiador.
No bastó. Del tema se habló un tiempo en los periódicos, con cierto entusiasmo, pero ni Wood quería dejar pasar la oportunidad de la NBA ni el Barcelona estaba dispuesto a pagarle como la estrella silenciosa que era. Se le dejó marchar y cuando Ferrán Martínez anunció por sorpresa que se iba al Joventut, Alemany y Aíto quisieron repescarle pero sin éxito. Tantearon también a un tal Corny Thompson pero al final se quedaron con el que siempre habían querido, «Piculín» Ortiz.
Como decíamos, Wood prefirió la aventura. Iba en su carácter. La estancia en Houston fue un fracaso, el Taugrés le repescó en 1992 para jugar media temporada con relativo éxito y después se abonó a la figura del «temporero». Su evangelio pasó por San Antonio, Golden State, Dallas, Milwaukee y la CBA durante siete años de idas y venidas. Ya con treinta y cuatro, volvió a Europa: unos meses en el Unicaja, unos meses en el Limoges de Ivanovic, unos meses en Murcia y en Canarias y, por fin, algo de estabilidad en el Fuenlabrada, el equipo ideal para un jugador como él, pareja de baile de Salva Guardia, su clon.
Wood era por entonces un tipo más fondón y más listo. Igual de limitado en lo físico y quizá menos agresivo. Religioso como el que más porque hay cosas que nunca cambian. A los treinta y nueve años decidió que era buen momento para dejar de jugar al misionero conflictivo. Aíto, por entonces, andaba descubriendo a Rudy Fernández. Aquel año, Bill Laimbeer llevaba a las Detroit Shock a su primer título de la WNBA.
Un jugador que dejó una enorme huella en apenas medio año. Era el complemento perfecto para ese equipo, y un martirio para los rivales: te dejabas la vida intentando parar a Epi, Norris y Jiménez y venía este y te clavaba 5 triples de 5 intentos después de arramblar con un rebote tras otro y de dejar las marcas de sus codos en todos los pivots rivales. A mí me entusiasmaba, y fue una decepción que no siguiera. Luego en su vuelta al baloncesto español su poderío físico ya era mucho menos exultante. Me encantan estos recuerdos de aquel baloncesto tardochentero.
Lo curioso es que en el verano del 80 la Penya estuvo a punto de fichar a otro pívot blanco que, casualmente, también venía de disputar la liga italiana: William Laimbeer Jr. (alias Bill Laimbeer).
http://hemeroteca.mundodeportivo.com/preview/1980/07/30/pagina-32/1054050/pdf.html
http://hemeroteca.mundodeportivo.com/preview/1980/07/23/pagina-35/1051559/pdf.html
Gracias, Guillermo, ¡Coño!, ¡Muchas gracias!, ¡Qué placer leerte!
Un muy buen artículo que hará las delicias de loas aficionados al baloncesto que ya un poco entrados en años.
Si mi memoria no me falla creo que lo primero que hizo este tío con la camiseta del Barça fue participar en un concurso de mates del antiguo All-Star y liarla pero bien con unos mates tremendos que le valieron no se si ganar el concurso pero sí estar en la final. Recuerdo verle al principio con su pinta, blanco y con la camiseta culé… no le conocía ni Pedro Barthe. Qué carácter y qué físico escondía el blanquito
Esa liga con A1 y A2, la segunda fase… Una época en que los eurobasket se jugaban en Junio.
Recuerdo una entrevista que le hicieron cuando estaba en Houston :» No volvería a jugar en equipos como el Taugrés …» acabó algo decepcionado.
Mencionas la salida por la puerta de atrás de Sibilio en el 89, como ocurriría con Solozábal años más tarde. Un Barcelona bastante ingrato con ellos
Aún me acuerdo de lo gran jugador que era, los minutos que estaba en pista casi todo lo hacía bien. Defendía como un cosaco pero cuando lo dejaban tirar las metía.
Grandes recuerdos , salvando las diferencias con él el Barsa tenía a su propio Pinone.
Mas de 8 años despues de su tan recordado periplo barcelonista, a Wood le llamaron para jugar con la seleccion USA en el Mundial 98.
Tras el boicot de los NBA, que andaban de huelga (la temporada 98-99 fue de solo 50 partidos, la del asterisco, que diria el Tio Phil), USA decidio mandar un curioso equipo de jornaleros «europeos». Wood entre ellos.
En un Mundial de un nivel bastante malo, consiguieron la medalla de bronce. Wood parecia el mas feliz del equipo por semejante e inesperada oportunidad a una edad tardia.