Viene de la primera parte
Supe que nunca llegaría a ser alguien implorando al hombre blanco que me dé algo de lo que él tiene, sino consiguiéndolo por mí mismo y convirtiéndome yo a mí mismo en alguien.
El ejército de Harlem
Corre el año 1957. Todo sucede en la esquina de la 7ª Avenida con la calle 125, en Harlem, Nueva York. Dos policías efectúan un arresto con brutalidad innecesaria, golpeando a un sospechoso —negro— que, tirado en el suelo, ya no puede defenderse. La escena es vista por un transeúnte llamado Johnson Hinton, también negro, que interpela a los dos agentes: «¡Basta! ¡Esto no es Alabama! ¡Estamos en Nueva York!». Por toda respuesta, los dos policías se abalanzan sobre Hinton y comienzan a golpearlo también, pese a que no ha cometido ningún delito y se he limitado a intentar detener una paliza. A resultas de los golpes, Hinton sufre varias fracturas en el cráneo. Aun así, es esposado, llevado a comisaría y encerrado en una celda sin que se le hayan procurado los más mínimos cuidados médicos. De normal, hubiese sido un ejemplo más de brutalidad y racismo policial que quizá finalizase con la muerte inexplicada de un pobre hombre inocente y un posterior silencio administrativo. No era la primera vez que sucedía, desde luego. Pero algo cambiaba en este caso: Johnson Hinton era un miembro de la Nación del Islam, la organización extremista cuya presencia estaba creciendo en Harlem.
Cuando el malherido Hinton es encerrado, corre la voz sobre el suceso. De boca en boca, la noticia llega a la principal mezquita de la Nación del Islam, que está situada en ese mismo barrio, Harlem. Su director, que tiene por entonces treinta y un años de edad, lleva un lustro fuera de la cárcel y ya se ha convertido en uno de los pesos pesados de la Nación. Decide intervenir. Acompañado de un nutrido grupo de seguidores, parte hacia la comisaría de Harlem. Una vez allí, sus hombres se colocan en formación, ocupando la calle como si fuesen soldados, aunque no llevan armas. Se limitan a quedarse firmes e inmóviles. Algunos cientos de vecinos, atraídos por la marcha de los Musulmanes Negros, se congregan también y lanzan gritos de indignación contra la policía. Pero los hombres de la Nación guardan completo silencio. Desde la comisaría, los mandos policiales contemplan con aprensión la insólita escena, sin entender quiénes son aquellos negros que permanecen impertérritos en la calle. Temen que la tensión pueda degenerar en un altercado de consecuencias imprevisibles, así que tratan de averiguar quién el líder de aquellos hombres, para hablar con él. Es ahí cuando escuchan por primera vez el nombre de Malcolm X.
El comisario le invita a entrar en su despacho. Malcolm X pide ver al «hermano Hinton» y comprobar su estado de salud. Exige que, si está grave, la policía se lo entregue para poder llevarlo a un hospital. El comisario se niega a aceptar esta demanda, pero insiste en que desea buscar una salida negociada antes de que las cosas se desmadren y tengan que intervenir instancias superiores. Malcolm X escucha con atención, pero, al comprobar que su principal petición es desestimada, responde: «En ese caso, no hay nada más que hablar». Se levanta de su silla, sale del despacho y regresa a la calle junto a sus hombres, que ni siquiera se han movido. El número de ciudadanos que rodean el lugar se acerca ya a los dos mil.
El comisario de Harlem saben que la situación va a empeorar; incluso si no estallan disturbios, la noticia sobre la insólita presencia de aquellos misteriosos «Musulmanes Negros», como se hacen llamar, llegará tarde o temprano a los periódicos metropolitanos, quién sabe si hasta los nacionales. De hecho, algunos reporteros locales ya están allí. Entre ellos James Hicks, periodista que mantiene cierta amistad con Malcolm X. Como la tensión sigue creciendo, el comisario recurre a Hicks para convencer a Malcolm X de que continúe negociando. Malcolm X acepta regresar a la comisaría, pero dejando las cosas claras desde el principio: «Vuelvo únicamente por el respeto que siento hacia el señor Hicks, porque no siento un particular respeto hacia usted ni hacia el departamento de policía». Declara que su postura sigue siendo inflexible: quiere ver a Hinton, de lo contrario sus hombres no abandonarán la calle. No hay otra opción posible.
El comisario, ante la posibilidad de ver unos hipotéticos disturbios causados por él en las págnias del New York Times, cede por fin. Malcolm X visita la celda de Johnson Hinton y comprueba que su estado es muy grave. Reclama una ambulancia. Pese a que Hinton está oficialmente detenido, Malcolm X se lo lleva con carácter de urgencia al hospital de Harlem. Los policías no osan impedírselo. Entretanto, los hombres de la Nación del Islam continúan ocupando la calle en perfecta formación. Un sargento —negro, por cierto— hace guardia en la puerta de la comisaría y contempla con asombro el espectáculo. Nunca ha oído hablar de los Musulmanes Negros, pero se permite hablar de ellos con tono despectivo, asegurándose de que escuchen bien sus palabras. Ese mismo sargento sugiere al inspector jefe que se autorice el uso de la fuerza para dispersarlos. Los hombres de la Nación continúan guardando escrupuloso silencio, excepto uno, que lo rompe para pronunciar una sola frase: «Inspector, será mejor que retire al sargento de la puerta». El inspector capta el mensaje y ordena a su subalterno que se aparte de la vista de los miembros de la Nación. Aunque los Musulmanes Negros no han dado el menor indicio de querer iniciar un desorden, los policías se sienten intimidados.
Una vez satisfechas sus demandas y asegurada la atención médica de Hinton, Malcolm X regresa y se sitúa una vez más junto a sus hombres, mientras los policías siguen con atención cada uno de sus pasos. Entonces, Malcolm X, con un gesto de su mano y sin pronunciar una sola orden en voz alta, hace que su pequeño ejército se disuelva. El periodista James Hicks y un agente de policía observan el momento y no dan crédito a sus ojos: «¿Ha visto usted lo mismo que yo?», pregunta el policía, boquiabierto. «Sí», responde Hicks. El agente sentencia: «Eso es demasiado poder para un solo hombre». Para un hombre negro, se entiende.
El radical más famoso de América
Después de que Malcolm X saliese de la cárcel e ingresara en la Nación del Islam, el líder absoluto del grupo, Elijah Muhammad, había tardado bien poco en percibir su enorme talento. Primero lo puso a prueba dirigiendo la mezquita de Harlem, donde su elocuencia y poder de atracción electrizaban a las multitudes, ayudando a crear una considerable base de seguidores que, de hecho, era la más importante de la organización. Después lo convirtió en su hombre de confianza, primer ministro de la Nación y principal encargado de llevar el mensaje a diferentes partes de los Estados Unidos. Al igual que en Harlem, las cualidades como líder carismático del nuevo portavoz oficial permiten que la Nación del Islam continúe creciendo con rapidez. Había estudiado e interiorizado el ideario de Elijah Muhammad hasta el punto de poder defenderlo en público con mucha más eficacia y elocuencia que el propio Muhammad. Y Muhammad estaba muy contento por ello; difícilmente podía haber encontrado un mejor representante.
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El incidente de la comisaría hizo que los medios empezaron a volver sus ojos hacia Malcolm X, hasta entonces un total desconocido, y descubrieron que el personaje era un filón, así que los ciudadanos estadounidenses iban a familiarizarse muy pronto con su rostro, su voz y sus ideas. Por lo general, los medios no daban tanto pábulo a una organización radical de semejante pelaje —y menos aún a una formada por negros musulmanes—, pero Malcolm X era un producto periodístico demasiado irresistible como para no cederle páginas y minutos de emisión. La mayor parte del público, incluso entre los negros, lo consideró un extremista. Y lo era. Pero su discurso no podía ser desmontado con facilidad, por más que las ideas de la Nación del Islam, en ocasiones, rayasen lo delirante. Su capacidad dialéctica le permitía defender con éxito conceptos que resultaban difíciles de defender, por no decir que, en los peores casos, eran intrínsecamente indefendibles. Y, aunque dado lo radical de su mensaje no puede decirse que convenciese a grandes mayorías, incluso aquellos a quienes no convencía se veían obligados a respetar su más que evidente brillantez intelectual. Malcolm X sabía hablar. La manera en que articulaba sus ideas, incluso cuando eran falaces, era muy sólida. Y, para muchos interlocutores, aparentemente inatacable en la práctica. Pocos periodistas u opinadores osaban llevarle la contraria en un cara a cara. Así, a finales de los cincuenta y principios de los sesenta, Malcolm X era el rostro visible de la Nación del Islam hasta el punto de que mucha gente pensaba, por error, que él era el líder de la organización, aunque empezase muchas de sus intervenciones y razonamientos con la expresión «el honorable Elijah Muhammad dice…» o «el honorable Elijah Muhammad cree…», sin disimular el culto a la personalidad que imperaba en el grupo. Era era su carisma, no el de Muhammad, el que interesaba a los medios y el que afectaba al público. Era su rostro el que aparecía en las noticias. Eso sí, en sus intervenciones públicas se mantenía siempre fiel al mensaje de la Nación y lo único de cosecha propia eran los argumentos con los que trataba de justificar un ideario ajeno; él mismo recordaría más adelante aquella etapa con cierto embarazo, comparándose a sí mismo con una «marioneta que se limitaba a repetir una y otra vez las ideas de Elijah Muhammad».
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Su fama condujo a comparaciones con otros líderes negros. La prensa lo presentaba como el reverso tenebroso de Martin Luther King. Las acusaciones de radicalismo que muchos medios blancos habían vertido sobre King se atemperaron en cuanto Malcolm X apareció en escena; de repente, Martin Luther King ya no era un radical sino el mensajero de la hermandad y la paz, mientras que Malcolm X era visto como el mensajero del odio. La oposición ideológica entre uno y otro era, de hecho, muy pronunciada. Malcolm X se mostraba muy crítico con King, a quien calificaba como «el tío Tom del siglo XX». Incluso lamentó su nominación para el Premio Nobel de la Paz: «Si sigo a un general y el enemigo le da un premio por la paz, empiezo a sospechar de él. Muy especialmente si le dan el premio por la paz cuando la guerra no ha terminado todavía». Menospreciaba al movimiento por los derechos civiles de King por causa de sus métodos pacíficos, que él calificaba como inoperantes. Al contrario que Martin Luther King, Malcolm X jamás se dejaba ver en actitud de colaboración junto a los poderes públicos blancos. Si King abogaba por la integración, Malcolm X defendía la necesidad de la separación total entre razas. King apelaba al buen corazón de muchos hombres blancos que no eran racistas, pero que habían tolerado las injusticias del sistema. Quería obtener su colaboración activa. Malcolm X, en cambio, aseguraba que todos los hombres blancos eran «diablos» (aquella idea que, al principio, se había resistido a asimilar) y que jamás consentirían en hacer la más mínima cesión a los negros, no si los negros no forzaban esa cesión por sus propios medios. En alguno sus discursos decía: «Si alguien ha venido esperando que yo diga que hay que poner la otra mejilla ante el hombre blanco, se ha equivocado de lugar». Algunos de los juicios que emitía sobre King eran muy duros:
El hombre blanco paga a Martin Luther King. El hombre blanco subsidia a Martin Luther King. Así, el reverendo King puede continuar aleccionando a los negros para que sigan indefensos. Eso es lo que significa la no violencia: estar indefensos. Indefensos ante una de las bestias más crueles que hayan tomado a otros seres humanos en cautividad; esto es, el hombre blanco americano.
King, por su parte, respondía a las críticas afirmando que algunos confundían el concepto de «resistencia pasiva» con el de «no resistencia», pero el reverendo ya tenía sus propias preocupaciones —como contábamos en el artículo dedicado a su figura— y Malcolm X no era una de esas preocupaciones. Ambos líderes nunca llegaron a debatir en televisión u otro evento público. De hecho, solo se vieron en persona una vez y fue un encuentro tan breve que solo permitió que intercambiasen unas pocas frases y que los fotógrafos inmortalizasen la inesperada escena.
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Crisis en la Nación del Islam
Malcolm X se empeñaba con afán en la tarea de extender el mensaje de Elijah Muhammad y captar prosélitos, pero su ritmo de vida resultaba agotador. Dormía apenas tres o cuatro horas diarias, viajaba sin pausa siguiendo los requerimientos de la Nación y llevaba una existencia sometida a una férrea disciplina, donde su única alegría era Betty Shabazz, una conversa a la Nación con la que contrajo matrimonio (el nombre islámico que Malcolm X había adoptado en la esfera privada era El-Hajj Malik El-Shabazz) y con quien tuvo seis hijas, todas niñas Por lo demás, su espartano e incansable sistema de trabajo, sumado a su carisma, ayudó en gran manera a que la Nación del Islam se estableciese como un poder civil a tener en cuenta. A principios de los sesenta, sin embargo, aparecieron las primeras grietas en la relación entre la Nación y su más famoso líder mediático. Algunas personas cercanas empezaron a notar que Malcolm X ya no resultaba tan convincente cuando predicaba el mensaje de Elijah Muhammad. Él negaba que estuviese perdiendo la fe en el «mensajero de Dios», pero en realidad se estaba gestando el desencuentro. Empezaba a sentirse incómodo en la organización.
Muchos en la Nación se sentían molestos por el hecho de que Malcolm X fuese el rostro reconocible que se llevaba toda la fama. Ahora que Elijah Muhammad, cercano a los setenta años de edad, daba muestras de mala salud, acusaban a Malcolm X de querer hacerse con las riendas de la congregación. Terminó emergiendo un movimiento de oposición interna que ponía en cuestión la excesiva importancia que Malcolm X había adquirido; al frente de esa oposición se situaría un antiguo protegido suyo, Louis X (hoy más conocido como Louis Farrakhan, actual líder de la Nación del Islam). Esa nueva corriente interna tenía, además, una manera distinta de hacer las cosas que no agradaba en absoluto a Malcolm X. No podía dejar de notar que, mientras él llevaba una vida modesta, otros dirigentes de la Nación parecían gozar de existencias bastante acomodadas, permitiéndose incluso la adquisición de automóviles lujosos y ropas caras. Él ni siquiera tenía su vivienda en propiedad, sino que habitaba una casa que le había sido cedida por la Nación, y podía darse muy pocos caprichos. Cierto es que la organización siempre había poseído negocios y eso había formado parte importante de su estructura desde el principio, pero habían sido usados como sostén para financiar las actividades civiles y, sobre todo, para dar a sus hermanos de raza la oportunidad tener un empleo y prosperar. Al menos así había sido en Harlem, bajo la dirección de Malcolm X. Ahora, sin embargo, daba la impresión de que el objetivo de algunos altos cargos en la Nación era enriquecerse con esos mismos negocios. Él incluso sospechaba que algunos de aquellos líderes coqueteaban con el crimen organizado. La desconfianza mutua entre Malcolm X y buena parte de la nueva cúpula dirigente empezó a constituir un serio problema. No sería el único.
Otro motivo de roce fue provocado por el asesinato de John Fitgerald Kennedy. El presidente estadounidense había sido objeto habitual de críticas por parte de la Nación del Islam y muy en especial por parte de Malcolm X, quien lo había acusado de hacer promesas a los votantes negros en materia de derechos para olvidar esas promesas después de ganar las elecciones:
Cuando los perros de la policía mordían a mujeres negras y niños negros en Birmingham, Alabama, Kennedy decía que no podía intervenir porque ninguna ley federal había sido violada. Pero, tan pronto los negros explotaron, tan pronto comenzaron a defenderse y empezaron a imponerse ante lo más granado de los blancos que tenían delante, Kennedy envió a las tropas. Y no había ninguna nueva ley federal cuando los negros explotaron, ninguna ley aparte de las leyes que ya había cuando eran los blancos quienes estaban ejerciendo la violencia.
Cuando se conoció la noticia del asesinato del presidente, sin embargo, Malcolm X recibió una rápida advertencia por parte de Elijah Muhammad: dado que Kennedy era un personaje muy querido y todo el país iba a estar de luto, la Nación del Islam iba a mostrarse respetuosa. Aquello significaba que Malcolm X tenía que abstenerse de seguir criticando al difunto presidente, por el bien de la imagen pública de la Nación. Aquello lo desconcertó por completo. A sus ojos, el hecho de que Kennedy hubiese sido asesinado no cambiaba su naturaleza como político o el hecho de que su mandato pudiera ser aún criticado. Malcolm X había defendido todas y cada una de las ideas de la Nación, incluyendo las críticas a Kennedy, pero ahora le estaban pidiendo que traicionase esas ideas para que la Nación hiciese un ejercicio de relaciones públicas. No lo entendió y no quiso someterse a ello. En uno de sus discurso, rompió la orden directa de Elijah Muhammad, dejando entrever que el asesinato de Kennedy habría sido una consecuencia lógica de su agresiva política exterior. Dijo que, si los Estados Unidos causaban dolor en el extranjero, parte de ese dolor les sería devuelto a ellos, como cuando «las gallinas regresan a dormir al gallinero durante la noche» (un conocido refrán estadounidense). Aquello causó un considerable revuelo, en especial porque la prensa se las arregló para hacer ver que Malcolm X había expresado «felicidad» por el asesinato de Kennedy, algo que él mismo desmentiría más tarde, pero que quedó impreso en la memoria colectiva.
Elijah Muhammad se enfureció. Durante los siguientes días, el periódico de la Nación se dedicó a glosar la figura de Kennedy para intentar compensar el ataque póstumo de Malcolm X. Incluso se hizo público un comunicado en el que la Nación se desmarcaba de las declaraciones de su portavoz, calificándolas como una salida de tono personal con la que ellos no tenían nada que ver. No solo se le ordenó guardar silencio de nuevo, sino que lo destituyeron como portavoz principal de la Nación y lo apartaron de toda labor propagandística. Malcolm X empezó a sufrir un proceso de ostracismo en el que jugaron un papel importante tanto la oposición liderada por Louis X como, al parecer, la influencia de algunos importantes miembros que eran, en realidad, policías infiltrados, como el entonces subdirector nacional de la Nación. Todos ellos empezaron a poner a Elijah Muhammad en contra de su antigua mano derecha. El mejor ejemplo lo constituye todo lo relacionado con el ingreso del boxeador Classius Clay en la Nación. Clay, cuando todavía no era campeón mundial, había trabado una estrecha amistad con Malcolm X y este tuvo una clara influencia ideológica sobre el púgil, quien pronto quiso convertirse en miembro de la Nación. Sin embargo, en la Nación no veían con buenos ojos la personalidad histriónica del boxeador, ya conocido por sus características payasadas y salidas de tono; algo incompatible con la imagen de seriedad que siempre exigían a sus miembros. Además, la Nación había condenado el boxeo como un «espectáculo sucio», así que le habían dicho a Malcolm X que no aceptaban a su nuevo fichaje. Sin embargo, tan pronto Cassius Clay ganó el título mundial y se convirtió en el deportista más famoso del planeta, la Nación cambió de idea. Como recordaría Betty Shabazz: «De repente, en la Nación se dejaban la piel por intentar acercarse al campeón del mundo». Cassius Clay fue finalmente aceptado con grandes honores bajo el nuevo nombre de Cassius X (poco más tarde adoptaría el de Muhammad Ali), lo cual constituyó una jugada propagandística internacional de enormes dimensiones. Pero nadie en la Nación agradeció a Malcolm X lo que, en esencia, había sido su gran fichaje. En la multitudinaria ceremonia de ingreso de Cassius Clay en la Nación estuvieron presentes todos los miembros importantes excepto Malcolm X. Y aunque Cassius Clay no era ajeno al enfrentamiento entre la cúpula de la Nación y Malcolm X, no tuvo el más pequeño gesto de apoyo para su amigo. En el futuro, el legendario campeón tendría tiempo de lamentarse por haber contribuido a que se le asestara aquella puñalada:
Darle la espalda a Malcolm X fue uno de los mayores errores que he cometido en mi vida. Desearía poder decirle que lo siento, que él tenía razón sobre muchas cosas, pero fue asesinado antes de que tuviera oportunidad de decírselo. Era un visionario, estaba por delante de nosotros.
El no tan honorable Elijah Muhammad
Malcolm X había caído del cartel. Estuvo durante meses sin hacer ningún tipo de declaración pública, periodo en el que la Nación continuó haciendo todo lo posible por poner tierra entre ellos y las declaraciones de su antiguo portavoz sobre el presidente asesinado. A nadie se le escapaba ya que la relación entre Malcolm X y la Nación podía terminar en cualquier momento. Pero el asunto de Kennedy era apenas la punta del iceberg. El peor de todos los desencuentros aún estaba por llegar. Malcolm X hizo ciertas averiguaciones sobre la vida privada de Elijah Muhammad, destinadas a destruir todo lo que quedaba de su fe en la Nación.
Antes del asesinato de Kennedy, Malcolm X había sido el principal apologista de Muhammad, su campeón mediático, pero además le había profesado una ciega y sincera veneración. Sin embargo, no pudo evitar que le llegaran rumores sobre las supuestas relaciones sexuales de Elijah Muhammad con varias de sus jovencísimas secretarias y ayudantes. Se decía que había tenido hijos ilegítimos con algunas de ellas, en ciertos casos cuando eran menores de edad. En un principio, Malcolm X se negaba a creer esos rumores y ni siquiera hizo caso a indicios que él mismo había observado para desecharlos después considerándolos sugestiones creadas por su imaginación y disparadas por las habladurías. La Nación del Islam abogaba por la familia tradicional y tenía un ideario sexual bastante puritano, condenando el adulterio y la fornicación (esto es, el sexo fuera del matrimonio). Malcolm X era incapaz de creer que Elijah Muhammad hubiese roto estos principios en no una, sino numerosas ocasiones. No había querido ver nada sospechoso en el hecho de que se rodease de jovencísimas ayudantes; a fin de cuentas, Elijah Muhammad tenía ayudantes de todo tipo y siempre estaba rodeado de una corte de seguidores, entre los que había también varones. Sin embargo, los indicios resultaban cada vez más claros y sus dudas se hicieron más y más urgentes. Atormentado por las sospechas, acudió a Warith Deen Muhammad, uno de los hijos mayores de Elijah Muhammad, con quien mantenía una estrecha amistad. Le preguntó sin rodeos si los rumores eran ciertos. Para su sorpresa, Warith le confirmó que sí, que Elijah había tenido hijos con varias chicas jóvenes de la organización.
La fe de Malcolm X en Elijah Muhammad se vino abajo. Muhammad había sido el hombre cuyo mensaje transformó a Malcolm Little, el delincuente sin futuro, en Malcolm X, la respetada figura de relevancia social. Las ideas de Muhammad lo habían sacado del arroyo y le habían dado sentido a su vida, así que lo consideraba casi un segundo padre. Pero ahora su ídolo estaba cayendo del pedestal. Desesperado, Malcolm X se armó de valor y se presentó ante Elijah Muhammad para comprobar, cara a cara, si todo aquel asunto era real. Muhammad no negó la veracidad de los hechos —porque la evidencia era aplastante—, pero empezó a citar ejemplos de profetas bíblicos que habían tenido un harén a su disposición y dijo que, dado que él iba a ser el último mensajero de Alá, era importante que su semilla se dispersara lo más posible. Malcolm X no se tragó esta justificación. Poco después, en marzo de 1964, anunció que abandonaba la Nación del Islam, aunque en un principio no hizo pública la razón última de la ruptura y le bastó con citar los desencuentros ideológicos que ya eran conocidos de todos. Su discreción, sin embargo, no lo iba a librar de las represalias. En la Nación sabían que Malcolm X guardaba un peligroso secreto, la vida sexual de Elijah Muhammad; un arma en sus manos. Era algo que no podían permitir. La cúpula de la Nación calificó a Malcolm X como «hipócrita» (que en su lenguaje era sinónimo de apóstata o traidor), sabiendo que así azuzarían el odio de sus miembros más radicales hacia él. Y la jugada tuvo efecto. Empezó a recibir constantes amenazas de muerte, tanto en el teléfono de su casa como mediante correo anónimo. Esas amenazas no eran en vano. Le quedaba poco menos de un año de vida. Sin embargo, ese último año sería muy intenso y daría paso al surgimiento de un nuevo Malcolm X. Durante aquellos meses, como había sucedido con su periodo de prisión, iba a sufrir una transformación. Haría frente a sus enemigos con un fiero valor, pero también se enfrentaría a la certeza de que había pasado años defendiendo un mensaje fanático, cegado por un concepto limitado del mundo. Durante aquellos últimos meses terminaría perdiendo la batalla terrenal contra sus enemigos, pero ganaría la batalla por la inmortalidad.
(Continua aquí)
Estos artículos sobre Malcolm X me están gustando, porque están muy bien escritos y me ayudan a conocer a una figura importante del Siglo XX que prácticamente desconocía.
Pero el tono me parece algo partidista: poco menos que presenta al personaje como un mártir al que engañaron con malas artes, pero él nunca quiso ningún mal a nadie. El clásico «Me hecharon droja en el kolakao» y tal…
Espero que no importe al autor que consulte más fuentes para darme una idea más aproximada. A pesar de todo, le felicito por su excelente redacción y capacidad de provocar interés.
En general muy buen escrito.
El fanatismo religioso como crisol del descontento social, máxime en el islam que aprovecha ciertas coyunturas para radicalizar sus posturas.
Extremismo, pederastia, machismo a ultranza y manipulación mediática, eran los engranajes de ese sistema islámico (son).
Es interesante como Malcom X va evolucionando, va creciendo en la medida que la verdad se hace en él, la muerte llega muy pronto… quien sabe como habría sido su devenir como político, tal vez habría gestado una versión alterna de esa su nación.
Excelente. Ya en su día vi la película llamada precisamente Malcolm X y protagonizada por Denzel Washington; muy buena, en mi opinión. Y leí la biografía publicada en los 90 por Txalaparta, si mal no recuerdo. No está de más refrescar la memoria sobre este personaje histórico tan especial. Muy buenos los vídeos, por cierto, menuda inteligencia y menuda capacidad dialéctica, por mucho que varias de sus ideas sean claramente cuestioanbles, como él mismo llegaría a reconocer. No le vendría nada mal a más de uno, blanco o negro, coger recorte
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Nada nuevo bajo el sol. Si eres -realmente- honrado, fiel a unas ideas, insobornable, tenaz y valiente, te conviertes en un problema para tus enemigos. El caso es que acabas siéndolo también para tus presuntos aliados, amigos, parientes y esposa e hijos cuando ven cómo los dejas en evidencia con tu «honradez». Porque no nos engañemos, una persona íntegra es algo muy inusual. Las hay, claro que sí, pero no pueden sobrevivir al acoso constante de tanto hijo de puta. «¿Qué se habrá creído éste…?» «Acaso mea colonia?» «¿Piensa que es superior a nosotros?» Aquí mismo, en estos comentarios, alguien, más arriba ya intentaba echar mierda sobre nuestro protagonista.
Ante esa enorme presión por parte del 99% de nuestros semejantes, hace falta, además de honradez, tener los cojones de un toro y estar preparado para suicidarse a través del método de ser asesinado en cualquier momento.
Naturalmente, nadie de nosotros sabe de primera mano que pasaba por la cabeza de Malcom X, si era TAN bueno e íntegro como aparentaba, pero es que hubiera dado igual…
Cuanto mejor hubiera sido, antes lo habrían liquidado y punto.
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La vida de Malcolm X desde su nacimiento fue de por si fascinante, lástima que su raza, la que tanto defendió y enalteció, por la que murió, en su mayoría no le valorara y como Tios Toms de primer nivel, al final se prestara para su asesinato. Figura inolvidable. Gracias por este trabajo, habla del verdadero Malcolm X, nada de partidista su trabajo, realista sí, se refiere a un hombre con virtudes y defectos, con altas y bajas, capaz de reconocer en lo que se equivocó, eso lo vuelve en ser humano, un ser humano que sobresalió con dignidad en su época y que aún recordamos y recordaremos.