Cine y TV

Little Britain y el problema de la preposición

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Lou y Andy, dos personajes de Little Britain. Fotografía: BBC / HBO.

Reírse de, reírse con. Dependiendo del verbo, la preposición lo es todo.

Entre las simbologías enigmáticas y los referentes oscuros que se le han querido encontrar a Little Britain hay una teoría particularmente extravagante sobre dos de sus personajes más célebres, Lou Todd y Andy Pipkin: la de que son, o pretenden ser, un correlato de Lou Reed y Andy Warhol.

Contexto: Andy se mueve en una silla de ruedas y no disfruta de un vocabulario demasiado amplio. Lou, por suerte, es un pedazo de pan y tiene debilidad por él, así que le cuida con devoción, le consiente los caprichos y se las ingenia para cubrir sus necesidades. Normalmente, a costa de sacrificar las propias porque Lou y Andy son, que diría el profeta, pobres de toda pobreza.

Y después, je, pasa esto:

Doctores tiene Lo Magufo, por supuesto. Y a estas alturas de internet hay personas encontrando mensajes masónicos hasta en Bob Esponja —esto no es una forma de hablar—. Pero ahí están los nombres, eso no se puede negar. Y las pelucas. Y el hecho de que en este dúo alguien es un gran, gran impostor. De ser cierta la lectura, sería obvio que Lucas y Walliams no tienen un gran concepto del padre del pop art.

No es la única teoría, ejem, aventurada, que se ha emitido sobre Little Britain (1). ¿Debería extrañar? No tanto. Fue solo un programa de sketches, pero qué programa. Seguramente el más celebrado que ha salido de Reino Unido desde los tiempos de Mr. Bean, solo para empezar, y aquel que ha completado un petardazo más espectacular quizá en toda la historia de la televisión británica. Nació en 2003 como un breve espacio radiofónico sepultado en una frecuencia remota de la BBC y a los tres años mal contados era una franquicia televisiva imparable: Little Britain, Little Britain Abroad, Little Britain Down Under, tours en directo por toda Gran Bretaña y una coproducción con la estadounidense HBO, que hizo su propia Little Britain USA. Los ingresos que reportó a sus creadores durante su gran boom, hasta 2006, superan los veinte millones de libras (2).

¿Cómo? Buena pregunta. Si lo supiésemos, tendríamos un programa de humor en lugar de una revista. Pero le daremos una pista: Little Britain fue el buque insignia de lo que más tarde se denominó nueva comedia británica, una generación de humoristas que incluye también a Catherine Tate o Sacha Baron Cohen, entre otros. Todos eclosionaron a partir de 2003, todos beben de unas fuentes en común —entre las que no figuran las habituales, como Monty Python o The Black Adder, y sí The Young Ones, The Kids in the Hall, la era clásica de Saturday Night Live e incluso Benny Hill—  y a todos se les ha reprochado el estilo, que pasa invariablemente por la burrada y lo marrano. Eso es lo de menos. Lo que explica verdaderamente su éxito es que invirtieron la fórmula del humor británico clásico, aquel que encumbró precisamente a los Python. En lugar de humor inglés sobre temas no necesariamente británicos, hicieron humor no necesariamente inglés sobre temas profundamente británicos. Una reacción de las de toda la vida, vamos. Y funcionó. Vaya que si funcionó.

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Matt Lucas como Vicky Pollard. Fotografía: BBC / HBO.

Tanto que, a principios de siglo, los personajes de Little Britain grabaron sus coletillas a fuego en el subconsciente nacional británico, si es que no ocurrió al revés y Lucas y Walliams las sacaron precisamente de ahí. El «yeah but no but yeah but no» de Vicky Pollard, una adolescente y bully rabiosamente choni que vive de las ayudas del Estado, o la manera con la que Daffyd Thomas, un joven homosexual galés, se lamenta tristemente por ser «the only gay in the village» pese a estar rodeado de otros gais y comportarse él mismo como un gran homófobo. O lo que no son coletillas: las vomitonas de Maggie Blackamoor, una mujer entrañable cuyo tracto digestivo no tolera a los extranjeros o las divorciadas, o las salidas de tono de Marjorie Dawes, dietista y coach de adelgazamiento no solo gorda, sino además gordófoba.

Perciben el mínimo común denominador, ¿verdad? La intolerancia flagrante, la que viene precisamente de quienes menos debería practicarla. Este género de gilipollas son la especialidad de Lucas y Walliams y el único signo retórico reconocible en su show, que no por nada se llamó «Little Britain». Es un juego de palabras entre «Great Britain» y «little Englander», un apelativo que se le dedica a los ingleses cuyo entusiasmo por la propia condición les lleva al nacionalismo, el aislacionismo y al ser, y lo pondremos en cursiva, demasiado ingleses. No sé si me siguen.

No es que tal les haya reportado problemas, por cierto. Si algo saben hacer bien los británicos, además de desayunar, es reírse de sí mismos. No. De los problemas de Little Britain tuvo culpa una preposición, esa tan escurridiza que va entre el «reírse» y el sujeto de la risa. Reirse de, reírse con. Cuando se trata de Lucas y Walliams, los británicos nunca han tenido muy claro por cuál decidirse.

Veamos un ejemplo. En 2008 Deborah Finding, una investigadora de la London School of Economics and Political Science de la Universidad de Londres, publicó un ensayo —I Can’t Believe You Just Said That: figuring gender and sexuality in Little Britain— que concluía que «si Little Britain satiriza de vez en cuando el racismo, el sexismo, la homofobia, el rechazo a la vejez y el clasismo, al final acaba haciendo mucho más por promocionarlos». Después de un análisis meticuloso de los personajes más controvertidos de Lucas y Walliams y de pormenorizar sus atributos, Finding admitía que el objetivo de la sátira era fundamentalmente «la persona en la posición de poder», pero defendía que elegir la parodia en lugar de la ironía llevaba al menoscabo del colectivo imitado y a lo de siempre: a ridiculizar y reírse del más débil. En su estudio, que encontró cierta reverberación en los medios de comunicación, la investigadora acaba asociando sutilmente el gusto por Little Britain con la sensibilidad política de derechas y diciendo: «Pillo la broma, Little Britain, de verdad que sí. Solo pienso que no es nada de lo que reírse».

Y no es la única que lo piensa. En su ensayo de 2010 sobre el racismo en la nueva comedia británica —New Comedy Reappraised: Back to Little England? ‘Yeahbutnobutyeahbutnobutyeah’—, Lloyd Peters, del Performance Research Center de la Universidad de Salford, y Sue Becker, psicóloga de la Universidad de Teeside, concluyen que Little Britain sirvió un ejemplo perfecto de lo que denominan «principled racism», la clase de racismo que emana de las «acciones y actitudes emprendidas con buena intención, que desde fuera parecen liberales pero que enmascaran un sustento racista subyacente». De eso y de «racismo aversivo», el propio de quienes se niegan a reconocer abiertamente las actitudes netamente racistas por tener lugar en un contexto igualitario. Por esa razón, los académicos concluyen que «lejos de innovadora o vanguardista, la nueva comedia británica tiende a refrendar el orden existente y acredita la afirmación de que la comedia es más un medio de expresión conservador (…) que uno radicalmente innovador».

Es decir, que ahora reírse con es también reírse de. Al menos, si lo hacen Lucas y Walliams.

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Matt Lucas y David Walliams. Fotografía: CORBIS.

Y la razón, como el Diablo, está en los detalles. Matt Lucas fue a un colegio con tres apóstrofos en el nombre, donde uno de cada cinco alumnos acaba en Oxford o Cambridge y allí coincidió con Sacha Baron Cohen y David Baddiel, por citar solo dos nombres. Walliams, por su parte, también coincidió como estudiante con Robert Shearman y Simon Pegg y al final acabó coincidiendo con Lucas en el National Youth Theatre. Dios los cría y ellos se juntan, no sé si me explico. O Yahvé, que para el caso es lo mismo. No era niños bien: eran niños muy bien.

A sus críticos les encanta recordarlo, poner un punto y seguido y escribir a continuación que se ríen de los pobres, confiando en que si no hay conjunción, nadie les pueda acusar de incurrir en una falacia ad hominem. Que lo es, por cierto, y de manual. Por más florituras preventivas que presente, el argumento más recurrente contra Lucas y Walliams sería más o menos el que sigue: hay quien puede hacer personajes como Andy Pipkin o Vicky Pollard, pero ellos no. No son pobres, así que no están autorizados. Ni siquiera son middle class ramplona. El humor que viniendo de cualquier otro cómico sería aceptable resulta, en su caso, inapropiado, ofensivo e incluso opresivo. Una periodista de The Observer, Barbara Ellen, llegó a preguntarse por qué David Walliams no busca la inspiración para su comedia en «la esfera elitista que conoce en lugar del mundo de dolor que desconoce» (3).

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Matt Lucas como Daffyd Thomas. Fotografía: BBC / HBO.

Y Lucas tampoco se libra. En noviembre de 2005, unos días después del estreno de la tercera temporada del programa —y por primera vez en BBC One, en pleno apogeo del show—, el periodista Johann Hari dedicó una de sus columnas en The Independent a despacharse ferozmente contra lo que denominó «el vehículo de dos niños ricos para convertirse en multimillonarios» a costa de los colectivos de los que resulta «más fácil y gratuito mofarse: los impedidos, los pobres, los mayores, los gais y los gordos». De un plumazo, aseguró, «han destruido esa protección contra la burla hacia los más débiles que tardó décadas en construirse». Incluso se permitió saltar de la crítica legítima al terreno resbaladizo de las observaciones cerdas y sugerir que si Lucas es coautor de un show tan misógino y homófobo es porque vive, ojo, «en conflicto con su sexualidad» (4).

Puestos a embarrarnos hasta las cejas en lo personal, cabe recordar que sí, Matt Lucas es gay, pero no solo gay. También fue un niño gordo, sin pelo y además judío, «si es que eso es un problema». Palabras suyas, no nuestras. Fue más o menos así como él mismo desglosó la suma de sus desdichas cuando Dame Edna Everage le preguntó —mira tú, qué mala pécora— si había sufrido bullying en el colegio por ser, y cito, «unusual looking». La respuesta fue que no, por cierto. Que no demasiado pese a su filiación simultánea en varias minorías y pese a lo unusual de su looking, que en efecto debió de serlo. Con cuatro años, Lucas fue atropellado por un coche y desde poco después sufre alopecia universal, la ausencia total de pelo en el cuerpo. Podemos preguntarnos, claro que sí, si es entonces un homosexual homófobo, un gordo gordófobo, un judío antisemita y si es intolerante con quienes sufren una tara pese a sufrir él mismo una que afecta severamente a su aspecto físico. Podemos, pero a lo mejor —a lo mejor— estamos buscándole al gato no tres pies, sino un número de pies impar, primo y capicúa. Y seguro que hay por ahí otro latinajo que dice que, a la hora de razonar, eso es hacer trampa.

Lo que sí estamos haciendo bien es preguntarnos precisamente por él, por Matt Lucas, en lugar de por David Walliams, a quien se le suele reconocer un grado menor de paternidad sobre Little Britain. Tras completar su formación como actor a principios de los años noventa, Walliams compaginó papeles cómicos y serios, la inmensa mayoría secundarios, y dejó un envidiable rastro de miguitas por algunos de los mejores shows británicos de finales de siglo. Además de participar reiteradamente en French and Saunders o Baddiel’s Syndrome, se involucró en las primeras producciones Nick Frost y Simon Pegg, cuya amistad con Walliams se remonta a la época en la que ambos estudiaron en la Universidad de Bristol. Entre otros, Walliams apareció en Spaced y protagonizó un cameo —como hizo también Lucas— en la celebradísima Shaun of the Dead, de 2004.

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David Walliams como Carol Beer. Fotografía: BBC / HBO.

Matt Lucas, por su parte, sí fraguó una relación continuada con la BBC y se dedicó más específicamente al humor en ficciones y sketches ajenos, particularmente en producciones del dúo formado por Vic Reeves y Bob Mortimer. Fue donde parió algunos de los personajes que lo acompañan hasta el día de hoy. Para Shooting Stars, por ejemplo, concibió al inclasificable George Dawes, pero en el universo de este personaje fueron apareciendo los primeros esbozos de otros que alcanzarían su plenitud en Little Britain. Además de Marjorie Dawes —originalmente la madre de George, luego reciclada como la célebre coach de adelgazamiento de Little Britain—, también se remontan a esta época un escueto intento de Andy Pipkin y otros personajes en los que se reconocen rasgos de Daffyd Thomas o Kenny Craig.

Esa es la verdadera prehistoria de Little Britain, aunque con frecuencia se diga que tal honor corresponde a Rock Profile, el primer programa que Lucas y Walliams hicieron juntos. En realidad, Rock Profile les catapultó a la fama y enhebró sus nombres en el dúo «Lucas & Walliams», pero tenía poco que ver con Little Britain. Consistía en imitaciones de celebridades, fundamentalmente del mundo de la música, en el contexto de una entrevista. El ritmo renqueaba y los sketches eran irregulares, pero el programa funcionó. Tanto que nació en 1999 en Play UK, un modesto canal digital, pero acabó repuesto y producido por BBC Two.

A diferencia de Little Britain, la clave del éxito en Rock Profile no fueron los contenidos, sino el estilo. En lugar de imitaciones pulcras, los personajes de Lucas y Walliams eran esperpentos solo parecidos físicamente al referente real y sus tics y giros tenían poco que ver con los del músico o cantante en cuestión (5).

Aunque la pareja artística hizo conquistas razonables en la BBC con Rock Profile, su posterior proyecto no movió el entusiasmo de nadie en la radiotelevisión pública y Little Britain empezó en 2003 tan abajo como se puede empezar: con forma de audio y en la radio. Y no en la uno ni la dos, sino en la cuarta cadena, una posición razonablemente remota en la sólida jerarquía piramidal de la BBC. De ahí saltó a la televisión, a BBC Three, de esta a BBC Two en 2004 vía reposiciones y finalmente al Olimpo, que es el prime time de BBC One, en 2005. Es la forma que tiene la British Broadcast Corporation de programar televisión, un arte en el que son virtuosos: sitúa un show en la parte baja o media de la pirámide —a veces verdaderamente sepultado, como fue el caso— y lo deja al imperio cruel, pero insobornable, de las leyes de Darwin. Algunas de las escaladas más célebres de los últimos tiempos las han protagonizado programas como Miranda —que también empezó en la radio— o The Thick of It, pero ninguna en toda la historia de la BBC ha sido como la de Little Britain.

Las críticas llegaron con las audiencias, lógicamente. Y eso que, a la hora de hacer cumbre en BBB One, todos los programas de la radiotelevisión pública tienen que franquear un umbral custodiado por dos esfinges de la corrección. No política, sino corrección a secas. Y nunca mejor dicho que a secas, porque a Little Britain le costó, fundamentalmente, los fluidos. Con el salto a la primera cadena desaparecieron Maggie y Judy, por ejemplo, y con ellas las vomitonas. Y aunque regresó en la etapa estadounidense coproducida por HBO, también dejó de verse a Harvey Pincher, un acreditado mum’s boy interpretado por David Walliams que a sus veintitantos años seguía exigiéndole a su madre el pecho cada vez que tenía hambre. Ya por aquel entonces críticos como David Stephenson, de Sunday Express, calificaban el show como «el más misógino» de la televisión nacional y anunciaban que «cualquier mujer puede ofenderse viendo Little Britain». BBC no admitió tal extremo y cuando cortó, cortó solo el humor visualmente grueso, pero nada más. Quien se ofenda, vino a decir, problema suyo.

¿Pasaría hoy Little Britain el corte de BBC? Hay quien dice que no. En 2009, el organismo que arbitra entre los medios de comunicación británicos, la Ofcom, sancionó a la radiotelevisión con ciento cincuenta mil libras a raíz del denominado «Sachsgate», un escándalo que llegó a debatirse en el Parlamento, Gordon Brown mediante. Resumiendo: unos meses antes, durante la grabación de una edición de The Russell Brand Show —un programa radiofónico en diferido de BBC Radio Two—, Russell Brand y Jonathan Ross telefonearon al domicilio del veterano actor Andrew Sachs y dejaron en su contestador automático una serie de mensajes de mal gusto, entre otros el anuncio de que Brand se había «follado» —«fucked», fue la expresión— a una de sus nietas, cosa que era absolutamente cierta. Problema: unas horas antes, Sachs había declinado la invitación de entrar en el programa —estaba en el hospital con su esposa, que se había roto la cadera ese mismo día— y después, cuando llegó a casa y oyó los mensajes en su contestador, pidió expresamente a BBC que no los emitiera. La BBC los emitió. El escándalo, acrecentado por los chistes sobre nazis de Brand —Andrew Sachs es alemán de nacimiento—, se saldó con la dimisión —ejem, «dimisión»— del showman y la suspensión temporal de empleo y sueldo a Ross, una de las grandes estrellonas de la pública. BBC se comprometió en un comunicado a que no volvería a pasar y está decidida a cumplirlo. Desde entonces, somete todos sus programas a exámenes regulares de contenidos, sean shows en directo, realities, ficciones o programas de humor, como Little Britain. La idea es controlar lo que denomina, eufemísticamente, «riesgos editoriales».

Y Lucas y Walliams, desde luego, lo consiguieron. En su siguiente programa tras Little Britain, Come Fly With Me, los cómicos no se internaron en grandes jardines y así les salió lo que les salió, esa tragedia chirriante que es el humor sin gracia. Se estrenó en 2010 y directamente en BBC One, pero el programa resultó cancelado antes de empezar una segunda temporada. Desde entonces Walliams ha desarrollado una afición tardía a escribir libros infantiles —que se venden como churros, por cierto— y a acometer pequeñas proezas con fines benéficos, la última cruzar a nado el canal de la Mancha. Lucas, que se apartó de la esfera pública tras enfrentarse a una tragedia personal, se propone volver a la televisión. Su siguiente proyecto, Mr. Pompidou, se ha empezado a grabar este mismo verano y se emitirá en 2015, de nuevo en BBC One. Y su planteamiento no podría ser más simple: será una sitcom de media hora con humor mudo y un personaje central al estilo de Mr. Bean, un aristócrata trasnochado que interpreta él mismo. Algo tan poco ambicioso que parece, de hecho, muy ambicioso. Veremos qué tal.

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Matt Lucas como Bubbles DeVere. Fotografía: BBC / HBO.

Mientras tanto, BBC dispone de una fabulosa tienda online en la que comprar los DVD de Little Britain o descargar la serie, por capítulos o temporadas, vía iTunes. Y en Youtube hay cientos de clips, algunos incluso legalmente, aunque no están muchos de los mejores sketches. Gocen, si gustan, del fruto del árbol prohibido ahora que hemos perdido la Arcadia, pero por favor no lo hagan con sentimiento de culpa. Nada hay de malo en reírse con Little Britain. Quizá llegue el día en el que todo esté mal —y quizá ese día llegue antes de lo que pensamos— pero ni es hoy ni será mañana. Mientras Lucas y Walliams resistan en la batalla contra el imperio vil de la preposición, podremos reírnos y será bueno que lo hagamos, pues todo resulta irrisorio desde alguno de sus ángulos. La vida, sorpresa, es así de hermosa.

Y si Little Britain les parece tan terrible y tan mal, pues bueno. Siempre pueden atenerse a lo que Marjorie respondió a Rosie O’Donnell cuando esta le criticó que fuese maleducada, homófoba y racista y que sus clases fueran, en suma, un espectáculo asqueroso.

(1) Antes de Little Britain, Lucas y Walliams hicieron una imitación de Warhol y Reed en Rock Profile que incorporaba vagamente algunos tics de Lou y Andy. Por ahí van los tiros.

(2) Según Sharon Lockyer en Reading Little Britain: Comedy Matters on Contemporary Television (I.B. Tauris, 2010).

(3) Por alguna razón, en muchas críticas periodísticas contra Little Britain se da por sentado que en el show solo aparecen personajes de clase baja, pese a que abunden los upper class y algunos sean tan conocidos como Bubbles DeVere, Maggie y Judy o Harvey Pincher. No queremos decir que la mitad ni siquiera ha visto debidamente el programa que tan ferozmente critica, pero. Pero.

(4) Un dardo muy temerario viniendo de alguien que también es gay. Puestos a contextualizar de manera tan cochina cabe recordar además que Johann Hari acabó despedido de The Independent después de que le pillaran usando un pseudónimo para manipular información en internet sobre sí mismo y sobre sus enemigos, de una sucesión de acusaciones de plagio que acabó admitiendo y de que le fuera concedido y retirado el premio Orwell por esta misma razón. Puestos a contextualizar.

(5) Quien conozca las imitaciones de Joaquín Reyes en La Hora Chanante y su posterior Muchachada Nui no necesita más explicaciones. En Rock Profile, Lucas y Walliams hacían aquello que en España, poco después, tendría un correlato evidente en el humor chanante.

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19 Comentarios

  1. Un artículo perfecto para una serie inmejorable. Gracias.

  2. acrobatico adobe

    yo sí me creo que no fuera víctima de bullyng, no todo el mundo va a ser tan ignorante como aquí en madriz …

    :)

  3. Dios mío, estoy rodeados de anglófilos rayanos en lo morboso. A ver cuándo ellos hacen una tesis sobre Chiquito de la Calzada o sobre la «spanish political correctness» en «Aída».

  4. President Mao

    Y aquí estamos como catetos alabando a Joaquín Reyes y sus lacayos como los nuevos reyes de la comedia, cuando tanto ‘La hora chanante’ como ‘Celebrities’ copian descaradamente los ‘Rock Profiles’ de Lucas y Walliams… Por Dios, espero que el tal Reyes acabe haciendo imitaciones de famosos en las fiestas populares de alguna aldea perdida de Albacete…

  5. Excelente artículo.

  6. devil inside

    Es lo de siempre; para que el humor sea bueno y funcione tiene que ofender a alguien.

    • Dame Edna

      ¡Ja, ja, ja, totally agree…! ¡Duro con esos cabronazos!

    • Te equivocas. El humor no necesita ofender a nadie para ser bueno. La cuestión, hoy en día, es que algunos se ofenden por cosas que antaño no suponían ninguna agresión o porque el humorista ~siguiendo tu criterio~ se excede en su mofa.

      Todo es relativo, por supuesto, pero para hacer reír no es necesario insultar, o no debería serlo.

  7. No acabo de estar de acuerdo con la opinión de algunos británicos que la crítica al «Chav» (nuestros canis o chonis) sea necesariamente clasista: yo tambien me he criado en barrios favorables a la eclosión de lo hortera y tengo compañeros de estudios de mi barrio que han llegado a catedráticos: Todo depende de si tu objetivo en la vida es comprarte libros e instruirte o comprarte un deportivo molón y endeudarte (los banqueros, por cierto, están encantados de que predomine el segundo especimen).

    Y también es cuestión de ver a las Vicky Pollards y sus chicos de vacaciones en Lloret o Mallorca, lugares en los que pasan a ser «el amo» o la «clase superior» con respecto a los nativos… De héroes populares, nada.

    • Eso sería en la India o en Kenia. En Mallorca o en Lloret no creo que se sientan «amos» ni «superiores». Su grado de intoxicación etílica es tal que alcanzan niveles de animalidad difícilmente superables. Los británicos cuando beben dejan de ser seres humanos. Tus objetivos en la vida están muy condicionados por el entorno, mucho más de lo que piensas.

    • Eric Foreman, MD

      El síndrome Eric Foreman: sí yo no crecí rico y me he convertido en un médico molón, ellos también pueden. Si somos tan libres, ¿por qué no hay canis en el barrio de Salamanca?

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  11. Serie genial, muy poco valorada aquí.

  12. Animalinho

    Little Britain es una serie que reforzaba los prejuicios clasistas (INCREÍBLEMENTE PRESENTES) en la sociedad británica. Una pena.

    Puede que se ría del rico tanto como del pobre (yo creo que no). Pero no es igual. Del rico se ríe por ser pomposo, estirado o falso. Tópicos que forman parte de la cultura de los gentlemen británica. Es fácil reirse de uno mismo si se reconoce en eso, porque no es algo realmente grave. A los británicos les ENCANTA reconocerse en esos tópicos (educados amantes del te que no revelan nunca sus pensamientos). Lo malo es que no son así. Ni siquiera los estratos minoritarios de la sociedad que CREEN ser así y que culpan a sus congéneres menos afortunados (y a los inmigrantes) de todo lo malo. En resumen, cuando se trata de upper class, Little Britain se ríe de tópicos poco incómodos y conflictivos. Hasta simpáticos.

    Pero vaya, cuando van a por la working class entonces no son tan cuiadosos. Con esa clase, extraordinariamente castigada en UK, y a la que ellos no pertenecieron nunca, se ceban. Van a donde duele. A los tópicos de la derechona. A los temas polémicos. Los que viven de los benefits. De las ayudas a discapacitados. Los pobres que se quejan de no tener nada y luego gastan el dinero en mierdas… Animalitos… Tiene un tufo indignante.

    Ahora, quién se indignaba aquí (sí señores, soy uno de los muchos emigrados en UK)? Seguramente no la gente de clase obrera, claro. Sólo una minoría de clase media progresista y con perspectiva para ver el tufo de ésta serie.

    Es simpática? Para opiniones. Es políticamente incorrecta? En absoluto. Es abusona. Si algún día hablasen realmente de asuntos incómodos de verdad para quienes vampirizan la sociedad británica, en vez de chorraditas, lo sería.

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