Sobrevivió a la voladura literal del Diario Madrid y a unos cuantos consejos de guerra en el ejercicio de la profesión periodística. Sus detractores, no obstante, le identifican con la corona y con ese proceso histórico y político tan denostado actualmente, la Transición. Es difícil tratar de arrancarle opiniones novedosas a alguien que se dedica en el día a día a vender sus puntos de vista. Pero trataremos de que Miguel Ángel Aguilar (Madrid, 1943) retrate las etapas de su carrera, todas las épocas en las que ha trabajado, con sus contradicciones y sus anécdotas. [Nota: esta entrevista tuvo lugar un mes antes de las elecciones al Parlamento Europeo]
¿Cuál es su opinión sobre esa supuesta gran coalición entre PP y PSOE?
Creo que existe cierto pánico en los dos partidos que llevan alternándose tantos años en el poder. Por un lado u otro empiezan a presentir que esto se puede terminar. Tienen clara conciencia del desgaste que han sufrido. Además, ven que empiezan a sonar otras voces que parece que pueden sintonizar mejor con las situaciones que se están presentando. Y ante toda la corrupción, hay partidos todavía limpios. Entonces, esta historia de la gran coalición, que ya ha aleteado en otras ocasiones, puede que esté aflorando. Pero yo creo que sería una coalición a la defensiva, para resistir, y una coalición en la que no está claro cuál sería el resultado. Yo estimo que sería bastante desigual el rendimiento que uno y otro partido podría obtener de ella. Ya sabes eso del abrazo del oso. Y la coalición no tiene por qué sumar. Ya se vio, con otra dimensión, cuando fueron juntos IU y el PSOE, aunque ahora la coalición no sería antes, sino después más para salvar los muebles que para otra cosa.
Siempre se ha oscilado entre dos posiciones con este asunto. Una dice que es necesario el consenso. El ritornello de los pactos de estado. En cuanto un problema tiene cierta enjundia o calado, enseguida hay alguien que dice que esto no puede ser cosa de un solo partido, que hay que hacer un pacto de estado. Ya se han propuesto en las áreas más diversas, en política exterior, de alianzas militares, hay pactos de estado hasta para el balonmano, para… yo qué sé, la casa de la cultura en Hiendelaencina, Guadalajara. Aquí rápidamente se hace un pacto de estado. Hubo incluso una temporada en la que cada mañana Zapatero, cuando estaba en la oposición, proponía uno. El pacto antiterrorista, el pacto por las libertades, por la educación, la justicia, todos los días había una propuesta de este tipo.
Sí que es cierto que antes hubo pactos muy importantes, como el constitucional. Al que se llegó tras un trabajo serio y solvente del 76 al 78. Y es verdad que para sacar adelante la Constitución funcionó el consenso. También funcionó en los pactos de la Moncloa, que se firmaron en una situación mucho más dura que la que estamos pasando. Pero había una diferencia, las actitudes eran distintas. Porque el problema es que después del consenso llegó el cansancio, la abominación del acuerdo, y se pasó al desencanto. Todos los males de España se atribuyeron al consenso. Y luego otra vez, de la abominación, se pasó al ansia de consenso, a la propuesta permanente. Nos hemos movido de un lado hacia el otro y así sucesivamente.
Mi opinión es que el conflicto en política, bien administrado, es iluminador. El público se entera de lo que está pasando cuando hay un conflicto. Cuando está todo apacible, por debajo de esa situación, puede estar pasando cualquier cosa de la que permanecemos ignorantes. Hasta que, claro, un tipo que resulta ser un contable chileno despedido de mala manera por no sé quién saca unos papeles y revela lo que está ocurriendo ahí, la corrupción, etcétera. Hay una patología en la gran coalición: el encubrimiento. Hoy por ti, mañana por mí. Ahora te toca llevarte a ti las comisiones, pero deja un poco para los demás. Al estallar el conflicto, ese antagonismo resulta ser luminoso.
Como expliqué en mi libro Sobre las leyes de la física y la información, en este caso me remito a cómo se veían antes las películas. La máquina de proyectar tenía unos electrodos, un ánodo y un cátodo de grafito, que colocados a la distancia necesaria saltaba una chispa entre ellos que permitía ver la película. La chispa existía por antagonismo. El antagonismo es esclarecedor, luminoso, puede ser una bendición cuando no llega a la barbarie, pero una dosis es muy saludable. Evita que se produzca la opacidad, esa penumbra tan habitable y tan cómoda, o tan corrupta, que muchas veces sustituye al antagonismo.
Dice que sería una coalición a la defensiva. ¿Para defenderse de qué?
Se defendería de la ola que ven venir. La ola del descontento, de los indignados, de las mareas verdes y blancas y de otros colores que las irán siguiendo. De los de Rodea el Congreso. De esa situación en la que se están sintiendo muchas veces los diputados y los políticos en general, que empiezan a tener pánico a ir por la calle. Consideran que la condición de viandantes es de extremada peligrosidad. De eso se defienden. Piensan: «Vamos a ver si somos capaces de resistir y nos recuperarnos un poco de esa sensación de estar cercados, de estar yendo a menos, de estar siendo cuestionados y de estar siendo recluidos». Se sienten como los de la exclusión social.
Un artículo de Jesús Maraña en Infolibre citaba intereses más prosaicos detrás, hablaba de empresas del Ibex promoviendo la gran coalición.
Leí el artículo de Maraña y me interesó, pero tengo cierta resistencia a las explicaciones omnicomprensivas. Los valedores, los ingenieros de esa construcción de la gran coalición, no sé si son los adecuados. Es decir, tengo muchas dudas de que Felipe González, y todavía más Juan Luis Cebrián y otras gentes que aparecen ahí mencionadas, tengan la capacidad de promover y de llegar a forjar esa gran coalición.
«Si se habla de la gran coalición es para rechazarla», nos ha respondido hace unas horas un diputado nacional del PSOE.
Supongo que una cosa que se ha contado con cierta espectacularidad en Infolibre habrá dado lugar a comentarios. Yo tengo también esa impresión, aunque tampoco he hablado con mucha gente, pero en fin. Siempre ha existido eso de que cuando hay una dificultad se puede salir con un acuerdo entre los grandes, pero se ha hablado de acuerdos, no de coaliciones. Hay cierta aversión en la práctica política española a la gran coalición. Porque ¿y después qué? Porque parece que esa gran coalición fuera siempre el último cartucho. No se ha presentado nunca como una ocasión temporalmente limitada, o para un fin concreto, como reformar la Constitución, o dar una respuesta inteligente, sensible y bien argumentada a la cuestión catalana, o para hacer valer en la Unión Europea algunas cuestiones. No, se habla de esto como un pozo sin fondo, como si fuera la antesala del juicio final.
También estaría detrás la Corona, por seguir con el artículo de Infolibre. Usted ha escrito que la monarquía en España vive de hacer ver que es útil, ¿lo es ahora mismo?
Las instituciones no se establecen de una vez para siempre. De la misma manera que las libertades no se ganan de una vez para siempre. Están siempre sometidas a un proceso de oxidación, de erosión. Precisamente, los medios de comunicación tienen esa misión clave, digamos, que es la de intentar luchar por la vigencia de las libertades, que permanezcan en su integridad, que no se vean mermadas. Y con las instituciones pasa igual. El público acepta la monarquía por su funcionalidad, excepto un sector que supongo que habrá, porque siempre hay adoradores de cualquier culto, pero son una minoría exigua. Y en España, realmente, la monarquía ha sido funcional. Comprendo que las afinidades de cada uno en cualquier dirección, pero creo que hasta los republicanos más indudables a lo largo de estos años han podido reconocer sin esfuerzo ninguno que la monarquía ha prestado servicios para salir de la dictadura. Para hacer ese cambio de lealtades tan difícil que tenían que hacer las Fuerzas Armadas, que son un instrumento muy delicado.
Las Fuerzas Armadas son la última referencia de la fuerza. Si tenemos un problema con el cuerpo de correos o de bomberos, pues mandamos a la policía. Y si tenemos un problema con la policía, mandamos al ejército, pero si tenemos un problema con el ejército ¿qué hacemos? Porque ellos son los que tienen la mayor potencia de fuego. Por eso los militares tienen que ser educados cuidadosamente, no de cualquier manera. Porque están sujetos, como explica muy bien Rafael Sánchez Ferlosio en su libro El ejército nacional, por su palabra. Han dado su palabra de obedecer pero no están constreñidos por un poder mayor. Son, desde el punto de vista de la fuerza, el mayor poder.
Esto se ha visto cada vez que hay un cambio de régimen, como en la II República. Toda esta gente que había prestado juramento de obedecer a las instituciones monárquicas se encontró con que se proclamaba una república. Había que hacer un cambio de lealtades y en estos casos es muy importante que lo hagan y que lo hagan bien, porque si no lo hacen o lo hacen mal, pasa lo que pasó. Es una transición difícil. Azaña tiene un discurso precioso en el Congreso de los diputados explicando la dificultad que significaba ese cambio para que no se hiciera ninguna clase de mofa sobre un momento tan delicado en la conciencia de los miembros de las Fuerzas Armadas. Fue de gran inteligencia hacerlo, lo que pasa es que Azaña tenía una gran superioridad intelectual, pero una escasísima empatía personal. Su inteligencia no iba acompañada de gestos de cercanía o afecto que esta gente precisa para cumplir su función. Aunque el hecho fue, naturalmente, que de manera absolutamente interesada se echaron sobre la Republica como si ella fuera realmente la inductora de las cosas que la estaban impugnando. Es como le pasó a Adolfo Suárez, cuando los atentados terroristas, se los echaban en cara al que más lo padecía, que era el presidente del Gobierno. Suárez no era la causa, era la víctima. Y la República estaba teniendo problemas con la FAI, con la gente más radical, y ella no inducía esas actitudes, las padecía. Todo esto, bien recalentado por las gentes que desde el principio no vieron bien la república y conservaban recursos poderosísimos en todos los campos, pues llegó a lo que llegó.
¿Y qué queremos decir con todo esto? Que el rey en ese campo, no solo en ese, pero sí de forma muy relevante en ese, desempeñó una función muy valiosa. Lo que pasa es que las cosas no se mantienen en el aire. El propio rey decía hace años que la corona había que ganársela todos los días. Eran cosas muy interesantes que igual ahora las dice menos. Sí decía por ejemplo a su familia más directa, al príncipe o las infantas, que en su casa no existe el «no me apetece», que hay que hacer las cosas. Y la agenda de una persona de la familia real que cumpla con su función uno daría cualquier cosa por quitársela de encima. Ir a tantos sitios, poner buena cara, intentar conocer a todo el mundo, haberse preparado qué audiencia les va a recibir, o qué fiesta se va a celebrar o con qué interlocutor de otro país te vas a entrevistar etcétera. Hay que tener un convencimiento de por qué se está haciendo ese trabajo. Porque si no, en una institución que ya no está rodeada de todas esas protecciones que pudo tener en otra época, que está escrutada al microscopio electrónico, tanto sus actitudes como sus gestos, todo eso que ya no está filtrado y pasa directamente al conocimiento de la gente, habrá un proceso de separación recíproca. Si ni al público le gusta ni a ellos les gusta el público, se darán las condiciones para una separación más o menos amistosa.
Me contó una enseñanza valiosa un amigo, un socialista que formó parte de una pequeña comisión de la ejecutiva del PSOE que visitó al primer ministro sueco, Olof Palme, cuando el PSOE todavía estaba en la oposición. Este amigo, que en esa época era muy joven, era incisivo, le preguntó a Palme que por qué el partido socialdemócrata sueco había quitado de su programa electoral la abolición de la monarquía. Y le respondió: «primero, porque hay alguna gente todavía a la que eso le molestaría, le perturbaría, y cuantas menos molestias causemos, mejor. Y, fundamentalmente, por otra razón: porque la monarquía se extinguirá por incomparecencia de sus titulares».
Esta es la cuestión, si los titulares no comparecen, la institución se extingue. Estas cosas de la institución divina del pueblo, de eso ya no queda nada. Hay un servicio que cumplir, que se puede hacer pesado y esta gente puede pensar: cualquiera de mis amigos vive mejor que yo, tiene una casa más moderna, mejor hecha, con más comodidades y tiene un barco anclado en las Seychelles y en cuanto tiene quince días, se coge un avión y sigue dando la vuelta al mundo. Y aquí, si pego un tiro a un elefante se me viene la casa abajo. Claro, qué tienen ellos que no tengan los demás, pues que llegan a un sitio y les rinden honores militares, les tocan la trompeta… Ahora ¿les compensa? Eso es una cosa tan exclusiva que solo tienen tres o cuatro, que se valora por la escasez. Ya no quedan más que unos pocos reyes, para la figuración está bien, pero para vivir es una incomodidad. Esta es la situación en la que se encuentra la institución.
El libro de Pilar Urbano ha vuelto a poner de relevancia la teoría de que el 23-F lo impulsó el rey, lo que coincide con la que fue la estrategia de los militares y Tejero durante el golpe y su coartada en el juicio posterior.
Este libro de esta señora en realidad es la quinta versión del mismo libro. Ella ya escribió cuando todos estos estaban en danza el Con la venia, yo indagué el 23F. Es la misma patraña contada y recalentada ciento cincuenta veces, y ahora con una ventaja adicional, la inexistencia de los que le podían contradecir. De esto, del paso de los años y la caducidad de la vida se ha aprovechado esta señora, que no es nada recomendable. Pero no por este libro, sino por toda su trayectoria periodística, que está basada en la insidia, es una fabricante de insidia verdaderamente notable, y a la que le dan igual los hechos. Como decía Javier Pradera de su abuela, que le explicabas cualquier cosa, los hechos, y replicaba: sí, pero como yo decía. Tengo muy mala opinión de Pilar Urbano. Pésima. Porque la he visto mentir. Y porque la he visto ser incapaz de rectificar, que me parece que es una de las cosas más honrosas que puede hacer un periodista, reconocer que se ha equivocado, que es un deber de los periodistas y los medios al cual hay mucha resistencia.
Mis problemas con ella vienen de febrero del 80. Yo había publicado una información en primera página titulando a cuatro o cinco columnas que decía «Intentona militar abortada en Madrid, el general Torres Rojas destituido del mando de la División acorazada y enviado a La Coruña». Bueno, pues este asunto, que estaba bastante documentado, que no gustó nada, se publicó un viernes. Entonces salió anticipadamente del consejo de ministros el ministro de Defensa, que era Agustín Rodríguez Sahagún, a comparecer en televisión y, bueno, poco menos que a considerarme el asesino de Manolete. Estaba completamente fuera de sí, algunos amigos pensaban que yo ya estaba en chirona. Y aquel mismo viernes por la tarde recibí una citación para comparecer la mañana del sábado en el juzgado militar número cinco en el Paseo de María Cristina. Los juzgados militares los sábados no abren, pero lo abrieron para mí. Salí de esa declaración procesado. Es decir, me fue incoado un consejo de guerra. Entonces ya estaba la Constitución vigente pero muchas cosas no se habían desarrollado. De manera que la jurisdicción militar todavía era una jurisdicción expansiva que absorbía asuntos si había un litigio entre los civiles y los militares, que se apropiaban del caso y lo depuraban en su jurisdicción.
El lunes me vino a ver el presidente de la empresa, Juan Tomás de Salas, para pedirme muy amablemente que dimitiera. Le dije que de ninguna manera, porque si dimitía estaba admitiendo mi culpabilidad. Tú me destituyes, no pasa nada, —le dije— me echas y se acabó. Y esta señorita, Pilar Urbano, el día seis publicó en su columna en el ABC, «Hilo directo», que salía todos los días, que había comido con el ministro de Justicia. Decía «no me mira a los ojos, pero le preocupo, golpeo en su conciencia». ¿Por qué? Porque iba aprobarse la ley del divorcio y ella no era partidaria. Y más adelante seguía: «Y hasta los más cándidos entendieron que al periodista de Diario 16 se le utilizó como megáfono para que difundiera el invento. El único coco que en este país amedrenta y pone firmes a socialistas y comunistas».
O sea, que yo fui utilizado para filtrar una cosa que era mentira para acojonar a los socialistas. Llamé a esta señorita y le dije que eso me había ofendido profundamente. Que era mentira, que yo no fui utilizado como megáfono de nadie. Y que lo iba a rectificar mañana. Contestó: «No tengo nada que rectificar, porque mis fuentes…». Tuve que amenazarla: «A mí me van a echar de Diario 16, pero no les da tiempo a echarme mañana, de manera que o tú rectificas mañana o pasado mañana verás la pequeña notita que voy a sacar de una persona a la que tú veneras de la que tengo muy buena información procedente del lugar donde hizo sus estudios». Y al día siguiente rectificó, pero estaba amarrada a la mentira.
Y esto también se lo he visto hacer con gente que no tenía forma de amenazarla. Una buena amiga mía, Teresa Janini, que había ganado unas oposiciones en el año 74 y en el 82 su marido, Tomás de la Cuadra Salcedo, llegó a ministro. Pues Pilar Urbano dijo que el ministro la había colocado no sé dónde. Ella le mandó una carta diciéndole que a ella no le había colocado nadie, que había ganado una oposición, le mandó una copia con el concurso y la tía no rectificó. Hubo que ir a un juicio y otro juicio y al Supremo. Es de una tenacidad en sostener la mentira y en aferrarse a ella… Eso sí, luego vino el Papa Juan Pablo II y en la nunciatura de la calle Pío XII gritaba «¡Santidad, bendígame la pluma, bendígame la pluma!». ¿Pero esto qué es? Perdona la digresión, pero es que me has sacado un tema… me irrita profundamente esta señora.
Estábamos con las teorías que implican al rey en el 23-F como uno de sus impulsores, o como que estaba al tanto de toda la operación.
Mira, primero hay que recordar qué estaba pasando. Vivíamos una situación en la que todos los días había una propuesta nueva para acabar con Suárez. Se había proclamado esa cosa cainita española que es el vale todo. La señal última de salida de esto fue la moción de censura planteada por el PSOE en mayo del 80. Luego a ellos les pasó lo mismo con el PP y Felipe González. Entonces el que era imposible de doblegar era Suárez, porque era guapo y tal, y había hecho la Constitución. Le consideraban una especie de taumaturgo que no había manera de quitárselo de encima y era muy importante que en las elecciones siguientes no estuviera Suárez en los carteles. Y además, estaban la operación De Gaulle, el golpe a la turca, la operación Osorio… Es cuestión de coger los periódicos de esos días.
Yo escribí mucho de eso en El País, donde era el corresponsal político. ¿Qué pasaba en realidad? Pues que el rey escucha. Y esta es una cuestión muy peligrosa. Hay dos tipos de políticos a mi modo de ver. Los que creen que les compromete lo que dicen, este tipo de políticos suele estar callado. Y los que creen que les compromete lo que escuchan, y este tipo de políticos procura que nada sea dicho en su presencia. Felipe González era claramente de esta segunda clase. Había gente que pasaba horas con él, te lo contaban y yo siempre les preguntaba «¿Habéis dicho algo? —pues no, no ha sido posible decir ni una palabra porque ha arrancado a hablar y…» Tenía un sistema de conversación bloqueante. Era capaz de estar horas con la gente sin que le hubieran podido contar nada. Pero el rey cristaliza en el sistema inverso. Delante del rey se puede decir de todo. Yo por lo menos he dicho bastantes barbaridades. Así que la gente se ha pensado que lo dicho delante del rey estaba convalidado por el rey. Esto se ha dicho delante del rey, ergo quiere decir que el rey está de acuerdo.
Recuerdo una vez que Juan Mari Bandrés, que tuvo mucho que ver con el final de los polimis, me dijo que le había recibido el rey, le había llevado un dossier de fotografías de torturas de la Guardia Civil y que Juan Carlos se había quedado espantado. «Yo creo que van a disolver la Guardia Civil», me dijo. Creo que te apresuras, contesté. Pero claro, como se habían dicho esas cosas delante de él, la gente pensaba que tenía luz verde para operar en consecuencia. Pudo ser temerario haciendo eso, pero le valía para saber, para enterarse, para no estar en la torre de marfil, para hacer que la gente contara lo que había. Miláns del Bosch estaba obsesionado con sus cosas y naturalmente se las contaría, y los que estaban en contra de eso, pues también. Así se produjo el choque de trenes, pero no como estos creen que fue.
El rey en este asunto de los militares tiene dos vacunas indelebles. La primera es la de su abuelo Alfonso XIII. Si uno se apoya en los militares, cuando se acaban los militares, se acaba el rey, que es lo que le pasó a él. Y luego, además, tiene una segunda que es la de su cuñado Constantino, que se deja llevar por los coroneles, no desautoriza el golpe en Grecia y la monarquía dura lo que dura el golpe. Eso Juan Carlos lo tenía grabado a fuego y él sabía que no era viable, ya estaba demostrado que por ahí no había salida. Además, el éxito de un rey es transmitir la corona a su heredero, con los militares no se transmite más que el exilio. Intentar dar la vuelta a eso es de una torpeza interminable.
De todos los libros que se han escrito del 23-F uno de los más interesantes es el del comandante Pardo Zancada, que yo creo que era el más convencido de los golpistas, y el de ejecutoria más limpia, el que lleva la policía militar de la División acorazada al Congreso. Hizo un libro con la dedicación y el esfuerzo permanente de demostrar la implicación del rey y no lo consiguió. Y hay otro de Javier Fernández López, que luego quiso ser historiador, que intenta demostrar que el rey nunca nada jamás supo ¡y tampoco lo pudo demostrar! Había que estar con los oídos tapados para no percibir todo ese ruido de fondo que hubo los meses anteriores al golpe.
Usted fue testigo directo de los hechos en el Congreso.
En aquella investidura de una persona tan peligrosa para la derecha como indican sus apellidos, Leopoldo Calvo Sotelo, cundió el aburrimiento y los periodistas se bajaron de la tribuna al bar. Entonces escuché ¡fuego! ¡fuego! Pero en realidad era ¡al suelo! ¡al suelo! Y las puertas estas batientes dieron entrada a Tejero y a sus guardias, que empezaron a disparar las armas largas. Nos echamos al suelo como pudimos y en el techo de la tribuna nuestra de prensa pegaron más de cien impactos, cayeron muchos cascotes.
Visto y recordado fue muy impresionante ver cómo se quedaron en su sitio de forma impasible Adolfo Suárez y el que estaba a su derecha, Gutiérrez Mellado, que salió del escaño y fue directamente a por Tejero, quien le intentó hacer una llave de judo a la que él se resistió, y luego vino otra rociada de tiros. Gutiérrez Mellado era artillero, estaba curtido en el disparo de las piezas de artillería, las detonaciones que hubo no le producían especial impresión y las aguantó con los brazos en jarras.
Claro que en esto yo siempre he dicho una cosa, porque todo esto me parece de una enorme injusticia. Entran unos tipos con armas largas y se enfrentan a una gente completamente inerme, que se echa al suelo y luego hay quien les acusa de cobardes. Naturalmente, si hubiera sido al revés, si yo tengo las armas y le digo a Tejero que se tire al suelo, ¿a que se tira al suelo? Y si le digo encañonándolo: «ahora vaya reptando hasta la Puerta del Sol». No tengo absolutamente ninguna duda de que lo haría, ¿verdad? La gente tiene aprecio a su vida.
El caso es que todo esto sucedió a la vista de todos, pero unos ven más que otros. A partir de la indumentaria de la guardia civil, que estaba descompuesta, porque unos iban con tricornio, otros con gorra de visera, otros con boina, otros con correaje, otros con anorak, unos iban con bota alta, otros con bota de campo, otros con zapatos, Mellado vio que eso no era una unidad orgánica. Se dio cuenta de que era un apaño, una tropa de aluvión. Y entonces pensó que ese tipo de agrupación circunstancial, momentánea y entusiasta, no iba a resistir si la situación se prolongaba. Porque claro, esa es otra característica de los militares, la obediencia tiene que ver con el encuadramiento, que es el que permite que la obediencia se convierta en un reflejo automático, mecánico. Se obedece porque es el cabo de mi pelotón, el sargento de mi sección, el capitán de mi compañía, por eso se dice aunque luego se tergiversa «a la orden mi capitán», porque es el mío, el mando natural que tengo ahí. Pero si eso no es así, si este es un tipo que se ha montado en el autobús como yo y le han dicho «tú ponte con estos» ¿cómo me voy a fiar de él? Hay que haber comido mucho rancho juntos, hay que haber hecho mucha instrucción juntos. Tienes que haber automatizado la obediencia, eso es el encuadramiento. Si falla eso empieza la fisura y empiezan a preguntarse a qué hemos venido, este capitán es un suplantador ¿comprendes? Y por ahí percibe Mellado la debilidad, si eso no es absolutamente fulminante se rompe, se cuartea y no resiste, que es lo que pasó.
Por cierto, a la media hora, se dijo que el que quisiera podría bajar al bar y ahí estaba Pilar Urbano, que no sabía quién era Tejero. ¿Quién es este, quién es este? preguntaba. Estábamos en lo que se llama la M-30 del Congreso, un pasillo donde se formó una cola de gente diversa, ujieres, estenotipistas, secretarias, periodistas y diputados. Todos pagaron sus consumiciones, pero al final los guardia civiles se llevaron la caja con la recaudación, además de, ahí está en el inventario, no sé cuántas cajas de whisky (risas).
Muchas veces ha escrito sobre las charlotadas que ocurrieron en la gestación y durante le golpe, especialmente las relacionadas con la gastronomía.
Hay una cronología gastronómica del golpe. Mira, al comandante Pardo Zancada le habían llamado un domingo para que fuera a Valencia sobre las diez o a las once, que le quería ver el general. No se dio mucha prisa, llegó a Mota del Palancar, en Cuenca, paró a repostar y no creas que se detuvo y siguió rápidamente. Paró y ya de paso se quedó a comerse un cordero tranquilamente. A mí eso me parecía que era contraindicado con las urgencias patrióticas.
Al llegar a Valencia pensó que era un poco pronto como para interrumpir el almuerzo de Miláns del Bosch. Dio un par de vueltas a la ciudad, volvió, aparcó y subió. Entonces el ayudante del general, Ibáñez Inglés, le dice que Miláns del Bosch todavía está comiendo. Así que esperó aún más y por fin entró a los cafés.
De ahí se fueron a un piso franco, que más bien era un zulo, que les había dejado un empresario para que no estuvieran muy vigilados. Al pobre Pardo Zancada le encomendaron todos los deberes que los demás no cumplían. Le dicen que a tomar el mando de la División acorazada va a ir el general Torres Rojas. Pregunta quién le ha avisado y se dan cuenta de que nadie lo ha hecho. Le llaman desde allí.
Ya es 23 de febrero, a las diez de la mañana, y Torres Rojas no ha aparecido. Pardo Zancada, inquieto, ansioso, llama a La Coruña y le dicen que el general no se puede poner porque está haciendo sus ejercicios gimnásticos. Habla con él a las doce y Torres Rojas dice que sí, que de acuerdo, pero que cómo va a salir de La Coruña, que no puede hacerlo sin pedir permiso al capitán general. O sea, que iban a dar un golpe de Estado y tenían que pedir permiso a la autoridad superior… grotesco.
Al final dice que va a ir en avión, de uniforme, y el otro sin tener por qué, porque no estaba en el guion, se va a Barajas a recogerlo. En el coche le van contando, llegan a la barrera de entrada en el acuartelamiento de la División Acorazada del Goloso y el brigada del cuerpo de guardia se acerca al coche, ve que va dentro el general Torres Rojas y dice: «¡Mi general! Cuánto le recordamos». Y él contesta en el mismo tono: «¡Qué me va usted a decir, que yo nunca he olvidado los pinchos morunos que nos daba en el bar de oficiales!»
Y más detalles. Tejero necesitaba dos autobuses que estaban en Fuenlabrada en una nave. Cuando envía unos conductores a que se los traigan, le dicen que vale, que van, pero que antes tienen que comer. Se conoce que en ayunas no se dan golpes de Estado. Hay otro momento fantástico también, cuando ya parece que está todo perdido, porque no se han sumado las capitanías generales, que se supone que se iban a sumar todas a la vez, y se ve que eso no va a durar mucho. Así que el aludido Pardo Zancada decide que tiene que salvar su honor y monta una compañía de la policía militar de la División Acorazada para dirigirse al Congreso. Pues estos también, antes de subirlos a los vehículos, pidieron que les dieran de cenar ¡y les tuvieron que dar de cenar!
Mucho se ha insistido en que el rey paró el golpe, se ha personalizado mucho en él cuando hubo una serie de militares que cumpliendo con su deber fueron más decisivos que el monarca. Sin embargo, a día de hoy están prácticamente en el anonimato. Por no hablar de los militares que no se sumaron a la sublevación del 36, que lo pagaron con la vida.
Recientemente he estado en Melilla visitando la comandancia militar y me han enseñado la galería de retratos de todos los que fueron comandantes militares de esta plaza. Yo me he ido directo al año 36, que me interesaba mucho (risas) y me he encontrado con el general Romerales, fusilado dos semanas después del 18 de julio y suplantado por el coronel que aparece ahí ocupando la comandancia a continuación. Pero me agradó ver que ahí estaba la foto de ese general al cual fusilaron con un consejo de guerra aplicando el código de justicia militar, el artículo que habla de rebelión militar, cuando el que no se había rebelado era él. Lo cual quiere decir que no hace falta cambiar el código, solo ver quién lo usa. Aquí, en el 36, sin necesidad de tocar una coma, los rebeldes fusilaron a los leales.
Es verdad que los militares leales a la democracia están en el olvido. Siempre se lo oí decir con gran énfasis a mi inolvidable amigo Arturo Soria y Espinosa: las primeras víctimas de la Guerra Civil fueron militares. Él tenía la lista completa, dieciocho o veinte, que murieron en el primer mes. Se negaron a seguir a los rebeldes y les pegaron un tiro en la cabeza. Este fue el esquema. De esto, sin embargo, no quedó memoria ninguna. Los militares han quedado todos como golpistas y no es verdad. Unos se jugaron la vida y la perdieron por cumplir honorablemente su compromiso, su palabra dada al nuevo régimen. Se dijo que el que quisiera podía jurar la Constitución y el que no, se quedaba en la reserva con todos los derechos pasivos, que se dedicaron a conspirar, pero bueno. Fue exactamente así, tremendo.
Y si volvemos al 81, eso fue también extraordinariamente verdad. Alguna gente decisiva en ese momento como fue el que entonces era teniente coronel Emilio Alonso Manglano, que mandaba el Estado Mayor de la Brigada Paracaidista, y al que yo había tratado desde la época del Diario Madrid, se ofreció directamente al rey, se puso a sus órdenes para lo que hiciera absolutamente falta. La suya era una unidad de intervención inmediata con unas capacidades que no tienen otras y con gente muy profesional y ese fue uno de los factores decisivos para que el golpe no fuera para delante.
Otro que tuvo un comportamiento absolutamente asombroso de lealtad y firmeza fue el general Quintana Lacaci, capitán general de Madrid, a quien luego asesinó ETA. Y otra serie de gente que son merecedores de un reconocimiento que nunca se les ha tributado, porque se la jugaron, fueron leales al pueblo español y no siguieron esa cosa tremenda de «todo quedará atado y bien atado bajo la guardia fiel de nuestro ejército», que es lo que Franco les prometió a la altura del año 61 en el cerro de Garabitas en la Casa de Campo, cuando ya se veía que estaba envejeciendo y los militares empezaron a preguntarse qué iba a ser de ellos después de Franco.
Ahí Franco erró el tiro, y que en eso fuera un error tuvo mucho que ver el rey, porque ese ejército luego no fue el de Franco. Mayoritariamente tuvo muchas dificultades, con muchos tropiezos, aquello no fue en absoluto fácil, pero al final prefirieron ser el ejército de España al ejército de Franco.
El Caudillo había conseguido una lealtad perruna de los militares y mientras fue apretándoles las tuercas. Terminada la guerra, los militares vivían en una situación de desahogo y privilegio, para empezar por el suministro o la sanidad millitar, que era muy superior a la civil que ni existía. Pero luego apareció la Seguridad Social, los hospitales públicos, y al final el sistema militar pasó a ser un inconveniente. Cuando Franco se puso enfermo en el 74 y en el 75 no le llevaron al Gómez Ulla. Y si el presidente de Estados Unidos se pone enfermo, le llevan al hospital militar de Washington, pues aquí no.
Luego también estuvieron muy mal pagados y se toleró el pluriempleo, estuvieron muy mal adiestrados porque no se modernizó el material, ni la dotación, ni nada. Entonces, ¿cómo se explica la lealtad absoluta que le profesaban? Por algo que Franco siempre utilizó, inocularles la historia del orgullo del ejército victorioso. Ellos pensaban: «Somos más pobres, estaremos peor pagados, pero somos los vencedores». Por eso fue tan delicado cuando Gutiérrez Mellado suspendió el desfile del Día de la Victoria, que pasó a ser el de las Fuerzas Armadas.
En cuanto a la transición en los medios, en uno de sus primeros libros, El vértigo de la prensa, se queja de que los periodistas que lucharon por las libertades durante el franquismo, al llegar la democracia se fueron al paro. Y los que defendieron el régimen de Franco desde los medios estatales fueron colocados como funcionarios del Estado en la reconversión de la Prensa del Movimiento. La democracia pagó los servicios prestados contra la democracia.
Sí, en España, cuando llega la democracia, no se pagaron más que los servicios prestados a la dictadura. Los que habían estado en los sindicatos verticales, en el Movimiento y su prensa y su radio no llegaron ahí como lo habían hecho los abogados del Estado o los técnicos de Información y Turismo, que habían hecho sus oposiciones, pasado por un tribunal y ganado una plaza, aunque tuvieran que presentar su certificado de adhesión al Movimiento, que naturalmente la gente se lo tomaba un poco a broma. Los de los sindicatos verticales y el Movimiento llegaban directos de los campamentos del Frente de Juventudes, unos niños vestidos de idiota mandados por un idiota vestido de niño.
Pero todo esto fue una anestesia. En la democracia no se intervino a pelo. Una de las inyecciones para que la gente se dejara llevar fue este asunto. Hacer pasar a todas estas personas a la categoría de funcionarios, algo que imprime carácter, pues es hasta que la muerte nos separe.
En el caso concreto de los periodistas, la prensa y radio del Movimiento se transformó en los Medios de Comunicación Social del Estado, pero duró muy poco. Cuando llegaron los socialistas se procedió a desarticular todo ese tinglado. Entonces se les dio la oportunidad de que se quedaran con los medios y que construyeran cooperativas. Y la otra opción era pasar a adquirir esa nueva condición de funcionarios, que es por la que optaron el 90%. Creo que solo hubo un periódico, el Sur de Málaga, que se lo quedaron. Todos los demás entraron en tropel y pasaron a las aguas jurisdiccionales del Ministerio de Cultura que los iba asignando como jefes de prensa con unos destinos más suculentos que otros. Al final lo que hicieron fue trabajar donde les daba la gana y recibir esos emolumentos por trabajos que no hacían, porque ninguno de estos ocupó su puesto en el Museo del Prado o donde fuera, sino que fue a cobrar y se acabó.
Cuando se cierra el Diario Madrid, del que usted había sido director, y se vuela su sede, dice que notó muy poca solidaridad entre los colegas de profesión.
El cierre del Diario Madrid tuvo efectos ejemplarizantes. La plantilla se convirtió en una especie de lista negra y los demás medios pensaban que dar empleo a esa gente era provocar al régimen.
En la otra cara de la moneda, seguimos con personajes poco recordados. ¿Puede hablarnos de la figura de José Antonio Novais y de su importancia periodística durante el franquismo?
José Antonio Novais y tres o cuatro corresponsales extranjeros más fueron decisivos en la época del último franquismo, el que yo viví de forma más implicada. En los sesenta era clave. Era el corresponsal de Le Monde, un periódico que tenía en España una influencia colosal. Lo leía la gente con alguna vibración democrática y Le Monde se ocupaba de los asuntos de España con su corresponsal, que era él. Tenía muy buenas fuentes de información y todas las fuerzas de la oposición sabían que contarle las cosas a Novais era tener la posibilidad de que aparecieran. Y salir en Le Monde era adquirir una cierta inmunidad.
Ser «no torturable».
Efectivamente (risas). Novais daba voz a los que no teníamos voz. Eso irritaba no sabes cuánto al régimen y servía para que Le Monde estuviera prohibido en España cada dos por tres por el liberalísimo Fraga, que también daba órdenes de atacarle. El diario aquel infame, El Español, que dirigía Juan Aparicio, le dedicaba números monográficos llamándolo borracho e intentándolo zaherir de cualquier manera. Novais era un hombre débil, enclenque por así decirlo, no había hecho eso que decía Arturo Soria de «se ve que usted tiene una ventaja, ha podido hacer paralelas en los cuernos de su padre». Novais no las había hecho, era un tipo más bien flaco, enjuto, de poca estatura, normal. Pero tenía un enorme valor moral. ¿Tomaba alguna copa? Pues seguramente. Pero completamente sobrio hay cosas que no se pueden escribir. Lo mismo que existía en la guerra el coñac «saltaparapetos». Para comprometerse como él se comprometía a favor de las libertades igual tenía que tomarse una copa o dos o las que fueran. Pero era un tipo de primerísima calidad moral.
En el Diario Madrid cuando no podíamos publicar algo se lo dábamos a la prensa extranjera, que era la manera de sacar la cabeza por algún lado. Lo publicaba Novais y luego nosotros hacíamos una nota «ha publicado Le Monde». Como se dice en fútbol, hacíamos paredes.
Casi podemos afirmar que Novais volvió progresista a Tarancón, aunque fuera a lo «general de la Rovere».
Cuando cerraron el Diario Madrid fuimos a ver a todas las personalidades que pudimos. A Martín Villa, por ejemplo, le explicamos la situación y Miguel Ángel Gozalo le dijo: ¡cuatrocientas familias en paro si se cierra el periódico! Y contestó: «Vamos a ver, cuatrocientas familias en paro se quedan todos los días, si os he recibido no es porque seáis cuatrocientas familias, sino porque es el cierre de un periódico». (risas) Y tengo otra de él. Martín Villa nos convocó a cenar a un acto de los sindicatos verticales para ambientar una nueva ley. Ahí se habló de una posible amnistía a los sindicalistas de verdad, perseguidos por una ley de 1942. Entonces me tocó hablar a mí, expresé mi preocupación por el asunto y dije inconscientemente: «Quiero tranquilizar a todos, porque la primera medida del postfranquismo será una generosa, completa y total amnistía para todos los franquistas», momento en el que un procurador sindical, Francisco Abella Martín, y un editorialista del ABC se levantaron directamente para sacudirme. Fui protegido por Josep Melià y Pedro Calvo Hernando, que le echó mucho valor. Al final todo se calmó y dijo Martín Villa: «Bueno, es que es muy duro invitaros a cenar para que nos perdonéis la vida».
Me he desviado. Con lo del Diario Madrid también fuimos a ver al entonces príncipe Juan Carlos, en la Zarzuela. Y, efectivamente, un día fuimos a ver a Tarancón, queríamos sacarle una declaración a favor de los redactores y trabajadores del Madrid. Pero a él, muy cauto, no había manera de sacarle nada. Uno de los del comité le decía: «señor Cardenal, como dijo Shakespeare, no solo de pan vive el hombre» (risas) Y nada. Eso era una cosa… Al final, yo dije: «la Iglesia no puede ser neutral entre el abuso y la justicia». Y pareció que hizo un gesto de asentimiento. Pareció. Pero no dijo palabra. Entonces nos fuimos a casa de Novais a hacer una información sobre este encuentro y él inmediatamente convirtió en titular lo del abuso y la justicia. Le dije: «José Antonio, creo que te has pasado, si es que no ha dicho nada, nos ha dado como la impresión de que asentía». Y Novais: «oye, no te equivoques ¡le estás haciendo un grandísimo favor al cardenal!» Y así salió en Le Monde y en todas partes.
Eso también pasó con algunos generales. Recuerdo uno que fue nombrado jefe del Estado Mayor del Ejército, que era canario. Uno me dijo que tenía unos parientes abogados de cierto talante liberal. Y eso terminó escrito: «enraizado en una familia liberal». Y acabó siendo liberal de verdad, por eso de que la naturaleza copia al arte (risas).
¿Cómo era el periodismo afín al franquismo?
Eran matones, tenían la confianza del régimen y la empleaban en todas las direcciones. Y como los gánsteres que discuten por el reparto del botín, si oían la sirena de la policía huían todos juntos. Es decir, cuando las cosas se ponían mal, cerraban filas.
Para que te hagas una idea, recuerdo el estado de excepción del 69, cuando el asesinato de nuestro amigo Enrique Ruano, se suprimieron varios artículos del Fuero de los españoles. El derecho a residir libremente en el territorio nacional y volvió la censura. Entonces, lo que ocurría en casos de este tipo es que inmediatamente había una lluvia de telegramas de adhesión al jefe del Estado. El alcalde de Tomelloso, el alcalde de Barcelona, la diputación de Orense, la Academia de Jurisprudencia… una competición a ver quién mandaba antes un telegrama más laudatorio a Franco. En la Asociación de la Prensa también se hacían estas vilezas y ese día la junta decidió mandar uno. Pero algunos nos levantamos y dijimos: «Nos parece muy bien adherirnos al jefe del Estado, pero hombre, por qué no se busca otra ocasión, esperemos al 1 de octubre, que es la fiesta de la exaltación al Caudillo, porque, hombre, ahora que se suprime la libertad de expresión, que la Asociación de la Prensa se adhiera en este momento…». Es que adherirse a la esclavitud, coño, es muy duro.
Se cuenta también que en esos momentos de euforia después de la guerra, en la redacción del Arriba, que se instaló en la que había sido la sede del diario El Sol, Ismael Herraiz, uno de estos esforzados falangistas, en lugar de levantarse a apagar la luz sacaba la pistola y se cargaba la bombilla. Como una gracieta. Ese era el ambiente.
Y este, cuando tenía polémicas con Emilio Romero, que fue director del Diario Pueblo, le recordaba siempre su pasado, enseñaba las copias de una sentencia que le condenaba por haber robado nada menos que las mantas de un hospital de tuberculosos. Lo mejor es que, encima, Romero luego ha figurado como maestro de periodistas. Un tío que, además, enfangó el periodismo. Porque hasta en este contexto había pequeñas hipocresías que no estaban mal. Por ejemplo, cuando el director de ABC, Juan Ignacio Luca de Tena, decidió ser autor teatral, con esos espectáculos como Dónde vas Alfonso XIII, el ABC no publicaba la crítica de esa obra y días después reproducía la de algún otro periódico. Siguiendo ese mismo modelo, Emilio Romero también quiso ser autor teatral, y se tiraba un mes entrevistando a las actrices, los artistas, calentando el estreno, luego daba un cuadernillo de Pueblo con todo sobre la representación y, además, como algún crítico hubiera puesto una objeción a la obra de Emilio Romero, lo perseguía hasta el catre. Es lo que le pasó a Enrique Llove, el crítico del ABC, que le organizó una… Esa utilización del periódico al servicio de su propio ego es una cosa tan repugnante e indigna para el periodismo que queremos…
Otra vez, recuerdo que en una asamblea de la Asociación de la Prensa pedí las cuentas. Las pedía siempre, pero nunca me las daban. Una y otra vez. Hasta que ese día uno de la Asociación de Prensa de Málaga se sacó un pistolón, lo puso encima de la mesa y dijo: «¡Con esta salen las cuentas!». Y se acabó el carbón. Tenían el sentimiento de ser los propietarios y al que no le gustase, que se exiliara.
Esas cuentas, cuando por fin se consiguieron, se propuso entregárselas a la policía para que tuviera documentación sobre cómo se realiza una estafa
Lo que ocurrió es que al principio de los tiempos del régimen, una manera de ganar voluntades era el carné de prensa, que se entregaba a quien les salía de las narices. Luego se fue modulando con la Escuela de Periodismo, pero al principio se regalaba el carné a cualquiera, que a continuación era de una lealtad inquebrantable. Pero luego esas lealtades, del correaje y tal, fueron declinando, iban aflojándose, y la otra forma de comprar a los periodistas pasó a ser la de los pisos. Podrían haberse construido para el necesitado, pero este no podía comprarlos, y los que no los necesitaban se llevaron hasta tres a precios irrisorios, los cuales luego fueron liquidados a precio de mercado y se llevaron la pasta. No podían hacerlo en treinta años desde la adquisición, pero nadie lo cumplió y a nadie se le pidió responsabilidades por el incumplimiento. Se hizo a unos cientos de periodistas millonarios y, por supuesto, leales, y el resto, la institución como tal, quedó arruinada.
Lo de entregarle las cuentas a la policía se lo propuse a Luis María Anson ya después de Franco. Yo le decía: no tenemos más remedio que denunciar a Lucio Del Álamo. Y Anson: «¡Hombre! ¡cómo voy yo a denunciar a un predecesor mío!». Pues mientras tanto, que el cuadro de Lucio del Álamo esté colgado del revés, para que haya algún tipo de sanción a este estafador, repliqué. Y tampoco. No quedaba otra que coger todo el expediente de Lucio y llevarlo a la policía para que al menos pudiera servir como en las escuelas de negocio. Cuando llegasen en el temario a estudiar una estafa, pues que tuvieran un caso real.
En el aludido libro, que es de 1982, subraya usted una cita de un joven Pedro J. Ramírez que defiende la idea opuesta a la cláusula de conciencia recogida en la Constitución. Decía que también debería haber derecho a que si un periodista cambiaba de ideas, el medio pudiera echarle sin indemnización.
Eso lo escribió en 1980 en el que para mí es un libro de culto, Prensa y libertad. Con la cláusula de conciencia el periodista tenía derecho a reclamar una indemnización si el medio cambiaba de línea editorial, en plan: oiga, ustedes se han hecho Legionarios de Cristo, a mí no me interesa seguir, denme mi pasta que me voy. Eso dice la Constitución. Está tomado del precedente francés, es una garantía. Entonces llega ese gran liberal que es Pedro J. y se pregunta qué ocurre si pasa al revés, si cambia de forma de pensar el periodista y pide que ahí se debería poder despedir sin indemnización. Muy bien. O sea que cada mañana el periodista pasa por un aro detector de ideologías y comportamientos y le miran si ha dejado de llevar el escapulario para poderle despedir. Es increíble.
¿Qué opina del despido de Pedro J. Ramírez?
No se debe hablar mal de la gente y a mí me cuesta no hacerlo, pero además él vino a Diario 16 después de mí. Hay unos versos de Agustín García Calvo que a mí me han aliviado en muchas situaciones. Los pronunció Carmen Martín Gaite en un homenaje que me hicieron cuando me despidieron. «Enorgullécete de tu fracaso; que sugiere lo limpio de la empresa; luz que medra en la noche, más espesa; hace la sombra, y más durable acaso». Aunque no creo que el Diario 16 que yo dirigí fuera un fracaso, era un periódico sin medio alguno, estaba permanentemente amenazado de ser comprado cada mañana. Entrené a mucha gente, muy buenos periodistas, y en cuanto los tenía entrenados se iban por mil duros más a El País o donde fuera. Porque eso era el reino de la precariedad. Pero el periódico no hizo vilezas. Resulta que ahora el que ha combatido es nuestro amigo Jota Pedro, pero yo he tenido diez o doce consejos de guerra, no me suena que él haya tenido ninguno. A ese homenaje, por cierto, acudió Pedro J. Él era muy buen táctico, no me sustituyó inmediatamente, hubo unos meses en los que estuvo de director Justino Sinova, suficientes para limpiar el asiento de sangre.
Sobre su trayectoria, en la vida de un periodista hay muchos episodios distintos. A mí me parece que ha habido momentos tremendos. Ni siquiera bajo esta anestesia del corporativismo debo eludir, por ejemplo, que durante años ha exhibido como un éxito periodístico aquella deleznable entrevista a la cúpula encapuchada de ETA. Y también me pareció siempre deleznable que él fuera un favorecedor de la guerra sucia. Hace poco le preguntaron por el editorial y dijo que ese día él no estaba. En fin. Entonces había que alentar al Gobierno, decir: «Aquí lo que pasa es que no tienen cojones…». Y luego se convirtió en el gran revelador de la guerra sucia que él había alentado. En fin, como este tipo cosas hay otras muchas que me parecen de ínfima calidad, pero bueno, el éxito todo lo disuelve y todo lo reabsorbe y su éxito ha sido muy grande.
Vamos a la actualidad. El año pasado a usted le censuraron un artículo en El País donde explicaba los emolumentos del presidente del Gobierno como registrador de la propiedad.
Pasó que me llamaron una noche y me dijeron que no iban a publicar la columna. ¿Por qué? Porque son cosas en parte ya publicadas y en parte son rumores. Eso me dijeron. De esto de los registradores he escrito bastante, con muy poco éxito, pero mucho. Mi capacidad de contagiar este tema ha sido nula, ahora empieza un poquito desde hace unos meses, pero les contesté: «Rumores ninguno, detrás de cada afirmación de este artículo hay una hoja del Boletín Oficial del Estado». «Bueno, pero no lo vamos a publicar». Y ahí se quedó, eso fue todo. No apareció la columna pero a quien fuere se le olvidó que estaba en la edición digital. Llamé para dar las gracias diciendo que al menos habían salvado la columna, el que cogió el teléfono no me dijo nada, y a los diez minutos la habían quitado también de internet. Ante esto puedes hacer varias cosas. Una es sentirte presa de la indignación, pero yo pensé que, de todas maneras, uno de los poquísimos sitios en los que se puede estar es El País, y que el balance de todos los años que llevo allí no iban a quedar empañados por este incidente puntual. Llevo escribiendo aquí desde el año 84.
¿Por qué El País protege la reputación de Rajoy de una información contrastada con el BOE?
Eso ya sí que no te lo sé decir. Creo que en todo este tema, que lo sigo todavía, lo que no se puede ser es obsesivo. Y reconozco que a veces tengo cierta tendencia a serlo (risas). El asunto del Registro y de Rajoy es impresentable. Es decir, no hay manera de compatibilizarlo. ¿Cómo puede el presidente del Gobierno seguir teniendo una plaza de registrador a su nombre sin haber ido desde hace veinte años? Es una cosa que no cabe en cabeza humana. Como no cabe en cabeza humana que tenga la plaza asignada un interino, que es colindante, que es el amiguito del alma, y que se lleva por ese interinazgo el cincuenta por ciento de la recaudación.
Es que todo el tema del cuerpo de registradores es alucinante. Para mi sorpresa, para mi desánimo, cuando empecé a escribir sobre esto pensé que los lebreles del periodismo se iban a poner con este asunto y lo iban a llevar hasta el final. Pero oye, ningún contagio. He estado siguiendo en solitario esto desde 2007, desde que en el programa de televisión aquel de Tengo una pregunta para usted una pensionista le preguntó balbuciente a Rajoy cuánto ganaba y este, más balbuciente aún, se embarulló y dijo: «menos que usted».
Publiqué una columna en El País llamada «Los dineros de Rajoy» y en esos siete años he escrito con frecuencia de esto, además ha habido pretextos nuevos gracias a las acciones del Benemérito Colegio Nacional de Registradores. Se han querido quedar con el Registro Civil… han hecho infinitas cosas. Yo he vuelto a la carga y… silencio en las filas. Es una de las cosas que pasa en el periodismo, cuando das en un tema absolutamente capital, se produce un silencio total. No entendí cómo un asunto que ponía en una situación tan delicada y vulnerable al que entonces era candidato a presidente del Gobierno nunca fuera utilizado por el Partido Socialista. Claro, luego se entiende mejor. Lo mismo que se dice que la policía no es tonta, los registradores tampoco. Y tenían en el gobierno de Zapatero a Beatriz Corredor, registradora de la propiedad.
También recuerdo a un alto funcionario que estaba en el Ministerio de Justicia, que tenía que ver con esto de los registradores, y le iba a abrir un expediente a Mariano Rajoy. Este hombre fue llamado a capítulo por sus superiores del Partido Socialista y le dijeron: «A Rajoy ni tocarlo, que es nuestra mejor opción para que sea candidato». Cosas que pasan. Pero el asunto sigue ahí abierto (risas), cualquiera lo puede coger. También he escrito sobre el intento de hacer del Registro Civil un negocio privado de los registradores.
La figura de los registradores es un híbrido rarísimo inexistente en ningún otro país del mundo, son entre funcionarios y profesionales liberales porque tienen una clientela absolutamente cautiva, tú no puedes ir a cualquier registrador cuando quieres registrar tu finca o tu piso, tienes que ir al que te corresponde, como tampoco puedes elegir a los jueces. Uno se hace registrador y a dormir la siesta, no tiene que salir a la calle a buscar clientes. Esto viene de atrás, es un asunto largo, tiene que ver con la Ley Hipotecaria y se ha convertido en un escándalo insostenible.
¿Qué opina del nuevo director de El País? Se le ha acusado de llegar para «derechizar» más el periódico.
¿Por qué? Esto no lo he entendido. Con Antonio Caño tuve un par de conversaciones largas en Washington recientemente, antes no habíamos coincidido mucho, y lo que me ha parecido —este es mi punto de vista— es que como se ha producido el relevo en La Vanguardia, que se ha explicado en términos inducidos por el Gobierno e incluso el rey, y luego ha venido Pedro Jota, también explicado en términos de venganza fría y lenta pero implacable de Rajoy, pues ahora se produce el tercero y la inercia quiere que se explique en los mismos términos. El tiempo dirá dónde están las cosas, pero yo no veo ningún rasgo en el nuevo director de mayor docilidad al Gobierno, de menor actividad en defensa de la independencia periodística. A mí me parece que Antonio Caño tiene una trayectoria periodística más cuajada, solvente y probada que el anterior director cuya llegada me pareció más improvisada. Casi más caprichosa, por parte de Juan Luís Cebrián, que es el dios del Olimpo.
El éxito produce enconos, venganzas y malestares. El éxito de El País fue fulgurante, impresionante, pero el encono contra el periódico ha sido todavía mayor. Es desproporcionado, incluso respecto del grandísimo éxito que ha tenido. Propondría esto como tesis doctoral en la Facultad de Ciencias de la Información.
Para concluir. La última manifestación generacional de carácter político de relevancia ha sido el 15-M. Usted estuvo en las asambleas de la Puerta del Sol buscando actas de las aquellos encuentros, no logró encontrar nada.
Aquello se burocratizó, recuerdo. Había un plano, creo que aún lo tengo, donde ponía dónde estaba cada uno de los stands. Pasé todas las tardes por la Puerta del Sol porque me pilla aquí al lado. Iba buscando las actas y, como si estuviera en una oficina del ayuntamiento, me mandaban de un sitio a otro, como de ventanilla a ventanilla. Recorrí todo aquello penosamente y al final, pues no había actas. Yo veía que había reuniones, con sus gestos y sus discursos, y quería saber a qué acuerdos habían llegado en cada asamblea, pero nada. Allí me dijeron que estarían en internet, pero tampoco di con ellos.
Luego con los de Rodea el Congreso se me ocurrió decirles que fueran a protestar a donde Esperanza Aguirre, o al Ministerio del Interior, a la Moncloa, pero ¿al Congreso, que es la representación de los españoles? ¿Si nos cargamos el Parlamento después qué queda? ¿Los cuarteles? Mira, ahí no hay dietas. Pues se encabronaron, vinieron a por mí, pero no descompusimos la figura ni echamos a correr. Aguantamos de forma muy torera.
Creo que, volviendo al 15-M, me parece que estaba lleno de buena intención, pero era en gran parte un plató. La presencia de los medios de comunicación alteran los acontecimientos, sobre todo si es una presencia masiva. No se quería de ninguna manera que nadie se erigiera, se apropiara de un liderazgo o adquiriera un perfil. Eso está muy bien, pero es la disolución. Porque al final hace falta algo, un papel, alguien que lo presente, unos que den la cara. Si se quiere prescindir de todo eso lo normal es que el movimiento se diluya.
Y yo no soy partidario de asaltar el Congreso, me parece disparatado. Los de las mareas lo han hecho mucho mejor. Se han fijado un objetivo y lo han logrado. En términos militares hay una enseñanza que es una gran verdad: ninguna victoria puede ser alcanzada si no está bien definida. Eso lo dice Clausewitz. Es que si no la explotación del éxito se ha convertido infinidad de veces en una grandísima derrota. El éxito no es ilimitado. ¿Usted quiere que no se privatice el hospital de Torrelavega? Pues vamos a aguantar ahí. Pero si empiezas por la Sanidad en Europa vamos mal, porque no vamos a llegar y mientras tanto nos quitan de en medio.
Todas estas manifestaciones son muy relevantes y dan cuenta de un compromiso cívico de extraordinario valor, pero el anonimato es una categoría que tiene muchas limitaciones. Puede parecer que iguala, pero no es verdad. El anonimato que impregna todo este mundo digital tiene consecuencias absolutamente desastrosas. Por ahí no se progresa. Hay que poner cara a la protesta, tiene que haber líderes. ¿Que se van a quemar? Pues se sustituyen. Pensar que ahora vamos a inventar el telar sin lanzadera, pues no.
Fotografía: Guadalupe de la Vallina
Vamos a ver si lo entiendo. Al señor este Pilar Urbano le hace una putada X. Vale. Y el le dice que rectifique. Bien. Y ella dice que no. Guay.
Y entonces el le chantajea con dar informaciones de no se quien y ella cede.
Y eso es… ¿qué? ¿Loable? ¿Si las informaciones eran de interés general no debian haber salido igual? ¿Si no lo eran que cojones hace diciendo sacame de ahi esto o te pongo a fulanito a parir?
No, no es una defensa de Pilar Urbano, pero es que al final tanto procer de la Transición me viene a vender algo y resulta que tiene los mismos métodos y yo ya no se que se supone que me estan vendiendo.
Enhorabuena. Parece que has conseguido leer la entrevista; a mí me ha sido imposible.
Un saludo.
Por mucho que sea del Opus, es evidente que Pilar Urbano no es precisamente una santa pero me temo que Miguel Ángel Aguilar tampoco está para dar demasiadas lecciones de ética periodística a nadie.
Y no es sólo por lo que comentas de que para combatir una mentira recurra al chantaje para luego callarse a saber qué: a eso, al menos en mi pueblo, se le llama encubrimiento. Claro que éste no pasa de perdonavidas, que siempre son los más estomagantes.
Es que Aguilar tiene a gala pertenecer a El País. Por recordar, ya que parece que le gusta tanto, ese periódico ha tenido el éxito que ha tenido no sólo por la calidad de sus periodistas, que también, sino porque, ya para empezar, eso lo pusieron en marcha, entre otros, Fraga Iribarne, al que tanto critica, cosa, por otro lado, entendible. Y eso no es una opinión: es un dato histórico, objetivo. Y el que fue durante años su director y sigue siendo su factótum, Juan Luis Cebrián, era el Director de Informativos en TVE con Arias Navarro. Es decir, que ese faro de las libertades nació con las bendiciones tanto del llamado sector aperturista del Régimen como del llamado búnker. Es decir, franquismo lo mires como lo mires, con todos los contactos políticos y financieros que esto entraña. Y eso a Miguel Ángel Aguilar le parece lo más presentable de nuestro periodismo… Pues nada, pues muy bien…
Recuerda los cierres de periódicos, del suyo, como es lógico, y de las cabronadas que se le hicieron a un sinnúmero de periodistas, de nuevo empezando por él en Diario 16. Vale. ¿Y dónde estaba él cuando se laminó a buena parte de lo mejor del periodismo español que pasó por las páginas de El País? La lista de gente a la que han censurado o, directamente, le han dado la patada en sálvese la parte en ese diario daría para llenar varios folios. Pero no parece que eso le incomode ni mucho ni poco a nuestro paladín de la decencia periodística.
Le recuerda a Pedro J. meteduras de pata y comportamientos poco edificantes y está bien que eso se haga. Pero no fue sólo desde ABC o desde Diario 16 donde se jaleó lo de los GAL. Desde El País hubo comprensión a manos llenas porque no en vano era y sigue siendo el diario más cercano al PSOE: Felipe Glez. había llegado a la conclusión de que no quedaba más remedio que hacer aquello y aquí, prietas las filas. Pero Aguilar de eso no se acuerda, claro: no se puede estar en todo. ¿Que luego Pedro J. se dedicó a desvelar al menos una parte de todo aquel desastre de los GAL? Bien está, digo yo. ¿O acaso nos dice Aguilar que eso mejor haberlo dejado debajo de la alfombra? Como su amenaza a Pilar Urbano de revelar cosas desagradables…
Y cuando llegó el momento de sacar a la luz crímenes de Estado, que no otra cosa fueron los GAL, o el sinfín de escándalos de la última etapa del felipismo, El País no sólo no se significó precisamente por desvelar e investigar eso sino por todo lo contrario: se convirtió en un fortín al servicio descarado del gobierno socialista. Pero seguro que Miguel Ángel Aguilar estaba por entonces cabreadísimo con Cebrián o Polanco (Jesús del Gran Poder, le llamaban por entonces) y los llamaba a capítulo día sí, día también.
¿O también prefirió callar, como cuando lo de Pilar Urbano?
Lo «divertido» de leer estas entrevistas a los viejos espadas de nuestro periodismo (lo de viejos espadas no tiene la más mínima intención peyorativa, que conste. Todo lo contrario: precisamente por la edad que tienen y por vivir de primera mano lo que vivieron merece la pena leerlos) es ver la cantidad de mierda que están dispuestos a echar al ventilador… de los demás. Su trayectoria no es que sea inmaculada: es refulgente. Ya en este mismo espacio de jotdown hemos tenido cumplida cuenta de la capacidad inagotable de autobombo de Pedro J., Ansón y, ahora, claro, Aguilar.
Pero precisamente por la cantidad de cadáveres que todos ellos acumulan en sus armarios, la cantidad de bajadas de pantalones y de olvidos éticos profesionales que atesoran, lo menos que se les podría pedir es algo más de comedimiento. Pero con estos personajes, complicado…
¿Pero en 2014 a alguien le importa la opinión de este señor sobre algo? ¿Vamos a tener que seguir aguantando mucho tiempo a gente que el 23F hacía tiempo que habían dejado de ser becarios? ¿Cuándo van a darse cuenta los medios de que el problema no es Internet, sino el darle cobijo a gente como este señor en sus páginas o sus pantallas?
¿?
A mi personalmente me importa. Mucho mas de lo que diga alguien que en el 23F no hubiese nacido (como yo) y que no vivieron nada mas que en los Mundos de Yuppi desde que nacieron.
Ay, querido, y serás tú luego que reivindique a Romero, maestro de periodistas… Qué desinrrazón.
A mí me interesa más su criterio que el tuyo.
Miguel Ángel Aguilar es y ha sido muchos años un profesional del periodismo muy bueno, un pensador muy inteligente de la España de hoy, bien informado, ecuánime y valiente. Le han hecho consejos de guerra en la época de Franco, ha vivido amenazado por ETA, le han echado del trabajo por hacerlo bien. Y por negarse a cometer vilezas. Y llega a viejo, no está amargado, sigue descubriendo cosas (lo de los registradores de la propiedad, entre otras), le siguen censurando sus propios colegas, y está tan contento. Necesitamos unos 10.000 como él en este país. Y no sólo en la Información, sino en la Medicina, en la Administración, en el Ejército y por doquier.
Que le secuencien el genoma antes de que esos cigarros se lo lleven. A ver si en el futuro podemos hacer otro como él…
AMÉN. Un grande Miguel Ángel Aguilar, aunque a veces no esté de acuerdo con él en sus tertulias de la SER.
Efectivamente, y que es un gran periodista lo acredita el que desde el sector ultra le ladran… luego cabalga.
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interesante entrevista, lo mejor y como resumen la fotografia del dibujo enmarcado, de la manifestación con el lema «queremos mentiras nuevas»
Un periodista íntegro e inteligente pero lo que cuenta es de un mundo viejo despachado en la oscuridad que da arcadas y que gente seguramente íntegra e inteligente como él nos quieren obligar a tragar a la fuerza.
El rey es un pelele indecente y lo sabe y los popes de la transición no son mejores.
Respeto para la gente decente que hizo lo mejor que pudo pero hoy por hoy todo este sistema podrido es el que tenemos derecho a quitarnos de encima.
Tan integro e inteligente que le censuran una columna con hechos contrastados y se queda tan pancho.
Y El País es la mayor estafa periodística de la historia de España. Cualquier periodista decente debería salir por patas o –si la vida le obliga a tragar– cobrar su salario sin alardes ni dar lecciones
Vaya nivel. Si El País te parece «la mayor estafa periodística de la historia de España», cuando durante mucho tiempo ha sido el único medio de calidad internacional que teníamos, no sé qué pensarás de los otros (ABC, El Mundo, La Razón, la COPE, etc.).
Vaya comentario más ridículo.
Hay frases que, la verdad, son hilarantes :»yo no veo ningún rasgo en el nuevo director de mayor docilidad al Gobierno». Lo de justificar las críticas en el encono contra El País. Dinosaurio, en fin.
Hay gente que envejece en su oficio con dignidad, como el finado Javier Ortiz, y luego gente como Águilar que…que basta escucharla y leerla para ver cuales son sus obejtivos vitales y profesionales: perpetuarse.
Muy de acuerdo :-)
¿De acuerdo en qué? El primer párrafo es incomprensible, y el segundo es una presunción de intenciones que anula toda posible crítica. Veo que el nivel de los comentarios de Jot Down está bajando mucho, lástima.
«yo no veo ningún rasgo en el nuevo director de mayor docilidad al Gobierno.»
O sea que con la docilidad del anterior director ya había suficiente.
Sobre el segundo párrafo, realícese un análisis de contenido (de lo que dice el tal Aguilar), de sus obras y de su trayectoria.
Utilizar el uso de la expresión «mayor docilidad» para inferir que el anterior director ya era dócil al gobierno es pasarse de exégesis. (¿Ya no nos acordamos de los papeles de Bárcenas, publicados en El País con todo lujo de detalles? ¿Es eso una prueba de docilidad?). En cuanto al segundo párrafo, la expresión «el tal Aguilar» dice mucho de tu respeto a la persona. No merece una respuesta.
Ja ja, ¿pasarse de exégesis? Oiga que donde dice blanco es blanco, y la expresión «mayor docilidad» es diáfana —> mayor —-> más que.
Y por supuesto el tal Aguilar no me merece ningún respeto como periodista-persona. Por favor, lea los comentarios de otros intervinientes, Gatopando, Isaías, Fandiño, Javi, y comprenderá el porqué.
A mí no me gusta ser fan de nadie, y entiendo con cierta dificultad a las personas que son muy fan de alguien (la Pantoja, la Esteban, el Aguilar, etc). Supongo que es muy humano pero ni me gusta ni lo comparto.
Así que por mí, encantado de que no me dé una respuesta. :-)
Mucha lucidez y inteligencia, divertida entrevista, y tiene toda la razon sobre la inutilidad del anonimato…
….si antes lo de ponerse nombre de pluma o de guerra lo hacian tres, ahora lo hace todo el pais todas las mañanas…y .que lo diga yo, Gutsav Pilchard nacido en Zanzibar.
En cuanto a El Pais, es su trabajo, y todos padecemos lo inconveniente de tener que comer. ¿Que quereis que haga el hombre?
Hay que ser honrado, pero tampoco se puede ser gilipollas.
Aguilar es casi siempre interesante.
Hubiera sido interesante preguntarle sobre el férreo blindaje mediático brindado a la familia real durante tantos, tantos años. En mi opinión, dicho blindaje contribuyó a que sus miembros se sintieran impunes. Y, claro, para sentirse impune y resistir la tentación de no aprovecharse de ello hay que estar hecho de una pasta especial -la de los miembros de la familia real es tirando a normalita, y eso siendo condescendientes-. De aquellos polvos, estos lodos. La clase periodística española abdicó de su responsabilidad de una forma bochornosa. Pero, bueno, no dudo que el señor Aguilar tendría una respuesta-coartada para tal cuestión. Me quedo con la curiosidad de saber cuál es.
Por último, es un señor que cae simpático cuando se le escucha en la radio. Tiene sentido del humor. Si acaso, se le nota demasiado cuando se le ha ido la mano con los brebajes: la respiración se le hace pesada y la lengua se le pega a las paredes de la boca.
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No se que me pasa pasa a mi con JD que leo enteras las entrevistas de gente «que me cae mal» ,por no comulgar con su «rollo» o por discrepancia ideologica etc etc (salvo alguna excepción) …, que me las trago enteras vamos, todo un logro chichos por vuestra parte jajajaa …en cambio con los que me cae bien o comparto ideas etc etc las leo por episodios
Muy buena entrevista
Un Saludo!
PD Ojo la de los que me «caen bien»esas que tengo que leer por partes …no digo que sean malas, al contrario…
Yo creo que la entrevista tiene su punto. Desde luego mucho mejor que la de Raul del Pozo.
Coincido con il gatopando.
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Esto es España. El presidente del Gobierno es un registrador de la propiedad.
La verdad de la España del 78 es horrible: http://www.diariorc.com
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Deduzco por la nota de la entradilla: «[Nota: esta entrevista tuvo lugar un mes antes de las elecciones al Parlamento Europeo]» y por el primer comentario que esta entrevista se publicó antes del 25 de mayo de 2014. Señores de Jot Down, ¿Podríais por favor poner fecha a vuestras publicaciones? Una entrevista no tiene sentido si no se ubica, es fruto del momento en el que se lleva a cabo. No es lo mismo un mes antes que un mes después…