Humor Ocio y Vicio

Breve historia de la prohibición del humor

nombre de la rosa

Que tras contar un chiste no se ría nadie no es lo peor que uno puede esperar. Sótades de Maronea allá por el siglo III a. C. escribió unos versos humorísticos sobre ciertos aspectos de la vida sexual de Ptolomeo II y acabó encerrado en una caja de plomo y tirado al mar. Hay gente que no encaja bien las bromas. Especialmente cuando ostentan algo de poder, siempre tan necesitado de un aura de pompa y solemnidad. Así que no es de extrañar que a menudo la sátira y la caricatura hayan sido prohibidas y sus autores generalmente acabaran cayendo en desgracia, como veremos con algunos ejemplos.

Probablemente El nombre de la rosa es la mejor descripción que se haya hecho nunca de esa capacidad subversiva del humor. Como recordarán si han leído el libro o visto su fascinante adaptación al cine, a finales del año 1327 el erudito y audaz franciscano Guillermo de Baskerville llega acompañado de su novicio a una abadía en la que están sucediéndose una serie de crímenes. Durante su investigación nuestro protagonista acude al scriptorium, donde tendrá una disputa dialéctica con el bibliotecario ciego Jorge de Burgos (en evidente alusión a Jorge Luis Borges). Este sostiene que la risa sacude el cuerpo, deforma los rasgos de la cara, hace que el hombre parezca un mono. La risa es signo de estulticia y hay que evitar los chistes como si fuesen veneno de áspid, concluye, puesto que Cristo no reía y además la risa fomenta la duda. Pero Guillermo no puede estar más en desacuerdo: no hay constancia de que Cristo riera pero tampoco de que no lo hiciera. La risa es signo de racionalidad, asegura, sirve además para confundir a los malvados y poner en evidencia su necedad. Esta primera discusión es una buena pista de la causa última de todas las muertes ocurridas en la abadía, debidas a que Jorge quería mantener a toda costa oculto el libro segundo de la Poética de Aristóteles. Una obra sobre la que hay varios indicios de que existió realmente y que estaba dedicada a analizar la comedia y su capacidad catártica en el espectador. Tal como dice en su discurso final, una vez desenmascarado por la investigación de Guillermo:

La risa distrae, por algunos instantes, al aldeano del miedo. Pero la ley se impone a través del miedo, cuyo verdadero nombre es temor de Dios. Y de este libro podría saltar la chispa luciferina que encendería un nuevo incendio en todo el mundo (…) Si la risa es la distracción de la plebe, la licencia de la plebe debe ser refrenada y humillada y atemorizada mediante la severidad. Y la plebe carece de armas para afinar su risa hasta convertirla en un instrumento contra la seriedad de los pastores que deben conducirla hasta la vida eterna y sustraerla a las seducciones del vientre, de las partes pudendas, de la comida, de sus sórdidos deseos. Pero si algún día alguien, esgrimiendo las palabras del Filósofo y hablando por tanto como filósofo, elevase el arte de la risa al rango de arma sutil (…) si algún día alguien pudiese decir: me río de la Encarnación… Entonces no tendríamos armas para detener la blasfemia.

Como vemos Jorge simplemente está intentando mantener el orden establecido. El poder de la Iglesia podía ser enorme, pero como todo poder necesita ser aceptado y/o temido por sus súbditos. Sin ese acatamiento final de la base social, la autoridad se desmorona. Dado que la sátira y la burla atacan tales cimientos este anciano bibliotecario podía ser perverso, pero desde luego no estaba loco. Algo parecido debía pensar el emperador Septimio Severo cuando mandó ejecutar a varios senadores, según se recoge en Historia Augusta:

Eran condenados a muerte en gran número, unos por haber hecho algún chiste, otros por haberse callado, algunos por decir cosas de doble sentido como «he aquí un emperador que hace honor a su nombre, que es verdaderamente Pertinaz, verdaderamente Severo».

sátira

Por su parte, el antiguo escritor de comedias Éupolis ridiculizó a Alcibíades en una obra titulada Baptae («Los que se zambullen») y este no encontró mejor forma de vengarse que haciendo que se ahogara en el mar. Pero no todos los antiguos reyes, generales y emperadores eran tan ceñudos y susceptibles. El emperador y filósofo Marco Aurelio tenía una esposa que le era infiel y él, lejos de tomar represalias, incluso favoreció la carrera de algunos de sus amantes, como uno llamado Tertulo. Según se cuenta en cierta ocasión se representó ante el emperador una obra cómica sobre un marido cornudo que preguntaba a su esclavo quién era el amante de su mujer, a lo que le respondía que Tulo. Dado que debía ser algo duro de oído le pedía que le repitiera el nombre, por lo que el esclavo finalmente replicó: «ya te lo dije tres (ter) veces, Tulo se llama». Bueno, esto contado en latín tiene más gracia. La cuestión es que a Marco Aurelio no le debió sentar mal, dado que el osado autor no solo conservó la cabeza, sino también su empleo. Y es que para que haya censura y prohibición previamente se requiere que haya autores lo suficientemente audaces o inconscientes. Tras la instauración de la Inquisición uno de ellos fue Quevedo, que sería denunciado a tal institución por su «indecencia del discurrir, la libertad del satirizar, la impiedad del sentir, y la irreverencia del tratar las cosas soberanas y sagradas». Sería en el siglo XVIII, con los ilustrados, cuando la sátira alcanza su apogeo. Autores como Voltaire y Diderot alcanzarían gran renombre en Francia gracias a sus agudezas, y de vez en cuando algún encarcelamiento, paliza y quema pública de sus obras por parte de las autoridades. Mientras que en Inglaterra, publicaciones como The Spectator y The Tatler buscarían lo que denominaban «true satire», en la que no se dirigían las burlas contra alguien en concreto con intención de difamarlo —a la manera de las actuales tertulias televisivas, para entendernos, sino que el objetivo era abstracto y el tono moderado y basado en la racionalidad.

Con la llegada al poder de Napoléon vino también el cierre de las publicaciones satíricas francesas y fue precisamente un autor inglés, llamado James Gillray, el que lograría sacarlo de sus casillas con una parodia de su ceremonia de coronación. Le sentó realmente mal el dichoso dibujo, hasta el punto de prohibir la introducción de copias en el país y presentar una queja diplomática ante Londres. De hecho, unos años antes ya había intentado incluir una cláusula en el Tratado de Amiens para que los caricaturistas ingleses que lo retrataran fueran exiliados a Francia. Una vez reinstaurada la monarquía, Luis Felipe I pasaría por un mal trago equivalente cuando otro caricaturista, Charles Philipon, lo retrató con forma de pera (que en francés significa también bobo) en una revista llamada precisamente La Caricature. Los ejemplares fueron secuestrados por las autoridades y el autor llevado a juicio, donde se justificó diciendo que a quien realmente debían detener es a todas las peras de Francia, por parecerse al rey. Pasaría en total dos años en la cárcel a cuenta del chiste. La aprobación de leyes que requerían nada menos que la aprobación previa de la persona caricaturizada hacían que esta práctica se volviera realmente complicada. Pero las cosas siempre son susceptibles de empeorar.

peraLa llegada de los regímenes totalitarios del siglo XX llevarían estas preocupaciones hasta extremos en sí mismos involuntariamente cómicos. Tras la revolución soviética fue objeto de debate si las sátiras debían ser permitidas en el nuevo orden y, como era de esperar, la conclusión terminó siendo que no: dado que el sistema era perfecto la función de denuncia de la sátira ya no debía tener sentido. El nuevo código penal calificó las sátiras y los chistes como propaganda antisoviética penada con el gulag. Aun así siguieron contándose incluso aludiendo al propio castigo que suponía contarlos, como el referido a los trabajadores forzosos del canal entre el mar Báltico y el Blanco: «¿Quién cavó el canal? La parte derecha los que contaban chistes, y la izquierda, los que los escuchaban». Con la muerte de Stalin la situación mejoró, aunque ya en los años sesenta autores de sátiras como Valeri Tarsis fueron ingresados en centros psiquiátricos. Dado que el sistema era perfecto, quien lo cuestionase debía de estar loco. No cabía otra explicación. Mientras tanto, en la Alemania nazi, a partir de 1934 quedó prohibido difundir comentarios maliciosos, lo que incluía chistes contra el partido, el régimen o sus dirigentes. Aun así siguieron difundiéndose, o tal vez precisamente por ello, pues basta que no pueda bromearse con algo para resultar irresistiblemente gracioso. Pero las autoridades eran implacables y en 1943 una trabajadora resultó condenada a muerte por contar a una compañera el chiste: «Hitler y Göring están de pie, en lo alto de un radiotransmisor. Hitler dice que quiere dar a los berlineses un poco de alegría. Göring le replica: «¿Entonces por qué no saltamos desde la torre?»». Respecto a la situación en España durante el régimen franquista, poco podremos añadir a los innumerables estudios y comentarios en torno a su censura y a la existencia de figuras como Buñuel, Berlanga o Boadella.

Penas de cárcel o de psiquiátrico, palizas, asesinatos… ¿Y qué hay de la situación actual? Ahí está el ejemplo del caricaturista sirio Ali Ferzat, pero como no es cuestión de que hablando de humor acabemos deprimidos, recordemos también —por si alguien aún no lo conoce uno de los más hilarantes discursos políticos que se han hecho durante los últimos años, obra de Stephen Colbert.

El autor desconocido denominado Pseudo-Jenofonte hacía una observación, hablando de la democracia ateniense, que me parece particularmente interesante: «No permiten que el pueblo sea objeto de burla en la comedia ni que se hable mal de él para que no se tenga mal concepto de ellos». Es decir, que cuando el poder pasa a manos del pueblo ya no está bien visto burlarse de él, puesto que la gente se dará por aludida y no tolerará ni una broma. La autoridad caprichosa de un tirano no pasa a ser sustituida por un paraíso de la libertad de expresión, sino por un enjambre de censores-ciudadanos no necesariamente más tolerantes. Personalmente, nunca deja de sorprenderme la inmensa provisión de gente dispuesta a indignarse muchísimo por cualquier ocurrencia. Desconozco si es que son los mismos que cada día se muestran airados por un motivo distinto o es que van turnándose, pero ya puedes bromear sobre un santo del siglo XII, una película candidata al Óscar, una exnovia imaginaria, un grupo de heavy o una facción política que inmediatamente surgirá algún lector que por la rabia que expresa parece sentirse él como persona directamente agredido. No sé cómo será en otros países, pero en España se diría que cada uno espera no solo respeto para sí mismo, cosa muy razonable, sino también una completa ausencia de burlas o chascarrillos en torno a cualquiera de sus aficiones, ideas, creencias, series favoritas o edificios de Calatrava que contenga su ciudad. La vida no es para reír, en definitiva. Lo peor de todo es que nuestra legislación ampara esta especie de sentido del ridículo hipertrofiado, como el artículo 525 del Código Penal que prohíbe «hacer escarnio de dogmas, creencias, ritos o ceremonias» de una confesión religiosa. Así que por ejemplo La vida de Brian difícilmente podría pasar ese filtro… y si lo hace entonces estamos ante una ley que se aplica arbitrariamente.

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20 Comentarios

  1. «breve»

    • Se lee en diez minutos. A algunos si os sacan de los 140 caracteres del twitter parece que ya os cuesta…

    • Es breve. En papel llenaría como mucho tres páginas, pero dedicar más de 2 minutos de atención por algo parece toda una proeza para algunos.

  2. Siempre es una gran placer leer a Javier Bilbao, de lo mejor de Jot Down, que ya es decir.

  3. @TheLastMindundi

    Un artículo entretenido . ‘Hágase el humor y no la guerra’ !!!

  4. Pingback: Vello femenino, ficciones brasileñas, Wikipedia escéptica, policiales en YouTube y humor prohibido – Periodismo.com

  5. se pueden decir mucha cosas de la censura y del franquismo. Contaba un caricaturista gallego como en una visita de franco a galicia durante el verano él había dibujado una caricatura que no le permitían publicar así que se fue a ver a franco (durante el franquismo era así, tú ibas y veías a franco) y le enseñó la caricatura y al caudillo le hizo gracia. Él dibujante dio por buena la reacción y cuando llegó a la redacción ya habían llamado de parte de su excelencia para dar órdenes precisas para que no se publicase

  6. genial artículo. algo curioso que no se leería en otro «medio». Así sí, mi aplauso para el autor del mismo

  7. Pingback: 31/03/14 – Breve historia de la prohibición del humor | La revista digital de las Bibliotecas de Vila-real

  8. Pingback: Breve historia de la prohibición del humor | ECO SOCIAL...OJO CRÍTICO

  9. Thesonoflight

    Nos aferramos e identificamos tanto con la imagen que tenemos de nosotros mismos, nuestras creencias, nuestras ideas, nuestra cultura… Que acabamos convirtiéndonos en ello.
    Esto nos impide percibir la realidad y al mismo tiempo, nos impide aceptar cualquier critica, satiria o burla referida a cualquiera de estos factores adquiridos que limitan nuestra existencia
    Gran artículo que invita a la reflexión

  10. Una cosa que muchos extranjeros ven de España es la falta de sentido del humor que solemos tener. Supongo que será herencia de la Reconquista, con el islam tampoco se pueden hacer muchas bromas.

  11. Mencionas la censura de Hitler y te olvidas de esa gran película de 1942 «Ser o no ser» en la que cuanto menos ridiculizan el nazismo incluso haciendo chistes con referencias del Führer. Alabado sea Lu

  12. R. Maitland

    Publica el Jot Down de papel una entrevista a Javier Cansado en la que afirma algo así como que a los españoles nos gusta el cachondeo, pero no precisamente el humor. Un concepto más amplio y a ratos incómodo. No puedo estar más de acuerdo.
    El legendario discurso de Colbert ante Bush, que se cita aquí, creo que es una prueba de ello. No me puedo imaginar algo semejante en España, pongamos, delante del rey, sin que se arme una muy gorda.

  13. Kurt James

    La observación de Cansado es una boutade. Como cualquier generalización -como todas, injusta- hecha para parir una ingeniosidad.
    Últimamente hay un renacimiento de los monólogos humorísticos, no sé si gracias a Paramount Comedy (un canal de TV)
    Entre eso y un librito de S. Freud llamado «El chiste y su relación con el subconsciente» se pueden sacar algunas conclusiones interesantes.
    Pero, en mi humilde opinión, poco interesantes políticamente.
    He visto humor de todas las clases, tamaños, formas y colores en personas de todos lados. En formas verbales.
    En formas literarias sí que hay diferencias, pero yo no las elevaría a cualitativas, sino a idiosincráticas. «Las almas muertas» es una novela de humor. Y picaresco.
    Me pregunto si el P.D. Woodehouse de las novelas de Jeeves podría ser comparado con el Wenceslao Fernández Flórez de «Las gafas del diablo», «El bosque animado» o la primera época de sus crónicas parlamentarias en el ABC.
    Eso sí, me cuesta mucho más trabajo diferenciar el humor en la escultura. Probablemente sea un fallo mío.

  14. Woody Allen se pitorreó en Bananas no solo del macarthismo (la delirante escena del juicio), sino de la revolución cubana y los mesianismos (la no menos desternillante escena del discurso de proclamación). La cosa le costó a Allen ser tenido por rojeras en USA (lo que no importa demasiado en Nueva York, pero sí más allá), y por no-rojeras en Europa, donde la izquierda viscosa nunca le tragó.

    Un ejemplo reciente de falta de sentido del humor ha sido la polémica derivada del falso documental sobre el golpe del 23-F de Jordi Évole. Una genialidad divertidísima que provocó lluvias de tomates verbales sobre el showman.

    El humor puede ser blanco, que es muy difícil, o con pica-pica, y éste hace reír a unos y rascarse a otros.

  15. Un tipo muy serio

    No ser capaz de reírse de uno mismo, es síntoma inequívoco de exceso de importancia personal, y con mucho ego, e importancia personal, dejamos de aprender, y pocas cosas tan placenteras como aprender hay en este mundo, especialmente aprender a reírse de uno mismo.

  16. Muy acertado Cansado, el humor es inteligente y de ida y vuelta, el cachondeo es caca culo pedo pis, la conclusión del articulo y comentarios es clara, al poder no le gusta el chiste que normalmente es una menera de meter cuñas para cuestionar, de meterse por las rendijas de sus inconsistencias. Me llega al alma lo de Stalin: como el sistema es perfecto no hay lugar a la sátira, porque yo lo valgo.

  17. EdD Rodríguez

    Te has dejado la censura al Jueves cuando caricaturizaron a los «Príncipes de Asturias» haciendo méritos para ganarse el cheque bebé de ZP ;)

  18. Jorge de Burgos es un homenaje que hace el autor al monasterio de Silos el cual visito el autor dónde se halla el manuscrito más antiguo de la Edad Media….

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