(Este artículo no contiene spoilers de la trama)
«Aquí hemos venido a jugar»: ese debería ser el subtítulo de American Horror Story. Y si preguntas a qué, pierdes. Porque a la serie más descabellada de la televisión actual le sobran las reglas, las hechuras y las catalogaciones. Aquí lo importante es el cómo y sobre todo, quién. Quién nos vende el boleto para subirnos a esta noria delirante y abigarrada que se presentó como una producción de terror pero que lleva tres temporadas empujando los límites hasta el delirio, la fantasía depravada y el barroquismo visual.
La serie sale de la histérica cabeza de Ryan Murphy, un tipo abonado a la provocación en todas sus expresiones y cuya carrera ha consistido en agarrar los géneros televisivos más manidos y pasarlos por la licuadora de su retorcimiento. Lo hizo con el del high-school en Popular, con Nip/Tuck en el género médico, y con Glee en el musical. Pero hasta que no se ha lanzado al terror, no hemos podido vislumbrar las increíbles cotas de depravación que bullían en el universo murphyano. Si alguien tenía que llegar a darle un meneo al género en la pantalla pequeña, no parece descabellado que sea un tipo que nació el día Halloween con su padre vestido de hombre lobo, y al que su abuela obligaba a ver Dark Shadows con seis años (la buena, no la de Tim Burton) aunque llorase. O precisamente por eso.
Al Murphy adulto le dijeron que hiciera lo que le diera la gana y él ha construido una oda a tres de los grandes placeres de la vida, de cuya combinación ha salido lo peor y lo mejor del terror actual: el humor, el horror y el sexo. Y lo ha hecho partiendo de una base que es pura reverencia a muchos de los clásicos de las tres últimas décadas (El final de la escalera, Twin Peaks, La semilla del diablo…) pero sin homenajes nostálgicos ni innecesarias actualizaciones. Llevándolos al límite, que es lo que mejor sabe hacer el director: vitaminar esos lugares comunes con morbo y más morbo. Como si no existiera nada sagrado.
American Horror Story es el lugar en el que las ninfómanas monjas con fusta conviven con los encuentros en la tercera fase, los embarazos del diablo, los aquelarres, los psicokillers, el Anticristo y hasta los doctores Frankenstein nacionalsocialistas. Un despendole perturbado, una orgía onírica y también visual, oscura y fanfarrona como pocas cosas hemos visto antes. Sabe lo que quiere de nosotros: que se erice el vello, queme la entrepierna y descuelgue la mandíbula. Y a poder ser, en el mismo minuto.
Queden avisados: Murphy baila peligrosamente el alambrado que separa mamarrachada y la genialidad, y a veces sobrevuela el temor de si será este el giro que convierta todo en un despropósito demasiado pasado de rosca. Pero acaba dando igual, créanme. Tras el primer capítulo uno ya se sienta ante la fanfarria tan desprejuiciado que solo quiere dejarse hacer. Y ahí se queda, pidiendo más, lamentándote de no ser un poco más pazguato para escandalizarse ruidosamente ante tan grotesco festival.
Pero la pirueta estructural de las temporadas evita el KO por agotamiento. Y es que, cuando tienes un guión que parece salido de una barra libre de LSD entre Lynch, Kubrick, Argento y Von Trier, lo mejor que puedes hacer es delimitar principio y fin de las historias, tirar la llave al mar y comenzar de cero.
De este modo, cada temporada de American Horror Story resetea su argumento y personajes —que no actores— para volver a tantear nuestros límites en un universo nuevo. Son historias estancas, independientes y de irregulares resultados, pero disfrutables a más no poder. Y no solo por los aficionados al terror, porque la serie sabe lo que se hace y apunta directa al depravado que todos llevamos dentro.
Primera temporada: Horror House
El festín cómico-sexual-aterrador hace honor a su nombre y empieza por servirnos el mal rollo en bandeja de plata. Arranca con un primer plano de una imponente mansión en Los Ángeles, a la que se dirigen dos pelirrojísimos gemelos asiendo bates de béisbol. «Vais a morir ahí dentro», les espeta una escalofriante niña con síndrome de Down, que parece puesta allí por el ayuntamiento. «Os vais a arrepentir, os vais a arrepentir» canturrea implacable. Por supuesto que entran, y por supuesto que algo ocurre que no vamos a desvelar. Porque lo que acontece intramuros, especialmente en su sótano, es el epicentro de una temporada que sin ser la mejor de las tres, consigue con creces la quemazón, el acojone y el mandibulazo. En la mansión victoriana, sueño húmedo de Iker Jiménez, hay overbooking de fantasmas, fetos vivientes, sucesos paranormales y sangre, mucha sangre. Murphy le quita las telerañas al subgénero de la casa encantada, y la alumbra más tenebrosa y malsana, con dosis extra de sexo y muerte.
A este dulce hogar de infausto pasado van a parar un matrimonio compuesto por una esposa adicta al Natur House (Connie Britton), un marido hipermusculado de bragueta fácil (Dylan McDermott) y una adolescente en todo su insoportable ser (Taissa Farmiga). Y sí, ya asoma aquí lo que será el mayor activo de la serie en adelante, una Jessica Lange como la maquiavélica vecina Constance, que se gana a pulso el trono de la zorrísima diva que es. Los arranques manejarán el terror de manera impecable y espeluznante, pero el desarrollo nos emboscará como a tiernos conejitos. Porque además de la hemoglobina, por estos dominios se pasea un hombre vestido de látex con rijosas intenciones, una pornochacha con cofia, una pareja de loquísimos gays (enorme Zachary Quinto) y un Dennis O’Hare desfigurado que nos harán saltar del gemido a la carcajada histérica. Ni lo que no está muerto puede yacer eternamente, ni nada de lo que ocurra en la Horror House acabará felizmente. O sí.
Segunda temporada: Asylum
No es casual que la mejor temporada de las tres sea también la más desquiciada. Murphy se suelta la melena y embute a Jessica Lange en un hábito, al frente de un cotarro demencial ambientado en los años sesenta. Ella es sister Jude, la monja a cargo del manicomio Briacliff que da cobijo a los chalados más memorables y libidinosos vistos hasta la fecha. Una insania irrespirable de estética morbosísima, que funciona como espiral enloquecida de disfrute y sordidez: monjas poseídas, extraterrestres, psicokillers, represión, mucha imaginería cristiana y hasta Anna Frank. Sí, han leído bien: Anna Frank.
Rivalizando en divismo entra en escena Sarah Paulson como reportera del horror que se desenvuelve briosa en el enfrentamiento con Lange. Porque no lo hemos dicho pero esa es otra característica de la pesadillesca serie de Murphy: una reverencial fijación por la mujer y todo lo que la rodea. Aunque los personajes masculinos no desmerecen (repite Zachary Quinto, pero nos encasquetan al pan sin sal de Joseph Fiennes) ellas son el pálpito de la serie y sus conflictos la parte más profunda del asunto. Las ninfómanas, atormentadas, ambiciosas o condenadas; pero sobre todo muy pero que muy locasdelcoño como Franka Potente, Chloe Sevigny o Lili Rabe, que hacen que la temporada casi roce la perfección.
Plagada de tramas y subtramas, la batalla argentiniana entre el Bien y el Mal y los dilemas morales de la monja cabaretera y la periodista ambiciosa le dan mayor empaque narrativo que a su predecesora, sin perder un ápice de perversión. Tampoco de desvarío: por ahí queda el número musical (sí, musical) de Lana Banana, una crucifixión y un Ian McShane vestido de Papá Noel. Yo, no necesito más: búsquenme en Briacliff.
Tercera temporada: Coven
Salto mortal con tirabuzón y pasamos del manicomio al aquelarre. La tercera mutación del juguete de Ryan Murphy no ha sido todo lo provechosa que cabría esperar tras la sobresaliente segunda, pero nos ha dejado un primer tramo para enmarcar. Aquí arrinconamos la estética de terror gótico de las anteriores para hacer un cambalache de magia negra, vudú, escobas, paganismo y algo de mariconismo kitsch.
En su afán de búsqueda del vicio y el libertinaje, Murphy traslada la acción a una Nueva Orleans actual, donde aún resuenan los ecos (y las pesadillas) del pasado. La Lange se lava el pelo y se enfunda un tacón de aguja para seguir siendo Suprema y zorra, pero esta vez liderando un convento de jóvenes brujas. Y qué brujas, madre: la sobrealimentada Queenie (Gabourey Sidibe), la atormentada Zoe (Taissa Farmiga), la inquietante Nan (Jamie Brewer) y la volcánica Madison (Emma Roberts). De ellas depende la supervivencia de una especie en peligro de extinción, que además afronta una lucha tribal con las hechiceras comandadas por Marie Leaveu (Angela Basset) cuyo cuartel general es una peluquería. Tan cómico y petardo como lo leen.
Lo mejor será ese tete a tete entre la diosa negra (que debe dormir en formol) y la Bruja Suprema, dos enemigas ancestrales, dos arpías de ovación y vuelta al ruedo. Completan el aquelarre la gigantesca Myrtle Snow (Frances Conroy) transfigurada en una Agatha Ruiz de la Prada tuerta y colocada hasta las cejas; y Kathy Bates, cuya oscura y perversa historia deja con ganas de más, porque es el elemento más sádico y cruel de la temporada. Y es que aquí Murphy tira del pasado real de la magnética Louisiana, y rescata a esa asesina de negros que fue Madame LaLaurie, bruja de cutis resplandeciente gracias a la sangre de los esclavos.
En esta tercera entrega, el eje central la tiene ramificaciones más profundas, pero también peor remate. Además de los conflictos étnicos y raciales, subyace un enfrentamiento materno-filial entre Lange y Sarah Paulson, que en esta ocasión no consigue robarle planos a una madre desquiciada por la inminencia del destronamiento. Si poderosa era un portento, temerosa es aún mejor. La aparición de Papa Legba o el asesino Axe Men saxofonista son los encargados de ponerle malsana pimienta a un conjunto que, por lo demás, ha permitido a Murphy desquitarse con su yo más glamuroso y extravagante. O a ver cuántas brujas habéis visto morir en la hoguera aullando el nombre de un modisto guipuzcoano.
…..
Empiezan a sonar los ecos de lo que será la cuarta temporada, que llegará en 2015 y cuya ambientación no puede ser más prometedora: Murphy nos llevará a un circo. A otro, se entiende. Imposible no anhelar algo de justicia poética para la imprescindible Carnivale, cuyo coitus interruptus aún martillea de tanto en tanto.
Sea como fuere seguiremos el juego, que a eso hemos venido. Y no preguntaremos nada, porque ya no dudamos que Circus tomará del imaginario colectivo norteamericano todo aquello inhumano, incomprensible y ofensivo; para explotar nuestra la misma impúdica atracción hacia ello. Para que la disfrutemos como depravados.
Un especial de Carnivale ya!!!
En mi humilde opinión, creo que la advertencia entre paréntesis «(Este artículo no contiene spoilers de la trama)», debería cambiarse por todo lo contrario.
Yo por suerte, ya he visto las tres temporadas y no me ha estropeado nada en aboluto. Pero a alguien que no haya visto alguna o ninguna de las temporadas, se le da excesiva información que quita casi todo atisbo de sorpresa al visionarla.
Por otra parte, se agradece el dato del bajón que da la tercera temporada (sobretodo viniendo de una gran segunda). Pero a mí, personalmente, exceptuando una brillante interpretación de Jessica Lange y un mayordomo inquientante, el resto de la serie me pareció la típica lucha de niñas vista en una teleserie para teenagers femeninas de la MTV…
A Kathy Bates en la era moderna, hasta se me pasó desapercivida con su papel pseudo-cómico.
Un desenlace flojo, insulso, contentando al respetable… un final, casi a la par con el de la primera temporada.
Por último, comentar que comparar a Murphy con Lynch, Kubrick, Argento y Von Trier… me ha resultado lo menos, pretencioso.
tambien deberia tener spoiler alert
Pingback: American Horror Story: disfruta, depravado
En lo que a enfermedad se refiere, ‘Coven’ se ha llevado, en algunas escenas, el premio gordo. No obstante hay varios hechos en la trama que se olvidan y una siente que todo pierde coherencia. Y esto sumado al hecho de que el final resulta catastrófico comparado con el pedazo de últimos capítulos de la anterior temporada (‘Asylum’) me desilusionaron… Más desilusionada aún me quedé con el trato, casi «moraléjico» que se le da al personaje de Jessica Lange.
Pero vamos, que sí, que hemos venido a jugar y al fin y al cabo me tragaré las que me echen. Sea como sea siempre tendrá un punto enfermizo e inquietante que nos deje los pelos de punta, y eso ya es un paso.
Es Kathy Bates, no con la C. Está muy bien el artículo, pena no referiren Lily Rabe en la 3ª temporada, que también está muy inquietante.
Sin ánimo de ser el pedorro que saca puntilla a todo, la asesina de negros es Madame LaLaurie y no Marie Laveau, dato que sería irrelevante si no fuera porque no lo es. Laveau es negra, y bruja, y personaje real de la historia de Nueva Orleans; como LaLaurie, aunque por diferentes razones.
Por lo demás, incisivo artículo sobre la que, para mí, es una de las ofertas televisivas más atractivas -al margen de los fetos fantasma y los crímenes sistemáticos- de los últimos años.
Una apreciación, el personaje de Bates no es Laveau (es el de Basset) es Madame Marie Delphine Lalaurie.
Saludos.
¡JO, JO, JO! ¡Digo yo que alguna dará esta tía, ¿no…?
Todo muy forzado, crispado, INCREÍBLE. Un desparrame, que en sus ansias de originalidad, naufraga lamentablemente en la banalidad. Apropiado quizá, para adolescentes que se creen listillos, aunque con el tiempo descubrirán que no lo eran tanto…
A mi Coven se me hizo terriblemente cansina. Tramas como la de Nan con el vecino, por poner un ejemplo, eran puro relleno. Pero la verdad es que en general la serie ha adolecido mucho de tramas y situaciones tramposas que no iban a ninguna parte (prácticamente todas las muertes de la temporada, por ejemplo) y que si bien al principio podías dejarlas pasar al final ya parecía una tomadura de pelo. Eso y que los personajes estaban muy poco (o mal) desarrollados, y cuando parecía que alguno salía del cascarón a los dos días volvía a comportarse exactamente igual (Madison, te estoy mirando a ti). Que el personaje de Marie Leveau, al que Murphy & co. no le dan absolutamente nada, sea el personaje más atractivo de la serie es una muestra de la categoría de Angela Basset. Pedazo de interpretación la suya.
Me ha gustado el artículo. Tiene algo de golosa pastosidad acorde con el tema. Lo hace apetecible (de leer).
En realidad no está confirmado que la siguiente temporada vaya a ser «Circus», los rumores surgieron por unos cuantos posters de fans que circulan por tumblr (aunque muy bien hechos). Ryan Murphy ya ha desmentido que esa vaya a ser la trama principal. Lo que sí se sabe es que se desarrollará en los años 50, en Nueva Orleans o Santa Fe, y Jessica Lange ha dicho que está «practicando su acento alemán».
Como también dijo Ryan Murphy que había colado alguna pista sobre la siguiente temporada al final de Coven, se cree que puede tener algo que ver con ese grito de «Balenciaga!» en el último capítulo. Una de las teorías con más peso por ahí es que podría referirse a la modelo Brigitte Höss, modelo de la firma en los 50, e hija de Rudolf Höss, comandante de Auschwitz.
También se comenta que puede rozar los temas de la Guerra Fría o los primeros intentos de viajar al espacio, pero supongo que tendremos que esperar un poco más para saberlo :)
Nota para la autora del post: lo de la cuarta temporada CIRCUS es un FAKE como un castillo, producto de unas gráficas hechas por un fan que corrieron como la pólvora en Tumblr. Murphy lo único que ha dicho de la nueva temporada es que es la última en la que sale Jessica Lange y que ya la ha puesto a practicar acento ALEMÁN.
Oiga, Bárbara, con lo redondo que le ha quedado el artículo, ¿por qué ha tenido usted que etiquetar de «loquísimos» tan gratuitamente a la pareja formada en la serie por Teddy y Zachary? ¿Por interpretar a una pareja homosexual? ¿Es eso motivo suficiente para tacharlos? Dígame, ¿acaso no reflejan los mismos prblemas que el resto de las parejas que aparecen en la primera temporada? A saber: celos, infidelidad, problemas económicos, dudas sobre la paternidad, etc. Aún vamos por ahí. En fin.
Excelente post sobre una serie irregular. En lo personal, las 3 temporadas merecen, en este orden, un 8, 9 y 7 sobre 10. La cuarta temporada dicen que se llamará Freak Show, esperemos que se recupere, porque creo que Murphy está demasiado influenciado por Glee, eso se le ve a leguas en la tercera temporada, por eso dejó un sabor agridulce. Tal vez si las grandes cadenas volvieran a emitir series de 24 capítulos por temporada, hubiesen permitido a Murphy despuntar con Laveau y Madame LaLaurie, e incluso el personaje interpretado por Lily Rabe, el cual me pareció una de las mejores brujas que habían. Saludos
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