Arquitectura Arte y Letras

Soluciones arquitectónicas a situaciones de crisis

Operation Tomodachi
Sukuiso, Japón, después del terremoto y el tsunami de 2011. Fotografía: Dylan McCord / Official U.S. Navy Imagery (CC).

—¿Existe el pasado concretamente en el espacio? ¿Hay algún sitio en alguna parte, hay un mundo de objetos sólidos donde el pasado siga acaeciendo? —No. —Entonces, ¿dónde existe el pasado? —En los documentos. Está escrito. —En los documentos… Y, ¿dónde más? —En la mente. En la memoria de los hombres.  (George Orwell, 1984).

Hace casi tres años, un 11 de marzo de 2011, tuvo lugar el terremoto más grande (o al menos que se tenga constancia) en la historia de Japón. Una sacudida con epicentro situado a 130 km al este de la ciudad de Sendai que llegó a durar aproximadamente seis minutos. El temblor de magnitud 9 MW generó olas de hasta 40,5 metros en las proximidades de las placas de subducción del Pacífico y la placa Norteamericana, lo que motivó una alerta por tsunami en toda la costa este del país nipón. Las víctimas ascendieron a más de 3000 desaparecidos y 20.000 muertos, donde alrededor del 92 % perecieron ahogados.

Las ciudades próximas a la costa quedaron absolutamente destrozadas, reducidas a un amasijo de escombros. Las estructuras de los edificios sucumbieron a la fuerza de la ola que limpió borrando del mapa cualquier actividad humana anterior al desastre natural. Pese a ser una cifra difícilmente abarcable por nuestra mente, los daños estimados de la catástrofe rondaron los diez billones de dólares. La no despreciable cantidad de 45.700 viviendas fueron destruidas por el tsunami y el terremoto, convirtiéndose en 25 millones de toneladas de escombros, repartidos a lo largo y ancho de las ciudades más damnificadas.

¿Cómo superar la dolorosa pérdida y sobreponerse a un revés de tales magnitudes? Los supervivientes, al haber perdido su comunidad, se ven obligados a una existencia aislada. Es entonces cuando la arquitectura, lejos de limitarse a dar un servicio a acaudalados inversores que solo buscan sacar provecho gracias a la especulación inmobiliaria, debe dar una respuesta.

La arquitectura debe pertenecer a quien más la necesite.

En estos casos, potenciar la idea de colectividad es uno de los elementos primordiales. Una vivienda tradicional alberga agrupaciones de diferentes lazos generacionales en un lugar donde la unidad familiar se ha roto con la pérdida de miles de vidas y en la que la comunidad se convierte en lo más parecido a una familia. Para ello, la materialización de las propuestas juega otro importante factor: a la vez que se replantea y reconstruye la ciudad a lo largo del tiempo, se ha de proporcionar cobijo lo antes posible a quien haya quedado sin hogar. Es necesario disponer previamente de un entendimiento de las necesidades básicas de la vivienda, estructurando sus diferentes fases. En función del grado de inmediatez constructiva, podemos agrupar los tipos de residencias dentro de tres grandes bloques, sirviendo los siguientes botones como muestra de una amplia colección de propuestas.

Situación de emergencia

En 1989 los arquitectos Jan Kaplicky y David Nixon de Future Systems presenciaban a través de los medios cómo gran parte de la población de Etiopía se desplazaba hambrienta por el desierto debido a enfrentamientos internos dentro del país, que habían sido seriamente agravados por la sequía. El Gobierno respondió con un programa de reasentamiento urbano, trasladando a miles de supervivientes desde el norte de la frontera hasta el sur. Además de las severas condiciones climáticas a las que se exponía el convoy, las malas cosechas y los combates dificultaban las ayudas humanitarias de socorro.

Cada noche, televisiones de todo el mundo difundían imágenes de cientos de familias agrupadas en torno a improvisados centros de distribución de alimentos, que eran golpeadas por la deshidratación y sin ningún tipo de protección contra los factores climatológicos adversos. Estos condicionantes llevaron a la pareja afincada en Londres a diseñar una estructura con capacidad de guarecer a 200 refugiados, como si de un gigantesco paraguas se tratase, gracias a un sencillo pero eficaz esqueleto capaz de ser desplegado y armado con la única ayuda de doce personas. Las costillas eran desdobladas y ancladas al suelo si el firme lo permitía o mediante contrapesos de arena en sus extremidades. Una cubierta ligera de PVC se encargaría de reflejar el 80 % del calor del sol generando sombra durante el día y de retener la energía térmica por la noche.

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Planos originales del proyecto en los que desarrollan factores como el transporte, la ventilación del refugio y el plegado y montaje del mismo.

La propuesta además estaba pensada para poder ser transportada en avión, helicóptero o como remolque en alguno de los camiones de suministros. El punto débil del proyecto y por el que nunca llegó a materializarse fue el alto costo de realización dada la época en la que fue concebido, superando los 30.000 dólares por unidad, impensable en situaciones de crisis.

Situación temporal

Si por algo se ha caracterizado la producción de Shigeru Ban durante estos últimos años de su vida, es por la creación de edificios experimentales utilizando materiales que hasta la fecha eran absolutamente inimaginables dentro del ámbito de la construcción. En palabras del propio Ban, «Estaba muy decepcionado con la profesión de arquitecto porque no estamos trabajando para la sociedad, sino para personas adineradas como Gobiernos o constructoras que ya poseen dinero y poder. Ellos nos contratan para mostrar su poder creando arquitecturas monumentales». Y como pataleta contra la arquitectura de autor, no tiene precio.

Comenzó utilizando tubos de cartón y papel en 1986 para le exposición de Alvar Aalto en Tokyo, descubriendo que resistían con holgura las cargas necesarias y eran fácilmente impermeabilizables para soportar agua y fuego. Descubrió que no solo era interesante como método experimental, sino que se podía aplicar con éxito a situaciones de emergencia.

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Vista interior de la impresionante estructura diseñada por Shigeru Ban para la Exposición Internacional de Hanover en el año 2000, utilizando exclusivamente tubos de cartón y conectores de plástico. Fotografía: Jean-Pierre Dalbéra (CC).

En 1995 participó con sus modelos creando viviendas temporales para los damnificados del gran terremoto de Kobe en su país natal. Los tubos de papel no solo realizaban la labor de estructura portante, ya que también conformaban las diferentes fachadas de los habitáculos. Los cimientos de las viviendas se realizaron con cajas de cervezas aprovechando la durabilidad del plástico como material no susceptible al daño creado por agua.

Más tarde, en 1998, diseñó cincuenta refugios en Ruanda utilizando tubos de papel y conectores de plástico generando una estructura sólida para transformarlos, gracias a un revestimiento exterior, en unas efectivas tiendas de campaña. Sus diseños de bajo coste y fácilmente manipulables han albergado a numerosos afectados por desastres en Taiwán, China, Haití, Turquía, Sri Lanka así como supervivientes del terremoto de 2011 en Japón.

Situación permanente

La principal diferencia entre las viviendas temporales y las permanentes radica en el factor de durabilidad del refugio, fuertemente ligado a la manera de construir y desarrollar los mismos. La vivienda temporal está pensada como solución más o menos inmediata a un problema de habitabilidad que pueda durar dos o tres años, alargándose hasta cinco o siete en los peores casos.

En Quinta Monroy, Chile, el grupo ELEMENTAL liderado por Alejandro Aravena se enfrentaba a una difícil ecuación: realojar a cien familias en una parcela en la que el precio del suelo se disparaba a más del doble del costo que se puede permitir una promoción de vivienda social. Para ello había que comprender el proyecto desde una visión global, ya que con un limitado presupuesto de 7500 dólares por unidad habitacional se quería resolver una vivienda digna capaz de revalorizarse con el paso de los años.

De esta manera, decidieron generar una estructura adaptable a lo largo del tiempo, fijándose unas pautas de crecimiento: quedan ocupados el primer y último piso de cada vivienda para, en caso de posterior ampliación cuando el poder adquisitivo de cada familia lo permita, el edificio pase de tener 30 m2 a disponer de 70 m2. Las partes más complicadas de edificar (zona de núcleos húmedos, escaleras y muros medianeros) quedan ya resueltas en la primera fase. Y es precisamente esa libertad que genera el proyecto de autoconstruirse en función de unas guías marcadas previamente la que lo convierte en todo un acierto. El contraste entre el hormigón con las coloridas ampliaciones llevadas a cabo por los vecinos conlleva una diversidad de fachadas características de diferentes slums, sin perder el control de la densidad en su totalidad.

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El antes y el después de la colonización vecinal del proyecto, en Quinta Monroy. Fotografía: elementalchile.cl.

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