Qué desazón que Mariano Rajoy necesite intérprete para hablar con Hillary Clinton, que en más de siete años en la oposición esperando a ser el presidente del Gobierno no haya sido capaz de aprender inglés. Pese a todas las chanzas sobre la incapacidad lingüística y la irrelevancia internacional de su adversario Zapatero en las tertulias afines. Pese al vigoroso ejemplo del ex-presidente Aznar. Cómo hablar de retos y de futuro, de competitividad, prestigio y liderazgo si vino América y tuvimos que llamar al traductor.
España saldrá del zapaterismo por pura inercia. Con recetas y cuentas de boticario de pueblo o el temple de un vendedor de coches acostumbrado a las cuitas. No se atisba en el camino hacia este cambio vital el menor rastro de épica, de idealismo o de ejemplaridad. Sólo el tono campanudo de Rajoy en el Congreso, su realismo de contable de peña gastronómica que sólo levanta la vista para esperar el aplauso de los socios, su promesa pacata de que con él no haremos más el ridículo. Sólo la baja esgrima de Rubalcaba, su discurso intercambiable que a nadie ilusionará, porque diga lo que diga ya dijo e hizo también lo contrario.
Viene otra campaña lustrosa y cara para envolver a dos candidatos tristes y grises. Vienen nuevos mensajes de perfil bajo, ciclismo Marca y Ruiz Zafón en contraportadas de verano y el sentido común como respuesta única a todos los retos. Vienen también guiños a los chicos del 15-M, al populismo envidioso y de odio de clase o a las clases medias con hipotécas, si hiciera falta. Saldrá una vez más a pasear el dóberman, el GAL y el 13-M, y será de nuevo todo muy triste, todo muy viejo, todo muy feo.
Y mientras, el bendito rosa frívolo de Díez se hará lugar con su energía en amables tribunas de derecha, y con las de la izquierda cerradas con el celo que se reserva al traidor será un poquito de aire, un ejemplo de ganas y una fuente de ideas.
Y nos seguiremos riendo de Aznar, que contra los usos nacionales de ex presidente de algo no se conforma con ir con rebeca a los mítines del partido a poner la nota guasona y sentimental. Ya no necesita intérpretes y se ha puesto el mundo por montera para defender al lado de gigantes como Havel o Blair las ideas y los proyectos en los que cree.
Aznar parece que lleva el pelo cada día más largo. Es una manifestación física de ese dandismo tardío en el que tan bien se siente, y sus abdominales un signo orgulloso de su momento pletórico, que tanto contrasta con la apatía mate y desgastada y las carnes caídas de los políticos de hoy.
La próxima vez que mezcle a Havel con Blair, o con el pletórico Aznar que tanto da, me reza veinte avemarías. Como poco.
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