Libros del K.O. ha publicado a Julio Camba en una edición preciosa, que respeta el espíritu de una prosa que todavía identificamos con la discreta elegancia de aquellos viejos tomitos de Austral. Maneras de ser periodista explica de qué manera Camba ejerció de Camba; la colección de textos reunida por Francisco Fuster viene a recordarnos que el periodista no desaprovechó ninguna de cuantas ocasiones se le presentaron para desacralizar su trabajo. ¿Cómo hacía él sus artículos? Así lo explicó en 1913: «Yo me encierro por las tardes en un cuarto con un poco de papel como, para hacer otra cosa, pudiera encerrarme en otro cuarto, con otro poco de papel. Allí comienzo a hacer esfuerzos y el artículo sale. Unas veces sale fácil, fluido, abundante; otras sale duro, difícil y escaso, pero siempre sale». Leído el comentario escatológico, resulta fácil deducir que Camba estuvo muy lejos de ser uno de esos periodistas que consideran su profesión un sacerdocio. Si hubiese sentido la tentación de consagrarse a una vocación trascendente, lo mejor habría sido evitar rodeos y hacerse cura, cura de aldea. En un curato campesino de su tiempo, tal y como él mismo lo describió, «las gallinas ponen para el cura sus más grandes y sabrosos huevos; la ubre de las vacas y de las cabras, exprimida por las manos virginales de las zagalas, da para el cura su leche más blanca, espumosa y nutritiva; los árboles reservan para el cura la más óptima y suculenta madurez de sus frutas. ¡Y qué vino este vino hecho especialmente para el cura, con uvas que se escogen una a una!… ¡Gaudeamus!». Se extravió de ese plácido destino al hacerse periodista. Él sospechaba que la decisión de no vestir sotana había redundado en perjuicio del cuerpo y del espíritu.
Al cura se le presupone la fe; al periodista, todo lo contrario. Y Camba fue, desde luego, un perfecto escéptico. Digámoslo de manera expeditiva: fue discípulo de Schopenhauer y jugador de póquer, es decir, no creía en los hombres, ni en la política, ni que este tinglado tuviese arreglo. Los curas sermonean, porque tienen fe en la divina providencia y estiman posible salvar las almas descarriadas. Camba sabía que era imposible enderezar la timba y evitó convertirse en uno de esos moralistas que predican la virtud desde el púlpito del periódico. Esquivó el peligro gracias al café, como bien advirtió Ramón Gómez de la Serna: «Camba, nacido en un café, debe al café lo mejor de su espíritu». Sí, allí fue donde el periodista confesó haber encontrado una preceptiva para su trabajo:
La música de café debe ser una cosa así como la literatura de café; es decir, como la literatura de periódico: fácil, amena y digestiva. Un poco mejor que el café; pero nunca completamente genial. Debe acompañar la conversación sin interrumpirla, y no debe expresar jamás grandes ideas, porque las grandes ideas están fuera de lugar en el café. Si en una reunión de café se levanta alguien a exponer grandes ideas, todo el mundo se le echa encima, diciéndole que no se ponga trascendental. ¿Por qué han de ponerse trascendentales los músicos de la orquesta? ¿Que ellos saben interpretar a Beethoven? También yo sé, tal vez, interpretar a Salustio, y, sin embargo, no lo interpreto en el café. En el café no hay que ser sabios: hay que ser frívolos y alegres. […] Los cafés deben ser amenos; los periódicos deben ser entretenidos.
Adoptó, pues, una media sonrisa, desenfadada y aparentemente frívola, mientras apretaba el botón que ponía en marcha la túrmix, esa que, acoplada a la máquina de escribir, aparece en la portada del libro dibujada por Marcos Morán. El cacharro fue, en sus manos, un instrumento anarquista de primer orden, que lo mismo hacía picadillo de una catedral gótica que de un sombrero de paja, de un artículo del Daily Telegraph que de las obras completas de Voltaire. Camba aceleraba las cuchillas de la túrmix y trituraba las jerarquías apuntaladas y las presuntas trascendencias. Tenía una indeclinable querencia por la bagatela. Prefería, sin dudarlo, las posibilidades que le ofrecía el modesto sombrero de paja o el humor con el que amanecía la señora Fisher, la patrona de su pensión, a la catedral, el prohombre ministerial o todos los laureles del panteón literario.
El Camba desengañado de las pompas y descreído su trabajo es dado al mundo hacia 1906, en aquel momento en que estaba perdiendo las ilusiones, como él mismo dijo, quién sabe si recordando el título de la novela de Balzac. En aquella fecha reescribió el artículo de Larra «Yo y mi criado». En el delirio filosófico de la Nochebuena de 1836, el criado le escupía las verdades del barquero a su señor: que estaba ebrio de deseos e impotencia, que entre los dedos de sus manos se escurrían, como granos de arena, palabras que nadie escuchaba y que nada podían cambiar. En «Yo y mi sirviente», la versión de Camba, este hace profesión de fe en la que llama la triste filosofía de lo efímero, compartida por el periodista que coge la pluma para escribir su artículo después que el del día anterior fuese perfectamente olvidado por sus lectores y el mozo que agarra la escoba para barrer un día y otro y otro más. Ambas tareas, escribir y barrer, son de una intranscendencia absoluta. La constatación es doméstica y banal, carece de cualquier nota que recuerde el patetismo larriano.
Los jóvenes periodistas admiran el humor de Camba, su devoción por las minucias y su falta de moralina. Pero no se rinden ante él: les incomoda profundamente su escepticismo. Prefieren el gesto romántico y tremebundo del pistoletazo de Larra a la imagen de Camba arrebujado en la cama del Hotel Palace. Tal vez tienen razón, tal vez Camba solo debe prescribirse a quienes ya no son tan jóvenes, porque pone una sonrisa a esa edad en que se han perdido las ilusiones. Lo cual no deja de ser un poco triste, como, desdiciendo la primera impresión, resulta la lectura de Maneras de ser periodista.
Maneras de ser periodista
Julio Camba
Edición y prólogo de Francisco Fuster
Libros del K.O., Madrid, 2013
104 pp.
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Muy buena crítica, he de decir que no tienes porqué ser joven para percibir ciertas sensaciones a las que haces alusión. Yo soy considerado joven (y con razón) y leo a Camba con gusto, sintiéndome bastante diferente (o indiferente, pero eso menos) dependiendo del artículo al que le dedique mi tiempo.
Un saludo
PD: me encantaría que te pasases por mi blog y me dijeses qué te parece http://umagah.wordpress.com/
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