David Crystal publicaba su Enciclopedia del Lenguaje de la Universidad de Cambridge en 1987 para conmemorar la existencia del lenguaje y rendir tributo a quienes lo estudian. Diego Redolar coordina, compilada y en una gran parte escribe Neurociencia Cognitiva (Panamericana), un texto académico donde se analiza en profundidad la relación entre el cerebro y la mente desde la aproximación científica.
Estos dos manuales, ambos de constitución hercúlea, son compendios fundamentales para adentrarse en las disciplinas que se explorarán a través de sus páginas. Los presento conjuntamente por una cuestión emocional: son el primer y último libro que he adquirido en formato enciclopédico, aunque tengo muchos más; ahora hablaré sobre algunos de ellos.
Como digo, el primer libro-tocho que cayó en mis manos fue la Enciclopedia del Lenguaje de David Crystal, lo tenía un amigo que estudiaba filología cuando yo comenzaba mis estudios (inacabados) de física. No pude resistirme a hojearlo, sin mucha convicción. Qué aburrido me sonaba aquello de la filología, el inglés, la literatura y la literatura inglesa —dos tazas—. ¿Cómo podía interesarle a alguien algo así existiendo cosas con un nombre como ciclotrón?
Abrí una página al azar y me encontré con el sistema de escritura bustrofédica, utilizada durante la primera etapa de transición de la escritura griega. El vocablo significa «vuelta del buey»; se refiere al modo en que un buey tiraría de un arado. Joder, bustrofédico me molaba más que ciclotrón, tenía que ser una señal. Seguí hojeando. Aparecieron los pangramas, ¡oraciones que tienen todas las letras del alfabeto! Algo que iba más allá del célebre murciélago como continente de todas las vocales castellanas. Acrósticos, lengua aimara, anagramas, ambigramas, calambures, paleografía, epigrafía, experimentos con niños salvajes, la teoría del «aaah-hú»… Si existe el orgasmo intelectual, en aquella primera revisión del libro tuve varios.
Una vez que descubres que los manuales universitarios, aunque pesen y no tengan nada que ver con tus intereses profesionales o académicos, pueden ser una fuente de placer, date por arruinado. De hecho, la experiencia mística-cognitiva con Crystal —para escribir en Jot Down me exigen una referencia a Breaking Bad, disculpen el chiste— me impulsó a interesarme por los libros gordos que había en la biblioteca de la facultad de Física. Emocionado apliqué cartesianamente la regla de tres: si en filología había un libro tan fascinante, en física no sobreviviría al éxtasis. Error.
Empecé a hojear libros; todos eran aburridos. Los rusos, casi todos de matemáticas, además tenían unas tipografías que ríete de tú de la comics sans. Los recomendados eran setenteros con títulos sosos, sin fotos, sin ilustraciones, sin dibujitos, snif… Luego descubrí que todo se resumía a un sin maquetar. Apenas había color. Los contenidos eran sobre la Ley de Newton, termodinámica, cosas así. Y, cuando ya estaba a punto de cambiar de carrera, me encontré con el Tipler. Fue amor a primera vista. Estaba solo, recién llegado a la biblioteca, sin amigos, sin esquinas dobladas, colocado disimuladamente tras el mostrador; brillaba.
Era una edición a color en dos volúmenes. Al abrir la primera página te encontrabas con «algunos datos físicos» como el calor de fusión del agua o la velocidad del sonido en aire seco. Aquello prometía. Entrar en el Tipler fue otra clase de placer: si bien estaba todo organizadito y el aspecto visual era aún más embriagador que la enciclopedia del lenguaje, el conjunto se presentaba menos sensual que el Crystal, con el que uno podía ser popular, presumir: «¿sabes que el Beutoco es una lengua aislada como el vasco que hablaba una tribu india en la isla de Newfoundland?». Vente conmigo al coche que te cuento la historia completa… Con el de física la cosa no funcionaba así: «La radiación térmica emitida por un cuerpo negro no es visible porque se concentra en el espectro infrarrojo, pero si lo calientas alucinas porque…» «Bien vale, nos vemos mañana».
Corolario: al Tipler había que dejarlo en casa; la separación espacial y la separación temporal de dos sucesos o cuánto duerme un astronauta durante una siesta de una hora terráquea mientras viaja a Marte a un velocidad de 0,6c es algo que no sirve para ligar.
Tras estos dos libros, mis dos primeros amores de juventud, han pasado muchos otros; sin embargo, me los saltaré para poder seguir con los dos últimos, ambos de Panamericana. Comenzaré con el Myers, cuyas casi mil páginas van por la novena edición. Y es que este libro es una auténtica delicia. No solo por la maquetación y el diseño, algo indispensable en 2013, sino especialmente por la organización de sus contenidos, la forma sencilla y clara con la que se lee y aprende y por la cantidad de ejemplos gráficos y fotografías que lo acompañan. El Myers es un manual de Psicología que trata cuestiones de interés general como la obesidad —sí, va por ti, deja el chocolate—, el amor romántico —mujer, ¿me estás leyendo?—, la hipoacusia —HI-PO-A-CU-SIA—, el trastorno antisocial de personalidad —no estoy mirando a nadie— o las preferencias de apareamiento —ahora sí ¿eh?
Podemos encontrar capítulos enteros que tendrían que ser de lectura obligatoria en el bachillerato, como el que trata la dualidad e interacción entre la natura y nurtura —genes y ambiente— en el desarrollo de las capacidades. Heredabilidad, adopción, selección natural y preferencias de pareja. El Myers es una fuente inagotable de inspiración para artículos de divulgación en revistas científicas como Quo o Muy Interesante.
¿Qué es lo que los hombres y las mujeres encuentran atractivo del otro sexo? En los 37 países estudiados los hombres prefieren más que las mujeres los rasgos físicos atractivos que sugieren juventud, salud y potencial reproductivo. Las mujeres prefieren, más que los hombres, parejas con recursos y un buen nivel social (pag. 147).
No piensen que es un libro frívolo, es que la ciencia cuenta las cosas así. Tampoco falta el humor; por ejemplo, para ilustrar la autoestima baja utilizan una viñeta del New Yorker donde una persona escribe en un bloc: «Querido diario, perdón por molestarte otra vez». Se abra por donde se abra el Myers, el resultado es similar al efecto del Crystal; un texto que atrae, que se disfruta, con el que se aprende de una forma completa.
Y desde la psicología pasamos a la neurociencia cognitiva, disciplinas muy relacionadas. El manual compilado y dirigido por Diego Redolar es el único de los que presento cuyo autor tiene un apellido trisílabo —iba a decir con gentilicio español pero no he hablado del asunto con Diego— y es también el último que ha llegado a mis manos. Además, ansiaba tener este libro: por un lado, porque la neurociencia me atrae muchísimo y, por otro, porque conocía algunas pinceladas del mismo de cuando entrevisté a Diego Redolar. El manual comienza describiendo las bases que sustentan la neurociencia cognitiva para adentrarse en el fascinante mundo de la plasticidad cerebral, las bases sensiomotoras, los mecanismos de atención y aprendizaje, la laterización y especialización hemisférica, el estudio de la conducta, las emociones y la cognición social, y acaba con el futuro de la neurociencia (jeje). Al igual que Física, Neurociencia cognitiva es más técnico que los otros dos manuales comentados. Como ejemplo de ortodoxia terminológica denomina contenidos colaterales (ay) a las anécdotas que hacen amena la lectura. Contenidos colaterales atractivos hay un montón, desde la imagen del fragmento del Papiro Quirúrgico de Edwin Smith, que constituye el primer documento escrito en el que se menciona el cerebro, a la descripción del caso de Phineas P. Gage, del que ya sabíamos algo por Oliver Sacks: a Phineas le atravesó el cerebro una barra de acero y eso le impedía actuar según las normas sociales.
En cuanto al contenido pedagógico propiamente dicho,el manual dirigido, compilado y en una gran parte escrito por Diego Redolar aborda de una forma extensa y exhaustiva la comprensión fisiológica y funcional de los procesos cerebrales. Los recursos más utilizados para conocer en detalle las zonas cerebrales que se activan en los diferentes procesos son los que se basan en técnicas de neuroimagen y sirven de base para empezar a conocer la topología conectiva de nuestro cerebro. Neurociencia cognitiva es una fuente de material actualizado a la luz de los nuevos enfoques, investigaciones y problemas sobre la forma en que funciona nuestro cerebro.
Si se pregunta a cualquier persona que pase por la calle ¿qué es el sueño? muchos no sabrán responder; otros lo harían diciendo para qué sirve («descansar») pero sin decir qué es y alguno lo definirá, a su manera, por la falta de conciencia. Dado que no se suele recordar lo que sucede mientras uno duerme, la mayoría de las personas tiende a considerar el sueño como un estado de conciencia más que como un estado de conducta. Sin embargo el sueño es una conducta* … seguir leyendo:
* Extracto literal de la página 602. Sección VI. Conductas motivadas y regulatorias.
Extraordinario artículo. Tan solo es mejorable la actuación del corrector en algunos gazapos sin importancia.
Muy bueno. Me han entrado unas ganas irresistibles de leer los cuatro.
Mitico Tipler.
«Los rusos, casi todos de matemáticas, además tenían unas tipografías que ríete de tú de la comics sans. »
Qué gran verdad!
Mucho mejor que el Tipler el Vollhardt de química orgánica, con sus colorines rojo y verde -en plan La historia interminable- y con los bonitos dibujos de las fórmulas estructurales.
Yo aún tengo a mano el mio, que tiene también su pequeña historia, ya que lo conseguí cambiándolo por una raqueta de tenis… y es que los libros también tienen un pasado. :)