La mayor revolución de la medicina en la segunda mitad del siglo XX fue la generalización de los ensayos clínicos. Hay constancia de este tipo de experimentos desde 1747, cuando abordo del Salisbury el Dr. James Lind probó cuatro tratamientos contra el escorbuto, pero no fue hasta los años sesenta que se convirtieron en rutina. Hoy las Pruebas Controladas Aleatorias son la norma para evaluar fármacos y tratamientos, medir su eficacia y observar sus efectos.
Mientras tanto los ensayos reales, sobre el terreno y no un laboratorio, son algo infrecuente en el ámbito de las políticas públicas. Los programas sociales se implantan sin probar y cambiamos el funcionar de las escuelas sin pruebas piloto. ¿Por qué no ensayar estas acciones a pequeña escala antes de hacerlas universales? ¿no es razonable evaluar empíricamente dos alternativas en lugar de discutir sus (supuestas) virtudes? Cada vez más investigadores y técnicos apoyan estas ideas y por eso arrancan los ensayos controlados en educación, empleo, lucha contra el fraude o economía del desarrollo.
Ensayar en educación, burocracia o delincuencia
Un ejemplo célebre de ensayo controlado lo llevó a cabo Abhijit Banerjee en la India para evaluar un programa de refuerzo escolar. La idea era contratar a un tutor que ayudase a los alumnos descolgados, pero que no fuese un profesor, ni cobrase como tal. La intervención se ensayó en doscientas escuelas y sus resultados se midieron pasando test a los escolares y comparando con otras escuelas sin tutores. Los alumnos mejoraban y el coste era pequeño. El programa fue un éxito, tanto que continuó, y con variantes, hoy alcanza a millones de niños en la India.
Ensayos similares son comunes en países en desarrollo, véase el repositorio del Poverty Action Lab, pero también en otros lugares. Por ejemplo, la Cabinet Office británica llevó a cabo un ensayo para averiguar si enviar un SMS a quienes habían olvidado pagar una multa conseguía que la pagaran antes de enviar un cobrador. Se demostró que recibir el mensaje multiplicaba por seis el número de pagadores, que pasaba del 5% al 23%. También se descubrió algo curioso, si en el mensaje aparecía el nombre del moroso, aún más gente pagaba a tiempo.
En estos ejemplos los ensayos fueron exitosos, pero no siempre así. Muchos ensayos fracasan o deparan sorpresas, como ocurrió en EE. UU. y Reino Unido cuando se lanzaron programas que entrevistaban a jóvenes con presos. La teoría era que asomarlos a los riesgos de una vida criminal los haría menos proclives al delito, sin embargo ocurría justo lo contrario: un ensayo controlado demostró que los individuos (al azar) que participaban en el programa cometían más delitos que los demás. Estos ensayos con resultados negativos son, claro, igualmente útiles.
Un elemento clave de estos ensayos es que tienen un grupo de control. Intuitivamente uno pensaría que para evaluar una intervención basta implementarla y observar los resultados. No es así. Por simple inspección es imposible (o muy difícil) saber si los resultados observados son consecuencia de la intervención o de cualquier otro factor. Imaginen que en plena recesión se implanta un programa de «vuelta al empleo» con resultados mediocres, poca gente encuentra trabajo. ¿Significa eso que el programa no funciona? No podemos estar seguros; quizás el mal resultado es consecuencia de la crisis. Para solventar esto basta con que el ensayo experimental sea de tipo controlado y aleatorio. Es decir, que divida a los participantes al azar entre dos grupos: uno que recibe la nueva intervención y otro que no recibe ninguna, recibe un placebo o sigue otro programa que sirva de referencia. De esa forma podemos comparar los resultados de la intervención con lo que ocurre sin ella, en el grupo de control, manteniendo todo lo demás constante.
¿Es ético el ensayo de políticas públicas?
Llegado este punto la idea de los ensayos experimentales quizás les suene estupendamente, pero cabe reconocer que no están exentos de crítica. El primer problema es que en ocasiones son impracticables: estaría bien que una prueba piloto midiese los efectos de una subida de impuestos o del copago farmacéutico, pero no es fácil convencer a los ciudadanos de que una lotería dictará cuantos impuestos van pagar. (Por cierto, una de las ventajas de los estados federales es que consiguen algo parecido a esto: realizar experimentos de forma natural y disimulada. Un estado «ensaya» una determinada política pública y el resto sirven como un imperfecto grupo de control).
Otra objeción que enfrentan los ensayos experimentales, la más fuerte, consiste en cuestionarlos desde un punto de vista ético. Al fin y al cabo hablamos experimentar con personas, de dar a unos y otros tratamientos distintos por puro azar. Hablamos además de intervenir en la vida de la gente y afectar a su salud, su riqueza, su bienestar o sus expectativas. ¿No es esto problemático? Son preocupaciones razonables, pero en absoluto un obstáculo insalvable. Cabe pensar que los ensayos experimentales no son único en su capacidad de «afectar» a personas, sino que lo mismo ocurre cuando implantamos cualquier política pública. La vida de los ciudadanos se ve afectada cuando se cambia una normativa de becas, se suben o bajan impuestos, o si se reduce el número de alumnos por aula.
Seamos claros: el ejercicio de la política es siempre una suerte de experimento.
Si toleramos que se cambie el funcionamiento de mil hospitales, ¿por qué no hacerlo antes con un par de ellos al azar? Por eso me permito argumentar en favor de los ensayos desde la ética: probar las políticas públicas (a pequeña escala y bajo supervisión) antes de su puesta en marcha es seguramente más responsable que implementar las políticas directamente, cuando sus beneficios son inciertos y sus consecuencias desconocidas. Este mismo argumento explica, grosso modo, por qué hemos decidido que un fármaco no puede salir a la venta sin un ensayo clínico.
Las barreras que enfrentar
Dadas sus virtudes, cabe preguntarse qué frena la adopción de este tipo de ensayos, al menos en aquellas situaciones donde son practicables. Existen variadas razones, pero hay una evidente: los dirigentes políticos no siempre tienen incentivos a ensayar sus propuestas. Al fin y al cabo, un ensayo toma mucho tiempo (una legislatura), muchas veces nos lleva la contraria (los resultados fracasan, la intervención es inútil), e incluso si tienen éxito, jamás son el unicornio que se prometió (los escolares mejoran sus resultados unas centésimas, pero ninguna acción aislada nos hará líderes en PISA). Quizás por eso nuestros dirigentes prefieren fingir que la política (su política) es infalible, aunque la realidad demuestre lo contrario cada día.
Pero la razón para ensayar las políticas públicas es sencilla: muchas veces no sabemos si algo va a funcionar. Cada día se toman decisiones que no logran sus propósitos, tienen efectos mínimos, no compensan los costes, o provocan consecuencias imprevistas. De ahí la importancia de saber (cuánto antes) si las acciones del gobierno y las administraciones consiguen lo que pretenden. Al menos es importante para los ciudadanos, que son quienes pagan las políticas públicas, quienes las sufren, y quienes las disfrutan.
Y recuerden: si renunciamos a los ensayos controlados por miedo a experimentar, el ejercicio mismo del gobierno será un experimento a gran escala, mucho más incierto y mucho más arriesgado.
Muy buen artículo, y en general estoy de acuerdo con él. Pero añadiría otro necesario elemento de prudencia: el que no siempre lo que funciona a escala reducida lo hace a una mayor. La sociedad es muchas veces demasiado imprevisible y genera una cantidad de efectos no deseados que es imposible determinar en experiencias piloto. Por supuesto, esto no invalida su necesidad, pero sí el que nos cuidemos de considerarlas ninguna panacea.
Un saludo.
Es de suponer que una de las ventajas de un estado federal o cuasifederal como el que tenemos, sería el dejar amplio margen de libertad a cada comunidad autónoma para experimentar con unas u otras medidas, de tal modo que las demás pudieran aprender de los éxitos y los fracasos. Por desgracia, seguimos viendo mal todo lo que no sea uniformidad.
Su punto de vista me ha parecido simplista y reduccionista. Yo también pienso que el Estado que tenemos es cuasifederal, pero parece que es mentar la «uniformidad» y hacerse todos cruces. Lo que no significa que yo sea uniformista, sino que mi percepción es, justamente, la contraria: aquí todo el mundo tiene que ser diferente, hasta en los detalles más nimios. Me parece fantástico que defiendan el federalismo, pero si lo hacen, al menos aprovechen y utilicen mejores argumentos que ese. La verdad, yo no sé dónde ven hoy en día la uniformidad.
De acuerdo con los dos.
Lo que está haciendo Uruguay con la marihuana es una suerte de ensayo controlado que podría tener validez para Hispanoamérica o una parte de ella. Se aprenderá mucho si funciona y si no funciona también. Además, si no funciona difícilmente irá peor que la situación actual.
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Y entonces apareció el fascismo, en el que los ciudadanos éramos objeto de experimentación, y la política dejó de ser un reflejo de nuestra voluntad. De hecho ya estamos en ello desde hace tiempo.
Es inevitable cometer errores, pero una cosa es que los cometa un gobierno con voluntad de servir a su pueblo (esto a estas alturas suena hasta ñoño, a qué punto hemos llegado), que un gobierno movido por intereses ajenos a sus ciudadanos.
“Los experimentos con gaseosa”, que dijo el sabio.
En España hay ejemplos reales de evaluación de políticas públicas como elemento para tomar decisiones. En la gestión sanitaria madrileña puede verse un ejemplo que se asemeja a lo que se comenta en el artículo. Se introdujo un modelo de gestión indirecta gradualmente, primero en un hospital (2007) y después en dos más, separados en el tiempo (2011 y 2012). Una vez comprobado el buen funcionamiento del modelo, con excelentes resultados en salud, en satisfacción de los pacientes y en coste y eficiencia, se decidió ampliar el modelo a seis hospitales públicos más de la región.
Sí, se pueden encontrar también ejemplos en España. También la Logse, cuando se implantó, se introdujo poco a poco en algunos colegios y por regiones. Mi idea es abogar porque esas prácticas sean la norma.
¿está de coña, no?
No.
Kiko, mi comentario no iba para ti, sino para rbsmadrid. No sé si le di al botón que n o era
Ah, Ok. No lo acababa de entender :)
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Madrid es un sistema sanitario con 6 tipos distintos de gestión y ninguna de las nuevas funciona mejor que las tradicionales. Si aplicaramos a todos los hospitales el modelo Alzira, que es el ultimo modelo probado en Madrid, no daria con el presupuesto actual para mantenerlo.
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Parte del exito economico de China en los ultimos 30 años se debe a la creacion de zonas economicas especiales y otro tipo de «experimentos» en determinadas areas geograficas del pais.
Disculpen la ausencia de tildes, utilizo un teclado extranjero.
Kiko, me parece una excelente reflexión, y concuerdo contigo: el problema con las políticas públicas es que no existen incentivos para experimentar. Después de todo, el gobierno no quiebra, no se declara en bancarrota y no puede dejar de funcionar. ¿Para qué interesarse en hacer las cosas de la mejor manera posible?
Por otra parte, el comentario de Fulgencio Barrado deja ver que de sólo proponer la idea habría un ejército de opositores denunciando el ‘fascismo’ del experimento. ¿La salida fácil? No hacerlo, y no arriesgar a perder apoyo político.
Se calcula que las consecuencias de aquel “experimento socioeconómico” denominado “El Gran Salto Adelante”, fue una hambruna que provocó la muerte de 30 millones de chinos.
El democrático gobierno de los Estados Unidos experimentó sucesivas veces con su propia población. Desde suministrar isótopos radioactivos en colegios, al uso de bacterias, prácticas psiquiátricas de todo tipo….
Se han experimentado ya diversos sistemas económicos, como el mutualismo, el colectivismo…, con experimentos varios.
El caso es que la vida en sí mismo no deja de ser un experimento, y dejar en manos del Estado la facultad de “experimentar” con sectores de la población…. ¿están Vds. seguros? Sobre todo en el estado de cosas en que nos encontramos, donde los Estados son rehenes de intereses particulares. ¿Les suenan cosas como la gripe A y su millón de vacunas?, o ¿de qué experimentos están hablando?
Fulgencio, fíjate que esos «experimentos» no son realmente ensayos experimentales cómo los que hablamos, es gente gobernando sin ensayar antes.
Los experimentos médicos de EEUU y otros países no tienen justificación ninguna.
Sobre los problemas de la política basada en evidencia —las barreras— tengo pendiente escribir algo más.
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Me parece muy interesante su opinión y de igual manera pienso que a nuestro país le urge que se implanten políticas publicas buenas que beneficien no que perjudiquen a la población.
Creo que es favorable la idea de hacer pruebas a cierta cantidad de personas al azar, de que como ciudadanos actuemos un poco como «ratón de laboratorio» y de esta manera poder saber si es factible o no utilizar esta nueva norma política antes de implementarla a nivel nacional.
Pero también creo que hacer lo anterior en México es como un sueño, ya que nuestros políticos están mas preocupados en llenar sus bolsos de dinero que en hacer experimentos por que hacer pruebas requiere gastar dinero y invertir tiempo, cosa que ellos no quieren hacer.
Saludos.
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