Déjese de policías, horarios de cierre de los bares o prohibición de sacar los vasos a la calle, lo que más ha hecho por evitar reyertas de borrachos de madrugada en este país han sido los smartphones. Ya no se puede sostener en una discusión algo que uno escuchó de oídas y quiere convertir en auto de fe. Ahora, en pocos segundos, cualquier barrabasada queda aclarada en un santiamén con una consulta al teléfono. Quién sabe, igual los borrachos del futuro bracearán en plan Minority Report ordenando sus recuerdos colectivamente: este gol del Eibar fue con la cara interior del muslo, es inexacto referirse al culo; 9000 rebotes pilló Divac en la NBA, no 10.000 y etc., etc.
Esto viene a cuento porque recientemente en una de estas me juraron y perjuraron que durante la Guerra Civil hubo un combate entre un púgil republicano y otro franquista. Me extrañaba mucho que no hubiera fotos de eso, que sería una imagen que superaría al célebre cuadro de Goya Duelo a garrotazos, pero en el smartphone en ese momento solo fui capaz de encontrar apuestas para próximos combates de boxeo internacionales y poco más. Me quedé con cara de sota. Asintiendo impotente.
Luego en casa me puse a buscar más en serio. Eché mano del libro El deporte en la Guerra Civil de Julián García Candau, miré en su capítulo «El boxeo se llenó de dramas», y no había ni rastro. Historias buenas a las que seguir la pista, muchas, a rabiar, pero de ese supuesto combate, nada. Cuando iba a dar por hecho que se lo habían inventado, encontré en Google una referencia. En El Correo, en un artículo titulado «Peleas con metáfora», decía:
Durante la Guerra Civil española, el gobierno rebelde de Burgos y el leal de Madrid acariciaron la idea de celebrar un combate entre dos campeones que representasen a cada bando, que eran los vascos Uzcudun y Gastañaga, ambos guipuzcoanos, uno el Toro de Régil y el otro el Martillo Pilón de Ibarra.
Esto ya era más interesante. De Paulino Uzcudun (Errezil, Guipuzcoa, 1899), los no iniciados en el boxeo pero sí modestamente en el cine sí que sabíamos por la película de Manuel Summers Juguetes rotos. Es un documental maravilloso de 1966 sobre personajes célebres y entonces completamente olvidados y en no muy buena situación. Una pena que cayera en el olvido. Ponerse solo con un intento de búsqueda de referencias de un combate que nunca se celebró es un baile de personajes propios de los años treinta y un aflorar de situaciones históricas pintorescas como para filmar varias películas.
En el rincón derecho, el púgil de Franco
Las declaraciones de Uzcudun en ese documental describen muy bien la España rural de principios de siglo, decía: «Eso de comer hasta hartarse resulta sensacional. Y más cuando uno recuerda haber pasado hambre. Porque yo la he pasado, amigo». Sobre estas declaraciones Summers puso unas imágenes de niños jugando en un vertedero. Uzcudun había sido un célebre aizcolari, un cortador de troncos, pero «pronto demostró tener más de árbol que de hombre», en palabras de un cronista del difunto Pegamín, y sorprendió al mundo del boxeo con una capacidad inusitada para aguantar golpes. Fue uno de los más importantes de su tiempo en todo el mundo.
El documental rescata también filmaciones de sus combates; en uno de ellos hacía sus clásicos ejercicios de gimnasia sobre el ring, una superstición —ríase usted de aquella «Cucaracha» del Real Madrid—, pero lo que deja estupefacto es que, igual tendría un don para recibir palizas sin inmutarse, pero en su victoria sobre Harry Wills las imágenes muestran cómo le metió una somanta de palos antológica. Por lo que se ve, las palabras que se publicaron en su día no son ni de lejos la típica crónica hiperbólica de la época:
Venció en un combate memorable a la Pantera Negra, Harry Wills —con quien Dempsey había hecho todo lo posible para evitar el encuentro— y sobre este hecho tan importante en la historia del boxeo me limito a transcribir unas líneas publicadas en una revista americana de septiembre de 1927, que tengo ante mí: «… en el match espeluznante que hemos tenido anoche, el español Paulino Uzcudun suministró la trompada más grande del siglo, la que fue prácticamente a parar a la barbilla de Harry Wills, derribando al gigante de color chocolate como podía haber derribado una columna de las que mandó al suelo el mismo Sansón, en presencia de unos veinte mil testigos, que se quedaron estupefactos ante la hazaña incluyendo al de color chocolate, que estamos seguros recibió, no solamente la trompada más grande del siglo, sino también la sorpresa más grande de su vida. (Revista Aviación y deporte, n.º 2, febrero de 1936).
Y después el documental sigue con otras imágenes muy importantes para el tema que nos ocupa, cuando el vasco peleó con el alemán Schmeling en Montjuic. La historia de esta cita es muy interesante. No porque Schmeling fuera alemán y por aquel entonces máximo emblema de la futura marca III Reich, sino porque todos los participantes en el espectáculo estaban conchabados con Daniel Strauss, un aspirante a Sheldon Adelson que vino a montar una especie de Eurovegas a nuestro país en los tiempos de la República.
Este Strauss quería colocar en España un invento, ruletas de casino eléctricas, que se llamaban Straperlo, y se diferenciaban de las normales en que supuestamente se podía calcular con destreza mental dónde iba a caer la bola. Por lo visto, en realidad estaban trucadas.
A este empresario le asesoró en Cataluña Jack Bilbo, un judío alemán que presumía de haber sido guardaespaldas de Al Capone. En Europa había colaborado con los Comités de Combate contra el Fascismo, organizaciones clandestinas para luchar contra los estragos que los nazis empezaban a causar en las filas de los sindicatos y la izquierda en Alemania, y de esta manera, cuando luego recaló en nuestro país, pudo relacionarse con los antifascistas locales.
Lo contó Guillermo Soler en el Diario de Mallorca. A principios de los años treinta, en Cala Rajada, se estableció una colonia de alemanes. Muchos de ellos eran judíos que huían del nazismo, pero otros tantos eran admiradores de Hitler. No en vano, en Palma desde 1932 hubo una delegación del Partido Nazi alemán. Pero en Cala Rajada, Jack Bilbo abrió un bar que frecuentaron antifascistas, el Waikiki, cuyo diseño recordaba a un bungalow hawaiano.
Tras unos meses, Bibo se echó novia, vendió el bar, cogió un barco en dirección a Cataluña y se estableció en Sitges definitivamente. Allí abrió otro garito, ahora con barra americana, al que llamó SOS y se construyó una casita, Fort-Bill, donde vivía con su novia, cinco perros y un cachorro de león, ni más ni menos. Un día, Daniel Strauss fue a verle. Dada su reputación de izquierdista confiaba en que le ayudase a abrirse paso entre los gerifaltes de la Generalitat, que eran de Esquerra Republicana.
Los políticos catalanes tenían un problema muy actual. No sabían qué hacer con las instalaciones de la Exposición Universal de 1929. Barajaban la socorrida idea de crear una ciudad del deporte o algo semejante. Y ahí aparecieron Strauss y Bilbo para ofrecer su ayuda. Podían montar un combate entre el mejor boxeador español del momento y el púgil más temido de Alemania: Uzcudun contra Max Schmeling.
La promoción del combate contó con copiosas cenas para políticos y periodistas. Además, el alemán vino con su esposa, la actriz checa Anny Ondra, lo que atrajo a los fotógrafos. Entre tanto glamour y entre tanto ágape, Strauss quería camelarse a los mandamases catalanes para introducir su invento. Sin embargo, parece que alguien informó a Companys y en el último momento el president no acudió a una cita concertada en el Hotel Terramar en la que ya iban a venderle definitivamente la moderna y fastuosa ruleta de casino eléctrica.
El combate entre Paulino y Max se había celebrado pocos días antes de la espantada de Companys y fue declarado nulo. No obstante, la gala fue provechosa porque en los vestuarios Strauss y el púgil vasco llegaron a un acuerdo para explotar juntos el negocio de la ruleta Straperlo. Uzcudun se convirtió en su chófer y hombre de confianza y Strauss le prometió un 5% de todo el chollo a cambio de que le abriera puertas en Madrid. Estos deportistas de élite, siempre tan bien relacionados…
El problema era que en España las casas de juego estaban cerradas desde la dictadura de Primo de Rivera, pero el Gobierno republicano disimuló cuando tímidamente volvieron a funcionar. Dice el historiador Ramos Oliveira que «entreabrían sigilosamente sus puertas» con la connivencia de las autoridades y que esa relajación moral del Partido Radical fue lo que atrajo a Strauss, esa «privativa reputación del partido político que estaba en el poder», subrayaba.
El plan, pues, era sobornar al Gobierno de la República del momento de arriba abajo hasta lograr que se legalizase el juego y que se jugase con sus dichosas ruletas. Pese al revés en Cataluña, el plan siguió adelante y destacados funcionarios del Gobierno central sí que les escucharon, o pusieron el cazo, como se demostró después.
La primera tentativa fue en el Gran Casino de San Sebastián. José Carlos García Rodríguez, en su libro El caso Strauss, el escándalo que precipitó el final de la II República, rescata una noticia del momento.
En el transcurso de este acto preinaugural, Daniel Strauss presenta la novedad de un juego mecánico con apariencia de ruleta. Sobre este artilugio, al que llama Straperlo y que está destinado a ser el principal atractivo del casino, ofrece Strauss todo tipo de detalles técnicos y dice de él que es un juego de sociedad y habilidad, en el que no intervenía para nada el azar, sino la vista y la rapidez en el cálculo.
El 12 de septiembre del 34 abrieron las puertas del Gran Casino donostiarra para más de un millar de invitados. Actuaron Conchita Chileno y los ballets de Suzy Florrer, además de la Orquesta Aramburu en el salón de baile. La ruleta, la verdadera sensación, estaba instalada en dos mesas de juego traídas de Alemania que gestionaban quince crupiers llegados de Bélgica. El éxito de la ruleta Straperlo fue instantáneo y pronto empezó a fluir el dinero, pero la juerga duró solo unas pocas horas. De repente apareció la policía e interrumpió las apuestas a punta de pistola.
«El juego en el Gran Casino de San Sebastián solo duró unas horas», dijo El Sol en un breve al día siguiente. La Voz informó de que los asistentes «desfilaron ordenadamente» tras la acción policial. Y El Siglo explicó: «se trata de un aparato que es una ruleta disfrazada». Quedó claro que querían eludir la legislación española presentando el invento como un juego de inteligencia y no de azar, pero no coló, a pesar de los sobornos.
Hubo un segundo intento un mes después en el Hotel Formentor, en Mallorca. Este era un local de nivel. Allí había estado de stripper Claretta Petacci, posteriormente amante de Mussolini, y en unos locales se hacía intercambio de pareja según lo ordenasen los naipes. Un ambientazo, pero diez días duró la fiesta. Al décimo se personó el sargento de la Guardia Civil Antonio Escandell y clausuró el hotel. Un injusto disgusto para los swingers que se acabara la fiesta por culpa de los ludópatas.
A Strauss le llevaron los demonios. Después de repartir tanto sobre en Madrid no le dejaban ni montar el chiringuito en Baleares. Así que se puso a pedir a los políticos que le devolvieran los sobornos y, vaya, en este punto le hicieron caso omiso. Si la República ya tenía sus instalaciones fantasma tras una Expo, si luego apareció un Eurovegas y un Sheldon Adelson, ahora solo faltaba que alguien se marcara un Bárcenas. Y así sucedió. Strauss filtró la lista de todos los políticos untados y debido a ese escándalo, entre otros, cayó el Gobierno. Alcalá Zamora convocó elecciones para febrero del 36 y ganó el Frente Popular. A la oligarquía, a la Iglesia, a parte del Ejército y al fascismo internacional, esta victoria electoral no le hizo ninguna gracia y todos sabemos lo que pasó en verano. La trama de corrupción en la que estaba metido el boxeador Paulino Uzcudun no fue causa de la Guerra Civil, pero sí se puede decir que, técnicamente, aceleró los acontecimientos.
Aunque, en el momento en que el escándalo salió a la luz, Uzcudun estaba en Nueva York. Peleó con Joe Louis, quien le infligió una dura derrota. Cuando el boxeador volvió a España declaró a la prensa que «categóricamente» se retiraba. Explicó que no había combatido por dinero con el campeón, sino porque las fuerzas le engañaron, y que del caso del Straperlo no hacía declaraciones, solo al juez con mucho gusto. El 9 de marzo, sin embargo, se vio forzado a declarar, fue procesado por el magistrado del Tribunal Supremo, Sr. Ildefonso Bellón Gómez. Además de Strauss, en el sumario figuraban el promotor de boxeo Joaquín Gassa y el hijo de Lerroux, entre otros, acusado de haber recibido el famoso reloj de oro. Qué risa si hubiesen sido trajes.
Entonces Uzcudun entonó el no me quieren. En mayo del 36 la revista Estampa le visitó durante unas vacaciones en San Sebastián. Estaba con él Muñoz Seca, el abuelo de Alfonso Ussía, que a los pocos meses moría en Madrid en la masacre de Paracuellos del Jarama. El caso es que el boxeador estaba indignado:
Silbarme, abuchearme, solo en España me ha ocurrido, ¡y cuidado que conmigo se han cometido ya injusticias en este mundo!
Todo acabó en dos meses. O empezó. El estallido de la Guerra Civil le sorprendió en Guipuzcoa. En el libro Los crímenes de Franco en Euskal Herria de Iñaki Egaña, viene que cuando se produjo la sublevación militar del 18 de julio, como las simpatías de Uzcudun por la reacción eran bien conocidas —según González Ruano, cita el ABC, el boxeador profesaba tres devociones, el hacha, el frontón y la iglesia católica—, un grupo de anarquistas intentó detenerlo. Tuvieron que ser unos militantes del PNV quienes le ocultaran en un piso en Zarautz. «Evitando, probablemente, su muerte», escribe Egaña.
No sabemos si después de eso Uzcudun fue hecho preso por las fuerzas leales, pero en su diario Frente Popular, el 18 de agosto de 1936 aparecía una columna dedicada a celebrities —«Figuras conocidas» lo denominaba el periódico— y la guerra. Dos noticias de las que venían eran falsas, como suele ser habitual en las informaciones bajo el aludido epígrafe, el fusilamiento en Madrid del guardameta Ricardo Zamora, por fascista, y la muerte en combate del torero Domingo Ortega. También venía un ascenso de nuestro Litri II, de la Brigada de los Toreros, y finalmente de Paulino Uzcudun decía que había llegado a Pamplona tras una «accidentada huida de San Sebastián».
Allí, inmediatamente se alistó y comenzó su leyenda negra, más negra todavía. Más negra que la noche menos negra que su alma, escribió el poeta Miguel Hernández sobre estas gentes. Según el libro de Egaña, Uzcudun se puso al mando de un pelotón de fusilamiento:
Cuando los rebeldes tomaron Guipuzcoa y comenzaron las ejecuciones, Uzcudun se dejó ver del lado de los insurrectos. El nuevo sistema franquista necesitaba iconos y el boxeador fue uno de ellos. El mismo PNV se lamentaría de su decisión anterior. De Uzcudun diría la revista Gudari en su número de noviembre de 1936: «El miserable tahúr, traidor y fracasado boxeador Uzcudun, es el encargado de los fusilamientos en Donostia. Este orangutanado personaje trabaja en la retaguardia su siniestra misión. ¡Cobarde!».
En el libro acaba ahí la mención, pero si le seguimos el rastro por la prensa nos lo encontramos en 1937 causando el terror en varios pueblos la costa vasca. Pero para citar la noticia en la que aparece mencionado, antes hay que hacer un alto en el camino y asombrarse ante otra curiosidad. En lo mejor del antifascismo, la homofobia campaba por sus respetos. Vaya un ejemplo por delante, este texto de Max Aub en La Vanguardia el 10 de mayo de 1938, en plena guerra y tras publicar Negrín sus famosos trece puntos.
Tristes los que creen que el fascismo puede perdonar la inteligencia. Podría, quizá, perdonarlo todo, menos eso. Se odia lo que no se tiene, y ellos aborrecen ante todo la luz y la vida. El fascismo lucha contra lo existente, contra lo natural, contra la naturaleza, por eso se cuentan tantos homosexuales entre los fascistas.
Impertérrito se queda uno. Igual que con la noticia en la que se mencionan las «hazañas» de Uzcudun durante la contienda. El texto del diario La Voz se titulaba «Los lirios del fascismo» y hacía referencia al falangista Giménez Caballero, carné número cinco de Falange, que se encontraba en ese momento escribiendo en un «diario provinciano», escribía el redactor, quejándose de los «actos de piratería de Uzcudun» por localidades del litoral vasco. El periodista republicano se preguntaba si Giménez Caballero no tendría envidia de su camarada Eugenio Montes, colocado de secretario de Relaciones Exteriores de Franco, al que también tachaban de locaza:
… logró una cátedra de sustituto. Luego colaboró en El Sol, donde alguien, a cuenta de sus uñas tintadas de rosa, le llamaba no Eugenio Montes, como dice —cualquiera sabe por qué— su cédula personal, sino Eugenia de Montijo. Después de eso se hizo comunista. En el 31 quiso ser diputado a Cortes por Orense bajo las tres iniciales de la UGT. De ahí saltó al fascio. Saltó, en fin, hasta decirle a Primo de Rivera a los postres de cierto banquete: «Tú, José Antonio, que eres bello física y metafísicamente».
No sé si los fundadores de Falange en otra época hubieran preferido subirse a una carroza en un desfile del Orgullo Gay, pero en los años ochenta del siglo pasado un anciano Giménez Caballero dio una entrevista a Pilar Eyre en Interviú donde su obsesión por la virilidad llamaría la atención de cualquier psicólogo. «El divorcio es para afeminados», «cada mañana hago media hora de gimnasia desnudo en la terraza», «en Falange yo era el elemento macho y José Antonio el elemento hembra», declaró sin contención ninguna. Aunque yo, personalmente, me quedo con esta otra perlita de ese encuentro: «los etarras son los únicos hombres de verdad que quedan en España». Se conoce que era de esos entrevistados que no necesitan preguntas.
El caso es que estos ataques antifascistas y homófobos nos habían puesto tras la pista de las andanzas de Uzcudun en la guerra. Y lo relevante es que cuesta imaginarse las barbaridades que pudo cometer si llegaron a escandalizar a un falangista de los de 1937, pero las informaciones no iban desencaminadas. Más adelante, el mismo diario ya recogía testimonios de refugiados, familias enteras, que habían sido expulsados de sus caseríos por los soldados de Uzcudun por tener familiares en las tropas republicanas. Igual que en las limpiezas étnicas de Bosnia.
Aunque el famoso púgil sí que boxeó durante la guerra. Al menos en Salamanca, en una gala benéfica a favor de los requetés. La prensa republicana recibió con asco y sorna su regreso al cuadrilátero.
¿No viven los requetés en el honesto y santo temor de Dios? ¿Y no hay una vieja máxima cristiana que dice, más o menos: cuando te abofeteen en una mejilla, presenta la otra? Pues eso y nada más que eso es lo que ha venido haciendo Uzcudun en toda su ilustre vida de boxeador. Y si no que se lo pregunten a Joe Louis.
Además, varios libros también citan que en Sevilla se llegaron a concentrar medio centenar de falangistas para formar un comando que iba a asaltar la prisión provincial en la que se encontraba preso José Antonio Primo de Rivera. Uzcudun habría estado entre ellos, pero la operación se suspendió misteriosamente.
El boxeador estuvo enrolado en comandos, pelotones de fusilamiento y dando paseíllos en la retaguardia. Toda una hoja de servicios, y eso que su madre, en una entrevista que le hizo muchos años atrás la revista Estampa, en 1929 —un encuentro en euskera porque la mujer no conocía el castellano—, confesó que le escribía cartas en las que le decía que rezaba para que ganase los combates, pero le pedía siempre que no hiciera daño a nadie, que no estaría bien «estropearles de un puñetazo». El auténtico sentimiento cristiano no pasó de padres a hijos en este caso.
En el rincón izquierdo, el boxeador supuestamente republicano
Del rival de ese combate no celebrado, Isidoro Gaztañaga (Ibarra, Guipuzcoa, 1905) el Martillo Pilón de Ibarra, sería muy osado decir que era republicano. Se sabe por las crónicas que en la temporada que estuvo repartiendo yoyah en Chicago boxeó ataviado con los tres colores del régimen democrático, pero en ese momento era la bandera de su país y él estaba en el extranjero. Lo que hizo fue lo más normal. En la impagable ficha de la web Boxeo1930s, Fernando Conde cuenta así un episodio de aquellos días:
El cronista lo describió: «Isidoro estaba tranquilo y calmado, y llevaba una túnica con la extensión rojo, amarillo y morado de la bandera española. Al llegar al ring, Gaztañaga sentado en su esquina, esperando el momento, su rostro mostraba la garantía de la victoria, que más tarde había de ser suya».
Mucho tiempo atrás, Isidoro y Paulino Uzcudun habían sido amigos. Si el Toro de Régil se había forjado cortando troncos, Gaztañaga se fortaleció trabajando en una cantera desde los diecisiete años. Su Ibarra natal estaba solo a quince kilómetros del pueblo de Uzcudun, por lo que las noticias de las gestas de su paisano le llegaron desde muy temprana edad, de modo que, fascinado, como es natural, quiso seguir sus pasos.
Hizo las maletas y se fue a París, al gimnasio Anastasie, donde también se encontraba el púgil aragonés Ignacio Ara. Los tres entrenaban juntos y a Gaztañaga, que fue el que empezó a destacar, le llegaron a llamar «Paolino II» en honor a la leyenda de Uzcudun.
Lo que pasa es que durante su carrera profesional Gaztañaga destacó por su pegada demoledora, sí, pero más aún por su informalidad. Sus desplantes fueron legendarios. Y tampoco le dolían prendas en reconocerlo. Según la información recopilada por Fernando Conde, en una ocasión manifestó:
Cada uno sabe lo suyo y yo sé muy bien que las cosas a la fuerza no resultan nunca buenas. Lo que más me carga en esta vida es tener que hacer por fuerza lo que no tengo ganas. El otro día, no tenía apetito de pelear y así se lo dije al manager, pero él se empeñó en que boxeara, viniéndome con el cuento de que estaba el contrato firmado y tuve que subir al ring quieras o no. ¿Hay derecho a esto? Y como no lo hay, pues no quise pelear, ¿lo quieres más claro?
No le importaba romper contratos millonarios o dejar tirados a miles de espectadores ya sentados en su butaca en el pabellón. Mujeriego, bebedor, amante de la noche, tenía todas las características propias del crapulismo, pero lo suyo fue algo todavía más profundo. No solo sentía pasión por alternar, a veces podía llegar a tirar todo por la borda por una mísera siesta. De la Revista Boxeo:
Aquel día tenía una pelea un poco difícil y por la mañana salió solo hacia el campo para cargar aire limpio. A las seis de la tarde era la pelea. Su manager se volvía loco buscándole por todas las partes. Nadie sabía darle razón de su paradero. La hora de subir al ring se acercaba, el promotor se tiraba de los pelos, porque la entrada era estupenda. ¿Qué hacer? porque Isidoro no aparecía. Después de comunicar con todos los centros médicos y delegaciones de policía con resultados negativos, su manager se enteró de que había salido a pasear por el campo, cogió un coche y fue carretera adelante en busca del desaparecido. Tumbado a la bartola debajo de un corpulento árbol cerca de la carretera, estaba roncando como un bendito el fantástico boxeador, bien ajeno a la desesperación que su tranquilidad había llegado al ánimo del promotor y manager. Lo metieron en el coche y llegó al estadio con el tiempo justo de tomar una ducha y cambiar de ropa. Subió al ring como si subiera al patíbulo, maldiciendo por lo bajo a quienes le truncaron tan reparadora siestecita para encerrarle entre las cuerdas del ring a liarse a puñetazos.
Claro que esta actitud suya tuvo su réplica en que los rivales no se querían enfrentar a él. Uzcudun mismamente no aceptó una oferta económica para disputarle el título de campeón de España. En Estados Unidos, más duro todavía fue que no pudiera medirse con Joe Louis, el que destrozó a Uzcudun, que no se atrevió poco tiempo antes de ese combate a ponerse delante de Gaztañaga. El diario La Voz reveló que no valían las excusas. La realidad era que Isidoro era un boxeador «de segunda, pero muy fuerte». No en vano, en Cuba consiguió que un rival se cagase con sus golpes. Y cagarse de cagarse, no de cagarse de miedo.
La pelea era a las 4 de la tarde y el cubano, no se sabe por qué, almorzó cerca de las dos. Sonó la campana y luego de unas fintas, Gastañaga le mandó al cubano un derechazo al «plexus» y lo «enroscó» en la lona. Y cuando sus ayudantes lo fueron a levantar les pegó el olor. ¿Qué olor? El olor del caso que fue una comidilla en Cartagena. Pero hombre de Dios, ¿qué clase de olor se está preguntando y usted se hace el pendejo? Bueno, sin faltas de respeto. Se lo vamos a decir: ¡olor a materias fecales! Y no salga con otra pregunta, que no le vamos a contestar. El cubano pagó caro su torpeza de haber almorzado tarde.
Los combates más importantes de Gaztañaga fueron en Estados Unidos, donde le bautizaron con el mote de «Izzy» y fue del gusto del público porque su pegada recordaba a la del héroe nacional Jack Dempsey; también del de las señoras, por otra parte, cuentan las crónicas que era tan sumamente guapo que pudo aspirar a actor de Hollywood.
Otro de sus combates memorables fue en Alemania, pocos meses después de la Noche de los Cuchillos Largos, en el que ganó por KO a Hans Schoenrath. Entre el público se encontraba Max Schmeling y fue él quien convenció después a Joe Louis de que no combatiera con él en el citado encuentro de Cuba. Si le daba una paliza, y Max había sido testigo en primera fila de que era muy capaz de metérsela a cualquiera, el caché de un combate posterior entre ambos que estaba planificado podía bajar. El artículo anteriormente aludido de La Voz concluía a este respecto: «Max no lo quiere ni para enemigo de su enemigo».
Políticamente, según el escritor navarro Juan Osés, que ha escrito una biografía de Izzy autoeditada que no hay forma humana de comprar, como Gaztañaga no dio su apoyo al levantamiento fue condenado al olvido por los franquistas. Vicente Gil, médico de Franco y presidente de la Federación de Boxeo, se habría encargado de ello. Del pensado combate entre las dos Españas en guerra solo quedó la intención, que es lo que se ha reseñado y algunos se lo han imaginado tanto hasta darle rango de leyenda urbana. Según Martín Olmos Medina, autor del artículo de El Correo:
Un promotor alemán propuso enfrentar a los dos boxeadores en un combate que concediese una tarde de tregua a la guerra, Gastañaga representaría a la República y Uzcudun al bando nacional. Se habló con ambos y les llegaron a coser sendos calzones, a uno con los tres colores leales y al otro con los dos de la bandera nacional. El Bello Izzy declinó el frente y prefirió quedarse en los burdeles de Buenos Aires y Uzcudun, dijeron, durmió tranquilo porque temía la derecha demoledora de su paisano.
Olvidado tal vez, Gaztañaga murió en la frontera entre Bolivia y Argentina, en una localidad llamada La Quiaca. Tuvo una muerte como de coña, pero como él, al fin y al cabo, siempre había vivido. Volvemos a Conde:
El diario Informaciones de Buenos Aires lo narraba así; «En una pulquería (taberna) de La Quiaca, le desafiaron a una pelea y como se creía que era a puños, que era como el zanjaba las peleas, mientras se quitaba la americana le mataron de tres tiros. Como vasco que era, y era a puños, aún le dio tiempo a soltar un par de puñetazos mientras se caía redondo ante el hombre que le disparó».
Luego, durante el juicio, su asesino Raúl Carreta confesó su arrepentimiento. Se lo había cepillado en un arrebato estúpido.
[dijo que fue] …por una tontería y que se arrepentía de haberle matado porque era un hombre muy divertido y salir a la noche por el pueblo con los amigos ya no sería lo mismo sin él.
Ahí se quedó, con treinta y siete años. El célebre combate entre el púgil franquista y el republicano nunca llegó a celebrarse. Si se quiere una dosis de las dos Españas merced a estos dos hombres, dos grandes boxeadores, de cuando España tenía mucho que decir en el deporte de las cuatro cuerdas, lo mejor fueron los epítetos que ha encontrado Fernando Conde que se dedicaron en los años treinta, cuando estuvieron a punto de enfrentarse en España:
Uzcudun: «Isidoro es un macaco o pirulí».
Isidoro: «cara de perro».
Y así, hasta hoy.
Fotografías del archivo de la Hemeroteca Nacional, archivo de la biblioteca de la Diputación Foral de Gipuzkoa y el fondo José Luis Sánchez Ayerza.
_________________________________________________________________________________________
Apoyos:
Película Juguetes rotos
Pingback: El combate de boxeo entre un púgil franquista y otro republicano que nunca se celebró
Muy bueno…
Giménez Caballero, por cierto, tenía fama de mentiroso, hiperbólico y exagerado, no en vano fueron sus iniciales devaneos con el futurismo o el surrealismo (llegó a filmar una película con Gómez De la Serna), por no hablar de ese rótulo: «el primer fascista español» que uno sospecha que bien pudo haberselo inventado él mismo.
Perdonen, pero es que creo que este personaje bien merecía un artículo entero para él mismo
A propósito de Ernesto Giménez Caballero, recuerdo leer sus memorias publicadas por entregas en Historia 16 en los finales 70 y que no podían dejar de llamar la atención a un adolescente: «Memorias de un Dictador»
Pingback: El combate de boxeo entre un púgil franquista y otro republicano que nunca se celebró | Los antisistema son:
Grandioso artículo. Y corto.
Bravo!!
Muy interesante.
He gozado lo suyo; de lo mejor que he leido por aquí…¡un no combate épico!
Pingback: A leer se ha dicho… | Touch Gloves
Pingback: …y a seguir leyendo | Touch Gloves
Muy bueno, lo que me he reido.
Hola,
Se sabe dónde y cómo murió Daniel Strauss?
Gracias.
Curiosamente estuve hace unos años en la Quiaca.
estoy buscando informacion de un promotor de boxeo y de lucha libre llamado alberto pons mateu
Muy interesante, articulo para un amante, como yo, del noble arte de las doce cuerdas (ahora 16)
Pingback: Golpes de gracia, de Joxemari Iturralde – Curistoria
Pingback: Golpes de gracia, de Joxemari Iturralde - Curistoria