Lo que peor llevo de nuestro colectivo irse todo a tomar por culo, aparte del propio irse, es tener que hacerlo oyendo el asunto machacón de la picaresca española. Es que no puedo, miren.
La picaresca española, aclarando el concepto un poco para aquellos que nos lean desde fuera de nuestras fronteras, es un corpus de teorías con el que los españoles definimos nuestra condición e intentamos descifrar el problema inherente a serlo, a la vista está que sin cosechar demasiado éxito. Es una explicación transversal, como el marxismo, que bebe de diversas tradiciones intelectuales entre las que destacan la Escuela de Salamanca, el larrismo, el landismo, los cuplés, Españoles por el mundo y los chistes de Chiquito sobre uno que entra en un bar. Su tesis principal sería la de que en cualquier español, por razón de su condición, existe naturalmente la pulsión de querer llevárselo muerto, actuando siempre con esta motivación en la interacción social y erigiéndose así en un chorizo de mayor o menor estofa, eso depende ya de los posibles de cada cual y de si lo hace por activa y a lo grande —robando, timando, estafando y defraudando— o por pasiva y como quien no quiere la cosa —dejando de pagar lo que le toca o, al contrario, cobrando lo que no le corresponde—. Dicho de otra manera: que el español que no incurre en el incivismo para granjearse un beneficio no es porque no quiere, sino porque no puede o porque no se le presenta la ocasión. Y que quien diga que no, miente.
Lo tenemos incrustado en la cabeza, no me digan que no. El español debidamente socializado asume que la falta de escrúpulo en su relación con los demás le es tan connatural como la habilidad de reconocerse ante un espejo, la función refleja o nacer con pezones, y la concibe así como una graduación que afecta por igual a ministros, CEOs de Telefónica y señoras mayores que viven en Cuenca. No en vano, los grandes protagonistas de este género picaresco suelen ser fontaneros, alicatadores y taxistas, ya que el asalariado por cuenta propia cumple en esta tradición la función paradigmática que el pastor, por ejemplo, desempeña en la bucólica. Igual que la égloga pastoril comienza normalmente con dos cabreros tocando la flauta de Pan sobre una colina soleada, la anécdota picaresca comienza con un fontanero que le pregunta al cliente, palillo en diente, que si el latiguillo del bidé quiere que se lo cobre en B, señora, y acaba con la señora en cuestión respondiendo invariablemente que sí. Como Esopo, que contó la realidad reduciéndola a fábulas de liebres y tortugas, los españoles sintetizamos la propia reduciéndola a taxistas y fontaneros porque creemos, vete tú a saber por qué, que lo mismo es cobrar cincuenta euros en B para ahorrarse el pico del IVA que acumular cincuenta millones de euros en dinero negro en Suiza. A través de la nacionalidad de quien lo haga, que es la española, y no por su condición, que es la de miserable. No por nada a esto lo llamamos «picaresca española», ojo, y no «picaresca» a secas. Porque, como pueblo, los hispanos definimos con frecuencia nuestro papel en el concierto de las naciones a través de esta misma mitología y junto a los otros dos pilares de nuestro ser-en-el-mundo: la identidad meteorológica —«en Suecia se vivirá muy bien, pero como el sol de España no hay nada»— y la gastronómica —«en Suecia se vivirá muy bien, pero como en España no se come en ningún sitio».
Lo llevo mal, insisto, y no se crean que es tanto por razones personales. Pese a ser español —nótese la adversativa— en mi vida he dejado de pagar un triste café con leche con su correspondiente carga fiscal y juraría que lo más cerca que estuve jamás de robar fue en una ocasión en la que compré unos calcetines y me pitaron al salir porque a la cajera, en su espabile, se le olvidó quitarles la alarma. Es lo de menos, sin embargo, como lo es cualquier ejemplo singular, para empezar porque habría que estar gilipollas para presentar la propia virtud moral porque pagas el IVA y no robas calcetines. Si lo llevo mal es porque tengo la sensación de que en todo esto hay, porque aquí siempre lo hay, alguien sacando tajada. Y de que nos están vendiendo, para variar, la burra pintada de verde.
Tenemos un ejemplo, por ejemplo, en la brillante reflexión que hace no tanto lanzó a la opinión pública una diputada del Partido Popular, Beatriz Escudero, en el Congreso de los Ídem. El pasado diciembre, enconadas las protestas contra la privatización de los servicios sanitarios en Madrid, con las calles de la capital anegadas de médicos dando gritos y de viejos en manada con la pancarta en una mano y el gotero en la otra, no se le ocurrió a Escudero otra más redonda que denunciar públicamente y en sede parlamentaria que es que los españoles, eh, defraudan a Hacienda casi tanto como cuesta mantener la sanidad pública, urgiendo a imaginar «la cantidad de hospitales, escuelas, profesores y demás servicios que se podrían pagar con setenta mil millones de euros». Establecido así que si se privatizan hospitales y se desinvierte en educación es porque los españoles somos unos canallas, Escudero no aclaró si su partido piensa también poner freno al disparate abyecto de que el Pisuerga pase por Valladolid y el diario de sesiones no recoge tampoco que alguien subiera después al estrado para preguntarle a la diputada qué significa «cum hoc ergo propter hoc» o a qué conclusión llevaría el supuesto, por ponernos en supuestos, de que su abuela tuviese ruedas.
Para nuestra desgracia, sin embargo, el problema más frecuente no es que nuestros políticos razonen de esta forma tan creativa, sino que mientan a conciencia. En 2010, el flamante ministro de Trabajo de entonces, don Celestino Corbacho, se plantó ante los tres millones de parados que empezaban ya a escandalizar al país y les escupió que «hay gente en paro que no está en paro de verdad», argumentando que uno de los motivos de las cifras que estaban ya hundiendo a su Gobierno —después incluso de que se las maquillase otro flamante del ramo, Jesús Caldera— era, por qué no decirlo, que el fraude en la percepción del cobro por desempleo se había convertido, y cito, en una «práctica generalizada» en España. Cabe notar sobre esta supuesta generalidad, por si acaso hiciera falta, que cuando el Partido Popular llegó al Gobierno y se propuso atajar este problema presuntamente sistémico encontró a cuatro mil quinientos defraudadores que trabajaban pese a cobrar el paro entre algo más de cuatro millones seiscientos mil desempleados. Algo así como el 0,097 por ciento de los mismos.
El último ejemplo y a la postre el más grave —porque España va en crescendo, no sé si habían dado cuenta— lo protagonizó hace una semana la plenipotenciaria vicetodo del país, Soraya Sáenz de Santamaría, y a propósito, por cierto, de este mismo colectivo, que se conoce que es un filón. Pese a que en 2012 fue ella misma, en su misma mismidad, quien le enmendó personalmente la plana a Caldera y anunció ante los medios que los defraudadores en la percepción del cobro por desempleo eran solo cuatro mil quinientos, hace una semana llegó rumbosa a la comparecencia de prensa que sigue al Consejo de ministros y aseguró con grande pajarraca que este mismo grupo ha crecido enigmáticamente, fíjate tú, hasta superar el medio millón de españoles, cuidado. Por el país campan medio millón de granujas, nada menos, «que cobran prestación por desempleo y que, sin embargo, trabajan fraudulentamente, trabajan en B», costándole «más de tres mil millones de euros» al Gobierno del que Sáenz de Santamaría es supremo nazgûl, el mismo que hace un año y pico —cuando los sondeos electorales le iban bastante mejor y los parados eran aún culpa de Zapatero—, hablaba solo de cuatro mil quinientos. Lógicamente lo desmintieron poco después fuentes del ministerio de Empleo, pero es que casi no hacía ni falta: que tamaña cantidad de parados defraude a la Seguridad Social es tan absolutamente falso como solo puede serlo un aumento tan delirante en su número o simplemente la proporción que representa en el total —serían el veinte por ciento de los que tienen derecho a cobrar o uno de cada cinco, si prefieren—. Eso sí: la rectificación de Sáenz de Santamaría, no digamos ya una disculpa por falsear de forma tan patatera las cifras en su propio provecho político, ni ha llegado ni se espera. Hace solo un par de días, y momentos antes de quedarse tan ancha, aseguró cuando se la pidieron que no tenía por qué. «Yo no he ofendido a los parados», espetó en sede parlamentaria para aplauso bovino de los suyos y elocuente bajada posterior, clic, del micrófonito. Lo dijo Blas, punto rendondo.
Y tiene razón, miren. A quien ha equiparado con sinvergüenzas no es a los parados, sino a los españoles, y lo ha hecho por enésima vez, aunque de esto último es probable, pobrecita mía, que ni se haya dado cuenta. No es que sorprenda, claro, porque solo faltaba caernos del guindo a estas alturas del carrete. De una clase política en general tan pobre como la nuestra no puede sorprender que criminalice a sus ciudadanos para disimular sus numerosas miserias, no cuando lleva haciéndolo toda la vida gratis. Pero sí debería extrañarnos eso mismo, que no paguen ningún precio por ello. La facilidad con la que consigue trasladar el mensaje y la consecuente impunidad con la que aquí mujeres y hombres de Estado vomitan regularmente tópicos españolistas de auténtica barra de bar al tercer vermú, cuando no números tan falsos como lo son solo los números, sin que nadie les replique un triste oiga usted, haga el favor de hablar con un ministro. Una impunidad que proviene —o me lo parece a mí, tampoco hace falta que estemos de acuerdo en todo— de la profundidad a la que tenemos enterrada nuestra propia leyenda negra, en la universalidad de esta presunta picaresca española que nos atribuimos y que ellos han aprendido a explotar hasta conseguir que rente y así, sacarle tajada. Acuérdense la próxima vez que quieran reverberar eso de la picaresca y pregúntense, ya puestos a dedicarle cinco minutos a la cuestión, si ustedes mismos, quienes lo dicen, han robado alguna vez o han incurrido en fraude. A lo mejor se dan cuenta hasta de que no, fíjense lo que les digo. Lo mismo hasta son ustedes personas honradas.
Me encanta.
Continuando el hilo, «como en España en ningún sitio».
O «al final todos los que se van están deseando volver».
Pues será mi percepción errónea pero trabajando en un despacho de abogados en una localidad pequeña y no demasiado desarrollada, que también era asesoría laboral y fiscal, el 95% de las incapacidades que se tramitaban eran fraudulentas (como eran casi todos de la agraria, naturalmente, seguían trabajando, eso sí, con ese plus añadido), el 70 % de las bajas también, y de las demás prestaciones, incluidas no contributivas, algo así como el 60%. Autónomos y empresas defraudaban lo que querían. Evidentemente en esta materia no se pueden dar cifras ciertas porque se pilla a una escasísima porción, por lo que hay que funcionar con estimaciones, pero me pregunto cuántos de vosotros pagáis IVA en el taller o al fontanero. El propio despacho, que no yo, cobraba cantidades ingentes, el 90%, en negro, como también los que se encargaban del mantenimiento y la limpieza. Los que tramitaban incapacidades y bajas fraudulentas acudían a los servicios públicos de sanidad para obtener informes y pruebas completamente innecesarios sin tener que pagar un duro para después colapsar también los Juzgados, y antes del copago se tomaban la molestia de retirar la medicación que no tomaban, pero que pagaba el Estado, ahora ya no. Precisamente porque es imprescindible una sanidad y unos servicios públicos no cabe engañarse y conviene dejarse de demagogia, sí hay muchísimos muchísimos gorrones, tanto arriba como abajo, y si no ataja y se dice la verdad esto acabará colapsando y habrá una excusa para poder privatizar.
Sin olvidarnos de los extranjeros que vienen a España a operarse y nos suponen miles y miles de millones de euros.
?¿?¿?¿?
Otro tópico, Miquel Àngel
Excelente artículo. Nos pintan la picaresca como un rasgo muy latino y muy cool de nuestro carácter, cuando en realidad es un tumor de nuestra sociedad. Para que en un país florezcan el timo y la picaresca no sólo se necesitan ladrones y timadores de pocos escrúpulos, sino una importante cantera de idiotas a los que desplumar: Gente de escasa formación, con memoria de pez, cegada por la avaricia, por la malicia, por el odio o por la envidia que se deje arrancar un ojo si con ello cree que deja ciego a su vecino. Esa, y no la de los alegres picaruelos, es la sociedad española; Si esa picaresca no florece en otros países, no es porque sean menos espabilados que nosotros: Todo lo contrario, es porque son mas espabilados y se ven venir el timo.
A ver si derribamos ya ese mito de mierda de la picaresca española…
Pingback: Picaresca Española
Gracias Rubén. Llevo años diciéndolo. Y nosotros somos los que contaminamos y gastamos agua y energía -la industria mal gestionada que paga la multa y punto, lo hace genial- y los que vivimos por encima de nuestras posibilidades -pide otro milloncejo y así lo amueblas, hombre- y los que hacemos todo, todo, fatal.
Cada vez que oigo el «tenemos lo que nos merecemos» se me revuelven las tripas.
De vez en cuando, no estaría mal que los periodistas ejercieran como tal, no fueran unos meros tomadores de apuntes y espetaran al ministro, consejero, secretario o lo que fuese un “oiga ¿nos está usted tomando el pelo?” y me vienen a la mente ruedas de prensa, como la ya famosa de la secretaria del PP Cospedal sobre el despido en diferido de Bárcenas, o una de las últimas, la nueva ubicación del meridiano 0, que ahora según el ministro Soria pasa por Canarias. Y sobre todo, un “¿está usted insultado a la población de este país?” cuando nuestros representantes empiezan a cargar las tintas sin razón, sin datos y sin ninguna vergüenza, contra los españoles.
Genial articulo! me ha encantado. No puedo estar más de acuerdo contigo Jesús, si algo les importa a esta pandilla de chorizos es la repercusión electoral, por lo que un periodismo de verdad seria una herramienta de control potente. Eso si, freelances que en un periodico los despiden en dos dias por las presiones, contaminación en todas las esferas.
Ya está bien de cargar contra nuestros políticos cuando estos no son más que un reflejo de sus votantes.
Sí, los que votan a Fabra en Castellón, votaban a Griñan en Andalucía o a los del 3% en Catalunya.
En cualquier caso creo que la vicepresidenta se quedó corta porque los que trabajan en B son muchos más de medio millón.
Y por cierto, no manipules, no son 4600 de entre 4 millones y pico. Son 4600 sobre el número de inspecciones realizadas. Por no hablar de las 60.000 prestaciones retiradas en el primer semestre de 2013 por cobro indebido, sí, los que se van todos a su país a cuidar a su padre enfermo mientras cobran la prestación.
Un país de ladrones con muy pocas excepciones.
Lo explica muy bien Rubén y lo explico magistralmente, hace ya muchos años, Jaime Gil de Biedma en «Apología y petición». No estaría nada mal que, como pedía el poeta, la pobreza subiera hasta el gobierno. Quizás entonces comprenderían. O al menos se esforzarían por comprender.
No es lo mismo culpar a los españoles de los males de la crisis y dejar caer ahí todas las culpas que reconocernos como una panda de ignorantes, incívicos y maleducados. No tenemos culpa de la crisis, pero una manita de barniz cívico no nos vendría mal. No hacen falta estudios sociológicos para comprender esto.
Otro de nuestros pilares de nuestro ser en el mundo podría ser aquél que dice que los españoles somos honrados pero nuestros políticos, por arte de birlibirloque, son «pobres», ruines, miserables.
Porque, ya se sabe, nuestros políticos no son españoles y vienen de Marte, además de tener la culpa de todos nuestros males. Es que somos como niños pequeños, que no tenemos parte en nuestro devenir vital y nos dejamos llevar por la mano que mece la cuna.
Por cierto, en cualquier pueblo del interior alicantino, en cualquiera, digo, le encuentro yo a cuatro mil quinientos perceptores de prestaciones por desempleo que simultáneamente están trabajando en negro. La responsabilidad de los políticos, en este caso, está en que lo saben pero no hacen nada (es decir, sancionar con la retirada de la prestación y el cierre del negocio ilegal) por dos motivos: 1) para no matar de hambre a pueblos enteros, 2) para que pueblos enteros de muertos de hambres se subleven y recurran a la violencia extrema.
el español que no incurre en el incivismo para granjearse un beneficio no es porque no quiere, sino porque no puede o porque no se le presenta la ocasión. Y que quien diga que no, miente.>/i>
…mirusté, un servidor dice no, y no miente
quién haya tenido el privilegio de recorrer la muga por el Pirineo, habrá observado (por lo visto, no sin sorpresa), que la hierba es exactamente igual a uno y otro lado de la frontera… hierba, todo sea dicho, que comen los animales, que a su vez, se comen las personas, que de ningún modo (y el que lo afirme sí que miente), definen su honestidad en razón a su nacionalidad… dicho lo anterior, le digo solemnemente al señor Caviedes que no tengo la mínima inclinación a recurrir a incivismo alguno para granjearme nada, aunque se me presente la ocasión… déjese usted de chorradas, hombre!
No, si ahora resultará que los que pagan/cobran sin IVA son cuatro gatos…
Sr. Caviedes, se pasa usted de cándido en este artículo. Que sí, que el discurso cambia con el viento, que los políticos son así, pero la población tiende al hurto y al fraude en cuanto se le da media mano.
Señor granjefeindio ¿usted se considera población? Si lo hace ¿también usted hurta y defrauda? Si no lo hace ¿qué es usted, extraterrestre?
Yo me considero extra-ordinario. Por si acaso le interesa.
Gerardo Tecé, un magnífico twittero, recogía en un mensaje algo que resume a la perfección el tema de la picaresca:
«¡Qué raro! Ponen las entradas de cine a precios razonables y las salas se llenan de piratas.»
En 2008, según el Sindicato de Técnicos de Hacienda, estas son las cifras del fraude fiscal en España:
– 71’77%: grandes empresas y grandes fortunas
– 17’05%: medianas y pequeñas empresas
– 8’59%: autónomos
– 2’59%: fraudes no empresariales
El discurso de «aquí todos somos ladrones» es la cortina de humo perfecta para que esa minoría de sospechosos habituales siga representando más del 70% del fraude fiscal en España y encima tenga los santos cojones de dedicarse a señalar al resto de la sociedad.
En efecto Galahat, una cortina de humo. De hecho Rubén Díaz acierta al desnudar el argumento de «los poderosos».
Se comenta en el Sindicato de Técnicos otra afirmacion demoledora:
«El 72% del fraude lo provocan las grandes empresas, pero el 80% de los trabajadores se dedican a investigar a ciudadanos medios y pequeñas empresas»
Una cosa es no pagar el IVA para dar de comer a tus hijos y otra para irte a esquiar a Vancouver.
Si existe el «hurto famélico» no entiendo que no se exima al padre de familia que hace una chapucilla en negro para complementar unos míseros cuatrocientos euros.
No, si nos tendremos que poner en pie, al final… Enhorabuena.
No puedo estar más de acuerdo.
http://escaleradescentralizada.blogspot.com.es/2013/08/el-dano-que-hace-lazaro-de-tormes.html
El atribuir al «pueblo español» ese carácter pícaro, forma más parte de nuestro carácter extrovertido y nuestras ganas de «presumir» que de una realidad. Y no es realidad por dos factores: Uno, no somos tan pícaros, ni por asomo, y dos, lo poco o mucho que se sea no es propio de la españolidad. Pícaros los hay en todas partes, incluso en la tradición oral y escrita de la inmensa mayoría de los países del mundo.
Pero es que además el sistema premia dicha picardía. Estos días está muy de moda el término «emprendedor». Pues bien, muchas veces dicho término no esconde más que un carácter dado a no ceñirse a las reglas y priorizar los objetivos personales a las formas y deberes para con los demás.
La historia da lecciones, basta con leer el ascenso de Thomas Alva Edison, y sus relaciones con los demás inventores de su época; Graham Bell, hurtándole la patente del teléfono a Meucci (hasta el año 2.000); las formas de actuar de Rockefeller y su ímpetu monopolístico….; y ya en nuestros días, las continuas guerras de patentes, las denuncias que solo buscan entorpecer a la competencia…; las farmaceuticas…. Cualquier multinacional que se miré ha crecido sobre el abuso, la pendencia, el engaño….. Firestone en Liberia, BMW y sus esclavos judíos…, Inditex y Bangladesh…, el servicio de atención al cliente de las telecos…; es infinita la lista.
El mundo empresarial, las más de las veces no crece sobre el talento puro; lo hace sobre la picardía.
Y luego está el tema de la política, donde se premia igualmente el tener poca vergüenza en la inmensa mayoría de las veces. Se nos olvida que en democracia se escoge entre los que se presentan, no entre los que consideremos mejores. Y es que encima, con nuestro sistema, los que se presentan pasan primero la criba de sus partidos, cuyas cúpulas ya están copadas de……
Pónganle el nombre, pero la sociedad que hemos creado es lo que es.
Y a todo esto, como dice al autor, solo se les ocurre señalarnos a las personas «normales», y decirnos que somos defraudadores y que esa es la causa de que ellos también lo sean. A gente que subsiste como puede.
Están consiguiendo que cada vez nos sintamos más culpables…, de no acabar con ellos y dejarles campar a sus anchas.
Suscribo la premisa acerca de la mayoría del mundo empresarial y el engaño del sistema político. La única diferencia es que unos se encargan de «legalizar» la picaresca antes de acceder a los consejos de administración para allanarse el camino. En Madrid estamos muy cansados de verlo en instituciones de todo pelaje.
Pingback: Corruptissima re publica
Pingback: Corruptissima re publica | Lejos del tiempo
Pingback: Errare humanum est ¿o es “informaticum”? | Cosas que un FIR
Pingback: El Lazarillo de Tormes más desconocido - Jot Down Cultural Magazine
Pingback: El Lazarillo de Tormes más desconocido – Colectivo Perrotrespatas