Política y Economía

Recuperación, reformas y la crisis siguiente

Mariano Rajoy

Hace unos días, durante su viaje a Tokio, Mariano Rajoy dijo que la gran incógnita en el futuro de España era cuán grande iba a ser la recuperación económica. El país, tras siete años de dolorosa, interminable crisis, se encaminaba hacia un futuro de crecimiento y prosperidad. Lo peor ya ha pasado. El gobierno ha arreglado el problema. Todo irá bien.

Es bastante probable que la crisis económica esté terminando. Todo acaba, tarde o temprano; incluso la más profunda de las recesiones con el más incompetente de los gobiernos tienen una salida. Una crisis acaba por destruir suficientes vidas y tejido productivo como para dejar un erial lleno de gangas. Tras seis años de desastre, los españoles estamos lo suficiente hartos de vivir en una tragedia como para largarnos del país o aceptar trabajar por un sueldo lo suficiente miserable como para hacernos vagamente competitivos a nivel internacional. Eso, junto a la recuperación económica en algún lugar más o menos lejano acabará por sacar la economía de la espiral autodestructiva de los últimos años. Tras tanto tiempo metidos en un desastre interminable, cualquier cosa nos parecerá una mejora.

La cuestión, por tanto, será responder a la pregunta de Rajoy sobre el tamaño de la recuperación económica. ¿Veremos un retorno a una economía boyante, un crecimiento sostenido, una aumento sólido del empleo y una vuelta a una senda de crecimiento estable? ¿O la recuperación será lenta y casi igual de dolorosa que la recesión?

Para empezar, vale la pena recordar cómo era la economía española antes de la crisis. En los días de vino y rosas del 2005-2006, con la burbuja a pleno rendimiento y el país creciendo a toda marcha a base de construir edificios que nadie iba a comprar, la tasa de desempleo llegó a bajar brevemente por debajo del 8%. Todo indica que la economía esos días estaba operando muy por encima de su capacidad, recalentada bajo tipos de interés negativos, montañas de créditos impagables y una demanda interna en gran medida ficticia. Con el país esencialmente gastando lo que no tenía y endeudándose hasta las trancas en una fiesta salvaje, nuestra tasa de desempleo solo llego a alcanza unos mínimos que en otras economías desarrolladas serían tomadas como una señal de una fuerte recesión. España necesitaba crecer a un ritmo totalmente insostenible para parecer una economía deprimida en el resto de la OCDE. Algo estábamos haciendo mal.

La explicación de este fenómeno es lo que los economistas llaman NAIRU, o non-accelerating inflation rate of unemployment. El concepto se traduce a veces como «tasa de paro natural» de forma informal,  que suena espantosamente mal. En realidad NAIRU es la tasa de desempleo a partir de la cual la economía empieza a generar inflación por un motivo u otro, habitualmente porque el sistema productivo tiene problemas para asignar recursos. No estamos hablando, por tanto, de que la economía precise de tener paro o ninguna bobada conspiratoria parecida; cuando hablamos de «tasa de paro natural» nos estamos refiriendo al punto a partir del cual la economía de un país empieza a quedarse sin fuelle y empieza a recalentarse, manteniendo el ritmo a base de subir precios. La NAIRU es distinta de un país a otro, según su estructura productiva, instituciones, legislación laboral, regulación de mercados, nivel de competencia y un montón de factores. Como más productiva y eficiente es economía, menor es la NAIRU.

España, antes de la crisis, era un país con problemas estructurales serios, y una tasa de empleo natural probablemente bastante más alta que la de nuestros vecinos. El mercado laboral era inflexible, segmentado, y horriblemente injusto: las empresas tenían todos los incentivos del mundo para pensar a corto plazo, contratar barato y dejar la productividad para otro día. La economía estaba lastrada por multitud de regulaciones ineficientes y torpes; abrir empresa era una odisea, pagar impuestos un galimatías y hacer trámites administrativos un ejercicio para masoquistas. El sistema financiero estaba dominado por cajas de ahorro públicas más preocupadas por financiar elefantes blancos y extravagantes proyectos urbanísticos que en evaluar riesgos. Muchos mercados vivían dominados por una cantidad muy reducida de empresas, limitando la competencia y manteniendo los precios artificialmente altos. Muchos sectores sufrían fuertes barreras a la entrada, con el Estado protegiendo a grupos de presión bien conectados (de notarías a farmacias, pasando por taxistas) a costa de aumentar costes para el resto. En algunos casos, como en el sector eléctrico, teníamos incluso oligopolios protegidos con beneficios garantizados recibiendo subvenciones completamente insensatas. El sistema fiscal bien podría haber estado escrito en arameo, con miles de agujeros y deducciones para amigotes. Lejos de incentivar la productividad, el Estado regaba de protecciones absurdas a las Pymes, de lejos el sector más ineficiente del país.

No hace falta tener demasiada imaginación para saber qué quiere decir todo esto: la tasa de paro natural en España era inusualmente alta. Los actores económicos se adaptan a las instituciones, y la maraña de torpezas en las instituciones del país acababa por crear un modelo productivo igualmente torpe. Los incentivos apuntaban a buscar burbujas y empleo basura en empresas sin ganas de crecer o competir, más preocupadas de conseguir protecciones legales y favores públicos. Acabamos por tener un país con ese mismo aspecto.

La economía española por tanto cuando iba bien no tardaba en dar con cuellos de botella que acababan por aumentar los precios, dejando la expansión a medias. Las empresas no aumentaban la productividad, al depender de contratos basura. El precio de la energía limitaba las expansiones. El sector financiero daba dinero a promotores, no a innovación. Los oligopolios limitaban la innovación en sus sectores. Abrir empresas era difícil, hacerlas crecer aún más. El sistema impositivo creaba incentivos para la ingeniería fiscal, no la inversión. Y así sucesivamente. La única forma de bajar la tasa de paro en la década pasada fue haciendo trampas gastando lo que no teníamos e importando todo lo que no podíamos producir sin comernos inflación de fuera. Cuando se acabó el crédito, se acabó la fiesta: todos los problemas estructurales volvieron a ser bien visibles, y el paro de disparó de nuevo. La caída de la demanda explica una cantidad considerable de nuestra tasa de desempleo (siete puntos, según algunas estimaciones); el resto es «mérito» de nuestra ineficiencia natural.

Durante la crisis, tanto Rajoy como Zapatero se han hartado de escuchar voces pidiendo reformas estructurales. Una reforma laboral. Liberalizar el sector servicios. Aumentar la competencia. Eliminar monopolios, regulaciones absurdas y privilegios. Arreglar el sistema financiero de arriba a abajo, saneándolo y regulándolo mejor.  Una simplificación radical del sistema fiscal para aumentar la recaudación. Invertir en educación infantil y guarderías. Reformar las universidades y el sistema de I+D. Simplificación administrativa y mejora de la administración pública. Políticas activas de empleo eficaces. Estas medidas no estaban dirigidas a crear empleo durante la crisis (eso, en todo caso, era cuestión de demanda agregada, acceso a crédito y una política monetaria expansiva del BCE), sino en asegurar que una vez hubiera crecimiento España no se enfrentara a los mismos problemas, ineficiencias y potenciales desastres que en expansiones anteriores. Aprobar reformas para tener no solo un crecimiento más equilibrado, sino para evitar quedarnos a medias otra vez víctimas de nuestro torpe sistema productivo y una NAIRU demasiado elevada.

Tras seis años de crisis, ¿hemos aprobado estas reformas? La verdad, no. Ni Zapatero ni Rajoy han hecho gran cosa. Zapatero dejó pasar la oportunidad de hacer nada en tiempos de bonanza, y se pasó dos años negando la crisis antes de empezar a tomar medidas. Sus reformas se quedaron en una Ley de Economía Sostenible llena de medidas de segundo orden y una reforma laboral inane. Mariano Rajoy ni siquiera trajo los deberes hechos de casa; su gobierno se pasó más de un año sin hacer nada,  y no empezó a aprobar reformas hasta que el BCE y sus socios europeos básicamente le obligaran a hacerlo. Sus medidas han sido, en su inmensa mayoría, grandes proclamas revolucionarias aparejadas con unos cuantos cambios cosméticos. Su reforma laboral no cambia apenas nada substancial. Rajoy ha empeorado las cosas confundiendo ajuste fiscal con reforma, a menudo con subidas de impuestos y recortes directamente contraproducentes.

La recuperación, mucho me temo, tendrá poco de gloriosa. La economía española era un edificio con unos cimientos débiles antes de la crisis, incapaz de aguantar la construcción de una economía vibrante sobre ellos sin tambalearse. Tras la crisis Rajoy ha demolido parte del edificio, eliminado la mitad de radiadores y sustituido el techo por dos planchas de latón, dejando esos cimientos intactos, y le ha llamado reforma estructural.

El crecimiento volverá, sin duda. El sistema financiero nos dará menos disgustos, una vez liquidadas las cajas de ahorros. Las empresas supervivientes son al menos exportadoras decentes, así que no nos meteremos en otro horror de balanza de pagos en una temporada. A efectos prácticos, sin embargo, estaremos en la mismo situación que en 1990: un país que crece cuando nuestros vecinos tiran del carro, siempre manteniendo una tasa de paro singularmente elevada, que encima se dispara horriblemente cuando entra recesión. La falta de reformas  no impedirá el crecimiento, pero prácticamente garantiza una expansión débil y otra recesión atroz en la siguiente crisis.

Nos hemos quedado a medias. Otra vez.

P.S.: Dinamarca, Holanda, Estados Unidos, Alemania o Suecia disfrutan todos ellos de tasas de paro natural relativamente bajas, así que no es cuestión de eliminar el Estado de bienestar o nada remotamente parecido. La NAIRU puede ser pequeña con un sector público enorme; la eficiencia de una economías tiene poco que ver con el tamaño del Estado.

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19 Comentarios

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  2. Jesús Couto Fandiño

    Aunque me duelan o rechace algunas de las críticas, en conjunto me parece mas que acertado.

    Ahora, lo de que los incientivos causan que unos actores económicos se comporten… vale eso formalmente es asi. Pero el problema español es, básicamente, que los que ponen las instituciones y los incentivos y los actores económicos son, fundamentalmente, todos lo mismo. Si no son primos son hermanos y si no comen en el mismo sitio y si no a base de sobres…

    • Todos somos actores económicos, incluso los desempleados que agotan la prestación antes de ponerse a buscar empleo.

  3. Rubén Osuna

    Excelente artículo. Estoy de acuerdo con todo lo que se dice. Algunas cosas son poco obvias, pero ciertas. Es una muy buena «foto» de la situación.

    El problema español es de productividad, que es un problema «sistémico» (todos los factores aludidos en el artículo, interconectados, y se podrían mencionar algunos más). Eso nos ha condenado a una especialización sectorial que ha desarrollado ramas con reducido valor añadido, y escasa productividad (construcción, turismo), y que se han nutrido de trabajo poco especializado (inmigración). Durante la pasada fase de crecimiento se creó muchísimo empleo en España (1 de cada 3 empleos creados en Europa), pero de ese tipo.

    La regulación laboral tiene una importancia secundaria, si bien la dualidad (el problema de la temporalidad) podría tratarse con un ajuste normativo. La precariedad en general, sin embargo, no se debe a la normativa sino a la especialización sectorial del país.

    El PIB es gasto agregado. Cuando el gasto crece con él crece el déficit exterior y el endeudamiento. El cierre de ese déficit y el desendeudamiento se producen mediante un hundimiento del gasto.

    Podemos observar que la caída de salarios no se ha visto acompañada de una caída de precios, sino de un incremento de los márgenes.

    Los ingresos públicos sobre PIB son de los más bajos de Europa, y el gasto público sobre PIB no es especialmente elevado. Tenemos un problema de ingresos. El autor acierta al señalar la maraña de deducciones y desgravaciones como uno de los problemas. El impuesto de sociedades tiene un tipo de referencia del 30% (25% para las pequeñas empresas), pero no se paga en realidad ni una tercera parte de esa cifra.

    Sobre el desastre de la universidad española mejor no hablar.

    • «La regulación laboral tiene una importancia secundaria, si bien la dualidad (el problema de la temporalidad) podría tratarse con un ajuste normativo. La precariedad en general, sin embargo, no se debe a la normativa sino a la especialización sectorial del país».

      El ajuste normativo existe, en el papel. En la práctica, apostaría a que ni un 1% de las empresas en España superaría una inspección laboral. La precariedad no solo toca a esos sectores de especialización. ¿Cómo se palió la herencia laboral franquista? Creando un mercado dual en el que los que se han ido incorporando lo han hecho en unas condiciones laborales lamentables. El sector estable, mientras tanto, lleva décadas mirando a otro lado y pensando que el que está así es porque es un trabajador no cualificado, que no lo vale, vaya. Y, como le sucedió a una amiga hace poco, llegan al punto de preguntar: «ah, ¿pero tú estudias?». La chica es biologa marina, tiene un máster fuera de España, una experiencia importante, ha vivido fuera de aquí y, tras su vuelta, lleva años enlazando contratos de auténtica vergüenza para trabajos cualificados. Y se acerca a la cuarentena.

      El otro día leí en una entrevista la frase más coherente que he visto en mucho tiempo: «a los que nunca hemos estado en el paro no nos vendría mal vivirlo una temporada». Especialmente, añado, en un país con un porcentaje de desempleo superior a la decadente Detroit y un «elefante en la habitación», la precariedad, donde la legislación laboral supuestamente existe, pero ni está ni se la espera (sin denuncias, quiero decir). Después de más de dos décadas de trabajo para una gran empresa, el otro día despidieron a mi primo. Tenía un contrato muy decente, con un buen sueldo, una buena jornada laboral y muchos incentivos. Le han echado con una buena indemnización. Mi primo no tiene ni idea de lo que es la precariedad. Lo ha visto en sus compañeros de trabajo, pero no le ha tocado y tiene una mentalidad al respecto bastante curiosa.

      Ha cruzado la línea, pero no es consciente de ello. Espero que el dinero de esa indemnización lo aproveche lo mejor posible porque no va conseguir trabajo enseguida, no va a volver a ver en su vida las condiciones laborales que tenía y, dentro de poco, comprenderá que mucha de esa gente que le rodeaba no salían de la precariedad «porque no lo valiesen o no lo mereciesen» sino porque, sin contactos, favores, ni redes clientelares estupendas de por medio, es lo que ofrece la España de hoy.

      Esto es el siglo XXI. Desgraciadamente, parece que hace falta que el número suficiente de personas cruce la línea para que algo se empiece a mover de una vez por todas.

  4. Estoy totalmente de acuerdo en todo… pero solo sobre el papel. La pregunta que me viene es ¿por qué ningún Gobierno aplica estas medidas? ¿Son todos unos ignorantes y unos insensatos? No lo creo. Más bien pienso que es un problema de cobardía. Quién quisiera ejecutar estas reformas no duraría en La Moncloa ni tres telediarios. Seguro. Iba a ponerse en contra de todos: sindicatos, partidos políticos, patronal, pymes, medios de comunicación… vamos, que el presidente que emprendiera tal tarea de renovación sería un suicida, un kamikaze político en toda regla.

    Porque en el fondo de lo que estamos hablando aquí es de eliminar privilegios, ¿no?. ¿Alguien se imagina a los taxistas y notarios quedándose de brazos cruzados mientras se liberaliza el sector? Dígaselo a cualquier notario que, por muy forrado de pasta que esté, se ha pasado buena parte de su juventud estudiando como un condenado para conseguir las prebendas de las que ahora disfruta. Dígaselo, verá lo justo que le parece.

    Otra cosa que no me convence tanto es lo del contrato único. Dicen que en otros países no ha funcionado tan bien cómo se creía. Aún así, pienso que sería buena idea, pero a muy largo plazo.

    Me explico. Yo no creo que el sistema productivo que tenemos en España (turismo y pymes) sea fruto de la actual legislación laboral. A mí me parece que es justo al revés. Es la legislación laboral la que se ha adaptado al sistema productivo. Al sector turístico y las pymes (traducido, el bar del tío Manolo de toda la vida, que en España hay cientos de miles) no les interesa los contratos indefinidos. Prefieren temporales (cuando no, directamente, gente trabajando en negro) porque no requieren de personal con mucha experiencia o formación. Solo necesitan flexibilidad y salarios bajos para contratar en temporada alta y despedir en baja.

    A la larga, claro, forzaríamos al sistema productivo a acoplarse al contrato único. Y, repito, eso sería beneficioso. Pero me da la impresión que para notar los cambios tardaríamos unas cuantas décadas, si no generaciones. Y mientras tanto, ¿qué pasa con Manolo? Seguramente es un tipo que lleve 40 años gestionando su bar de la misma manera y que no sepa ganarse el pan de otra forma que no sea servir tapas… como para reciclarse montando una empresa de software ¿Creemos también que le iba a hacer gracia ese cambio?

    En fin, que la única salida que veo es fundar un ‘Partido Suicida’ que imponga todos estos cambios a las bravas y por sorpresa para luego desaparecer haciéndose el harakiri. Pero para eso tendríamos que encontrar a unos santos mártires dispuestos a ser los parias sociales de un país durante unos cuantos años y sacrificarse por la causa. ¿Alguien se apunta?

    Ahora en serio. Pregunto (y esta pregunta va sobre todo para ti, Roger, ya que conoces bien el mundo del lobby) ¿Cómo podríamos convencer al Gobierno para que aplique estas medidas? Lo primero sería encontrar aliados, supongo, pero, ¿quiénes? ¿Hay alguien por ahí?

    • Daniel Canueto

      Fundando o reformando un partido con un interesante nicho sin explotar y encontrando reformas que beneficien tanto a este nicho como a la sociedad en general.

      Creo que las nuevas generaciones son mas tendentes al liberalismo «ideal», tanto en lo social como en lo economico, que propone este articulo. Creo que hay un nicho muy interesante que explotar de un «partido de la juventud», ya que los partidos mayoritarios han elegido sacrificar el electorado mas joven, de pocos ingresos y volatil, a cambio de priorizar el mas adulto.

    • Con tanga y a lo loco

      Un ligero detalle se escapa. Si te dedicas a ir pisando los callos de todos los colectivos de un país en aras de un supuesto beneficio del resto, al final en vez de beneficiar lo que puedes hacer es perjudicar a todos. Los políticos tienen la fea costumbre de temer al votante, lo cual tiene cosas malas y una buena. La buena es lo que les diferencia de los reformistas-toreros de salón: a los segundos nadie les pedirá cuenta de sus errores.

  5. Solo hay que mirar el mapa del paro por regiones para ver cuál es el problema. ¿Dónde tiene más peso en el PIB la industria? En Euskadi. ¿Dónde hay menos paro? Pues eso. Los que dependen del turismo y la agricultura (Extremadura, Andalucía, Murcia, Valencia) son los que más paro tienen. Y ojo con Cataluña, que también ha perdido mucha industria y tiene una tasa de paro muy alto. El turismo solo da de comer 4 meses al año como mucho, y las personas tenemos la mala costumbre de comer los 12 meses del año. Si el dinero que hemos enterrado en salvar bancos zombis lo hubiéramos empleado en incentivos para empresas, otro gallo nos cantaría.

  6. Alenjandro

    Solo puedo decir: Ea, ea y ea.
    Más claro, agua. Esto es insoportable.

  7. Y si el crecimiento economico no vuelve nunca? Porque los recursos naturales son finitos y nuestro sistema economico pretende el eterno crecimiento… Y todo eso que nadie quiere entender. Que bien viviamos cuando teniamos petroleo…

  8. R. Maitland

    Suscribo la idea central del autor, pero discrepo cuando dice que la última reforma laboral «no cambia apenas nada substancial».
    Los empleadores con una causalidad muy laxa, pueden bajar el sueldo a sus empleados o despedirles con una indemnización de como máximo un año de salario. Desaparece la ultraactividad de los convenios colectivos, lo que puede acabar significando que el suelo de tu salario sea el SMI.
    No es el despido libre, pero una reforma de tal calado tiene lugar en los 80, cuando los sindicatos tenían fuerza y legitimidad, y se arma una muy gorda.
    Supongo que se verán los resultados en el empleo cuando empecemos a recuperarnos. Si es que dan resultado estas recetas, claro.
    En cuanto al resto de reformas estoy de acuerdo. Más cosmética que otra cosa.
    Y finalmente una triste y muy poco halagüeña noticia. Seguimos sin ponernos de acuerdo en lo más importante para el futuro moral, cultural y económico del país. Más importante incluso que el modelo de Sanidad o de Pensiones. La Educación.

  9. Muy buen análisis de la situación.
    ¿De verdad no hay nadie en los ingentes equipos de asesores de los sucesivos gobiernos que haya llegado a esta conclusión y hecho presión para fomentar un cambio?

  10. Previsible y teórica respuesta de Mariano Rajoy.

    «It’s very difficult todo esto».

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