Sociedad

Donde Valencia hace su digestión

Antiguo cauce del río Turia (3)

En las dos últimas décadas Valencia se hizo a golpe de previsiones de retorno. Justificando gastos en infraestructuras y espectáculos muy costosos bajo el juramento de que traerían un aguacero de inversiones. Sin embargo, lo que han dejado es un suelo tan reseco que sus grietas  deslizan al abismo. Es lo que tiene construir partes meteorológicos a partir de isobaras de ficción.

En este tiempo Valencia se ha vuelto también una ciudad moderadamente turística, cómoda y agradable para el visitante. Un poco moderna, un poco hortera, un poco auténtica. Con una mezcla de turismo joven (es el lugar de destino preferido del Homo Erasmus) y de adultos con querencia por el ticket urbe-playa. Una de las aspiraciones principales, la de acoger al turista de elite, ha terminado gripada. Quiso ser Mónaco y fijar a los millonarios a los que alquilaba por horas, pero ha terminado siendo un enclave mediterráneo de tirada popular.

Los errores de cálculo en las previsiones han sembrado el desencantado entre los ciudadanos de siempre, que aunque los celebraron con pompones no han acabado de tolerar como propios los jalones arquitectónicos. La Ciudad de las Artes y las Ciencias, para la que se busca una gestión privada que resuelva su entuerto, no ha ido más allá del pegote, vacía como está de contenidos. La Marina Real, supuesta lanzadera hacia la Valencia del mar, está más desangelada que el estadio del Getafe.

En medio de la purga y tras la desaceleración de la Valencia de las lentejuelas, ha tomado el protagonismo una dotación kilométrica habitualmente desdeñada: el antiguo cauce del río Turia, convertido desde finales de los 80 en un jardín continuo de nueve kilómetros. Un eje verde que atraviesa todo el plano. De haberlas, las ardillas podrían cruzar por aquí de punta a punta sin pisar asfalto. Es el verdadero hecho diferencial de esta ciudad respecto a cualquier otra. Un símbolo de por dónde debería guiar su futuro. Comienza al oeste, desde los bordes de huerta,  hasta llegar al este, casi a puertas de los muelles. Justo en su último tramo, le acompaña, a modo de finisterre, la Ciudad de las Artes y las Ciencias.

Antiguo cauce del río Turia (2)

El antiguo cauce del Turia es el sendero a todo. Representa la victoria de la sociedad civil, que impuso su idea de cubrir el viejo río con árboles y hierba frente a la ilusión institucional de clavar una autopista. Es el conducto a través del cual la ciudad hace la digestión. Remueve a todos los estratos, agita en un mismo espacio a los ciudadanos de todos los barrios, es la avenida total por la que se intercambian los sabores. Hundido unos metros por debajo de las calles, el viejo lecho tiene trazas aislantes.

También es la victoria sobre una bestia.

Antes todo esto era el agua de un río que un lunes de octubre despertó en bestia para desgarrar a su ciudad. Ese lunes del 57 no llovía, pero el Turia venía tan hormonado por las precipitaciones en pueblos precedentes, que ya sin capacidad para aguantarse se le vino encima a Valencia, y justo en ese instante comenzó a jarrear desde el cielo, ensañándose. Ya sumergida (solo la Valencia romana resistió al chapuzón), a la una de la tarde el río se desbordó de nuevo inundando sobre lo inundado. Bajo el agua, alrededor de un centenar de cadáveres.

La reacción, como la turba que condena a la horca al violador de sus hijas, fue enclaustrar a la bestia. Enviarla al sur, que todo lo puede. Tras aplicarle un ambicioso plan de ingeniería fluvial, el Turia quedó confinado en las afueras de la ciudad, donde permanece desde entonces. Previamente, el alcalde franquista del momento, Tomás Trenor (de origen irlandés), montó una rebelión popular contra el régimen, al que acusó de indolencia en las ayudas tras la inundación. El Madrid que, ay, abandona a Valencia. A los pocos días Franco le quitó la alcaldía.

Con el lecho seco durante años, las malas noticias no terminaban. El Ayuntamiento propuso cubrir los nueve kilómetros del viejo río con una autopista urbana de 28 metros de ancho, una daga atravesando el corazón. Una pista rápida que tendría que facilitar la conexión entre Madrid y el puerto de Valencia. En el periódico vespertino Jornada, la periodista Rita Barberá titulaba «El cauce va por buen cauce».

La crisis económica previa a la Transición congeló las inversiones que debían hacer del cauce un enjambre de vehículos. Una minoría vociferante, irritada por los ataques urbanísticos que estaba padeciendo el Saler (satélite vegetal de la ciudad), propagó al resto de vecinos el deseo verde de cubrir de vegetación el viejo río. Insólitamente, ganaron. Con la democracia municipalista en pañales, el tsunami reformista consumó el primer gran icono moderno para los valencianos. En 1987 comenzó la obra y siembra con el propósito de cambiar la ciudad. Del desgarro nació el gran hecho diferencial: una riada verde por donde Valencia —acostumbrada a tragarse cuantiosos tropezones— hace una digestión tranquila.

Antiguo cauce del río Turia (1)

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9 Comentarios

  1. Pues si, es el Central Park Valenciano :) y mientras la gente ha dejado de ir a la CAC una vez pasada la novedad, el pasear por el rio, andando, corriendo, en bicicleta, patines… lo de toda la vida vamos, sigue sobreviviendo a cualquier crisis

  2. Estando de acuerdo en el tremendo gasto que supuso, me parece que siempre se hace con este tema un análisis parcial. A día de hoy la CAC recibe al año un millón y pico de visitantes. Cierto es que según los cálculos que el perido de retorno de la inversión se sitúen en los 35/40 años es una barbaridad, pero es que hay que tener en cuenta los beneficios indirectos que para la ciudad ha supuesto. Lo que se ha hecho en los últimos 15 años ha logrado poner a Valencia en el mapa internacional, y los que visitamos y conocemos la ciudad desde hace más tiempo hemos visto cómo poco a poco se ha convertido en una ciudad más cosmopolita. El acoso y derribo que existe en este país con Calatrava es para estudiar, porque si conocieran con detalle los devenires presupuestarios de los grandes arquitectos internacionales quizá se plantearían que no es tan «extraño» lo que pasa con sus proyectos y empezarían a valorar más sus obras que ponen a España dentro del panorama mundial en cuanto a arquitectura se refiere.
    A mí me resulta sorpresivo que siempre se presente este tema como paradigma de todo el mal que se ha ejecutado en los últimos tiempos, mientras que no se dice nada de todo lo que se construyó gastando unos presupuestos desmesurados, quedando en muchos casos a medio hacer y estando muertos de risa a día de hoy para la Expo del Agua de Zaragoza. O el caso de la CIudad de la Cultura de Santiago…En fin…que está claro que los dispendios económicos no se justifican porque los demás los hagan también (aunque en ciertos casos la diferencia a considerar es que los pague el Estado y no la CA), pero repito que no se puede estar continuamente con el mismo mantra, lanzando el mismo eslogan y no haciendo un análisis más detallado.
    Otro punto a considerar es que el hecho de que vaya a privatizarse implica que hay inversores que consideran que puede ser una buena baza. Algo realmente ruinoso ningún inversor se jugaría ni uno de sus euros en apostar por ello.
    Como siempre que sale un artículo demonizando este tema y haciendo que todo el mundo vea a Valencia desde el mismo prisma les diré que merece la pena visitar la ciudad, vivirla y luego sacar conclusiones.

    • Pues qué quieres que te diga, vivo en la mencionada ciudad, y muchos estamos hasta las narices de la zona de la Ciudad de las Artes y las Ciencias.

      Estaba bien en su día, a pesar del desmesurado gasto que todavía no hemos pagado y que probablemente no terminemos de pagar jamás, pero el colmo de los colmos fue cuando estos últimos años al bonito paisaje que formaban los edificios de la Ciudad de las Artes y las Ciencias, el Oceanográfico, l’Hemisfèric, y demás se les empezaron a añadir cosas apretujadas que se han cargado el paisaje.

      Vease la «concha» (como le decimos algunos por aquí), un monstruo metido a presión en el paisaje de la zona con goteras y que por cierto, es un horno gigante, construido con pequeñas teselas azules que si no estás justo en frente no notas (lo cual debió disparar el presupuesto una burrada para que al final no se note y esté en mal estado), y el «jamonero» (el puente que han hecho también con un pilar de desmesuradas proporciones estropeando el paisaje).

      La lista se hace más y más grande, seguimos sin haber pagado esas obras, y se hacen más y saturando lo que ya había…

      Algo falla en Valencia…

    • legayetan

      Excusatio non petita, accusatio manifesta…

  3. Pingback: Lecturas de Domingo (10) | Ciencias y cosas

  4. Love Trooper

    A pesar de todo lo que se ha dicho, y guste o no admitirlo, el cambio morfológico que ha tenido Valencia en las 2 últimas décadas (especialmente la 2ª) ha sido tan espectacular como desconcertante. Es cierto que el parque del Turia es formidable (yo lo disfruto mucho cada vez que voy) pero otras estructuras ya no lo parecen tanto. Al final de este parque aparece una bonita e imponente postal mastodóntica (CAC) que no invita a entrar sino mas bien a observarla al paso por el lugar y admirar sus dimensiones. Rentable no sé si lo será, como tampoco sé si alberga tanta ciencia y cultura como en un principio se anunció. Eso sí, imponente lo es y mucho. Estoy seguro de que más de uno pensará que no es precisamente el mejor colofón a un parque que ya desde Cabecera empieza muy bien, pero que no está tan claro si el tramo final mantiene esa armonía naturalista y sugerente. Prefiero no caer en manidos argumentos escuchados mil veces ya, porque sinceramente no me apetece criticar gestiones políticas de un pasado reciente enfocadas a negocios (encubiertos?) o proyectos faraónicos (innecesarios?). Valencia es una gran ciudad, que ha sufrido el azote de una crisis empeorada por supuestas tramas indecentes y traidoras a sus promesas. Pero ante todo, es un lugar agradable y acogedor donde poder vivir, con encanto y entretenimiento. Y eso, hoy por hoy no lo ha destruido (aún) ningún señor con traje y corbata dando discursos bajo las siglas políticas de turno.

  5. Un claro ejemplo de por qué debería escucharse más la voz del ciudadano de a pie.

  6. Pingback: La sorprendente resiliencia económica de nuestras ciudades | Lejos del tiempo

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