Empezar desde tres Opinión

Juanjo M. Jambrina: La mejor oferta

La mejor oferta

El colosal éxito de ventas de la novela Cincuenta sombras de Grey ha revolucionado el mundo editorial y ha vuelto a dejar en la playa la oronda osamenta del amor, uno de los sentimientos, junto con el miedo, con mayor poder de transformación social. La nutrida legión de detractores de la listísima E.L. James se traducirá sin demasiada tardanza ni rubor en una pléyade de novelitas, ensayos y libros de poemas con el amor como primum movens. Con los best sellers suele suceder que los acerados críticos vierten con una mano la cicuta mientras con la otra se esmeran en aprovechar la estela ganadora. Lo que no podíamos prever es que en estos tiempos de Grey hubiese un realizador de cine que osara disparar a quemarropa contra el corazón del amor. Esto no estaba previsto. De ahí, el valor añadido que aporta La mejor oferta, la última y gran película de Giuseppe Tornatore. El realizador italiano ha hecho una cinta fascinante sobre la condición humana a través de los costurones que dejan en el alma la impostura y la falsificación en las relaciones sociales. La propuesta de Tornatore es fría y tajante: todos los sentimientos pueden impostarse y el amor, el todopoderoso amor, ese amor mas poderoso que la muerte, puede ser falsificado como cualquier otra ferralla sentimental.  La mejor oferta cuenta las desventuras de un veterano, maniático y acaudalado marchante de arte, Virgil Oldman (Geoffrey Rush), al intentar establecer una relación sentimental por primera vez en su vida con una extraña joven aquejada de una grave agorafobia que la recluye en casa sin contacto social alguno. La película tiene varias secuencias memorables. Pero hay una antológica. En ella, un Virgil Oldman abrasado por la fiebre del amor intenta seducir a través de la pared a la mujer deseada, a la que no ha visto nunca. Ese concreto tramo es un inolvidable poema audiovisual narrado con una delicadeza inusitada. Tornatore dispara sobre el amor, sí. Pero es que además dispara sobre el amor idealizado, la peor variante que se conoce y la mas difícil de combatir en su loca deriva. Este cuestionamiento del amor Grey es muy valorado por los críticos de la ficción/micción. En el desdén que el guión desprende hacia ese espectador común y bienpensante que ha pasado la vida libando almíbares sentimentales está la mayor fortaleza de esta película.

Al ver al enamorado Oldman, un impostor como crítico de arte, sudar la gota gorda para conseguir la mano de la joven fóbica, hábil simuladora de afectos, me vino a la mente aquella gran experta en falsificaciones llamada Patricia Highsmith. Incluso me atrevería a trazar algunos paralelismos entre los territorios Highsmith y Tornatore. ¿Acaso no llamó la escritora al amor «ese dulce mal», denostándolo? ¿Acaso Tom Ripley y Virgil Oldman no comparten el fervor por las obras de arte falsificadas? ¿Acaso Virgil, la joven fóbica y los personajes de Patricia no construyen sus vidas en torno a su deseo esquivando el orden social a través de la impostura? La duda básica que sostiene nuestra comedia más humana la expresó Highsmith en su maravillosa novela El temblor de una falsificación: «Se trata de saber si una persona crea su propia personalidad desde dentro o si él y sus valores son la creación de la sociedad que le rodea». Una duda aún no resuelta porque en ese dilema moral seguimos enfrascados. Tanto los personajes de Patricia Highsmith como el tornatoriano Virgil Oldman falsifican para ser lo que quieren ser, para rebelarse contra un entorno hostil. Y fracasan cuando dejan de hacerlo. De hecho, la propuesta de Highsmith supera el clásico aforismo de la psicología interpersonal que sostiene que «ser es ser alguien y ser alguien es serlo para los demás». Highsmith y Tornatore confían en el sujeto, en la capacidad del sujeto de crear sus propios valores frente al entorno subyugante. Pero al final de la película, al final del viaje de Virgil Oldman, Tornatore llega agotado. El italiano apenas acierta a dejar a su antihéroe perplejo, magullado y solo. Sin embargo, la novelista Highsmith tenía muy claro como resolver las ausencias, como lidiar con la soledad, con el último tramo del viaje. Hacia 1968, tras una ruptura sentimental, escribe en tono plano en su diario íntimo: «La vida sin otra persona, la sensación de depresión de vez en cuando. Gran parte de la dificultad está en no tener al lado a otra persona para la que hacer un poco de teatro: vestirse bien, presentar una expresión agradable. El truco, a veces difícil, está en mantener la moral sin la otra persona, sin el espejo». Ese truco salvador, que ella, impostora eterna, tampoco supo sacar adelante nunca.

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14 Comentarios

  1. Para muchas personas, mujeres especialmente, el acto de emparejarse se asemeja sospechosamente al acto de comprarse un perro. Tanto da que sea este perro o aquél. Lo que importa es tener mascota. Que te haga compañía. Y que cumpla con unas características específicas y a la carta: que sea dócil y fácil de amaestrar, que no ladre, que sea juguetón y sociable, que sea limpio y aparente para dar envidia a las amigas, …

  2. Juan José Martínez Jambrina

    Estoy de acuerdo, Saulo. Pero yo creo que llegan a ese punto tras muchos naufragios. Cuando actúan así, lejos de estar eligiendo algo, es que no les queda mas remedio. Son personalidades tan precarias que quiebran a la menor exigencia en una relación interpersonal.

  3. Mr Statler

    Sr. Jambrina;
    Virgil Oldman NO es un crítico de arte.
    Tampoco es un apasionado de cualquier falsificación. Tiene un fetiche en los retratos femeninos.
    Oldman tasa y subasta objetos y busca el sujeto en las pinturas de su habitación privada. Hasta que una voz débil le rompe todos los esquemas.

    • Juan José Martínez Jambrina

      Mr Statler. ¿Un fetiche? No lo creo. Virgil juzga, tasa y subasta. es un experto en detectar falsificaciones. Y las escasas relaciones que mantiene, la amistad con su cómplice en las subastas, es impostada.
      De acuerdo en que busca el sujeto amado en las pinturas de su colección privada.

    • Juan José Martínez Jambrina

      Excelente nick el suyo, Statler. ¿Qué fue de Waldorf?

  4. Creo que los dos comentarios tiran de uno tópicos que los lectores de estos tipos de revistas ya tendrían que tener superados. Recaer en los esterotipos es lo que nos impide progresar.

    Y si no es así, mal andamos por esta nuestra patria, por mucho que nos pueda pesar a alguno.

  5. Pingback: Bitacoras.com

  6. El comentario de Saulo me ha evocado una definición que tenía un amigo acerca del matrimonio: proceso permanente de doma del hombre por parte de la mujer, que fracasa cuando el hombre resulta domado.
    Amor y verdad se llevan mal, lo cual no anula la existencia o aspiración de ambos conceptos. Shakespeare tiene algún soneto luminoso al respecto.

  7. Tengo que leer esa novela.

  8. Pingback: Sobre “La mejor oferta”, de Tornatore (solo para los que la hayan visto) | atonitoperpetuo

  9. Pingback: La mejor oferta – Los dias de la playa

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