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Supervivientes natos

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Un mediodía de finales de junio, allá por el 2000, me fui a comer con mi entonces jefe de investigación Josep María Gili. Nos sentamos a comer un menú de precio fijo en un restaurante cercano al antiguo Instituto de Ciencias del Mar en Paseo Juan de Borbón de Barcelona, y me contó una historia fascinante que había ido fraguando durante la última experiencia antártica que habíamos compartido hacía apenas unas semanas ¿Y si los organismos que viven en los fondos marinos a cientos de metros en las aguas que rodean el continente blanco fuesen en gran parte relictos de hace decenas de millones de años? 

¿Podía ser esto cierto? Era en cierto modo hasta inquietante pensar que en la Antártida, bajo cientos de metros de agua, viven, en los suelos marinos, muchos organismos que han sufrido pocas modificaciones debidas a la evolución durante los últimos 100 millones de años. Pero la hipótesis era plausible, no solo por las evidencias geológicas, sino por la propia naturaleza de la porción de hielo y tierra más austral del planeta. La larga deriva continental constituyó la condena al ostracismo de ese enorme lugar del planeta que ahora conocemos como el continente blanco. Pero no siempre fue así. El aislamiento de la Antártida es algo que lleva arrastrándose desde hace mucho tiempo. Hace unos 110 millones de años había helechos, dinosaurios, insectos… era un sistema templado que empezaba a derivar hacia el sur, separándose de Australia y África (ahora este continente está a más de 3800 kilómetros) y empezaba a distanciarse de Sudamérica. El ambiente se tornó cada vez más frío, pero todavía había un corredor con el cono sur americano, hasta que hace unos 35-30 millones de años atrás el vínculo con el continente más cercano se rompió. Posiblemente las primeras placas de hielo se originaron hace unos 34 millones de años, en consonancia con un descenso brusco del CO2 atmosférico que provocó la caída de unos 4ºC de media en todo el planeta.

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Ejemplo esquemático de la fauna en el Cretácico (arriba) y en la actualidad (abajo) de los fondos marinos antárticos. Dibujo de Jordi Corbera.

Empezaron a crearse unas sinergias concretas, en las que el aislamiento en forma de corrientes alimentadas por un clima extremo se hicieron más y más pronunciadas hasta crear un lugar en el que era difícil (aunque no del todo imposible) salir o entrar. Formándose el frente polar se aisló de forma definitiva el continente del resto de planeta, sobre todo desde un punto de vista biológico, creándose un lugar imprescindible para entender la termodinámica terrestre pero, a su vez, solo apto para aquellos organismos que pudiesen resistir las tremendas imposiciones de bajas temperaturas y fuerte estacionalidad.

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Corriente circumpolar antártica. Fuente www.marenostrum.org

Cuando hace unos 70 millones de años empezó a centrarse en el sur, su clima comenzó, poco a poco, a cambiar de forma permanente. La formación de una inmensa masa de hielo sobre la tierra emergida (en determinados lugares de hasta varios kilómetros de espesor) debido a la permanente situación de extremo frío en la zona provocó un ambiente de una hostilidad helada sin parangón (si exceptuamos determinadas zonas del polo norte). Pero bajo ese implacable ambiente exterior, en las aguas antárticas, la abundancia de plancton iba a permitir, junto con la estabilidad de las frías temperaturas del agua, el establecimiento de un jardín animal en los fondos oscuros e impenetrables comparable en diversidad y exuberancia a los arrecifes de coral o a las comunidades del fondo del mar Mediterráneo.

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Animales del fondo antártico a unos 200 metros de profundidad. Foto Julian Gutt-AWI.

La base de dicha comunidad está formada por suspensívoros bentónicos, animales que se alimentan de partículas en suspensión vivas o muertas (detritus, huevos, pequeños crustáceos, etc.) sin moverse del lugar, como árboles animales. Pero lo hacen en un hábitat muy peculiar: los animales que viven sujetos al fondo (esponjas, gorgonias, etc.) lo hacen en un fondo blando. Ya ¿Y qué tiene eso de especial? Si miramos alrededor, veremos que la mayoría de estos organismos en nuestro planeta viven en fondos duros (roca), siendo poco amigos de aventuras en fondos blandos (arena, fango, etc.). Hay un porqué. En cantidad moderada, gorgonias, corales o esponjas pueden tolerar una cierta carga de sedimentos y otras partículas, pero el exceso, sencillamente, las ahoga. En la Antártida no hay ríos, y la cantidad de detritus que transportan los glaciares desde tierra no es comparable al transporte de caudales como el del Nilo, Mississippi o Amazonas. En tiempos pretéritos, animales como los de los fondos del continente blanco campaban por todo el planeta, pero poco a poco fueron desplazados por animales como bivalvos o gusanos poliquetos que sí podían (de forma eficiente) filtrar esas partículas, y adaptarse a los fondos blandos llenos de arenas y fangos que invadían el orbe por la paulatina formación de grandes ríos. Muchos organismos que dominaron durante el Cámbrico o el Paleozoico fueron arrinconados poco a poco en lugares más profundos, donde todavía podían dominar el espacio y desarrollar sus ciclos vitales.

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Variedad de Gorgonias cercanas al frente polar. Foto Wolf Arntz.

Por otro lado, la temperatura del agua en la Antártida, mucho más baja que en otros lugares del planeta (hasta 2°C en verano y unos -1.8°C en invierno), impidió la proliferación de grandes depredadores, rápidos y eficientes como tiburones, grandes peces o cangrejos. Estos animales tienen unos requerimientos metabólicos mínimos (para respirar, mover su musculatura, etc.) que se ven bloqueados ante temperaturas tan bajas, por lo que no pueden penetrar este cinturón acuático invisible. Los organismos que sí pueden se han diversificado, y aquellos que permanecieron millones de años aislados apenas tienen depredadores importantes en vastos lugares de las aguas antárticas. Sin embargo, en determinadas zonas septentrionales del continente, la temperatura del agua se está elevando, y algunas especies ya empiezan a «perderle el miedo» a entrar en esta impenetrable zona del mundo.

Otro factor a tener en cuenta para comprender la supervivencia durante tantos millones de años de estos animales del fondo del mar es que los antecesores de los organismos que observamos ahora en los fondos antárticos sobrevivieron a uno de los más traumáticos cataclismos que ha sufrido Gaia: el impacto del meteorito hace unos 65 millones de años. Pero, ¿cómo? Mientras que la extinción del Cretácico tuvo consecuencias obvias para la fauna de zonas someras del planeta, los animales que vivían en áreas más profundas no se resintieron tanto. Se ha deducido que el impacto del meteorito provocó directa e indirectamente un colapso en la producción primaria oceánica (sobre todo en algas microscópicas). La gran nube de cenizas y polvo provocada por el impacto de la bestia meteórica debió de rondar nuestra atmósfera durante semanas o meses, impidiendo que gran parte de la luz (esencial para las algas) llegase a cumplir los mínimos requisitos de fotosíntesis para esos organismos unicelulares (y también otros pluricelulares). Las algas se aletargaron, entrando en un estado «durmiente» hasta encontrar las condiciones de luz favorables, pero los organismos que dependían de ellas… no tuvieron tanta suerte. Sin embargo ahí, en las zonas más profundas del océano y en los mares antárticos, esponjas, gorgonias y otros muchos organismos resistieron porque estaban acostumbrados a las carestías de luz, producción de algas y por tanto alimento: durante meses no hay luz en la Antártida, y por tanto han de resistir sin que les llegue un aporte continuo de la zona superficial en la que se dividen las algas microscópicas. Su ciclo vital está adaptado a sobrevivir a largos periodos de carestía alimentaria. Su dieta, en parte constituida por finas partículas con las que otros organismos apenas pueden sobrevivir, les ha permitido resistir las fuertes oscilaciones de producción de alimento que se dan en la columna de agua de la zona más extrema del hemisferio sur. Es decir, que ni siquiera la irrupción del gran meteorito los habría hecho desaparecer.

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Estados de sucesión de los organismos del fondo en la Antártida tras haber pasado un iceberg (de más perturbado hasta rehacerse la comunidad). Dibujo de Jordi Corbera por gentileza de Josep-María Gili.

Pero queda la cuestión de las glaciaciones. En efecto, el avance y retroceso de los glaciares, de la inmensa masa de hielo de cientos de metros de profundidad, los exterminaba una y otra vez de la plataforma continental, aun estando a 200 o 300 metros de profundidad. Sin embargo, al poder los organismos refugiarse en zonas profundas (a cientos o miles de metros de profundidad en zonas del talud continental, cañones submarinos o incluso abisales) donde el hielo era incapaz de lamer el fondo, estos volvían a reconquistar el espacio perdido cuando el glaciar retrocedía.

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Avance y retroceso de los glaciares antárticos en distintas épocas de la historia del planeta.

Por eso los organismos antárticos, adaptados a un clima hostil en lo que a la temperatura concierne pero rico en cuanto alimento (al menos durante un lapso de tiempo determinado en el ciclo anual) y estable en muchos aspectos, han sido capaces de resistir inclemencias climatológicas de un planeta siempre cambiante. ¿Podrán sobrevivir a la peor de las perturbaciones, o sea, a nosotros?

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Más información en:

Gili J.M., Palanques P., Isla E., Arntz W.E., Clarke A., Orejas C., Teixidó N., Rossi S., López-González P.J. (2006) A unique assemblage of epibenthic sessile suspension feeders with archaic features in the high-Antarctic. Deep-sea Research Part II 53: 1029-1052

 

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5 Comentarios

  1. Pingback: Supervivientes natos

  2. qui sait?

  3. Excelente post. Magníficamente explicado, además de dibujos de biología como los de antes. Gracias, Sergio.

  4. Pingback: Supervivientes natos | Justa, lectura y conversación

  5. Aldo Ortega

    Muy interesante análisis sobre la posibilidad de la supervivencia de las especies y su poca evolución debido a su aislamiento… Seguramente sea altamente probable encontrar algunas especies de microorganismos existentes desde hace millones de años, así como muchas muestras de plantas con la misma antigüedad, pero lo más inquietante es que a pesar del gran esfuerzo que han hecho estas especies por sobrevivir tantos años, con una simple intromisión del humano en su ecosistema es suficiente para que comience a deteriorarse, y aún sin interactuar directamente con él, hemos comenzado a afectarlo debido al calentamiento global producido por la contaminación que generamos; tal vez muchos piensen «…pero de aquí a que suceda ello pasará mucho tiempo…» pero al ritmo al que vamos terminará desapareciendo más rápido de lo que cualquier científico lograse calcular…

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