— ¿Por qué la gente piensa que los artistas son especiales? Es sólo otro trabajo.
Andy Warhol
Estaba buscando palabras grandilocuentes para comenzar el artículo, a modo de presentación de Frank Gehry, y no acabo de encontrar la combinación perfecta; la frase prácticamente se construye sola sabiendo que ha de contener, invariablemente, el poker formado por “arquitecto/autor/museo/Guggenheim”, y si jugamos con comodines, añadiríamos “Bilbao” para obtener el repoker. A estas alturas, la imagen —que no la frase— que se ha formado en la mente del lector es instantánea:
Hasta hace unos veinte años, las cuatro primeras palabras sugerían al oyente iniciado en el arte y/o la arquitectura el nombre de otro Frank, Lloyd Wright, que fue el autor del Museo Solomon R. Guggenheim de Nueva York, en 1959, una excepcional obra del creador de la vivienda unifamiliar más famosa de la historia de la arquitectura: Fallingwater (La Casa de la Cascada).
El museo cuenta con un original y singular diseño interior: para poder contemplar las obras que se exponen, se ha de tomar un ascensor para subir hasta el nivel superior, donde comienza medio kilómetro de galería expositiva en disposición helicoidal (figura 2), derramándose como la peladura perfecta de una patata, hasta el hall donde hemos tomado el ascensor.
El de Nueva York fue el primer museo con ese nombre. Hay gente a la que le sorprenderá descubrir que existen tres museos Guggenheim en el mundo al margen del sobreexpuesto edificio vasco, pero no al inteligentísimo lector habitual de Jot Down. Si por un capricho del azar, usted no pertenece a ese selecto club y es un neófito al que Google ha mandado hasta aquí como resultado de la cadena de búsqueda SEXO CON PULPOS, quédese, está en su casa, ilústrese con nosotros, descubra el engaño del que ha sido objeto porque la Figura 1 NO es el Museo Guggenheim de Bilbao.
Titanio parece, Guggenheim no es
En efecto, la figura 1 es una magnífica instantánea del Walt Disney Concert Hall de Los Ángeles —también de Gehry—, finalizado en el año 2003. Sí, todos estamos pensando lo mismo: Frank Gehry, por favor, ten un poco de vergüenza. Tal vez el arquitecto es de los que piensan que si algo funciona, por qué vas a cambiarlo. O ande yo caliente, ríase la gente. El caso es que los bocetos del Walt Disney Concert Hall son anteriores al Guggenheim Bilbao, a pesar de que el museo vasco se finalizó seis años antes que el edificio angelino. Gehry tenía claro que le gustaba la idea y, como parecía que el proyecto del Concert Hall se iba a quedar en nada, decidió tirar para adelante con los bocetos de Los Ángeles, pero en Bilbao; y no para un auditorio, sino para un museo. ¿El arquitecto se adapta a su entorno o hace que la obra se adapte sí o sí a un concepto que se le ha metido en la cabeza?
Dejando de lado nimias implicaciones referentes a la confidencialidad, la ética profesional y la jeta, esa excusa (que el proyecto de Los Ángeles se iba a abortar) puede ser moralmente asumible. Pero una vez que el proyecto del Concert Hall se reanuda y el Guggenheim de Bilbao ya se ha ejecutado, publicitado y aplaudido mundialmente, convirtiéndose en un icono del siglo XX, lo razonable sería haber comenzado de cero y no autoplagiarse. A la vista está que no fue así (la sustitución del titanio por acero inoxidable no me parece suficiente cambio).
Sinceramente, no sé cómo tomármelo; si como un astuto guiño warholiano al arte fabricado en serie o un desvergonzado intento de aprovechar al máximo el tirón del One Hit Wonder de la arquitectura contemporánea. Pero lo que está claro es que no se puede entrar en análisis metafóricos sin desprestigiarte como analista: lo que es válido para Bilbao no puede serlo para Los Ángeles. ¿O cómo encaja un “barco varado junto a la ría del Nervión, que rememora las antiguas navieras de la ciudad vizcaína» en la cinematográfica y cosmopolita capital californiana, sin que parezca un oopart?
CATIA, RISA, ANSYS y otras chicas del montón
El proyecto del Guggenheim de Bilbao se hizo famoso por la innovadora utilización de cierto software y hardware que nunca se habían empleado para el diseño arquitectónico. Gehry trabajaba sobre maquetas que posteriormente escaneaba en tres dimensiones y, con la ayuda del programa CATIA, trasladó los volúmenes a un despiece ejecutable industrialmente ya que, dadas las intrincadas formas y alabeos de las fachadas, cada plancha de titanio ha de estar cortada para colocarse en un lugar determinado. El arquitecto de origen canadiense se tomó todas esas molestias para el revestimiento, para el impacto visual final; cualquiera que tenga un poco de sentido común intuye que el aplacado metálico ha de colocarse sobre una estructura que soporte tanto el peso propio de los elementos que conforman la edificación como las solicitaciones —por ejemplo, del viento— a las que va a estar sometida. En este aspecto, se puede decir que Gehry trabaja como un artista, no como un técnico. Se desentiende de conceptos necesarios para la plena definición, funcionalidad y programa del edificio, centrándose casi en exclusiva en el aspecto estético. Es respetable que conciba sus trabajos como obras de arte pero también es justo que se conozca este hecho y dar el reconocimiento que se merecen los calculistas que hacen realidad esos conceptos. Por ejemplo, Torres Blancas es con seguridad la edificación residencial en altura más bella del país, mérito que hay que reconocer al arquitecto Francisco Javier Sáenz de Oíza; pero esos voladizos circulares y pantallas delgadas de hormigón se hicieron realidad gracias al cálculo estructural de Carlos Fernández Casado y Javier Manterola. Del mismo modo, así como se debe destacar la importancia de CATIA en el desarrollo de ciertos aspectos de la labor arquitectónica, se ha de poner a la misma altura los programas de cálculo de estructuras como RISA o ANSYS que permiten dar solidez y estabilidad a filigranas que aparentan ser ingrávidas sobre el papel, pero que en la realidad son más pesadas que llevar un cerdo debajo del brazo.
Porque ¿qué nos han dado los romanos? EL VINO
Es muy famosa la anécdota sobre la negociación que llevaron a cabo los responsables de Herederos del Marqués de Riscal con Gehry, a propósito de un edificio singular que querían construir como reclamo publicitario mundial: dado que el arquitecto tenía la agenda muy apretada y no veía muy claro el poder hacer frente en unos plazos razonables el proyecto, le remitieron un carta de súplica para que recapacitara, junto con una botella de vino del año que nació el arquitecto (¡1929!). No ha trascendido si Gehry, al trasegar los caldos, llegó a la fase de cánticos populares, pero parece que a la de exaltación de la amistad sí, porque respondió que eran sus mejores amigos, que los quería un huevo y que atendería el encargo. Y fiel a su estilo, se puso a bocetar en servilletas de papel.
Por un momento, pónganse en la piel de los ingenieros que tuvieron que hacer frente a los cálculos estructurales a la vista de ese croquis, sientan los mismos litros de sudor frío corriéndoles por la espalda. Solidaridad, porque se ha de ser consciente de que, para llegar desde la figura 8 a la figura 7, es necesario un cálculo como el de la figura 9:
Mi opinión, por Octavio Domosti
Me gusta el Museo Guggenheim Bilbao como ejemplo de obra capaz de producir una catarsis en una ciudad; como concepto escultórico abstracto para un centro expositivo contemporáneo; como pionero en la utilización arquitectónica de herramientas tecnológicas a priori orientadas a la industria aeronáutica. Curiosamente, todas estas razones no se pueden aplicar al Walt Disney Concert Hall porque, aunque estéticamente son como dos gotas de mercurio, no ha supuesto ningún cambio significativo en la ciudad, porque el concepto de museo-escultura pierde su impacto al estar hablando de un auditorio y porque las innovaciones informáticas ya no lo son tanto cuando es la segunda obra en la que las utilizas.
El Guggenheim de Bilbao no me gusta como ejemplo de proyecto arquitectónico en el que ha primado el resultado externo sin dar importancia a la estructura que sustenta la edificación, en el que se ha focalizado la atención en el aspecto artístico, menospreciando el técnico. Lloyd Wright, por ejemplo, cuidaba con pulcritud los detalles estéticos de sus obras (sus bocetos son excelentes tanto del punto de vista plástico como descriptivo) pero a la vez, tenía muy presentes los detalles constructivos necesarios para ejecutar las obras. Aprovecho para recomendar visitar la colección itinerante con una retrospectiva de su obra, que ya ha estado un par de veces en el museo de Bilbao.
En esta ocasión no he entrado a valorar el coste conómico de la obra, que si bien fue muy elevado (casi 100 millones de euros) la repercusión que ha tenido el museo a nivel mundial es impagable, y ha abanderado la transformación y proyección internacional de Bilbao. Cuántas ciudades abonarían esa cantidad sin rechistar ahora mismo si le garantizasen el mismo resultado.
Escultor a tus esculturas
Nadie echa en cara a Eduardo Chillida o Richard Serra que no sepan lo que es el pandeo lateral, porque ellos son escultores; conciben obras y buscan quien les pueda ayudar a fabricarlas de tal forma que sean estables. Pero Frank Gehry es arquitecto, en principio sí tiene formación para enfrentarse al análisis estructural; ningunearlo es un gesto acomodaticio, porque el cálculo es muy complejo y la gloria va a seguir siendo suya. ¿O es que alguien conoce el nombre de quienes calcularon la estructura del Guggenheim?
Existen otras vertientes del diseño industrial en donde la figura del arquitecto-escultor no existe, porque es un fraude como concepto. Imaginen a un señor —le llamaremos navitecto—, diseñando un Ferrari con unos trazos audaces como el que prueba un bolígrafo sin estrenar en una esquina del periódico hasta que fluye la tinta. A resultas de ese diseño y de una espectacular evolución del motor, Fernando Alonso consigue doblar en siete carreras consecutivas a todos sus rivales, que optan por retirarse de la práctica profesional avergonzados por el increíble talento del asturiano. Nadie en su sano juicio atribuiría el mérito de la mejora del coche únicamente al diseño: la componente aerodinámica y la mecánica deben estar en consonancia.
Por suerte (aún) no existen los navitectos, aunque todo es posible, no me parece descabellado que puedan llegar a tener un plan de estudios si están en trámites borradores como el de la Ley de Servicios Profesionales, que quiere equiparar las titulaciones de ingeniería de tal forma que un puente pueda ser calculado por un ingeniero químico o un ingeniero informático pueda estar al frente de una explotación minera. Si equiparamos las ingenierías, no entiendo por qué no se pueden igualar todas las licenciaturas: que te defienda en un juicio un titulado en filología griega o que un licenciado en educación física te aconseje dónde invertir tu dinero en bolsa. Pero como está tan en boga la discriminación positiva, nada de esto me sorprendería; incluso que acabe con mis huesos en la cárcel por haber redactado un artículo tan subversivo e incorrecto en el que afirmo categóricamente que no todos los titulados son iguales y que existen diferencias. Nótese que me he cuidado de no hablar de eugenesia en un texto que gravita en torno a un arquitecto con ascendencia judía.
Bueno, tal vez merezca ser procesado por esta u otras razones que ahora no vienen al caso. Pero por favor, en el juicio que me defienda alguien que tenga licenciatura en Derecho.
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enhorabuena, hacía tiempo que no leía nada hasta el final en internet… no tengo relación con la arquitectura, solo me gusta, pero como tantas otras cosas… he aprendido mucho y lo he disfrutado!
Tras haber visitado el Guggenheim (o «el Bilbao») como lo llama Gehry casi me caigo de culo cuando caminando por los ángeles descubrí que eso que en el mapa se llamaba «auditorio Walt Disney» me provocaba un flashback inexplicable que me transportaba una decena de miles de kilómetros al este.
Así me decidí a visitarlo y escuchar la audioguía que, como en Bilbao, narra el autor en primera persona de dónde le vienen las ideas.
El tío venía a decir algo así como: «en un principio el auditorio iba a ser una sólida mole de piedra, un edificio de corte clásico. Pero como acabábamos de inaugurar «el Bilbao» y a todo el mundo le gustaba hicimos lo mismo.»
Si señor, ole sus cojones!
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Sin ser un experto (ni siquiera un entendido) en arquitectura, este artículo me ha fascinado. Me encanta la obra de Gaudí y al comparar la jeta del uno con la del otro por poco me ahogo de la carcajada. Gaudí hacía arte con la arquitectura. Este figura hace arte, no digo que no, pero no se le puede llamar propiamente arquitectura.
Muy buen artículo, pero la Figura 10 no es un boceto, sino un croquis escalado y con dimensiones.
No obstante, lo mejor de este edificio es lo que apenas se esboza en una frase: «Me gusta el Museo Guggenheim Bilbao como ejemplo de obra capaz de producir una catarsis en una ciudad», y quizá merezca mayor mención. No estaría justificado si fuera un edificio construido en 2010 (por ejemplo; crisis) o sin contar con los fondos (artísticos, económicos) del Guggenheim. Algo que, como se ha visto, ha fracasado rotundamente en Santiago con la Ciudad de la Cultura de Eisenman.
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Personalmente, me permito desdeñar a los llamados «artistas» cuando se trata de hacer arquitectura, pero jamás me permitiría decir una burrada como «solicitaciones -por ejemplo, de viento-«.
A mí se me ha enseñado que las solicitaciones son:
«El conjunto de las componentes de la resultante de las tensiones un corte de un elemento seccionable ) hilo, barra, losa, placa, cascara, lámina) como: axial, cortante, flexión y torsión. Por equilibrio, los valores de solicitación son iguales a la resultante de las acciones a un lado u otro del corte, que es la manera como, en barras, se calculan las solicitaciones.»
Podrías decir acciones, cargas (o, dentro de estas, sobrecargas)… pero solicitación es un concepto completamente distinto.
Hola, Álvaro.
Creo que estamos entrando en debates nominalistas, tan en boga últimamente. Lo que tú denominas «burrada» es utilizar correctamente el castellano, solo tienes que consultar la palabra «solicitar» en el diccionario de la RAE»
«Someter a un cuerpo a una o más fuerzas con diferente sentido»
Nunca he entendido la necesidad de utilizar términos técnicos que contradicen el sentido común o las acepciones habituales de la palabra en cuestión; solicitación y acción se pueden encontrar en numerosa bibliografía como sinónimos.
Por otro lado, me da la sensación de que lo que defines como «solicitación» es lo que también se conoce como «esfuerzo», que es un término que transmite muchísimo mejor el carácter interno de esas magnitudes físicas.
En Estructuras I había que sacar las leyes de esfuerzos, hombre, no tenías por qué chaparte las definiciones…
Pues, sinceramente, estoy con Álvaro en lo de las solicitaciones pero razón llevas al afirmar que es un absurdo reseñar esto del texto. No obstante, si no quieres ser técnico no uses términos técnicos como ‘solicitaciones’.
Y en cuanto al artículo considero acertado el criticar el sinsentido de ‘un barco varado a orillas del Nervión’ en pleno centro de Los Angeles.
Pero discrepo en que el autor tiene jeta al repetir la fórmula exitosa del Guggenheim.
TODOS los arquitectos reutilizan obras propias y las adaptan a los nuevos entornos y las nuevas funciones que se le exigen, la única diferencia es que Ghery hace destacar sus edificios sobre todo lo que le rodea y por tanto llama bastante más la atención y la crítica de autoplagio.
Por otro lado, el éxito del Museo de Bilbao no es la forma, ni el fondo, ni su poética, ni su materialidad, ni su concepción, ni tan siquiera su estructura. Es la acupuntura que supuso en la margen industrial del Nervión y como la regeneró, revirtió funcionalmente y elevó a centro neurálgico de la ciudad relegando al Walt Disney Concert Hall a un plano de edificio llamativo, como las Bodegas del Marqués de Riscal.
Y me opongo a catalogar Torres Blancas como el edificio en altura de viviendas más bonito del país. Es un hito en esa categoría y marca un impasse, pero bonitas, bonitas, no son. Y además no envejecen nada bien.
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Mérito en la construcción del Guggenheim de Bilbao tuvieron todas las personas que hicieron el cálculo de la estructura, la empresa que produjo todos los perfiles metálicos, diseñó sus uniones y que luego montó esa multitud de piezas distintas (no había 2 iguales) en el plazo establecido y sin el típico sobrecoste brutal tan habitual por estos lares. Esa empresa se llama URSSA, esta en Vitoria y mi padre, ya jubilado, fue jefe de un grupo de montaje de esa orgía de perfiles. Por todo el esfuerzo que les supuso a él y a todos sus compañeros de empresa, deberían sentirse mucho más orgullosos que el «pintabocetos» de Frank Ghery. Hablo con conocimiento de causa, soy ingeniero mecánico, especilidad estructuras, he visto todos los planos del «esqueleto» del museo y me temo que constaron más tiempo, inteligencia y esfuerzo que el que dedicó Mr. Ghery en la gestación de «su obra».
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«Existen otras vertientes del diseño industrial en donde la figura del arquitecto-escultor no existe, porque es un fraude como concepto.»
Porque ahí el diseño tiene que estar atado a su función. Gehry pasa olímpicamente de la función. Ésta tiene que encajar, bien o mal, en la parida. Gehry y otros como él son escultores, o diseñadores de esculturas. Son otros lo que tienen que hacer arquitectura encorsetados por las pamplinas del artista.
En la arquitectura el arquitecto-escultor también es un fraude como concepto, especialmente grave e irritante cuando paga el contribuyente. Disney y Marqués del Riscal… ellos sabrán. Lo malo de los chistes es que sólo hacen gracia la primera vez.
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Por qué no comentas que varias obras del gran Frank Lloyd Wright se caen a cachos, como la famosa casa sobre la cascada?
Este articulo es simplista. Cae en la vieja y estupida discusión de arquitecto vs ingeniero. Asumir, como de costumbre, que sus obras son el resultado de un garabato es no conocer la abundante teoría que hay detras de Ghery. Puede ser un arquitecto apreciado o detestado, pero para ello hay que tener un conocimiento mucho mas amplio de su obra del que se expone en este articulo.
La alusión a Chillida es desafortunada. Timanfaya
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