Todos los días, de lunes a viernes, estaban ahí, puntuales a las nueve y media de la noche, para hablar de la actualidad desde otro punto de vista. Y no, no se trataba de un informativo o de un telemagazine social común. Igual es por eso por lo que se ganaron un lugar en la memoria colectiva de la gente; porque eran distintos informando. Un día después de que Francia le ganara el Mundial del 98 a Brasil, El Informal llegaba a las televisiones españolas sin más pretensiones y de la mano de Telecinco.
«¿Qué es lo que hacemos? ¡Infor! ¿Y cómo lo hacemos? ¡Mal!». El inicio.
Es posible que existiera cierto riesgo de darse de bruces contra las bajas audiencias emitiendo por primera vez en pleno verano y a una hora en la que la gente estaba fuera de casa aprovechando la luz del día y disfrutando del buen tiempo. A priori, existieron algunas contrariedades para efectuar un espacio como El Informal desde su idea principal hasta el resultado que todos vieron. Javier Capitán, director y copresentador del programa, lo explica desde su punto de vista. «Después de las elecciones del 96, hice un piloto junto con un pequeño grupo de guionistas de un programa diario de actualidad en clave de humor [En tienda de campaña, se llamó]. El ritmo, el recurso del doblaje, un plató con dos perfiles de presentadores diferenciados, la no militancia… estaban también en aquel proyecto». Si bien las ideas hallaron un sendero para arribar a la televisión, todavía faltaban flecos por cortar, como la búsqueda de capital y de productoras dispuestas a hacerse cargo del producto. «En Telecinco tenían en la cabeza el programa italiano Strizzia La Notizia (que se sigue emitiendo todavía). Capitán hizo un piloto con varios colaboradores amigos, Globomedia hizo otro que presentaba Félix Álvarez, y por su lado otras productoras hicieron más versiones», termina por completar Begoña Puig, subdirectora de El Informal. «El otro piloto elegido fue el de Globomedia, supongo que por su capacidad de producción y experiencia como productora. Telecinco tuvo la idea de juntar ambos pilotos y contrató a Globomedia para hacer el programa pero con la condición de que Javier Capitán lo dirigiese. Ahí entré yo». Hasta que se decidieron finalmente y la cadena, según Capitán, «propició un acuerdo para que Globomedia produjera el programa y yo me incorporara como director. El hecho de colaborar con una productora de la garantía de Globomedia fue, sin duda, un elemento muy importante para el éxito del proyecto». Pasados los años, Javier ascendió nominalmente a productor ejecutivo y Begoña a directora, «pero siempre hicimos el mismo tándem», hace saber ella. Capitán escogía los temas que quería que fuesen en el programa «y yo organizaba el trabajo, repartía los temas entre los guionistas y sacaba el látigo para que a las nueve de la noche los vídeos estuvieran montados y el guión de plató escrito». La emisión inaugural había conseguido un buen resultado de audiencia, pero tampoco era como para tirar cohetes, puesto que «los meses de verano fueron muy duros en cuanto a resultados de audiencia, pero muy útiles para ir ajustando el producto», comenta Capitán para después destensar el tono y bromear: «A veces pienso que nos salvaron las vacaciones de los directivos en agosto». A tenor del riesgo que conllevó estrenar durante esas fechas «una apuesta arriesgada», como cuenta Begoña, «decidieron sacarlo en verano y dejarle ese tiempo para crecer o morir». El Informal no tardó en dar sus frutos tras agotarse el periodo (más bien experimento) veraniego. «Los primeros programas tuvieron críticas positivas en prensa (con alguna excepción sangrante que no se me olvida) y nuestros jefes esperaron a que el programa fuese creciendo». La gran aportación de Telecinco fue dejarle vivir hasta que fue subiendo la audiencia. En septiembre no sabían si estaban aprobados o suspendidos. «Recuerdo que un día vinieron unos operarios y nos cambiaron la fotocopiadora, que siempre se rompía, por otra grande y cara y nos pareció una buena señal de futuro», dice la directora. «Otro día citaron a los presentadores para hacerles unas fotos oficiales de cadena y las colgaron en un pasillo. Finalmente nos dijeron que el programa seguiría hasta Navidad a ver qué pasaba». Hay que tener en cuenta que hace 15 años las redes sociales no existían y los que hacían el programa no sabían si a los espectadores les gustaba o lo veían resignados porque en ese momento no había otra cosa en la tele.
Como ya atestiguaba Puig, a partir de septiembre el programa empezó a dar signos de mejora, y «en el último trimestre del año los resultados ya eran realmente buenos». Tanto es así que «la primera temporada terminó en medias del 27%», finaliza Javier Capitán que, como su compañero Florentino Fernández, hablaba orgulloso pero a la vez dudoso del comienzo: «Pasó mucho tiempo hasta que se demostró con números que el programa funcionaba y era rentable. Pero también pasó mucho tiempo desde que mostró signos de cansancio hasta su retirada». Quedó patente el planteamiento y su desarrollo principal con el propósito de enseñar, sin equivocación alguna, lo que iba ser El Informal. «Creo que hicimos tres pilotos para dejar “redondo” el primer programa», cuenta Mario Gil, encargado del sonido y de la música. Como anécdota, Begoña Puig explica a continuación lo que experimentó en la calle al poco de haberse iniciado el programa. «Una noche fui a poner gasolina, y mientras esperaba para pagar en la caja, tenía delante en la cola a dos chavales que estaban hablando del programa. Se lo sabían de memoria, imitaban las coletillas de los personajes, y comentaban que cada noche tenían prisa por llegar a casa para no perderse ni un segundo. Al día siguiente llegué a trabajar muy contenta y se lo conté a todo el mundo». Fue la primera vez que tuvieron noticias «del otro lado» de la pantalla. «Seis meses después nos instalaron una dirección de mail y cada día llegaban como 100 correos de fans, lo que nos parecía una cantidad exorbitante». Javier Capitán contestaba todos personalmente, pero cada vez llegaban más y más y aquello le desbordó. El Informal era ya un fenómeno, aunque incipiente, claro está.
Florentino Fernández era conocido como alguien bromista al que se le daban bien las imitaciones. Después del periplo con Pepe Navarro en Esta noche cruzamos el Mississippi y La sonrisa del pelícano, alcanzó la fama completamente con El Informal por «un ofrecimiento de Globomedia, que por aquellos años era la única productora que hacia televisión de entretenimiento. Yo no sabía mucho de tele ni lo que quería hacer con mi carrera, si es que la había, pero lo que sí sabía es que era humor y eso me molaba». Con dificultad, el presentador tenía que despedirse de su «padre televisivo», cosa que a la larga le benefició. «Cuando terminé la etapa con Pepe Navarro surgió hacer El Informal y él me dijo que estaría muy bien hacerlo. Ahora, cuando ha pasado el tiempo, me doy cuenta de que él ya sabía que no volvería a la tele. Yo no», atina a reflexionar. El equipo visible lo completaban Félix Álvarez e Inma del Moral. «Ella ya venía aprendida. Le dabas el micro, salía a la calle y hacía brillar a todo el que se acercaba», recuerda Florentino acerca de Inma, la cual empezó trabajando en el plató, mano a mano con Capitán hasta que percibieron que su potencial estaba en la calle, entrevistando a los políticos y a los famosos. ¿El motivo? Una cara bonita llamaba mucho más la atención, como bien pudo comprobar Paco Umbral.
Félix, por su parte, procedía de inicios más humildes en televisión. «Había hecho un programa de cuenta-chistes en Antena 3 [Genio y figura], otro parecido en Canal 9 [Canta, canta], y me dejé llevar por la vorágine del principiante que alucina con todo. Estaba en la tele, rodeado de famosos y no opuse resistencia». Después, al volver a su Cantabria natal, Félix dejó la academia en la que ejercía como profesor y el bar que regentaba. Se trasladó a Madrid en busca de la oportunidad que se le otorgó para hacer una prueba en El Informal. «Me lo vendieron como un informativo satírico y lo compré antes de saber de qué se trataba. No era consciente de dónde me metía ni cómo iba a acabar aquella aventura, pero dejé que todo siguiera el curso que guiaban los que se suponía que sabían ¡Y ya lo creo que sabían!». Si El Informal era de por sí especial, el casting para ingresar en él debía estar a la altura. «Para el casting de El Informal me dieron un látigo. También recuerdo que había como unas letras gigantes… era todo muy raro», ríe la actriz Inma del Moral, una desconocida para gran parte del público. Al final de la primera temporada, Inma dejaba el programa. En su lugar entró una rubia vallisoletana que había ejercido de modelo y de azafata (de hecho, fue Miss Palencia). Abandonado el nido materno, Patricia Conde pisa la capital para heredar el puesto y, en teoría, la personalidad del personaje de Inma. Nerviosa en los castings, Patricia se hizo con el empleo sin ningún tipo de problema, haciendo «olvidar» el paso de Inma del Moral por El Informal. «La primera encuesta que me encargaron trataba sobre el tamaño del pene de los españoles. Estaba muy tranquila, convencida de que no me veía nadie hasta que volví a Valladolid, a mi casa, de vacaciones y me di cuenta de que no podía entrar ni en el supermercado», mencionaba Patricia a El Mundo cuando su fichaje era todavía reciente.
El grupo fue incorporando nuevas caras. El aragonés Miguel Nadal (conocido como Miki) entró en la segunda temporada como doblador, aunque poco a poco fue cobrando más protagonismo. No era un desconocido para los que allí trabajaban, en especial para Florentino Fernández, pues compartieron trabajo en La sonrisa del pelícano. «Estando en Antena 3, Pepe Navarro me encargó que hiciera un casting a una serie de personas que habían venido. Bajé a una especie de sala de baile con los candidatos e hice el casting. Luego subí para decirle a Pepe Navarro que había un tío de Zaragoza que me había hecho mucha gracia». Además de ser compañeros en la labor, también lo fueron de piso. «En esa casa empezamos a hacer doblajes y mierdacas varias», sonríe.
Posiblemente, y visionando el programa, no era raro que dieran una sensación caótica, pero nada más lejos de la realidad. Un programa de ese tipo, que se hace contra reloj, puede producir cierta sensación de caos, «pero había mucho orden y organización. Los horarios, la información de base, los turnos en las salas de montaje, el orden de los doblajes… si todo no está perfectamente organizado vas directo al desastre», vuelve a intervenir Javier Capitán. Ahí el papel de la subdirectora y el coordinador era fundamental. Capitán continúa: «Sin método, no se llega con el programa hecho al directo. Lo que sí es cierto es que la nuestra era una redacción ruidosa, en la que las ideas circulaban, se intercambiaban, se mejoraban… Había gente muy buena y muy generosa en el día a día». Algo en lo que coincide Mario también. «El caos formaba parte del programa. Ten en cuenta que al estar el plató fuera de las salas de montaje y de doblaje, a veces cambiábamos continuamente el contenido esperando las cintas de última hora que tardaban en llegar». Hasta los presentadores sufrían la tensión de «no llegar a tiempo a plató para hacer su trabajo debido al tráfico de algún puente o que les pillaban las salidas y llegadas masivas de vacaciones a la capital». Respecto a los contratiempos ajenos a los presentadores, Capitán recuerda un día en especial, cuando «Flo no llegó al inicio del programa. A falta de 30 segundos, miré a mi alrededor y el único recurso que tenía para empezar era Felisuco vestido de romano. Y Felisuco el romano hizo de Flo en una escena absolutamente absurda». Tal cual.
Estaban ofreciendo algo fresco y totalmente distinto, dándole la vuelta a las noticias diarias que amedrentaban en lugar de informar. «Me preguntaba cómo eran capaces de tomar una noticia que hubiera ocurrido ese día y convertirla en un vídeo hilarante que te llevaba a la reflexión en un espacio de tiempo tan reducido», esgrime Alicia Ramírez, colaboradora del programa que sustituía a El Informal en verano, Emisión Imposible, aunque luego ficharía por El Informal. «Cuando estábamos a punto de finalizar me comunicaron que querían contar conmigo en la temporada siguiente. Conocía el programa y no hubo que insistir demasiado». El Informal podía antojársele dificultoso por el éxito que estaba teniendo y también por lo aparatoso de su producción, pero Ramírez no se amilanó. «Cuanto más difícil es un proyecto, más interesante resulta. Además me ofrecían la oportunidad de formar parte del equipo de un programa que aún hoy se considera de culto». Nada como llegar a casa y ver a Javier Capitán y a Florentino Fernández contando lo mismo que habían hecho sus compañeros de antena minutos antes. Según Félix, «hacer un programa diario, pegado a la actualidad, y encima de humor, ha de ser caótico por definición». Sí, era lo mismo, pero no igual. Un ejemplo: en septiembre de 1998, el Tribunal Supremo acordó la ejecución de la sentencia del caso Marey y el ingreso en prisión del exministro José Barrionuevo y del ex secretario de Estado para la Seguridad, Rafael Vera. El escándalo político ocupó prensa, radio y televisión. Cosa seria para todos, pero un buen material para que El Informal eliminara el poso dramático que caracterizaba a los informativos buscando quedarse con la principal esencia de los hechos dando un giro sarcástico y ácido. «El trabajo que yo hacía en RNE era útil también para El Informal, ya que todo el análisis de la actualidad para la selección de temas servía para los dos medios y, además, con mi compañero Luis Figuerola-Ferretti, también hacíamos humor sobre la actualidad desde hacía muchos años. Por tanto, con esa materia común, de lo que se trataba era de seleccionar temas y adaptarse a una forma de contarlo diferente», apunta Javier Capitán. Además, la accesibilidad del vocabulario utilizado en El Informal hacía más digerible la actualidad informativa. «El Informal ha sido de los programas pioneros en dar información política, social, del corazón, en clave de humor», inicia la actriz Maribel Casany, que ingresó como último fichaje en el 2001. «Mi visión como espectadora del programa siempre fue de admiración por el trabajo que nos ofrecían; unos guiones buenos, con temas de actualidad, sin más límites de opinión que las que se autoimponía el mismo equipo. En fin, un programa diez». Casany colaboraba como reportera de calle, y se especializó en famosos. «Mis compañeros me mimaron y me lo pusieron muy fácil. Aunque cada día era una aventura». Su ingenuo pero alocado papel se vino formando desde los tiempos del Fem Tele (Canal 9) hasta Nada Personal, ya en «la cadena amiga» y ambos de la mano de Nuria Roca. «El personaje solo era conocido en Canal 9 hasta que llegó a Telecinco». Curiosamente, Nada Personal sustituyó a El Informal en el verano del 2001. «Como el programa había cumplido con creces las expectativas del verano sustituyendo a El Informal, intentaron mantenerlo después del verano, con toda la dificultad que eso supone». Pero las dificultades de las que habla Maribel fueron un difícil obstáculo para Nada Personal, aunque no para la propia presentadora. «Fui a parar a El Informal encantadísima. Supongo que el personaje que hacía encajaba en el programa, sobre todo porque podía encontrar su sitio sin competir con nadie». Y así fue, Maribel estuvo en El Informal hasta el final.
Justamente después del despegue, se empezaron a emitir especiales de verano. Como era de esperar, ni Florentino ni Capitán eran las caras representativas. En su lugar estaban Félix y el periodista Sergi Mas. «La opción era de un mes: el mes de agosto. Además, por aquel entonces había poco riesgo de bajar mucho la audiencia. Hacía como media un 21-22%», avanza Mas. No había riesgo y se trataba de un experimento. Es curioso que volvieran a emitir en verano con cierto temor a bajar las audiencias cuando el propio programa empezó a televisarse en esas mismas fechas. «Prácticamente no bajó, pero tampoco subió», cosa que aprovechó Sergi para utilizar su propia creatividad. «Quise aportarle mi sello, aunque sabía desde el primer día que era el sustituto de Capitán». Para más inri, el presentador venía de programas como Al Ataque o El Show, muy «gamberros» y también parecidos. «El guión lo teníamos media hora antes, cosa que en El Show y en Al Ataque también pasaba. Pero por ejemplo yo, que estaba habituado a hacer guiones y actuar, aquí venía como presentador». Algo que cambió sus planes iniciales. «Los primeros días me presentaba a las 11 de la mañana para hacer guión, pero no era así porque lo hacían los guionistas. Yo solo presentaba. Así que me recomendaron —y así lo hice— ir a las cinco de la tarde». El Informal del verano tuvo éxito, pero como ya se ha mencionado, fue sustituido por otros shows muy parecidos. Quizás no era tan mala idea ante un posible desgaste del programa.
La voz de El Informal a pie de calle: famosos, políticos y ciudadanos
Los roles de cada miembro del equipo estaban muy marcados, algo que identificaba también a cada personaje. Javier Capitán era el presentador serio y Florentino Fernández el secundario burlón. Tampoco podían faltar los reporteros de calle, lógicamente. Félix Álvarez e Inma del Moral se ocuparon de llevar a cabo una tarea tan sufrida como cercana, pero muy representativa. Y aunque no era una cosa muy original, el hecho de ser «asaltado» por un micro de El Informal ya implicaba una respuesta relajada por parte del ciudadano que era entrevistado. «Entonces no era tan consciente, pero fui la primera reportera que salió del rígido estilo impuesto a las mujeres en televisión. Tenía 24 años y era ingenua y atrevida», afirmaba Inma del Moral a la revista Lecturas en abril.
Esa proximidad y manera que tenían de preguntar los reporteros hacían que la respuesta fuera espontánea y fresca. Había de todo: gente que se lo tomaba a broma, señoras que iban a la compra e ignoraban la cámara entre risas nerviosas, el trajeado caballero que hablaba con firmeza y rectitud, el albañil dicharachero, la adolescente agitada, el inmigrante clarividente y a veces confuso, o el incondicional de la crítica, ese que no quería hablar en un programa tan «poco serio». «Me encantaba salir a la calle a hacer reportajes», argumenta Félix. «Por otro lado, el permanente contacto con la gente hizo que no se me fuera la cabeza a ningún paraíso donde habitan los elegidos. Nunca dejé de sentirme parte del humilde lugar del que vine, y al que luego regresé sin traumas». En plenas elecciones catalanas de 1999, Félix Álvarez salió por Barcelona recogiendo declaraciones de todo tipo. Hete aquí algunas respuestas que el presentador cántabro se encontró al preguntar «¿Qué le parece a usted que la mitad de los actos electorales para la Generalitat se hagan en Madrid?»: «Una granujada», respondía un jubilado sin más miramientos, al contrario que un hombre enfundado en un chándal, el cual no dudó en exclamar un «¡Estupendo!», seguido del puyazo «mientras que se gane en Madrid, ganamos nosotros». No podía faltar la nota más contundente, que en ese caso vino por parte de una joven. «Porque ya que somos catalanes, que se hagan en Cataluña». Sin tiranteces en demasía ni conflictos varios, otras preguntas más livianas se intercalaban entre las demás: «¿Qué le parece a usted que Carmen Sevilla haya pedido el voto para el señor Pujol?». Ante tal cuestión, una anciana, ojiplática, no pudo más que responder un «¡Toma castaña!».
Saltando de una pregunta a otra, de ciudadano en ciudadano, se podía conocer con bastante sinceridad lo que opinaba la calle, lejos de los discursos correctos de los políticos. ¡Ese era el objetivo! No hay más que ver cómo hay personas que se esfuerzan para quedar bien en televisión cuando son preguntadas por una cadena de informativos. No queda nada natural. Sin embargo, esa cordialidad de El Informal no provocaba tensión alguna. Estando en plena calle, las anécdotas surgían día a día. La gente, a veces buscando ser entrevistada, reclamaba la atención de los reporteros. «Recuerdo una viejita encantadora que se empeñó en subirme a su casa a que comiera un cocido madrileño con su familia: el cocido madrileño más rico y sustancioso que nunca probé y que jamás igualará nadie. La recuerdo con un cariño y una nostalgia que me sigue empapando el alma cuando la recuerdo», relataba el reportero cántabro. Y es que se decía lo que se pensaba, quedara bien o quedara mal. Cualquier tema social, económico, político o deportivo se paseaba por las aceras de toda España.
Pero no se quedaban ahí, sino que también acudían al político de turno, como hicieron tantas y tantas veces con Jordi Pujol, Federico Trillo, Joaquín Almunia o el expresidente del Gobierno José María Aznar. Inma del Moral llegó a confesar que se le resistió Esperanza Aguirre porque «tenía muy bien aleccionado a un tío de seguridad que era superantipático y un imbécil». La idea de ser «atacada» por un micro de El Informal no le hacía mucha gracia, parece ser. «Ella no quería. Yo le decía que se lo iba a pasar bien. Pero nada», atestiguaba Inma del Moral en Otra Movida.
Sin duda, Aznar fue la personalidad política más parodiada y «entrevistada» del programa. «Teníamos muchos blancos, porque, como la de ahora, la sociedad española se presta mucho al pim-pam-pum. Quizá el blanco estrella fuese Aznar y Pedro Ruiz. Pero, claro, ¿quién puede resistirse a no hacer bromas de estos cracks?», se preguntaba el guionista Javier Pilar. Lo de Aznar llegó a tanto que el político se tomaba ciertas libertades protocolarias con Inma del Moral y con Patricia Conde. «¿Tú eres la nueva? ¡Suerte!», respondía Aznar a Patricia tras la pregunta «¿Qué tal por el Oriente?». Todo eran risas y bromas, pero dentro de un límite, pues José María Aznar no salía muy bien parado de las bromas del programa. Eso lo incomodaba puesto que, medio de coña, soltaba algún que otro aviso después de los actos oficiales, cuando periodista y personalidad se encontraban: «Patricia, no los toques». Esa última frase quedó para la posteridad del programa. ¿Qué quiso decir Aznar con «no los toques»?
De hecho, se «estrecharon lazos» entre la rubia presentadora y la familia Aznar. Cuidado, que todo era una broma, pero sí es cierto que se generó una especie de rumor privado que unía sentimentalmente a José María Aznar Jr. con Patricia Conde. ¿El motivo? Pues que cada vez que el primogénito de Aznar veía a Patricia, este salía huyendo. «Tu hijo se espanta cada vez que me ve», le confesó Conde al padre. «¿Por qué?», respondía, «si a mí me ha dicho que le gustas mucho». Es posible que el apartado haya quedado un poco de color rosa, pero no era más que una simple muestra de cómo era el trato entre El Informal y la clase política. Si era igual con los ciudadanos, ¿por qué no serlo con los mandatarios?
Los famosos, por supuesto, tampoco se escapaban. Sin llegar a ser entrevistas profundas, las citas promocionales con ciertos personajes se transformaban en situaciones agudas y desenfadadas. No era el estilo chabacano y con poca gracia que se da últimamente, sino pícaro y osado sin llegar a cruzar la línea de la descalificación o de la falta de respeto. Felisuco habla sobre sus numerosos encuentros con la sensual Laetitia Casta. «Con ella tuve una relación fascinante. La conocí en París, en un reportaje que hice con motivo de la promoción de la primera película de Astérix, donde ella participó. Hasta en cuatro ocasiones más coincidimos bajo la mirada atenta de El Informal, y cada nuevo encuentro era más divertido que el anterior». Quedaron para la galería otras entrevistas «con esa sensación que te deja la cara de tonto del haba», como la de Charlize Theron: «Me plantó tres besos en tres diferentes partes de mi rostro». Las féminas eran su punto fuerte, pero mucha atención al trato con hombres de la talla de Johan Cruyff y sus «ojos como cuchillos jamoneros» o «la serenidad de Mark Knopfler». De entre todas, Félix retiene «muy especialmente» en la memoria la conversación intangible que mantuvo hasta altas horas de la madrugada, «farfullando un inglés del barrio pesquero de Santander, en una conocida sala de fiestas de Madrid, con el mismísimo Tim Burton».
Casany será recordada, entre otras muchas cosas, por lograr que Tom Cruise dijera «cuñao» (en clara alusión a Juan Joya «El Risitas»), pero no podrá olvidar la mala situación que se le presentó al entrevistar al cantante canario José Vélez. «Para mal momento el que vivimos Amparo Martínez de la Riva (redactora) y yo entrevistando a José Vélez. Queríamos saber por qué tenía esa fama de gafe y casi llegamos a las manos con su mujer. Se enfadó muchísimo». Por fortuna, la sangre no llegó al río.
Los guionistas y el salto de la improvisación
¿Cuánto margen había para preparar un guión? ¿Nacían de una idea espontánea o se trataba de buscar una coherencia con la actualidad? Naturalmente que no siempre se tenía el ingenio despierto. Todas esas preguntas debían ser respondidas por las personas indicadas: los redactores, documentalistas y guionistas. «No era lo mismo que te tocase hacer una pieza de vídeo sobre la llegada de la televisión a Buthan, que sobre Aznar o la huelga de Iberia», puntualizaba así Javier Pilar Gallego, experimentado guionista que trabajó en los programas infantiles de Telecinco, compartiendo redacción con El Informal. «Cuando terminé en los infantiles me llamó Javier Capitán. Aunque sé que mi ángel de la guarda fue Fernando Eiras, uno de los mejores guionistas de este país. A él le debo mi entrada en la tele y, sobre todo, mi aterrizaje en El Informal». Volviendo a la temática de la sección, había que preguntarse cómo era bregar con el guión del plató o con el guión de los vídeos. «Normalmente, cuando tenías que hacer vídeos, te daban la noticia fotocopiada en un papel (eran otros tiempos, no existían las redes sociales, ni los smartphones y el e-mail era una incógnita) y tú tirabas millas. Tenías que inventar la historia, mirar la base de datos de vídeo de Telecinco, pedir a documentación las películas, documentales o lo que necesitases. Verlos, seleccionar lo que querías, pedir grafismos, músicas y, entre medias, escribir el doblaje». ¿Y de tiempo? Pues contra reloj. «Todo eso de 11 de la mañana a tres de la tarde y porque se suponía que había que comer». Pero todo esfuerzo tenía su recompensa. «Cuando lo tenías todo ibas a editar y luego llegaba el mágico momento del doblaje… ¡Eso era lo mejor!», exclama Sebi García que, desde su situación como documentalista, sabía muy bien del tiempo que disponía y la magnitud de los vídeos. «Los directores leían por la mañana la prensa, seleccionaban noticias para sacarles punta y después se las repartían a los guionistas para que se hicieran su historia en la cabeza». El procedimiento a seguir era relativamente sencillo, aunque debía estar muy coordinado para que nada se retrasara. «Después, los guionistas me pedían imágenes que se ajustaran a lo que tenían pensado. No había problemas si estaban en el archivo, pero si no lo estaban… la cosa era más peregrina». El archivo, todavía analógico, estaba ordenado y minutado para que no se complicase la tarea a la hora de buscar pedidos. «Usábamos el archivo de Telecinco para utilizar imágenes de series y demás. Si alguien quería una gacela, se la buscábamos. Pero si buscaban —por ejemplo— un grupo de mujeres subiéndose a un árbol, también». Todo consistía en localizar el plano exacto, pero «si no se daba con el plano que se buscaba, se ofrecían otros que pudieran valer también». Contando con que se manejaban cintas de vídeo, el volumen de cartuchos era considerable. «Para tener 15 planos te podías encontrar con 25 cintas, tranquilamente», detalla Sebi. «Se hacía la petición a videoteca y las cintas estaban en 15 o 20 minutos. Ibas con un carro de la compra lleno de cintas que dejabas en redacción para que el guionista pudiera trabajar con ellas». La selección de planos era a veces compartida entre guionista y documentalista hasta que «una vez seleccionados los planos, se dejaba un post-it en la cinta indicando el momento en el que aparecía la imagen buscada. Las cintas que valían se llevaban a las cabinas de montaje para rescatar los planos y montarlos con el editor». Después de ese proceso, los vídeos se doblaban y terminaban de preparar para su posterior emisión. «Cada pieza podía llevar 30 o 40 planos largos de cosas distintas». Los engranajes que escondía la magia de la televisión tenían muchísimo movimiento y tiempo para todos los que allí trabajaban. «Documentalmente, El Informal llevaba un curro tremendo. Era el que más trabajo me ha dado a mí y a los compañeros». Gente como Sebi García, Javier Pilar Gallego, Casandra Valdés o José Carlos Culebras (de ahí venía la coña con la palabra «culebras» que repetía Charlton Heston) hacían posible que El Informal tuviera un contenido tan fresco como gracioso día tras día.
Sobre si se improvisaba o no, Capitán lo tiene claro. «En El Informal se improvisaba muy poco. Un programa con esa cantidad de contenidos, ritmo y duración, permite pocas licencias y, aunque el espectador podía tener la sensación contraria, todo estaba muy sujeto al guión. Lo que sucedía es que nosotros lo pasábamos bien, nos reíamos y eso transmitía un desenfado que podía sugerir que improvisábamos mucho. Pero, en realidad, eso solo sucedía cuando nos equivocábamos o cuando pasaba algo inesperado en plató». Sabedores del esfuerzo de los guionistas, procuraban no saltarse demasiado las líneas, al menos eso pretendía Felisuco. «Día sí día no, el guión completo llegaba a nuestras manos media hora antes de hacer el directo. Aprendimos a respetar las líneas maestras del guión, pero teníamos libertad absoluta para improvisar». Y también Fernández. «Era un caos con mucho control. Los guionistas sabían en todo momento lo que pasaba. El director también. Lo que no sabían era lo que duraba cada momento porque ahí es donde improvisábamos. Unas veces con más acierto que otras». Un caos, aparente, pero siempre controlado, como indica Javier Pilar. «Realmente el trabajo de guión era muy potente. Piensa que hubo una temporada en la que éramos 16 o 18 guionistas. Globomedia siempre ha sido una productora que ha cuidado mucho el guión», reconoce. «Flo, Miki, Capitán y todos seguían el guión, pero tenían margen para improvisar y crear porque son unas bestias del humor». Llegando al meollo de la cuestión y también al secreto del éxito del programa, Casandra Valdés, redactora, aporta un punto de vista más: «Me llamaba la atención sobre todo la libertad creativa que había para hacer cualquier cosa, el apoyo a la originalidad y creatividad de todos los que estábamos allí, y la casi nula censura que había para tratar las noticias».
Mario, por su lado, añade que «otro motivo de improvisación era cuando uno de los actores tenía un guión exclusivo para él y los demás teníamos el guión oficial. La víctima debía ignorar que le íbamos a gastar una broma y eso requería un ensayo extra y una gran dote de improvisación por parte de la víctima, lo cual hacía que el programa estuviera vivo en plató». Maribel Casany recuerda que «era estresante» dado que muchas veces solían «hacer la primera, y única, lectura de guión mientras nos cambiábamos en sastrería para entrar en directo… ¡en 20 minutos!». Siempre teniendo todo bajo control. «Todos teníamos claro que lo sabríamos defender, había mucha seguridad», aunque «cada día era una aventura». Javier, el guionista, no lo vivió como «algo caótico», pero sí como «algo muy exigente». El nivel creativo que tenía el programa era muy alto. «Cada vez había que inventar nuevas piezas, nuevos giros en el plató, nuevos sketches. Era un reto y se notaba el cansancio mental y físico». Por lo tanto, ¿se le daba descanso a una maquinaria creativa? «Varias veces se solicitó a Telecinco que los viernes se usasen para poner un remix (porque había material de sobra) y que el equipo tuviera tiempo de pensar y descansar (como se hacía en Buenafuente y se hace ahora en El Hormiguero), pero pasaron de nosotros». Tristemente «la cadena no cuidó su producto estrella, porque eligió una dirección que ahora todos podemos contemplar». A la vista está. No sería la primera vez que un canal maltrata productos de calidad por querer forzar algo que requiere otros tiempos. Aun así, «lo mejor de El Informal era justo eso, que era en directo. Eso nos mantenía vivos y espabilados». Situación vivida en propias carnes también por Félix, que lo cuenta así: «El equipo trabajaba sin descanso. Todos dejamos parte de nuestras vidas en El Informal: muchas horas, muchos días, muchos meses, muchos años. Hacer reír un día es muy difícil. Hacerlo muchos días está al alcance de muy pocos. Se necesita un equipo impresionante, unos cómicos que acierten con sus personajes, la técnica a tu servicio y, muchas veces, teniendo todo esto en abundancia, el éxito es esquivo». Un directo se lo come todo. Al final, siempre había que inventar cosas nuevas. Todo se acababa gastando. Ese era el gran reto.
Sobre el tiempo del que disponían entre sketch y sketch, Alicia Ramírez hila la conversación con las prisas y las carreras. «Había sketches en directo que requerían de una gran transformación por nuestra parte. Y para realizar todos esos cambios solo disponíamos de uno o dos minutos, que era la duración del vídeo que se estaba emitiendo. Así que imagina las carreras en plató». En su caso, si le tocaba transformarme en Tamara, «tenía que cambiarme de vestido, ponerme la peluca y maquillarme exageradamente mientras se emitía un vídeo, hacer la imitación y volver a ser Alicia Ramírez de nuevo durante la emisión del siguiente vídeo». Gracias a esa información recibida, uno se pregunta si había dos «Informales»: el que veía el espectador desde su casa y el que veía el público presente en el plató. «Siempre digo que había dos «Informales»», confirma Alicia. «El público que asistía al plató no daba crédito al ver la velocidad a la que se realizaban los cambios, o cómo nos las ingeniábamos si nos pillaban corriendo a mitad de plató a la vuelta de un vídeo. Más de una vez alguno acabó escondido debajo de la mesa…». Una de esas escenas, en las que participa Mario, era aquella de los dos presos (con Miki Nadal) y la pastilla de jabón. Mítica, pero con saña. Cuando algún compañero faltaba, Mario era llamado al plató. «Los guionistas tiraban mucho de mí como «actor comodín». Muchas veces Felisuco no estaba en plató, ya que estaba cubriendo eventos donde le mandaban, así que yo era el elegido para cualquier tipo de absurdez televisiva. No sé si se me notaba mucho en la cara, pero todo lo relacionado con lo absurdo me llama poderosamente la atención». Algo que le iba como anillo al dedo. «Adopté el papel del actor que no se sabe su papel (a veces lo era, pues me era imposible memorizar un texto que me entregaban media hora antes y estar pendiente de la ambientación musical del programa). Eso me ayudó mucho a vencer mi vergüenza ante las cámaras». Efectivamente, Mario perdió el miedo ante las cámaras, pero no el miedo a las cosquillas. «Me ataron a una cama disfrazado de la «niña de El Exorcista«, comenzaron a hacerme cosquillas durante la emisión en directo y de los nervios conseguí deshacerme de las esposas cargándome el somier». Y como era de esperar, «ahí terminó el sketch». Era evidente que la broma llegaría tarde o temprano a la calle. «Las consecuencias llegaron después en el día a día, cuando se acercaba gente desconocida en lugares públicos y me tiraban monedas o paquetes de tabaco para que yo los recogiera, o las tan sufridas cosquillas». Para las secciones, había un guionista para cada parte. O sea: guionista para reporteros, otro para sketches, otro para presentadores… ¿Pero qué trabajo era el más entretenido? «Nos íbamos turnando», justifica Javier Pilar para después ahondar. «Una semana tenías vídeos, otra plató y otra, si todo iba bien, te ocupabas de preparar los reportajes». Tarea que parecía más relajada, desde luego. «Esa semana, la de reportajes, era la más descansada a nivel mental y físico, y estaba pensada, también, para que el equipo pudiese crear sketches y nuevas secciones. La organización era una pasada. Begoña Puig estaba a cargo de esa parte y era una máquina. Alguna vez se montó algún lío, pero claro, fueron muchos programas, muchas escaletas y muchos horarios». Para un total de 844 programas (sin contar especiales y demás). A fin de cuentas, la libertad y la improvisación controlada eran imprescindibles para darle la sustancia a El Informal, algo que, a día de hoy, sería imposible porque «todo está muy controlado, medido, y hasta el que no tiene ni idea opina sobre cómo tienes que hacer o no hacer determinada cosa», esclarece Casandra: «pero es que los tiempos han cambiado mucho, una pena, porque se pierde en creatividad, en ganas, en libertad, y se coarta a mucha gente de entrada cuando realmente, si fuesen libres, harían cosas maravillosas». Libertad creativa sin límites. ¿El verdadero secreto de un buen programa? Todos coinciden en que es así. Pero aunque la fórmula funciona, en la actualidad se estila una forma más lineal de llevar todo a la pantalla pequeña. Nada se sale de lo común.
Personajes con frase e iconos con coletilla
Otra señal de personalidad en El Informal eran sus personajes. Cada temporada había alguno nuevo que evitaba que otros se quemaran de tanto darles uso. Había de todo y para todos, y eso era perfecto para que los espectadores se sintieran identificados con los chascarrillos y coletillas utilizadas, como demuestra el guionista Javier. «Esa fue una de las magias del programa. Lo mejor es que surgían solas. Dentro de la redacción acabábamos todos repitiendo ciertas cosas porque nos hacían gracia, y claro, al final salían fuera». Cualquier cosa servía; desde un piloto retirado (Sargento Tárrega), hasta un policía de encías prominentes (Poli Risitas) pasando por un militar enmascarado al que bautizaron como Brigadier Pepis. Personaje que funcionaba, personaje que se quedaba. La fórmula era bien sencilla «rescatando» imágenes de archivo para después doblarlas, tal y como se hizo en Esta noche cruzamos el Mississippi, dentro de la sección Tele Peich. Pero antes de entrar de lleno en el doblaje, conviene repasar la historia original de las personalidades más populares del show televisivo.
Brigadier Pepis: El verdadero nacimiento del Brigadier Pepis se dio cuando emitieron la rueda de prensa de un militar español. El «perjudicado», al verse más tarde doblado con voz amanerada, se puso en contacto con El Informal para pedir que retiraran esas imágenes. Con decoro, el equipo eliminó aquella rueda de prensa, pero no la idea del personaje, pues la famosa figura que crearon después del toque de atención —para evitarse más problemas— ocultaba su rostro tras una máscara roja del Rey Misterio. El ínclito icono no era ni tan siquiera militar, sino que se trataba de Carlos Herrero, director del programa (junto con Javier Capitán por entonces) disfrazado de militar con apariencia homosexual que agitaba azarosamente un colorido pay-pay. Otra curiosidad: el entorno que se ve tras el «misterioso» sujeto son las propias oficinas de Telecinco.
Maestro Monje Rama-Lama: Creación del guionista Javier Pilar, el monje shaolin trascendió más allá de la broma gracias a su coletilla por todos conocida: «Me congratula que visiten mi templo de sabiduría». Florentino Fernández utilizó un registro pausado y sereno para su doblaje, estirando la palabra «congratula» mientras el monje se retiraba las gafas. El momento exacto fue tomado de la película American Shaolin, durante el combate final. Como dato adicional, en la película (en doblaje castellano) el monje dice realmente: «hay gente que no aprende y que necesita una buena lección» en lugar de la ínclita frase que se le atribuyó. Henry O (nombre artístico del actor chino Jiang Xi Ren) es ese Maestro Monje Rama-Lama, solo que en la película es el maestro San De. Ha representado papeles en largometrajes como Romeo debe morir u Hora punta 3, sin desmerecer alguna que otra participación en la serie Los Soprano.
Poli Risitas: La verdad es que el doblaje que le pusieron le iba como anillo al dedo al policía afroamericano originario de un reality show policiaco del tipo Cops. El programa dramatizaba épicos y bochornosos actos delictivos que eran comentados por los propios policías que participaron en las operaciones, como se pudo comprobar gracias a la exagerada dentadura del Poli Risitas.
Sargento Tárrega: Al contrario que el Brigadier Pepis, el Sargento Tárrega existía en la vida real. El tipo, un sargento jubilado y forofo de la aviación, había construido una réplica (con los planos originales) de la Nieuport 11 de 1917, una avioneta de la escuadrilla Lafayette. El aparato permaneció en un hangar en Antequera, para más tarde pasar a manos del piloto y coleccionista Leocadio Ramos que, en arrebato de romanticismo, lo compró y restauró. Después fue donado y se cree que el avión está en algún punto del kilómetro 20 de la carretera de Valencia. En menores ocasiones también se le parodiaba conduciendo un Seat 600 cantando Precausión amigo conductor.
Lo que diga la rubia: Más que un personaje, era una frase la que se erigía como representante de la escena doblada. En ella, cinco miembros de un jurado debían dar su veredicto, pero había uno de ellos (una mujer rubia) que nunca estaba de acuerdo con sus compañeros. En vistas de un juicio eterno, los integrantes del jurado se limitaban a decir «lo que diga la rubia». Las imágenes fueron tomadas del telefilm We The Jury (Nosotros, el jurado) de 1996. En honor a la verdad hay que destacar que la película no tenía nada de gracioso, pues la sinopsis cuenta que se juzga a una estrella de televisión por homicidio. Los nombres reales de los actores (según el orden de aparición en el vídeo de El Informal son: Conrad Dunn, Tyrone Benskin, Carol Ng, Karen Robinson y Nicky Guadagni. «Lo que diga la rubia» fue (y es) una consigna idónea para quitarse responsabilidades.
Michael Landon: Ni le cambiaron el nombre para utilizarlo como carismática personalidad del programa. Landon se hizo famoso por haber sido Little Joe Cartwright en Bonanza, pero justo un año después de la cancelación de la serie, protagonizó Little House On The Prairie (conocida en España como La casa de la pradera). A tenor de tener muchísimo material audiovisual suyo, el equipo trabajó con imágenes de Highway To Heaven (Autopista hacia el cielo), otorgándole a Jonathan Smith (el ángel que interpretaba Michael Landon) una voz lánguida (también homo y cobarde) y actitud pausada ante la vida que se adornaba con un «¡uy, uy, qué mal rollito!».
Rony Guadalajara: Atención al dato, pues Rony Guadalajara es en realidad Harry Shearer, el bajista de Spinal Tap. El actor también es doblador de algunos personajes de Los Simpsons como Ned Flanders, Montgomery Burns o el Dr. Julius Hibert. Las secuencias usadas de Shearer en El Informal pertenecen al making off de Godzilla (1998). En el documental, Harry Shearer habla con el especialista Haruo Nakajima, apodado también por El Informal como Profesor Achilipú. Nakajima era el encargado de darle vida al monstruo en las primeras películas, utilizando un detallado disfraz para simular la acción.
Esos, grosso modo, eran las principales estrellas del elenco, aunque El Cordobés, Arnold Schwarzenegger, Charlton Heston o King Kong con la voz de Jesús Gil (Kgil-Kong) crearon sensación, como el impagable vídeo sobre la boda de la hija de Jesús Gil. Lástima que Telecinco lo haya bloqueado en YouTube por derechos de copyright. «Era la imitación qué más me gustaba de Florentino», advierte Miki antes de contar de dónde venía su registro con Schwarzenegger. «Un día me dijeron que había que ponerle voz a Schwarzenegger, pero no supe cómo hacerlo hasta que le vi la cara de bruto. ¡Con esa cara tenía que ser de Zaragoza!». Fue ahí cuando nació Chuache. «Pasábamos más de cuatro horas doblando en esas cabinas todos los días a lo largo de los ochocientos y pico programas que duró El Informal».
Algo a lo que había que añadir las míticas imitaciones de Cristina Tárrega por parte de Florentino (que nada bien le sentaron a la voluminosa presentadora, según confesó tiempo después en Crónicas Marcianas), las de Di Stéfano, Aznar y Jordi Pujol de Javier Capitán o las de Raphael de Miki Nadal. Es posible que alguna «víctima» se molestara, de ahí que más tarde se preparara la sección «Perdone la disculpas», en donde Alicia Ramírez se encargaba de entrevistar a las personas que fueron blanco de las bromas, una labor un tanto embarazosa. «Imagina, debía ir a pedir disculpas a los posibles agraviados por haber sido imitados en el programa». Pero resultó toda una sorpresa. «Exceptuando a uno de los imitados, el resto estaba encantado con la versión de sí mismos que dábamos en el programa». La propia Alicia encarnaba perfectamente a Tamara Seisdedos (anteriormente conocida también como Ámbar y ahora como Yurena), pero la peculiar artista, en un primer momento, no terminó por encajar la broma. Aunque, como cuenta Alicia, «estuvo muy cariñosa y agradecida cuando nos recibió en su casa». ¿Y cómo no recordar a Juan Pedro Torróñez? Florentino Fernández se sacó de la manga un personaje pintoresco que trataba de dar énfasis a sus conversaciones con palabras rimbombantes que nunca tenían sentido. Una supuesta mezcla entre Ángel Acebes y Mariano Rajoy extraordinaria. «Mezcla que hemos sabido después porque yo no sabía que esto era así, ni se ideó pensando en una parodia de ellos dos. Coincidencias de la vida. Curioso». Formaliza Florentino.
Siguiendo con la interacción de personaje, broma y demanda, Capitán declara que «hubo muy pocos problemas». Sin pasar por alto los que hubo con el cantautor al que bautizaron como Pablito «El de la guitarrita» (y su Soy la juerga padre, la alegría de la huerta), un joven músico anónimo que, al verse en el programa, pidió que le tapasen la cara. Al final, con mucha picaresca, su rostro fue cubierto con hortalizas. «El caso de Pablito «El de la guitarrita» fue casi una excepción, aparte de un error por su parte. Si hubiera hecho carrera como Pablito «El de la guitarrita» se hubiera forrado», ironiza Javier Capitán. El repertorio (trabalenguas más bien) de Pablito «El de la guitarrita» constaba de cuatro canciones, siempre en el mismo tono y con voz nasal:
Toco la Guitarra,
pero no soy un macarra.
Soy el amo de la barra,
soy la juerga padre,
la alegría de la huerta,
cuento chistes que no veas
que me escuchas y te meas,
y aquí estoy pa lo que sea,
y ahora el cine me cartea.
Y ahora uno, dos,
bingo y acción.
John Travolta está acabado,
a mí me trae sin cuidado
porque yo soy cantautor.
Soy la juerga padre,
la alegría de la huerta,
cuento chistes que no veas
que me escuchas y te meas.
A mí me gusta Gunilla
porque rima con vainilla,
y estoy encantado de cantar esta canción.
Creo que se me nota en la cara
que disfruto de la vida
porque tengo la sonrisa
en la boca permanente.
Soy la juerga padre,
la alegría de la huerta.
Un descojono.
La alegría de la huerta.
Un machote.
La alegría de la huerta.
Soy un tío ante todo.
Soy la alegría de la huerta.
A mí el golpe no me gusta,
me da sustito y me asusta.
Me parece una injusticia
porque soy la juerga padre,
la alegría de la huerta.
Soy un cantante que protesta.
Soy un tío incomprendido.
La alegría de la huerta.
Soy la juerga huerta.
Soy la alegría de mi padre.
soy la alegría de mucha gente.
Y miro el guión,
y siempre me equivoco,
porque tengo barba de dos días atrasada,
porque soy un tío guay
que me molo a mí mismo.
protesto por todo.
Gracias, Butanito.
No me toques que me irrito,
que no tengo voz de pito.
Soy la juerga padre,
la alegría de la huerta.
Cuento chistes que no veas
que me escuchas y te meas
y aquí estoy pa lo que sea
aunque el fútbol me cartea.
Y ahora gol, gol, ha metido gol.
El partido está empatado,
a mí me trae sin cuidado
porque soy un cantautor.
Soy la juerga padre,
la alegría de la huerta
cuento chistes que no veas
que me escuchas y te meas.
En cuanto al resto, «sí hubo alguna persona que nos pidió no salir más, pero lo hicieron de muy buen rollo», aclara Javier. Menos gracia tuvo la historia del hombre que se veía sorprendido por las cámaras mientras salía de una cabina de sex-shop. El equipo doblaba el vídeo presentándolo de la siguiente manera: «Tras esta puerta se esconde el hombre que más sabe sobre…». Y, seguidamente, la voz en off de Florentino le preguntaba sobre algún tema de actualidad que siempre era respondido con un «po’ cojonuo». «Nos llamaron diciendo que no lo dobláramos más porque ese hombre había muerto». Lamentaba Fernández. Es curioso comprobar cómo las quejas provenían más de la gente anónima que de los famosos. Incluso llegó alguna protesta de una asociación de enanos por algún chiste. Aunque Begoña, la directora, aclara que «nunca recibimos consignas o cortapisas de la cadena ni de la productora. Raramente nos llegaban las quejas que recibía la centralita de Telecinco cuando nos metíamos en temas religiosos, que eran las más numerosas. También nos filtraban las denuncias que nos pusieron tanto distribuidoras de cine por doblar sus películas como otras cadenas por usar las imágenes de sus programas». Sin ir más lejos, y mientras se terminaba este artículo, fallecía en Washington Helen Thomas a los 92 años de edad. La veterana periodista fue «usada» innumerables veces en El Informal cuando tocaba hacer vídeos con ruedas de prensa o entrevistas ficticias. Llanamente y para evitarse más problemas y ahorrarse algo de tiempo, el equipo contrató los servicios de La Pecera, una empresa de animación que empezó a colaborar con El Informal aportando pequeñas series de dibujos animados con los presentadores como protagonistas.
Y aunque era un trabajo a la sombra, el doblaje era esencial. El estilo de El Informal creó escuela y algunos de sus dobladores recalaron en otros programas. «Pues parece ser que fue así», advierte Fernández. «Lamento que eso fuera el inicio del low cost en programas de entretenimiento ya que esos minutos de tele no costaban mucho». Sin demasiados alardes tecnológicos, gente como Mónica Chaparro (más tarde en Sé lo que hicisteis o RNE) se ganaron un lugar —sin quererlo— dentro de los hogares españoles, junto a Javier Capitán, Miki Nadal y Florentino, precursores también de ese tipo de doblaje. «Mi primer contacto con El Informal fue como espectadora», comenta Mónica. «Por entonces yo ya trabajaba imitando voces en el Guiñol de Canal +». ¿Y qué le llamó la atención de El Informal? «Lo que más me fascinó fue los doblajes de cachondeo que hacían. Yo escuchaba voces masculinas (Flo, Capitán, Figuerola-Ferretti) y la verdad es que se salían». Aunque algo fallaba, bajo el punto de vista de Mónica. «Las voces femeninas eran bastante flojas. Le eché dos narices y llamé al programa ofreciéndome como imitadora. Ellos me explicaron que no tenían locutora que imitase y que las voces de chicas las hacían redactoras. Aunque a veces Flo ponía también voces a chicas, y Miki a travestís». Con acierto y osadía, Mónica entró por la puerta grande. «Lo más sorprendente fue que me atendieron y me citaron a una prueba que se hizo por la tarde con Flo y que esa misma noche se emitió». Y así, tan de sopetón, la joven dobladora se inició en el programa. «Recuerdo lo nerviosa que llegué y lo bien que se portó Flo conmigo. Me ayudó mucho. Cuando acabó la prueba y se comenzó a doblar lo que se iba a emitir en unas horas, me puso a hacer voces diciéndole al guionista que las estaba haciendo él, para que no las desechasen. ¡Alucinante e inolvidable!». Alicia Ramírez, que también dobló voces, añade que «poner voz a tantos personajes de actualidad, famosos y políticos haciéndoles decir cualquier sinsentido era muy divertido». Verdaderamente tenía que serlo, tanto por la libertad de caracterizar a una personalidad como por los gratos momentos que pasaron. Mónica Chaparro, haciendo memoria, prosigue. «Solíamos sacarnos un café y alguna cosa de picar. Un día se estropeó la máquina de vending de Telecinco. Cuando Miki y Flo vieron que el carril de las «Panteras rosas» daba la vuelta completa expulsando bollos sin parar, no veas la que liaron. Creo que Flo se comió cinco o más bollos rosas seguidos en plan monstruo de las galletas. Aquello fue épico. Digno de orinarse encima», ríe. El propio Florentino siempre estará agradecido por esos «momentos más buenos» puesto que «fue una etapa dorada para el entretenimiento en la tele». Su implicación humana iba más allá de lo propiamente profesional. «Éramos un equipo de lujo con un inmenso talento delante y detrás de las cámaras. Recuerdo que teníamos un coordinador de salas de doblaje que a mí me llamaba Flor. No le escuchaba muy bien, pero un día presté más atención. Y sí, dijo Flor. Se lo comenté a Miki y me dijo: «sí, es verdad, lleva así un mes». Me decidí por corregirle un dato que, según oía, no era correcto: «No soy Flor. Me llamo Flo»». Todo aclarado, «pero a la semana estábamos igual. Me seguía llamando Flor. Todos los guionistas: Javi Pilar, Ferrer, Gaby, Curry, Alvarito… y Felisuco, Miki, Capi… todos se descojonaban de mí».
El sonido de un disparo o el caminar con katiuskas fue tan característico que la herencia dejada se retomó por jóvenes humoristas y productores en programas posteriores. «Los mejores momentos sucedían en las salas de doblaje. Ver a Florentino, a Miki y a Mónica poniendo en boca de los personajes burradas tras burradas. Todo alrededor en las demás salas se paralizaba y la gente acudía a las risas que ahí se oían. Llegaba la hora crítica de entregar las cintas de emisión y las voces se ponían las pilas y en una pasada grababan todo lo que había que doblar», destaca Mario, casi como su compañera Mónica. «Creo que tengo una salud más fuerte tras tantas horas de risoterapia. Miki y Flo eran amigos íntimos y tenían una complicidad alucinante. Se pasaban las horas haciéndome bromas. Capitán y Figuerola eran más serios y a veces nos miraban con cara represiva viendo las tonterías que hacíamos». Esa personalidad se trató de imitar varias veces, pero por muy fieles que querían ser en otras cadenas o programas, El Informal era único. «No sabría decirte a ciencia cierta los motivos por los cuales no han conseguido aún imitar un programa como El Informal», recalca Mario, «pero te puedo asegurar que posiblemente sea por la personalidad de cada uno de nosotros, y sobre todo las ganas de reírnos trabajando. Esa era una premisa que llevábamos a rajatabla. De hecho, cuando algo salía mal, siempre lo discutíamos en el post-programa, en alguna barra de bar o cenando algo. Un gran equipo». Saliera mal o no, seguramente merecería la pena por la razón de haber vivido unos buenos ratos de risas, como bien recapitula Chaparro. «A veces desbarrábamos en los ensayos colocando voces que no pegaban con los personajes, y en vista de las risas que eso provocaba, se quedaban en la pieza final». Con el beneplácito de los guionistas, cómo no. «Los guionistas eran muy generosos y compraban casi todos nuestros morcilleos, por muy surrealistas que fueran». Las prisas estaban muy presentes también con los dobladores aunque las bromas hicieran algún que otro pequeño break. «El programa salía al aire sobre las nueve y cuarto de la tarde y empezábamos a doblar a las cinco. Había siete u ocho piezas por doblar y pocas salas de doblaje. Flo era el más solicitado y además tenía que estar grabando sketches y otras cosas». A ese apretado horario hay que sumarle que el primer plató estaba en Alcobendas, alejado de los estudios de Telecinco «y 15 minutos antes de la emisión Flo seguía en Telecinco acabando de doblar. Solo el trayecto en coche «modo policía con sirena» era de diez minutos». Se tenía que microfonar, maquillar y estar sentado en el set de directo para entrar desde el primer minuto. Mucho estrés. «Doblábamos las piezas según los guionistas terminaban de montarlas y solían acumularse todos a partir de las siete de la tarde». Con ese tiempo tan escaso, ¿se quedaron vídeos sin ver la luz? Mónica, todavía inmersa en la conversación, no recuerda «que se descartaran piezas por no llegar a tiempo, pero sí que tuviéramos que doblar alguna a la primera. Es decir, directamente sin haber visto antes los gestos, pausas e interpretación de tu personaje. Leer el guión y doblar. Esos momentos eran pruebas de fuego para un doblador que solían ir seguidas de una ovación por parte del equipo que estaba en la sala de doblaje». Pese a los contratiempos, las cintas llegaban a su hora y arrancaba una nueva edición de El Informal, como cada día.
(Continua)
Pingback: El Informal, del fenómeno al mito (I)
Bravo, has captado muy bien el sabor de este programa que tantas adolescencias ha truncado.
Muy buen artículo, pero falta algún análisis sobre el final del programa y las razones o motivos que llevaron al mismo. Tal vez en una segunda parte? jeje
Imagino que por eso se llama (I) xD. Muy buen artículo, anda que no se les echa de menos.
Gracias a todos. Sí, hay una segunda parte que se publicará próximamente.
probablemente el mejor programa de televisión que se ha producido en españa, esto bien llevado hubiera podido ser nuestro «Saturday Night Live» y aún estaría en antena hoy en dia. Desgraciadamente todos sabemos lo que paso (supongo que esa parte se abordará en la segunda parte del articulo que espero con ganas).
Los doblajes de «chuache» de Miki Nadal son absolutamente legendarios en Aragón. Desafío a cualquiera a encontrar alguien sobre los treinta años que haya estudiado una carrera técnica en Zaragoza que no sea capaz de recitarle punto por punto con todas las inflexiones exactas el legendario sketch de «Chuache Cientifico» http://www.youtube.com/watch?v=CMckXyExFfI
Discrepo. En mi opinión, Caiga Quien Caiga era bastante superior en todos los sentidos: más inteligente, más irónico, más sutil y más mordaz. Y anterior, además, de 1996. Para mí no hay color.
Bravo Carlos por este articulo tan completo y veraz. Todo fue como lo cuentas, pero mas divertido todavia. Un saludo
Miticos doblajes pero el articulo se olvida de mencionar a «Culebras», el invisible realizador con el que Charlton Heston tenia sus mas y sus menos gracias al doblaje de Florentino. Mitico.
Sí se le menciona, New_Rodro:
«Gente como Sebi García, Javier Pilar Gallego, Casandra Valdés o José Carlos Culebras (de ahí venía la coña con la palabra «culebras» que repetía Charlton Heston) hacían posible que El Informal tuviera un contenido tan fresco como gracioso día tras día».
¡¡¡Uuupppsss!!!! Mea culpa xD
Pingback: Bitacoras.com
Uno de los últimos programas que llegué a disfrutar en TV, casi siempre ágil, inteligente y descacharrante… Repito, el espacio me gustaba mucho; ¿por qué entonces, se me ha hecho tan farragosa la lectura de este reportaje? Y en cuanto a lo de que Patricia Conde hizo olvidar – sí, ya sé que está puesto entre comillas- a Inma del Moral, tengo que decir que hoy en día aún echo a ésta de menos. Sobre todo, cuando por casualidad haciendo zapping pesco a Patricia -una chica guapa pero sin ninguna gracia, a mi parecer- tratando de parecer divertida e ingeniosa sin conseguirlo jamás…
Un consejo: acortad más los párrafos. Hay algunos que se hacen eternos. En casos como éste, si es necesario, plantead trocear más la entregas (si, por ejemplo, este artículo va a tener dos partes, pues que tenga 3 ó 4). Se me ocurre.
Si, la verdad es que la longitud extrema, y la mayor parte de las veces injustificada, es un mal endémico de Jot Down
Cuando se hace con maestria, como en este caso, es de agradecer. A ver si leemos mas.
El Informal fué genial, punto. :)
Una cosa: ¿Qué no es graciosa Patricia Conde? !!! No es una cómica pero graciosa, un montón.
Fenomenal; muchas gracias, Carlos.
Totalmente de acuerdo.
Qué grande! ! Muy buen artículo, espero impaciente la segunda entrega que seguro nos desvela cosas interesantes!
Creo que sólo dos partes sobre este programa van a saber a poco… ¿un libro?
Doy fe de que Flo es un tío muy grande y muy sano tras haber currado con él un año.
Era un programa genial! Se echa mucho de menos este tipo de televisión! El articulo muy bueno y muy currado. Felicidades al autor.
¡¡Magistral, Carlos!!… Nadie había reflejado hasta ahora tan bien como tu el «Espíritu de El Informal»… Compruebo con satisfacción en la primera parte de tu reportaje que has sacado el máximo partido al relato de todos los que fuimos protagonistas de tan maravilloso evento televisivo… Buen trabajo… Espero con muchísimas ganas la 2ª parte… Un abrazo enorme para ti y para todos mis Excompis, que tantas veces se les echa de menos…
Genial programa, histórico, ideal para ver mientras se estaba cenando. Acuso el desgaste de no descansar, y del fenómeno momentáneo de operación triunfo ( por los resúmenes que ponían en la 2).
Me alegro de que buena parte del equipo haya podido seguir trabajando ya sea en Se lo que hicisteis u otra movida.
Deseando con «ansia» la segunda parte
Es que es ver los videos de Errol y llorar de la risa.
Inma del Moral era el mayor reclamo de aquel programa. El resto era infumable.
Patricia Conde, que carece de la belleza de Inma, se hacía (y sigue haciéndose) insoportable con su actitud de chica lista que se hace la tonta.
Las gracietas de Javier Capitán, felizmente desaparecido de la gran pantalla, eran de lo más facilón. Es un digno compañero de Rosita Díez, Carlos Martínez Gorriarán y el tal Cantó. Claro que Florentino Fernández (a éste, por desgracia, siguen dándole cancha en las teles) casi lo hacía bueno.
En fin, un bodrio de escaso interés y menor provecho.
Eres Pedro Ruiz, verdad?
Estoy con Segismundo, a veces menos es más. Aún así, muy buen artículo.
Pues no, en este momento no soy Pedro Ruiz. Y ya que estamos, aprovecho la ocasión para celebrar que que se deje de emitir en la Sexta el programa de Florentino. Envío mi más cordial enhorabuena a los responsables de la cadena.
Simplemente GRACIAS por dedicar un artículo tan extenso (como es habitual en esta página) a uno de los mejores programas realizados en nuestro país. Menuda sonrisa se me ha dibujado al ver el título del reportaje.
Pingback: El Informal, del fenómeno al mito (y II)
Unas 10.000 palabras (y queda otra parte) para hablar de un programa como el informal…joder qué capacidad de síntesis.
¿Mito? ¿Qué mito ni qué niño muerto?
Excelente artículo, creo que contentará tanto a los fans que tuvimos como a los que allí tuvimos la rara oportunidad de trabajar y divertirnos a la vez. Yo fui uno de los pocos guionistas que sostuvo el Informal desde el primer al último día y felicito al autor de este detalladísimo informe-reportaje. Aunque dudo que vaya a haber otro sobre su temporada final: es como hablar del lado oscuro de personajes muertos pero con descendientes pendencieros. Se pueden reavivar rencores o herir susceptibilidades múltiples. Nos queda la nostalgia.
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