(Viene de la primera parte)
Quizás podían haber asumido la responsabilidad Stojakovic, o Jaric, o Gurovic, o Divac, o cualquiera de sus ilustres compañeros. Ante una Argentina desatada en busca de un histórico oro en la final del Mundial de Indianápolis, Yugoslavia buscaba soluciones urgentes. A grandes males, grandes remedios. Dejan Bodiroga se adueñó del balón y le echó un pulso a la presión. Como tantas veces en su carrera. Como casi siempre, salió victorioso. Él solo (con la ayuda de un par de decisiones arbitrales difíciles de justificar) llevó un partido perdido a la prórroga. En el inesperado tiempo extra, las estrellas balcánicas aprovecharon la ofuscación albiceleste. Dejan, unos meses después de conducir al Panathinaikos a la gloria europea en Bolonia (MVP incluido), se proclamaba campeón del mundo con su país. Aquella medalla de oro agónica no solo sería el último gran logro de Bodiroga con la Selección. Yugoslavia (ahora Serbia) no ha vuelto a lo más alto de un podio desde entonces. Cuesta creerlo si miramos atrás. Hasta las primeras presencias internacionales de Dejan Bodiroga, el precoz prodigio de Zrenjanin.
La Selección, punto de apoyo en los comienzos
Como explica la parte inicial de este monográfico, el comienzo de Bodiroga en el baloncesto no resultó sencillo. Pasó en blanco su primera temporada en Zadar y el curso posterior al fichaje por el Stefanel de Tanjevic. Entrenó una barbaridad sin poder disputar partidos oficiales. En aquella época inestable, Dejan encontró en la Selección una salida para calmar su hambre de competición y evidenciar que el vivero balcánico había producido otra perla rebosante de talento. El verano de 1990 supuso la estación inicial en el recorrido del joven Dejan con las temibles selecciones yugoslavas. Participó en el Europeo Júnior de Groningen (ganado por Italia) con 17 años. Sus compañeros tenían 19. Unos meses después, tras competir con el Zadar (una vez expirada la sanción de la Federación), sobresalió en el Mundial Júnior de Edmonton, de nuevo como uno de los jugadores más jóvenes del campeonato.
Cuando Bodiroga salió de Croacia por el comienzo del conflicto civil y fichó por el Stefanel, la selección volvió a aparecer en su camino. En la temporada 91-92, Dejan todavía no había cumplido los 20, por lo que volvió al combinado júnior para disputar la fase clasificatoria para el Europeo de Hungría. Logró 27 puntos de media. Era obvio que estaba muy por encima de sus coetáneos. Tan obvio que Dusan Ivkovic, entrenador de la Absoluta, le incluyó en una preselección de 16 jugadores con vistas a los recordados Juegos Olímpicos de Barcelona. Compartía convocatoria con Djordjevic, Danilovic, Prelevic, Savic o Divac. Casi nada. Pese a la ausencia de las figuras croatas, pertenecientes ya a un nuevo estado, Yugoslavia podía y debía aspirar a medalla. Una ambición frenada en seco por el Consejo de Seguridad de la ONU, que impuso fuertes sanciones a Yugoslavia en mayo del 92 por su responsabilidad en la guerra. La participación en los Juegos resultó imposible.
Dejan Bodiroga rondaba los 20 puntos por partido en la prestigiosa Lega, circunstancia que atraía cada vez más miradas en torno a su imparable evolución. Por desgracia, la guerra seguía y las sanciones de la ONU continuaban vigentes, así que tampoco pudo competir en el Europeo de Alemania de 1993 ni en el Mundial de Toronto de 1994 (torneo cuya organización, en un principio, había sido encomendada a Yugoslavia). Por fin, en 1995, Bodiroga y el resto de sus afamados compañeros retornaron a un gran torneo. Todos sabían que el Eurobasket de Atenas suponía una oportunidad inmejorable para levantar el ánimo de una región herida y observada con rechazo por la comunidad internacional. La sensación de que todo el mundo les miraba con recelo a causa de los desmanes políticos y militares creó un sentimiento de unidad en la consecución del objetivo que ayudó a que Yugoslavia se convirtiese en el tirano del baloncesto FIBA en la segunda mitad de los 90. Grecia solo fue el primer paso en la reconquista del tiempo perdido.
El conjunto serbio, dirigido por Ivkovic (con Zeljko Obradovic de asistente), acudió a tierras helenas con un plantel estelar. La conjunción de los viejos conocidos (Djordjevic, Danilovic, Paspalj, Divac o Savic), con las nuevas figuras (Bodiroga y Rebraca), produjo un cóctel imparable para sus rivales. El emergente Bodiroga, con 22 años, estaba lejos de la madurez deportiva, pero nadie discutía su importancia en el acorazado balcánico. De hecho, fue el segundo jugador que más minutos estuvo en cancha (28.6 de media, igualado con Danilovic y solo por detrás de Djordjevic) y el tercer máximo anotador (12 puntos por partido). Unos datos que describen la llamativa irrupción de Dejan en la élite continental.
Bodiroga asombró en el debut ante la anfitriona con 22 puntos y seis rebotes. No volvió a cuajar una actuación tan sobresaliente en el resto del Europeo, pero realizó una destacada labor como escudero de unos geniales Danilovic (17,4 puntos de media) y Djordjevic (endosó 41 a Lituania en la final). Yugoslavia logró el anhelado oro en un memorable choque (96-90) que acabó con los bálticos desquiciados por la labor arbitral (pitaron Toliver y Pitsilkas) y los nueve triples de Djordjevic. Aquel equipo dominó los nueve partidos del torneo. Carecía del brillo hipnotizador de antaño, pero poseía un carácter ganador y una fiereza competitiva únicas. Todo aliñado con un barniz irreverente hacia rivales y colegiados.
En Atlanta’96, Yugoslavia regresó a unos Juegos Olímpicos. Con Zeljko Obradovic de primer entrenador, se plantó en la final con pleno de victorias y solo cedió, tras batallar durante 30 minutos, ante el intratable Dream Team (95-69). Bodiroga consiguió 13 puntos ante Hardaway, O’Neal, Robinson, Olajuwon, Barkley o Pippen. Fue su despedida de un evento en el que promedió 10 puntos y volvió a ejercer de complemento de lujo para los líderes del grupo. Todavía no había llegado el momento de ser actor principal.
Segundo oro europeo y llegada a la cumbre en Atenas
La plata de Atlanta precedió a algunos cambios en el recorrido de aquella formación triunfal. Hombres como Paspalj y Divac se ausentaron a partir de entonces de los distintos campeonatos. Yugoslavia perdió una buena dosis de talento, pero mantuvo la eficacia y la obsesión por ganar. Cualidades letales en las manos de Djordjevic, Danilovic, Bodiroga, Savic o Rebraca. El Europeo de Barcelona (1997) contempló un nuevo paso al frente de Bodiroga, ya enrolado en las filas del Real Madrid. Dejan se convirtió en el jugador con más presencia en la cancha (28 minutos de media). En anotación, mantuvo las cifras de campeonatos precedentes (10.8 puntos), pero comenzó a sobresalir como un referente en los instantes más calientes. Castigó a Grecia con 22 puntos, seis rebotes y cinco asistencias en semifinales y comandó la victoria ante Italia en la finalcon 14 puntos en 37 minutos. El pobre resultado de ese duelo (61-49) ilustró la tendencia al baloncesto control que se estaba imponiendo en el panorama FIBA. Yugoslavia ganó con suficiencia. Casi por inercia.
Al verano siguiente, en el Mundial de Atenas, el temido bloque de Obradovic aspiraba a proseguir con la cadena de éxitos iniciada precisamente en el país heleno tres años atrás. Un nuevo reto liderado por un Bodiroga cada vez más desequilibrante, muy bien secundado por Zeljko Rebraca. El cambio en la sala de mando se debió a la ausencia de Danilovic, sumada a las ya mencionadas de Divac y Paspalj (Zarko estaba al borde de la retirada). Además, Djordjevic entró por los pelos tras superar una operación de menisco. Sin enamorar a nadie, los jugadores plavi fueron avanzando rondas de manera burocrática.
En la penúltima ronda, por tercera vez en cuatro años, se cruzó Grecia. El contrincante preferido de Bodiroga. Dejan se había ensañado con los helenos en los Europeos de 1995 y 1997, y también en la segunda fase de ese Mundial (19 puntos). Consumado su fichaje por el Panathinaikos para el curso 98-99, Bodiroga estaba especialmente motivado. El partido se jugaba en el imponente OAKA, el pabellón que le idolatraría a partir de ese verano. Dejan completó una actuación colosal (31 puntos, con 9/13 en tiros de campo y 13/16 desde el tiro libre) y encontró un socio de lujo en Rebraca (20 puntos y 13 rebotes). Entre los dos contrarrestaron, prórroga incluida, la espectacular labor de Koronios y Ekonomou. Bodiroga pudo evitar el tiempo extra con un lanzamiento que ni siquiera tocó el aro. Sin embargo, no falló en los cinco minutos suplementarios. Llevó a Yugoslavia a un sufrido triunfo en un choque cargado de tensión (78-73) y, al sonido de la bocina, marchó como un poseso hacia el sector del OAKA ocupado por los animosos seguidores serbios.
Los yugoslavos iban a disputar su cuarta final consecutiva en un gran torneo. Hasta entonces, solo el Dream Team III, en los Juegos de Atlanta, había podido con ellos. En el Mundial de 1998 no existió ese problema. La NBA se paralizó por un cierre patronal que impidió la inclusión de estrellas profesionales en la selección de Estados Unidos. En su lugar, USA Basketball reclutó a universitarios y jugadores de clubes europeos. El resultado no fue el ideal. La Rusia de Karasev, Babkov, Mikhailov o Kudelin les eliminó en semifinales con una canasta decisiva de Panov (66-64) y volvió a citarse con los yugoslavos en una final por primera vez desde la desintegración de la Unión Soviética.
Con dos oros europeos y una plata olímpica a cuestas, la irrefrenable ambición de Bodiroga aspiraba a conquistar una nueva cumbre. El partido contra los rusos, caracterizado por la escasez anotadora y un ritmo cansino, desembocó en unos últimos minutos muy apretados. Esta vez, Dejan no pudo ser actor protagonista. A falta de dos minutos, cometió la quinta personal en la lucha por un rebote. Sin él en pista, Rebraca dio una lección de personalidad y madurez que se tradujo en un tapón descomunal a Mikhailov, una canasta clave tras rebote ofensivo y un par de tiros libres convertidos. El pívot fue el héroe de un duro encuentro (64-62) en el que Bodiroga acabó con 11 puntos. Pese a su irregular final, los números de Dejan durante el resto del torneo le valieron el MVP. Promedió 14,7 puntos, 4,9 rebotes y 2,2 asistencias. Sus mejores números con la camiseta nacional hasta ese momento. Djordjevic, como capitán, levantó la copa de campeón, circunstancia que no ocultó el traspaso de poderes. Bodiroga se había confirmado como el principal referente de la selección dominante en el baloncesto FIBA.
Fin del monopolio
La marcha triunfal de los años precedentes sugería la prolongación de la tiranía en el Europeo de Francia, celebrado a finales de junio y principios de julio de 1999. Yugoslavia volvió a presentar un roster temible. Djordjevic o Rebraca no estaban, pero Danilovic y Divac volvían al grupo, Bodiroga era cada año mejor jugador y la irrupción de jóvenes como Gurovic o Stojakovic aseguraba el relevo generacional.
Yugoslavia –con Bodiroga y Danilovic de referencias ofensivas- fue superando obstáculos sin inmutarse. Toda Europa sabía que eran casi imbatibles en el cara o cruz de las últimas rondas. Los problemas llegaron cuando ellos se lo creyeron demasiado. Después de ganar sucesivamente a Israel, Macedonia, Francia, Eslovenia y España, Rusia les dio un pequeño toque al derrotarles en un duelo intrascendente. En cuartos se midieron con Alemania, en la que figuraba un Nowitzki desembarcado el curso anterior en la NBA. Bodiroga, Danilovic y Scepanovic se bastaron para descabalgar a los teutones sin pisar el acelerador (78-68). Solo Italia separaba a los arrolladores serbios de su quinta final seguida.
Bodiroga, líder de los yugoslavos en puntos (14,1), rebotes (6,2) y asistencias (4,3) a lo largo de la competición, iba camino de un nuevo MVP hasta que apareció la potente escuadra de Tanjevic, que se vengó del desenlace de 1997 encabezada por Fucka y Meneghin. Los hombres de Obradovic se estrellaron ante la defensa azzurra en una primera parte lamentable (solo consiguieron 23 puntos) y se quedaron sin margen de reacción. La actitud, entre chulesca y pasota, de jugadores como Danilovic o Divac mostró un problema que se convertiría con el tiempo en el principal lastre de los balcánicos: la subordinación del colectivo a los egos. Demasiada figura junta en el mismo vestuario.
Con 17 puntos y 13 rebotes (oscurecidos por siete pérdidas de balón), Bodiroga se multiplicó frente a los italianos para evitar lo inevitable. Esta derrota fue la primera gran decepción de Dejan con la camiseta nacional. El triunfo en el encuentro por la medalla de bronce ante los anfitriones apenas sirvió de consuelo. En este nuevo marco, los Juegos Olímpicos de Sydney se presentaban como la oportunidad de redención perfecta. Esta vez no estuvo Divac, pero regresó Rebraca. Bodiroga y Danilovic se postulaban de nuevo como los líderes ofensivos, sin perder de vista la llamativa irrupción de Predrag Stojakovic, quien había concluido su primer curso en la NBA.
Encuadrada en el grupo B del torneo olímpico, Yugoslavia venció en sus cuatro primeros compromisos (Rusia, Australia, Angola y España). En el quinto y último de la primera fase, sin embargo, cedió (75-83) contra la sorprendente Canadá del increíble Steve Nash (26 puntos, ocho rebotes y ocho asistencias). El inesperado tropiezo dejó a los serbios sin la primera plaza, pero las malas noticias no acabaron ahí. Danilovic, que estaba cuajando una actuación espectacular (20 puntos), se lesionó tras el descanso. Poco después se retiraría con solo 30 años. Esta desgraciada incidencia supuso un hachazo a las opciones yugoslavas en Sydney. Lituania, bajo el timón de Jasikevicius y la afinada muñeca de Einikis, acabó con el sueño olímpico en cuartos de final (63-76). Bodiroga (14 puntos) y Stojakovic (20) se quedaron solos ante el peligro. Yugoslavia acabaría su participación en tierras australianas con una derrota ante Italia en el partido por el quinto puesto.
Este nuevo fracaso vino acompañado de un papel irregular de Bodiroga. Superó por los pelos los diez puntos de media y no fue determinante a la hora de la verdad. A nivel colectivo, la conclusión era evidente. Si Yugoslavia quería volver a reinar debía crecer mucho como equipo, más allá de sus individualidades descollantes.
El retorno a lo más alto: Turquía e Indianápolis
Los pobres resultados en Francia y Sydney convirtieron a Yugoslavia en una selección vulnerable. Una situación impensable. Al Europeo de Turquía, en 2001, Bodiroga acudía dentro de un grupo de jugadores puestos bajo sospecha. En el banquillo, Svetislav Pesic había sustituido a Zeljko Obradovic.
Además del relevo en la dirección, se produjeron algunas variaciones importantes en la composición del equipo. Marko Jaric proporcionó, junto a Sasha Obradovic, una estabilidad en la posición de base desconocida desde la marcha de Djordjevic. Stojakovic, cada vez más consolidado en la NBA, se consagró como un anotador compulsivo en el baloncesto FIBA. Ante las ausencias de Rebraca y Divac, Drobnjak, Tomasevic y Tarlac aportaron puntos e intimidación en la pintura.
Bodiroga, con la excepción del choque frente a la Alemania de Nowitzki, estuvo cubierto por la alargada sombra de Stojakovic hasta la final. No era el contexto ideal para él, acostumbrado a acaparar balón y ser la referencia de sus compañeros. No obstante, supo ejercer ese papel secundario con corrección (12,3 puntos de media). El letal alero de los Kings y el elegante escolta del Panathinaikos fueron los mejores de una selección que mostró una versión seria y eficaz. Sin excesos de confianza y apoyados en una defensa bastante sólida (ningún equipo llegó a los 80 puntos contra ellos y cuatro –incluida España- se quedaron por debajo de los 70), la calidad de sus estrellas hizo el resto. Vencieron los cinco encuentros que disputaron antes de la final con suficiencia. Stojakovic, imparable, se movió por encima de los 20 puntos con naturalidad.
Tres años después, Bodiroga volvía a tener al alcance una medalla de oro con su país. El rival de Yugoslavia, Turquía, había llegado hasta el último día amparada por las ventajas inherentes a su condición de anfitriona (presión infernal del público y alguna que otra ayuda arbitral) y una rotación competitiva potenciada por la presencia de dos superclases, Turkoglu y Kutluay. Llegados a este extremo, Dejan recuperó protagonismo ante el descenso de rendimiento de Stojakovic (Peja solo anotó 15 puntos). Sus 18 puntos y siete rebotes resultaron claves para dinamitar la resistencia de una combativa Turquía.
El conjunto otomano empezó el último cuarto en el cogote de los serbios (57-58), pero Bodiroga y la espectacular puesta en escena de Scepanovic (19 puntos) colocaron la diferencia en torno a los diez puntos. Dejan y Sasha Obradovic durmieron el partido en cada posesión y los turcos no tuvieron capacidad de respuesta. El caldeado Abdi Ipekçi asistió al retorno de Yugoslavia a lo más alto del podio. Stojakovic fue nombrado MVP del Europeo y Bodiroga recogió su primera copa como capitán de la selección balcánica. Las cosas volvían a estar en su sitio.
Con el oro de Turquía en la memoria reciente, Yugoslavia se presentaba como una de las favoritas en el Mundial de Indianápolis de 2002. Acudía con una plantilla de escándalo. Bodiroga y Stojakovic figuraban otra vez como líderes dentro de una rotación en la que destacaba la presencia de seis NBA (además de Stojakovic, fueron convocados Jaric, Rakocevic, Radmanovic, Drobnjak y Divac). Por si esto fuera poco, el equipo se completaba con jugadores como Tomasevic, Vujanic o Gurovic.
El plantel serbio impresionaba nombre por nombre. Sin embargo, Pesic tuvo verdaderos problemas para acoplar a tanta figura dentro de un sistema ordenado. Casi nadie aceptaba un rol secundario, lo que provocaba rotaciones a menudo caóticas y ataques en los que predominaba el individualismo. Yugoslavia sufrió su primera derrota en el torneo en la segunda jornada, contra la España de Gasol (25 puntos) y Navarro (13). Bodiroga (16 puntos) marró un tiro bien defendido para forzar la prórroga. El resultado (71-69) fue un toque de atención para los orgullosos jugadores balcánicos.
El tercer partido, contra Canadá, se superó sin problemas, pero en la segunda fase volvieron las dificultades. Yugoslavia perdió con Puerto Rico y las palizas a Brasil y Turquía no evitaron un cruce envenenado en cuartos. El adversario, Estados Unidos, tampoco estaba para tirar cohetes. Entrenado por George Karl, venía de morder el polvo ante una espectacular Argentina (primera vez en la que, con jugadores NBA, era superado en un gran torneo por una selección FIBA) y contaba con mucha menos calidad que en campeonatos pretéritos. Dicho esto, no eran mancos. Tenían a Andre Miller, Michael Finley, Paul Pierce, Elton Brand, Jermaine O’Neal, Ben Wallace o a un veteranísimo Reggie Miller.
El choque contra Estados Unidos fue la encrucijada clave. Con poco más de 5.000 aficionados en las gradas del Conseco Fieldhouse (el Mundial despertó un interés escasísimo entre el público local), Yugoslavia recuperó su carácter indomable. Remontó en el último cuarto (29-20 de parcial) y acabó ganando al equipo norteamericano por 81-78. Un triple de Jaric y un tiro libre de Bodiroga pusieron por delante a los serbios a menos de dos minutos para el final. Gurovic, con otro triple y Jaric, desde la línea de 4,60, remataron a la codiciada presa en los últimos 60 segundos. Andre Miller falló un tiro de tres para igualar sobre la bocina y los hombres de Pesic accedieron a semifinales. Su superioridad en el rebote (40 a 29) y el acierto desde el triple (10/17) resultaron decisivos. Bodiroga se quedó en nueve puntos con un porcentaje de lanzamiento para olvidar (1/7 en tiros de dos). Una actuación discreta tapada por las excelentes prestaciones de Stojakovic (20 puntos), Divac (16 y 11 rebotes) y Gurovic (15 con 4/6 en triples).
Tras la adrenalina derrochada contra los estadounidenses, medirse a Nueva Zelanda en semifinales dejaba fríos a los balcánicos. Comenzaron jugando con fuego (30-19 en contra en el primer cuarto), pero la diferencia de calidad se acabó imponiendo gracias a un parcial de 27-10 a la vuelta del descanso. Bodiroga mejoró respecto a los cuartos (14 puntos), y Jaric y Koturovic encabezaron el ataque serbio. Cuatro años después, Yugoslavia iba a pelear de nuevo por la medalla de oro en un Mundial.
La posibilidad más que ilusionante de revalidar título pasaba por superar a Argentina, un equipazo que se había plantado invicto en el último día de competición. Su referente, Ginóbili, estaba renqueante tras torcerse el tobillo en la semifinal con Alemania. Una circunstancia muy adversa que exigía un esfuerzo extra de Nocioni, Scola, Oberto, Pepe Sánchez o Sconochini.
Bodiroga comenzó el partido en el banquillo. Entró por Gurovic a mediados del primer cuarto y se emparejó con Nocioni. Enseguida se adueñó del balón. Dejan botaba y botaba hasta observar alguna opción clara de pase o tiro. Una actitud que ralentizaba el juego y, con cierta frecuencia, exasperaba a sus compañeros. Argentina, sólida y eficaz, gobernaba la final. Solo Stojakovic evitaba la escapada del bloque sudamericano, guiado por un deslumbrante Oberto (28 puntos, 10 rebotes).
Dejan sumaba puntos poco a poco, pero no acababa de ser una amenaza para el intratable conjunto albiceleste. Después de fallar algunas veces desde el perímetro, Pedro Barthe, narrador del duelo en TVE, dijo esto: “Cuando recurre a los triples de Bodiroga, mal va el equipo yugoslavo”. El astro de Zrenjanin no era considerado como un especialista desde el 6,25 (pese a los buenos porcentajes que solía exhibir). Algunos de sus compañeros sí, pero aquel día erraban una y otra vez.
Los argentinos, crecidos y espoleados con la aparición (medio cojo) de Ginóbili, amenazaban con romper el encuentro en el cuarto decisivo. Yugoslavia se asomaba al precipicio cuando Bodiroga volvió a confiar en su lanzamiento exterior, esta vez cargado de razón. Con la mano de Scola delante, anotó un triple a falta de siete minutos. Lo celebró con rabia, y eso que solo era el aperitivo. En los dos últimos minutos, el muerto comenzó a respirar después de una canasta de dos de Dejan y un triple descomunal en la cara de Palladino (71-74). Con 51 segundos por delante, una nueva canasta del escolta, a tabla y ante Oberto, puso a los plavi a solo un punto (73-74). El propio Oberto colocó el 73-75 al convertir un tiro libre. 29,6 segundos. En la siguiente posesión, Bodiroga forzó una falta y no falló desde el 4,60. Empate a 75. 17,4 segundos.
Los nueve puntos consecutivos de un Bodiroga en estado de erupción helaron la sangre del irreductible equipo argentino. La final enloqueció. El cuadro albiceleste perdió la bola y, al intentar recuperarla, uno de los árbitros, Pitsilkas, señaló una personal inexistente de Scola a Divac. A solo 5,9 segundos de la conclusión, Vlade falló los dos tiros libres y el rebote favoreció a Argentina. Sconochini salió disparado hacia la zona serbia y Jaric le desequilibró cuando volaba hacia el aro. Pitsilkas y Mercedes, el otro árbitro, se tragaron el silbato. El Mundial se decidiría en la prórroga.
Argentina, indignada y desesperada, no consiguió mentalizarse para disputar el tiempo extra en condiciones. Yugoslavia, sin hacer nada especial, sentenció con un parcial de 9-2. El partido acabó 84-77, con Pepe Sánchez fuera de sus casillas, Oberto aplaudiendo en la cara de los colegiados con ironía y Ginóbili desolado en el banquillo. Como en Atenas’98, Yugoslavia volvía a ser campeona del mundo. Por quinta vez en su historia. Una multitud en éxtasis lo celebró en las calles de Belgrado y de todo el país. El culpable de la fiesta, Bodiroga, se llevó los honores tras la final. 27 puntos, seis rebotes y tres asistencias fueron los responsables. Eso sí, Stojakovic (18,8 puntos por choque y 26 contra Argentina) acabó como el máximo anotador del equipo y Nowitzki se hizo con el MVP del campeonato. Poco después, Bodiroga sería nombrado mejor deportista yugoslavo de 2002 y jugador europeo del año para la revista Basket News.
El declive de un equipo fracturado
En menos de doce meses, la voracidad competitiva de Bodiroga añadió al oro de Indianápolis un histórico triplete con el F.C. Barcelona. El curso 2002-03 había resultado inmejorable. Aposentado en la cima del baloncesto continental, Bodiroga pensó que el verano de 2003 era un buen momento para casarse y, de paso, tomarse un respiro en las apariciones con la selección. Anunció su renuncia al Europeo de Suecia en una rueda de prensa con Dusko Vujosevic, nuevo técnico del combinado serbio. En el futuro se dibujaban dos frentes muy atractivos: los Juegos Olímpicos de Atenas (Yugoslavia estaba clasificada por su condición de campeona del mundo) y el Europeo 2005, en el que los balcánicos ejercerían de anfitriones.
En tierras nórdicas, el equipo yugoslavo compitió por primera vez bajo el nombre de Serbia y Montenegro. Además de Bodiroga, Tomasevic, Divac o Radmanovic fueron bajas respecto al Mundial. Serbia y Montenegro se puso en las manos de Stojakovic (18,8 puntos de media), Jaric o Gurovic, pero el rendimiento colectivo resultó bastante pobre. Lituania, futuro campeón, les eliminó con facilidad en cuartos (98-82).
La ansiada vuelta de Bodiroga para los Juegos de Atenas coincidió con las ausencias de Stojakovic, Jaric y Gurovic, los tres mejores en Suecia. Zeljko Obradovic regresaba al banquillo de un grupo al que una vez más resultó imposible convertir en un verdadero equipo. Serbia y Montenegro realizó un torneo pésimo. Perdió cuatro de los cinco partidos de la primera fase, contra Argentina (con una canasta increíble de Ginóbili), Nueva Zelanda, España y China. Solo pudo ganar a Italia (a la postre medalla de plata) y a Angola (en el duelo por el undécimo puesto).
Bodiroga tuvo algunas actuaciones reseñables (endosó 16 puntos a Argentina y 25 a Nueva Zelanda con 10/12 en tiros de campo), pero acabó perdido en el caos de un plantel en el que cada uno iba por su lado y las asistencias cotizaban a la baja (es llamativo que el líder en este apartado fuese un pívot, Tomasevic, con 2,4). Bodiroga finalizó sus terceros y últimos Juegos Olímpicos con 13 puntos y algo más de cuatro rebotes por partido. Unas estadísticas decepcionantes para un jugador al que se exigía mucho más por la ausencia de Stojakovic. Tanto a nivel de clubes (pese a su reciente MVP de la final ACB y a un buen promedio anotador con el Barcelona durante la temporada) como de selección, Dejan, a los 31 años, empezaba a dar muestras de que sus mejores días como profesional habían pasado.
Esa mala sensación se corroboró a lo largo de un curso 2004-2005 bastante irregular. Naufragó con el Barça en Liga, Copa y Euroliga con unos números sensiblemente inferiores a los de años anteriores. Fatigado por una larga y exigente carrera en la élite, Dejan decidió retirarse de la selección serbia tras el Europeo que se iba a celebrar en el mes de septiembre en Vrsac, Podgorica, Novi Sad y Belgrado.
Pese al nefasto papel olímpico, Serbia y Montenegro partía como gran candidata al oro. Stojakovic renunció de nuevo, pero Jaric, Gurovic o Rebraca (este después de varios años) regresaban a una convocatoria. Además, Radmanovic, Krstic, Rakocevic o Milicic (sorprendente número 2 del Draft de 2003) engrandecían una rotación que, para colmo, iba a contar con el favor del bullicioso público local. Serbia no tenía rival en cuanto a talento individual. Sus problemas venían de la capacidad autodestructiva que venía enseñando en los últimos años.
El equipo de Obradovic no pudo comenzar peor. Fue apalizado en el debut por una España sin Gasol pero con un espectacular Navarro (70-89 con 27 puntos de Juan Carlos). La abultada derrota congeló los ánimos en las gradas y los fue encendiendo dentro del vestuario. Los balcánicos ganaron a Israel y Letonia antes de caer contra Francia en Novi Sad, en el encuentro que daba acceso a los cuartos de final. Esta eliminación anticipada generó una escena lamentable fruto de las rencillas acumuladas. En el vestuario local, Jaric, Rakocevic, Radmanovic y Tomasevic (no jugó ni un minuto por un supuesto problema en la espalda) se liaron a puñetazos. Aquel equipo (por llamarlo de alguna manera) no tenía remedio.
En medio de la tempestad, hasta Bodiroga perdió influencia. Promedió 8,5 puntos en el campeonato, la cifra más baja en sus participaciones con la selección absoluta. Ni siquiera el experimentado y laureado Obradovic, compañero de Bodiroga en varias conquistas, pudo lidiar con esa desagradable situación. Zeljko dimitió justo después de la eliminación. Adornó su adiós con frases como “mi error ha sido no excluir de este equipo a tres o cuatro jugadores”, “algunos jugadores se odian tanto que no pueden ni verse” o “si siguiese aquí acabaría en un manicomio”. Con el tiempo, Obradovic superó el trauma y siguió ganando Euroligas. Para Bodiroga, sin embargo, no habría nuevas oportunidades. Dejaba su número 4 con una amargura que solo le abandonaría cuando pudo contemplar en perspectiva unos logros descomunales: cinco oros (Mundiales de Atenas’98 e Indianápolis’02, Europeos de Atenas’95, Barcelona’97 y Turquía’01), una plata (Juegos Olímpicos de Atlanta’96) y un bronce (Europeo de Francia’99). Una excepcional cosecha colectiva imposible de entender sin la aportación de un jugador inolvidable.
Cualquier repaso en profundidad de la carrera de Bodiroga, más allá de una simple enumeración de conquistas individuales y colectivas, de MVPs y campeonatos, obliga a resaltar un virtuosismo técnico fuera de lo normal. Llamaba la atención que no era rápido, ágil ni fuerte. Con sus 2.05, armaba la muñeca y driblaba a su par a cámara lenta. Unas aparentes desventajas que admiten matices. Casi siempre rondaba o superaba el 60% en tiros de campo, porque sabía jugar al baloncesto. Mejor que nadie en Europa. Llegó a ocupar las posiciones de base, escolta, alero y hasta ala-pívot. Pocos sintetizaron con más precisión su capacidad de desequilibrio que Jasmin Repesa, exentrenador de Cibona, Fortitudo o Unicaja y actual técnico del Cedevita y la selección croata: «Parar a Bodiroga en uno contra uno es imposible; solo el equipo puede hacerlo. Si lo intentas defender con jugadores más bajos, te posteará; si le pones encima un jugador más alto, le driblará ya que tiene un excelente uno contra uno».
La técnica individual de Bodiroga en dribbling (apoyado en su famoso látigo), bote, pase o tiro alcanzó unas dimensiones tales que convertía en secundarias sus limitaciones físicas o su falta de especialización defensiva. Rezaba antes de los partidos y salía a la pista mentalizado. Seguro de que iba a dominar el encuentro. La presión le hacía más fuerte, sin importarle la magnitud del escenario o del acontecimiento. Puso a sus pies el OAKA, el PalaMalaguti, el Palau Sant Jordi o el Conseco Fieldhouse. Le faltó probar suerte en la NBA, competición que nunca le sedujo. Seguramente porque jamás aceptó ser el segundo de la fila. Dejan prefirió acumular gloria en Europa. En Serbia, simplemente, era y es un ídolo nacional. Uno de los talentos más sobresalientes de un país que busca reinventarse en busca de la grandeza perdida. Aquella que consiguió tantas veces con Dejan Bodiroga en la pista.
Nota del autor: En lo que respecta a las fuentes empleadas para la elaboración de este artículo, quiero destacar el libro Sueños robados, escrito por Juanan Hinojo. Además, me han resultado de gran utilidad los artículos de aquellos años en El País y las páginas web de FIBA y FIBA Europa.
Sigo pensando que para ser «amo y señor del baloncesto europeo» sus actuaciones en las grandes competiciones de selecciones nacionales fueron, exceptuando la final del Mundonasket contra Argentina, anodinas en términos generales, siendo el tercer o cuarto jugador en importancia para su equipo. Sin salir de su país, creo que Danilovic o Djorjevic fueron más determinantes y además jugaron en la NBA. No creo que Bodiroga tuviera nivel para ser siquiera jugador de segunda fila en la mejor liga del mundo, ya que su carencia de velocidad le lastraba tanto que no habría pasado de mero agitatoallas. Eso sí que es reamarcable, la inteligencia de ver sus propias deficiencias sin asumir riesgos que habrían destacado sus carencias y la capacidad de ir siempre a equipos que optaban a todos los títulos. Era elegante, tenía talento y fue un gran jugador, pero varios escalones por debajo de verdaderos dominadores europeos como Petrovic, Sabonis o el mismo Kukoc que, casualmente, sí demostraron su nivel en la NBA. Por lo demás, un buen post de un evidente admirador.
Totalmente de acuerdo con el comentario de Rísquez.
Te has hecho de rogar con la segunda parte Javier!
Ya copé de comentarios la primera parte y no voy a repetir lo mismo en esta.
Gracias a Bodiroga por dedicarse a jugar al baloncesto y hacernos felices a muchos.
Recién leídas las dos partes, y veo interesante que dos o tres de los títulos que ganó Bodiroga vinieron precedidos de decisiones arbitrales más que sospechosas.
A veces para llegar a ser considerado un gran jugador tienes que tener bastante suerte, y eso incluye suerte con el árbitro. Lituania, Estudiantes, Argentina…
Yo lo recuerdo como un muy buen jugador, pero no un jugador de leyenda, la verdad.
Creo, como Miguel, que las excelencias se reparten aquí con demasiada prodigalidad. Este señor era un muy buen jugador pero nada que ver con gente REALMENTE excepcional como Drazen Petrovic o incluso Tony Kukoc, por ceñirnos a jugadores europeos y yugoslavos en concreto.
«¿Incluso Toni (no Tony) Kukoc?». ¿Cómo que incluso? Me parece una verdadera osadía comparar la categoría de Bodiroga y Kukoc. El croata está un par de cuerpos por encima en todos, absolutamente todos, los apartados del juego. Incluso jugando de base
Pues por eso lo digo, meloncillo… El «incluso» viene dado porque considero a Petrovic el mejor, o sea superior a Kukoc, y éste a su vez, superior a Bodiroga. Tomo nota de la «I» latina con Kukoc, la verdad es que es un puto lío con tantos Tony Soprano, Tony Curtis…
¡Qué pandilla de atracadores los yugoslavos! Qué vergüenza de época en el basket FIBA. Cada jugador de aquellos años le debe un par o tres de medallas a los árbitros
Eres Pedro Barthe?
Pingback: Dejan Bodiroga: amo y señor del baloncesto europeo (y II) – Jot Down | Deportes para Adsense
Aquí una pequeña muestra de las facultades del mago Bodiroga.
http://www.youtube.com/watch?v=dvaRdGCd6AI&feature=youtu.be
Un saludo.
Pingback: Dejan Bodiroga: amo y señor del baloncesto europeo (y II) – Javier Brizuela