Al final del Duero hay una ciudad que se descuelga. Las calles se precipitan hacia el río en pendientes casi imposibles y las casas multicolores trepan por los riscos y asoman desafiantes sus balcones sobre el cauce. Es un lugar fascinante, mágico, casi feérico. Es como una de las Ciudades Invisibles de Italo Calvino. Es como… esto… bueno, sí, es como Cuenca.
El caso es que Oporto es una ciudad preciosa con un montón de lugares atractivos para visitar (que Cuenca también es una ciudad muy bella llena de sitios estupendos, no se me sulfuren). Por ejemplo, pueden acercarse al puente de Don Luis I que conecta el casco antiguo de la ciudad con la zona de las bodegas. Es una construcción decimonónica muy interesante, esencialmente por los dos tableros que cruzan la desembocadura del Duero a distintas alturas: uno superior que carga en compresión sobre el arco de acero roblonado y otro inferior que descuelga a tracción de él. También es muy bonita la Torre dos Clérigos, con sus 75 metros de granito barroco, o la Casa da Música, que es un hipermoderno diamante de hormigón facetado.
Ahora bien, si van en verano, guárdense un día para ir a la piscina. La que yo les recomiendo no está exactamente en Oporto, sino un par de kilómetros al norte (se puede llegar en metro), en la localidad de Matosinhos, en el barrio costero de Leça da Palmeira.
Son las Piscinas das Marés, y es un lugar absolutamente único, no hay otro igual en el mundo. Quizá porque una vez allí te das cuenta de que ya no estás en Leça da Palmeira ni en Matosinhos ni en Oporto.
Acompáñenme y se las enseño.
1. El océano
Álvaro Siza Vieria tenía apenas 28 años cuando, en 1961, la Câmara Municipal de Matosinhos, su pueblo natal, le encargó el proyecto y la construcción de unas piscinas de agua salada junto al mar. Al ser el destino vacacional preferido de los portuenses, que abarrotaban las playas en los días soleados, la localidad quería contar con un recinto acuático controlable y seguro para los bañistas, especialmente cuando el océano se despertaba agitado. Porque el Atlántico no es el Mediterráneo, y a veces se muestra embravecido y furioso, movido por fuertes corrientes en su interior y golpeando el exterior con violencia en olas propias de la marejada y la mar gruesa. Porque el océano es inherentemente indómito y, cuando quiere, no deja al hombre, y mucho menos al niño, que tan siquiera se acerque a él.
Siza había sido educado en los preceptos de la arquitectura moderna, pero también en el respeto y la integración de las formas tradicionales y los materiales vernáculos, tal y como se hacía en Escandinavia o en la misma España. Sin embargo, el arquitecto se enfrentaba ahora a un programa muy sencillo —unas piscinas con sus correspondientes vestuarios—, pero que debía levantar en un lugar que desafiaba a cualquier tradición. Un lugar cuyo único contacto con el hombre eran las lejanas siluetas de los barcos mercantes que zarpaban o atracaban en Oporto. Se enfrentaba a un lugar que es más viejo que la humanidad, un lugar que es tan antiguo como el propio mundo. Se enfrentaba al océano.
Así que decidió no enfrentarse a él.
Si el Atlántico puede ser encrespado y brutal, Siza comprendió que no podía ser su enemigo, que no podía ser un estandarte urbano sino un negociador en nombre de la ciudad. Y que tenía que agachar la cabeza y acariciarlo con la roca, la piel a la que el océano estaba acostumbrado, y el hormigón, que es la roca domesticada por el hombre.
Y efectivamente, esa condición de contorno fue la que llevó al aún joven arquitecto portugués a tomar las decisiones que formalizarían el conjunto. O al menos eso es lo que yo quiero imaginar, que tampoco vivo en su cerebro. Lo que sí es seguro es que el ayuntamiento de Matosinhos no disponía de plano topográfico de la zona, por lo que Siza tuvo que pasar varias jornadas en el terreno midiendo y marcando y anotando cada entrante y cada protuberancia. A mí me gusta pensar que fue en ese momento cuando descubrió aquello que los romanos llamaban genius loci; el espíritu protector del lugar. En arquitectura, el genius loci no identifica a ningún espíritu, pero es igualmente importante y nos sirve para poner nombre a los aspectos intangibles que definen las características propias o distintivas de cada sitio.
Sí, es posible que fuese allí, debajo del paseo marítimo y rodeado de rocas y arena, con el océano delante y la ciudad detrás, cuando cayó en la cuenta de que las piscinas no estarían en un lado ni en el otro. Que no pertenecerían al mar ni al hombre, sino al solapamiento y a la cizalladura entre ambos; a ese lugar que no es un lugar y que son todos los lugares a la vez
2. El umbral
Porque un umbral no es un límite. El límite se define por un borde, por una línea divisoria: lo que está a un lado y lo que está al otro. Sin embargo, el umbral es un alféizar y pertenece a ambos lados y a la vez es distinto a ellos. Sirve de salida y de acceso, de prefacio y de epílogo, prepara la experiencia del paso y del tránsito.
Si piensan en una piscina, es muy probable que la imagen que les venga a la mente sea la de un vaso más o menos rectangular con paredes verticales lisas y azules. Esta formalización es conceptualmente bastante interesante, porque si una piscina es un ingenio diseñado para la contención artificial de agua, su naturaleza es también artificial. Así, una piscina de interior es perfectamente honesta en su artificialidad; y además tiene unos límites claros: el borde separa el agua de la tierra. No hay más.
Sin embargo, Siza no estaba construyendo unas piscinas de interior. No podía ser honestamente artificial y no podía plantear unos bordes definidos para su obra, no completamente, y desde luego, no en el lado del océano. Por eso los propios vasos que contienen el agua están construidos en parte con muros de hormigón, pero también difuminan su orilla en el dibujo de las rocas preexistentes. No son cuadrados, sino irregulares en planta y también en alguna de sus secciones, precisamente la que cortaría por la roca.
Además, el conjunto no se levanta en la cota del paseo marítimo pero tampoco en la de la playa, sino en alturas intermedias entre ambas. Siza parece querer dejar claro el lugar al que pertenece, que es precisamente ese lugar que no está claro.
Como ya hemos dicho, no se puede asegurar si el arquitecto quiso agachar la cabeza por respeto al Atlántico o por alguna otra condición, pero lo cierto es que el edificio de los vestuarios lo hace; desde el paseo marítimo apenas existe, tan solo una cubierta de cobre a la altura de nuestros pies. Se comporta estructuralmente como un muro de contención y, efectivamente, no ofrece fachada a la ciudad.
Esto es casi capital, porque el edificio sí tiene dos fachadas, aunque no son las habituales. Por un lado, la de hormigón que da al océano, hierática y hermética para el hombre. Paredes monolíticas grises y ciegas, y también rugosas. Brutales a nuestros ojos pero perfectamente amables a los ojos del Atlántico, que en su mirada podrían ser confundidas con las rocas que lleva contemplando toda la eternidad.
Pero por otro lado, el edificio cuenta con otra fachada, la de dentro, la pared interior, la que van a usar los bañistas. La del hombre.
Al edificio se accede por una rampa de leve pendiente descendente, que te aleja poco a poco del paseo marítimo y de la ciudad. Luego doblas una esquina y accedes a los vestuarios. Allí, la escala y los materiales son todavía completamente humanos: madera embreada, tiradores de acero, lavabos, duchas y lavapiés. Sin embargo, también te prepara para el océano y te dice que el hormigón no pertenece a tu mundo y, por tanto, es intocable. Por eso las tuberías, las canalizaciones y los mecanismos no están embebidos en la pared sino que aparecen a la vista; y por eso la cubierta sobrevuela y apenas toca el muro de carga lo justo para sostenerse casi con la punta de sus dedos de madera.
Pero un umbral también es otra cosa; etimológicamente es el lugar de la sombra.
Así, el edificio transforma un camino cotidiano —cambiarse de ropa, quitarse los zapatos y ponerse el bañador y las chanclas— en un tránsito entre la mundana claridad de la ciudad y la luz inmensa del mar. Y para ello, hace un ejercicio de penumbra, dejando pasar estrechos rayos entre las rendijas y colocando lucernarios en lugares estratégicos, que te recuerdan quién eres y de dónde vienes, pero también a dónde vas.
3. El verano y el infinito
Pero hay algo más. Claro, siempre hay algo más. El truco final, el prestigio. El saludo del gimnasta a los jueces y al público. La liebre por el gato.
Seguramente conozcan ustedes un tipo de piscinas modernas a las que llaman infinity pools.Son unos artefactos muy interesantes, que cuando se ponen frente a un borde marítimo, parecen prolongar la lámina de agua de la piscina sobre la del propio mar. Es como un truco de magia y hay que reconocer que a los arquitectos nos encantan este tipo de mecanismos. Sin embargo, como todos los trucos, si los miras por el otro lado, pierden parte de su encanto; no deja de ser un canalón que recoge el agua que se derrama.
En las Piscinas das Marés no hay ningún truco. O tal vez todo es un truco, ¿quién sabe? Eso sí, por mucho que le den vueltas y las miren por todos los lados y desde todos los ángulos no van a encontrar el mecanismo ni el artificio; y no porque esté perfectamente oculto o escondido, sino porque lo tendrán delante de sus ojos, a plena luz. Si una infinity pool es el efecto de un prestidigitador, las Piscinas das Marés respiran con la propia naturalidad de un mago.
Y si les cuesta creer esta afirmación, permítanme que les intente poner a la altura de mis ojos.
Cuando yo era niño, las piscinas de verdad eran cuadradas y azules y el verano duraba 1000 días; mis padres me llevaban de vacaciones al pueblo de mis abuelos donde me paseaba y brincaba y corría y jugaba por sus calles incendiadas bajo el sol de agosto. Recuerdo que siempre iba en bañador (un slip multicolor), pese a que la única piscina que teníamos era una hinchable de estoy con Toi. Era pequeña, de plástico y redonda; no era una piscina de verdad. También iba de vacaciones al Mediterráneo, que nunca me dio miedo porque tenía una lámina lisa y fina y se podía saltar y hacer pie en el agua caliente hasta bien alejada la playa.
De mayor me di cuenta de que el océano no es el mar y que el Atlántico no es el Mediterráneo. Que el verano oceánico a veces está cubierto por la bruma, que el agua está fría y que las olas con frecuencia rompen embravecidas.
Luego vino Álvaro Siza y, sobre el papel, me enseñó que el verano brillaba en el invierno de Salazar y que construir una piscina no significa solamente contener el agua; hay que respetarla y, a veces, acariciarla.
En agosto de 2010 visité las Piscinas das Marés por primera vez. Bajé la rampa, compré mi entrada y doblé la esquina de hormigón en un estado de ingenuo entusiasmo: volvía a tener cinco años y correteaba en bañador (esta vez eran unas bermudas verdes, no me imaginen en slip, por favor). Atravesé los vestuarios mirando la luz en mi reflejo y en las vigas de madera negra. Después salí al exterior y al girar el muro entendí lo que los textos y las fotografías y los libros no me podían enseñar.
Allí, con los pies metidos en la curva turquesa de la piscina infantil, mientras el Poniente que arrastra las borrascas dentro de la Península me azotaba la cara, me di cuenta de que, como un tigre con la cabeza del domador entre sus fauces, el océano reclamaba su naturaleza y a la vez parecía querer ser amaestrado.
Las rachas de viento hacían carreras con los rayos de luz y se divertían colándose por entre las rendijas del cemento y la madera.
Y cada gota de la espuma que formaban las olas al romper en el océano deseaba saltar las rocas y llenar las piscinas y salpicar a los niños. Unos niños que ya no estaban en Leça da Palmeira ni en Matosinhos ni en Oporto, sino que jugaban en un océano domesticado para ellos, entre el hormigón y el horizonte, en el corazón de un verano infinito.
Muy bonitas, desde luego. Aunque esos vestuarios tan lúgubres dan un poco de cosica.
Quizá las fotos engañen, al estar vacíos de bañistas, pero imagínelos con los gritos y las risas de los niños del exterior.
Créame, no son lúgubres en absoluto.
Un saludo.
Pingback: Si van a Oporto y solo pueden ver una cosa, visiten las Piscinas das Marés de Álvaro Siza
Muy pero que muy chulas. Eso sí: he estado en sitios que (según lo que veo en estas fotos) son muy muy parecidos. Una en La Palma y otra en El Hierro.
Curiosamente, la normativa de piscinas típica española no permite ese tipo de vaso.
Vamos, que hay que ir al pais de señoras con bigote y Vítor Baia para poder construir unas piscinas de uso público con un cierto interés.
Ó «EL Rascador del Ojete de Lionel Richie», bigode tinha a Frida Kahlo e essa era mexicana. Acelera a máquina do tempo e vem a Portugal. Para descobrires vestígios de bigodes nas mulheres, terás de levantar muitas saias. Elas agora depilam-se.
Abraços.
bien dicho luso !!
Caro Carlos, nem ligue para gente assim. Gente com preconceitos há em toda parte, e mulheres como bigode também. Embora, em Europa as mulheres depilam-se em toda parte. Os galegos bem sabemos o bonita que é Portugal, pois Sá Carneiro é o nosso aeroporto ( ;
Bien dicho. Aunque a veces no hay mayor desprecio que no hacer aprecio.
Por cierto, los vestuarios tienen un toque sórdido…. Vamos, que parece que va a aparecer en cualquier momento Jorge Javier Vázquez en tachuelas y gorra de polipiel.
Puede que aparezca el Perillas o, lo que es peor, Garcés el Cerdopoe!
Pedro ojea, no aojes, como complemento:
http://materiaconstruida.blogspot.com.es/2013/06/arquitectos-sin-arquitectura.html
qué bien entendido y bien descrito :)
Texto muy feliz Pedro Torrijos!
Hay una antigua cetarea en Tapia de Casariego (Asturias) reciclada en piscina que también es un Amor. No es de Siza pero si vas a Tapia y las visitas te enamoras.
Pudimos haber coincidido, también yo estuve en agosto de 2010. Impecable conjunto y muy bien conservado para tener medio siglo. Los vestuarios son mucho más agradables de lo que pudiera parecer por las fotos, que nadie se asuste. El único susto es lo fría que está el agua.
Helada amigo, helada. Pero es el peaje que pagamos por bañarnos en el océano Atlántico.
Un saludo.
Estas cosas son sólo posibles en Portugal: ¿niños bañándose pacíficamente junto a unas rocas y ninguno subido a ellas haciendo el ganso? Aquí estarían repletas del niñaterío patrio tirándose a «bomba»… ¡Cuánto tendríamos que aprender de los vecinos del oeste en educación y respecto a los demás (sólo hay que ir a una playa portuguesa para comprobarlo)!
Por lo demás, Don Álvaro es Don Álvaro. En premios Pritzker: Portugal 2- España 1.
Un texto muy evocador. Felicidades al autor.
Nada más lejos de mi intención que iniciar una competición entre arquitectos de España vs. arquitectos de Portugal y mucho menos discutir la maestría de Alvaro Siza, pero lo cierto es que el Pritzker no es precisamente infalible.
Saenz de Oíza, Sota o Coderch fueron bastante más merecedores de ese premio que gente como Peter Zumthor, por ejemplo.
Un saludo.
Desde luego que habrá Pritzker discutibles, pero no creo que sea Zumthor al que hay que señalar, siendo uno de los «maestros actuales»
…ya que estamos en modo costumbrismo, discrepo cariñosamente con usted… el paisanaje de Matosinhos lo tiene que conocer abajo en la playa, una playa urbana repleta de casetas, sombrillas y familias numerosas con la impedimenta completa para pasar un día refocilándose de la arena al agua y de esta a la sombrilla a pegarse el leñazo… a las cuatro de la tarde he contemplado batallas de bañistas a pastelazos, con el griterío infantil alentando la algarabía… y créame, eran felices y un servidor, de paso, también
Puede visitar también las piscinas naturales de Porto Moniz, en Madeira.
Un saludo.
Que delicia Siza y que delicia este artículo
Cuando un buen arquitecto escribe bien, escribe muy bien. Lo digo, entre otros, por ti.
Vaya, muchas gracias, de veras.
He estado varias veces en Oporto y Matosinhos y no conocía esta maravilla. Muchísimas gracias por el descubrimiento Pedro. Para la próxima visita.
Parece buen lugar. Estuve recientemente en Oporto pero sólo de paso por Matosinhos. Vestuarios similares se encuentra en las gélidas piscinas naturales de Rascafría por aquí en la sierra madrileña.
El Rascador del Ojete es perfectamente consciente de q las mujeres con bigote y Vitor Baia no envidian nada a Belen Esteban o Jesus Gil i Gil. Precisamente critica nuestras miserias. No te lo tomes en serio, luso y deja en paz a la pobre Frida.
Maravilloso artículo a la altura de lo q describe.
El Rascador del Ojete, además de no tener bigote, es mal jugador de balompié
Buenas, Pedro, y un saludo a todos los lectores.
Me ha llamado la atención la descripción del puente Don Luis I, donde se afirma que el tablero inferior hace trabajar al arco a tracción. Quiero comentar tan sólo que esto no es así, los puentes arco trabajan siempre a compresión, y esto es fácil de ver, puesto que el esfuerzo al que se ve sometido el arco por la acción del tablero superior es exactamente la misma que la que provoca el tablero inferior. Esto es, ambos tableros comprimen aún más el arco, transmitiendo éste su empuje a los estribos a través de todo el recorrido de dicho arco.
Un saludo y seguid así.
Por supuesto, el arco es comprimido y ambos tableros trabajan a flexión. A lo que me refiero es que el tablero superior carga sobre soportes que están comprimidos, mientra que el inferior se descuelga de cables que están traccionados.
Un saludo.
Recomendo ao autor, ao parecer ‘sizarita’ coma min, unha visita a Porto Muniz, na illa de Madeira. Acho que estoutras piscinas, sen tanto glamour, son ben mais charmosas e antigas que as de Leça. E non teñen monstros de metal a sulcar o horizonte.
Felicidades por esta reflexión, realmente agradable, llevo días investigando sobre estas piscinas y aún nadie había explicado con tanta sensibilidad lo que representa este proyecto de Siza, que por cierto, que sensibilidad la de un joven Siza para un medio tan hostil. A bote pronto me parece muy romántico todo, algo de culpa tendrán tus palabras… La verdad apetece ir..
Hola a todos! Como persona nascida en Oporto no poderia estar mas en desacordo, se solo puedes mirar una cosa pues mira la ribera el rio y el mar se juntan ahi, las casas son patrimonio mundial, y la puente esta de hierro ha sidoconstruida por eiffel lo mismo si, lo mismo de la torre! Asi que si solo puedes ver uma cosa no veas las piscinAs hay muchisimo mas rico en cultura y arquitectura que las piscinas, sinto estar en desacordo pero no co
En Canarias, como seguro en otros muchos sitios de la costa española, también hay varias piscinas al borde del mar hechas por el hombre. El peligro de ellas es que el agua no drene bien y se acumule la suciedad, cosa que ocurre en muchas de ellas. Desconozco si esto sucede en las de Oporto.
Lo mejor del artículo es como lo enseña Pedro Torrijos, como siempre, por otra parte.
Es admirable cómo descama las láminas de la piedra para dejar ver la escultura que tiene dentro.
Espectacular proyecto. Con ganas de ir ya. Un saludo
Como «sufridora» de la facultad de Ciencias de la Información de Santiago durante cuatro años, solo espero que sea mejor diseñando piscinas que facultades.
En las aulas, un sonido pésimo (al fondo era casi imposible escuchar); baños en los que tenías que ponerte de canto (literalmente) para poder cerrar y abrir la puerta; muy mala adaptación para discapacitados (siendo un edificio bastante nuevo se han tenido ya que hacer diversas reformas al respecto)…
Leí tu artículo unos meses antes d programar una ruta por Portugal y después de tus palabras (describes increíblemente bien) estaba obligada a hacer una parada en unas piscinas para mí totalmente desconocidas. Son geniales. Ya empece a leer tus otros artículos. Gracias.
Muchas gracias a ti por leerlos. :)
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Hola, en unos días pongo rumbo a Oporto. Una semanita de vacaciones!. Iré a la Piscina das Marés, tu artículo ha terminado de convencerme.
Estoy en silla de ruedas y no encuentro nada de si es accesible o no. ¿Cree que podré bañarme allí?
Gracias y ojalá me responda a tiempo para organizar el viaje.
Hola, acabo de leer su comentario. No sé si aún estaré a tiempo pero le contesto: al recinto se puede acceder en silla de ruedas sin problema. Los vasos (la misma piscina) en cambio, tienen un peldaño, aunque supongo que el personal de allí estará acostumbrado a trabajar con personas en silla de ruedas.
Un saludo y que las disfrute.
Estuve hace poco y no estoy nada de acuerdo con lo que dices sobre las piscinas.
No son naturales , no creo que sea el único sitio que no te podrías perder de Oporto.
Ale
Gracias por la recomendación, te debo una.
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Estamos escribiendo justo desde las piscinas a las que hemos venido por este artículo. El sitio no puede ser más decepcionante: repleto de gente, sin sitio para dejar la toalla, no especialmente limpio… Algo así como una piscina municipal más. Si buscan alho especial, no vengan.
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