Todo lo repugnante, degenerado y corrupto está aquí.
(Charles Dickens. Notas de América)
Innumerables peleas callejeras después, los irlandeses decidieron formar una milicia. Y la llamaron O’Conell Guard. “No somos una banda de criminales —decía en el Sun un vecino irlandés en 1835—, somos una asociación que protege a la comunidad irlandesa de Nueva York”. Y vaya si la protegía.
O’Conell Guard era la respuesta a Only-natives American Guard, esto es, la guardia de americanos nativos, violentos hijos de la independencia estadounidense que velaban en las calles neoyorquinas de mediados del siglo XIX por la pureza americana frente a la invasión extranjera, especialmente irlandesa y católica. Ya habían tenido dos escaramuzas con vecinos irlandeses de las que habían salido victoriosos gracias a su organización casi militar. Esta vez se intuía diferente.
El 21 de junio de 1835 era domingo. Cuentan los nativistas que, por la tarde, un vecino irlandés de la barriada de Five Points, en pleno centro de Manhattan, tumbó de una patada el carro de manzanas de un vendedor que, casualmente o no, era nativo americano. Dicen en cambio los irlandeses que todo empezó cuando unos nativos insultaron a uno de los suyos que caminaba borracho. Otros dicen que, sencillamente, la Guardia O’Conell y la Guardia Nativa Americana habían quedado en una plaza de Five Points para darse hasta en el carné de identidad. Sea como sea, entre las seis y las siete de la tarde, estalló una violenta pelea en las calles Pearl y Cross. El Sun lo relató así: “Miles de alterados combatientes se enzarzaron en una melé que contenía unas 1000 personas. Había ladrillos, palos, piedras, puñetazos y patadas. Pronto se empezaron a ver ojos hundidos, narices rotas, cortes en la cara”. La pelea se extendió por las calles adyacentes y enseguida se propagó por casi todo Five Points. William McCaffery, un médico americano, fue golpeado en la mandíbula con un ladrillo en Grand street. Murió esa misma noche. Se convirtió en la primera víctima fatal de los casi 14 muertos que dejaría la trifulca en los siguientes días. El lunes por la noche volvió la brutalidad, después de que un grupo de nativos apedreara la catedral de Saint Patrick’s, en Mott street, todavía en pie en la Nueva York actual. Cuando los irlandeses llegaron, la calle reventó en golpes, carreras, gritos, mordiscos. Era el segundo round de un combate desmedido que no parecía tener fin. Una docena de cuerpos inertes saludaba al día tras la batalla. La policía neoyorquina, todavía un grupo de voluntarios sin suficiente organización, se veía desbordada y la prensa local no daba crédito a una situación que había sumido el centro de la ciudad en un inexplicable caos. El martes, y ante el estupor del resto de barrios, se cerró la contienda con otra estupenda marabunta de golpes que dejó para el recuerdo el cadáver de un fabricante de pianos. Fue el punto final de la batalla, pero el origen de una guerra callejera que continuaría en las siguientes décadas. Las posiciones en el barrio de Five Points, en el corazón mismo de Manhattan, habían quedado fijadas. Y la fama de esta inmunda barriada nacía y se marcaba a fuego en toda la ciudad, en todo el país. A la postre, en todo el mundo.
“El barrio más famoso de América”
Si usted agarra un mapa de Nueva York, o una guía de viajes, y comienza a investigar qué zonas de la Gran Manzana debe visitar, se dará cuenta que todas las rutas le reservan una visita al Downtown. Allí, entre otras cosas, paseará por Chinatown y se acercará a ver el Ayuntamiento y las Cortes, enormes edificios muy cercanos al World Trade Center, pegados también al puente de Brooklyn. Una zona tranquila, llena de turistas, con bonitas calles que suben hacia Little Italy rebosantes de restaurantes, tiendas de souvenirs y bares. Un agradable y fotogénico espacio en donde no cabe sospechar que, hace un poco más de 100 años, había una barriada de chabolas. Sí, ahí en medio, en pleno Manhattan. Ahí estaba Five Points, el primer slum que conoció Estados Unidos y que durante mucho tiempo Nueva York ha intentado esconder bajo la alfombra de su historia.
Five Points comenzó a fraguarse en 1820 y en la década siguiente ya estaba consolidado. Era el barrio en el que se instalaban la mayoría de inmigrantes que por cientos llegaban a Nueva York cada día y se amontonaban en casas miserables. En las calles de este barrio abundaba la prostitución, las peleas de borrachos y los robos, además de la suciedad. También los gánsteres. El testimonio de un bombero voluntario de la época explica que “ninguna persona decente entra en Five Points. Todos evitan pasar por ahí, todos dan un rodeo de varias manzanas para no atravesarlo”. El escritor estadounidense Tyler Anbinder, en su increíble libro Five Points: The 19th-century New York City neighborhood that invented tap dance, stole election and became the world’s most notorious slum, definió el barrio como “el más famoso de América”. Y es que, a pesar de su marginalidad —o tal vez por ella—, Five Points llegó a hacerse muy conocido. Contribuyeron las visitas que recibió, de afamados periodistas y notables escritores con ganas de acción. Por Five Points pasaron el aventurero y después político Davy Crockett, el escritor Nathaniel P. Willis o la escritora Lydia Maria Child. También personajes como el Gran Duque de Rusia, cuya experiencia quedó reflejada en sus memorias. Otros ilustres aristócratas de la época pasearon sus sombreros por Five Points. Todos, claro, escoltados por la policía, que llegó a organizar tours por el barrio para las clases altas. Cuentan que hasta el mismísimo Abraham Lincoln caminó por sus callejuelas. Pero si alguna visita disparó la fama de Five Points y la fijó hasta nuestros días fue la del escritor Charles Dickens, quien reflejó su incursión en el barrio en sus celebradas Notas de América. “Existen muchas callejuelas —narra Dickens— casi tan desprovistas de colores limpios y surtidas de colores sucios como las callejuelas de Londres; y hay un barrio, conocido como Five Points, que, en cuanto a inmundicia y miseria, se puede comparar con Seven Dials o con cualquier otro barrio del famoso St. Giles”. Dickens prosigue su narración, cada vez más asombrado.
Nos internamos en Five Points, pero, antes de nada, es necesario decir que llevamos como escolta a dos jefes de policía. Este es el lugar: estrechos caminos, que se desvían a derecha e izquierda y cuyos rincones apestan a porquería e inmundicia. ¿Qué sitio es este, al que nos conduce la sórdida calle? Una especie de plaza rodeada de casas leprosas, a algunas de las cuales solo se accede a través de peligrosas escaleras de madera situadas en el exterior. ¿Qué hay tras este inseguro tramo de peldaños que cruje bajo nuestros pies? Una habitación deprimente, iluminada solo por la tenue luz de una vela, que carece de toda comodidad. Donde los perros aullarían negándose a tumbarse, mujeres, hombres y niños se van a dormir en silencio, obligando a las ratas desplazadas a salir en busca de mejor guarida. En este barrio hay además callejas y callejones pavimentados con fango que llega hasta las rodillas; salas subterráneas, en las que bailan y juegan, casas en ruinas, abiertas a la calle, desde donde, a través de enormes brechas en las paredes, se alzan ante nuestros ojos más ruinas, como si el mundo del vicio y la miseria no tuviera nada más que ofrecer; espantosas viviendas que toman su nombre de robos y asesinatos. Todo lo repugnante, degenerado y corrupto está aquí.
La prensa de la época también se refería constantemente a Five Points, casi siempre para denunciar la insostenible situación de esta parte de la ciudad. Publicaciones como Harper’s Weekly o Frank Leslie’s Illustrated Newspaper hacían frecuentes referencias al sufrimiento y realidad del barrio. El New York Tribune describió Five Points como “la gran úlcera central de la miseria estadounidense”.
Los testimonios de médicos, misioneros, escritores y voluntarios se multiplicaron durante los años de existencia de esta incomprensible barriada. También, cómo no, se cayó en la exageración, lo que tiñó la historia de leyenda. Sucedió con Gangs of New York, de Herbert Asbury (1928) —libro en el que se basó la película del mismo título de Martin Scorsese— o con Old Bowery days, de Alvin F. Harlow (1931), donde se aumenta lo ya de por sí enorme y se mezclan los mitos, en un tono sensacionalista, de personajes y bandas.
Pese a todo y con todo Five Points era una realidad, una realidad de pobreza y miseria, de violencia y crimen, en pleno centro de Nueva York, donde hoy solo queda un escueto cartel que explica lo que un día fue aquello y que, al leerlo y mirar alrededor, hace que cueste creerlo.
De cómo puede ser que haya una favela en pleno de Manhattan
Para situar Five Points debemos buscar el actual Columbus Park, un jardín cercano al City Hall que forma parte del barrio de Chinatown. Aquí, en este parque, se cruzaban en el siglo XIX las calles Anthony (la actual calle Worth), Orange (la actual Baxter) y Cross (después Park y hoy inexistente). Su intersección formaba cinco ángulos, cinco puntos, que eran el corazón del barrio y le daban nombre.
Antes de 1750 Anthony, Orange y Cross eran tres calles bucólicas, silenciosas, pegadas a un lago llamado The Collect. Un poco más al norte había granjas y verde. A mediados del siglo XVIII comenzaron a instalarse alrededor del lago fábricas que lo utilizaron para verter sus residuos. Como casi todos los órdenes de la vida neoyorquina de la época, las condiciones de las fábricas no estaban reguladas ni controladas, por lo que a finales de siglo la zona ya era otra: la contaminación se hizo con las calles y lo que un día había sido un lago pasó a ser, sin posibilidad de solución, una laguna putrefacta. El arquitecto Pierre L’Enfant propuso un proyecto para limpiar el lago y rehabilitar la zona, pero el Ayuntamiento no le hizo caso. Lo que proponía L’Enfant era descontaminar el lago y unirlo mediante un canal con el East River. El proyecto nunca llegó a ver la luz, pero resulta interesante imaginar cómo sería el centro del Manhattan actual con ese canal. La solución por la que optó la ciudad fue algo más drástica. En 1813 se cubrió completamente el lago. Esa acción, literalmente, sentó la base para el nacimiento del barrio más infame de Estados Unidos.
Tapado el Collect la mayoría de las fábricas optaron por trasladarse. Casi todas lo hicieron al actual SoHo, donde podían verter sus residuos al río Hudson. Sin embargo, los dueños de aquellas fábricas siguieron siendo los dueños del suelo liberado y pronto se pusieron a construir endebles edificios de viviendas para acoger a los primeros inmigrantes que comenzaban a llegar a la zona sur de Manhattan. El paisaje se transformó en consecuencia, y de las apacibles calles se pasó a pobladas áreas con edificios cada vez más llenos. El máximo exponente de este cambio fue la zona del recién sellado lago, donde los dueños de las casas comenzaron a subdividirlas para acoger al mayor número de inquilinos posible. Todo el que no tenía nada debía dirigirse a la zona del antiguo Collect. Enseguida, multitud de habitaciones sin ventanas se convirtieron en el hogar de familias enteras. La situación comenzó a tomar sórdida forma: lo que hasta hace poco era un idílico lago se transformó en un montón de edificios, de habitaciones y hasta de casas de madera ilegales, que proliferaban sin criterio urbanístico propiciando callejuelas y rincones olvidados. Por si fuera poco el subsuelo comenzó a dar problemas. El sellado no resultó todo lo bueno que debería y ciertos días regalaba al barrio un nauseabundo olor. Pronto llegarían también inundaciones y focos de enfermedades. La semilla estaba plantada.
Fue en 1826 cuando, por primera vez, la prensa se hizo eco de lo que estaba pasando en aquella zona de la ciudad. Un editorial del New York Evening Post denunció ese año las nefastas condiciones de vida de esas calles. En 1829 se pudo leer, por primera vez en la historia, el nombre de Five Points. De nuevo fue el Evening Post, que instaba al Ayuntamiento a poner fin a la violencia de la que, decían, era la peor zona de la ciudad. En 1836 el Sun describía las viviendas de la zona de Five Points: “Son oscuras, malolientes y viejas aunque recién construidas. No tienen mesas, ni sillas, ni ningún mueble. Solo algún utensilio de cocina”. El Sun también describía borracheras, peleas y lujurias que se repetían todas las noches. Pronto se definió la barriada. En 1830 Five Points ya era un espacio claro, delimitado, diferenciado de los demás barrios por sus condiciones extremas con fronteras que el resto de neoyorquinos sabían poco recomendable cruzar: al norte, Canal street; al sur, el Ayuntamiento; al oeste, Centre street; y al este, el Bowery. En el interior de estos límites el paisaje de la zona era otro: casas viejas, pobreza, suciedad y barro. Dentro del distrito policial número seis había nacido Five Points, un slum en pleno centro de la ciudad.
La existencia de Five Points cambió la vida de la ciudad entera. Por primera vez la pobreza extrema no estaba en la periferia, sino en el centro. Muchos vecinos del East Side dejaron de acudir a hacer compras a Broadway porque debían atravesar la barriada. En 1832 hubo un brote de cólera que mató a miles de neoyorquinos cuyo origen, probablemente, estuvo en las malas condiciones higiénicas de Five Points. Hastiada, la ciudad dio la espalda al tumor maligno que le había brotado. Y lo peor de todo fue que las autoridades hicieron lo mismo.
¿Quiénes se instalaron en un lugar así?
La vida de Five Points comprende dos etapas. La primera desde su nacimiento hasta la guerra civil —que duró desde 1861 hasta 1865— y la segunda tras el conflicto y hasta el comienzo del siglo XX, cuando se desmanteló el barrio. En la primera etapa, irlandeses, alemanes, nativos y afroamericanos dominaban el gueto. En la segunda, italianos, judíos y chinos tomaron el relevo.
La llegada de inmigrantes se tornó en oleada a partir de 1830. Miles de ellos alcanzaban Nueva York cada semana. Las cifras dan una idea de lo gigante que fue la venida de extranjeros a la ciudad: en 1830, el 9% de la población neoyorquina había nacido en el extranjero; en 1845 —solo 15 años después— ya era el 36%, y en 1855 se llegó al 51%. Un crecimiento asombroso que disparó la población de Manhattan: de 166.000 habitantes en 1825, la ciudad pasó a tener 630.000 en 1855. La mayoría de los que llegaban lo hacían sin nada y por tanto acudían a las zonas más deprimidas de la ciudad. De entre todas ellas, un nombre propio: Five Points. La población del barrio se dobló entre 1830 y 1855, pasando de 13.500 vecinos (según el censo de la época) a 25.500. Ese año la población inmigrante en el barrio suponía el 89%. Five Points era un agujero que absorbía —no se sabe cómo— a las oleadas de inmigrantes más desesperados.
“Todas las naciones de la tierra están representadas aquí”, aseguraba en 1855 el Five Points Monthly, un diario metodista. Lo cierto es que, a pesar de que sí había una gran gama de orígenes, la mayoría de vecinos provenían de lugares muy concretos. En 1855 el 66% de la población del barrio eran irlandesa; el 11% eran nativos; el 14%, alemanes (más de la mitad judíos); el 3%, italianos; el 2%, ingleses; el 2%, polacos; el 1%, escoceses y el 1%, del resto. También había afroamericanos, pero el censo de aquel año no los contempló.
Casi la mitad de los irlandeses que vivían en Five Points llegaron de tres condados: Sligo, Cork y Kerry. La mayoría llegó huyendo de la hambruna de la patata, que estalló en 1844. En aquella época Irlanda era un país medieval. Se dividía en condados propiedad de señores feudales ingleses y cuya tierra trabajaban los irlandeses, cultivando trigo que debían entregar íntegro a los señores. Para su sustento, las familias campesinas optaban por cosechar patata en pequeños huertos, mucho más resistente al clima y de mejor rendimiento en el cultivo. Eso era lo único que comían: patata para desayunar, comer y cenar. La pobreza de los irlandeses era extrema. La mayoría vivía en casas pequeñas, sin apenas muebles, compartidas por varias familias, sin ventanas y con el suelo de tierra, donde no existía la privacidad. En 1844 el castillo de naipes se vino abajo. Un virus infectó las cosechas de patata de todo el país y destruyó las recogidas de 1844, 1845, 1846 y 1847. De un plumazo el único sostén de la población irlandesa desapareció y el paisaje se transformó en apocalíptico. En 1847 un trabajador del lord Lansdowne, señor feudal del condado de Kenmare, relataba así lo que contemplaba cada día en sus propiedades: “De los trabajadores de nuestras tierras están muriendo, más o menos, unos tres al día. Soy testigo a diario de un espectáculo terrible: los hombres y mujeres están descoloridos, con edemas, disentería o incluso con delirios de la fiebre. ¡Y algunos siguen trabajando!”. Lejos de apiadarse, los señores feudales ingleses siguieron exigiendo el pago a los campesinos, que terminaban siendo desahuciados. Hubo zonas absolutamente arrasadas, como South Kerry o North Sligo, donde murieron miles de personas, donde no había qué llevarse a la boca. Una carta oficial de North Sligo dirigida a al administrador británico del Tesoro en la isla, sir Charles Trevelyan, describía con lujo de detalles la terrible y macabra situación de miles de personas caminando como zombis por sus tierras, expulsados de sus casas. “A menos que haga algo, todos morirán. No podemos expresar sus condiciones con palabras”, terminaba la misiva. No existe una cifra oficial de muertos por aquella hambruna, pero se estima que superó los dos millones y medio en un país de ocho millones de habitantes.
La situación llegó a tal extremo que Inglaterra comenzó a financiar barcos para que los irlandeses salieran del país. Londres organizó un éxodo a gran escala, en el que cientos de vecinos se embarcaban cada día en los puertos de la isla rumbo a Norteamérica, con el pasaje gratis y, en ocasiones, hasta con víveres para el trayecto. En 1847, solo de Cork, salían 200 irlandeses al día. Se iban como espectros, con disentería, sin un dólar en el bolsillo. Los empaquetaban lejos de allí para que el país no se sembrara de cadáveres. Y la mayoría de ellos llegaban a Nueva York, a un maltrecho y paupérrimo barrio llamado Five Points. Tantos elegían Nueva York que a partir de 1851 las autoridades británicas pagaban solo pasajes a Canadá. En total, se estima que más de dos millones de irlandeses abandonaron la isla esos años. Entre muertos y exiliados la población de Irlanda se redujo a la mitad, unos cuatro millones de habitantes. Una cifra, por cierto, que es similar a la población actual. Irlanda nunca ha logrado recuperarse de aquella hambruna.
Five Points también acogía en su nacimiento a alemanes, que se convirtieron en la segunda población del barrio. Más de la mitad (52%) eran judíos. Similar número eran los afroamericanos, la mayoría esclavos liberados del sur, que llegaban a Five Points sin nada. No aparecían en el censo porque, según determinados autores, los agentes censales, probablemente, no se atrevían a adentrarse en las calles donde vivían. De todas formas, después de 1855, apenas quedaban afroamericanos en Five Points, la mayoría se largó al norte, a una zona conocida como Harlem, hartos del racismo violento de nativos e irlandeses.
Como ocurría en el resto de Mahattan, cada pueblo tenía sus calles dentro del barrio. Los irlandeses llenaban las dos arterias principales del barrio: Baxter street y Mulberry street, ambas calles existen todavía aunque Baxter fue acortada tras la desaparición del barrio. Los afroamericanos estaban en Cow Bay, en unos edificios paupérrimos del final de la Mission Place, hoy inexistente. Una de las zonas más infames de la ciudad. Los judíos se concentraban en Mott street (a donde después llegarían los italianos) y parte de Centre street. Y los alemanes cristianos estaban en Elizabeth street. Todas estas calles existen todavía, y parten de la actual Chinatown para desembocar en Little Italy o el Lower East Side. Pasear por ellas es respirar historia. Se puede ver todavía los antiguos edificios, las viejas sinagogas reconvertidas en iglesias evangélicas por los hispanos, fachadas, adoquines… Pero nada que señale, que explique, que aquello era Five Points.
Un paseo por Five Points
Rivalizando en miseria con Cow Bay, estaba la Old Brewery, el otro punto negro del barrio. Esta vieja fábrica de cerveza cerró sus puertas en 1837 y se convirtió en un ruinoso y endeble edificio de diminutas y oscuras habitaciones. Lo llamaban la zona cero de Five Points. En su interior se amontonaban familias sin las mínimas condiciones sanitarias. Dormían en el suelo, sin ventilación, con un irrespirable olor y calor en los meses de verano. En los bajos se celebraban fiestas empapadas en alcohol, con peleas de perros y ratas. Por debajo del suelo, galerías subterráneas acogían a criminales y bandas. La misión metodista que trabajaba en Five Points —y que años después se instalaría en la propia fábrica— definía Old Brewery diciendo que “ninguna palabra puede explicar la degradación de sus residentes”. Para el periódico Police Gazette era “la casa más miserable de la calle más miserable que nunca había existido en Nueva York y en todo el país y probablemente en todo el mundo”. Periodistas del New York Tribune encontraron cuatro familias viviendo en una sola habitación. El único censo que se hizo, en 1850, explica que en el edificio vivían 221 personas repartidas en 35 apartamentos, una media de seis personas por habitación. Muchos autores, recogiendo testimonios de la época, afirman que la realidad es que allí vivían unas 1000 personas. Old Brewery cerró en 1853 y se convirtió en una misión religiosa. Años después, con la rehabilitación del barrio, sería demolido. Hoy en día, en el lugar donde estaba la vieja fábrica, se encuentra el gigante edificio que acoge las Cortes de Manhattan.
El caso de la Old Brewery era extremo, pero no excepcional. Las viviendas de Five Points eran lamentables. Todas ellas eran tenements, edificios subdivididos hasta la saciedad en habitaciones donde se agolpaban las familias. Antes de la guerra, casi la mitad de ellos eran de madera, frágiles construcciones levantadas en cualquier espacio libre. Eran considerados los peores lugares de la ciudad. Servían a la vez de casas, establos y bares, lo que da una idea de cómo era la vida en su interior. No tenían luz, ni ventilación, ni desagües. Eran chabolas, que se agolpaban y acogían pobreza y violencia en una zona de Manhattan que hoy recorren los turistas con la cámara de fotos en la mano.
El resto de tenements de Five Points eran de ladrillo. Se trataba de edificios laberínticos, con decenas de habitaciones interiores en las que la oscuridad era completa. Todos estaban superpoblados, con siete, diez y hasta 15 personas por habitación. Aun con todo sus vecinos trataban de crear hogares dignos. En 1990 unas excavaciones en la zona descubrieron muebles, adornos y hasta juguetes para niños. La mayoría de estas casas tenían sótanos, en un principio diseñados como tales, pero pronto reconvertidos en refugios para más y más vecinos, hasta el punto de que uno de cada 15 vecinos llegó a vivir en el subsuelo. A partir de 1850, y ante la imparable llegada de más inmigrantes, los tenements aumentaron su altura, y se empezaron a construir de cinco pisos. Estos edificios son los que siguen en pie hoy en día, los que forman las actuales Chinatown y Lower East Side de Manhattan. Aunque rehabilitados, uno puede ver estos tenements todavía hoy paseando por la zona y comprender por qué los apartamentos del Downtown neoyorquino siguen siendo, actualmente, tan pequeños.
El exterior no mejoraba respecto a lo que se veía dentro. Las callejas de Five Points, especialmente antes de la guerra, eran muy sucias. Los vecinos tiraban la basura a la calle o las alcantarillas esperando a que los animales —las calles estaban llenas de perros, cerdos y gallinas— se la comiesen o pasasen los carros de recogida de desperdicios, algo que ocurría muy de vez en cuando. La basura se acumulaba dotando al barrio de un olor y un aspecto característicos que suponían también focos de enfermedades, como cólera, presente en algunos niños del barrio, especialmente aquellos que dormían en los callejones y correteaban alrededor de los visitantes suplicando —o robando— unos centavos. El ruido era tan molesto como el olor. Niños gritando, bebés llorando, peleas, vendedores ambulantes, discusiones, cantos de borrachos… El ruido era el principal motivo de reyertas en Five Points.
Casas insalubres, suciedad, enfermedades y ruido. El miserable paisaje era, sin embargo, solo un telón de fondo para el problema endémico de Five Points: la violencia.
Las bandas de Five Points: de Bill el Carnicero a los Conejos Muertos
El caldo de cultivo para que la violencia brotara en Five Points era inmejorable, ya que a la pobreza y necesidad se le unía la ausencia de organización policial que padecía la ciudad. La falta de control hacía que los robos se sucedieran en las calles del barrio. Este era, más allá de bandas e historias de criminales, el principal problema de Five Points. Apenas era posible entrar en el barrio sin ser víctima de un asalto. La prostitución callejera —y los crímenes contra las prostitutas— era la otra gran sombra de la zona. También se sucedían las peleas —especialmente de noche y entre borrachos—, las violaciones y los timos. Ese era el día a día, la realidad más dura y cotidiana, para los vecinos de la barriada.
La respuesta de los five pointers fue rápida: autogestión. Esto es, asociarse en grupos para protegerse. Nacían las bandas. En Five Points aparecieron las primeras pandillas o gangs de la historia de los Estados Unidos. Las pioneras fueron las mencionadas guardias nativa americana y O’Conell, de irlandeses. Nacieron como asociaciones que se juntaban para festejar eventos, reuniones y actos sociales. Pero con la degradación del barrio mutaron en milicias callejeras que protegían los intereses de cada comunidad ante la ausencia de oficialidad neoyorquina. Nativos y O’Conell peleaban en los años 30 del siglo XIX en las calles de Five Points. Con el tiempo, nuevas bandas fueron apareciendo. Las más famosas estaban compuestas por irlandeses. Los 40 Ladrones fue tal vez la primera y una de las más populares. Nacieron en 1820 en el Lower East Side y pronto trasladaron sus actividades delictivas a Five Points, donde aterrorizaban a los vecinos. Su centro de operaciones era una tienda de alimentación de Centre street propiedad de Rosanna Peers, una famosa criminal irlandesa de Five Points que, dicen, coleccionaba las orejas de sus víctimas. Otra popular banda era la Grady Gang, un grupo de atracadores y ladrones que llegó a hacerse con un botín de dos millones dólares de la época tras el atraco a un banco de Broadway. Los irlandeses llegados del condado de Kerry formaron los Kerryonians, que finalmente fueron absorbidos por otros grupos más grandes, y del norte de la isla verde eran Los Feos de la Chistera, que hablaban un dialecto propio que el resto de irlandeses no comprendía. En el puerto desvalijaban los barcos los chicos de la Patsy Conroy Gang y desde el West Side llegaban visitas no deseadas de los Potashes.
Más potentes y organizadas que las anteriores eran la Roach Guard y los Chichester. Eran más milicias que pandillas y hasta iban uniformados; la Roach Guard vestía pantalón negro con una franja amarilla. Eran criminales, sí, pero también se echaban a las calles contra los políticos o para pelear contra los nativos.
El último escalafón de estas bandas lo ocupaban dos gangs que han pasado a la historia: los Bowery Boys (nativos americanos) y los Dead Rabbits (Conejos Muertos, irlandeses). Eran, sin lugar a dudas, las bandas más fuertes y organizadas de todo Five Points. Ambos fueron una evolución de las originarias guardias nativa y O’Conell y, como ellos, peleaban constantemente por el control de las calles. Su poder era tanto que acabaron convirtiéndose en el brazo armado de los políticos locales. El nivel de violencia y corrupción política que vivió Nueva York durante el siglo XIX puede explicar que la ciudad se empeñe en ocultar su alucinante pasado.
A mediados del siglo XIX Nueva York estaba gobernado por el Partido Demócrata, con Fernando Wood como alcalde. Detrás del partido estaba la organización Tammany Hall, una suerte de lobby encabezado por un siniestro y corrupto personaje, William M. Tweed, conocido como «Boss» Tweed. Este señor, tal vez el político más corrupto de la historia de los Estados Unidos, utilizaba a los Dead Rabbits como su milicia en las calles, para organizar revueltas o protestas que alterasen el clima político. Trabajaba codo con codo con el líder de los Conejos Muertos, John Morrissey, pandillero irlandés que terminó sus días como congresista y que logró, gracias a la violencia, que los irlandeses tuvieran voto en las elecciones municipales. Del otro lado estaban los republicanos, contrarios a la llegada de más irlandeses a la ciudad y al país y, por tanto, contrarios a concederles cualquier derecho social. Los republicanos tenían su propio lobby, una maquinaria conocida como Know Nothing liderada por un tipo nacido en Nueva Jersey e hijo de descendientes de ingleses llamado William Poole, más conocido como Bill el Carnicero y convertido en inmortal gracias a la interpretación de Daniel Day-Lewis en la película Gangs of New York (2002). Bill lideraba también el brazo armado de Know Nothing en las calles de Five Points: la pandilla de los Bowery Boys.
Bowery Boys y Dead Rabbits protagonizaron algunos de los enfrentamientos más violentos que recuerda la ciudad. Ambos estaban perfectamente organizados y también llevaban uniformes los días de reyerta. Los nativos protestantes iban de azul mientras que los católicos irlandeses de los Dead Rabbits llevaban franjas rojas. Uno de estos enfrentamientos, en 1855, acabó con la vida de Bill el Carnicero, que recibió un disparo de Lew Baker, uno de los cabecillas de los Conejos Muertos. Su funeral fue multitudinario. Los Dead Rabbits también se enfrentaban contra otras pandillas irlandesas, especialmente contra la Roach Guard, pero en 1857 los gangs irlandeses se unieron contra los Bowery Boys en una de las peleas más memorables de Five Points, el culmen de la rivalidad entre ambas facciones.
Sucedió que el Ayuntamiento controlaba el cuerpo municipal de policía mientras que los republicanos hacían lo propio con la policía metropolitana. Ninguno de los dos cuerpos estaba profesionalizado todavía y ambos partidos querían imponer el suyo. Solución: Tammany Hall y Know Nothing pusieron a funcionar a los chicos del Bowery y a los Conejos Muertos. El 4 de Julio estalló la marabunta en las calles de Five Points en una pelea que se extendió hasta el día siguiente y que sumió al centro de la ciudad en un caos. Lo más increíble es que, del lado de los Bowery Boys peleó la policía metropolitana mientras que junto a los Dead Rabbits estaba la policía municipal. Nadie pudo parar aquello. Vencieron los Conejos Muertos, lo que explica que Nueva York tenga policía municipal. De aquellos dos días queda el recuerdo de ocho muertos y más de 100 heridos.
Por si policías pegándose entre ellos no fuera suficiente, los cuerpos de bomberos también eran voluntarios, también controlados por las pandillas y, por supuesto, también con constantes peleas. Cada vez que había un incendio se organizaba una reyerta entre los distintos grupos de bomberos. Five Points vivía en un permanente estado de trifulca.
De cuando Five Points fue bombardeado por la marina de los Estados Unidos
Llegaron los 1860 y llegó, a Estados Unidos, la guerra civil. En 1863 el país estaba sumido en su conflicto interno a cuenta de, entre otras cosas, la abolición de la esclavitud. La crudeza de la contienda llevó a tomar medidas como el reclutamiento forzoso, que vivió un inesperado revés cuando el Gobierno de Abraham Lincoln aprobó una medida selectiva, por la cual cualquier joven que pagara 300 dólares quedaba exento de acudir a la guerra. La reacción de las clases populares no se hizo esperar y fue especialmente cruenta en Nueva York. Las áreas más pobres de la ciudad se revelaron ante la decisión. Five Points estalló. Encabezados por las bandas irlandesas, la ciudad se levantó como nunca antes lo había hecho y como nunca lo ha vuelto a hacer. Entre el 13 y el 16 de julio de ese año miles de personas se echaron a la calle atacando comisarias, edificios oficiales, periódicos y entrando en una espiral de violencia que llegó al sinsentido, cuando varios hospitales y hasta orfanatos fueron incendiados. La ciudad se volvió ingobernable. Los ataques racistas se sucedieron y decenas de ciudadanos negros fueron asesinados y colgados en las calles sin motivo. No es una leyenda, un cuento, ni siquiera un capítulo de historia medieval. Estos hechos ocurrieron en Manhattan hace 150 años. Tal fue el descontrol, que el Ejército estadounidense tuvo que intervenir, cargando y disparando contra la multitud. La Marina, incluso, bombardeó algunas zonas de Five Points desde el puerto. Lo nunca visto. El 16 de julio por la noche las aguas comenzaron a regresar a su cauce. Unas 200 personas murieron, casi la mitad afroamericanos, y más de 1200 neoyorquinos resultaron heridos. Fue el capítulo más violento de la historia de las calles de Nueva York.
La revuelta abrió una nueva era en Five Points. Su población comenzó a descender, debido a la cantidad de vecinos que fueron reclutados para la guerra y también al insostenible nivel de violencia, que movió a muchísimos five pointers a buscar barrios mejores, al norte de la ciudad. De 26.000 vecinos en 1860, Five Points pasó a contar con 20.000 en 1865. Casi todos los que se iban eran irlandeses. Comenzó un éxodo que ya no se detendría, dirigido sobre todo a los barrios de Hell’s Kitchen (al sur de Central Park) y a las nuevas zonas de Queens. En tan solo 20 años (entre 1860 y 1880) la población irlandesa y alemana en el barrio se redujo a la mitad. Sin embargo Five Points no se vació. Ni mucho menos. Aunque no tan exagerado como antes de la guerra, la superpoblación continuó siendo un problema, gracias a —por culpa de— la llegada de los sustitutos de irlandeses y alemanes: italianos, chinos y judíos del Este europeo. Como sus predecesores, fueron llegando en oleadas cada vez más numerosas hasta ocupar por completo el nuevo Five Points. En 1890 la mitad de la población del barrio era italiana, el 18% judía y el 5% china.
El barrio también experimentó cambios físicos tras la guerra. El emblemático cruce de las calles Worth, Orange y Cross desapareció y con él los cinco puntos que daban nombre al vecindario. La calle Worth se alargó en paralelo a Mulberry y los five points dieron paso al Mulberry Bend, como se conocería desde ahora al epicentro del barrio. Como su antecesor, Mulberry Bend era una deprimente zona de miserables casas donde italianos y judíos se agolpaban en condiciones inaceptables. En Mulberry Bend se hicieron populares rincones como el callejón de los Bandidos, Bottle Alley o Ragpickers Row, zonas desoladas, prohibidas para el visitante. “Cientos de vecinos viven entre la inmundicia y la descomposición —escribía el Tribune en 1884—, no hay tuberías, desagües, lavaderos. La gente vive sin ventilación ni luz en pleno centro de la ciudad, amontonados en el suelo de las casas”. Pese a las nuevas normativas del Ayuntamiento, que incluyeron la demolición de los tenements de madera y la obligación de instalar salidas de emergencia, Five Points siguió siendo un agujero en el centro de Manhattan. Si cabe el contraste era ahora mayor, ya que el resto de la ciudad comenzaba a evolucionar, se empezaba a hablar de la unión de Manhattan con el resto de distritos para formar el actual Nueva York (que se llevaría a cabo en 1899) y todo caminaba rumbo a ser la ciudad número uno de Estados Unidos. Pero allí seguía, en el corazón de la ciudad, el slum temido por todos los neoyorquinos.
El nacimiento de la mafia
En las calles de Five Points se oía ahora italiano. O más bien toda la gama de dialectos del italiano del sur del país. Napolitanos, calabreses, sicilianos y salentinos se instalaron a partir de 1880 en las calles Mulberry y Baxter, hasta hacía poco ocupadas por los irlandeses. Era la simiente de lo que luego, tras el final de Five Points, sería Little Italy. Los italianos llenaron el barrio de puestos callejeros, mercados y tiendas, aunque el paisaje siguió siendo el de calles miserables, casas viejas y niños descalzos sobre los adoquines. También el control criminal del barrio dio un giro: las bandas de irlandeses desaparecieron o se trasladaron dando paso a un modelo importado directamente del Mediterráneo: la mafia. Five Points cambió de identidad, pero no de problemas.
Los pocos irlandeses que quedaban se reagruparon en un solo gang, llamado Whyos, y que posteriormente alcanzaría enorme poder en toda la ciudad. Se dedicaban a todo tipo de actos criminales y tenían su cuartel general en Five Points, aunque ya no participaban de la política ni se enfrentaban a los nativos como sus predecesores. Eran, sencillamente, un grupo mafioso. Tenían hasta tarifas que eran de sobra conocidas en el barrio. Golpear a alguien era un dólar. Dejar dos ojos morados, tres dólares; romper la mandíbula, siete dólares; arrancar las orejas, 15 dólares; disparar a una pierna, 20 dólares. Hacer el “trabajo grande”, a partir de 100 dólares.
Sin embargo los auténticos reyes de Five Points era la llamada Five Points Gang, la recién nacida banda de italianos dirigida por Paul Kelly. Esta organización fue mucho más allá de una simple pandilla y se convirtió enseguida en la más violenta, exitosa y poderosa de cuantas había conocido Estados Unidos. Comenzaron a reclutar miembros de otras bandas, controlaron el comercio de la ciudad, la llegada de mercancías al puerto, se pusieron en contacto con otros gangs italianos del país y fundaron el sindicato del crimen. Paul Kelly puso a sus órdenes a jóvenes gánsteres que después pasarían a la historia, como Al Capone o Charles «Lucky» Luciano. Five Points, sin saberlo, alumbraba uno de los fenómenos sociales más importantes de Estados Unidos en el siglo XX: la mafia.
La segunda comunidad más importante de Five Points era la judía. A partir de 1880 comenzó una segunda oleada de emigración judía desde Europa, pero esta vez no se trataba de judíos alemanes, ahora era el turno para los judíos de Europa del Este, provenientes de pequeñas aldeas de Polonia, Rusia y Ucrania culturalmente homogéneas y en las que solo se hablaba yiddish. Los judíos de Five Points se instalaron en las calles Centre y Mott y eran un grupo extremadamente cerrado. Montaron sus propios negocios con toda su cartelería en yiddish y, cómo no, formaron sus propias bandas para sobrevivir en un entorno hostil. Eastman Gang fue la más poderosa. Su líder era Edward «Monk» Eastman, un temible gánster de Five Points que se llevaba a muerte con Paul Kelly. Judíos e italianos rivalizaban por el control de la ciudad, pero la criminalidad, sin duda, era mucho más sofisticada que las batallas callejeras anteriores a la guerra. En Five Points, cada vez más, tenían lugar asesinatos que sembraban sus calles de cuerpos agujereados por las balas de los ajustes de cuentas.
El tercer grupo de Five Points eran los chinos. Si los judíos eran cerrados qué decir de ellos. Apenas eran unos 200 y sufrían constantemente los ataques racistas de italianos e irlandeses, pero sobrevivieron gracias a una perfecta y opaca organización que, aseguran, perdura hasta nuestros días en la actual Chinatown. Su comunidad estaba controlada por los tong, bandas que gestionaban la vida de los vecinos chinos y les protegían, además de dedicarse a todo tipo de actividades criminales. De los chinos eran los fumaderos de opio de Five Points, refugio de muchos criminales, y también los burdeles.
Tenements, suciedad, pobreza, violencia, mafia. Five Points era otro, pero seguía siendo un problema inasumible para una ciudad como Nueva York.
El final de Five Points: Jacob A. Riis, el hombre que terminó con la barriada equipado con una cámara de fotos
Con sus nuevos vecinos Five Points siguió su miserable andadura durante toda la recta final del siglo XIX. La prensa neoyorquina aumentaba sus quejas sobre las condiciones del barrio, pero no había una reacción clara, ni por parte de los ciudadanos ni de las autoridades, para acabar con el problema. Tuvo que ser un fotoperiodista danés, llamado Jacob A. Riis, quien, con su imprescindible libro Cómo vive la otra mitad, precipitara el final de Five Points. El de Riis es un libro fundamental en la historia de Nueva York, esa historia no tan conocida o cacareada. Equipado con el recién creado flash de magnesio, este reportero se internó en 1888 en el barrio y lo retrató con unas crudas imágenes que impactaron a la sociedad neoyorquina de la época. Muchos vecinos de Manhattan ni siquiera sabían qué ocurría ahí dentro, en esa miserable barriada a evitar. Riis habló con vecinos de Five Points, entrevistó a gánsteres, describió el día a día del barrio y reflejó, a la perfección y sin disimulo, qué era Five Points.
Se adentró en rincones como Mulberry Bend o Bottey Alley y fue testigo de cómo vivían las familias, agolpadas en oscuras habitaciones. Describió los talleres y cómo trabajaban en condiciones de esclavitud los inmigrantes. Reflejó los rincones donde dormían los niños y fotografió, en fin, la cara más vergonzante de Nueva York. La reacción a su publicación fue inmediata. Miles de cartas de neoyorquinos empezaron a llegar a las redacciones de los periódicos, la presión social aumentó y en 1896 el Ayuntamiento anunció un plan para demoler las zonas más deprimidas del barrio y rehabilitar la zona. La base del plan era borrar del mapa Mulberry Blend, lo que antes fueron los cinco puntos del barrio, y epicentro de todas las calamidades. En su lugar se proyectó un parque que todavía hoy existe y a cuya inauguración, en 1897, no fue invitado Riis. Los principales puntos negros de Five Points fueron eliminados, las calles pavimentadas y la recogida de basura regularizada. En pocos meses Five Points pasó al recuerdo, un recuerdo que no tardó en borrarse, en diluirse de la memoria de los neoyorquinos. Pocos años después de terribles peleas, revueltas, epidemias y hasta de un bombardeo, la ciudad eligió olvidar.
Tras los cambios, y con el nacimiento del siglo XX, los italianos comenzaron a abandonar la zona, hacia el norte, al igual que los judíos, dejando el espacio a los chinos, los únicos inmigrantes que todavía permanecen hoy en día en un área que han convertido en Chinatown. Actualmente, en medio del parque a cuya inauguración no fue invitado Jacob Riis, rodeado de restaurantes y tiendas chinas, hay un cartel que explica lo que un día fue aquello. Un pequeño y escondido cartel en pleno centro de Manhattan.
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Muy interesante, genial articulo.
Nuevayorknoseacabanunca.com
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Fantástico artículo, muy ameno e ilustrativo. Enhorabuena.
Tan solo me queda aplaudir ante tal fantástico reportaje
La pena es no haberlo leido antes de viajar a Nueva York. Hubiese visto algunos sitios con otra mirada :-(
El artículo excelente.
Muy bueno, estoy muy satisfecho. Gracias. Esto es calidad.
Me uno a las felicitaciones.
Hay un error en cuanto al culpable de la hambruna irlandesa. No fue un virus, sino el hongo Phytophthora infestans, que provoca el tizón tardío de la papa.
Saludos.
Excelente articulo, recuerdo haber leído uno similar y que trataba de «Five Points» en la revista, mis felicitaciones.
Cabe destacar que en la actualidad todavía existen este tipo de asentamientos en America Latina, la diferencia es que no están constituidos por inmigrantes, si no mas bien gente segregada por el sistema.
Brutal artículo, casi me olvido de respirar mientras lo leía.
¡Muchas gracias por el artículo! muy interesante.
Da que pensar qué pensarán en el futuro de cómo organizamos nuestras ciudades ahora.
Enhorabuena por este artículo tan cojonudo. Solo hay algo mejor que escuchar a alguien con talento contando cosas que conoce bien, y es que además esas cosas le entusiasmen a uno como a mí me entusiasma la historia de la forja de la ciudad más grandiosa que ha conocido el mundo. Si acaba usted leyendo este fenomenal artículo y da por azar con este comentario, Mr. Scorsese, aprovecho para darle también a usted la enhorabuena por ese pedazo de película.
es un peliculón!!! He llegado aquí tras verla
Uno de los mejores artículos que he leído desde que decidí suscribirme a esta revista. Sigan así
Genial. Escrito con sencillez y elocuencia. Estuve allí y se me erizó la piel…
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Me gustó el articulo, muchas gracias, muy interesante.
Agradezco enormemente este artículo, pues establece una muy buena línea de tiempo en la historia de New York y de los Estados Unidos. Gracias porque en pocas líneas el autor logra condensar esa realidad histórica de una nación en formación y que hoy en día de cierto modo siente aún vergüenza de sus raíces; y hoy en pleno siglo XXI continúa atacando a los migrantes que vienen más a contribuir que a saquear. El relato permite ver cómo los políticos aún continúan usando la necesidad de los migrantes, como combustible para mantener el control económico y las pugnas raciales. Se ha cambiado el traje, se agrandó el espacio, pero Estados Unidos continúa alimentando a sus élites con el sudor y la sangre del desposeído, Trump es una clara muestra de ello. Nuevamente gracias y felicitaciones por ese relato tan fantástico.
Excelente artículo, muy interesante, gracias.
Articulazo. Gracias.
Espectacular reportaje, qué calidad de datos y qué bien hilado el tiempo.
Lo peor, mi mala suerte de leerlo el último día en la gran manzana.
Mil gracias.
Es fascinante la forma en la que este articulo esta escrito para ser bien digerido por sus lectores, puesto que fue la realidad de un barrio neoyorquino con una historia migrante esepcional. historias que marcan el perfil social de muchas raices de los estados unidos.
a que me refiero con esto..? para el norteamericano promedio prebalece a menudo un comun denominador y es el olvido a la verdad! especialmente cuando no es comodo para el mismo aceptarla.
En muchas historias importantes de los estados unidos donde estan involucrados migrantes y surgen cambios significativos como en tantas otras ocasiones parece ser q es mejor olvidar y hablar de lo bonito que ahora es y no hablar o recordar que tan dificil fue serlo..
para los estados unidos entes politicos y gubernamentales es comun dejar debajo del tapete la verdad.! la que tanto les cuesta aceptar…
por articulos como este no se permite borrar de la memoria ni mucho menos olvidar que miles de historias como la cruda realidad the five points son importantes para enteder que su pasado sera igualmente relevante para su propio futuro!
Tras leer este artíclo no me ha quedado otra opción que suscribirme, gracias!