En el debate político español confundimos a menudo medios con objetivos. En radio, televisión, prensa, Internet, escuchamos, vemos y leemos un sinfín de comentaristas que defienden ideas, propuestas y medidas variadas, siempre dándoles una pátina ideológica. Lo que la izquierda defiende es que este programa de gasto público es bueno, estos derechos deben ser protegidos y estos impuestos a los ricos subidos para que todo vaya bien. La derecha reformista defiende que esta liberalización creará riqueza, estas regulaciones son costosas y poner más dinero en el bolsillo de los votantes ayuda a la economía. Ser de izquierdas parece consistir en defender lo público, proteger derechos y subir impuestos; ser de derechas parece ser cosa de abrir mercados, reducir el papel del estado y recaudar menos dinero.
Lo que parecemos olvidar a menudo, sin embargo, es por qué queremos aprobar estas medidas; qué tenemos en mente cuando estamos subiendo impuestos o bajándolos, privatizando o nacionalizando, regulando o eliminando regulaciones. Las políticas públicas en España tienen una extraña vida propia fuera de la realidad; hay propuestas asociadas a la derecha, otras asociadas a la izquierda, pero no hay nada que una esas ideas a unos objetivos finales. La izquierda defiende «lo público» porque es de izquierdas defender lo público, sin poner lo que defienden en relación con una resultados concretos. La derecha habla de «desregular» porque eso es lo que defiende la derecha, sin pararse a preguntar si los valores que defienden tienen alguna relación con las medidas sobre la mesa. La reflexión sobre si las ideas sirven para cumplir los objetivos marcados parece dejada al margen.
La distinción más importante en política no es entre izquierda o derecha; es entre políticas públicas efectivas y aquellas que no lo son. La política española es un lugar donde tendemos a juzgar a los políticos primero por sus ideas y después por sus resultados; en realidad, deberíamos preocuparnos de lo contrario. Pongamos, por ejemplo, un político de izquierdas que se opone a la reforma laboral y abaratar el despido. Este es el «uniforme ideológico» habitual de un político de izquierdas en nuestro país; es lo esperado por todos. Un político de izquierdas en España, por supuesto, quiere una sociedad más igualitaria y más justa, más y mejor empleo y un cambio del modelo productivo. Lo que no vemos, sin embargo, es una reflexión sobre los efectos de las medidas defendidas por el político en cuestión y si estas son capaces de cumplir con los objetivos que el mismo político se marca. Un político de derechas, mientras tanto, vivirá situaciones parecidas cuando defiende el mercado y la libre competencia. Este mismo político puede hablar de crear oportunidades, de meritocracia y dar paso a los emprendedores como objetivos; los efectos de los mercados sin regular en estos tres campos, sin embargo, son cuestionables.
La idea central al empezar cualquier debate político no debe ser qué objetivos dice perseguir un político. Todo el mundo está a favor de una sociedad más justa, más democrática y con más tartas de manzana, y todo el mundo es capaz de defender más igualdad, más crecimiento y mejores partidos de fútbol. Todos estamos a favor de lo bueno y en contra de lo malo, etcétera. El debate político no debe empezar debatiendo qué queremos hacer, sino si las medidas que los líderes de los partidos defienden realmente pueden llevarnos donde estos prometen.
Cuando escribo de política, el mundo para mí tiene dos clases de líderes. Por un lado tenemos los políticos que tienen objetivos claros y medidas asociadas que pueden hacer que estos se cumplan, o por otro tenemos a los inútiles que tendrán todas las buenas intenciones del mundo, pero no saben cómo implementarlas. Con la gente del primer grupo puede que no esté de acuerdo en algunos de sus objetivos; la sociedad que quieren construir puede que sea distinta a la visión del futuro que yo tengo en mente. Los del segundo grupo pueden tener un corazón de oro, ser bellísimas personas y amar a la patria de forma sincera y absoluta, pero si sus planes no pueden cumplir lo prometido, es mejor que se queden en casa.
Desde Politikon hablaremos de objetivos, ciertamente, y nos preocuparemos a menudo sobre si una política pública es justa o no lo es. Pero sobre todo de lo que hablaremos será de políticas públicas y sus resultados; si las leyes, medidas y reglamentos que defienden los políticos realmente son capaces de hacer lo que dicen que van a hacer. Nuestra preocupación no será quién tiene razón en el sentido de izquierda o derecha (allá cada uno con sus ideas), sino ver si izquierda y derecha son capaces de cumplir con lo que prometen.
Esto lo haremos, en la medida de lo posible, desde la evidencia empírica, la investigación y el razonamiento. Somos firmes defensores de la necesidad de basar las políticas públicas en datos y resultados; el análisis de la política debe ser el análisis de los resultados concretos y objetivos de las medidas tomadas o propuestas, no de discusiones ideológicas. No hay una definición objetiva de justicia, pero sí podemos analizar de forma objetiva si una ley se acercará a la definición que un político dice defender o no. No queremos discutir si la legislación del mercado laboral debe crear igualdad o meritocracia; primero queremos saber si las indemnizaciones por despido crean igualdad o si el despido libre es meritocrático.
Al hablar de política en España es frecuente confundir, repito, los objetivos con los medios. Nuestro primer paso, y esperemos nuestra aportación al debate, será primero decidir si los medios son adecuados para cumplir los objetivos que prometen cumplir.
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«reflexión sobre los efectos de las medidas defendidas por el político en cuestión y si estas son capaces de cumplir con los objetivos que el mismo político se marca»
si esto se cumpliera en un 5% no tendriamos crisis seríamos un pais puntero
En principio, es un supuesto loable, la objetividad y la ciencia.
claro que cuando comprobamos que difícilmente podemos predecir los resultados de las políticas públicas, no digamos que sobrevivan al proceso de aprobación e implementación (y posterior adaptación y hackeo de la gente), nos damos cuenta que, muchas veces, se vende como algo «objetivo» o positivo por su elaborado conocimiento empírico algo que puede ser una moda intelectual, una provocacion intelectual, o simplemente algo que en el papel, con los modelos de ciencia política y economía suena bien, pero que la práctica destrozaría alegremente cual Rorschars la cara de un violador.
Y luego, claro, hay consideraciones estratégicas, partidarias y de evolución de políticas públicas (apertura de agendas etc). Por ejemplo, el tan traído debate sobre el contrato único es un ejemplo de buenas intenciones desde un supuesto (pongamosle unas cuantas comillas) conocimiento objetivo de la realidad. Hay una serie de gente que nos explica que hay dualidad y bla bla bla y que el contrato único sería muy positivo. Y hay otros muchos que conocen la legislacion real, la práctica real o incluso que ejercen la política real que no lo ven tan bien, pues chocaría con miles de leyes o seria de muy dificil implementación o, en es este contexto, solo servirîa para una reducción de la protección del empleo de facto. Y ¿quien tiene razón? ¿La ciencia social o la practica política?
Dicho de otra forma: aquí, todos podemos opinar, pero nadie, nadie, tiene la verdad en política que es uno de los sistemas más complejos que existen. Y valorar una politica en funcion de su efectividad , incluso si estuviesemos de acuerdo en funcion de qué las medimos, sería util a posteriori… pero es imposible a priori tener (casi) nada seguro. Es por eso que existen las ideologias, que son heurísticos, atajos, simplificaciones muchas veces incoherentes (como apunta Roger), pero que son, seguro, más coherentes que aplicar la última idea que ha emergido en un paper, de dificil comprensión, aprobación y mas dificil implementación, por no hablar de dudoso resultado.
Soy científico social. No se entienda que las ciencias sociales no sirven ni que la teoria sea inutil, ni que los datos o modelos no sirvan, ni que no haya que innovar en política. Digo que la ciencia social no es lo único, sobre todo a priori, a considerar, cuando hablamos de política. A posteriori si, claro, pero todo siempre es más facil a posteriori. Hasta los economistas son capaces de explicar, a posteriori, por qué paso lo que pasó.
«Hasta los economistas son capaces de explicar, a posteriori, por qué paso lo que pasó»
posiblemente es de lo único que son capaces los economistas
Una aproximación empírica y por resultados es, qué duda cabe, una buena aproximación. Exótica, diría yo en los tiempos que corren. Pero será también difícil: hay muchas políticas fiscales de efecto indirecto, dilatado en el tiempo, sesgadas por multitud de factores externos en una sociedad global. Yo no creo en la política de tecnócratas. Eso es pura administración (con minúscula). Creo que la Política (con mayúscula) responderá siempre a un modo de ver las cosas, de entender el entorno, de percibir al individuo como más individuo o como impulsor social. Hay multitud de estudios que van confirmando que tiene muchísimo que ver con la afinidad o aversión al riesgo (progresista vs. conservador), con dicotomías psicológicas y sus derivadas del “grupo”. Por eso la Política y su aplicación práctica nunca dejará de ser una ciencia social (lo que la hace limitada, empíricamente). Como la Economía. De todos modos, soy seguidora y fan de Politikon, y creo que su aproximación es muy necesaria.
El político tiene una parte de gestor, y la otra de puro político. El ejercicio de voto no debe de consistir en elegir al mejor y más eficiente gestor,sino a los políticos que defiendan las políticas que van encaminadas hacia la defensa de la sociedad, del tipo de sociedad que cada uno defiende.
Obviamente si el político no es un inutil, será capaz de de llevar a cabo políticas alejadas de su «programa» siempre y cuando el momento lo requiera,y ve que ello va a ser útil para la socieda. Prueba de ello son medidas de la izquierda durante los años 80’s que eran de todo menos socialistas en alguna ocasión.
Así pues si yo defiendo una sociedad en que los trabajadores tengan una protección legal fuerte, por muy incompetente que sea el político de izquierdas y muy competente que fuese el de dchas. yo no podría votar a éste último.
Realmente lo que te importa es una protección legal fuerte del trabajador, aunque esto implique tener una tasa de paro entre el 7% y el 25%. ¿Eso va a conducir a una mayor igualdad social?
Lo dudo.
Es lo que dice Roger, una nivel de protección legal al trabajador no es un objetivo en sí, si no un medio. La cuestión es ¿cual es la protección legal óptima para conseguir la mayor igualdad social posible?
Nada asegura que eliminar la protección al empleo vaya a rebajar el desempleo, ni que convertirá a los empresarios en chantajistas. ¿Igualdad social? Lo mismo pagando 100.000 que pagado cero a todos o incluso se puede argumentar que vincularlo a la productividad «iguala» a los mayores en su desventaja sobre los jóvenes. Al final todos arrimamos el ascua a nuestra sardina y la «igualdad social» existe en el país de la piruleta, otra cosa es que se pueda actuar para nivelar algo. Y entonces llegó el puto Estado ;-)
Creo que estás diciendo lo mismo que Alnair. ¿Dónde está la diferencia?
No exactamente, Alnair duda de que un nivel de protección legal en el empleo produce social y alude a que esa protección produce desempleo. Con lo que nos da a entender que sin ella no tendríamos un paro del 7% al 25%. Eso puede ser verdad, mentira o mediopensionista. Mi comentario elimina el camino que Alnair nos marca, ya que «igualdad social» se puede entender las tres alternativas que he planteado.
Muy acertado este comentario. Toda política fiscal (gasto público, inversión pública e impuestos) es un medio instrumental y no un fin. El fin es la sociedad que queremos, y con el progreso mejoran los instrumentos, no se anquilosan.
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Hechos y datos
Las opiniones siempre deben respetarse, valorarse y en algunos casos hasta deberían ser aplicadas. Algunas conllevan el peligro de que al estar muy bien contruidas formalmente pueden inducirnos al error de creernoslas.
En mi opinión no se puede ser equidistante y neutral entre derecha e izquierda ( si dicha calificación aún explica algo, digamoslo así para ntendernos) y mucho menos hablar de políticos competentes sea cual sea su ideológia y objetivos.
Probablemente los políticos actuales son competentes para permitir ( y trabajar para ello) que las clases dominantes se enriquezcan cada vez más, que el capitalismo financiero y especulativo no tenga ningún control y que todo el peso de la crisis recaiga sobre los que menos responsabilidad tienen sobre ella.
Si creo que son políticos competentes, hasta su posible incompetencia los hace buenos para cumplir sus objetivos, pero a mi no me sirven.
“No se puede ser equidistante y neutral entre derecha e izquierda” “(si dicha calificación aún explica algo […])” [!?]
“Si creo que son políticos competentes, hasta su posible incompetencia los hace buenos para cumplir sus objetivos [!]” “pero a mí no me sirven” [???]
Por suerte o por desgracia, no somos equidistantes, las personas: tú también haces política al posicionarte, y es algo muy humano. Pero si quieres dejarlo en manos de “los políticos» estarán encantados de usurpar una posición en la que no crees pero existe de todos modos. Así acabó el 15M, rehén en el Congreso de una cosa muy del S.XIX que se llama Izquierda Unida.
Hay otros movimientos de… izquierdas?, pero es IU el que juega allí donde se refrendan o rechazan las leyes que nos afectan.
A pesar de los interrogantes en mis frases creo que las desarrollas perfectamente en tu respuesta. Yo me debí explicar mal y tu lo haces muy bien, lo escribo sin sarcasmo.
Únicamente no entiendo porque aparece IU en tu respuesta, ¿como ejemplo de partido nefasto? ¿No se te ocurren otros? Con sarcasmo.
Como dice lo último de Robinson y Acemoglu, cuidado con hacer política basándose en «evidencias» que olvidan las implicaciones políticas de aplicar dichas «evidencias». De hecho todo político dice basarse en «evidencias»… las que le interesan, por supuesto.
Hola, no es solo cuestión de utilizar modelos analíticos para plantear escenarios y orientar la toma de decisiones. Lo que me parece clave es que esos modelos y datos sean públicos y reproducibles. Ejemplo a seguir, el tema de la hojilla Excel de Reinhardt y Rogoff
Buen punto, Angel
«Todo el mundo está a favor de una sociedad más justa, más democrática y con más tartas de manzana, y todo el mundo es capaz de defender más igualdad, más crecimiento y mejores partidos de fútbol. Todos estamos a favor de lo bueno y en contra de lo malo, etcétera.»
Falso
Me parece una premisa totalmente falsa el afirmar que «todos queremos lo mismo». No es así. No todos tenemos los mismos valores ni la misma concepción de la sociedad deseable. Además, raras son las medidas en que nadie pierde. En cualquier sociedad, las medidas casi siempre producen ganadores y perdedores.
Obviar todo esto puede ser un olvido o una postura ideológica manifesta.
Es que ese es precisamente el quid de la cuestión. Lo que dice el editor es que «todos estamos a favor de lo bueno y lo justo», y así en abstracto es cierto. Otra cosa es la opinión que tiene cada uno sobre lo que es más justo o mejor, y luego está saber encontrar el camino para conseguirlo.
El texto me parece incoherente. No voy a explicar y pormenorizar por qué. Lo que sí me preocupa es el porqué escribís en jotdown. Jotdown ya tiene un ‘enviroment’ perfecto. No sé qué hacéis aquí.
Bueno, sí lo sé.
En cualquier caso, ya tenéis vuestro blog para divagar en él sobre economía y política.
El mensaje de Senserrich incurre en la vieja tonadilla de «la muerte de las ideologías». Una vez superada la distinción izquierda-derecha, sería necesario, al parecer, constituir una suerte de dictadura de técnicos que velasen por los intereses de todos. Por esto Senserrich afirma que TODOS están de acuerdo en ir hacia una sociedad más justa.
Ocurre, sin embargo, que en ese «todos» de Senserrich hay una trampa. Que quienes deciden los intereses de «todos» son los menos, son los poderosos. Por esto, tras el «universalismo» de los postulados aquí defendidos se encuentra el interés de clase de los poderosos de nuestra sociedad. Dichos poderosos, como a nadie se le escapará, tienen nombre y apellidos y sus empresas son conocidas.
Estamos ante una apología de la plutocracia.
Políticos competentes puede que los haya, pero que den la cara y se enfrenten a la partitocracia. Si no lo hacen, más de lo mismo.