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Allí y entonces (allí es *osario y entonces es en torno a 1995), un profesor de la Escuela de Comunicación Social de la Universidad Nacional de Rosario le dijo al estudiante de periodismo que yo era (es decir, al joven que yo era por entonces y que aún no había desarrollado esta rara afición por los paréntesis) dos frases que le quedaron grabadas (al joven que yo era etcétera) y que resumían todo lo que aquel profesor creía poder enseñar a sus alumnos acerca del periodismo y su ejercicio. La primera frase (o tal vez fuese la segunda) era: “Nunca dejes que la verdad te impida escribir un buen artículo”. La segunda (pero bien pudo haber sido la primera, ya que el orden se me escapa) era: “No hay preguntas incómodas: lo incómodo son las respuestas”.
No parece necesario especular sobre qué tipo de ética profesional puede emerger de ambas frases (particularmente de la primera), pero quizás valga la pena mencionar otra historia que se contaba por entonces y que permite hacerse una idea más clara del tipo de profesional que algunos de aquellos profesores creían estar formando: en aquella historia (que, dependiendo de quién la contaba, era protagonizada por los magníficos periodistas y escritores argentinos Roberto Arlt y Rodolfo Walsh), Arlt o Walsh eran sometidos a una prueba por parte de un redactor con mayor experiencia y algo de sentido del humor. “A ver, escribime un artículo sobre Dios” pedía el redactor aquel al periodista a prueba, fuese Arlt o Walsh. “¿A favor o en contra?” preguntaba Arlt o Walsh. “Estás contratado, pibe” era la respuesta.
A lo largo de aquellos cinco años en ese sitio (y desde entonces) algunos de los periodistas que salimos de esa Escuela tuvimos la impresión (y supongo que seguimos teniéndola) de que era necesario hacer periodismo precisamente en contra de las enseñanzas que se nos impartían, contra la idea de que el periodismo y la verdad (cualquier cosa que esto sea) tienen un vínculo caprichoso y que el cinismo lo justifica absolutamente todo, incluyendo el periodismo al gusto de nuestro empleador. Algunos de los periodistas que salieron de aquella Escuela jamás tuvieron esa impresión, sin embargo, y supongo que eso justifica el descrédito y la miseria moral del periodismo de estos días (con magníficas excepciones, por supuesto) y el hundimiento económico de los periódicos allí y entonces (allí es *osario y entonces es en torno a 1995), pero también aquí y ahora, y aquí es España y ahora ya se sabe qué es (aunque no se sabe muy bien cómo ponerle remedio).
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A pesar de lo dicho, y de las tres frases que constituían el aspecto ético de las enseñanzas que nos transmitieron allí y entonces (allí es etcétera), lo cierto es que una de ellas sigue pareciéndome razonable. Que no hay preguntas incómodas sino solo respuestas que lo son parece el tipo de afirmación tácita que preside las mejores entrevistas, tanto en el ámbito hispanohablante como fuera de él. Acerca de ellas, dos cosas: la primera, que parece evidente que escasean; la segunda, que quizás no seamos muy justos al considerarlas mérito exclusivo de los periodistas, ya que (y supongo que aquí hablo en mi doble condición de entrevistador y de entrevistado) la entrevista es esencialmente un texto escrito en colaboración entre entrevistador y entrevistado cuya eficacia depende tanto de la inteligencia y la disponibilidad (tal vez podría decirse también: del coraje) a la hora de hacer las preguntas como de la inteligencia y la disponibilidad a la hora de responderlas. Quizá algún día deba escribir acerca de mis experiencias como entrevistado, buena parte de las cuales son catastróficas: mientras tanto, y a continuación, cinco ejemplos de todo lo que puede salir mal en una entrevista (comenzando por la famosa entrevista al boxeador y actor alemán Norbert Grupe en el programa Aktuellen Sportstudio del 21 de junio de 1969):
Grupe, también conocido como “el Príncipe Wilhelm von Homburg”, venía de ser derrotado en el tercer asalto por el boxeador argentino Ringo Bonavena y se presentó en el programa dispuesto a no responder ninguna pregunta tras saber que su entrevistador, Rainer Günzler, había criticado duramente su actuación. “¿Cómo se siente tras el enfrentamiento de anoche? ¿Se desmayó? ¿Tenía la impresión antes del combate de estar enfrentándose a un rival mucho más fuerte que usted? ¿Está pensando en colgar los guantes?” son las preguntas que el entrevistador recita ante la sonrisa y el silencio de su entrevistado, que, después de esta entrevista, fue expulsado de por vida de la Asociación Alemana de Boxeadores Profesionales (BdB) por mal comportamiento, pero debió volver a ser admitido tras un trámite legal.
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Alguien dijo en la Biblia que el valiente mata con la espada y el cobarde con un beso (¿No es al revés? ¿No debería serlo? ¿No es más cobarde recurrir a la espada que al beso, al menos en determinadas circunstancias?). Allí donde Norbert Grupe apeló al silencio ante un entrevistador que no le agradaba (lo que equivale al beso en la comparación que hago aquí), Bob Dylan desenfundó la espada. La historia es conocida: en el transcurso de su gira por Gran Bretaña de la primavera de 1965, un joven Dylan enfrentó al periodista Horace Judson de la revista Time (alguien que definitivamente necesitaba un nuevo apellido y un dentista) para la cámara del cineasta neoyorquino D.A. Pennebaker, quien incluyó la escena en su hipnótico documental Dont [sic] Look Back (1967), definido por Oliver Trager como “el retrato definitivo del artista como joven gilipollas” (Keys to the Rain: The Definitive Bob Dylan Encyclopedia, 2004). Allí, Dylan somete a la revista Time a una demolición en toda regla (aunque se trate de una demolición, a ratos, incomprensible): afirma no necesitarla, a continuación le otorga un poder desmedido sobre las audiencias norteamericanas, la llama mentirosa (“este tipo de revistas tiene demasiado que perder publicando la verdad”, afirma), aconseja la publicación de fotografías de prostitutas vomitando junto a imágenes de magnates (¿?), acusa a Judson de no saber nada sobre él y sobre su música y le espeta, ante la única pregunta que el pobre periodista consigue articular (y que también permanece sin respuesta): “¿Cómo puede usted tener los cojones de preguntarme eso?”
“Cada palabra tiene sus mayúsculas y sus minúsculas, como la palabra ‘saber’”, afirma Dylan en uno de los pasajes más confusos de la entrevista. A lo largo de una vida de diálogos con periodistas, el autor de Like A Rolling Stone ha conseguido en ocasiones sonar más confuso (como en la prácticamente desconocida entrevista concedida en Tokio en 1986 y en su discurso de aceptación de un Grammy en 1991) pero también más simpático (en la aceptación del Oscar a la mejor canción original de 2001 por la magnífica Things have changed) e incluso más dispuesto a colaborar con su entrevistador (en la larga entrevista que le hizo Jeff Rosen para el documental de Martin Scorsese No Direction Home, 2005), pero ninguna de esas entrevistas parece haberle inspirado una canción: según algunos, el incidente con Judson es el origen de la extraordinaria Ballad of a Thin Man (aquí en la versión incluida en No Direction Home:
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Fernando Sánchez Dragó (periodista español, aunque él diría: “ni español ni extranjero, ni blanco ni negro, ni mujer ni varón. Soy yo sin etiquetas”) es tan conocido por las entrevistas que ha realizado a lo largo de su carrera como por aquellas que le han hecho: de las segundas merecen destacarse su relato de la noche que pasó en Tokio en 1967 con dos “lolitas japonesas” de 13 años (aunque “todo el mundo en Japón parece mucho más joven de lo que es y aquellas chicas no eran la excepción a la regla”, como afirmó posteriormente en el marco de la polémica en la que se vio envuelto) y su afirmación de que eyacula “para adentro” (para adentro de sí mismo, quiero decir: sobre este tema se puede consultar, en el muy periodístico y fiable Yahoo! Respuestas, la discusión originada por la pregunta de un usuario “¿Es Sánchez Dragó un ejemplo de los peligros de eyacular para adentro?”). De las primeras (las entrevistas que él ha hecho a otros), la más conocida es la que tuvo lugar en su programa La noche de TVE el cinco de octubre de 1989, cuando un Fernando Arrabal en comunicación directa con el Creador o sencillamente alcoholizado se quejó a Sánchez Dragó de que no lo dejaba hablar, lo acusó de ser “más estrecho que una muñeca virgen”, se cayó de la silla, disertó sobre el “mileniarismo” [sic] y derribó una mesa (según cuentan, acabó desmayándose). Aunque la entrevista (una tertulia, más bien) no parece dejar en una buena posición al dramaturgo, lo cierto es que su sinceridad y su talento para poner punto final a (otra) insoportable discusión sobre la civilización judeocristiana (¿en Televisión Española?) lo convierten en el único de los presentes en el programa que sale bien parado:
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A lo largo de todo el año 1987, el extraordinario guionista de cómics Harvey Pekar (conocido por su serie autobiográfica American Splendor) participó regularmente como invitado en el programa Late Night With David Letterman. A pesar de que su idea inicial era promocionar en televisión su libro Our Cancer Year [Nuestro año con el cáncer] y, si acaso, disfrutar de algo más que cinco minutos de fama, las entrevistas de Letterman acabaron convirtiéndose en auténticas batallas verbales entre entrevistador y entrevistado de las que este último dio buena cuenta en álbumes con títulos como Mi lucha contra la corrupción corporativa y el filisteísmo de los medios de comunicación.
“Era como visitar a un pariente desagradable solo porque quizá algún día te deje algo” definió la mujer de Pekar la situación (el propio escritor se explayó más sobre el asunto en la entrevista publicada recientemente por la editorial madrileña Gallo Nero con el título Tolstói era un charlatán). La consecuencia (natural) de la suma de exposición pública, cáncer y acusaciones de haberse “vendido” que tuvo que enfrentar Pekar en este período (así como la presión por parte de Letterman y de su equipo para que interpretara el papel de idiota deprimido para entretenimiento de las masas) fue la última de esas entrevistas, en la que Pekar apareció en cámara con una camiseta en la que decía estar en huelga contra NBC, la cadena que transmitía el programa, acusó a Letterman de hacerle preguntas tontas y no dejarle hablar en serio, lo hizo callar y denunció a General Electric, propietaria de NBC. ¿El resultado? Pekar nunca volvió a aparecer en el programa de Letterman (y en casi ningún otro) y su nombre solo se hizo popular a gran escala con la aparición de un filme acerca de su vida y su obra, el magnífico American Splendor (2003) dirigido por Shari Springer Berman y Robert Pulcini y protagonizado por Paul Giamatti.
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“Uno de los más prolíficos directores de cine de nuestra época y de cualquier época es Sir Edward Ross, que regresa a su país natal por primera vez tras cinco años de ausencia para asistir a la inauguración de una retrospectiva de su obra en el National Film Theatre y nos sentimos muy afortunados de tenerlo aquí en el estudio con nosotros esta noche”. A partir de ese punto, la entrevista al supuesto Edward Ross fracasa estrepitosamente a consecuencia de la incapacidad del entrevistador de contenerse; cuando, tras llamarlo “Edward” y “Ted”, el entrevistador lo llama “Eddie Baby”, la entrevista alcanza un punto de no retorno.
Escrita por John Cleese para el primer programa del Monty Python Flying Circus, emitido el diez de mayo de 1969, esta primera parte del sketch denominado “It’s the Arts” no es la más famosa del grupo de cómicos, pero sí una de los más hilarantes y la mejor demostración del tipo de cosas que suceden cuando olvidas el nombre de tu entrevistado. Un magnífico consejo, que se desprende de la primera parte de este sketch, consiste en afirmar que no es muy conveniente llamar a tu entrevistado “corazoncito”, en particular si es un Sir británico (que regresa a su país natal por primera vez tras cinco años de ausencia etcétera). No lo olvidéis, amigos.
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Patricio, ¿no crees que deberías mencionar a David Foster Wallace? Por aquello de plagiarle el título, digo…
Por favor…
Se llama intertextualidad. Todo el mundo sabe que el título viene de Foster Wallace, así que yo no veo plagio. Sí homenajwe y guiño al lector.
La entrevista a Bob Dylan me confirma que es un gilipollas. También tenemos el famoso «yo he venido ha hablar de mi libro», de Francisco Umbral: http://www.youtube.com/watch?v=-1cTIUc7cJc
«¿El resultado? Pekar nunca volvió a aparecer en el programa de Letterman»
Am, como decirlo… no:
http://www.youtube.com/watch?v=I4-mVAqjawg
Muy buena observación, FLJ (una vez más, genial Pekar). Muchas gracias, P.
Vale que Dylan muchas veces parece querer jugar en contra del endiosamiento de su propia figura.
De ahí a, omo hizo, protagonizar un spot, como hizo, para Victoria’S Secret me parece que hay un trecho y confirma como mínimo ciertos aspectos de su carácter.
Ángeles Caso demostró una insobornable paciencia ante un grosero Juan Benet en un programa de entrevistas de RTVE, calculo que hacia finales de los 80. No lo he encontrado en YouTube; supongo que estará en las arcas de RTVE, que no tengo el humor de visitar…
Hablando de entrevistas incómodas, la realizada a Joaquin Phoenix por Letterman en 2009. La humillación de Dave al entrevistado, y el posterior pseudodocumental que dejó en evidencia el (enorme) ego de Letterman.