El cine alcohólico, la bebida en la pantalla, mezclada a la perfección y en vaso fotogénico. No pretende ser esta una lista de recetas exactas sino de culto a los tragos que coprotagonizan las películas. Descubra el engaño del 007 que nunca pidió el Martini como nos dieron a entender, la mejor manera de acompañar con líquido la ingesta de un hígado humano, los tragos caucasianos de bolera, el combinado de locura de Jerry Lewis o la facilidad de las rubias para improvisar una fiesta con graduación pero sin una cocktelera. Ignore el detalle de que Diamond flash no haya sido gestada en Hollywood y de que ese Pan-galactic gargle blaster tenga unos ingredientes ligeramente complicados de conseguir en esta parte del universo. Y para la resaca del día siguiente échele un huevo a la bebida y prepare un Red eye, que algo bueno teníamos que sacar de Cocktail para compensar el aguantar tantos años a Tom Cruise.
Vesper – Casino Royale
¿Cómo mola James Bond, eh? Va por ahí disparando a gente, investigando los recovecos del vocablo “inglés” con y sin acento, siendo sofisticado y poniendo la cuenta corriente de su majestad al servicio del minibar. Bragueta, pistola y carácter altanero con los camareros solicitando cada Martini (con vodka o ginebra) “mezclado, no agitado”.
Pues no. Es decir, no a lo de mezclar el Martini, eso en realidad es parte de la inventiva de los traductores al voltear alegremente el original “shaken, not stirred”, porque al parecer no les apetecía demasiado que la bebida se agitara. De cómo, en lo que a combinados respecta, a los encargados de saltar de un idioma a otro se les permitió meter la pata hasta el perineo en la fosa séptica es algo que carece de explicación lógica pero que tampoco es un error aislado dentro de la saga de 007; en la versión en castellano de Panorama para matar cada vez que alguien dice El valle de la silicona para referirse a Silicon Valley al espectador lo reubican mentalmente entre el pedazo de carne que palpita entre la manicura y el teñido rubio pollo en las playas de Miami.
Aquel erróneo “mezclado, no agitado” no sería sentenciado por Bond en la pantalla hasta que Sean Connery protagonizara Goldfinger (aunque en Agente 007 contra el doctor No la frase sería pronunciada por el villano) y se repetiría con frecuencia hasta acabar convirtiéndose en la marca ebria pero elegante del agente secreto, llegando incluso a servir de línea de salida para estudios científicos de señores con bata blanca y mucho tiempo libre.
Pero otro alegre combinado merece la mención especial: el Vesper, inventado y bautizado por el propio personaje de James Bond en 1953 a lo largo de las páginas de la novela Casino Royale. En dicho libro Bond pide un dry Martini, cambia de idea de golpe y receta el Vesper: “Tres medidas de Gordon’s, una de vodka, media de Kina Lillet, agítelo bien hasta que esté helado y añada una fina rodaja de cáscara de limón” obteniendo como resultado a un camarero tan convencido de las bondades alcohólicas del invento que por poco besa a Bond con lengua, y un brebaje que canallescamente roba su nombre a la chica Bond de la historia, Vesper Lynd. En el cine, Daniel Craig repetiría la receta al camarero de Casino Royale y el público presente se animaría a probar el combinado. Más adelante y ya metidos en la faena de las apuestas, Bond solicitaría un dry Martini y cuando el barman pregunta si lo prefiere agitado o mezclado la respuesta es rotunda: «Do I look like I give a damn?». Es el momento de la iluminación: el Vesper es para los duros y el Martini agitado, mezclado o pasado por la baticao es para las monjas; Bond utiliza un Vesper como gasolina cuando la cosa se pone tensa, el Martini se lo bebe como si fueran Biosolán.
La receta del Vesper fue inventada por Ivar Bryce, un amigo de Ian Fleming, el escritor que alumbró las aventuras de Bond, y llevarla a la práctica al pie de la letra en la actualidad es algo complicado porque Kina Lillet se reformuló en forma de versión rebajada en Lillet Blanc, y el Gordon’s de 1953 no tiene la misma graduación que el que se encuentra en muchos mercados actuales. El consenso de los bebedores espirituosos suele ser que la primera se sustituya por Cocchi Americano y que para suplantar a la ginebra original se utilice un Gordon’s de 47% o en su defecto Broker’s o Tanqueray. También el vodka Stolichnaya se acomoda como una elección acertada para la mezcla por ser un vodka obtenido del grano y no de la patata, tal como llega a recomendar en las páginas el propio Bond.
Mención especial para la otra Casino Royale, aquella película con Peter Sellers, Ursula Andress, Woody Allen, Orson Wells, David Niven, indios, vaqueros y una foca. Tan desgraciada en su procreación que el resultado final es como contemplar un accidente ferroviario en el que todos los pasajeros van vestidos de payaso.
White Russian – The big Lebowski
Esos putos nihilistas. Entran en tu casa, manosean tu bola de bolos, te obligan a bucear en la taza, arrojan roedores anfibios domésticos en tu bañera sin preocuparse porque estés dentro de ella en ese mismo momento, amenazan con trocearte la virilidad. Y se mean en tu alfombra.
—Se mearon en tu puta alfombra.
—Se mearon en mi puta alfombra.
—Ahí lo tienes, Nota, se mearon en tu puta alfombra.
Los hermanos Coen aman a Raymond Chandler hasta el punto de travestir a todos los personajes de su novela El sueño eterno en una versión de bolera americana malhablada y grosera, de barbas, pornofilias y petas. El gran Lebowski se estructuraba Chandleriana con un protagonista que aparece en todas las escenas del film al ejercer de narrador, con una estructura misteriosa de caminar episódico y sobre todo con su figura hiperbólica del antihéroe. Si en el noir el personaje principal era una piltrafa, en El gran lebowski el protagonista, el otro Lebowski del título que realmente prefiere ser llamado Nota (the Dude, Duder, His Dudeness, el Duderino), se convierte en un rastrojo despreocupado en bata, bermudas y camiseta ponzoñosa que prefiere afrontar la vida con un Ruso Blanco (o Caucasiano) en la mano. La película se estrenó con críticas tibias y un resultado olvidable en taquilla, pero creció con el tiempo y acabó convirtiéndose en un culto loco, una mina de diálogos deslenguados para el recuerdo y una de las galerías de personajes más memorables del cine de los Coen. Comandaba la función una santísima trinidad formada por el Nota (Jeff Bridges), el colérico Walter “¿os he dicho que he estado en Vietnam?” (John Goodman) y un Donny (Steve Buscemi) con lag perpetuo que ejercía de personificación de la guasa entre películas: Walter le mandaba callar continuamente y apenas participa en las conversaciones; la coña era que Buscemi venía de interpretar en Fargo (otra maravilla del pack Coen) a un personaje que no cerraba nunca la boca. Y flanqueaban chicas que vendían caras sus mamadas, artistas feministas condenadas por unas obras demasiado vaginales, un Sam Elliot metaomnipresente, músicos alemanes nihilistas inspirados en Kraftwerk o Jesús Quintana (John Turturro), el zumbado pederasta que consigue que durante unos minutos sublimes toda la atención se centre en su personaje con aquella presentación espectacular al ritmo de los Gipsy Kings.
El Nota se mete nueve Rusos Blancos a lo largo de la película sin problema. El Ruso Blanco no tiene tampoco demasiada complicación: vodka, licor de café, nata y unos hielos en vaso corto. Lo que sí es más complicado es afrontarlo con la entereza y elegancia que destila el Nota, ese hombre de carácter incombustible que cuando es empujado por un sicario y obligado a entrar por la fuerza en un coche su única y vital preocupación es que las sacudidas recibidas no le hagan derramar la copa que lleva en la mano.
Vudú – Diamond flash
Miguel Noguera se encuentra en la barra de un bar hablando por teléfono sobre juguetes y abortos. Cuando la llamada ha finalizado, una chica se le acerca con un vistoso vaso de cóctel en la mano e inicia con él una conversación. Durante el transcurso de la misma Noguera acaba su copa y, atraído por el llamativo vaso de su compañera de cháchara, solicita lo mismo. Se explica que el cóctel requerido se llama Vudú y se adivinan un par de componentes del mismo gracias al camarero: descubrimos que lleva algo de piña y algo de coco (para desgracia del personaje de Noguera, alérgico a dicha fruta), pero la chica impide al barman recitar el resto de ingredientes alegando que es una receta milenaria de alto secreto.
El personaje de Noguera solo aparece en esta escena de Diamond flash. Ni es uno de los protagonistas de la película de Carlos Vermut ni compone un papel importante para la trama. Pero la conversación con copas tropicales de por medio es el eje sobre el que gira una revelación indispensable que servirá para que el espectador entienda qué es lo que ocurre en el desenlace del film. Un desenlace que además está construido haciendo uso de una de las pistolas de Chéjov más inusuales (de naturaleza culinario-digestiva) del mundo del cine.
Pero es que Diamond flash también es una de las películas más inusuales e interesantes del cine reciente, nadie tuvo seso o pelotas antes para coger el género de los superhéroes y darle la vuelta hasta enfocarlo de un modo tan ingenioso como alejado de las convenciones del cine de superpoderes. Y de lo que cualquiera puede esperar.
Manhattan – Some like it hot
—We’ve got bourbon. We can make Manhattans.
En 1929, dos músicos de las entrañas de Chicago son testigos de una matanza que mimetiza la conocida como Masacre del día de san Valentín en la que Al Capone se puso Pollock en un muro acribillando a unos cuantos gángsteres que tenía cruzados. Los artistas protagonistas deciden travestirse para huir de cualquier ajuste mafioso aunque las faldas cubriendo testículos auguren inevitablemente una avalancha de equívocos. Sitúese a Marilyn Monroe, Tony Curtis y Jack Lemmon en escena y en la silla de mandar al gran Billy Wilder y el resultado obtenido será una de las comedias más clásicas del legado del cine.
Con faldas y a lo loco, pese (o más bien gracias a) estar ambientada en los años de la Ley seca, demostraba una predisposición alegre a improvisar la cocktail-party donde fuese y como fuese. Y especialmente con la adoración del Manhattan, esa bebida construida con whiskey, vermut dulce, angostura y una guinda roja muy kitsch. El origen histórico del cóctel con nombre de urbe es popularmente atribuido al Dr. Iain Marshall durante la celebración en el Manhattan Club de Nueva York de una fiestecilla organizada por Jeanette Jerom, quien se daba la casualidad de ser nada más y nada menos que la madre de Winston Churchill. Una anécdota enternecedora aunque incierta: Lady Randoplh Churchill (ese era su nombre de casada) por aquellos años andaba muy ocupada estando para empezar en Francia y para acabar preñadísima.
Un Manhattan siempre es un Manhattan y Monroe siempre tendrá estilo e irradiará ternura incluso si, como ocurre en el film, se le ocurre el sacrilegio de improvisar una coctelera con una bolsa de agua caliente o pese a que se extendiera el rumor de que Curtis andaba por ahí diciendo a los compañeros de rodaje que besar a la Marilyn era lo mismo que besar a Hitler. Mientras tanto, Billy Wilder se peleaba a guantazos con las capacidades interpretativas de la actriz, muy ocupadas en la difícil faena de mostrarse ausentes. Cuentan que la escena en la que Sugar Kowalczyk (Monroe) rebusca entre cajones una botella de bourbon tuvo que ser repetida una treintena de veces por la incapacidad de la actriz para repetir correctamente la frase “Where’s the bourbon?” (diciendo en su lugar cosas como “Where’s the bottle?” o “Where’s the bonbon?”). Un desesperado Wilder planchó la frase en el fondo del cajón del mobiliario solo para comprobar que en la siguiente toma Monroe se equivocaba no ya de frase, sino de cajón. 59 tomas después, y tras etiquetar todos los cajones de la escena con la frasecita, la escena conseguida muestra a una Sugar Kowalczyk preguntándose por el paradero del alcohol de espaldas a la cámara, lo que hizo sospechar que Wilder tiró su megáfono a la basura y decidió doblar esa toma en postproducción.
Bloody Mary –The royal Tenenbaums
A Wes Anderson o se le odia con furia o se le ama con locura, cosas de atreverse a presentar estampas como si fueran planos cinematográficos y de esa meticulosidad que se aferra a lo inusual como rasgo distintivo. Uno mismo se encuentra de manera moderada en el grupúsculo de los que consideran que el hombre tiene bastante arte. Tras aparecer en la escena cinematográfica con Bottle Rocket y empezar a prometerse como el chico especial de las moderneces vintage con Academia Rushmore, Anderson firmaba en 2001 un guión a medias con Owen Wilson sobre una familia de curioso apellido con el que consiguió la nominación al Oscar por el mejor guión original (perdería frente al Gosford Park de Robert Altman). Los Tenenbaums, una familia de genios repartía entre su protagonismo coral el imaginario del director y se centraba en la historia del progenitor de una estirpe de lo más variada en la que los descendientes compartían un legado familiar que los hacía extraordinarios en diferentes campos y a la vez truncaba sus carreras. El film contaba con un reparto increíble, Anjelica Huston, Gene Hackman, Gwyneth Paltrow, los hermanos Luke y Owen Wilson, Ben Stiller, Bill Murray, Danny Glover y Alec Baldwin.
Richie Tenenbaum, el barbudo personaje de esa mandíbula llamada Luke Wilson, nacía inspirado por la leyenda del tenista Björn Borg (un deportista que sorprendió a medio universo al decidir retirarse a los 26 años tras una carrera increíble en el mundo de las raquetas), deportista de quien Anderson también tomaba prestado estilismos al apropiarse de la cinta del pelo característica para las melenas de su Tenenbaum (hop y hop). En la película, Richie vive en un crucero continuo autoimpuesto hasta que la reunión familiar que ejerce de motor principal del film lo reubica con su parentela. Su exilio en barco ocurría tras una carrera deportiva exitosa pero interrumpida súbitamente durante una competición en la que el hombre se vino abajo ante miles de espectadores de manera misteriosa. El motivo real de su fracaso tenía mucho que ver con el derrumbe emocional, poco con el físico y demasiado con la hija adoptiva del patriarca, Margot Tenenbaum (Gwyneth Paltrow). Para hacer más llevadera la existencia, Richie camina por la película ingiriendo un Bloody Mary detrás de otro, esa bebida compuesta por unos cimientos de vodka y zumo de tomate sobre los que la gente efectúa todo tipo de experimentos con diferentes ingredientes. Una de las opciones más agradables consiste en combinarlo con tabasco, zumo de limón, salsa Worcestershire y un apio a modo de moderno adorno vintage flotando en vaso grande. Sin olvidar la sal y la pimienta negra. Como no la olvida Richie Tenenbaum quien, con el propósito de tener el sazonador del cóctel siempre a mano, se permite la elegancia de llevar un pequeño pimentero encima en todo momento.
Alaska polar bear heater – The nutty professor
Jekyll y Hyde, Steve Urkel y Stefan Urquelle, Bruce Banner y Hulk, Eddie Murphy obeso y Eddie Murphy, Britney Spears y Britney calva, Fernando Romay y Jesús Posada. Los personajes con un reverso oscuro, tenebroso y de crueles intenciones son un clásico de la narrativa fantástica. Jerry Lewis dirigió, escribió, interpretó y produjo su propia versión de la novela de Robert Louis Stevenson y la bautizó como El profesor chiflado. Comedia de 1963 en la que Julius Kelp, o el epítome de lo nerd, inventaba un suero que le convertiría en Buddy Love, un tipo duro y chulesco con un concepto de la moda bastante cuestionable que hacía gala de un estómago antibalas. Cuando Buddy Love llega a la primera fila del bar tiene tiempo para tumbar a un engreído, repeinarse y requerir del camarero un exótico cóctel llamado Alaskan polar bear heater cuya receta ha de escupir al asombrado empleado: “dos tragos de vodka, un poco de ron, algo de bíter, una pizca de vinagre, vermut, ginebra, un poco de brandy, cáscara de limón, cáscara de naranja, cereza, más whisky escocés. Mézclelo bien y póngalo en un vaso alto”, durante el proceso el camarero ha tenido que interrumpir la formula sermoneada para preguntar si aquello era para beber o para frotárselo por el pecho, y Lewis ha perdido un poco la cuenta de lo que había enumerado puesto que el último ingrediente dictado es “más whisky escocés” cuando en realidad antes no se había mencionado el scotch whisky en ningún momento. A continuación se lo bebe como si fuera un Aquarius.
Hablando desde un punto de vista empírico el mejunje resultante de tan sano remix líquido se puede beber en mayor o menor medida pese a su ligero regusto confuso, como si la propia bebida no tuviese muy claro cuál es su naturaleza real. Pero hablando desde un punto de vista más sincero también se puede utilizar como gasolina para varios tipos de motores de combustión.
Sweet vermouth with a twist – Groundhog day
Groundhog day, o Atrapado en el tiempo, encerraba a Bill Murray en un replay machacón de 24 horas cubriendo el emocionante Día de la marmota en la trasera del mundo allá por las Pensilvanias. Dirigía Harold Ramis, el mismísimo cazafantasmas Dr. Egon Spengler, y la fantasía de retorcido viaje temporal tardó muy poco en convertirse en comedia indispensable y cinta de culto.
En el día eterno de Phil Connors (Murray) todo se repite una y otra vez sin explicación aparente, incluso el fracaso del protagonista a la hora de impresionar a la redactora Rita (Andy Mac Dowell) en la barra de un bar. La primera vez que ambos se acercan a los vasos Connors solicita un Jim Beam con hielo y agua, y su acompañante pide un mucho más delicado vermut dulce con hielos y un limón a modo de tirabuzón, su bebida favorita. Aprovechando las ventajas que ofrece revivir la jornada, Connors prefiere adelantarse a la chavala reclamando exactamente la misma bebida (“sweet vermouth on the rocks with a twist”) en las posteriores repeticiones de la escena para dar pie a la posibilidad de tirarse el moco de cara al interés romántico de tirarse a la compañera.
Harold Ramis aseguraba en el comentario del DVD que Connors viviría atrapado en el tiempo durante un lapso de diez años. Y un valiente curioso al que esa cifra le parecía demasiado escasa se atrevería a diseccionar la película para contabilizar de manera más exacta cuántos días duraba el bucle que encerraba a Murray. Fuesen diez años o 30, lo realmente grave de la situación es que Connors se veía encarcelado en una espiral infernal en la que un par de piernas y una cara de comercial de L’Oreal le obligaban a ingerir un vermut tras otro, bebida que en realidad el propio Connors no hubiese pedido nunca en un bar si no hubiera bragas de por medio.
En todo este asunto de pagafantismo (¿bebevermutismo?) alcohólico en loop no deja de tener cierta gracia que el vermut con rodajita de limón menospreciado en la película fuese, como dicen las lenguas malas, la bebida preferida de otra persona, la mujer de Harold Ramis.
French 75 & Champagne cocktail — Casablanca
Casablanca transcurre dentro de un bar, lo cual es motivo suficiente, pero no el único, para que los personajes que deambulan por la película de Michael Curtiz suelan estar rehidratándose con alcoholes. El French 75 es un combinado cuyo nombre proviene del Matériel de 75mm Mle 1897, un cañón de artillería utilizado por los franceses durante la Primera Guerra Mundial que entró a bombazos en la modernidad armamentística al innovar el campo del fuego rápido: resultaba tan estable que después de cada disparo no requería apuntar de nuevo al objetivo. El éxito del arma fue tal que su producción se disparó y algunos modelos llegaron a ser reconvocados entre las filas del armamento que daría candela en la Segunda Guerra Mundial. El French 75 que se puede beber viene acompañado de cierta leyenda que explica cómo fue inventado por un grupo de soldados, acorralados en una trinchera durante la WWI, que decidieron que lo mejor en según qué casos extremos es ponerse social, hacer corrillo con los amigotes y montar un botellón con clase. Pero, a pesar de lo colorido de ese rumor tan heroico y fascinante de soldados rebuscando limón y hielos bajo las balas, lo más probable es que la versión que le atribuye su invención a Harry MacElhone, el mítico camarero del no menos legendario Harry’s New York Bar de París, tenga bastante más consistencia. El trago, delicioso, delicado y elegante está confeccionado a base de ginebra, champán, zumo de limón y azúcar y tiene mucho éxito por el café de Rick Blaine (Humphrey Bogart) ese lugar donde un alemán acompañado pedía una copa con nombre de cañón para después tener un ligero intercambio de opiniones con un parroquiano francés.
Pero la artillería francesa no era la única protagonista en vaso de Casablanca. El Champagne cocktail a base de champán, amargo de angostura, brandy y azúcar también reclamaba a gritos algo de endulzorada atención. La preparación es sencilla, sitúese el terrón de azúcar en el fondo del vaso, rellénese el mismo con brandy hasta que el azúcar quede disuelto, añádase el brandy y la opcional cereza decorativa. Utilícese el brindis incombustible de la versión original: Here’s looking at you, kid.
Pan-galactic gargle blaster — The hitchhicker’s guide to the galaxy
El gran Douglas Adams escribió una comedia para la radio que se convirtió en la trilogía de cinco libros. La guía del autoestopista galáctico, una descacharrante odisea de ciencia ficción compuesta por La guía del autoestopista galáctico, El restaurante del fin del mundo, La vida, el universo y todo lo demás, Hasta luego, y gracias por el pescado e Informe sobre la Tierra: fundamentalmente inofensiva. La guía… narra con un humor muy particular las desventuras espaciales de Arthur Dent, un inglés que comienza un jueves descubriendo que la Tierra va a ser demolida por una raza de alienígenas para construir una autopista espacial. La gracia está en que Dent no es el típico héroe que se aventura en la misión de salvar a la humanidad, sino que la aventura de Dent comienza cuando la Tierra, y todo lo que hay en ella, es destruida.
Recientemente, en un ejemplo de cómo prensar gallinas, se ha publicado una entrada nueva en la saga titulada Y una cosa más…, algo muy curioso porque Adams lleva muerto desde 2001. El truco se encuentra en que la novela está escrita por otro autor (Eoin Colfer) que, con el permiso de la viuda de Adams (Jane Belson), escribe el libro imitando a modo de fotocopia literaria el estilo de Adams. Servidor, muy fan de la obra original, se hizo con el libro hace algún tiempo por pura curiosidad y puede confirmar que aún no se ha atrevido a abrirlo. La razón es sencilla: no me inspiran confianza los escritores médium. Y pesa bastante el hecho de que aquel final de Informe sobre la Tierra es y será el auténtico final de la obra. Aunque Adams estuviese planeando escribir una sexta parte, que lo estaba, la obra que ha parido Colfer será otra cosa, parecida y puede que hasta bien disfrazada del espíritu post-mortem del creador, pero otra cosa.
El caso es que la obra de Adams se convirtió en un fenómeno espectacular que fue coleccionando miles de seguidores. De ella surge el nombre Babel fish que adoptan los traductores online, el número 42 como la respuesta a la vida el universo y todo lo demás, el DON`T PANIC como la mejor frase que estampar en donde sea, el hecho de que se celebre un día de la toalla (un elemento importantísimo en las novelas), un videojuego en forma de aventura de texto coescrita por el propio Adams y una cantidad de merchandising y objetos basados en la obra que se conoce como Hitch-Hikeriana.
Y tras una marea de rumores a lo largo de muchos años, Touchstone Pictures decide finalizar el guión para la película que había comenzado a preparar Adams y situó a los mandos a Garth Jennings, quien había demostrado muchísimo arte dirigiendo videoclips. El resultado: simpático. Y “simpático” es algo que ayudaría a salvar los trastos a muchísimas películas, pero en el caso de La guía del autoestopista se queda corto, con un material tan potente de base y aun contando con que tanto cine como novela son medios muy diferentes la película de Jennings sabe a poco. Aunque descubriera a los interesantes Martin Freeman y Zooey Deschanel a un público más amplio antes de que uno fuese Watson y hobbit y la otra fuese New Girl y sueño húmedo de hipsters.
En la versión cinematográfica aparece un combinado líquido rescatado del libro: el Pan-galactic gargle blaster. Pero su protagonismo en pantalla es muy breve. Y se presenta además en una versión muy resumida de su leyenda como bebida. Hay que acudir al libro para encontrar la receta de los ingredientes exactos del mejunje, que además es muy fácil de hacer en casa si uno tiene tempo y dinero suficiente:
Eche el contenido de una botella de aguardiente añejo Janx. Añada una medida de agua de los mares de Santraginus V. ¡Oh, el agua del mar de Santraginus! iiiOh, el pescado de las aguas santragineas!!! Deje que se derritan en la mezcla (debe estar bien helada o se perderá la bencina) tres cubos de megaginebra arcturiana. Agregue cuatro litros de gas de las marismas falianas y deje que las burbujas penetren en la mezcla, en memoria de todos los felices vagabundos que han muerto de placer en las Marismas de Falia. En el dorso de una cuchara de plata vierta una medida de extracto de Hierbahiperbuena de Qualactina, saturada de todos los fragantes olores de las oscuras zonas qualactinas, levemente suaves y místicos. Añada el diente de un suntiger algoliano. Observe cómo se disuelve, lanzando el brillo
de los soles algolianos a lo más hondo del corazón de la bebida. Rocíela con Zamfuor. Añada una aceituna.
Bébalo…, pero… con mucho cuidado…
En Internet hay decenas de recetas que buscan sustitutos para algunos ingredientes por la visible incapacidad de la gente para seguir la receta al pie de la letra. Pero lo más importante de todo es que el cóctel tiene una característica muy particular, y única en el mundo (¿universo?) de las bebidas, que es explicada tanto en los libros como en la película: el efecto que produce en una persona al beberlo es idéntico a la sensación de aplastarse el cerebro con una rodaja de limón. Una rodaja de limón que estuviese envuelta alrededor de un ladrillo dorado.
Chianti — The silence of the lambs
El silencio de los corderos llegó en 1991 para dar lecciones sobre muchas cosas. Lecciones sobre cómo se puede hacer buen cine a partir del thriller con psicópata antes de que el género se convirtiera en una plantilla. De cómo es posible arrasar en los Oscar de la Academia con una cinta que anda más cerca del horror (la primera con ese tono que resulta ganadora del Oscar a la mejor película). De que para bailar el Goodbye Horses de Q Lazzarus hay que repasarse los labios y acomodar la cabeza pequeña entre lo profundo de los muslos y sobre todo, y lo más importante, de que si llegado el momento hay que sentarse a la mesa y devorar un apetitoso hígado humano lo que dicta la etiqueta es acompañarlo de patatas y rociarlo con un exquisito Chianti. El ruidillo de satisfacción es opcional.
Mai-Tai — Blue Hawaiii
Elvis Aaron Presley compite con Marilyn Monroe en la categoría de figuras de bonita cara que dan el salto a la gran pantalla retorciendo los nervios de directores acostumbrados a los actores de método, o simplemente a los actores. Se rumoreaba que la capacidad de Elvis para recordar guiones estaba establecida en unas diez palabras por sentencia, superadas las cuales se reseteaba sin remedio. Amor en Hawaii era la típica comedia creada con más ojo en la taquilla que en la calidad del conjunto y aquello era evidente en el producto final que arrasó entre los monederos de la época y dio lugar a un par de entregas hawaianas más protagonizadas por el Rey (la de horrendo título Chicas, chicas, chicas y Paraíso hawaiano). El éxito se debía en parte a tener detrás a todo un tsunami de groupies poperas ondeando bragas, algo que no pasaba desapercibido ni siquiera para la ficción de la propia película: en la escena en la que el personaje de Elvis baja del avión puede llegar a oírse un pequeño tumulto de gritos apagados, se trata de fans del cantante que asistían en la lejanía al rodaje de la cinta pero gritaban como si estuviesen sentadas sobre sus rodillas.
La bebida oficial de Amor en Hawaii sería el Mai-Tai, un vocablo thaitiano para decir “bueno” y aquella copa sería supuestamente inventada en el omnipresente Traders Vic’s de California. Ron, French Garnier, zumo de lima, licor de curaçao, Trader Vic’s rock candy syrup y una pequeña montañita de adornos con forma de palmeritas u otros elementos tropicales de similar gusto refinado. Amor en Hawaii era el anuncio perfecto, pero el Mai-Tai ya había tomado las calles, pocos bares en EEUU quedaban a esas alturas en los que la bebida no estuviese incluida en algún rincón de la carta.
Buttermaker/Boilermaker — The bad news bears
Boilermaker es un combinado de delicadeza admirable: consiste en vaciar un chupito de whisky en una jarra de cerveza. Sus variantes más interesantes proponen introducir el whisky de golpe por la garganta y acto seguido enviar detrás del mismo la birra en la medida que admita nuestro organismo, un ritual tan macho que el protocolo a seguir a continuación implica salir a cazar un diplodocus. También incluye un apaño práctico: vaciar parte de una lata de cerveza y rellenarla con el licor. Esto es lo que hace el protagonista de Los picarones, un Morris Buttermaker interpretado por el gran Walter Matthau. Si bien a lo largo de la película Buttermaker aparece bebiendo una gran cantidad de cervezas: Miller High Life, Schlitz, Coors, Budweiser, la sobada modernez de Pabst Blue Ribbon o alguna Budweiser. La verdadera naturaleza de su espíritu alcohólico emerge cuando lo contemplamos con una de las Budweisers, vaciándola casi por completo para rellenarla con Jim Beam. Dice Internet que incluso el propio nombre del personaje ha bautizado al arte de la mezcla y que ese mix express de borracho puede denominarse tranquilamente Buttermaker. Igual tiene razón.
Red Eye — Cocktail
Tiene gracia que en una película titulada Cocktail el combinado más destacado por unanimidad sea aquel que no está diseñado para formar parte de ninguna fiesta sino como remedio para las consecuencias de estas. La bebida del día después. El Ojo Rojo de aquel Circo del Sol de la coctelera protagonizado por Tom Cruise, que ha conseguido que macarras de todo el mundo acaben la tarde-noche barriendo pedacitos de cristal y defecándose en lo poco ergonómico de las botellas en lo que a malabares respecta, era un producto con la mágica capacidad de curar las resacas. Su composición era no menos mágica: Vodka, cerveza, zumo de tomate y un huevo crudo. Lo del huevo es lo que suele causar respeto, sí.
Ilustraciones: Diego Cuevas
Si queréis probar alguno de esos cócteles, en Madrid, no dejéis de ir a Del Diego o al Cock (calle Reinas) o bien a Chicote (Gran Vía).
Sirven el detonador gargárico pangaláctico? A mi cerebro le vendría bien una buena aplastada.
El grog de The Legend Of Monkey Island, mejor que el de verdad.
Pues le comento que he estado a punto de ampliar miras e incluir otros bebrajes de la ficción ajena al cine, sobre todo por el Grog. Y por su absoluto protagonismo en este enorme momento que brindó al mundo el canal C5N:
http://www.youtube.com/watch?v=Od08zcBcPVI
«EL RITUAL DEL PREBOLICHE», ojocuidado.
Pero al final he pensado que mejor limitarse al cine y dejar eso para otro momento.
O_____O ¡Tremendo!
¿Este vídeo lo ha visto Ron Gilbert? Le pongo un mensaje por Twitter ya mismo.
Probablemente, en el Tales of Monkey Island de Telltale hacen coña del informativo durante el último capítulo:
https://www.youtube.com/watch?v=0E7Ay94mNCg
Pues no se que le veis de raro, la verdad. En el chino de debajo de mi casa venden Grog XD habitualmente…creo…
Sí, sí que lo ha visto, en alguna ocasión lo ha comentado.
Aunque no sea parte de la gran pantalla, hecho en falta un old-fashion para Don Draper…
Se impone citar la mejor obra de José Luis Garci, que no es una película, naturalmente: «Beber de cine» un paseo literario delicioso en torno a los cócteles más variados, siempre en relación al cine. Gracias a ese libro descubrí los margaritas del Boadas (Barcelona). Un placer.
El anticongelante de Withnail & I es el mejor cocktail no combinado de la historia del cine.
Creo que el Ruso blanco lo preparan en la peli con leche en lugar de nata…
Es con leche, doy fé.
Por cierto, más de la pequeña pantalla pero vale- es unas risas jugar a Drinking with Dallas.
Se pone uno un episodio del Dallas clásico al azar.
Cada que ellos beben (si quieren seguir hasta el detalle se recomienda un bar bien surtido), bebemos.
If is the oil barons ball we shall end up in A&E.
Decir que el dry Martini es para monjas es no haberlo probado. Pero es que el nombre induce a error, parece que lleve el cóctel lleva Martini.
ah, y respecto al Doctor Lecter…
La peli de Demme está muy bien pero degradó bastante el gusto del buen doctor para que lo pillaran hasta en South Carolina.
Lo que bebe el monster en el libro es Amarone de la Valpolicella, no ese vinacho para campesinos toscanos.
En una infravalorada pero buenísma comedia de Blake Edwards sobre un alcoholico, llamada «Skin Deep», o aqui: «una cana al aire» John Rtitter se tomaba un cocktail llamado «Amanecer banzai» ¿existirá?