Cine y TV

House of Cards o El Príncipe

House of Cards

Rodéame de hombres gordos —le dice Julio César a Antonio de cara lozana que duermen de un tirón. Casio parece delgado y hambriento. Piensa demasiado: los hombres así son peligrosos.

El despreocupado y gozador Marco Antonio piensa que Casio, siendo noble y bien pagado, no tiene razones para ser peligroso, pero César conoce el percal como se conoce a sí mismo. Los hombres así le responde nunca están satisfechos cuando ven a alguno más grande que ellos, y por eso son peligrosísimos. Nosotros ya sabemos quién tiene razón. Francis Underwood, el protagonista de la trama política House of cards es un César disfrazado de Antonio. Y la serie es más Yo Claudio que The West Wing.

Frank Underwood es un congresista que aspira a convertirse en Secretario de Estado cuando su candidato se convierta en presidente de los EE. UU. y enseguida nos cae bien, por varias razones. Para empezar es Kevin Spacey, un actor cuya aura oscila siempre entre lo canalla y lo paternal, lo encantador y lo repulsivo pero es siempre atractivo y juguetón. Para seguir, el guión se vale de tres trucos clásicos: es un hombre hecho a sí mismo, ama a su mujer más que los tiburones aman la sangre y es traicionado por su candidato, que le hizo una promesa que no pensaba cumplir. Admiramos su habilidad, como admiramos al Cromwell de Hillary Mantel porque puede “redactar un contrato, entrenar un halcón, dibujar un mapa, terminar una pelea, amueblar una casa y comprar a un jurado”. Es servicial sin ser lameculos, político sin ser banal y aplica quizá el principio de James Steward; con el rico y el poderoso hay que ser orgulloso. Para acabar, el cuarto truco sucio de su director: se pasa la mitad del tiempo guiñándonos el ojo. Hasta cuando nos cae mal, somos cómplices.

Igual o incluso más interesante, su mujer Claire Underwood (Robin Wright) no es mujer sino guerrero. Corre por la ciudad vestida de ninja, todos sus vestidos son armaduras y su corte de pelo sugiere más Lanzarote que Ginebra. Su casa es la fortaleza donde los dos viven contra todo y contra todos, confiando solo el uno en el otro. Nunca se preguntan qué estás pensando sino qué puedo hacer para ayudar. El carisma de su alianza es infatigable, aunque el tiempo revela dos fisuras inesperadas.

Una lección de David Fincher para Aaron Sorkin: la redacción del Washington Herald (en realidad Washington Post) se retrotrae, no al triángulo atontado de Brodcast News sino a la película que más periodistas ha generado en la historia: Todos los hombres del presidente. Los periodistas de vieja escuela amamos Primera Plana por encima de todas las cosas pero soñamos con la redacción de Robert redford y Dustin Hoffman. A estas alturas es difícil saber cuánto es leyenda en la leyenda del Watergate (parece tan poco cuando la mira uno así) pero cualquiera que haya vivido en una redacción antes de Yahoo se deshace como caramelo al calor de una sala donde la mayoría de los periodistas no están, porque están persiguiendo noticias. A mí se me nublan los ojos cada vez que Ben Bradlee les dice: no puedo reportear por mis reporteros o cuando les pregunta Where is the damn story? o en general cada vez que sale Jason Robards. O cuando se preguntan en una reunión por qué el New York Times no está siguiendo la historia. ¿Acaso tienen la exclusiva del Watergate? Exacto.

A diferencia de la fallida The Newsroom, todos los personajes de House of Cards son interesantes, desde su mano derecha Doug Stamper (bien llevado por el tierno y peligroso Michael Kelly) o el hedonista torturado Peter Russo hasta el vicepresidente con su síndrome de florero que se cuela en el despacho oval para robar un Mont Blanc. La trama es fetichista: nos gusta mirar cómo los poderosos hacen sus cosas del poder y Underwood es nuestro Virgilio en el infierno de ingeniería social y manipulación de Washinton DC. Cada vez que se rumorea un nuevo orden mundial se disparan las ventas de Sun Tzu, aunque es el libro equivocado. Nos hacemos la pregunta que vende revistas, colonia, perfume y zapatos. ¿Cómo piensa, habla, viste, huele y camina un ganador? En los últimos años ha habido muchas adaptaciones de Julio César, considerada una obra “menor” dentro de las grandes producciones shakesperianas: lejanas como Los Idus de marzo (cuyo guionista trabaja en House of Cards), secundarias como la muy premiada Cesare deve morire y la infravalorada Me & Orson Welles o la literal y muy excepcional adaptación de la Royal Shakespeare Company en Sudáfrica. Si alguien quiere entender la obra por completo, esta es la mejor opción.

Underwood nos lo cuenta en statements, como un libro de autoayuda un poco subido de ego: El dinero es la mansión en Sarasota que se viene abajo en diez años —nos dice—. El poder es la vieja casa de piedra que sobrevive a los siglos. No puedo respetar a alguien que no aprecia la diferencia. A lo largo de la historia descubrimos que Francis respeta a muy poca gente y que solo confía en su mujer y en todos aquellos que le deben algo que no se puede devolver. Es más suspicaz que César; ni de los gordos se fía.

La cuadratura del triángulo es la ambiciosa y repelente Zoe Barnes, una tontipava cuyas idas y venidas pierden todo el interés cuando abandona el Washington Herald para irse a “el próximo Político”, pero que un día soplará sobre el castillo de naipes del título. Lagarta con piel de loba, Underwood juega con ella a Garganta Profunda y el guión parece indicar que ella juega su propio juego, aunque diría que si gana la partida es más por su idiosincrática tontería que por sus habilidades en el tablero. Su pequeñez hace destacar lo interesante que es el personaje de Claire Underwood, que la supera en todo incluso cuando no está. Si miss Barnes recuerda a cierta señorita con un dragón tatuado es porque, además de que la serie está dirigida por David Fincher, la actriz es hermana de Rooney Mara.

Una lección de Aaron Sorkin para David Fincher: lo peor de la serie son los diálogos estrella, que los actores se esfuerzan en recitar sin desmoronarse pero chirrían sin remedio, especialmente cuando le tocan a Robin Wright, cuya primera conversación con Spacey en el piloto es para darle al guión con la regla en los nudillos y que tiene que hacerle un servicio inesperado a un antiguo empleado para demostrar que no es la típica esposa de congresista dedicada a las galas benéficas. Me pregunto qué pasaría si Aaron Sorkin y David Fincher decidieran colaborar. Oh, wait.

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17 Comentarios

  1. The Newsroom, ¿fallida? AAAAY QUE ME DA

  2. Serión. Una delicia que terminé esta semana en tres días. Interpretativamente y en cuanto a trama. Es The Good Wife elevada a la quinta potencia en cuanto a política y periodismo. Cruda y oscura. Una delicia.

    PD: The Newsroom fallida… Y Breaking Bad la hostia de realista ¿no?

  3. Un poco aventurado llamar fallidad a The Newsroom, ¿no?.
    Y bueno, si se investiga un poco no se puede comparar la firma de Fincher en esta serie con la de Sorkin en The Newsroom…
    Por lo demás, gran serie, sin duda.

  4. Yo estoy de acuerdo: Newsroom, fallida. Gran artículo, Marta.

  5. Pablo Urcelay

    Gran serie, sin duda. La manera en que se da la narración genera en el espectador una emocionante sensación de complicidad en las artimañas de Frank, que creo que es impagable.

    PD: Se os ha escapado una ‘o’ en «Roney Mara».

  6. En realidad el personaje de Zoe Barnes decae cuando se enrolla con Francis Underwood. Hasta entonces el juego de insinuaciones que tienen es memorable, todo un chute de tensión sexual directa a la yugular.

    Quiero romper una lanza por el estilismo de la serie. Si sus personajes nos parecen tan poderosos es porque visten como tales. El hábito no hará al monje, pero la toga sí hace al senador.

  7. No hay nada mejor que ver a Kevin Spacey desayunar sus costillas en el bar de su patriota del sur.

  8. Quisiera disculparme por haber dicho que The Newsroom es una serie fallida. En realidad quería decir patética.

  9. santiago

    Apoyo a Marta. The Newsroom es un episodio tras otro de logorrea cursi.

    Pero «House of Cards» es un catálogo de hijoputas de ambos sexos que, al menos a mí, no me han despertado ni un ápice de empatía. Por mucho Quevinespéisi y mucha Robinrait que salgan.

    La enana cabezona periodista no puede ser más repelente, como la describe la autora del artículo; y el recurso de hablar a cámara, por si fuera poco el cinismo del prota, ya es para acabar de arreglarlo.

    En resumen: una decepción más.

  10. A mí no me parece descabellado llamar ‘fallida’ a The Newsroom per se. Lo que me parece descabellado es aplicarle ese calificativo y luego pasar por alto la insoportable decadencia de esta House of Cards a partir de la mitad de la temporada.

  11. The Newsroom es fallida porque nos viste esa redacción, esos jefes, (incluso) esos malos, como los más ocurrentes/inteligentes/brillantes, siempre con el juego de «espera, te digo una cosa para que, tras tu réplica, pueda decirte la contraria y ambos sonriamos con aires de superioridad. Oh Dios, molamos taaaaanto…»
    Y sí, soy fan de Sorkin.

  12. Messi o Maradona… como mordemos el anzuelo una y otra vez.

  13. creo que aca se esta entendiendo algo muy mal, House of Card, lo saco Netflix es su produccion y ya la he visto hace mas de un ano, casi al mismo tiempo que Newsroom, que es producida y transmitida por HBO, Netflix y HBO son totalmente diferente una un canal de cable y el otro un website con videos, los 2 fueron puestas al aire casi al mismo tiempo y los 2 son buenos programas que te ensenan muchas cosas reales que de verdad sucede en el pais del Norte, ademas los 2 programas tendran su 2 da temporada, aparte las series estan buenas que en SudAmerica compro los derechos y tiene buen rating….mas no puedo decir!!

  14. La primera parte deslumbrante. La segunda con la historia de Russo, la exageración del monóxido de carbono, la alianza mal explicada entre las antes irreconciliables periodistas en contra de Frank, me parecen lo de siempre, forzar el guión de esa manera tan americana que queda lejos de la elegancia de las series británicas.
    No obstante grandes aciertos para narrar los juegos de poder, las verdaderas guerras psicológicas llevadas a cabo en ambientes aparentemente impecables y formalizados. Y si es verdad que hay grandes diferencias entre poder y dinero, también se deja claro que la política no es más que dinero. Se aprueba aquello que más conviene al que dio mayores donaciones.

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