Arte y Letras Historia

Cómo el mundo evitó el Juicio Final (III)

Kruschev a Kennedy
(Viene de la segunda parte)

“Señor Presidente:
Acabo de recibir su carta y también he recibido el texto de su discurso sobre Cuba. Debo decirle, con toda franqueza, que las medidas señaladas en su declaración representan una seria amenaza para la paz y la seguridad de todas las naciones. Los Estados Unidos han emprendido, de manera decidida, un camino repleto de gruesas violaciones de la Carta de las Naciones Unidas, un camino que viola las normas internaciones sobre libre navegación en alta mar, un camino de acciones agresivas contra Cuba y contra la Unión Soviética. [..] Resulta evidente por sí mismo el hecho de que no podemos reconocer el derecho de los Estados Unidos a establecer control alguno sobre armamentos que resultan esenciales para que la República de Cuba pueda reforzar su capacidad defensiva. Confirmamos que el armamento que en este mismo instante está en ruta hacia Cuba, sin importar a qué tipo concreto de armamento nos refiramos, tiene únicamente propósitos defensivos. […] Espero que el Gobierno de los Estados Unidos mostrará prudencia y renunciará a las acciones promulgadas por usted, que podrían tener catastróficas consecuencias sobre la paz mundial” (Extracto de la carta de respuesta de Nikita Kruschev a Kennedy tras el anuncio televisivo de un bloqueo naval estadounidense en torno a Cuba)

El lunes 22 de octubre de 1962 John F. Kennedy había aparecido en televisión leyendo un mensaje en el que anunciaba su decisión de establecer un bloqueo naval en torno a Cuba. Aquello tomó por sorpresa a los líderes soviéticos y no solo porque descubrieron que la presencia de sus misiles nucleares en Cuba ya no constituía un secreto. Lo cierto es que en Moscú sorprendió, y mucho, que los americanos reaccionasen por la tremenda ante la presencia de aquel armamento en el Caribe. Los rusos consideraban que la presencia de bases americanas en Turquía constituía un desequilibrio estratégico a corregir, pero no por necesidad una amenaza inmediata. ¿Que los estadounidenses habían colocado misiles atómicos cerca de la URSS? Poca gente en el Kremlin pensaba que Washington considerase siquiera usarlos, pero sí defendían la necesidad de igualar la balanza de la seguridad estratégica estableciendo a su vez bases nucleares en Cuba. Así que les costó entender la, a sus ojos, exagerada respuesta que el asunto cubano produjo en la otra parte. La URSS tenía detrás una densa historia de guerras y amenazas exteriores, sus fronteras no siempre habían sido seguras, así que estaban acostumbrados al peligro y se tomaban las cosas con mayor tranquilidad. Quizla debido a esa misma historia, los dirigentes soviéticos no habían entendido que los estadounidenses —protegidos por dos enormes océanos— estaban tan acostumbrados a sentirse resguardados en su propio territorio que cualquier idea de una amenaza cercana los llevaría al borde de la histeria. Los rusos ya se habían sorprendido en 1957 cuando el lanzamiento del satélite Sputnik provocó una oleada de aprensión en el pueblo norteamericano. Incluso el entonces Presidente Dwight D. Eisenhower, que además de ocupar la Casa Blanca atesoraba el historial militar más prestigioso de la nación, había tenido que intervenir para inspirar tranquilidad entre los suyos. Eisenhower, de manera muy sensata, había insistido en que una cosa era que los soviéticos tuviesen capacidad para alcanzar la órbita y otra muy distinta que llevasen allí armas nucleares y estuvieran dispuestos a usarlas sobre los EEUU. Pero ni siquiera las palabras tranquilizadoras de “Ike” acerca de la naturaleza inocua y pacífica del Sputnik habían tenido demasiado efecto, así que en Moscú hubiesen debido tener buenas pistas sobre cómo podrían tomarse las cosas al otro lado del Atlántico. Pero no habían leído la situación y se toparon con una escalada de tensión que no habían previsto. De repente, estaban metidos de lleno en un cara a cara que podría desembocar en un pulso, en una guerra de nervios y, en última instancia, en una guerra de verdad.

A Kruschev le sorprendió la reacción desmesurada de Kennedy; pensó que ambos podían haberse entendido mejor.
A Kruschev le sorprendió la reacción desmesurada de Kennedy; tras haberse conocido un año antes, pensó que ambos podían haberse entendido mejor.

El Premier soviético Nikita Kruschev era el primer sorprendido por la magnitud de la crisis. Kruschev, de hecho, tenía una imagen bastante positiva de Kennedy. Ambos mandatarios se habían conocido en Viena durante el año anterior y el Premier ruso se había llevado una buena impresión. Consideraba al Presidente estadounidense como un líder sensato y pragmático que optaría por la negociación antes que por la guerra. También pensaba que Kennedy lo tenía en buena estima a él, y que lo vería de manera distinta a como lo presentaba la propaganda occidental, en la que Kruschev solía aparecer como un individuo de gesticulante vehemencia y ademanes hiperbólicos. Aquella imagen teatral era verídica, pero pese a lo que decía la prensa occidental, respondía más a su temperamento personal que a un verdadero extremismo ideológico. Incluso podía decirse que Kruschev era un elemento bastante moderado dentro de lo habitual en la cúpula soviética, como demostraban sus esfuerzos por la “desestalinización” del país. Y estaba seguro de que Kennedy conocía bien esa naturaleza moderada. No era cierto, sin embargo, que Kruschev considerase al Presidente americano como un dirigente “débil”. En realidad entendía bien que los Estados Unidos eran otro tipo de régimen: una democracia con una prensa libre que obligaba a Kennedy a lidiar con la opinión pública. Mientras que en la URSS el público solo se enteraba de aquello que el régimen quería que se enterase, en EEUU la prensa era autónoma, las encuestas electorales eran tomadas muy en serio y Kennedy también tenía su particular tipo de teatro que representar ante su pueblo. Mostrarse firme ante la URSS formaba parte de ese teatro. Era algo que Kruschev podía entender, ya que si bien no tenía que responder ante una prensa libre, sí contaba con otro tipo de “opinión pública” vigilándole: el aparato del Partido Comunista.

Aun así, aun sabiendo que un Presidente americano también tenía un vaudeville que representar, los duros términos del anuncio de Kennedy no habían entrado en los planes de Kruschev. La hipersensibilidad estadounidense ante las bases atómicas cubanas lo dejó atónito. No había supuesto que los EEUU veían aquellos misiles como una amenaza directa, incluso como una respuesta desafiante al incidente de Bahía de Cochinos, la frustrada invasión de Cuba organizada por la CIA. Kruschev había previsto, porque le había parecido lógico, que la Casa Blanca entendería el verdadero fondo del asunto, que aquellos misiles habían sido llevados a Cuba porque eran la manera de nivelar el poderío nuclear. Y nada más que eso, aunque el pretexto fuese la autodefensa del régimen de Fidel Castro. Así era como los soviéticos veían sus nuevas bases en el Caribe, como una restitución de un equilibrio estratégico global que, en el fondo, favorecia la paz entre ambos. Los estadounidenses, en cambio, decidieron ver las bases como una amenaza. Las dos superpotencias no se entendían. Y el futuro del mundo dependía de que lograsen entenderse. En unas pocas horas.

Martes, 23 de octubre

“La Crisis de los Misiles fue una crisis psicológica americana” (Sergei Kruschev)

“Nikita Kruschev nunca planeó que su aventura en Cuba pudiera suponer algún riesgo de guerra” (Frank K. Roberts, embajador británico en la URSS)

La carta de respuesta de Kruschev, en la que advertía que el bloqueo naval contravenía las leyes internacionales y que los EEUU habían iniciado un «acto de agresión que podría conducir a la Humanidad a los abismos de una guerra con misiles nucleares», fue enviada a Kennedy a las 8:00 de la mañana, hora de Washington. Al mismo tiempo, Kruschev invita al embajador estadounidense en Moscú al Kremlin, donde se le entrega al diplomático una copia en mano de la misma carta, para evitar un posible malentendido relacionado con el teletipo, o cualquier otro error de transmisión. Washington tiene una primera pista sobre la actitud de los rusos ante el bloqueo, aunque ese primer mensaje no va mucho más allá de la denuncia y la advertencia. Parece claro que se trata de una primera respuesta de circunstancias y que los rusos necesitan más tiempo para pensar.

Fidel Castro amenazó con una respuesta bélica a un posible intento de inspección por la fuerza de la ONU.
Fidel Castro amenazó con una respuesta bélica a un posible intento de inspección por la fuerza de la ONU.

Mientras Kennedy lee la carta de Kruschev, la agencia de noticias de la URSS, la agencia TASS, envía un mensaje paralelo que parece dirigido a la opinión pública pero que en realidad es otra pista para los americanos. Aprovechando que no se trata de un mensaje oficial propiamente dicho, los términos empleados son bastante más duros. La nota de prensa acusa a Kennedy de “piratería” y “violación sin precedentes de las leyes internacionales”, así como de estar llevando a cabo actos que podrían desembocar en “una guerra termonuclear global”. TASS también afirma que Moscú atacará barcos estadounidenses en el caso de que algún buque soviético sea hundido. Esto no puede ser tomado por una amenaza en toda regla, ya que aparece en prensa y no en un canal gubernamental, pero sí es una advertencia indirecta lanzada desde el Kremlin para que en Washington tomen buena nota. Con todo, no solo la prensa soviética critica a Kennedy tras el anuncio del bloqueo o, como dicen en la Casa Blanca, la “cuarentena”. También en algunos de los principales aliados de los EEUU surgen dudas e incluso reacciones desfavorables al bloqueo. En el Reino Unido, algunos de los grandes periódicos se muestran muy descontentos con la actitud de Washington. The Guardian acusa a Kennedy de estar provocando, con suma torpeza, una posible respuesta militar soviética contra las bases nucleares en Turquía, lo cual podría desestabilizar la OTAN. El Daily Mail va todavía más lejos y califica el anuncio del bloqueo como un “acto de guerra”. Esto, publicado en la prensa del principal aliado de los EEUU. En el mercado doméstico estadounidense, sin embargo, la aprobación popular al bloqueo gana por abrumadora mayoría, o al menos eso es lo que refleja un rápido sondeo del instituto Gallup. Una actitud fuerte ante Moscú tiene réditos electorales. Kennedy ha actuado sabiendo que su carrera política dependía de ello. Y tanto como se lo aplauden en casa, se lo discuten en el exterior.

También Fidel Castro utiliza los medios para expresar su reacción. Aparece en televisión; durante una hora y media, desmiente la presencia de misiles ofensivos soviéticos en territorio cubano —siendo “ofensivo”, recordemos, el habitual eufemismo de “nuclear”—, pero también recuerda a Washington que Cuba está en su derecho de adquirir el armamento que considere necesario para su defensa, sin necesidad de dar cuentas “a los imperialistas”. Castro insiste en que los cubanos no se desarmarán mientras los EEUU prosigan con su política de hostilidad. Dicho y hecho: las fuerzas armadas cubanas se ponen en alerta máxima e inician un proceso de reclutamiento exprés que ya tiene en movimiento a más de doscientos mil hombres. Por último, el dirigente cubano se niega a que inspectores de la ONU comprueben la existencia o no de los misiles en la isla. Amenaza con una respuesta bélica a cualquier intento de inspección por la fuerza por parte de dicho organismo internacional.

La Casa Blanca tiene muchas cosas en que pensar. Ahora que todo se ha puesto en marcha y que los soviéticos han entrado en el juego, los temores ante una guerra inminente se disparan. El bloqueo se hará efectivo a las 10 de la mañana del día siguiente (hora de Washington), pero Moscú parece no flaquear. Tras leer la carta de Kruschev, Kennedy prevé que los soviéticos podrían responder decretando otro bloqueo sobre Berlín como represalia, aunque se equivoca: tal cosa en ningún momento entra en los planes del Kremlin. Tras reunir de nuevo al ExComm, o su recién formado Consejo de Seguridad Nacional, el Presidente discute cuáles serían las consecuencias de ese hipotético bloqueo berlinés, temiendo que la escalada bélica resulte inevitable. Hay otra posibilidad todavía más cercana, la de que los cubanos derriben algún avión espía estadounidense. Washington necesita seguir enviando aeroplanos para comprobar cómo avanza el despliegue armamentístico en Cuba. Este mismo martes están previstas las primeras misiones de reconocimiento aéreo a baja altura, que serán efectuadas no por aviones U-2 “invisibles”, sino por cazas que van a ser detectados y casi con total seguridad atacados. Así que, ¿cómo deberían reaccionar si uno de esos aviones es derribado? Los miembros del ExComm deciden que ante tal contingencia deberían bombardear la base antiaérea responsable del ataque. Esto no tranquiliza al Presidente.

En Washington tragan saliva cuando los aviones despegan para dichas misiones de reconocimiento, pero se sienten aliviados al comprobar que ni los cubanos, ni los soviéticos presentes en la isla, responden con fuego antiaéreo. Las tropas rusas, al detectar los nuevos aviones, se limitan a reforzar el camuflaje para dificultar las tareas de reconocimiento. Pero eso es todo. Los rusos, por lo que parece, tampoco quieren que los aviones espía sean el motivo de una guerra. Eso sí, no están dispuestos a desmontar su arsenal atómico y los misiles IRBM continúan siendo preparados con rapidez, algo que el reconocimiento aéreo estadounidense revelará. Kennedy comprueba así que los primeros movimientos soviéticos sobre el tablero de ajedrez no indican una voluntad de doblegarse. Ante esto, Kennedy da un pequeño paso para mostrar a Moscú que su intención no es la de facilitar un escenario bélico. Envía una respuesta privada a Krushev, una carta en la que, aunque pide que ordene a sus barcos “respetar la cuarentena”, pretende demostrar que la agresividad de su alocución televisiva ha desaparecido: “mostremos prudencia y no hagamos nada que permita que los acontecimientos se vuelvan más difíciles de controlar de lo que ya son”. Está claro qwue Kennedy trata de contemporizar. No parece tener muy claro qué hacer si los soviéticos —como dicen los insistentes rumores en círculos diplomáticos y de inteligencia— sobrepasan la línea establecida y deciden desafiar la cuarentena.

De cara a la galería mundial, el gran show ha comenzado. En una reunión extraordinaria del Consejo de Seguridad de la ONU, el representante estadounidense Adlai Stevenson acusa a la URSS y a sus cómplices —entre ellos Cuba— de querer imponer un dominio mundial. Las duras palabras del americano son respondidas por el delegado soviético Valerian Zorin, quien dice por enésima vez aquello de que la presencia de misiles nucleares soviéticos en la isla “es una absoluta falsedad”. Pero todo esto es un juego de desinformaciones destinado al público. Tanto EEUU como la URSS ya saben con quiénes pueden contar y con quiénes no. Por ejemplo, Washington se garantiza el apoyo unánime al bloqueo de la Organización de Estados Americanos (OEA), aunque se trata también de una operación cosmética. Sus verdaderos aliados, los de la OTAN, siguen sin entrar en la pomada.

Anastas Mikoyan ayudó a Kruschev a reflexionar sobre sus órdenes iniciales de desafiar el bloqueo a toda costa.
Anastas Mikoyan ayudó a Kruschev a reflexionar sobre sus órdenes iniciales de desafiar el bloqueo a toda costa.

Mientras en la ONU las dos superpotencias parecen dispuestas a despellejarse, de puertas adentro sus respectivos gobiernos no dejan de buscar una manera de manejar una crisis que apenas acaba de estallar y ya está empezando a sobrepasarles. Kennedy tiene un nuevo motivo más de intranquilidad al conocer la información de que la URSS ha comenzado a desplegar su flota de submarinos, enviándolos hacia la zona del bloqueo, lo cual parece indicar que la amenaza velada de la agencia TASS podría hacerse realidad y que los soviéticos atacarán cualquier buque que haga fuego sobre sus cargueros. También se detecta un aumento de mensajes cifrados enviados desde Moscú hacia los mercantes soviéticos que navegan hacia el Caribe. Es evidente que se está produciendo una oleada de instrucciones de cara al bloqueo, aunque la inteligencia estadounidense no consigue descifrar cuáles. Y casi mejor que no lo sepan, porque Kruschev está instruyendo a sus barcos para que no respeten la línea de la cuarentena. Habiendo afirmado que el bloqueo resultaba inaceptable, el Premier soviético tenía que actuar en consecuencia y decretar que su flota mercante plantase cara a la armada estadounidense. Sin embargo, también Kruschev tiene asesores de todo signo. Hay algunos radicales y otros que abogan por soluciones más razonadas. De hecho, su mano derecha Anastas Mikoyan le convence para que retire ese mandamiento y permita que los capitanes de los barcos puedan decidir por sí mismos si quieren dar la vuelta o no. Mikoyan, como han hecho antes algunos asesores de Kennedy, le dice a Kruschev que un enfrentamiento directo desencadenará un caos. Kruschev reflexiona y revoca la decisión. Sin embargo, para entonces los rumores ya se han desatado y se extienden hasta el otro lado del mundo. El cambio de parecer de Kruschev no es conocido en Occidente. Por lo que respecta al mundo, Moscú ha dado orden estricta de desafiar el bloqueo.

“¿Son ciertos esos rumores?”, se preguntan en la Casa Blanca. La confusión en Washington es total, hasta el punto de que ni siquiera en la embajada soviética en EE. UU. tienen muy claras las verdaderas intenciones del Kremlin. La embajada celebra una fiesta esa noche para recibir, entre otros, a la prensa estadounidense. Un teniente general soviético allí presente conversa con un enviado del Washington Post y exhibe una postura nada tranquilizadora: “nuestros barcos navegarán a través del bloqueo y si se decreta que esos hombres deben morir, obedecerán las órdenes y continuarán su rumbo… o nosotros mismos hundiremos esos barcos”. El periodista, como es lógico, escucha estas palabras con aprensión pero no sabe hasta qué punto concederles crédito. Preocupado, consulta al embajador Anatoli Dobrynin sobre lo que el militar acaba de decir. Por toda respuesta, Dobrynin dice “él es militar y yo no. Él sabe lo que la marina va a hacer y yo no”. Reconoce su ignorancia y al mismo tiempo contribuye a que los estadounidenses no se sientan más tranquilos. Pero tampoco el propio embajador soviético está feliz. Como muchos otros, Dobrynin piensa que se podría estar asistiendo a las últimas horas de la civilización tal y como es conocida. Más tarde, acudirá a la embajada el fiscal general Robert Kennedy, hermano y asesor principal del Presidente, para conversar en privado con Dobrynin. También Robert Kennedy quiere saber si es cierto que el Kremlin ha decidido ya desafiar el bloqueo. El embajador reitera lo único que sabe: “por lo que yo sé, no ha habido cambio de órdenes a los capitanes de los buques”. Bobby Kennedy, pues, regresa a la Casa Blanca e informa de que los rusos, por lo que parece, no van a echarse atrás. El Presidente se alarma. Por unos instantes, le parece que la situación no tiene salida. Incluso llega a considerar un encuentro privado y cara a cara con el mismísimo Kruschev para detener todo el proceso, aunque luego desestima la idea.

Diagrama original usado por la armada estadounidense para organizar el bloqueo.
Diagrama original usado por la armada estadounidense para organizar el bloqueo.

Justo en ese momento Kennedy recibe la visita del embajador británico en Washington, cuya aparición resultará providencial en estas horas. Será él quien, con una admirable demostración de pragmatismo y sentido común, le dé al confuso Kennedy la clave sobre el siguiente paso que debe seguir. El inglés le recuerda que los soviéticos apenas han tenido veinticuatro horas para analizar los hechos, que están reaccionando ante una situación nueva que sin duda les produce mucha presión, y que lo más probable es que Kruschev y sus asesores no hayan llegado todavía a ninguna conclusión clara acerca de cómo actuar. Se les está obligando a actuar con precipitación porque sus barcos están acercándose al límite establecido, pero hay que concederles unas horas más de gracia. La hora definida para el establecimiento del bloqueo no puede cambiarse, admite el embajador británico, porque sería un signo de debilidad. Pero sugiere una alternativa: acercar la línea imaginaria a Cuba, para que los cargueros rusos tarden más en llegar a ella y el Kremlin disponga de más tiempo para pensar con frialdad. Es una idea simple pero brillante. El presidente Kennedy asiente de inmediato. Llama al Secretario de Defensa Robert McNamara y le da una nueva orden: hay que situar la línea de cuarentena a unos 750 Km de la costa cubana, y no a 1200 Km como estaba establecida hasta entonces. McNamara lo comunica a los mandos navales para que lo tengan en cuenta. Con todo, dentro de la armada parece haber más sensatez que entre los dirigentes políticos y desde luego que en el Estado Mayor. Alguno de los almirantes estadounidenses considera que 750 Km sigue siendo una distancia demasiado grande para el bloqueo y que convendría dar todavía más tiempo a Moscú. Pero 750 Km será el límite definitivo.

El punto máximo de tensión está a punto de alcanzarse. Cuando el día siguiente amanezca en Washington, los primeros buques soviéticos estarán alcanzando la línea del bloqueo, que se hará efectivo a las diez en punto. Que esos cargueros decidan continuar su rumbo, o no, puede decidir el destino del mundo entero.

Miércoles, 24 de octubre (I)

”La catástrofe nuclear estaba pendiente de un hilo y ya no contábamos el tiempo en días, ni siquiera en horas. Contábamos en minutos” (Anatoly Gribkov, estado mayor soviético)

A las diez de la mañana, hora del Caribe, entra en vigor el bloqueo. Diecinueve buques soviéticos se están aproximando a la línea de “cuarentena”.

Las horas previas han transcurrido en un ambiente de enorme tensión y las primeras horas de la mañana no van a ser mucho mejores. El mundo asiste a una siniestra cuenta atrás marcada por el rumbo y la velocidad de los cargueros. La armada estadounidense está preparada para ejecutar el plan de detención: primero avisar por radio a los capitanes de los barcos, después lanzar un cañonazo de aviso, y de no funcionar ninguna de estas medidas, disparar a la hélice para inutilizar el buque. Un acto de agresión que podría ser respondido por los submarinos soviéticos que ya pululan por la zona. Si los rusos no frenan y los estadounidenses deciden intervenir, parece inevitable una guerra. El público internacional contempla una enorme partida de ajedrez. O peor aún, de póker: las cartas están sobre la mesa y se trata de comprobar quién aguanta más el farol. Si es que alguien va de farol.

La detección de submarinos soviéticos parecía anticipar un intercambio de fuego naval entre ambas superpotencias.
La detección de submarinos soviéticos en el Caribe parecía anticipar un intercambio de fuego naval entre ambas superpotencias.

Los primeros dieciséis cargueros dan muestras de aminorar la marcha; algunos incluso empezar a variar el rumbo. Washington lanza un temporal suspiro de alivio. Deducen que, en contra de lo que decían los rumores propagados por algunos soviéticos, los barcos no tenían órdenes directas de Moscú y los capitanes han decidido no arriesgar la seguridad de sus respectivas tripulaciones (en efecto, recordemos, Kruschev les había cedido a los capitanes la última palabra). Sin embargo, el asunto dista muy mucho de estar claro. Los americanos se dan cuenta de que un petrolero, el Bucarest, continúa en línea recta hacia el bloqueo y no parece tener intención de detenerse. Hay otros cargueros que están más alejados pero que tampoco dan indicios de que se van a detener o dar la vuelta. Kennedy, perdido, vuelve a preguntarse qué se trae Moscú entre manos. Los primeros cargueros soviéticos han decidido virar en último momento, sí, pero la actitud de Moscú no es demasiado complaciente. Una buena muestra es que Kruschev invita al Kremlin a un importante hombre de negocios estadounidense, William Knox, presidente de la corporación Westinghouse, que estaba por casualidad de visita en Rusia. A través de Knox, Kruschev lanza un mensaje indirecto para Washington. Por un lado asegura que los EEUU «ya no podrán invadir Cuba», lo cual conlleva una advertencia implícita de que el armamento nuclear en la isla ya está listo para ser usado. Por otro lado afirma que sus submarinos están preparados para el caso en que tengan que hundir los buques estadounidenses que pretenden impedir el acceso naval a la isla. Knox, como es lógico, descuelga un teléfono y traslada el mensaje a América.

A Kennedy le asaltan las dudas. Quizá intentar ejercer el bloqueo por la fuerza sea un recurso demasiado extremo, pero además de las cuestiones de seguridad le preocupan también las consideraciones electorales y por un momento se deja llevar por consideraciones egoistas. Piensa que de no haber hecho nada respecto al asunto de los misiles podría haber sufrido un impeachment —una moción de censura— que lo obligase a abandonar el cargo. Y en las actuales circunstancias, cree que el electorado no le perdonará que baje los brazos. Así pues, decide seguir adelante con el plan.

Las noticias siguen siendo muy inquietantes. Kennedy vuelve a reunirse con el Consejo de Seguridad y el Secretario de Defensa se presenta con tétricas informaciones de última hora: dos cargueros rusos, el Gagarin y el Kimovsk, se encuentran a unas pocas millas marinas del bloqueo y no están disminuyendo su marcha. Para colmo, ha sido detectado un submarino ruso situado entre ambos buques, en posición de escolta. También comunica que el mando naval del Pentágono ha enviado al portaaviones USS Essex para que intercepte a los dos barcos y se enfrente al submarino. En el Comité se alcanzan unas cotas de tensión superiores a las que se habían vivido en los días previos, casi insoportables. Kennedy vuelve a dudar. Pregunta a sus asesores si existe alguna manera de evitar un primer “intercambio”. Robert McNamara le dice que no. No la hay.

Las dos superpotencias están a punto de abrir fuego. En pleno mar Caribe, un submarino soviético y un portaaviones estadounidense están a punto de encontrarse cara a cara. En ambos lados del Atlántico, los ciudadanos tragan saliva.

(Continúa)

USS Essex

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22 Comentarios

  1. Pingback: Jot Down Cultural Magazine | Cómo el mundo evitó el Juicio Final (II)

  2. Las tres partes mantienen un nivel altísimo y yo se lo agradezco como lector, porque además esto reafirma la talla intelectual de Jot Down. Un placer, de verdad.

  3. Pingback: Cómo el mundo evitó el Juicio Final (III)

  4. Un nivel altísimo, pero es necesario publicarlo con un mes de separación ? La virgen…

  5. Estoy con Josep: podríais al menos avisar, no?

  6. Delicioso relato. Maravillosamente contado. Las tres partes me han absorbido desde el principio. Aún conociendo la historia leo con tensión. Espero ansioso la cuarta parte.

  7. Uff, que buen relato… pero en serio tuvo que ser tan corto esta tercera parte??? y lo pero es que tarda mucho en llegar el siguiente.

    Saludos!!!

  8. Muy bueno, siempre lo sigo, me gustaria abundara en el papel de castro denrro de la crisis, siempre he notado que la prensa, por liberal siempre o lo defiende o soslaya su nefasta participacion

  9. Al menos podías decir cuantas partes va a tener el relato. Cuando mejor es el artículo más desesperante es verlo troceado.

  10. MiguelAngel

    Me encantan los tres artículos, habla de una etapa en la que pudo haber cambiado la historia de la humanidad.

    Pero, creo que deberías releer siempre lo he escrito, muchas veces faltan letras en algunas palabras o cosas así. Repito que me encantan los artículos pero recuerda: Dios está en los detalles.

  11. Muy buen artículo. Enhorabuena.

  12. Es de un gran sadismo tardar tanto entre parte y parte. Y eso que ya sabemos el final.

  13. Comparto la opinión de comentarios anteriores. Enhorabuena.
    Nivel altísimo de narración en las tres partes. He podido disfrutar nuevamente de un relato ya conocido.
    Que sean muchos más.

  14. En ese tiempo tenía catorce años e iba al colegio en Buenos Aires tan tranquilo… Magnífico. Espero ansioso la continuación. Como decimos por acá Jot Down es una masa.

    • E.J. Rodríguez

      Hola, Héctor:

      A ver si recuerdo cómo se decía… ¡joya que nos lean en Argentina! Gracias a vos, sos un chavón re copado.

      Un cordial saludo.

  15. Magicoviaje

    Tremendo artículo, pero cuando he llegado al final y he visto que quedan más artículos me han dado ganas de tirar el iPad al suelo…mil aplausos!

  16. los artículos impresionantes, però no dejo de pensar que estara pasando ahora con todos los paises que deben tener misseles atomicos y que los de largo alcanze ya deben ser mejores q los de mediano alcanze, vamos acer juna lista y espero que me ayuden x si se me dejo algun pais con misiles, USA, Russia, Iran, Corea N, Xina.. creo que hay muchos mas, que no sabemos.

  17. Roberto LB

    Excelentes artículos. Me permito recomendar un libro titulado «One Minute to Midnight», de Michael Dobbs, en el que se hace un relato muy pormenorizado de los acontecimientos incluso desde el punto de vista cubano y soviético. En cambio la película «Trece Días» creo que sólo sirve como visión general de la crisis y sobrevalora la participación de algunos personajes.

  18. Magnífico artículo, como las dos partes anteriores. Estoy deseando leer la cuarta parte ya. Enhorabuena al autor y muchas gracias por dejarnos estas joyitas!

  19. Por poner un pero, no me gustan las frases del tipo «En ambos lados del Atlántico, los ciudadanos tragan saliva», me parece muy peliculero.
    Lo demás muy interesante

  20. Pingback: Jot Down Cultural Magazine | Cómo el mundo evitó el Juicio Final (y IV)

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