“Sé que cree que entiende lo que pensaba que dije, pero no estoy seguro de que se haya dado cuenta de que lo que escuchó no era lo que yo quería decir”
Alan Greenspan
Recientemente alguien llegó a esta web escribiendo en Google «cuentos de ciencia ficción muy muy cortos el mas corto como la mitad de una hoja», como si esperara que el buscador le respondiera “mmm… creo que comprendo la idea, ¡dame un segundo y te lo miro!”. Pero Google solo es una máquina; de una potencia extraordinaria, ciertamente, aunque sin conciencia. Aún. El caso es que examinando las búsquedas realizadas vemos que mucha gente comete ese error, escribiendo no las cadenas de palabras clave que quiere buscar sino un concepto (algunos incluso llegan a preguntar al buscador su opinión sobre cualquier asunto). Para paliar esto sus ingenieros trabajan actualmente en mejorar lo que se denomina “buscador semántico”, es decir, en que los resultados ofrecidos se centren en el significado de las palabras y de las frases buscadas. Pero más allá de los logros que están alcanzando, como el reciente “Gráfico de Conocimiento” (los lectores ya se habrán fijado en que ahora si buscas por ejemplo un nombre propio de alguien relevante aparece una ficha sobre él en el margen derecho), me gustaría centrarme en esa tenaz insistencia que mostramos en tratar como personas a las máquinas… y a juguetes, animales, vegetales, fenómenos meteorológicos, cuerpos celestes y prácticamente todo cuanto existe en el universo.
La explicación está en que vivimos rodeados de personas, formando sociedades que requieren —hasta en la tribu más remota del Amazonas— una colaboración entre sus miembros muy compleja. A lo que hay que añadir que las relaciones entre esos individuos están además teñidas de una constante competencia para ascender en la jerarquía social. Todo ello nos exige una capacidad enormemente sofisticada de comprender los comportamientos ajenos. Somos irremediablemente cotillas y nada nos preocupa más que saber qué están tramando los demás, aunque a veces finjamos que no nos importa para ver si así bajan la guardia y se sinceran. El célebre físico Richard P. Feynman tiene incluso un libro titulado ¿Qué te importa lo que piensen los demás?, demostrando así que le preocupaba que la gente pensase que a él le preocupaba lo que la gente pensase. Un enredo que nos remite a la declaración arriba citada del expresidente de la Reserva Federal estadounidense, o al poema The kiss de Coventry Patmore:
“¡Vi que lo besaste!”, “Es verdad”
“¿Y la modestia?” “se mantuvo estrictamente:
Él me pensó dormida; al menos yo sabía
que él pensaba que yo pensaba que
él pensaba que yo dormía”
A todo esto el filósofo Daniel Dennett (acaba de abrirse una cuenta en Twitter: @danieldennett) lo llama la “perspectiva intencional”. Consiste, nos dice, en “tratar al resto de cosas del mundo como agentes con creencias limitadas acerca del mundo, deseos específicos y suficiente sentido común como para hacer lo que resulta racional dadas esas creencias y esos deseos”. Y bien, ¿qué cojones significa esto exactamente? Dennett pone como ejemplo a una almeja, que si siente alguna vibración retrae al interior de su concha a su tentáculo alimentador. Una interacción con el mundo que a menudo supone muchos falsos positivos y que no da para contar grandes anécdotas cuando se reúna con amigas, pero que le ha venido resultando suficiente para no extinguirse. Pero la evolución acostumbra a ser una carrera armamentística y otros seres vivos han desarrollado estrategias más sutiles, como distinguir entre movimientos inofensivos (como el viento agitando ramas) y el de un posible depredador. Otros van más allá y distinguen movimientos —de huida o de ataque— y otros incluso han llegado adoptar tácticas de camuflaje en las que es crucial lo que el depredador o presa crean sobre él. Es decir, la comprensión de que existen seres en el entorno dotados de una voluntad y una intención habría ido afinándose más y más gracias a la selección natural hasta llegar a la explosión de complejidad que trae consigo la vida social de los primates, con sus alianzas, engaños e intercambios de favores. Al parecer los chimpancés habrían alcanzado una comprensión de la intencionalidad de segundo orden, es decir, uno de ellos puede llegar a pensar que otro piense que la comida está escondida en un lugar y no en otro. Pero, dice Dennett, no existe evidencia de que ningún animal no humano haya alcanzado una comprensión de la intencionalidad de tercer orden, es decir, que “pueda desear que tú creas que él piensa que estás escondido detrás del árbol de la izquierda, en lugar del de la derecha”.
Entre los humanos esta capacidad —que en el ámbito de la psicología se conoce como “teoría de la mente”— se desarrolla generalmente a partir de los cuatro años de edad y se alberga en una parte del cerebro llamada unión temporoparietal derecha, según explica en esta charla la investigadora del MIT Rebecca Saxe. En este vídeo vemos cómo se muestra a un niño de tres años el contenido una caja (velas de cumpleaños) y a continuación se le pregunta qué cree el muñeco Snoopy —que no ha estado presente hasta entonces— que contiene esa caja. El niño es demasiado pequeño como para distinguir su propia mente de cualquier otra y responde que Snoopy cree que en esa caja hay velas. Pero la siguiente niña, ya con cuatro años, sí se muestra capaz de establecer la diferencia y de comprender que otra mente pueda creer algo distinto, tener otra percepción de la realidad. El psiquiatra Simon Baron-Cohen, una autoridad mundial en el estudio del autismo —además de primo del actor protagonista de una de las mejores películas de las últimas décadas, Borat— sostiene que quienes padecen este trastorno no habrían desarrollado una teoría de la mente, de manera que vivirían en un mundo de objetos, incapaces de comprender que están rodeados de conciencias, de agentes dotados de una intención. Aquí tenemos un pequeño test online bastante curioso desarrollado por él.
Pero si contar con esta capacidad, además de dotarnos de una sofisticada forma de organización social, ha hecho posible entre otras cosas la creación del recurso literario de la prosopopeya, las fábulas y las películas de Pixar en las que se dota de humanidad a juguetes, insectos, coches, peces o monstruos de pesadilla… también tendría consecuencias más graves respecto a nuestra adecuada comprensión del mundo, como la aparición desde los albores de la humanidad del animismo y de otras muchas supersticiones metafísicas, al atribuir a una voluntad invisible fenómenos naturales o fruto del azar y al terminar disociando la conciencia del cuerpo que la alberga, generando la creencia en un alma trascendente común a prácticamente todas las religiones. Y por último, pero no menos importante, la manía de escribir búsquedas en Google creyendo que es una persona con la que comunicarnos, como un lector que recientemente ha llegado a nosotros escribiendo “como se llama la pelicula donde una persona se encuentran en un centro comercial y despues empieza una niebla pero una señora tiene que salir para ir por su hija que esta sola” (que sospecho que se refiere a la muy recomendable La Niebla), u otro que trataba al buscador no ya solamente como un ser humano, sino como uno que además es un pariente o amigo que conoce su vida: «qué día estuvimos en casa de los padres de ana comiendo que se tiró de la estratosfera?».
Intuyo que al menos el segundo lector sí encontró lo que andaba buscando ¿Problem?
que brutal es la mente humana
¿Se sabe algo de Ana? Esa caída desde la estratosfera no ha recibido publicidad
Pingback: Lo que piensan los demás
El autor de este texto y todos los aficionados a las reflexiones metafísicas sobre esta «perspectiva intencional» y las capacidades de la mente humana sin duda no han oído hablar todavía de estos anónimos filósofos buscadores de la verdad que pululan por los buscadores (¿preguntar por «La Niebla» con tanto detalle? Prrft, novatos…)
http://www.somethingawful.com/d/weekend-web/aol-search-log.php
¿sexdog? dogsex
¿Y por qué se tiró comiendo? Todo un personaje, esta Ana.
Intuyo que quiso decir «comentando».
Porque claro, soy consciente que el autor tiene mente y creo que pensó en escribir eso pero se equivocó vía corrector, vía dislexia ocasional y tal y cual y me estoy ganando una hostia.
Lo de la mente es cosa fina. Lo peor es que conozco a más de tres, personalmente, que hacen las búsquedas de ese estilo. Buen artículo, señor Bilbao.
Ay, los descriptores y el lenguaje natural. Al menos en este campo se ha avanzado una barbaridad, recordemos como eran los antiguos motoros de búsqueda, lo sabrán aquellos que hayan frecuentado, e intentado buscar algo, en un catálogo en línea de cualquier biblioteca.
Quise decir «motores».
Pues además del interesante artículo, que he leído con gusto, a mi me ha servido para descubrir que tengo altas probabilidades de asperger. Genial.
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Esta bien el texto, pero es una pena que se acabe de golpe sin llegar a ninguna conclusión.
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Vale, tengo un coeficiente de espectro autista de 22… Ahora me explico todos estos años de dificultad en relaciones sociales. Algo es algo…
La puntuación media del cociente de espectro autista es de 16, y la puntuación media para los ganadores de la Olimpiada Matemática Británica fue de 24.
Entonces, ¿Que caracteriza a los que estan por debajo de la media?
Más que nada por que he dado un 7 y estoy acojonado
Que te mueres tio, que te mueres…
la conclusion esta desde el principio, siempre preocupados por lo que nos rodea pero a veces no en la medida que debaria, me senti identificada, diablos.
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