Álvarez Rabo
Ediciones La Cúpula
Muy buenas tengan ustedes. Empiezo esta reseña saludándoles con cortesía porque estoy a punto de hacer algunas preguntas incómodas:
¿Acaso en este mundo descafeinado e infantiloide en el que moramos no han sentido la necesidad de que alguien, algo, removiera esa plasta gris que llaman cerebro, escarbara en sus interioridades con un rastrillo metálico —oxidado— para hacerles salir del letargo sináptico en el que están inmersas sus vidas? ¿No se levantan cada mañana tan narcotizados que les cuesta distinguir la vigilia del sueño R.E.M. y pidiendo silenciosamente que pase algo, lo que sea?
Ánimo, ese algo ya está aquí.
En una fastuosa edición de La Cúpula tenemos las Obras Incompletas del insigne Álvarez Rabo tituladas icónicamente Rabo con Almejas. Así se nos resucita simbólica y temporalmente este autor, cuyo suicidio creativo acaeció el 11 de septiembre de 2002* dejando un enorme vacío que nadie ha logrado llenar hasta el momento.
Rabo es (bueno, fue) un transgresor. Un terrorista de la viñeta que lo mismo teorizaba sobre la práctica de la sodomía en la familia Agag-Aznar, sobre la banda sonora de los comunicados de la ETA o sobre el aroma a bacalao del chocho de su mujer. Alguien que, dotado de una facilidad pasmosa para desarrollar sus ideas, lograba derribar por un momento la barrera idiotizante de lo políticamente correcto que envara nuestro devenir. Esta delicada selección de temas y, sobre todo, el tacto empleado para tratarlos, hace que la lectura y disfrute de este cómic esté reservado solamente a un puñado de elegidos. Se comprende perfectamente que Álvarez Rabo no haya sido nunca un autor para las masas (de hecho, él mismo insulta a sus reducido grupo de fans sin ningún tipo de miramiento) y sólo podemos recomendar este recopilatorio a aquellas personas abiertas de mente o que, directamente, tengan dicha mente dada de sí. Qué aburrido sería si todos tuviésemos los mismos gustos, ¡deberíamos estar agradecidos por la diversidad de opiniones! Es posible que usted, lector, abomine de este cómic como de un leproso, pero sin embargo esté deseando ir a la cocina a calentar un trozo de salchichón para metérselo, bien tibio, por el culo. ¿Acaso me ve escandalizarme? ¡Pues no juzgue usted tanto, hombre!
Ya hemos hablado de la temática, pero en este primer volumen asistimos también a grandes logros de la narrativa secuencial. Porque no sólo se trata de un guión mordaz, es precisamente el hecho de estar representado por una secuencia de imágenes que parece haber sido dibujada por alguien sin visión espacial ni coordinación mano-ojo lo que dota de belleza renacentista al conjunto. El trazo errático, deliberadamente cutre, aparte de hacernos sentir la espontaneidad y el fluir incesante de la historia, nos abre una serie de interrogantes acerca de la perdurabilidad e impacto del arte frente al tiempo empleado en crearlo. No obstante, el artista se jacta en numerosas ocasiones de lo poco que le lleva realizar una página, en notas a pie de ídem, donde nos avisa del record que acaba de superar.
Es fácil distinguir los rasgos del genio desde su retrato en las contraportadas de sus obras. Ataviado con una media en la cabeza —según dicen, para proteger su puesto de trabajo en unos grandes almacenes—, nos dirige una mirada cómplice sabedor de que en nuestro interior, despojados de nuestros trajes, nuestras reglas de urbanidad y nuestros maletines de hombres de negocios, laten corazones de animales enjaulados que piensan, en mayor o menor medida, las mismas cerdadas que él.
Permitan que de punto final a esta reseña como si les estuviese hablando con la voz de Constantino Romero y detonando una salva de lugares comunes directamente en el interior de sus cabezas: este país ha dado a luz a grandes artistas, a rutilantes luminarias del pensamiento, a focos de excelencia sin parangón. Desde Séneca a Picasso, desde Velázquez a Ortega y Gasset, desde Cervantes a Buñuel, por decir algo.
Añadan uno más a la lista: Álvarez Rabo merece ocupar un lugar entre ellos. Es más, merece usurpar el puesto de alguno de ellos, por ejemplo el de Unamuno (¿han leído La Tía Tula? ¡Vaya puta mierda!)
Recuerden este nombre: Álvarez Rabo. Grábenlo a fuego en sus meninges.
* A finales de 2002 Álvarez Rabo manifestó públicamente su decisión de proceder a su «suicidio creativo» como dibujante de cómics, abandonando para siempre esta actividad a partir del día 11 de septiembre, aniversario del golpe de estado en Chile. Dejó abierta la posibilidad de reconsiderar su decisión si ésta causaba «alarma social», alarma que cifró en mil cartas de correo tradicional que debían ser enviadas a las redacciones de las revistas TMEO y El Víbora. Recibió un total de 132 cartas, lo cual le sorprendió pues esperaba una cantidad considerablemente menor. (Fuente: Wikipedia)
El puto amo, sin lugar a dudas. Las risas que nos echamos con su obra…