Los libros al poder. Durante quince días editoriales librerías, distribuidores y, cómo no, también organismos oficiales —anhelamos ver qué nos puede ofrecer la caseta del Ministerio de Economía y Hacienda en pleno periodo de pago de impuestos— se adueñan del Paseo de Coches; echan de allí —deseamos que con violencia desmedida— a las hordas de desalmados fanáticos del correteo que, bien en solitario o formando grupos perfectamente sincronizados, plagan las calles, paseos, jardines y hasta el último rincón del Parque del Retiro cualquier día laborable o incluso festivo. Pues al parecer hay quien cree sinceramente que correr sin ser perseguido por nada más tangible que una marca cronométrica es una forma de ocio. Para los demás, para ese epsiloniano porcentaje de ciudadanos que lee libros con una cierta regularidad, los últimos días del mes de mayo y primeros de junio son siempre una suerte de bacanal al tiempo que una declaración de principios. Fuera de aquí, cuerpos saludables; largaos, aurículas y ventrículos inmaculados, arterias diáfanas contra natura y otras expresiones del culto al deporte y su falsa promesa de longevidad. Id a remover conciencias a otra parte, la Feria del Libro os destierra.
Este año la Feria celebra su septuagésima edición y el país invitado es Alemania. Ja, sehr gut! O no tanto, pues todos andamos con el asunto del pepinazo detrás de la oreja y estamos muy susceptibles, así que la primera expresión de menosprecio nos llega nada más leer el lema que el Instituto Goethe de Madrid ha aprobado para promocionar su literatura: Ale-manía! descubre Alemania con 50 autores. A un precio más que competitivo, esta redacción se ofrece a desarrollar al menos una docena de eslóganes con los que poder promocionar la literatura alemana sin generar sentimientos de compasión; no duden en ponerse en contacto con nosotros. De lo que sí nos sirve la propuesta del Instituto es para medir las dimensiones de nuestro vacío cultural. En esa lista de 50 autores reconocemos a Bertold Brecht, Hertha Müller y W.G. Sebald; hemos leído la fascinante historia del espía Richard Sorge contada en forma de novela gráfica por Isabel Kreitz, a Bernhard Schlink, Patrick Süskind y, sudando la gota gorda, a Günther Grass… y para de contar. El resto son al parecer lo más granado de un panorama literario que las mentes mejor dotadas no vacilarán en afrontar sin tomar precauciones. Y las que adolezcan de falta de audacia intelectual, como por ejemplo las nuestras, tienen a su alcance numerosas conferencias a las que asistir para que les sirvan de guía. Buen karma y Atrévete con la literatura infantil son dos ponencias que aquellos que sufrimos las secuelas de haber intentado leer El hombre sin atributos, no digamos ya comprenderlo, no deberíamos pasar por alto.
Pero a la Feria se viene principalmente a adquirir una ingente cantidad de libros que no seremos capaces de leer antes de que llegue la próxima edición. Y menos aún si son pesos pesados de la literatura alemana. Para que quede claro que nos adentramos en un vergel del consumismo, la primera caseta que nos encontramos a mano derecha es la de El Corte Inglés. Quizás haya algún acto más abyecto que el comprar un libro en este puesto, pero nosotros no lo conocemos. Le deseamos lo peor. Más adelante, ya hacia mitad del recorrido, pasados los espacios coloreados de amarillo que corresponden a los distintos ministerios, institutos oficiales y, sorprendentemente, Hungría y los Países Nórdicos —unas posiciones que más tarde aprenderemos que son las más temidas por los expositores pues la facturación final que se logra en ellas tiende peligrosamente hacia el cero absoluto, y al enterarnos no podemos dejar de experimentar cierta condolencia mientras recordamos la sonrisa neutra que dirigía hacia la nada el represente húngaro del número 4—, pasado este trámite inicial, decíamos, y las tiendas de facsímiles de gran formato, llegamos al centro neurálgico de la Feria, aquella parte que le da cierto sentido a nuestra visita.
Sólo si se tienen unas habilidades organizativas dignas de las legiones de la antigua Roma y el genio militar de sus generales más laureados, puede uno intentar planificar un recorrido medianamente coherente a partir del plano oficial. Son famosos los casos de demencia provocada por intentar encontrar una lógica a la disposición de los puestos; lo mejor es pasear y detenerse según lo dispongan su ánimo, la pertinaz lluvia y las visitas escolares. Vayan a la caseta de Valdemar y háganse con no menos de treinta títulos, ya lo saben. Acérquense a El Acantilado y pregunten si ya han publicado la nueva novela de Isabel Allende. Si no han matado del disgusto al editor y aún le pueden compensar de alguna forma, llévense Historia de un Estado clandestino de Klaus Karski, por ejemplo. Deténganse en todas y cada una de las editoriales de ciencia ficción y comprueben que el comprador medio de literatura fantástica sí que tiene muchos de los síntomas que se asocian con los desórdenes mentales más extravagantes y, por tanto, usted que lleva un año leyendo a Stanislaw Lem, Canción de Hielo y Fuego y los Cuentos Completos de Philip K.Dick y que ahora adquiere con deleitación el tercer tomo de la narrativa completa de Fredric Brown —el que contiene la descacharrante novela ¡Marciano vete a casa!—, es por tanto una persona esencialmente rara. Si tienen suerte y coinciden con la visita oficial de alguna Autoridad, comprueben cómo se detiene exclusivamente en todas y cada una de las editoriales infantiles, tengan o no hijos dichos dignatarios. Acudan al taller Encuentro con autor y taller pinta caras y traten de no gritar. Pásense por la caseta de la Editorial Mujeres y verifiquen empíricamente que el tinte para el pelo está reñido con algún principio básico del feminismo y por tanto, a partir de ahora, se pueden ahorrar un dineral en horas de peluquería. Cuenten el número de personas que esperan a que les firme un libro Julia Navarro y experimenten un nivel de angustia de la que sólo habían tenido una idea marginal leyendo los textos canónicos del movimiento existencialista. Nosotros hemos hecho todo eso y además nos hemos llevado media docena de títulos de la editorial Errata Naturae prácticamente juzgándolos por la cubierta y por el grado de seducción del personal que nos atendió; varios libros musicales sobre géneros absolutamente dispares en la librería El Argonauta y, por fin, Nosotros, de Zamyatin, en la editorial Akal. No digan que no tienen opciones, así que compren, compren; aunque después, exactamente igual que nosotros, absolutamente nadie lea y sin embargo todos terminemos por volver el año que viene.