Para mucha gente —posiblemente la mayoría— el fútbol es literalidad y emoción: once tipos contra otros once persiguiendo una pelota, dispuestos a proporcionarte el momento más intenso de tu aburrida semana. Una concepción que recuerda bastante a la que los fans de Antonio López tienen del arte: unos sencillos membrillos pintados con destreza de maestro antiguo son todo lo que se necesita para conmover el corazón del público, y quien dice unos membrillos dice una Gran Vía. Yo creo que lo literal y meramente emotivo puede darte algunas cosas, pero otras no. La emotividad está muy bien y a mí me encantan los goles en el último minuto, pero además quiero disfrutar —no padecer— los 89 anteriores. Y a ser posible, aprender algo.
Igual que la pintura o la música, el fútbol es —para quien quiera verlo así— una metáfora, otro prisma a través del cual obtener lecturas del mundo. El arte que me gusta está lleno de esto: lecturas del mundo, ideas sobre él. No literalidad. Algo más que pigmentos armoniosamente combinados sobre un lienzo, algo más que unas cuantas notas ordenadas de manera pegadiza. También el fútbol puede ofrecer algo más que once contra once persiguiendo una pelota. Hay maneras y maneras de perseguirla (y sobre todo de poseerla), las cuales representan polos entre un abismo como el que hay entre Antonio López y Antoni Muntadas, así como caminos, para llegar a esas maneras, tan interesantes como el forjado por la vanguardia o banales como el del simple dinero. Metáforas, ya digo.
La literalidad y la emoción tienen una fama no del todo merecida. Conviene recordar que lo que desde hace siglos ha engrandecido al arte han sido sobre todo las ideas, incluso a buena parte del mejor realizado, hasta en virtuosos como Velázquez, por mencionar el genio de quien López se siente heredero secretamente. Quedarse en el plano de lo literal es la única salida para quienes, más allá, no tienen nada que decir, pero el caso es que el más allá existe: más allá de la pincelada pre-impresionista de Velázquez o del delicado puntillismo de Seurat o del furioso dripping de Pollock hay unas cuantas ideas audaces, una estrategia. Sí, también el fútbol puede ir mucho más allá del simple juego, y el juego mucho más allá del simple trivote, especialmente si se cuenta con los jugadores más caros del planeta. Siempre, por supuesto, que uno se atreva a ello.
Nunca han faltado, claro, los que prefieren jugar sobre seguro, y nunca la retaguardia quedó tan en evidencia como desde la irrupción de la vanguardia, con su revolución estética y su convicción, ante todo, de que el arte es también una suerte de filosofía, algo que suele poner de los nervios a los amigos de lo literal. Recordemos al influyente crítico de arte Adolf Hitler: “Si alguien tiene o no tiene una voluntad poderosa o una experiencia interior, tendrá que demostrarlo con su trabajo y no con sus habladurías”. Los que aborrecen de las ideas —de la abstracción que implican— suelen fiarlo todo a lo tangible y a las emociones efímeras. Pero no nos engañemos, en ellos también late una idea: el conservadurismo. La visión pacata de las cosas.
Hay personas que le temen a la palabra “discurso” porque sencillamente nunca han entendido ninguno, salvo el burdo facilismo de las cuentas de resultados. Quieren extirpar esa palabra del mundo del arte igual que desde hace un tiempo se quiere expulsar la palabra “relato” —incluso la palabra “idea”— del fútbol. A veces aparece alguien que no solo consigue tener un discurso interesante basado en una idea, sino materializarlo en resultados a través de una técnica impecable. A esto suelen reaccionar tipejos que intentan insultar con calificativos como “iluminado” y —atención—“filósofo”. Son los atrevimientos de la ignorancia, cuya tradición se hunde en la noche de los tiempos. Sigan loando los de siempre lo de siempre, así lo llamen “arte verdadero” o “fútbol directo”. La vanguardia —que no apela a los cojones aunque tiene más cojones que nadie— seguirá inventando hasta su ocaso, que siempre está a la vuelta de la esquina para ella. Y entonces, hasta su resurrección, los mercaderes saldrán de sus escondrijos y volverán a ser los amos del mundo.
Puedo estar esencialmente de acuerdo con el artículo, y sobretodo con la idea que defiende. Por eso no creo que sean necesarios ciertos argumentos que son, cuanto menos, discutibles. Y me jode tener que ser yo quién lo diga, porque no quisiera que se entendiese como una defensa de lo que voy a explicar muy brevemente.
La cosmovisión artística del acuarelista austriaco puede tildarse de conservadora, sí, aunque sería mejor definirla como romántica. Pero al contrario de lo que comentas, sí que tiene una filosofía detrás: el arte völkisch es esencialmente el retorno al voluntarismo popular, al naturalismo en su más amplio sentido. Es decir una filosofía contra la modernidad que se nutría tanto de mitos protohistóricos como de cierto holismo wagneriano. Esa cosmovisión está representada por autores obviamente figurativos, tanto escultores como pintores. La escultura de Arno Breker y Josef Thorak, el costumbrismo de Wissel y Juanhanns, el naturalismo de Janesh y Liebermann, etc. Todo ese arte tenía un componente ideológico, un discurso, una filosofía y una estética muy importante que representaba fielmente las bases de lo que se denominó el nacionalsocialismo, que fue a la postre el resultado de varias corrientes político-culturales bastante singulares (bismarkismo, wagnerianismo en detrimento de lo nietzschiano pese a lo que digan, la comunidad popular -cuya traducción al alemán ya he utilizado-, los cuerpos libres, las milicias, la orden negra, el antisemitismo, etc.).
Salud
Mi opinión es que el artista, sea de vanguardia o de retaguardia, crea lo que lo que le da la gana, que para eso está. Hay arte y hay orto en la obra de ambos extremos. El crítico escribe críticas. Y el fútbol, fuera de lo que es el deporte, es y será una mierda se mire como se mire.
Particularmente sesudo este último comentario de Suscriptor. Extrae unas conclusiones muy interesantes.
Es muy interesante lo que cuentas, Diego, y en buena medida cierto. Aunque calificar de romántico a Hitler es en mi opinión excesivo. Yo creo que su credo artístico era más bien el pastiche.
Cierto «artista equivoco tocado del ala» Felix de Azua dixit, se referia a Wagner pero tambien al psicopata con bigote.
Hay quizás una confusión con el movimiento nacionalista romántico decimonónico (perdón pero me gusta esta palabra :) que derivó en opciones políticas como la de los nazis. Su concepto artístico está claro que era limitado ya que llamaba ‘arte degenerado’ al producido, por ejemplo, por Paul Klee.
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Por cierto, un articulo muy interesante.
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Antonio Lopez, Futbol, Velazquez (como quien no quiere la cosa…lo dejamos caer…con elegancia… en la misma onda, no?)
destreza de maestro antiguo!!!
atención a ¡¡SENCILLOS MEMBRILLOS!!
«lo literal y meramente emotivo», yo con lo de «literal»,esque no lo logro entender… qué querrá decir…la copia exacta, de manera clásica y anticuada por supuesto , no? hiperrealista. ta ta ta chan!
Algo más que pigmentos armoniosamente combinados sobre un lienzo, algo más que unas cuantas notas ordenadas de manera pegadiza….
Hay maneras y maneras de perseguirla (y sobre todo de poseerla), las cuales representan polos entre un abismo como el que hay entre Antonio López y Antoni Muntadas, así como caminos, para llegar a esas maneras, tan interesantes como el forjado por la vanguardia o banales como el del simple dinero. Metáforas, ya digo.
Pero a cúal abismo se refiere expliquesé por favor…
a usted no hay quién le entienda de verdad, son todo pulsiones como se dice ahora no? que no hay comunicación…
Antoni Muntadas: NEW YORK, CONTEMPORÁNEO, ARTISTA QUE TRATA LA COMPLEJIDAD DEL MUNDO INTERCONECTADO , GLOVALIZADO, GAFAS DE SOL, AURICULARES EN PAREDES DE EXPOSICIÓN, REPISA CON LIBROS SEPARADOS A UNA DETERMINADA DISTANCIA ATADOS A ESTA REPISA CON TANZA DESDE UNA DE SUS ESQUINAS…
«La vanguardia —que no apela a los cojones aunque tiene más cojones que nadie— seguirá inventando hasta su ocaso, que siempre está a la vuelta de la esquina para ella. Y entonces, hasta su resurrección, los mercaderes saldrán de sus escondrijos y volverán a ser los amos del mundo».
Dejemos aparte la evidente fascinación que el articulista parece sentir por lo vanguardista, como si lo importante de una obra no fuese su calidad sino su novedad, o como si la extravagancia y el delirio injustificado no existieran.
Pero es más que curiosa su suposición de que quien mantiene a raya (en «sus escondrijos») a los mercaderes sea precisamente la vanguardia. Sucede exactamente lo contrario: nadie ha halagado, cultivado y justificado a los mercaderes tanto como Andy Warhol, Jeff Koons, Damien Hirst et sic de caeteris. Les encantan. Y es perfectamente comprensible.