Siempre existe una solución clara, plausible y errónea para cada problema.
H. L. Mencken
Poco después de las campanadas de año nuevo de 2011, una lluvia repentina de pájaros muertos (turpiales sargentos de ala roja, puestos a entrar en detalles) cayó sobre los habitantes del pueblo de Beebe, en Arkansas. Cinco mil pequeños cadáveres precipitándose sobre casas, coches y carritos de bebé, como en un final alternativo de Los pájaros de Hitchcock.
La atención mediática que recibió el fenómeno, del que es fácil encontrar abundantes fotos y vídeos, llevó a que aparecieran en pocas horas decenas de teorías para explicar este miniapocalipsis ornitológico. Contaminantes industriales, un fenómeno meteorológico único como un rayo globular o un microtifón, un experimento del Gobierno con una variante del fosgeno (gas venenoso usado en pesticidas y guerra química), un estampido sónico causado por un OVNI o un avión experimental, una prueba de funcionamiento del HAARP (la famosa estación de investigación sobre la ionosfera financiada por el ejército de los EEUU y que se ha convertido en el Santo Grial conspiracionista)…
Tras realizar necropsias a unos cuantos cadáveres y hallarlos, por usar terminología forense, “espachurrados por dentro”, un grupo de ornitólogos concluyó que ciertos fuegos artificiales ilegales espantaron a la bandada, que al estar poco acostumbrada a volar de noche habría chocado en masa y de forma letal contra paredes, tejados y postes de teléfono.
Yo me creo la explicación porque es lo suficientemente prosaica y absurda como para ser cierta, pero para cuando acabaron las necropsias la imparable rueda de la conspiranoia se había puesto en marcha. Pocos días más tarde apareció en un basurero el cadáver de John P. Wheeler III, un antiguo consejero militar de Reagan y los Bush, asesinado por causas desconocidas tras haberse comportado erráticamente en los días anteriores a su desaparición. Supuestamente Wheeler participó en la redacción de informes sobre las desventajas y peligros de la guerra bacteriológica. Los foros sobre conspiracionismo en internet que suelo consultar (AboveTopSecret, Godlikeproductions, Armageddon Online) empezaron a echar humo.
Antes de seguir se impone un full disclosure: siempre he sido fan tanto de la conspiranoia como del anticonspiracionismo; para ser precisos, de la dialéctica que se establece entre ambos. Hay varios motivos para ello, pero el principal es que la conspiranoia es un gran ejercicio aeróbico para el cerebro, un desentumecimiento de los músculos del razonamiento y una impagable gimnasia mental necesaria en un mundo en que cada vez es más sencillo ahogarse en el exceso de información. Tratar de probar la veracidad o falsedad de cualquier teoría de la conspiración permite ejercitarse en la búsqueda de fuentes fiables, separar el grano de la paja, asignar grados de credibilidad a afirmaciones contradictorias.
Tras la muerte de los turpiales (y del pobre Wheeler) empezaron a multiplicarse las noticias de fallecimientos masivos de animales: ocho mil tórtolas en Faenza, cuarenta mil cangrejos en Thanet, cien grajos en Falkoping, millones de peces en la bahía de Chesapeake. Resulta enormemente curioso consultar el mapa online de Google Maps que cualquiera puede ir actualizando con cada nuevo informe de muertes masivas animales. El único requisito para agregar una chincheta a este mapa virtual es adjuntar un enlace a algún medio de comunicación (sea el Pravda, La Vanguardia o El Mundo Today) que recoja la noticia. Casi esperaba cuando entré por primera vez adivinar un diseño significativo: las chinchetas formando un pentagrama satánico como en las pelis de Jack el Destripador, por ejemplo. Pero lo que se deduce es más bien en qué zonas del planeta hay mejores conexiones de internet y mayor cobertura mediática. Y es que la mayoría de chinchetas están en Estados Unidos, unas pocas en Europa y el sudeste asiático, una sola en Brasil (mortandade misteriosa de peixes no litoral, 100 toneladas), ninguna en todo el continente africano. El clásico dilema filosófico: si un millón de lenguados mueren frente a las costas de Angola y no hay nadie para verlo, ¿se pudren realmente ahí los cadáveres?
De nada sirve que biólogos de todo tipo se desgañiten repitiendo que siempre se han producido muertes animales masivas (“¡en 1986 murieron dos millones de peces en Maryland y nadie les hizo caso!”) y que lo que ha cambiado es la sobreexposición mediática de esta última hornada de casos. El titular lo alcanzan las ocho mil tortugas muertas de Italia, no el informe sobre parasitosis en quelonios. Tampoco importa que cada uno de los casos parezca tener su propia explicación: enfermedades, vertidos ilegales de desechos contaminantes, variaciones bruscas en el clima o el desplazamiento natural del Polo Norte Magnético de la Tierra, que altera periódicamente los delicados sistemas internos de navegación de ciertos pájaros y peces.
No son ese tipo de explicaciones las que se hacen populares, claro. Ya he mencionado algunas, desde el HAARP hasta la intervención extraterrestre o la cercanía del apocalipsis de 2012. Una de mis teorías preferidas es la que atribuye las muertes a experimentos con armas biológicas realizados como ensayo general del próximo exterminio masivo del 90% de la humanidad, necesario paso previo a la instauración de un Nuevo Orden Mundial a manos de una elite de empresarios, científicos y políticos. Los peligros del neomaltusianismo, supongo.
El mundo en que vivimos es una densa maraña de causas y efectos casi imposible de desenredar: una mariposa radiactiva mueve sus alas en la costa de Fukushima y mil estorninos caen muertos en la desembocadura del Guadalquivir. Una consecuencia obvia de este retorcido ovillo kármico es que un mismo fenómeno puede estar provocado por mil causas diferentes en distintos momentos y lugares. La conspiranoia es la espada de Alejandro que parte en dos este nudo gordiano y señala una posible causa común para sucesos similares, ordenando y clarificando un mundo complejo. Einstein pasó gran parte de su vida buscando la “teoría del todo”, una sola ecuación que unificara las fuerzas físicas del universo. Cuánto más fácil le hubiera resultado de haber tenido en cuenta la fuerza física fundamental de los Illuminati, que igual te hunden un Titanic que le prenden fuego a un Hindenburg. Todo acorde a un Gran Plan como el que parodia Umberto Eco en El péndulo de Foucault: un designio secreto y semidivino que debe explicarlo todo o si no, no explica nada.
Un buen amigo fanático de las conspiraciones ha sabido llevar este tipo de pensamiento a su máximo nivel con una teoría brillante sobre las muertes animales, según la cual estamos viendo el efecto antes de la causa. Se avecina un evento cataclísmico tan inimaginablemente potente y explosivo que sus primeras víctimas caen muertas antes incluso de que suceda. Un apocalipsis retroactivo. Tal vez sea cierto y todos hayamos muerto ya, aunque sólo unos cuantos bichos hayan empezado a darse cuenta.
Y esa idea me fascina, aterra y divierte a partes iguales, porque como en gran parte de las tramas conspiranoicas, tras ese envoltorio absurdo de locura se adivina un núcleo terrible de verdad.
Que los animales esten muriendo por centenares es extrano, si, pero mas raro sera cuando los muertos sean personas y empiecen a caer a montones. Falta poco para el 2012!
Coño! En 2012 no ha pasado nada de los muertos cayendo, en 2013 tampoco, ni en 2014, ni ahora, en 2015… Qué aburrimiento madre mía! Nada interesante en esta existencia!
Año 2020: sujétame el cubata.
Año 2022: estos no han visto nada todavía…
Bueno, no seamos cenizos tampoco… Que yo tengo ganas de ver el 2013, caray.
Os escribo desde 2014.
En 2012 no se acabó el mundo, pero todo sigue igual de jodido.
To be continued…
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Crear alarma de forma injustificada y gratuita es delito. O debería serlo.
Yo sinceramente creo que la alarma ya viene creada de casa… Vamos, que es apenas un signo de nuestros histéricos tiempos.
Podemos probar a lo Orson Wells, pero sin aliens :p Tiempos histéricos venidos probablemente por un exceso de información basada en el defecto de ella misma. Una especie de Ouroboros ciego.. no idea what I’m really talking about.. en fin.
La culpa es de Pellegrini.
La culpa de todo
la tiene Yoko Ono.
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2019, aumenta el número de apocalípticos. En plan aún más medievalizante ahora usan niños para señalar pecados, pecadores y la inminente venida del apocalipsis si no nos cortamos el pelo y cambiamos de vida.
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