Hay dos escenas aparentemente antiguas, pero muy vigentes, que definen a Pep Guardiola como un predestinado. La primera data del 16 de abril de 1986, fecha en la que el Barça le remontaba al Gotebörg un 3-0 para meterse —por penaltis— en la desastrosa final de Sevilla. Barbilampiño y con la misma cara que uno se imagina a David Copperfield, Guardiola, el recogepelotas, arengaba a Julio Alberto y celebraba los goles del Pichi Alonso, enfundado en un chándal Meyba. Ese adolescente parecía reunir todo el optimismo de un club acostumbrado a vivir en el trauma perpetuo.
En la otra secuencia el tiempo ha pasado como un rayo: Guardiola ya se ha convertido en el volante del Barcelona de Cruyff y maneja el equipo con su regla precisa y su aire desgarbado, como desgarbado era ese número 3 que vestía en sus inicios, ese dorsal improbable que lo convertía definitivamente en el futbolista contracultural. Y en ese contexto hay un vídeo donde se ve a Guardiola hablando con Cruyff y Rexach (mejor dicho: hablando a Cruyff y a Rexach) en un entrenamiento en el Mini Estadi. Les da instrucciones, ofrece argumentos, señala con las manos, se ayuda de gestos para armar dibujos tácticos en el aire. Y lo escuchan. Vaya que si lo escuchan. Charlie Rexach lo mira concentrado; Cruyff, el hombre con más ego del mundo, va abandonando su gesto profano para concentrarse en las explicaciones del centrocampista. Y el entrenamiento va pasando, mientras los dueños del estilo del Barça siguen quitándose la palabra de la boca.
Se podría decir que ya estaba en marcha la parábola del recogepelotas, pero el viaje acababa de comenzar. En 2001 se despide del Camp Nou con el Barça en plena crisis institucional, suena irónicamente el With or without you y el campo está semivacío. Guardiola se va maltrecho o doliente, como un exilio de Blas de Otero. Ya lleva años vistiendo el número 4, mucho más jerárquico, y saluda derrengado a los espectadores del Camp Nou mientras sus compañeros lo elevan como si fuera un cristo pintado por Botticelli que aguanta el chaparrón, saludando con desgana o con timidez, diciendo un hasta pronto fatigado entre dientes.
Evidentemente en esa despedida había dolor, el dolor del centrocampista divorciado con la institución, agitado por el mal momento deportivo del equipo. Pero no solo eso. También hay avidez; avidez y entusiasmo. Es aquí donde Guardiola declara con más energía su amor por el juego del fútbol, que supera incluso su amor por el Barcelona. No es de extrañar que uno de los conceptos que más reivindique Guardiola es el carácter de juego del fútbol, con todo el placer que lleva detrás este axioma, con la complejidad y el compromiso que acarrea la necesidad de comprender el juego y el envés del juego.
El viaje a la pizarra
Guardiola deja el Barça. Deja el estilo del Barça (del cual es un ferviente acólito) para ampliar su campo visual, para no convertirse en un dogmático. Se va a Italia y firma por el Brecsia. Aprehende el juego desde una cosmovisión diferente: la de un equipo menor en un campeonato donde el juego se traza de otra manera, donde lo físico se impone y donde la construcción defensiva y el rigor táctico deviene en otra forma de belleza futbolística.
La pasión de Guardiola por el juego es innegable. Es el epicentro de su creatividad. En Qatar se lo imagina uno analizando cómo afecta la luz del desierto al desenvolvimiento en el campo. En México cumple su promesa de no retirarse como jugador antes de ser dirigido por Juanma Lillo, al que admira profundamente, y firma por los Dorados de Culiacán. Conversan hasta que se les seca la boca muchas veces. Tienen una pasión común: analizar el fútbol como si fuera un mecano, desmenuzar su estructura como hacen los científicos curiosos con los aparatos eléctricos que no acaban de entender y necesitan desmontar todas sus piezas para saber su función determinada en todo el proceso. Sobre todos hay un concepto que les intriga especialmente, el más difícil de entender: el espacio. Guardiola analiza mentalmente todos los sistemas que ha conocido buscando aquél que puede generar más pasarelas para sus atacantes, pasarelas más definitivas para su equipo, que a la postre le puedan ayudar a generar situaciones de ventaja a sus jugadores.
Juanma Lillo parece evocar en todas las retrasmisiones de Gol TV esas conversaciones. No hay más que escuchar cuántas veces se refiere al espacio cuando comenta las jugadas del Barça, sea por dentro o sea por fuera. Escuchando a Lillo parece que ver un partido de fútbol del Barcelona es lo más parecido a resolver una ecuación de Leibniz.
En su etapa en México quiere conocer a La Volpe, que está entrenando a la selección de nacional, pero no se da la ocasión. De La Volpe admira su manera de uniformar los movimientos de su defensa, de coordinar los movimientos de cada uno de sus jugadores más retrasados para comenzar la construcción del juego tirando de artesanía y aprovechando la armonía de un equipo que avanza al unísono.
El acento del juego
Como en todo relato de un predestinado siempre tiene que haber un viaje iniciático. En este caso es el famoso viaje a Argentina que David Trueba y el entrenador hicieron para conocer a Menotti y a Bielsa. No es accesorio que Guardiola viajara con un creador, porque en ese momento se podría pensar que Pep necesitaba intelectualizar el fútbol, generarle una retórica, un relato, a toda esa amalgama de conceptos técnicos y de experiencias personales. Podría haber un aire mitómano o tal vez el incipiente entrenador necesitaba la fuerza del acento que mejor explica este juego para definir su última posición antes de entrar en el banquillo. Se cuenta que Menotti le animó. Bielsa, por su parte, le habló de la sangre, del negocio sucio de todo el tinglado, asunto que Guardiola ya había vivido en sus carnes después de que se conociera su positivo por dopaje en Italia. Hablaron de periodismo, como recuerda David Trueba, de cine, de literatura, de la moral dentro del deporte, es decir, de la ética de las cosas sencillas, que son, sin duda, las grandes filosofías de la vida.
Pareciera que Guardiola entendió que todo lo que existe se acaba reduciendo a la materia de una historia. Todo lo conocido no es otra cosa que un relato más: toda la esencia acaba siendo material con capacidad para ser narrado. El fútbol apasiona tanto por su narratividad, por su capacidad para golpear el inconsciente emocional, por su espíritu esencialmente subjetivo. Cada partido de fútbol puede ser la historia que mejor se ha contado jamás. El fútbol es un discurso que se describe con argentinismos.
Fue un largo viaje el de Guardiola al banquillo del Barcelona. Desde los fosos del Camp Nou con el chándal Meyba, hasta el perímetro de la medular. Desde su infructuosa renovación final hasta ser spot favorito de Bassat. Desde los maestros de la Masía hasta los chupachups de Cruyff. Había recorrido Pep toda la circunferencia emocional del Barcelona. Evidentemente conocía su destino, pero también conocía el juego. Sobre todo conocía el juego. Y sabía que la única vez que el Barça había sido feliz en su historia había sido con sus extremos muy abiertos, cambiándose de banda de tanto en tanto, con la defensa adelantada —fuera de tres o de cuatro—, defendiendo con una presión eléctrica y empaquetando el juego del equipo en la precisión de las diagonales, en la posesión y en la necesidad de la sincronía para el fuera de juego rival. Sabía que el Barça del falso nueve volvía loco a todo el mundo, porque el Barça del falso nueve tenía seis centrocampistas tocando el balón como si fuera la pelota de un pinball. El Barça del falso nueve jugaba con doce jugadores.
Ciertamente conocía que ese juego era irrevocable en Can Barça y sabía que Rikjaard había dado con la tecla, pero que el método se podía evolucionar. Conocía la filosofía del Club —su internacionalidad y su localidad—, conocía la importancia de tener una marca, sí, como la propia ciudad de Barcelona, que tiene una marca basada, qué sé yo, en los disgustos de los genios, en las curvas de los edificios, en los turistas con la sudadera abrochada a la cintura, en Juan Marsé o en Vázquez Montalbán, en el mar Mediterráneo.
En Tercera División se había convertido en un modelo de Custo pateando la banda, con verborrea gestual, incandescente siempre. Y daba la sensación de que se lo había pasado en grande. Pedro jugaba con él. Busquets jugaba con él. Ambos jugadores marcaban su estilo. Uno el referente de la divisoria, el punto de fuga perpetuo donde todo puede comenzar de nuevo; el otro, todo lo contrario, la insistencia, el brío, la oportunidad y, sobre todo, la pieza pegada a la cal.
Velocidad
En su presentación con el Barcelona conminó a los espectadores del Camp Nou a que se abrocharan los cinturones. Él ya presentía la velocidad que estaba por venir. Seguramente nunca pensó que el legado sería tan profundo. Tenía la obsesión de evolucionar el sistema de juego del equipo. Necesitaba piezas a las que poder timbrar y Ronaldinho y Deco eran jugadores sin hambre, sin capacidad de ser reseteados. Pensaba que Eto’o también. Y ahí se equivocaba, porque Samuel es indomable y corrió como un negro más que nunca.
Muchos analistas coinciden en que el partido del Barcelona en Gijón (después de perder en Soria y empatar en casa con el Racing en su primer inicio liguero), Guardiola se reivindicó: siguió apostando por Busquets, un recién llegado, espigado, hijo de un portero discutido. Fue más metijón que nunca con su equipo y sus planteamientos. El runrún —claro— sonaba ya como una cascada, pero el técnico sabía lo que se hacía. Tenía un plan. Y tenía una certeza: no iba renunciar a su plan a las primeras de cambio.
Su idea era volver al Barça de Cruyff, sí, pero para trascenderlo e ir más atrás: a la Holanda de Michels y seguir viajando en el tiempo para llegar a un tipo de fútbol antiguo, donde el juego volviera a recuperar la ingenuidad con la que se jugaba antaño. Y fue así como fue generando su constelación propia. Una constelación que tuviera la capacidad de moverse con ambivalencia: mitad danza, mitad marabunta. Un ballet hermosísimo que se convierte en carcoma para el rival.
La posesión entretejía el movimiento, la sincronía del movimiento, que debía ser gradual y armónico, desgastando mentalmente al contrario, agotándolo, como hace un ejército de hormigas, para encontrar los espacios buscados y desde ahí filtrar la pelota para cambiar la velocidad del partido, pero no sólo la velocidad, sino también la dimensión del partido, que era algo así como cambiar la partitura, el ritmo, el palo musical: invertir la sinfonía de Bach en una tamborada tribal.
Los éxitos llegaron mientras se iba gestando la excelencia, mientras se iba retrocediendo al origen del juego. Llegaron los éxitos con las casualidades y las pasiones con las que siempre llegan, determinando mitos y modas, generando modelos de coaching, haciendo pesada la figura de Guardiola (que ante todo es un pensador del juego), que aparece convertirlo en la quintaesencia de las escuelas de negocios, el logotipo de un banco, el ejemplo del líder icónico. Los ejecutivos querían ser como él y los entrenadores de Preferente también querían ser como él. Y Zapatero quería ser como él.
Los jóvenes jugadores de la Masía representaban los valores del Guardiolismo, pero también eran los preferidos por su capacidad virginal para acompañar al técnico en su viaje al origen del fútbol. Y cada pretemporada Guardiola se ilusionaba con nuevos conceptos, con pequeños detalles que daban sentido a su idea, que la iban perfeccionando: “este año vamos a dar pequeños saltitos en los córners antes que el rival los lance”, y los grandes defensores de nuestro tiempo comenzaban a saltar casi con sectarismo. Empezaremos a atacar la zona: “este año vamos a defender diferente, vamos a empezar más arriba, para empezar damos un paso al frente”. Y el ejército daba un paso al frente.
Algunos movimientos o conceptos vería en Chygrynskiy para firmarlo por aquel pastizal, al igual que antes lo vio en Busquets o en Pedro. Igual que luego lo vería en Thiago, Tello, Cuenca. Con el fracaso de Ibrahimovic se dio cuenta definitivamente que Messi tenía que convertirse en el núcleo del sistema, en el vértice indetectable, asistido y nutrido siempre, indefinido, generando un nuevo concepto de acracia a través de su talento. Su talento para el equipo, el equipo para su talento, es decir, otra forma de ver el despotismo ilustrado.
Cuatro años hasta Yokohama
Así han pasado los años en el Barcelona. Cuatro años haciendo un rondo por el mundo. De eso se trataba. Por eso Guardiola dijo en su despedida que lo que más placer le daba había sido ver reflejadas en el campo jugadas previamente ideadas: asistir a la realización de su propia obra volátil. Al fin y al cabo el fútbol es una obra de arte abstracta.
Se han levantado un montón de trofeos mientras tanto. Han coincidido los tiempos: la evolución del juego ha contado con la mejor generación de futbolistas posibles que han sacrificado su ego por una idea. Ha hecho suya esa sentencia que Bielsa lee a sus jugadores y con la que termina su perfil narrado en Informe Robinson: “Éramos todos muy amigos, nos gustaba jugar juntos, la pasábamos bien reunidos, intentábamos hacerlo lo mejor posible, atacar mucho y luego recuperarla con la ilusión de volver a atacar y esperábamos la compañía de la suerte”.
Se ha impuesto el canto al juego, a la hermosura del juego. La travesía hacia los orígenes, sobrevolando hacia Cruyff y llegando a Rinus Michels, el gran inventor de la Naranja Mecánica. Un hombre que acabó enseñando Educación Física en un colegio para sordos. El viaje de Guardiola tuvo su punto culminante en el partido que el Barça hizo el pasado 18 de diciembre ante el Santos en Yokohama. Puede que ahí fuera cuando Guardiola empezó a pensar en su salida: la obra parecía casi definitiva.
No sería descabellado pensar que Guardiola deja el Barça porque sus ritmos de creación ya no coinciden con los ritmos y las presiones del club. El partido contra el Real Madrid en el Camp Nou volvió a mostrar la faceta más creativa del técnico, apostando por Thiago y Tello, terminando con cinco puntas, sin embargo el experimento ya no funcionó. Nadie le recriminó. Contra el Chelsea la fortuna le fue esquiva. Y sin la fortuna el método, el estilo, el juego, se emborrona en el imaginario público, porque se tiñe de derrota. La visión creativa de Guardiola, siempre inquieto, empezaba a ser contraproducente, porque las tensiones mediáticas y sociales entre Real Madrid y Barcelona (con todas las ponzoñas) habían carcomido la virtud del juego. Y esto sí que irritaba al técnico, que se veía a él mismo públicamente defendiendo cosas muy diferentes a los conceptos que seguramente le apetecía defender.
Otra de las lecciones que aprendió Guardiola de Cruyff fue la de no empecinarse antes de que llegue el desastre. Cruyff se había enamorado tanto de su sistema que asumió que independientemente de los jugadores que lo ejecutaran, daría espectáculo y éxito. En su última etapa eran frecuentes en sus alineaciones jugadores de segunda fila como Jose Mari, Sánchez Jara, Korneiev o su propio hijo. Pero se ha demostrado que para que funcione el sistema la capacidad técnica de los jugadores es esencial, la capacidad de entender el espacio, la velocidad mental. Ese delirio del holandés acabó con su marcha traumática y con la orfandad en Can Barça durante casi una década.
Guardiola ha querido evitar esa situación. Sabía que su imparable evolución, su frenético intervencionismo, podía no ser lo más adecuado para el equipo. Y la velocidad cansa. Ha estado a sólo un palmo de hacer realidad su sueño de verdad: ver a su alineación del equipo de Tercera División convertida en la primera alineación del FC Barcelona, pasándose la pelota por el placer de pasarse la pelota, mientras el rival mira el cronómetro del estadio. Y resulta que los segundos no pasan, porque el tiempo —durante el juego— es igualmente una dimensión inexplorada.
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Guardiola es al Barça lo mismo que Borges es a una infinita biblioteca: el conocimiento absoluto del lugar en el que andarás siempre, tu espacio natural y eterno.
Hoy se pone punto y final a otra temporada de la serie, quizá la definitiva; y la historia o la ironia del destino ha querido simbolizarlo con el mismo acontecimiento que ocurrió en 2009. Con dos equipos intrincados filsófica y políticamente, aunados por una esencia inimitable, y sumado a una aparición estelar como la del referente Bielsa. No hay mejor devenir que el que vamos a vivir esta noche. Gracias por recordárnoslo en este artículo.
Voya a enviar el link de este artículo a mis amigos culers, para que disfruten de la lectura y den por terminada la etapa del genio en el club de nuestros amores. Bravo!
maravilla
Espectacular. Enhorabuena por el artículo!
Maravillosa descripción. Se ponen palabras a todo lo que ha sucedido durante estos cuatro años. Sin ser demasiado conscientes dejamos escapar muchas pinceladas importante de lo sucedido, que no es mas que un reflejo de la vida misma, del mecanismo perfecto que es este Universo que habitamos.
«…Y resulta que los segundos no pasan, porque el tiempo es igualmente una dimensión inexplorada».
Apoteósico final. Gracias.
Como conseguir que se disfrute tanto con la explicación del juego, como con el juego mismo…..
Felicidades
Joder, ahora va a resultar que David Trueba es como Vázquez Montalbán o Néstor Luján.
Mas cultura y menos culturetilla best seller en San Jordi.
Resulta que los referentes culturales son Quim Monzó, Woody Allen, Paul Auster, Guardiola, Trueba, Isabel Coixet, Salvador Sostres y Maruja Torres.
Difícil hacer país con esta indigencia intelectual.
Hombre, W. Allen me parece que sobre en esa relación que has puesto.
Precioso artículo. El fútbol desarrollado por el Barça de Pep está por encima de cualquier duda; duda en la que nos han querido meter los mediócres que se erigieron en apostoles de que sólo hay esa forma de jugar a fútbol, o los mediócres que la han querido denostar porque llegaba (según ellos) desde «el reverso tenebroso de la fuerza».
Una vez mas,otro relato que pone los pelos de punta…lo tuyo si que es espectaculo con el dominio de la lengua de Cervantes…gracias por compartirlo con nosotros!!!!!
Los lazos de las palabras con el toque del balón…
Fantastic!
Qué maravilla de artículo, cada vez lo hacéis mejor! Grande Jotdown!
Pep ya es eternidad, no en vano ha construído y dirigido al mejor equipo de todos los tiempos: el Barça actual. Su gran mérito ha sido hacerlo posible con una media de 7-8-9 chavales de la cantera en cada once que disputaba cualquier partido. Hay un antes y un después de este equipo, nuestra gran suerte ha sido ser coetáneos y haberlo disfrutado en su máxima expresión…
Muy bueno.
Gracias por explicar una vida futbolítica.
Blah, blah, blah. El articulo acumula palabras sin profundidad como Guardiola pegaba pases en el Barcelona. Cuando se os pase a todos esa sentímentalidad tan socialdemócrata y la admiración por el fútbol femenino de Guardiola (Arcadi Espada dixit), a lo mejor reconocéis que, al menos como jugador, no fue ni carne ni pescado. Y para imágenes inolvidables, Guardiola jugando con España (cosas que hace uno para mantenerse fiel a sus convicciones) desbordado por Zidane jugando para Francia, mareado, apabullado. Hasta lanzarse a abrazarlo por detrás porque se le iba por fuerza, por técnica, por fútbol. Pura inferioridad y todo complejo. Esperad, que me seque la lagrimilla
Nadie ha dicho que Guardiola fuese mejor que Zidane, que yo sepa. Zidane como jugador fue excelso, pero careció y carece de la visión táctica de Pep, que al final es lo que le permitió codearse con los mejores en el banquillo y la posición de 4 dentro del campo. Y sobre Arcadi Espada, en fin, el personaje se retrata a si mismo.
Malach, el que hizo el ridículo en ese partido que mencionas no fue Guardiola frente a Zidane, sino Raúl ante todo el mundo: http://www.youtube.com/watch?v=VlAkBLx21C0
El señor Malach debe de estar hablando de otra persona. Guardiola como jugador era absolutamente excelso, y no es una frase como pueda ser por ejemplo «El articulo acumula palabras sin profundidad como Guardiola pegaba pases en el Barcelona», no, se lo voy a explicar. Guardiola es verdad, daba muchos pases, muchísimos, y muchos de ellos, es verdad no eran pases en profundidad ¿y por qué habrían de serlo? El horror del fútbol, después del catenaccio, que consiste en no querer la pelota -es decir, en no querer jugar, con lo cual para eso quédese usted en su casa y déjeme a mí pasarmelo bien-, es eso de la profundidad, la verticalidad sin ton ni son. Lo que a lo mejor Arcadi Espada -que no se qué autoridad futbolística es la suya, pero en todo caso ni aunque tuviese alguna, en tanto que los argumentos de autoridad mejor nos los ahorramos- calificaría como «fútbol masculino». Y con él el señor Malach. Que por si no lo han notado los lectores, es algo como bastante machista; es como decir que Guardiola y su fútbol es de «mariquitas», una cosa infantil y grotesca, vamos. Eso no sólo carece de profundidad y no dice nada, sino que además va cargado de prejuicios y mala fe.
Pero bien, le voy a explicar: en el fútbol uno no siempre puede estar mandando balones en vertical a la portería contraria, por millones de motivos, no sólo por una cursilería estética que se haya inventado Guardiola, ese amanerado. También hay motivos prácticos. El fútbol consiste en ocupar espacios, pero esos espacios a veces no están porque te los ocupa el contrario, luego hay que crearlos. Esos pases sin profundidad, que tanto molestan a Malach y a tanta prensa deportiva hipócrita y farisea, que dicen que el barcelona aburre pero la selección española con similar concepto es una maravilla, lo que hacen es crear esos espacios. Y una vez creados, entonces sí, entonces es cuando viene el pase profundo vertical y dañino. Si Malach tuviese memoria o dignidad, reconocería que el Guardiola jugador tenía por costumbre partir defensas sin necesidad de moverse usando este tipo de estrategia. Yo tengo buena memoria de esto porque acostumbro a ver partidos antiguos, para deleitarme otra vez con aquel barcelona de Cruyff que es mi equipo favorito porque crecí con él. Y como lo tengo muy presente se perfectamente como jugaba Guardiola, sin que el señor Arcadi Espada o el señor Malach me vengan a soplar a la oreja melonadas auténticas porque resulta que tienen tales prejuicios que hay un camión de mercancías descomunal que les tapa la viga que les tapa el ojo propio.
La comparación con Zidane, en fin, ya es sencillamente el colmo, el despiste máximo y la mala fe
Muy bueno!!! enhorabuena, pelos de punta eso lo dice todo! hace que te enamores mas aun de este deporte.
Gracias.
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