Tercer viaje: 24-XI-1996 / 16-I-1997 (Kigali, Ruanda)
El 24 de noviembre de 1996 viajé a Kigali (Ruanda) enviado por El País Domingo para comprobar in situ cómo se distribuían los 10.167 kilos de medicinas, alimentos y herramientas que llevaban en el avión los cooperantes de Médicos del Mundo, ONG a la que pertenecí algunos años. Entre ellos estaban Flors Sirera, Manolo Madrazo y Luís Valtueña, que pocos días después serían asesinados en Ruhengeri. Yo iba con un osito de peluche (Tutu) que mi sobrina Gabriela me había dado con mucho cariño para entregarlo a una niña ruandesa de su edad (5 años). La expedición era vía Bruselas. Dos días antes llegamos a la capital belga el fotógrafo Luís Valtueña y yo. 24 horas después se nos unieron allí los otros 14 cooperantes, todos ellos con amplia experiencia en el voluntariado.
Valtueña y yo dedicamos el día en Bruselas a charlar y a conocernos. Me dijo que, además de logista de la ONG, era fotógrafo de la agencia Cover. En un café de la Grande Place le ofrecí que hiciera él la parte gráfica del reportaje, cosa a la que asintió al momento “siempre que mi labor como logista me deje tiempo para ello”, dijo. Luís tenía 33 años. Me habló de su larga experiencia como cooperante y de su gran admiración por la causa palestina.
Al día siguiente volamos a Kigali, capital de Ruanda. En esta ocasión, los cooperantes tenían la misión de realizar labores de emergencia en la masiva repatriación de refugiados hutus a sus aldeas de origen. Una vez en Kigali, comprobamos que oficialmente la situación no era demasiado caótica: el retorno de los refugiados se estaba desarrollando con aparente normalidad. Por eso se cambiaron los planes. Algunos de los cooperantes volvieron a España. Los dos primeros días Luís y yo pernoctamos en el Hotel des Mille Colines, donde también estaba el gran reportero de guerra Ramón Lobo, enviado especial de El País. El hotel todavía mostraba algunos de los impactos de bala de 1994. Allí se rodó en 2004 la soberbia película Hotel Rwanda, del director Terry George.
En menos de 48 horas ya estaba todo dispuesto para instalarnos en la casa que había alquilado la ONG a las afueras de la capital. Allí vivimos 15 días que aproveché para trazar los perfiles de los voluntarios. Los días iban pasando con un sosiego contenido. En el jardín de la casa había dos tumbas, las del matrimonio propietario de la vivienda, que fue acribillado allí mismo con sus hijos. Todas las mañanas me acercaba a aquel patético cementerio casero. Algunas veces tenía que omitir la melancólica visita porque mi madre había muerto en verano y se me saltaban las lágrimas. Con cierta frecuencia burlé las estrictas medidas de seguridad y me adentré temerariamente, pero con la cautela, en los barrios cercanos. Como hablo el francés con cierta fluidez, me juntaba en los colmados con hutus recién llegados a su tierra. Casi todos habían perdido a varios miembros de su familia en menos de dos años. Algunos me contaban historias espeluznantes; otros permanecían tristes y en silencio con la vista perdida en el cielo. Cuando la distancia era considerable cogía uno de los medios de transporte más baratos y rápidos en Kigali, la bici-taxi, conducida por jóvenes muy simpáticos y alegres, a pesar de todo lo que habían sufrido. Subían las cuestas mejor que un ciclista profesional.
Luís Valtueña encontró a los cuatro días a una preciosa niña de cinco años que fue la depositaria del osito. Después de hacerse las fotos nos dio un beso entrañable y corrió abrazada a su peluche para enseñárselo a su madre, una mujer joven amabilísima y con una tristeza infinita en la mirada. Su marido había sido linchado a machetazos en 1994. Luís me impresionó por su seriedad, su sensibilidad y su profunda vida interior. Ya había trabajado en Líbano, Indonesia, Latinoamérica y África. Hablaba poco y con precisión, como si economizase las palabras. Era la primera vez que viajaba a la región de los Grandes Lagos. Era una de esas personas siempre con la mochila a punto para acudir a labores humanitarias. Llevaba más de diez años en esa disposición.
Flors Sirera era catalana de Manresa. En ella destacaban su talante lírico, su ternura y su dulce sonrisa. También con mucha experiencia humanitaria, había estado en Zaire, Senegal, Marruecos, Bolivia y Cuba. A todos los países iba con un libro, Canto a mí mismo, de Walt Whitman. Fui una tarde con ella a los tenderetes de artesanía del centro de la ciudad a comprar regalos de Navidad. No compró nada para sí misma. A pesar de su aspecto despistado, se las ingeniaba de maravilla para regatear precios con los locuaces vendedores y hacer amistad con ellos. Flors era un encanto de chica y su miraba transmitía paz.
Con el médico sevillano Manolo Madrazo hice gran amistad. Tenía tres hijos que estudiaban en el colegio de los Sagrados Corazones de Sevilla. Era excelente conversador y sabía escuchar de forma magistral. Era muy culto y seguía con interés la narrativa española clásica y contemporánea. Tenía predilección por Eduardo Mendoza. Dejó a medio leer en Kigali Outside, de Margueritte Duras. Me comentó: “La Duras es muy dura; me oprime un poco; carga demasiado las tintas en los sentimientos”. También le gustaba mucho el fútbol, sobretodo “su” Betis. A Ruanda se trajo una bufanda de su equipo. El día de Reyes, el arzobispo de Kigali nos invitó a un piscolabis a todos los españoles que andábamos por allí. Manolo Madrazo llegó vestido de Rey Gaspar para repartir regalos entre los asistentes.
El 16 de enero, a la caída de la tarde, yo volaba ya hacia Madrid. Ese día hicimos una emocionante comida de despedida con Flors, Manolo y Luis. Ellos marchaban después del almuerzo a Ruhengeri, al noroeste del país. Flors Sirera, Manolo Madrazo y Luís Valtueña fueron asesinados en la noche del 17 de enero de 1997 con crueldad y ensañamiento por un comando hutu en la casa de Médicos del Mundo de Ruhengeri. La cooperante Socorro Avedillo se salvó al encontrarse en una misión exploratoria en Goma (Zaire). Y yo me libré porque volaba a España. Parece ser que el comando estaba al servicio del Gobierno, deseoso de espantar a todas los ONG que operaban en su territorio para gestionar así toda la ayuda internacional.
Mis amigos Flors, Manolo y Luís encontraron la muerte en uno de los parajes más bellos de África. Ruhengeri está en el Parque Nacional de los Volcanes; bordea el Parque Nacional de Virunga (Zaire) y el Parque Nacional del Gorila, en Mgahinga (Uganda).
Joder, espero que estas Africaciones lleguen, como mínimo, hasta la X.