Arte y Letras Literatura

Logoléptico

David Foster Wallace

Esta visita ocurre hace aproximadamente año y medio. A la memoria puede temblarle el pulso en cuanto a la fecha exacta, pero los campos de algodón en flor a ambos lados de la carretera hacia Austin refulgen entre neuronas acotándola en torno a los estertores del verano. Era viernes por la tarde.

Por entre las columnas cuadradas que sostienen el Harry Ransom Center, un sarcófago de hormigón de siete plantas ubicado en el margen del campus de la Universidad de Texas, se accede al vestíbulo. Resulta tentador imaginar este centro como una Disneylandia de la mitomanía literaria, una colección de los mejores fetiches que los filántropos texanos han podido comprar con sus petrolíferos dólares.

Los objetos del vestíbulo no ayudan a disipar del todo este prejuicio. En el expositor central se exhibe una de las veintiuna biblias completas de Gutenberg (circa 1454) que quedan en el mundo. A un lado se puede contemplar Punto de vista desde la ventana de Gras, la primera fotografía de la historia, tomada en 1825 por el inventor francés Nicéphore Niépce.

Pero, más allá del vestíbulo y las salas de exposición, esto es un centro de investigación, a caballo entre una biblioteca y un museo. Sus sótanos y estanterías guardan más de 36 millones de manuscritos, y cinco millones de fotografías. Notas, bocetos, archivos, y bibliotecas personales de algunos de los autores más célebres en lengua inglesa, incluido Geoffrey Chaucer. En los días previos a la visita acababan de terminar de ordenar la colección de David Foster Wallace, consistente en 34 cajas y ocho carpetas de manuscritos y libros cedidos por su familia al centro, para poner el material a disposición de los investigadores.

La Comisaria de Literatura Británica y Norteamericana del Harry Ransom, Molly Schwartzburg, es una californiana en la treintena cuya experiencia entre libros y bajo tubos fluorescentes es delatada por la palidez de su antebrazo al estrechar la mano. “¿Has leído La Broma Infinita?”, pregunta mientras nos encaminamos hacia el sótano, por unas amplias escaleras de cemento enlucido. Las rejillas de ventilación emanan un aire frío que huele reciclado, como si se estuviera respirando por segunda o tercera vez.

Después de su muerte, la hermana de Wallace contactó con nosotros. Adquirimos la colección en diciembre y hasta ahora ha estado siendo catalogada” dice Schwartzburg. “Quiero decir, no han estado todo el tiempo con esto”, se explica, “los catalogadores trabajan en múltiples proyectos al mismo tiempo, éste es uno de ellos”.

Parte I: El sótano

El sótano del edificio es una nave diáfana compuesta por filas de estanterías, con cajas y archivadores, que llegan al techo. Para cada fila hay un pequeño teclado alfanumérico que acciona un dispositivo mecánico encargado de trasladar las cajas de documentos a la estantería y el compartimento asignado. De esto se encargan un par de empleados que circulan aquí y allá entre los pasillos.

Es un libro grande [en la traducción al español realizada por Marcelo Covián para la editorial Mondadori, La Broma Infinita suma 1092 páginas más 115 adicionales de aclaraciones en notas al pie] impresionantemente complejo, con un argumento muy entrelazado, múltiple, que se desenvuelve al mismo tiempo, y es muy difícil comprender cómo se las arregló para crear esa estructura”, dice Schwartzburg, “y al mismo tiempo, produce esa sensación tan informal y coloquial con un lenguaje que, por supuesto, está cuidadosamente construido desde la raíz”.

Nos dirigimos hacia una mesita rectangular situada a un lado del pasillo central. La Broma Infinita, la obra maestra de David Foster Wallace, se encuentra desestructurada en unas cajas sobre la mesa, cada una perteneciente a una etapa de su creación.

Correcciones de La Broma Infinita fotografía cedida por el Harry Ransom Center 1El primer boceto de la novela lo escribió Wallace a mano. La legibilidad de su minúscula caligrafía sobre los folios amarillos rayados exige un considerable esfuerzo interpretativo. “Aquí están algunos de los primeros bocetos que tenemos de la novela”, dice la comisaria, “esto es una escena en la que dos mujeres corren calle abajo persiguiendo al ladrón de un bolso. Su letra manuscrita es difícil de leer pero es un boceto bastante limpio, en realidad”. Schwartzburg saca otro folio sonriendo, “aquí la letra se vuelve muy pequeña”. Entre los garabatos aparece el nombre de James Incandenza, uno de los personajes principales. Hay inserciones de Wallace en los márgenes, destinadas a aparecer a lo largo de otras partes del manuscrito. “Hay bastante de este material, claramente él va dando vueltas, reestructurando la novela durante el curso de la escritura. Este es otro, ¿qué pone? Infinite Jest is a film”, dice leyendo una de las notas. En otra página, Wallace ha apuntado en el margen algún tipo de reunión, o conversación telefónica, que probablemente tuvo más que ver con su vida personal que con la novela.

En su siguiente fase, el boceto de La Broma Infinita está mecanografiado sin formato. En la página con el título del documento, dice abajo Intended only to the retinas of people to whom it’s explicitly sent (destinado sólo para las retinas de la gente a quien se ha enviado explícitamente). “Estas son las primeras dos secciones de la novela, y como puedes ver, tiene aquí el nombre de su agente, Bonnie Nadell, a quien probablemente lo envió para que echara un primer vistazo. Cuando lo recibió de vuelta, Wallace utilizó el boceto como libreta, lo cual es maravilloso”, dice Schwartzburg hojeando las páginas. “Hay información aquí que claramente tiene que ver con la novela, como Pemulis, un personaje importante. Señorita G, no estoy segura de lo qué es Señorita G, ah, Tiny es otro personaje”, murmura. “Claramente sigue desarrollando la novela mientras envía porciones del texto a su agente”.

En la misma carpeta hay un folio con frases y pensamientos inconexos donde, al parecer, Wallace se ‘aclaraba la garganta’ antes de escribir. “No sé qué significa nada de esto, no aparece en la novela”, dice Schwartzburg. Wallace había creado una página con entradas que imitan un diccionario, todas relacionadas con el tema de la adicción. “No sé de dónde vienen o si se las inventó. Parece haber empleado un gran esfuerzo dando formato a esto. Incluso contiene un epígrafe de William Blake, que creo que tampoco aparece en el libro”.

Hojas y hojas de material descartado, y la misma disyuntiva, si tener esta nueva información sobre La Broma Infinita puede afectar a sus lectores, o no. Según Schwartzburg, la novela “tiene muchos enigmas que nunca son explicados, el libro no concluye al final. No comprendes realmente qué ocurre o por qué, y Wallace claramente quiere que vuelvas a comenzar de nuevo y busques las claves. El peligro de los manuscritos es que, una vez empiezas, vas a intentar buscar la solución a esas pistas, lo cual lo hace todo mucho más infinito. Tienes la sensación de que sí, que es todo una broma, tuya y de tus deseos por cerrar la novela. El manuscrito acrecienta esa sensación”.

La Broma Infinita se narra en un presente distópico, que se rige por el Tiempo Subsidiado, un nuevo calendario donde los años son sustituidos por marcas comerciales. En los bocetos puede verse cómo el Año de la Compañía de Pollo Purdue (Year of the Purdue Chicken Company) pasa a ser Año del Superpollo Purdue (Year of the Purdue Wonder Chicken). “Wallace juega aquí con los nombres y los días. Hay lugares del manuscrito donde corrige la cronología, mira, aquí cambia el año” —el Año de la Muestra del Snack de Chocolate Dove (Year of the Trial-Size Dove Bar) está tachado, y sustituido por el Año del Parche Transdérmico Tucks (Year of the Tucks Medicated Pad)— “y más abajo corrige la edad del personaje. Como he dicho, la novela es muy compleja y tuvo claramente mucho trabajo intentando que todo encajara. No sé cómo se puede vivir con todo esto en la cabeza”, bromea Schwartzburg.

En otra de las páginas pueden percibirse hasta cuatro tipos de bolígrafos con distintos colores de tinta: azul, rojo, negro y verde. La comisaria sugiere que Wallace revisó cuatro veces esa página, y que cada color representa un nivel de edición diferente.

La siguiente caja contiene un boceto más avanzado de la novela. Un limpio documento de Microsoft Word, mucho más estructurado, que sugiere que la hora de la imprenta estaba cercana, pero donde Wallace seguía haciendo aún muchos cambios. “En otra parte de la colección tenemos incluso una edición de la novela en pasta dura donde ha realizado cambios para su edición de bolsillo”, dice Schwartzburg, “no sólo correcciones tipográficas, sino cambios substanciales de palabras o de cosas. Solo viendo esto te haces una idea de lo increíblemente cuidadoso que era revisando, y lo intenso que fue ese proceso. Había cajas y cajas, todo lleno de cajas, sólo de La Broma Infinita”.

Es un hecho que la figura de David Foster Wallace se ha agigantado tras su suicidio en 2008. Ese fantasma de una voz perdida se pasea por casi cada artículo que se ha escrito sobre él desde entonces. En los tres años posteriores a su muerte se han vendido más libros de DFW que en toda su carrera, y su novela póstuma, la inacabada, pero aún así perfectamente comercializable, El Rey Pálido, gozó de una macabra promoción antes de su publicación el año pasado. Schwartzburg cree que mostrar el material que tienen en el Harry Ransom puede ser positivo, que puede “ayudar a humanizar al escritor”.

Vivimos en un tiempo de sobreabundancia crítica y mediática que constantemente tiende a crear nuevos cánones y situar en un panteón a artistas que, se sospecha, no pasarán la prueba del Tiempo. Se busca en cada generación a un nuevo referente intemporal, por tanto, es razonable preguntarse si David Foster Wallace es realmente un autor digno de compartir un espacio en el HRC, junto a James Joyce, Evelyn Waugh, T.S. Eliot, Samuel Beckett, Norman Mailer, D.H. Lawrence o Ezra Pound. Si es sólo un escritor brillante dentro de su propia generación o la trasciende.

Es difícil hacer esos juicios”, responde Schwartzburg. “Me gustaría poder avanzar veinte años hacia el futuro y verlo desde esa distancia, ver qué ocurre. Pero hay un continuo interés en La Broma Infinita casi quince años después de su publicación, es todavía un libro rompedor, que sigue siendo original sin ser nuevo. Lo más impactante es que Wallace escribió el libro antes de la revolución de Internet, imaginando esta visión bizarra del futuro, una visión extraña y totalmente anacrónica que persiguió con exigencia y brillantez, hasta el punto que lo clavó todo, y acertó porque no podía permitirse fallar. Creo que es un libro que trasciende su propio momento, y es emocionante ver a los investigadores entrar aquí y cambiar su recepción crítica. Vemos las expectativas de la crítica cambiar a lo largo del tiempo”.

Para los lectores de DFW, una de las cosas más útiles que pueden extraerse de la observación de este proceso es conocer los elevados niveles de auto-exigencia del novelista. Presenciar la gestación paso a paso de La Broma Infinita no desmitifica tanto la imagen del escritor como ensalza su método y ética de trabajo, no sólo a nivel argumental sino, especialmente, en su fijación obsesiva con la etimología y el léxico de cada palabras que empleaba. Logolepsia. Como escribió Ezra Pound, de quien también guardan material en el centro, “la precisión en lo enunciado es la única y verdadera moralidad de la escritura”.

En otra de las cajas guardan algunos de los materiales que Wallace usaba para dar clase. Programas, temarios, ideas de temas para trabajos de sus alumnos, exámenes. Schwartzburg extrae una carpeta del archivador y, con cortesía, comenta “pensé que te agradaría ver esto, es sobre vocabulario. Ocotillo. Él era muy aficionado a guardar listas de vocabulario. Factotum, esta es una gran palabra. Logorrea. Luego tiene folios con estas cosas, son como chistes hechos por sus estudiantes, por ejemplo: “me han puesto una multa por exceso de velocidad, dijo él apresuradamente”. Wallace les animaba a hacerlos y luego pedía que se los enviaran, ¿no es maravilloso? Tenía realmente una pasión por las palabras, puedes ver lo extenso que es esto, hay muchas palabras que no había visto nunca antes, por ejemplo, murenger” —voz que la edición de 1913 del Webster’s Revised Unabridged Dictionary recoge como “aquel que se hace cargo de la muralla de una ciudad o de su reparación”.

Correcciones de La Broma Infinita fotografía cedida por el Harry Ransom Center 3En otra de las carpetas están los materiales de documentación para El Rey Pálido. “Lo que tenemos aquí es parte de su trabajo de investigación. Tomó clases de contabilidad [en la Universidad de Arizona] para preparar bien el libro”, dice Schwartzburg. Cuaderno de ejercicios, artículos sobre impuestos, notas del profesor. “Esto es de 1998, llevaba trabajando en este libro bastante tiempo”. La carpeta que llevaba a clase, con la frase All you people’s clothes now are several sizes too large (gente, toda vuestra ropa es ahora varias tallas demasiado grande) escrita a mano. “No sé qué significa eso. Tiene notas por todas partes. Aquí hay uno de los primeros bocetos manuscritos de El Rey Pálido, de escritura libre. Una etapa temprana en la creación de la novela. Le gustaba trabajar sobre papel, no en el ordenador”. Finalmente, multitud de artículos académicos y disertaciones de doctorado, subrayadas y anotadas, todo alrededor de la idea del “aburrimiento”, concepto importante en toda novela que, como El Rey Pálido, trate sobre la vida de empleados tributarios.

— ¿Son originales de Wallace estas carpetas?

— Si son carpetas del autor, intentamos conservarlas, aunque luego las organizamos en archivadores mayores. Los documentos llegaron en cajas grandes, de reparto.

— ¿Esto son manchas de café?

— Sí, eso creo. Hay un montón de manchas de café, particularmente en sus libros. Era claramente un bebedor de café. O té, no lo sé. Parece café.

Jen Tisdale, entusiasta responsable de prensa del centro, aparece en ese momento para ver qué tal va todo, con esa forma que tienen en Texas de mezclar la gestión eficiente del tiempo, y el no saber muy bien qué hacer en la oficina un viernes después de las cinco. Tisdale sugiere ayudar a Schwartzburg a recoger el material antes de subir a visitar la biblioteca personal de Wallace, en la séptima planta. Así que allí estábamos, manejando documentos procedentes de cinco de las treinta y cuatro cajas, que hasta hace unos meses se amontonaban en el garaje-despacho de David Foster Wallace en Claremont, California.

— ¿Hablan con los herederos para decidir cómo se catalogan los fondos del escritor?

— Lo que hacemos normalmente es coger lo que nos dan. Ellos toman unas decisiones desde su extremo, el del creador, y nosotros recibimos lo que recibimos. Obviamente, nosotros queremos todo lo que puedan darnos, y más en un caso como el de Wallace. Su mujer y su agente hicieron una gran labor previa de organización para facilitarnos el manejo de estos materiales. Creo que Nadell usó la palabra ‘caótico’ para describir el estado en que encontraron los textos. Nuestros catalogadores movieron algunas cosas de aquí para allá. Si los papeles hubiesen sido organizados por el propio Wallace, no los habríamos tocado”.

La comisaria añade que intentan tener todas las ediciones posibles de los libros. Cuando uno de los catalogadores del HRC fue a comprobar si estaban todas las pruebas de lectura, echó en falta una de ellas. “Habría sido carísimo comprarla, pero la encontramos en la colección de Don DeLillo”, otro de los autores que ha donado material al centro. “Se intercambiaban escritos y bocetos en fase de pre-publicación, así que fue genial encontrarlo y tener en nuestra biblioteca la colaboración entre estos dos escritores”, sonríe Schwartzburg.

— ¿Es difícil trabajar con un autor que todavía está vivo? Quiero decir, Don DeLillo, por ejemplo, cuando necesita revisar algo de su material, ¿viene aquí para verlo?

— Es una gran pregunta. Sí, incluso, a veces, algunos escritores nos piden copias de su propio material, lo cual es un poco… si te paras a pensarlo, tienen el mismo acceso que otros investigadores. Depende mucho del escritor. Algunos no dejan realmente material interesante detrás, otros se ponen nerviosos con respecto a donar cierto material, correspondencia personal, por ejemplo. O a veces lo donan pero permanece restringido durante un número de años, o lo retiran diciendo que lo mandarán más adelante. Depende del escritor. En el caso de Wallace, la familia ha sido maravillosa, muy, muy útil”.

El trabajo que hace Schwartzburg representa la cara bonita del centro, la que enorgullece mostrar. Pero almacenar legados de escritores también tiene un lado opaco, la negociación de los derechos con sus herederos. En España han sonado recientemente los casos de Vicente Aleixandre y Miguel Hernández, cuyos herederos habían alcanzado acuerdos de cesión con la Junta de Andalucía, y el Ayuntamiento de Elche, respectivamente. Acuerdos frustrados con excusa de la crisis, que revelaron cifras de varios millones de euros. Schwartzburg no puede desvelar a cuánto ascendió la contraprestación que la familia de Wallace recibió a cambio de este legado, sin embargo, matiza que no todo es siempre comprado. A veces, dice, personas cercanas a los artistas se animan a aportar desinteresadamente cartas, fotografías u otro tipo de documentos.

Hay escritores que no nos han vendido sus archivos porque no quieren que nadie los vea”, reconoce Schwartzburg. Lucecitas LED rojas se encienden y parpadean alrededor del botón con el número siete de un ascensor metálico tamaño industrial. “Hay familias que restringen material. Familias muy, muy complicadas con los derechos de autor. Por ejemplo, los sucesores de James Joyce controlan mucho quién puede publicar algo de su archivo, y han dicho que lo seguirán haciendo hasta que todo sea de dominio público. Lo más importante aquí son los derechos. Nadie puede publicar nada de David Foster Wallace sin el permiso de sus sucesores. Los investigadores pueden venir aquí, estudiar el material, pero las reglas sobre derechos de autor son extensas y, en última instancia, el permiso depende de la familia, no de nosotros”.

Parte II: La biblioteca

Llegamos a una sala de techos bajos con filas y más filas de estanterías de metal de las que sobresalen pequeñas etiquetas. Muchas de estas colecciones son bibliotecas personales de los autores, aunque para alguien ajeno al lugar es imposible distinguir dónde empieza una y acaba otra. “Hablando de James Joyce, esta es la biblioteca que tenía en su casa de Trieste”, dice Schwartzburg, señalando el comienzo de una hilera de estanterías. “Y luego, a partir de ahí, está la biblioteca personal de Ezra Pound, no toda, pero una gran porción de su biblioteca personal”, apuntando hacia un pasillo en que la biblioteca de Evelyn Waugh acaba disuelta en oscuridad.

Discutimos afablemente sobre si es posible hablar de una biblioteca personal completa, teniendo en cuenta los libros que se leen de prestado, los que se dejan, o se olvidan, o se pierden en las mudanzas, sin llegar a conclusión alguna; mientras, un catalogador llamado David está reclinado sobre una caja, sacando unos libros que llegaron al centro la semana anterior, y colocándolos en la estantería reservada a DFW.

Schwartzburg sigue caminando hasta una mesita donde reposa un enorme volumen del American Heritage Dictionary. “He seleccionado unos libros para que veas la variedad de materiales en su biblioteca. Lo primero es este diccionario, un objeto muy especial, por varias razones”. Lo abre y pasa las páginas, virtualmente todas están subrayadas y anotadas, así que lo deja abierto por una página cualquiera. Algunas definiciones marcadas: Flense. Flitch. Fluvial. Foamflower. Folium. Junto a la palabra folium, Wallace había escrito IJ folium ETA shape. La comisaria explica que se trataba de una idea para la novela; IJ, por Infinite Jest, y “que el edificio de la Academia Enfield de Tenis (ETA, por sus siglas en inglés) tuviese forma de folium. No sé si finalmente utilizaría este concepto en la novela, si es una tormenta de ideas, quiero decir, cómo la forma de una escuela puede ser ‘una curva cúbica plana que tiene un solo bucle, un nodo y dos extremos asintóticos a la misma línea’”, recita textualmente del diccionario, y se ríe. Forensic. Fornication. Fossorial. Fourfold. Fraktur.

La conexión emocional viene de que Wallace recibió este diccionario de su madre, profesora de escritura. “Ella fue una gran influencia para él”, dice Schwartzburg. “La escritura, el lenguaje y la gramática fueron buena parte de su infancia. También ha anotado el prólogo del diccionario, presumiblemente para su ensayo sobre diccionarios” —el artículo es Democracia, inglés y las guerras por el uso, publicado en Harper’s Magazine en 2001—. Podría haber una explicación interesante a la pregunta de qué querría hacer Wallace al marcar la palabra durbar, ‘recepción estatal ofrecida antiguamente por un príncipe indio o un gobernador británico’.

Este es genial”, dice la comisaria extrayendo de las baldas una copia de la novela Angels de Denis Johnson, otro autor cuyo archivo ha sido adquirido en los últimos meses por el Harry Ransom Centre. Mientras lo leía, Wallace aprovechaba para tomar notas e ideas para La Broma Infinita. En el dorso de la portada, por ejemplo, escribió it’s a fake essay on Incandenza films, they complain is no momentum (es un ensayo falso en las películas de Incandenza, protestan que no es el momento) y, al final de la misma, anotó IJ 793. Es un ejemplo de cómo utilizaba otros libros para realizar observaciones muy específicas sobre la novela. Más adelante puede ojearse una corrección sobre los wheelchair assassins (asesinos en silla de ruedas, un ficticio grupo terrorista por la independencia de Québec, que aparece en la novela) junto a números de teléfono, recordatorios de citas o anotaciones sin sentido aparente o, quizás, conectadas con la novela de Johnson, como visions of angels that weep and beat their wings against themselves in distress (visiones de ángeles que lloran y golpean afligidos sus alas contra sí mismos).

Correcciones de La Broma Infinita fotografía cedida por el Harry Ransom Center 2Una buena parte de los ejemplares de la biblioteca de Wallace entran en la categoría de libros de autoayuda y manuales, tanto de psicología popular como de escritura, nada específicos. “David, nuestro catalogador, me enseñó algo gracioso que encontró en este libro”, dice Schwartzburg, sosteniendo un ejemplar de Writing Fiction. A Guide to Narrative Craft, de Janet Burroway, un libro de texto estándar para escribir ficción. En una de las páginas, Wallace había subrayado un párrafo en el que Burroway dice:

Una vez que el conflicto está claramente establecido y desarrollado en una historia, el conflicto debe terminar. Debe haber una crisis y una resolución. Esto tampoco es como la vida y, aunque es un punto tan obvio, es necesario insistir en él. El orden es un valor importante que la literatura nos ofrece, y el orden implica que el sujeto ha sido llevado a cierre”.

De este párrafo Wallace trazó una emergente flecha de bolígrafo en cuyo extremo ubicó en grande la invectiva WHORE SHIT.

Orin Incandenza, otro de los personajes que aparecen en La Broma Infinita, tiene una seria fobia a las cucarachas, por lo que no sorprende a estas alturas de la visita encontrar entre los libros de Wallace un tratado de entomología, donde la etimología de los nombres de insectos y su formación desde el griego son cuidadosamente analizadas en los márgenes. También había anotado pasajes que tienen que ver con diferentes estructuras y fluidos corporales de los insectos. “Era una persona que estudiaba los temas muy extensamente”, apunta Schwartzburg.

También están aquí algunos de los libros que le tocó reseñar, o los que utilizaba para dar clases de escritura creativa en el Pomona College de California. Uno de ellos es El Silencio de los Corderos, de Thomas Harris. “En clase enseñaba a sus alumnos sobre todo literatura popular, de hecho, en el programa de su asignatura decía algo como ‘cuidado, estaremos leyendo literatura comercial pero esto no quiere decir que vaya a ser un curso fácil. La literatura popular es más difícil de analizar que la literatura seria’, y muchas de sus anotaciones en libros como estos tienen que ver con cómo sus autores consiguen la tensión argumental, o cómo llevan la trama hacia delante”, dice Schwartzburg.

Borges en el Diván es el título de la reseña que Wallace publicó para el New York Times sobre la larga y exhaustiva biografía del argentino, escrita por Edwin Williamson. El libro que le mandó su agente, que presumiblemente fue quien le consiguió el encargo, también está en este angosto pasillo. Contiene anotaciones sobre la obra, pero también opiniones de DFW sobre Jorge Luis Borges, a quien Wallace veía como el único alegorista moderno comparable a Kafka. Junto a las notas de su agente, al comienzo del libro, había dibujado un emoticono sonriente.

Es muy divertido, y en muchos de sus manuscritos, cuando los está comentando, en el tira y afloja con sus editores, es difícil saber cuándo está bromeando. Es un escritor muy auto-consciente, interesado en ser tomado en serio, pero que tampoco está absorto en esa seriedad”, dice Schwartzburg. De repente, me doy cuenta de algo. La comisaria habla de David Foster Wallace en presente, como si de alguna forma se refiriera sólo a la parte no caduca, al creador, y excluyera de su discurso a la parte humana, aquella que ya no puede ser articulada en presente del indicativo.

¿Quieres echar un vistazo a las estanterías?”

Una ojeada rápida y transversal a las baldas hace saltar a la vista algunos libros de autoayuda de John Bradshaw o Willard Beecher, libros sobre contabilidad para sus clases, alguno de Malcolm Gladwell —que da una idea de las preferencias de Wallace por sus contemporáneos—, el libro Levels of the Game, de John McPhee –gran ensayista sobre tenis, premio Pulitzer en 1999 y, aunque no tan conocido fuera de EE.UU. como Tom Wolfe o Hunter Thompson, uno de los grandes maestros de la no-ficción creativa de los años sesenta– y una traducción al inglés de Todos los fuegos el fuego de Julio Cortázar, bastante limpia, pero donde Wallace deja inquietantes anotaciones en el margen, como father seduces other men’s wifes, occurs frantic when maybe coming different to him, frustrating to break it off, more and more women because even if ties-up one he cannot let one go nearly adds two to one (el padre seduce a las mujeres de otros hombres, ocurre desesperado cuando quizá llegan diferentes hacia él, frustrante el desprenderse de ellas, más y más mujeres porque incluso si engancha a una no deja escapar a otra y casi añade dos a una). “Y a partir de aquí se vuelve más complejo, parece el resumen de uno de los relatos”, comenta Schwartzburg, “o quizá una idea para una de sus historias, no lo sé”.

Y por supuesto, casi todo Don DeLillo.

Hay muchas obras y varios manuscritos suyos en la colección. DeLillo mandó a Wallace muchos ejemplares en fase de pre-publicación, o textos escritos a máquina. El de Submundo, por ejemplo, está muy, muy anotado por Wallace”, dice Schwartzburg. El último ejemplar que saca, antes de volver al ascensor, es Las Correcciones, la tercera novela de Jonathan Franzen. “Por cierto, Franzen viene esta noche a Austin para presentar su última novela. Eran muy amigos, y esta novela es considerada, a menudo, como su equivalente a La Broma Infinita; son de la misma generación”.

— ¿Y Libertad, su último libro?

— Es la que viene a leer esta noche, a una librería local.

— ¿Es cerca de aquí?”

— En Lamar Boulevard. Puedo darte indicaciones si quieres. Supongo que irá bastante gente.

— No creo que pueda, tengo que escribir todo esto.

— Entiendo. Lo quieren para ayer, ¿no?

— Ya sabes cómo son los periódicos.

Fotografías cedidas por el Harry Ransom Center.

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8 Comentarios

  1. Muy bueno. Enhorabuena.

  2. Don Braulio

    qué maravilla

  3. g
    racias

  4. Pingback: Logoléptico

  5. Liqui Laos

    Genial…. gracias.

  6. Impresionante artículo. Me ha encantado, los fans de DFW estamos postrados, con los pezones duros.

  7. Ned Beaumont

    Gran artículo. Aun así no comparto que Pound o Lawrence, mejor dicho, todos los que aparecen estén a la altura de Joyce.

  8. Pingback: DFW: esto es agua « Ruido y furia

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