Antígona a Creonte: “No creo que tus decretos tengan tanta fuerza como para permitir al hombre ignorar las leyes no escritas, inmutables, de los dioses; su vigencia no es de hoy ni de ayer, sino de siempre”
Antígona (Ἀντιγόνη), hija de Edipo y de Yocasta, esposa y madre de este a la vez. Acompañó a su padre en el exilio hasta su muerte. En contra de las órdenes de Creonte, rey de Tebas, dio sepultura a su hermano Polínices, muerto en batalla contra su propio hermano Etéocles. Ante semejante desobediencia, fue condenada a ser enterrada viva, pero Antígona se anticipó con el suicidio. Hemón, su prometido e hijo de Creonte, también se dio muerte junto a su tumba, confirmándose así el funesto destino del clan Layo, de la familia de Creonte y de la ciudad de Tebas.
¿Qué tiene este mito que lo hace volver periódicamente a los escenarios de todo el mundo?
La muerte de Antígona es el tema de una las más famosas tragedias de Sófocles. Desde el año 440 a.C hasta hoy, cientos de Antígonas han sido escritas, y miles han sido interpretadas a partir de la magistral obra del griego. El mito de Antígona, así como el de Edipo y otros muchos, forman parte de la imaginación, de la cultura y del mismo ser de la historia occidental hasta nuestros días, siendo reproducidos y reinventados por numerosos autores. Un análisis profundo de los temas que subnacen del mito griego enriquecen notablemente nuestro imaginario a la hora de interpretar y detectar el reflejo de Antígona en la literatura posterior.
Frente al torrente de avances tecnológicos y la vertiginosa carrera de la sociedad de la comunicación hoy en día, llama la atención cómo a pesar de que la originalidad y la novedad es un valor en alza persisten de manera recurrente y adaptada los mitos que desde la antigüedad ilustraron la problemática del ser humano, quizá porque en esto no hemos cambiado demasiado. De esta forma, el pensamiento y la literatura griega marcaron la línea de salida de todo un camino ya recorrido, y aún por recorrer. Para ello, la crítica literaria, sabia observadora de la tendencia a la reescritura y revisión de textos, mitos y otros temas recurrentes, nos ha proporcionado teorías y herramientas para su estudio. Desde los primero estudios y muy especialmente desde el análisis de los formalistas rusos (con Mijail Bajtin a la cabeza, entre otros) se definieron los conceptos que nos ayudarían después en el análisis de estos motivos. Uno de ellos es la intertextualidad, definida por Julia Kristeva como “la presencia efectiva de un texto en otro”.
El mito de Antígona es capital en la herencia de la literatura moderna, pero también en las corrientes feministas posteriores. En el siglo XXI el valor de su muerte sigue siendo el valor de la vida, de la convicción, y de la profunda falta de sensatez de Creonte. De todos los Creontes que existen.
Henry James decía: “No basta con maldecir la oscuridad, debemos prender una luz”. Comprender la obra de Sófocles es un propósito muy complejo, pero realmente uno no sabe dónde se mete hasta que no se halla buceando por los versos de tan profunda emoción, oscuros y brillantes, simples y sonoros a la vez, atractivos y repelentes al mismo tiempo, como lo es intentar abarcar la historia del pensamiento europeo de un solo trago.
Desde el 430 antes de Cristo en que Sófocles representó su Antígona en el teatro de Dioniso, el enfrentamiento entre la hija de Edipo y el tirano Creonte se ha visto multiplicado en dramas y óperas, y, con no menor impacto, en discusiones filosóficas memorables. Hegel, Goethe, Kierkegaard y Hölderlin merecen un lugar de honor que aquí se les da en la larga lista de intérpretes del duelo entre la princesa que defiende el honor de la familia y el rey que afirma la ley de la ciudad contra el príncipe que intentó destruirla. Árdua es la polémica sobre quién es el verdadero héroe trágico: la joven que trata de enterrar al hermano amado, o el rey implacable en hacer cumplir a toda costa su decreto patriótico. Lo trágico, según Hegel, es que los dos tienen razón, y, como uno y otra se empecinan en sus tesis, el agón desemboca en la mutua destrucción.
La Revolución francesa encontró un filón con el tema. Una lectura de la obra griega desde esta perspectiva histórica da lugar a un oasis de interpretaciones que desembocan el el papel y evolución de la mujer. Son los primeros pasos del feminismo. La condición de las mujeres, marcada por la declaración de los Derechos del hombre de 1789, quedaba recogida de forma explícita el reconocimiento de los deberes y licencias cívicas de las mujeres y su papel en el Estado nación. Pero el ethos y las restricciones de la burguesía del siglo XIX serían severos. En cualquier caso, la exaltación de la heroína de Sófocles después de 1790 no deja de ser un sustituto de la realidad.
Es fundamental el papel de la Revolución Francesa en el legado occidental, como expresión de la historicización de lo personal: lo doméstico, lo íntimo y la existencia privada frente a lo público y la existencia histórica. Esta dialéctica será definida en términos hegelianos: como opuestos que se identifican, pero que están esencialmente separados. Es el nacimiento del hombre europeo.
Otros temas igual de recurrentes en la literatura europea deben ser tratados a propósito de su dimensión filosófica y cultural. El tema del exilio y del retorno al hogar se enlaza con el de la “dualidad simbiótica”, en palabras de Wordsworth, la correspondencia psíquica y la seriedad y la magia de la condición de hermanos que ejemplifica Antígona. No hay discurso más entero, simple y revelador que aquel con el que sentencia Baudelaire:
Mon enfant, ma soeur
Songe à la douceur
D’aller là-bas vivre ensemble!
Aimer à loisir
(Baudelaire, Les fleurs du mal)
Mi niña, mi hermana/ piensa en la dulzura/ de ir a vivir juntos, ¡lejos!/ Amar a placer.
La amistad, la relación hombre-mujer… que en el fondo, versan sobre la profunda soledad a la que se enfrenta Antígona.
Si hubo una época en la que la tragedia estuvo verdaderamente de moda, esa fue la comprendida enre los años 1790 y 1840, cuando la supremacía del mito en la literatura europea fue debida a partir de cuatro interpretaciones muy diversas entre sí, que apuntábamos antes: la de Hegel, la de Goethe, la de Kierdegaard y la de Hölderling, (cabe destacar, por ejemplo, la concepción por parte de Hölderlin del personaje de Antígona como un ser violento)
Efectivamente, entre estos años y hasta 1905 es considerada la más excelente tragedia griega, la obra de arte más cercana a la perfección. El idealismo alemán, los movimientos románticos, la historiografía de Marx y la mitografía freudiana de la vida psíquica no son sino meditaciones sobre Atenas. De esto se desprende, en fin, que en nuestro mundo, filosofar, pensar y dar respuesta al ser es, en última instancia, “pensar trágicamente”.
El “Pensar trágicamente”
En Antígona resuenan, como en ninguna otra obra, las constantes eternas de conflicto de la condición humana. Son cinco: el enfrentamiento entre hombres y mujeres; entre la senectud y la juventud; entre la sociedad y el individuo; entre los vivos y los muertos; entre los hombres y Dios (o los dioses). En los diálogos y los cantos del coro emergen con inolvidable poesía.
Los mitos hacen interpretar la psicología colectiva, la estructura social, la comprensión de códigos narrativos y simbólicos y hasta de construcciones científicas, oponiéndose a la historia revelada.
Sobre la trama, Sófocles la compuso ceñido a circunstancias locales y a la disputa del momento. El mito precipita y purifica los elementos de lo inmediato para desembocar a las mil Antígonas de hoy en día, las que están y las que no son pensadas todavía.
Caminamos así hacia una de las dudas que más nos atormentan: ¿murió con Atenas el nervio de la invención simbólica, de la metáfora compulsiva? Y enlazamos, de paso, con las similitudes y analogías que pueda haber con personajes como Fausto, Hamlet, Don Juan o Don Quijote. En este punto, el debate no ha hecho más que empezar.
¿Existe la posibilidad de comprender el texto de Sófocles? Comprenderlo formalmente y conceptualmente, entendiendo “comprender” como un acto históricamente y actualmente dinámico. ¿Podemos llegar a desentrañar todas las verdades que el texto esconde sin dominar el griego clásico? La clave está en esencia de la palabra, sobre la expresión como aliento del hombre y, por tanto, sobre el enorme desafío a la comprensión que el texto impone a la traducción. Esta es la hipótesis de uno de los mayores y mejores estudiosos de Sófocles, George Steiner, que sentencia: “Los principales mitos griegos están impresos en la evolución de nuestro lenguaje, y en particular en nuestras gramáticas. Expresamos vestigios orgánicos de mito cuando hablamos”.
Así, desentrañando la palabra, llegamos a colocarnos de nuevo frente a los motivos fundamentales de la obra, que metaliterariamente también son recurrentes porque la duda es constante y la fuente —el texto de Sófocles— inagotable. Esto es, el papel de la guerra, intrínsecamente expresado en la sintaxis utilizada por el griego escritor, o a la irracionalidad casi animal que se desprende de la tormenta o del grito de Antígona, más cercanos a la realidad quizá que lo que hoy vemos como metáfora. La estética de la abstinencia es la teoría que explica la fuerza y el impacto de las palabras en el texto a partir de una forma retórica y teatral que presta sus energías a lo que es narrado pero no representado.
Volvamos a los cinco conflictos principales de la condición de los hombres. Antígona obra por un hombre –su hermano– como un hombre. Defiende con ello los valores de la mujer, y se enfrenta a otro hombre, el rey de Tebas. Pero evoluciona como una mujer, víctima de la sentencia de su rey, y muere virgen. Es emocionante leer la obra acompañando al personaje desde el exilio hasta su tumba, viendo la tragedia dentro de la tragedia y terror existencial de la soledad que es el camino de Antígona hasta su muerte aceptada.
Los mitos griegos —a diferencia de los dogmas— invitan a renovadas y múltiples reinterpretaciones, y se enriquecen con ellas. La tradición literaria recrea una y otra vez los míticos relatos, herencia común del imaginario europeo a la par que incesante desafío. Qué haríamos sin nuestros profesores, amigos estudiosos, dramaturgos y literatos, ilustres amateurs que nos ayudan a desentrañar obras como esta. Retornar al mundo griego y a sus mitos significa dar a nuestros recursos de expresión algo del lustre y el filo cortante de los comienzos… Para nosotros tienen la autoridad de la aurora.
Leer literatura antigua griega es enfrentarse a los riesgos de sus traducciones, de sus puestas en escena, de sus imágenes poéticas. Leer a un clásico es siempre revivir sus palabras desde nuestro contexto histórico, entenderlo a la luz de otras lecturas. Leemos a un Sófocles impregnado de Anouilh y de Brecht y de Hegel. Más original que esta perspectiva es el fervor por releer a fondo, en una lectura lenta, poética y apasionada… pero esto ya lo dijo W. Benjamin: “Todo texto siempre espera que descubramos algo nuevo en él”. Ahora sí, cuando leamos textos del modernismo (época de especial revisión y reinterpretación de mitos), o textos como La hojarasca, de García Márquez, o La tumba de Antígona, de María Zambrano, y tantos, tantos otros títulos, sabremos identificar todas esas referencias a la Antígona de Sófocles. También, en la sociedad, Antígona seguirá siendo la voz en grito de cada conflicto.
Brillante! Felicidades. Un placer leerte.
Maria, ha sido una sorpresa muy agradable descubrir tus escritos. Me ha gustado tu análisis sobre y a partir, de Antigona. es denso y hay que releerlo , abarcas mucho , pero está muy bien
Me ha encantado, me encanta la página, me encantan sus colaboradores y me encanta que alguien con el don de escribir saque a relucir y ampliarlo con referencias posteriores, la belleza de la literatura clásica.
Muchas gracias por ello de parte de un estudiante de filología clásica.
¡Excelente!!!
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