Para enfrentarte a un hipocondríaco necesitas actuar como una combinación de, por un lado, el Dr. House y, por otro, Joey Tribbiani interpretando al médico Dr. Drake Ramoray en la telenovela ficticia Days of Our Lives de la serie de ficción Colegas. Con infinita paciencia tendrás que mostrar la arrogancia clínica de House, mezclada con la exageración teatral de Ramoray, usando términos médicos complejos que suenen impresionantes pero sean lo suficientemente absurdos como para tranquilizar al hipocondríaco mientras lo desvían hacia preocupaciones menos catastróficas. Al igual que Joey, haz que parezca que siempre tienes todo bajo control, incluso cuando improvisas descaradamente. Ten en cuenta que estas personas, al igual que los pacientes de la serie House, están convencidas de que su cefalea ocasional es un síntoma de lupus. Pero tranquilo, te presentamos una guía cargada de términos científicos que te ayudarán a salir ileso de esta interacción, sin sentir que necesitas un diagnóstico para ti mismo.
Nunca menciones una enfermedad tuya
Si hay una regla de oro al lidiar con un hipocondríaco, es esta: jamás, bajo ninguna circunstancia, menciones tus propios problemas de salud. Aunque estés atravesando un cáncer de páncreas terminal y ellos solo tengan un esguince de meñique, el hipocondríaco siempre encontrará la manera de escalar la conversación para demostrar que su malestar es mucho peor. Si mencionas casualmente que llevas días con migrañas severas, su respuesta será algo como: «Uy, lo mío es peor, llevo semanas con un dolor que tiene toda la pinta de ser una trombosis en desarrollo». Si dices que tienes un problema digestivo, no tardarán en teorizar que su hinchazón tras el almuerzo seguramente es un caso avanzado de enfermedad de Crohn. No importa cuán ridícula sea la comparación, ellos siempre ganarán el premio a la enfermedad más preocupante. Para tu propia cordura, evita caer en este juego. Si te preguntan por tu salud (jajaja), desvía el tema con algo genérico como: «Nada relevante, lo importante es que tú estés bien».
Recurre al «Efecto nocebo invertido»
El hipocondríaco vive atrapado en un perpetuo efecto nocebo: su convicción de estar enfermo es suficiente para generar síntomas psicosomáticos reales. Para contrarrestarlo, aplica el nocebo invertido. Por ejemplo, cuando el hipocondríaco insiste en que tiene una enfermedad autoinmune rara mira a la persona con aire ausente y declama: «Es fascinante cómo el sistema inmunológico ajusta su respuesta a través de los linfocitos T reguladores. Estás experimentando la clásica hipersensibilidad temporal». Añade algún gesto deliberadamente confiado, como revisar una carpeta imaginaria o tocarte la barbilla pensativamente, y concluye con un «Desaparecerá en un par de días si dejas de comer chocolate».
Introduce un diagnóstico «ultraespecífico»
Cuando mencionen síntomas vagos, como fatiga o dolores musculares, utiliza el clásico recurso de compartir un diagnóstico tan improbable como desconocido que desvíe su atención. Si dicen que sus mareos podrían ser un tumor cerebral, responde: «Eso suena más como un caso de hiperemia reactiva causada por un exceso de flujo sanguíneo al oído interno». Ante un diagnóstico complejo, el hipocondriaco suele quedarse en silencio, procesando la terminología médica con una mezcla de respeto y confusión, mientras intenta decidir si debe preocuparse más o menos. Este momento de pausa es tu oportunidad para redirigir la conversación hacia un tema más trivial, como los beneficios de la hidratación o la necesidad de mejorar la flora intestinal para favorecer para favorecer la producción de serotonina, que, como sabemos, regula el sistema nervioso y mejora el estado general del organismo. Antes de que puedan replicar, sugiere un smoothie verde y observa cómo pierden el hilo de su preocupación inicial.
Acompaña sus preocupaciones con un «enfoque psicosomático»
Los estudios sobre hipocondría —o hipocondriasis, como dirían en House— indican que gran parte de sus síntomas tienen una base psicosomática, lo que significa que su mente crea sensaciones físicas reales. En lugar de señalarlo directamente (esto es una línea roja, no lo olvides), acompaña su discurso con frases técnicas que validen sus síntomas pero desvíen su atención: «Es fascinante cómo el eje hipotálamo-hipófisis-adrenal puede amplificar respuestas somáticas ante estímulos emocionales. Quizás tu cortisol basal esté un poco elevado por estrés». Ojo, si la persona tiene «diagnosticada» fibromialgia (alerta roja), ni se te ocurra insinuar que es algo «psicológico». En su lugar, mantén la conversación en un terreno neutro y científico: «La fibromialgia a menudo está relacionada con una disregulación en la percepción del dolor por parte de los nociceptores. Es increíble cómo pequeños ajustes en el ritmo circadiano pueden marcar una diferencia en el bienestar general». Con suerte, sentirán que has validado su experiencia sin entrar en un debate peligroso.
Sobrecarga su conocimiento con términos clínicos y usa el argumento de la «Homeostasis dinámica»
El hipocondríaco suele disfrutar buscando información médica, pero rara vez profundiza más allá de lo accesible en Google (no en el Scholar, obviamente). Responde a sus preocupaciones con una avalancha de jerga médica que los lleve al punto de saturación cognitiva. Si menciona molestias gastrointestinales, responde: «Eso suena más como una disbiosis transitoria en el microbioma intestinal que podría estar autorregulándose a través de mecanismos de quimiotaxis bacteriana». Lo confundirás tanto que se replanteará mencionarlo de nuevo. No olvides apostillar tu opinión con el recordatorio de cómo el cuerpo es una máquina autorregulada. Cuando mencionen un cambio menor en sus patrones de sueño o digestión, tranquilízalos con algo del tipo: «El cuerpo humano está diseñado para adaptarse constantemente. Lo que describes podría ser simplemente un ajuste homeostático temporal. No hay nada que una buena noche de sueño no pueda resolver». Suena tan lógico que hasta Joey Tribbiani lo comprendería.
Implementa el «Método del umbral sintomático»
Los hipocondríacos siempre saltan a las peores conclusiones, como en ese episodio en el que una paciente pensaba que tenía una enfermedad degenerativa porque se tropezaba mucho. Si mencionan algo grave, responde con datos específicos: «Esa enfermedad suele diagnosticarse solo después de una caída drástica en la hemoglobina a niveles inferiores a 8 g/dL. ¿Te has hecho un análisis recientemente?». Es probable que no lo hayan hecho, y si lo hicieron, sus niveles seguramente eran normales. Así, les ayudas a descartar la preocupación sin contradecirlos directamente.
Lleva pictolines en el bolsillo para ofrecérselos como placebo
Si te encuentras frente a un hipocondríaco especialmente insistente, saca tu arma secreta: un pictolín de eucalipto. Ofrecérselo con un gesto solemne, como si fuese una fórmula mágica de recuperación, puede ser más efectivo de lo que crees. «Toma esto», puedes decir con tono confiado, «el mentol natural del eucalipto es excelente para estimular los receptores del nervio trigémino. Además, su acción refrescante ayuda a relajar el sistema parasimpático». Suena tan científico que ni lo cuestionará. El escalofrío característico que se siente al chupar el pictolín hará que el hipocondríaco desconecte momentáneamente de sus preocupaciones. Este efecto refrescante no solo distrae, sino que también puede generar una sensación de alivio, como si realmente estuviera «haciendo algo» para mejorar su estado. En el peor de los casos, terminará pensando que has compartido con él un remedio ancestral y estará ocupado intentando buscar más información sobre las supuestas propiedades curativas del eucalipto. Y tú habrás ganado un respiro.
Y recuerda: nunca es lupus.