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Exploración eneagramática de la psicología de los protagonistas de Battlestar Galáctica

Que Battlestar Galáctica es una de las mejores series de ciencia ficción de todos los tiempos es algo de sobra conocido por todos nuestros lectores y ya lo hemos tratado en profundidad aquí, aquí y aquí. Este artículo no pretende hablar de una de las pocas series en que los malos son más guapos que los buenos, ni pretende plantear cuestiones transcendentales como el motivo por el que en el CIC siempre se coge el teléfono al revés dejando el auricular a la altura del cuello. No, la pretensión de este texto es analizar la psique de sus protagonistas según algo tan científico como el eneagrama. Así que abróchense sus cinturones metafísicos y preparen sus FTL para los nueve saltos que vamos a realizar por los protagonistas de la saga.

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Tipo I. El perfeccionista

Laura Roslin, tipo Uno hasta la médula, superando incluso a William Adama. Su rol como presidenta intergaláctica tras ser profesora de escuela lo cumple a la perfección, ya que la caterva de la que se rodea solo se diferencia de sus alumnos de primaria en que tienen más probabilidades de causar una crisis diplomática intergaláctica que de olvidarse el almuerzo. Roslin, es una mujer fría, calculadora y con tendencia a engañar a padres de bebés híbridos para robárselos.

Tras sus gafas para la presbicia y su expresión imperturbable, Roslin despliega una estrategia que bien podría describirse como «democracia según me sale del duodeno». Con su mirada escrutadora, cada decisión que toma parece pasar por un filtro de moralidad tan severo que hasta los dioses de Kobol sudarían. Pero detrás de esa serenidad calculadora y su sentido de la ética inquebrantable, late una determinación tan fría que, si te descuidas, podrías acabar cediendo la custodia de tu propio hijo y firmando los papeles sin darte cuenta. Para Roslin, no hay zonas grises; lo correcto es correcto, lo incorrecto es incorrecto, y todos esos refugiados humanos mejor que se comporten, porque ella está aquí para imponer orden cósmico.

Roslin tampoco tiene mucha paciencia para las desviaciones de su gran visión mesiánica y obsesiva de encontrar la Tierra. Cuando toma decisiones difíciles (y hay que decir que son bastantes), lo hace con compostura eclesiástica. Si Adama le sugiere que tal vez deberían dejar de lado la búsqueda de la decimotercera colonia para enfocarse en la supervivencia, Roslin le mira como si acabara de confesarse cylon. Para ella, cual Moisés, seguir la profecía es lo correcto, y cualquier propuesta en contra es simple y llanamente una herejía.

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Tipo II. El servicial

Caprica Six, ese delicado lirio de la autoanulación, el epítome del Eneatipo Dos, el «servicial» aunque podríamos rebautizarla como el «Sacrificio Viviente del Espacio Exterior». Esta cylon no solo abraza la idea de que amarse a uno mismo es la cumbre del egoísmo, sino que, francamente, si no se está desgarrando física y emocionalmente para satisfacer los deseos –reales o imaginarios– de otro, se siente tan vacía como una tostadora sin pan. La pobre Caprica Six, siempre ocupada con las nobles necesidades ajenas, especialmente cuando esas necesidades pertenecen al desgraciado de Baltar, quien –paradójicamente– no podría estar más encantado de recibir tanta abnegación.

Verán, para Caprica, la felicidad es un concepto secundario; la verdadera gratificación radica en darlo todo, en ser ese bastión de apoyo sin el cual –o al menos así lo cree ella– la civilización se desmoronaría. Caprica Six, en su infinita benevolencia, se arroga el rol de guía emocional de la humanidad (por no decir de cuidadora cósmica). Su «altruismo» va más allá de los límites de lo posible: su estilo de amor es intensamente dedicado y francamente, cuando no está ocupada protegiendo y consolando a Baltar, se ve en apuros para no echarle en cara su infinito sacrificio. Pero claro, ella lo hace todo por él, por amor, como la verdadera mártir sentimental de la flota.

La soberbia del Dos la mantiene convencida de que todos –incluyendo a los humanos, los cylons, y quizá hasta los dioses de Kobol– dependen exclusivamente de su generosidad. Mientras tanto, va acumulando una especie de lista mental de sus sacrificios para, llegado el momento, no dudemos, poder recordárselos a Baltar con la elegante pero implacable intensidad de quien ha entregado literalmente el universo por amor.

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Tipo III. El triunfador

Gaius Baltar, como molas. Este prototipo sobresaliente del Eneatipo Tres, se encuentra en una órbita psicológica que solo él –y quizás alguna divinidad menor de su propio panteón imaginario– podría comprender. En su devenir como científico, presidente, traidor a la humanidad o mesías, la ambición se desliza por la existencia con el mismo encanto etéreo que un cometa adornado de luces de neón, siempre convencido de que el universo entero es su auditorio privado y que el aplauso de la galaxia no es solo deseable, sino inevitable.

Para Baltar, destacarse es respirar, y el éxito es una cuestión de supervivencia básica, como el oxígeno o los secretos susurrados de Caprica Six en su oído. El hombre se adhiere al éxito con una dedicación febril, como un parásito dorado, y es capaz de fundirse y transformarse en lo que sea que el público exija de él en ese momento preciso. Si en algún rincón de la nave Galactica alguien menciona que la modestia es una virtud, pueden estar seguros de que Baltar no lo escuchó: su vanidad podría sobrevivir incluso a un salto en el hiperespacio.

No es que Baltar quiera ser admirado; es que necesita serlo. Su mente se ha adaptado a un estado perpetuo de justificación de su existencia, una serie interminable de maniobras ingeniosas (o no tanto) diseñadas para asegurarle la aprobación de los otros, o en su defecto, su envidia. Se podría pensar que en un mundo que se desmorona alrededor suyo, algún resquicio de humildad lo alcanzaría. Pero no, para Gaius, el cosmos entero puede arder en llamas mientras él siga luciendo, en la cima de su montaña de vanidad, como un ejemplar heroico y –quizás– incomprendido.  Porque el mayor miedo de Gaius Baltar, ese al que nunca confesará su existencia, no es otro que el de un día mirarse y, sin fanfarria alguna, sin la menor pizca de admiración o triunfo, descubrir que, en realidad, no hay nada.

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Tipo IV. El sensible

Saul Tigh, pero cuanto sufres. Tigh es la versión espacial de un poeta atormentado que nunca escribió un solo verso, probablemente porque el vaso de licor le pesa demasiado en la mano como para sostener una pluma. Como buen tipo Cuatro, Tigh tiene ese talento especial para hundirse en su propia melancolía y hacer de cada desastre emocional un espectáculo de autocompasión digno de aplauso. Porque, claro, en su mente, nadie sufre como él; no importa que toda la humanidad esté al borde de la extinción, Tigh siempre encontrará la manera de hacer que todo gire en torno a su dolor personal.

Y, por supuesto, en esta tragedia griega intergaláctica que él mismo protagoniza, su fiel compañera es la botella, especialmente desde que usa parche. Porque, para Saul, no hay consuelo mejor que empinar el codo con licor ambrosía para mitigar esas emociones profundas que se niega a confrontar. Uno podría pensar que, en lugar de liderar la defensa de la humanidad, está postulándose para ser el mártir alcohólico del último bar de la galaxia. Ahí está él, bebiendo solo, lanzando miradas dramáticas al vacío y recordando, con una mezcla de amargura y resignación, todas las veces que su vida fue arrastrada por su caótica dependencia… y no me refiero solo al alcohol, sino también a su esposa.

Sí, Ellen Tigh. La «amada» esposa que lo manipula como si fuera una marioneta cósmica. Saul se desvive en su devoción por ella, como si fuera la musa envenenada de sus tragedias personales. Ellen es la «amante» que todo Cuatro sueña y que toda persona sensata evitaría: dominante, manipuladora y con un instinto especial para hacerle sentir tan insignificante como un tornillo suelto en la Galactica. Pero ahí está él, incapaz de liberarse de esa especie de hechizo que ella le lanza, siempre dispuesto a arruinarse aún más con tal de mantenerla cerca. En el fondo, Tigh es un hombre tan «sensible» que solo encuentra paz en el caos que sufre y, por supuesto, en la ambrosía. ¿Y quién necesita terapia, o una buena charla con Adama, cuando uno puede regodearse en su propio abismo personal y servir de inspiración para todos aquellos que prefieren la tragedia al sentido común?

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Tipo V. El pensador

Felix Gaeta, con esa cara de no haber roto un plato que tienes. Como buen Tipo Cinco, Gaeta es una mezcla de frialdad intelectual y moral calculada, un pensador meticuloso cuya obsesión por la precisión y la lógica a menudo se convierte en una peligrosa vara de medir que aplica tanto a los demás como a sí mismo. En su búsqueda de comprender y dominar el entorno caótico que le rodea, Gaeta encarna el lado oscuro del Pensador, el tipo de persona que se sitúa por encima de los demás, convencido de que su conocimiento y su perspectiva lo convierten en el árbitro supremo de lo correcto.

En el juicio a Gaius Baltar, Gaeta demuestra esa inclinación de los Cinco por la autonomía moral y el desprecio hacia la perspectiva de los demás cuando no la considera a su altura. Sabe que su testimonio falso –esa mentira calculada– es una traición a la verdad, pero en su mente justifica que es un mal necesario, una mentira intelectual, quizás, en pos de una justicia mayor. Gaeta no se preocupa tanto por la ética pura; se preocupa por cumplir su visión de la ley, una visión que él, como buen Cinco, ha construido meticulosamente y que no admite interferencias.

Lo fascinante de Gaeta como Tipo Cinco es su capacidad de separar sus acciones en compartimentos tan fríos como su intelecto. Puede arriesgar su vida ayudando a la resistencia en Nueva Caprica, actuando como el cerebro oculto de las operaciones, moviéndose entre los rebeldes con un propósito casi clínico. Y, sin embargo, ese mismo intelecto también le permite racionalizar actos oscuros, como su intento de asesinar a Baltar, que él considera no como una simple venganza, sino como la eliminación lógica de un enemigo del orden que él cree proteger. En el fondo, Gaeta es el tipo de Cinco que usa su inteligencia como un escudo para justificar tanto sus buenas acciones como las más cuestionables. Su cinismo, enraizado en una profunda desconfianza hacia los demás y en la convicción de que solo él entiende la realidad de la situación, lo lleva a actos extremos que desafían cualquier ética sencilla.

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 Tipo VI. El leal

Sharon «Boomer Valerii y Sharon «Athena» Agathon son dos magníficos ejemplos de lo que el Eneagrama llama el Tipo Seis: el Leal, una cualidad que, en el caso de un cylon, debe ser tomada con mucha cautela ya que una activación a destiempo equivale a un disparo a bocajarro. Las lealtades de Boomer y Athena son, digamos, flexibles, y cambian de bando con la facilidad de quien elige un nuevo par de botas. Empecemos por Boomer, la pobre y confundida versión que sirve en la Galactica al principio. Ella representa el clásico dilema del Tipo Seis: ¿lealtad a quién? ¿A sus amigos humanos? ¿A sus compañeros cylons? Respuesta: a todos… y a nadie. En su caso, la lealtad viene con un pequeño problema llamado «programación», lo que significa que un segundo puede ser la amiga más fiable de Tyrol, y al siguiente un «clic» mental y está lista para disparar al comandante Adama sin pestañear. Eso sí, ella cree profundamente en su papel de compañera fiel, al menos hasta que su programación decide otra cosa. Boomer es como ese amigo en el que puedes confiar… excepto cuando tiene algún asunto pendiente que le impide recordar de qué lado está.

Luego tenemos a Athena, quien, una vez encuentra a Helo, decide que ha llegado el momento de reescribir la historia de las lealtades cylons. Por supuesto, Helo queda embobado, aunque hay que reconocer que probablemente nunca se imaginó que acabaría con una pareja que es capaz de ganarle corriendo, no solo por su naturaleza de cyborg avanzado, sino porque su lealtad hacia él es una carrera a toda velocidad en una sola dirección. Athena, fiel a su Tipo Seis, decide que su nuevo propósito de vida es ser leal a la flota humana, incluso si eso significa traicionar a sus propios «hermanos» cylons sin el menor remordimiento. En su mente, los cylons ya son historia, y cualquier atisbo de remordimiento o duda ha sido convenientemente borrado por sus ansias de lealtad humana.

La devoción de Athena hacia Helo y su hija es, claro, intachable, lo que para el resto de la flota sigue siendo motivo de incredulidad, porque, ya se sabe, eso de la lealtad cylon es un concepto que, como mínimo, viene con letra pequeña. Pero ella, con su lealtad casi ciega, consigue convencer a la tripulación de la Galactica de que, de alguna manera, su amor por Helo es prueba suficiente de que no va a cambiar de bando otra vez (aunque, claro, nadie se acerca a ella sin cierto recelo). Al final, su lealtad es algo que solo puede ofrecer a un bando: los humanos, en especial Helo y su hija, mientras que los cylons… bueno, para los cylons guarda la lealtad de un gato al que le han dejado la puerta abierta. La lealtad de Boomer y Athena es ejemplar, sí, pero con esa pequeña advertencia que dice: «sujeta a términos y condiciones, que pueden cambiar sin previo aviso en cuanto reciban el último comando de su programación».

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Tipo VII. El entusiasta

Lee «Apollo» Adama como Tipo Siete es, sencillamente, una explosión de entusiasmo galáctico, una bola de energía rebotando por todas partes, buscando siempre su próxima gran aventura o, en su caso, su próxima gran «obsesión». Porque si algo define a nuestro buen Apollo, es su habilidad para entusiasmarse a fondo… con todo y con todos. Empecemos por su desbordante entusiasmo romántico. Lee tiene el corazón de un Siete de manual: si hay una mujer a menos de un año luz de distancia, él ya está considerando todas las posibilidades. Con Starbuck, por ejemplo, cada interacción es una especie de «¿lo haremos o no lo haremos?» cósmico, un juego de tensión casi profesional. Claro, la pasión por Starbuck es como una tormenta: llega rápido, es caótica, y pasa antes de que uno pueda respirar, solo para regresar más fuerte en el siguiente episodio. Luego está Anastasia Dualla, quien representa su intento de amor estable, su «ahora sí me meto un palo en el ojete y soy serio». Claro que, siendo un Siete, la estabilidad no le dura mucho: si algo se vuelve demasiado predecible, Lee tiene que agitar las aguas, ¡no sea que se pierda algo emocionante! Y luego, por supuesto, está su fascinación por la presidenta Roslin. Al fin y al cabo, ¿qué sería de Lee Adama sin una figura de autoridad femenina a la que admirar apasionadamente?

Su relación con Roslin es una especie de amor platónico, un entusiasmo reverencial que casi lo convierte en su paladín personal. Roslin dice una palabra y, en la mente de Lee, esa palabra ya es su nueva misión vital. Porque, claro, él siempre está en busca de su próximo propósito heroico, y nada es mejor que una misión dada con solemnidad por la presidenta de la flota. Su entusiasmo no se limita a los romances. Lee Adama es un Siete hasta en su carrera. Un día es el capitán de la Pegasus, y ahí está él, encantado de la vida, sintiendo que ha encontrado su vocación definitiva. Pero en cuanto eso se vuelve monótono o, peor aún, implica responsabilidad y rutina, ¡pues se convierte en abogado defensor de Gaius Baltar! Porque, claro, ¿por qué ser sólo un militar si puede también ser defensor en un caso de traición de proporciones épicas? Lee siempre está en busca de una nueva aventura profesional, como un niño hiperactivo con un disfraz de adulto.

Y no olvidemos su «aventura de expansión personal» cuando decide que la mejor manera de enfrentar sus frustraciones es… engordar. Porque, si el guion lo requiere, él es capaz de lanzarse a la tarea con el mismo entusiasmo desmedido que pone en todo. En vez de una crisis de identidad, ¡Lee convierte su aumento de peso en una exploración a fondo de su propia humanidad! Y cuando se cansó, volvió a ponerse en forma, siempre fiel a su carácter de Siete, siempre buscando su próxima reinvención. Lee Adama como Siete es un entusiasta sin límites, un hombre que salta de pasión en pasión, de misión en misión, y de dieta en dieta, en un torbellino de energía que parece destinado a quemar como mínimo un par de vidas extra. Porque, para Lee, la vida en la flota puede estar llena de peligro, pero aburrida… nunca.

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Tipo VIII. El desafiador

¡Oh, Starbuck, fuerza de la naturaleza en formato humana, musa de las camisetas de tirantas y de la guerra! Nadie puede resistirse a tu energía de ciclón ni a ese corte de pelo corto y rebelde, que parece gritarle al universo que eres, sin duda, la mujer que más peligro y belleza puede combinar en una sola mirada desafiante. Con cada mechón despeinado, cada destello en esos ojos acerados, y, por supuesto, esa sonrisa de buzón de correos que podría derretir el metal de la Galactica, te alzas como la personificación de la resistencia y el encanto brutal. ¿Y qué sería de ti, Starbuck, sin esos gloriosos puñetazos que tan generosamente repartes? No eres solo una piloto exerminacylos; eres una fuerza explosiva, y cada vez que un disparo tuyo alcanza a un saqueador, los dioses de Kobol lo celebran con un oé, oé, oé en su monte celestial. Has perfeccionado el arte de hablar con las cartas y los nudillos, dejando claro que la diplomacia, para ti, siempre viene con un poco de acción física. Y nadie, absolutamente nadie, puede presumir de haber sido noqueado con más estilo que aquel que ha tenido el honor de recibir un directo de Kara Thrace.

Pero no es sólo en combate donde demuestras ser un auténtico Tipo Ocho, oh, Estrella Guía. Tu capacidad de aceptar los riesgos que los demás ni soñarían tomar es legendaria. Cuando llega el momento de aceptar como si tal cosa que te toca apretar el detonador de un bomba atómica que llevas en una mochila,  no pestañeas, con un pequeño gesto de contrariedad dejas saldado el asuntillo, de hecho, parece que te estás divirtiendo. ¡Ay, Starbuck, solo tú podrías hacer que la destrucción masiva parezca un acto de pura convicción y hasta de romanticismo! Mientras el resto de la flota se arrodilla ante la posibilidad de desaparecer en polvo de estrellas, tú te eriges como la mujer que dice «¿una bomba? Bueno, alguien tiene que apretar ese botón… ¡y quién mejor que yo!».

Y luego, en tu máximo acto de grandeza, te conviertes en la guía hacia la Tierra, el faro que ilumina el destino de la humanidad, con ese mandala dibujado por un pato con el que te encuentras desde pequeña cada dos por tres. Por supuesto, lo haces con la misma actitud de «yo me encargo» con la que pilotas una Viper y con la misma seguridad con la que desafías al mismísimo Adama. Como buena Tipo Ocho, no es que creas que eres la elegida: simplemente, sabes que, si alguien va a salvar a la humanidad, ese alguien, inevitablemente, eres tú. Con cada paso, cada decisión, eres un desafío andante, un guerrero de pura voluntad que empuja a la flota hacia adelante, aunque para ello tengas que partir en dos el mismo cielo. Oh, Starbuck, la fiera que jamás acepta rendirse, la piloto más temida y deseada de la Galactica, el Tipo Ocho por excelencia, que brilla con una intensidad tan cegadora que nos deja a todos queriendo más. Que tus puños sigan hablando por ti, que tu sonrisa siga siendo un misterio implacable y que el universo entero nunca olvide que, allá donde vayas, el peligro y la esperanza caminan juntos… en una mujer que desafía a las estrellas mismas. Ah, y saluda al mandaloriano de nuestra parte.

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Tipo IX. El conciliador

El Comandante William Adama es el tipo Nueve definitivo, el gran Pacificador de una flota llena de inadaptados, egocéntricos y, por supuesto, cylons asesinos. Si hubiera justicia cósmica, este hombre ya estaría en una hamaca en algún rincón de la galaxia, sorbiendo un whisky sin preocupaciones. Pero no, Adama es el centro gravitacional que mantiene todo unido, el líder cansado pero firme que, aunque a veces sueña con lanzar a más de uno al espacio exterior, sabe que su verdadero deber es llevar a esta pandilla imposible hacia una paz que ni ellos mismos creen merecer.

Su relación con su hijo, Apollo, es un ejemplo perfecto de su paciencia de santo. Como buen Nueve, Adama siempre busca la armonía, y si eso significa tragarse sus deseos de gritarle a su hijo o de recordarle todas las veces que lo ha decepcionado, pues lo hará. Su filosofía parece ser «si hay que tener un conflicto, mejor resuélvelo con una mirada severa y un silencio incómodo». Porque claro, su amor paternal es como un volcán en erupción… pero un volcán que, como buen Nueve, mantiene siempre a punto de ebullición, sin estallar del todo. En lugar de enfrentamientos, hay esas conversaciones crípticas, esos silencios cargados y ese perpetuo intento de reconciliar las diferencias sin necesidad de gritar. Y luego está su relación con Laura Roslin, la presidenta que, de alguna manera, se las arregla para desafiarle en cada decisión mientras también le roba el corazón. Adama, en su paciencia infinita, cede una y otra vez, permitiendo que la idealista y testaruda Roslin lo empuje a su límite ético y moral. Cada vez que ella le propone una locura nueva en nombre de la «profecía» o de la «Tierra», Adama suspira, duda… pero al final acaba cediendo. Porque, como buen Nueve, sabe que la paz, incluso con Roslin, es más valiosa que cualquier enfrentamiento. Y así, entre tensiones políticas y miradas de reojo, Adama termina siendo el mayor aliado de Roslin, el único que logra ver su visión y compartirla… aunque a veces fantasee con abrir una escotilla y dejarla dar un paseo por el espacio.

En cuanto a su alter ego, Helena Cain, la Almirante de hierro, Adama tiene probablemente las fantasías homicidas más activas de su vida. Cain es la antítesis de su visión de paz, un torbellino de dictadura, poder y falta de compasión. Sin embargo, Adama, como todo buen Nueve, intenta encontrar algún tipo de terreno común, por mínimo que sea. La presencia de Cain le irrita, le desafía en todo lo que valora, y en secreto sueña con verla muy lejos de la Galactica… pero se contiene, una y otra vez, porque su papel es, en última instancia, mantener la paz, incluso cuando significa soportar el huracán sádico de su superiora. Y así es con toda la flota: los cylons infiltrados, los pilotos díscolos, los líderes divididos… Adama, con su infinita paciencia y su habilidad para aguantar lo inaguantable, es el pacificador que mantiene a flote esta amalgama caótica. Podría lanzarlos a todos al vacío y ser el hombre más tranquilo de la galaxia, pero sabe que alguien tiene que guiar a estos inadaptados hacia una paz duradera. Por eso, sigue ahí, inmutable, el Nueve que, aunque podría ser el primero en dejar todo y descansar, es el único que sabe cómo llevar a su desastrosa familia galáctica hacia un destino común.

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