Roger Senserrich (1979) no es un analista político convencional. Nacido en Maracay, Venezuela, y criado en Cataluña, su trayectoria se ha tejido entre el interés por la política y su fascinación por los trenes. Desde hace no mucho tiempo, escribe Four Freedoms, un espacio en Substack centrado en política estadounidense que es referencia nacional para todos los politólogos que siguen de cerca las complejidades del sistema político americano. Senserrich, en este espacio, ofrece un análisis exhaustivo de temas como la polarización, las dinámicas del poder y los retos que enfrenta la democracia americana, siempre con un toque personal que lo distingue de otros analistas.
Nos reunimos con Roger en la Estación de Francia de Barcelona, un edificio que le encanta, para conversar con él de sus inicios en el panorama mediático con Politikon, su aterrizaje en el país del Tío Sam y su perspectiva sobre cómo este país ha evolucionado políticamente en los últimos años. Le preguntamos ¿Por qué se rompió Estados Unidos?, el último libro que ha publicado, para que nos desgrane con precisión temas como la herencia de Richard Nixon, la retórica populista de Trump o el poder del Tribunal Supremo. También le pedimos un pronóstico para las próximas elecciones que se celebran en su tierra de acogida el próximo martes cinco de noviembre y que tanta expectación levantan en el mundo.
Hay una cosa que siempre me llama la atención, es que naciste en Maracay. ¿Qué conexión tienes con Venezuela?
Mi padre fue enviado allí a trabajar, creo. No recuerdo exactamente el año, debe haber sido en el 77 o 78. Mientras el resto del mundo estaba en crisis por el petróleo, en Venezuela eran años buenos. Mi padre trabajaba en una inmobiliaria y lo mandaron a hacer unas promociones allí. Estuvieron desde el 78 o 79 hasta el 84. Tanto mi hermana como yo nacimos allí.
¿Y te queda alguna conexión?
No he vuelto desde entonces, desde el 84. Mis primeros recuerdos de infancia son de allí. Si me pongo a mirar en Google Maps y hago zoom en ciertas zonas, me vienen recuerdos. Me acuerdo de nombres, de algunos lugares. Pero no he vuelto desde entonces.
¿Qué tipo de niño eras cuando estabas en el colegio, ya aquí en Cataluña?
Muy friki. Siempre lo he sido. Me encantaban los juegos de rol, los de estrategia. Era un friki perdido, leía mucho. En los deportes era un desastre, suspendí gimnasia los tres años en el instituto.
¿Y en qué momento te empezó a interesar la política?
Siempre me interesó bastante. En casa se hablaba mucho de política. Mi padre fue concejal municipal durante muchos años en Mongat. Y era alguien que disfrutaba de la política, porque quería mejorar el pueblo, hacer que las cosas funcionaran mejor. Siempre fue una persona muy… no superideológica, sino más práctica, de qué podemos hacer para mejorar aquí.
¿Y tú, cuándo empezaste a interesarte por la política?
Siempre me ha gustado escribir, y mi intención era primero hacer Políticas y luego dedicarme al periodismo. Meterme en este superlucrativo negocio que es la prensa escrita, ya sabes… un poco a lo tonto. Cuando acabé Políticas, probé con la vida académica, que también es un negocio con mucho futuro. Entré en el máster del Juan March Institute y estuve en Madrid un par de años. Empecé a trabajar en la tesis y la idea era sacarla adelante y ver qué hacer con ella. Pero no terminé el máster, sino que seguí con el doctorado en la Autónoma.
Mi director de tesis era Michael Wallerstein, en Yale, y conseguí una beca de Caja Madrid para ir allí a trabajar con él un par de años. Pero justo después de mudarme, a Michael le diagnosticaron de nuevo un tumor cerebral, creo que un mes o dos después de que llegué. A los tres meses falleció, así que tuve que cambiar de director. Empecé a trabajar con Susana Stokes, que es brillantísima, pero ya sabes, con un director de tesis nuevo tienes que volver a escribir mucho, y yo ya llevaba una temporada algo desmotivado.
¿Fue entonces cuando decidiste quedarte en Estados Unidos?
Sí, conocí a mi mujer, que es de allí. Cuando se me acabó la beca, decidí quedarme y nos casamos porque era la forma más sencilla de obtener la tarjeta de residencia. No se lo contamos a nadie en un principio, hicimos la ceremonia como un año después. La idea era quedarnos unos años allí y luego volver a España en algún momento, mi mujer también quería. Pero eso fue en 2007-2008 y, claro, con la crisis económica… Los dos teníamos trabajo allí, y aunque la economía no estaba bien en Estados Unidos, aquí en España estaba mucho peor. Así que decidimos quedarnos un tiempo más, que al final se convirtió en mucho más tiempo.
¿Cómo surgió el proyecto de Politikon?
Un poco de manera improvisada, la verdad. Surgió en plena época de la blogosfera. Había un grupo de blogs que nos citábamos mucho, hablábamos bastante por correo electrónico, y aunque no teníamos mucho tráfico, sí era suficiente para hacer algo de ruido. En una de esas conversaciones con Jorge Galindo y Luis Guirola, surgió la idea: oye, ¿qué tal si hacemos un blog los tres? Pensamos que así podríamos tener más publicaciones, más tráfico, y con un poco de publicidad, sacarnos unas perras.
Esa conversación evolucionó rápidamente, y casi de inmediato añadimos a Pablo Simón y a Kiko Llaneras. Fuimos llamando a más gente, y lo que al principio iba a ser un blog para poner anuncios y ganar dinero, se convirtió en Politikon. Era una especie de proyecto extraño, éramos todos más o menos de la misma generación, con un enfoque académico, y estábamos muy cabreados con lo que no funcionaba bien. Queríamos aportar soluciones prácticas.
Miramos el tema de la publicidad, pero no había manera de hacer nada bien con eso, así que al final seguimos haciendo ruido simplemente porque nos gustaba escribir. Y la verdad es que fue en el momento exacto, alrededor de 2007 o 2008, cuando más escribíamos, justo cuando el país estaba pasando por cosas como el 15M y había una audiencia con necesidad de voces alternativas.
Nunca nos lo planteamos como una agencia de colocación, pero al final todos acabamos metidos en cosas relacionadas con lo que escribíamos. Aunque yo creo que soy el único que no se ha metido en nada interesante en España, básicamente porque no estaba aquí.
Tuvisteis muchas fricciones con el mundo académico, ¿no?
Pues yo tengo la enorme ventaja de que, como no estaba en España, me lo perdí todo. Además, ya no estaba haciendo carrera aquí. Todavía tenía intención de volver, pero no era algo que me preocupara. Si le preguntas a Jorge o a Kiko, supongo que sí vivieron más de esas batallitas. Yo, como estaba en Estados Unidos, pues… odiadme todo lo que queráis.
¿Dirías que el mundo académico español es complicado?
Sí, está lleno de rencillas. Es un mundo muy cerrado. Cada vez que alguien nuevo llega… Bueno, nosotros lo vivimos también en el periodismo, ¿no? Nos atacaron por no ser parte del establishment.
Los últimos artículos en Politikon son de 2022, y son tuyos. ¿Fuiste el último en abandonar el barco?
No, no lo pondría así. Más bien todo el mundo acabó ocupado en otras cosas. Lo que Kiko escribía en Politikon terminó escribiéndolo para El País, Jorge llevó lo que hacía en Politikon a su trabajo, y otros se metieron en el gobierno o en diferentes instituciones. Cuando tienes un cargo público, ya no tienes la misma libertad para escribir. Como yo no me metí en nada de eso, fui el único que seguí escribiendo, pero fue más una cuestión de tiempo libre que otra cosa.
Quería preguntarte también por Jorge San Miguel, que estaba en Politikon, pero no aparece en la web. ¿Por qué?
Es que, la verdad, como yo no estaba aquí, me perdí muchas de las peleas internas. Pero sí, Jorge se fue alejando hacia la derecha en muchas cosas, y bueno, en Politikon teníamos una regla: si entrabas en un partido político, no podías seguir en el proyecto. Y él fue de los primeros que se metió en un partido, aunque no fue el único.
¿Mantienes buena relación con Kiko, Jorge y Pablo?
Sí. Muy buena relación. Todavía estamos en un grupo de WhatsApp. Cuando vengo de visita, si podemos coincidir en algún sitio, intentamos quedar para comer. Pero claro, es difícil, estamos todos en la otra punta del mundo.
¿No habéis pensado en hacer un think tank más serio o esa fase ya acabó?
Si alguien nos lo paga, yo encantado. Pero… no, no lo hemos hablado desde hace tiempo. Claro, es que todos tenemos, bueno, casi todos, una posición muy relevante desde puntos muy diferentes.
¿Qué papel piensas que habéis jugado en el debate político en España?
En algunas cosas, me parece que cambiamos mucho la manera en la que se hablaba de política. Primero, probablemente somos los culpables de la «infestación» de politólogos, por lo que pido disculpas de antemano (risas). Y también provocamos un cierto cambio en cómo se discuten muchas cosas sobre políticas públicas. Empezamos a mirar más a la evidencia, a cuestionar qué funciona y qué no en otros sitios. También empezamos a analizar la política desde una perspectiva más compleja, entendiendo a los políticos como actores que responden de forma más o menos racional, intentando hacer las cosas bien, aunque a veces las instituciones sean un problema o los contextos lo compliquen. Queríamos alejarnos de una visión estrictamente partidista.
Además, creo que otro cambio importante fue en el debate sobre cómo España y el Estado de bienestar trata a los jóvenes. Eso fue más con El muro invisible. El primer libro La urna rota trataba más sobre las instituciones que no funcionaban, mientras que en El muro invisible la discusión se centró mucho más en las barreras del mercado laboral dual y en las dificultades que enfrentan los jóvenes para emanciparse. Aunque ese problema no se ha solucionado, al menos entró con bastante más fuerza en el debate desde entonces.
¿Tiene alguna anécdota o experiencia memorable relacionada con la creación y desarrollo de Politikon?
Es muy divertido lo que pasa en España cuando escribes un libro. Me parece que La urna rota la leyó mucha menos gente que la que leía la web, pero se nos empezó a tomar mucho más en serio una vez que teníamos el libro publicado. Sigue existiendo ese umbral de entrada: hasta que no tienes algo escrito en papel y con editorial, no te toman tan en serio.
Y después, también es curioso ver la percepción externa de la importancia que tienes. Porque, en realidad, éramos cuatro matados, y seguimos siendo cuatro matados que teníamos un blog que leía gente que más o menos nos tomaba en serio. Pero de ahí a las conspiraciones, paranoias y elucubraciones que a veces leíamos sobre nosotros, acerca de la influencia que teníamos, de cómo estábamos «colocados»… Si tuviéramos la mitad de la influencia que la gente creía que teníamos, España sería otra cosa. Mucho peor gobernada, probablemente también, pero es que la política es algo mucho más parecido a Veep o The Thick of It o Parks and Recreation que a cualquier historia de conspiraciones.
¿Qué consejo le darías a los jóvenes politólogos?
Que no lo hagan (risas). Primero, no sé, es que mi caso es complicado porque no estoy en política aquí. Trabajo en política, pero en Estados Unidos. Pero, en primer lugar, que escriban bien, escriban mucho y se den a conocer tanto como sea posible. Luego, que se metan en política, en serio. Es cuestión de estudiar y formarse, pero si realmente quieren cambiar cosas, tienen que meterse en política directa o indirectamente: en un partido, en una ONG, en un grupo de presión, lo que sea, pero deben echarse a la piscina.
¿Qué es el Connecticut Working Families Party?
Uy, puedo dar la explicación larga o corta. Working Families es un partido político que nace en Nueva York a finales de los 90. Básicamente, surge por una combinación de dos cosas. Por un lado, el Partido Demócrata, tanto en Nueva York como en Estados Unidos, se había convertido en un partido muy corporativo. Es la época del clintonismo, de los New Democrats, unos demócratas menos vinculados a los sindicatos y más conectados a Wall Street y las tecnológicas.
Es una reacción natural a cómo los sindicatos han sido debilitados, sobre todo bajo Reagan, aunque también durante el mandato de Clinton. Los Working Families nacen como una alternativa a la izquierda de los demócratas, para defender las políticas que necesitan las clases trabajadoras y que estaban desapareciendo. Normalmente, en un sistema bipartidista como el de Estados Unidos, un tercer partido tiende a sabotear al partido más cercano ideológicamente. Pero en Nueva York existe una peculiaridad llamada voto-fusión, que permite que un mismo candidato sea nominado por más de un partido.
Esto permite que los Working Families apoyen a los demócratas progresistas en las primarias y, en las generales, puedan aparecer en la papeleta junto a ellos, indicando que hay votantes que les apoyan por ser del Working Families, no solo por ser demócratas. En Nueva York es donde empiezan, y Connecticut es el segundo estado donde el partido se expande, gracias a que también tiene voto-fusión. El partido ha crecido desde entonces, y actualmente estamos en unos veinticinco o treinta estados.
Lo que os distingue como partido es ser la «izquierda no delirante», ¿verdad?
Exactamente. Queremos mover al Partido Demócrata hacia la izquierda, pero también asegurarnos de que los republicanos no saquen provecho de nuestra existencia. Por ejemplo, apoyamos a Biden en 2020 y apoyaremos a Harris en 2024, porque somos conscientes de las consecuencias de dividir el voto en un sistema bipartidista. No queremos repetir lo que hizo Ralph Nader en Florida en el año 2000, donde un 3 % de votos provocó que el candidato demócrata perdiera.
Dependiendo del estado, nuestras tácticas varían. En Connecticut, que es muy progresista, intervenimos en primarias, pero en estados más conservadores como Texas, somos más cuidadosos. En las ciudades progresistas de Texas sí intentamos impulsar candidatos de izquierda, pero en otras zonas más rurales, apoyamos a demócratas que, si los llevaras a Connecticut, los echaríamos, pero que allí son la mejor opción. Intentamos ser flexibles y realistas, aunque no siempre acertamos con los candidatos.
¿Y cómo entraste en el partido? ¿Te ficharon?
Entré en 2019. Llevaba trabajando en política en Estados Unidos desde hacía seis o siete años, siempre en ONG no partidistas. En el sistema estadounidense, las ONG que no son partidistas se conocen como C3, por el código del IRS. Estaba en una ONG fantástica, pero era muy académica y un poco elitista. Además, al estar en una C3, no puedes involucrarte en elecciones ni apoyar a ningún partido directamente. Tienes que convencer a todo el mundo, incluso a los republicanos, como si fueran personas serias (risas).
A finales de 2019, decidí que quería buscar algo nuevo y, casualmente, ese mismo mes me dijeron que querían que me fuera. Fue perfecto, me fui encantado. Working Families estaba buscando a alguien y me conocían porque había trabajado con ellos en varias campañas. Me entrevistaron y así fue como entré en el partido.
¿Cuáles son las cuatro libertades que le dan nombre a tu proyecto Substack?
Las cuatro libertades vienen de un discurso de Franklin Delano Roosevelt de 1941, antes de que Estados Unidos entrara en la guerra. Son, a la vez, una forma que tenía Roosevelt de defender los valores americanos e intentar convencer a los Estados Unidos de que debían involucrarse en la Segunda Guerra Mundial. También son una articulación de lo que era el New Deal, los valores esenciales del Partido Demócrata según Roosevelt.
Son la «freedom of want», «freedom from fear», «freedom of religion» y «freedom of speech». «Freedom of speech» es la libertad de expresión, algo que en Estados Unidos siempre está en el centro de las polémicas. «Freedom from want» es algo muy propio de Roosevelt, significa la libertad de no sentir privaciones, es decir, uno no es verdaderamente libre si vive con el temor de no tener recursos o de no poder salir adelante. «Freedom from fear» es la libertad de no vivir con miedo, de no sentirse temeroso. En el contexto de Roosevelt, en ese discurso, se refería a la amenaza nazi de 1941, pero también dentro del New Deal implicaba la libertad de sentirse seguro, de no ser perseguido, y de que tus derechos civiles estuvieran protegidos.
En 1941, esto tenía un significado distinto porque era antes de los derechos civiles; Estados Unidos aún era un país con un apartheid racista brutal. Roosevelt no era tan pro derechos civiles como sus sucesores, pero esos principios ya estaban presentes en el New Deal. Luego está la «freedom of religion», la libertad religiosa, que es un valor esencial en Estados Unidos, un país sin religión oficial y con una separación estricta entre Iglesia y Estado, algo que el Partido Republicano ahora parece no creer tanto. Esta libertad, para mí, es interesante porque es tanto libertad de religión como libertad de no ser sometido a imposiciones religiosas.
¿Qué te motivó a centrar tu Substack en la política americana?
En parte porque me quedé solo en Politikon, y en parte porque llevaba mucho tiempo trabajando en política americana. Si observas la cobertura internacional de los medios españoles, aunque hay algunos corresponsales muy buenos, hay bastantes que no entienden de lo que están hablando. La política americana es muy compleja, y aunque Estados Unidos pueda parecerse a Europa en algunos aspectos, en realidad no lo es. Quería ofrecer una visión desde allí, explicando cómo funciona la política y desmitificando muchas cosas que parecen similares pero no lo son. Además, me encanta escribir, y como en Politikon ya estaba escribiendo solo sobre política americana, me pareció que no era el mejor lugar para ello. Así que decidí abrir mi propio proyecto, divertirme y escribir sobre lo que me interesa, y ha funcionado bastante bien.
En tu libro ¿Por qué se rompió Estados Unidos? mencionas que el origen de la política de la emoción está en Richard Nixon.
Sí, Nixon es una de esas figuras, probablemente el político más interesante y más importante de la posguerra en Estados Unidos. La política americana posterior a la Segunda Guerra Mundial es la política del New Deal, un Estados Unidos definido por Roosevelt, con un Estado del bienestar incipiente, moviéndose lentamente hacia una democracia plena, algo que no se alcanzó hasta 1965 con la adopción de los derechos civiles. Lo que hace Nixon es ver cómo el movimiento de los derechos civiles abre una fractura dentro de la coalición del New Deal y encuentra la manera de explotarla: la política de los resentimientos.
Esencialmente, apela a una pulsión antielitista y autoritaria que siempre ha existido en la política americana para crear una brecha dentro de la izquierda tradicional. Separa a aquellos que están cómodos con los derechos civiles de los que no lo están. Esta brecha es geográfica, con el Partido Republicano desplazándose hacia el sur, tomando el lugar del Partido Demócrata que había sido el partido proapartheid en el sur hasta los años 60, pero haciéndolo de una manera que no los hiciera tóxicos en el norte. La habilidad de Nixon fue alcanzar ese equilibrio, combinando la retórica antielitista con una resistencia al cambio cultural, y convertirla en una mayoría abrumadora, como se vio en su victoria en 1972.
Y también en el libro señalas que Kennedy está sobrevalorado. ¿Por qué crees eso?
Kennedy está tremendamente sobrevalorado. A diferencia de Nixon, que, aunque no comparto su visión política, reconozco su importancia, Kennedy fue un político que se puso de perfil en los derechos civiles, el tema más importante de la política americana en su época. Su administración no quería involucrarse, apenas apoyó a Martin Luther King, y cuando intentó aprobar una ley de derechos civiles, el Congreso la bloqueó inmediatamente porque ni sabía cómo sacarla adelante ni tenía el capital político o las convicciones para hacerlo.
La primera ley de derechos civiles es de 1957, bajo Eisenhower, un político increíblemente infravalorado. Esa ley fue aprobada con la ayuda de Lyndon Johnson como líder de la mayoría demócrata en el Senado, con el apoyo de la Casa Blanca de Eisenhower y de Nixon, quien era vicepresidente en ese momento. Kennedy, en cambio, se escondió durante todo el proceso. Lo mismo ocurrió con la segunda ley de 1959, no quiso arriesgarse a perder el apoyo de los demócratas del sur porque quería ser presidente en 1960. Siempre fue un político muy táctico, relativamente cobarde.
Durante su presidencia no hubo una política social decidida. La «Big Society» es obra de Johnson, no de Kennedy. La expansión del Estado del bienestar es algo que ocurre bajo su sucesor. Además, en política exterior, Kennedy cometió varios errores garrafales, especialmente en todo lo relacionado con Cuba. La crisis de los misiles cubanos se evitó, pero el desastre potencial fue culpa suya, debido a su decisión de poner misiles nucleares en Turquía sin consultar a la Unión Soviética. Lo de los misiles en Cuba fue una reacción a eso.
Kennedy tiene esa aura de élite. En cierto sentido se entiende porque es el último aristócrata de la política americana, el último de esa estirpe de políticos que provienen de familias ricas y que están en política porque «nobleza obliga». Pero, aparte de esa imagen, sus resultados como presidente fueron muy inferiores a los de Eisenhower o Johnson, quienes lo rodearon.
Y dejó a Johnson con el problema de Vietnam, ¿verdad?
Sí, Vietnam fue un desastre. Es complicado decir si Kennedy hubiera seguido con la escalada. La decisión de aumentar la intervención fue de Johnson, y fue su mayor error. Aunque parece que Johnson ya tenía decidido no presentarse a la reelección en 1968, no por Vietnam, sino porque ya lo había hablado con su esposa desde hacía tiempo. Vietnam lo dejó calcinado, pero parece que su decisión de no presentarse ya estaba tomada.
En este cambio de juego entre la izquierda y la derecha en la política estadounidense, ¿Nixon no tenía un plan ideológico claro?
Lo curioso de Nixon es que era un político muy poco ideológico. Lo que realmente le interesaba era la política exterior. Nixon era un tipo al que le fascinaba la gran estrategia: ir a China, la Guerra Fría, la contención… Por eso era tan cercano a Kissinger y por eso la gran leyenda de su administración está en la política exterior.
En cuanto a política interna, a Nixon le importaba más bien poco. La única excepción fue el tema de la sanidad, que sí le preocupaba. Esto se debe a su origen humilde, algo inusual en los presidentes de Estados Unidos. Nixon perdió dos hermanos por tuberculosis cuando era muy joven, y eso hizo que la sanidad fuera el único asunto doméstico que realmente le importaba. Presentó una reforma sanitaria muy ambiciosa, creo que en el 72 o 73, que estaba más a la izquierda de lo que fue Obamacare en 2009. No se llegó a aprobar, en parte por el escándalo de Watergate y en parte porque Ted Kennedy pensaba que podrían conseguir una mejor reforma sanitaria con un presidente demócrata en 1976. Buena suerte con eso.
Nixon también implementó muchas políticas públicas que hoy estarían a la izquierda del Partido Demócrata. Por ejemplo, impuso controles de precios, que resultaron ser una mala idea, pero los aplicó. La Agencia de Protección Ambiental (EPA) es una creación de Nixon. Además, tenía una propuesta seria para un impuesto negativo sobre la renta, que es básicamente una versión de la renta básica universal. En cuanto a políticas públicas, era muy pragmático, en parte porque no le importaba demasiado y en parte porque no era un ideólogo. Era muy flexible, cínico, y una persona absolutamente horrible. Toda esa flexibilidad ideológica, excepto en sanidad, era por motivos puramente egoístas.
En el libro explico una ucronía interesante: ¿qué hubiera pasado si Nixon hubiera ganado en 1960? Probablemente Estados Unidos habría acabado siendo un lugar muy distinto, quizá incluso mejor, porque Nixon era un político extremadamente cínico, dispuesto a hacer lo que fuera necesario para ser reelegido.
¿Cuáles considera que son las principales razones de la polarización actual en Estados Unidos?
Hay una variedad de razones. Por un lado, hay una polarización que surge en el electorado a raíz de las leyes de derechos civiles, porque estas leyes implicaron un cambio cultural muy significativo en gran parte del país. Representan el final de una herencia de la guerra civil, que sigue marcando la política estadounidense, al igual que ocurre con la herencia de la guerra civil en España. En parte también se debe a los cambios culturales de los años 60, como la revolución cultural y sexual, que aún generan tensiones en una sociedad tan diversa como la estadounidense.
Sin embargo, el motivo principal es estructural. Hay una serie de instituciones, decisiones políticas y estrategias, sobre todo por parte de la derecha americana, pero también de algunos sectores de la izquierda, que han visto en la polarización una herramienta política eficaz. Nixon es uno de los primeros en impulsar esta política de resentimiento para aprovecharla políticamente.
Tras Nixon, se desarrolla toda una estructura del movimiento conservador que perpetúa esta dinámica. Es aquí cuando comienzan a surgir organizaciones dedicadas a movilizar el resentimiento, como el discurso de la «mayoría silenciosa» que Nixon utilizó en 1972, una estrategia brillante que contraponía a las familias americanas que enviaban a sus hijos a Vietnam con los progresistas que protestaban y feministas quemando sujetadores. Este contraste apelaba a una mayoría patriótica, y una vez que tienes ese instrumento, debes organizar la oposición.
En los años posteriores, se crean movimientos como el de los derechos de posesión de armas, que es una invención política de finales de los 60, el movimiento antiabortista, y la derecha religiosa, que también surge en los años 70. Todo esto se da en un contexto de cambios en el sistema de financiación de campañas, derivado de sentencias accidentales del Supremo, que permiten la movilización continua del electorado conservador.
En los años 80, con la liberalización de los medios de comunicación bajo Reagan, el proceso de polarización se acentúa. Antes de esto, los medios estadounidenses tenían una tradición de imparcialidad derivada de la regulación del New Deal, pero con su eliminación, se abre la puerta a medios conservadores, especialmente en la radio, que polarizan aún más el Partido Republicano.
Otro factor importante es la entrada del dinero en la política de una manera distinta. Sentencias del Supremo como Valeo permiten gastos ilimitados en campañas, y el auge de los pequeños donantes a través de internet, a partir de 2004, permite que candidatos muy ideológicos financien sus campañas sin depender del partido. Esto debilita el control de los partidos, ya que antes podían cortar el flujo de dinero a candidatos radicales. Con internet, candidatos como Bernie Sanders pueden seguir recibiendo dinero de sus bases y mantenerse en campaña todo el tiempo que quieran. Aunque el dinero de pequeños donantes no siempre es polarizador, permite que candidatos radicales no dependan de las élites del partido, eliminando a los «guardianes de la puerta».
¿El ataque al Capitolio fue un golpe de Estado?
Sí, fue un golpe de Estado. Un golpe de Estado es un intento de invalidar unos resultados electorales mediante actos extraconstitucionales o violencia, y Trump hizo ambas cosas. Él y su campaña hicieron innumerables intentos legales o extralegales para manipular el resultado, como crear electores alternativos, y cuando eso fracasó, enviaron a una multitud enfurecida a asaltar el Capitolio. La intención era clara: que Trump siguiera siendo presidente. Eso es un golpe de Estado. Que haya sido chapucero e incompetente no cambia el hecho de que intentaron invalidar unas elecciones mediante la violencia.
¿Crees que la amenaza que mencionó Trump sobre que «si gano, no volveréis a votar en cuatro años» es real?
Siempre hay dos maneras de interpretar a Trump. Si miras esa declaración en su contexto, parece que quería decir que, en su visión, Estados Unidos estaría tan bien que no tendrías que preocuparte por votar para proteger la libertad religiosa. Pero Trump siempre habla con una doble intención. Puede parecer que está diciendo una cosa, pero también podría estar insinuando que esas serían las últimas elecciones. Y viendo lo que pasó en 2020, cuando dice que quiere ser un dictador, yo lo tomaría en serio. El hombre ya ha dado un golpe de Estado.
En la campaña de 2016, Peter Thiel dijo que a Trump había que tomarlo en serio, pero no literalmente. ¿Qué piensas de esa idea?
Es lo que muchos creyeron al principio, que había que tomar en serio sus agravios, pero no lo que decía de forma explícita. El problema es que, una vez que ha dado un golpe de Estado, quizá deberíamos empezar a tomarlo en serio también en lo literal, porque lo que ha hecho es precisamente eso: intentar invalidar un resultado electoral.
¿La democracia estadounidense, con sus instituciones y tradiciones, es un sistema involucionable?
Sí, lo hemos visto y es involucionable porque ya lo ha sido varias veces. En el libro hablo mucho sobre lo que sucedió después de la guerra civil. Esa guerra fue, en esencia, una lucha para restaurar la estabilidad y otorgar derechos civiles plenos a la población afroamericana que había sido esclavizada. Hubo una serie de enmiendas en la Constitución, las llamadas enmiendas de la reconstrucción, que buscaban garantizar esos derechos. Esto duró hasta 1877. A partir de entonces, con una serie de sentencias del Supremo y decisiones políticas, hubo una involución democrática que reinstauró un sistema de apartheid en el sur sin cambiar una coma de la Constitución.
Desde 1877 hasta bien entrado el siglo XX, el sur se convirtió en una dictadura racializada. Los demócratas aceptaron convertirse en una minoría permanente a nivel nacional siempre que se les permitiera mantener el control del sur. Los republicanos, por su parte, consintieron este sistema a cambio de dominar la presidencia y las instituciones federales. Es un claro ejemplo de cómo la democracia puede involucionar sin tocar la Constitución.
En tiempos más recientes, hemos visto casos similares, como en Wisconsin, donde los republicanos, mediante un gerrymandering brutal tras las elecciones de 2010, lograron que los demócratas ganaran casi dos tercios del voto sin conseguir una mayoría en la Cámara Legislativa. Todo esto se ha hecho sin cambiar una coma de la Constitución. Los demócratas lo hicieron en el pasado y ahora los republicanos han aprendido a hacer lo mismo.
¿Las papeletas mariposa de las elecciones del 2000 serían otro ejemplo de esto?
Las papeletas mariposas fueron un accidente desafortunado. Fue un diseño mal hecho que llevó a que muchos votantes en Florida marcaran a Pat Buchanan, un candidato de ultraderecha, en lugar de a Al Gore. En cualquier otro país, al ver esas papeletas se hubiera sabido que algo estaba mal, pero en Estados Unidos se litigó, y con el Supremo controlado por una mayoría republicana, se validaron los resultados. Eso es otro ejemplo de cómo la Constitución americana ha sido interpretada de manera no democrática en varias ocasiones.
¿Podríamos ver una involución hacia una dictadura o algo similar en Estados Unidos?
No creo que lleguemos a una dictadura plena, pero podríamos ver una «democradura», un sistema constitucional donde un partido controla todo de forma competitiva pero desigual, similar a lo que ocurre en países como Hungría. Es lo que está de moda en algunos sectores, y aunque no creo que Trump tenga la capacidad de planearlo estratégicamente, la tendencia está ahí. Putin, Irán, Hungría… todos son ejemplos de democracias que han involucionado hacia sistemas autoritarios.
En tu libro dejas claro que Trump no te gusta nada, pero objetivamente, ¿quién crees que es mejor dirigente para el mundo, Trump o Biden? Porque durante el mandato de Trump no ha habido guerra, mientras que con Biden…
Biden, y no hay ni color. Ese argumento de que con Trump no hubo guerras es un error. La invasión rusa de Ucrania empezó en 2014, lo que estamos viendo ahora es una ampliación de un conflicto que ya existía. Trump dice que acabaría la guerra si gobernara, claro, exigiendo que los ucranianos se rindan. Eso sería su solución.
Además, Biden fue quien decidió sacar a Estados Unidos de Afganistán, una guerra absurda que se mantuvo durante el mandato de Trump. Hay que ser justos: el plan de retirada de Afganistán es de Trump, no de Biden. Trump también quería salir de Afganistán, pero el Pentágono resistió hasta el último momento. Biden solo siguió con el plan cuando llegó al poder. Hay quien dice que la implicación de Biden en Ucrania era para compensar el error de Afganistán, pero ni siquiera es cierto que se haya involucrado con tanta fuerza desde el principio.
El error de Afganistán, en mi opinión, fue la mejor decisión de política exterior de Trump: salir de allí. Estados Unidos no tenía nada que hacer en Afganistán desde hacía años, y debería haber salido en 2004, declarar la victoria y dejar el país. Fue una guerra innecesaria que duró dos décadas.
En política exterior, Trump también retiró a Estados Unidos del acuerdo nuclear con Irán, lo que ahora ha provocado que Irán no tenga ningún incentivo para colaborar con nadie. El acuerdo nuclear de Obama era una manera de contener a Irán, ofreciendo incentivos para no construir armas nucleares y dejar de ser un estado paria. Con la retirada del acuerdo, Irán ahora no tiene opciones más que reactivar su programa nuclear y movilizar a grupos como Hamás.
Irán no debería ser un adversario geoestratégico de Estados Unidos. No tiene sentido que Estados Unidos esté aliado con Arabia Saudí y no con Irán, porque ambos son teocracias, y los saudíes no comparten los valores de Estados Unidos.
Algunos científicos en Estados Unidos han comentado que el «wokismo» en las universidades está acabando con la excelencia. ¿Qué opinas al respecto?
Las universidades americanas siguen siendo las mejores del mundo, y lo del «wokismo» es una histeria de los conservadores. Sí, hay izquierdistas extremistas que a veces se pasan con asuntos sociales, pero eso ha sido así en los departamentos de sociología desde hace más de un siglo. Lo que ocurre es que algunos cogen a los radicales más visibles y los presentan como si representaran a toda la academia, lo cual no es cierto.
¿Crees que el «wokismo» es un fenómeno puramente estadounidense o se está exportando acríticamente a otros países como España?
Es muy divertido que una de las mayores exportaciones de Estados Unidos sean sus propias neurosis. El «wokismo» es un ejemplo, al igual que el auge de la derecha reaccionaria que también es un trasplante de movimientos como el MAGA o el Tea Party en Estados Unidos. Esto muestra cómo la influencia cultural de Estados Unidos es increíblemente fuerte en todo el mundo, al punto de que exportan sus paranoias de manera muy eficiente. El «wokismo» es algo peculiar de Estados Unidos, derivado de su tradición protestante y de los movimientos políticos que surgen de las iglesias, algo que no existe de la misma forma en Europa.
¿Crees que el «wokismo» tiene una relación con el protestantismo y su forma de pensar?
Sí, claro. El «wokismo» tiene mucho en común con el abolicionismo anterior a la guerra civil en Estados Unidos, que surgió sobre todo en iglesias protestantes del norte. Tiene estas características tan americanas, como la movilización a través de gestos y cantos, y una retórica casi religiosa. Los movimientos religiosos y políticos en Estados Unidos siempre han tenido esta cualidad, y es curioso ver cómo oscilan de izquierda a derecha. Antes de la guerra civil era el abolicionismo, luego se movió hacia el movimiento por la templanza, que culminó en la Ley Seca, una de las grandes tonterías que ha hecho Estados Unidos en su historia. Más tarde, el mismo tipo de movilización religiosa impulsó el movimiento de derechos civiles. Martin Luther King, por ejemplo, era reverendo, y el movimiento tenía una organización que incluía cánticos y sermones, algo muy distinto de las protestas sindicales más tradicionales de Europa.
Después, esa pulsión organizativa pasó a la «Mayoría Moral» de los años 80 y ahora ha encontrado su lugar en el «wokismo». Siempre ves este tipo de organización semirreligiosa en movimientos estadounidenses, algo completamente alienígena para los europeos. Cuando se traslada aquí, resulta divertido ver cómo los activistas intentan hablar un idioma extranjero, porque no hay una tradición similar en Europa. Además, los problemas que plantean no son los mismos. Sí, en España hay racismo, pero no tiene nada que ver con la estructura del racismo en Estados Unidos. Aquí no puedes hablar de racismo estructural porque no hemos tenido minorías raciales significativas hasta hace poco. El racismo en España es un problema completamente distinto, y no puedes aplicarle la misma óptica que en Estados Unidos.
En el libro mencionas los «filibusteros», un concepto que me ha sorprendido. ¿Qué son exactamente?
La política americana tiene cosas rarísimas, y el filibuster es una de ellas. No está en la Constitución, pero se ha convertido en una tradición que funciona como si lo estuviera. Un filibuster es una maniobra que permite a un legislador bloquear una ley simplemente hablando indefinidamente sobre ella. Mientras haya alguien dispuesto a seguir hablando, el debate no puede cerrarse, y la ley no puede ser votada.
Inicialmente, esta práctica podía suceder tanto en la Cámara de Representantes como en el Senado, pero la Cámara de Representantes se hartó de esto y lo eliminó. Sin embargo, el Senado lo adoptó accidentalmente, y desde entonces se ha utilizado como un instrumento para que las minorías bloqueen leyes que la mayoría quiere aprobar. Históricamente, el filibuster fue la herramienta que los estados del sur usaron para proteger el apartheid entre la guerra civil y los años 50.
Lo curioso es que hasta los años 70, el filibuster requería que un senador estuviera de pie hablando todo el tiempo, algo que a veces se convertía en una auténtica maratón. Hay historias legendarias de senadores que hablaban durante veinticuatro horas, leyendo el listín telefónico o constituciones estatales solo para bloquear una ley. Ahora ya no funciona así. Hoy en día, el Senado utiliza un sistema conocido como cloture vote, donde se necesita una votación previa para cerrar el debate. Si no tienes el apoyo de tres quintas partes (60 senadores de 100), el debate sigue abierto, aunque ya no hace falta que nadie esté hablando sin parar.
Así que, esencialmente, el filibuster se ha convertido en una herramienta que permite a la minoría bloquear legislación indefinidamente. Es uno de esos mecanismos que hacen que el Senado funcione como una cámara de supermayorías.
¿Cuáles son las mayores diferencias que has observado entre la política estadounidense y la europea o la española?
Principalmente los partidos. En Estados Unidos, los partidos son una ficción. Son más como franquicias. La gente se identifica como demócrata o republicana porque es la forma de presentarse a las elecciones, pero no hay un presidente de partido con poder real, ni una ejecutiva que imponga disciplina. Es una estructura mucho más flexible y menos organizada que en Europa.
¿Consideras a Pedro Sánchez un buen político? ¿Es el mejor de la historia de España?
Hombre, no sé si es el mejor de la historia de España. Hay mucha historia detrás, desde el duque de Olivares hasta hoy. Pero sí, es un buen político en el sentido de que es capaz de ganar elecciones y sacar adelante sus proyectos. Además, tiene una habilidad increíble para poner de los nervios a sus enemigos. No estoy de acuerdo con muchas de sus políticas económicas, pero en cuanto a su capacidad para mantenerse en el poder y ganar elecciones, es obviamente un político extraordinario.
¿Descubriste algo inesperado durante la preparación del libro?
Lo que más me sorprendió fue el Tribunal Supremo de Estados Unidos. Es la institución más extraña del país, porque la Constitución apenas dice nada sobre él. El poder que tiene para invalidar leyes se basa en una sentencia del propio Supremo en la que, básicamente, decide que puede hacerlo. No hay nada explícito en la Constitución que le otorgue ese poder, simplemente lo asumieron. Actúan como una especie de tercera cámara legislativa, reflejando a menudo las opiniones de mayorías que ya no existen en los otros órganos de poder, o favoreciendo a presidentes que han tenido suerte eligiendo a los jueces.
El impacto que tienen para reescribir las instituciones de Estados Unidos es brutal. Y aunque aquí en España también hay una cierta politización del Tribunal Constitucional, en Estados Unidos esto ocurre a una escala completamente distinta. El Supremo puede crear y eliminar derechos fundamentales de un plumazo. Por ejemplo, el aborto fue legalizado en los años 70 porque el Tribunal decidió que existía un derecho a la privacidad implícito en la Constitución. Luego, hace dos años, el mismo Tribunal dijo que ese derecho no existe y que el aborto ya no está protegido. Es una institución no democrática, formada por jueces nominados por el presidente y confirmados por el Senado, que deciden qué derechos existen y cuáles no, como ocurrió con el derecho al aborto o al voto.
En el pasado, el régimen de apartheid en el sur de Estados Unidos fue completamente legal porque el Tribunal Supremo decidió que la Constitución no protegía el derecho al voto de los afroamericanos. Interpretaron la cláusula de igualdad ante la ley de una manera que permitía la segregación racial. Y esto ha ocurrido una y otra vez en la historia del país, con el Tribunal reinterpretando la Constitución de formas salvajes. Incluso recientemente, han interpretado la inmunidad presidencial de manera completamente fantasiosa, ignorando enmiendas que prohibirían a alguien que haya colaborado en una insurrección, como Trump, presentarse a elecciones.
En España, la Constitución es mucho más difícil de manipular de esta manera porque es más extensa, está escrita por personas más cercanas en el tiempo, y se aprendió de los errores de Constituciones anteriores. Pero en Estados Unidos, el Supremo tiene un poder tremendo para inventar interpretaciones que aquí no suceden.
¿Estás siguiendo el fenómeno de Se Acabó la Fiesta? ¿Qué opinas de Alvise?
Es un payaso. Y es un payaso que puede sobrevivir gracias a que tenemos un sistema electoral superproporcional en las elecciones europeas, que permite que en elecciones con poca participación aparezcan personajes así.
¿Crees que sacará también votos en las generales?
Primero tendría que dejar de hacer el ridículo, como con todo esto de sortear su sueldo. Pero bueno, puede que saque uno o dos escaños, quizás en Madrid o Barcelona. El problema es que el sistema electoral español es muy poco permisivo con partidos pequeños. Para tener una implantación territorial que le permita formar una mayoría de gobierno, necesitaría algo más que unos pocos escaños.
¿Podría quedarse con dos o tres escaños y tener un impacto significativo?
Podría ser, pero esos escaños seguramente se los quitaría a Vox, y no está claro cuánto impacto real tendrían. Estos fenómenos suelen ser complicados de predecir porque, para tener una carrera política sostenible, necesitas algo más que carisma; necesitas organización e institucionalización. Y en un país como España, donde las elecciones se deciden a nivel provincial, es difícil que este tipo de populismo puro de internet consiga una estructura sólida.
¿No crees que los cambios tecnológicos podrían darle una ventaja a estos movimientos?
Es posible que la tecnología amplíe su alcance más allá de lo que permiten los medios tradicionales o la estructura territorial. Pero mi impresión es que ese tipo de populismo prointernet tiene un techo relativamente bajo. No es el primer movimiento de este tipo; el 15M y Vox surgieron de un poso parecido, con gente que quiere quemarlo todo, pero dar el salto para gobernar es otra historia. Gobernar implica tomar decisiones, y el discurso de Alvise es más de lanzar piedras que de ofrecer alternativas.
¿Quién crees que va a ganar las elecciones en Estados Unidos?
Ni idea. Ahora mismo, diría que Harris tiene algo más de opciones. Es un país muy dividido, con una identificación partidista enorme. Hay un porcentaje del electorado que votaría por el candidato republicano, aunque fuera un muñeco de peluche, y lo mismo ocurre con los demócratas. Mi impresión es que Trump tiene un suelo relativamente alto, pero un techo bajo. En cambio, Harris tiene un suelo más bajo pero un techo más alto. Lo que Harris aporta en comparación con Biden es que puede atraer a votantes que estaban indecisos por la edad de Biden. Antes de la retirada de Biden, había muchos votantes que estaban hartos de las dos opciones. Tras su retirada, muchos de esos votantes han optado por Harris, lo que ha reducido significativamente el número de double haters, esos votantes que no querían a ninguno de los dos candidatos.
¿El sistema electoral sigue favoreciendo a los republicanos?
Sí, el colegio electoral probablemente sigue dando cierta ventaja a los republicanos. Para que Harris esté segura de ganar, necesitaría hacerlo por un margen considerable.
¿Qué hacía Trump debatiendo con Biden a tanta distancia de las elecciones? ¿Un debate que ha sido tan crucial para que Biden se cayera?
La historia de ese primer debate es curiosa porque la campaña de Biden se dio cuenta de que la impresión de que Biden era demasiado mayor para ser presidente les estaba afectando mucho en las encuestas. Eso limitaba su techo electoral, ya que había un grupo de votantes que desconfiaba de que Biden pudiera ser un candidato efectivo. Entonces decidieron cambiar esa percepción lo antes posible con un debate en el que Biden, que es mucho mejor debatiendo que Trump, le daría una paliza y eso cambiaría la narrativa de toda la campaña.
Pero llega el debate y Biden se la pega estrepitosamente. Eso cambió toda la narrativa, pasando de «tenemos candidatos un poco viejos» a «Dios mío, Biden es un incapaz, ¿qué hacemos?». Eso terminó por destruir la imagen de Biden como candidato, y los demócratas, en un movimiento que sorprendió a casi todo el mundo, lograron convencerle para que se retirara y cambiar por completo la estrategia de campaña. Así que fue un error estratégico por parte de la campaña de Biden que, curiosamente, se convirtió en un error estratégico también para la campaña de Trump. Si Trump no hubiera aceptado ese debate tan temprano, Biden habría tenido su caída justo antes de las elecciones y no habría tenido tiempo para recuperarse.
¿Podría haber sido intencionado para quitarlo del medio?
Es una teoría interesante, pero sería extraño, porque la propia campaña de Biden depende de Biden. Es una decisión de él mismo, no algo orquestado por el partido. La política estadounidense no funciona así, no hay un grupo maquiavélico dentro del Partido Demócrata tomando todas las decisiones. La gente de Biden realmente creía que era una buena idea, pero salió mal.
Sobre Vance, el personaje de Hillbilly Elegy, que parece representar ese mito del trabajador rural cabreado y en paro, ¿cómo lo ves?
Vance es un personaje muy curioso. Hillbilly Elegy es un libro condescendiente si lo lees con detalle. Vance es un tipo que salió de una familia desestructurada en una zona muy pobre, pero que llegó a Yale. Él cree que salió de allí porque era más brillante y trabajó más duro que los demás, pero no es del todo cierto: llegó a Yale porque consiguió becas. Aunque trabajó duro, sigue siendo un caso único, lo que convierte su relato en una apología de la falacia del «superior», de que, si él lo consiguió, ¿por qué nadie más puede hacerlo?
Lo interesante de Vance es su evolución ideológica. En 2016, era anti-Trump y lo criticaba duramente, incluso comparándolo con Hitler en privado. Pero luego se movió hacia la derecha, alineándose con el trumpismo y ahora es parte del ala más autoritaria y reaccionaria del Partido Republicano. Es un ejemplo de cómo alguien puede adaptarse a los vientos políticos por cinismo o por conversión ideológica real.
¿Cómo es que Silicon Valley ha terminado financiando a Trump y apoyando a candidatos como Vance?
Silicon Valley siempre ha tenido esta reputación de ser ideológicamente liberal, pero eso cambió cuando las empresas tecnológicas se convirtieron en gigantes con capitalizaciones billonarias. Una vez que llegas a ese nivel, es difícil seguir siendo «progresista». Peter Thiel, por ejemplo, fue quien eligió a Vance como candidato, convenciendo a Trump de que Vance podría dar un contenido intelectual al trumpismo.
Silicon Valley no es un bloque homogéneo, tienes tanto tecnofascistas como libertarios «hippies». Lo que estamos viendo también es un reflejo del cambio dentro del Partido Demócrata, que pasó de estar asociado a los sindicatos a apelar a los profesionales con estudios universitarios y las grandes empresas tecnológicas. Pero al final, cuando una empresa se hace grande, trata de financiar a ambos partidos para asegurarse de no politizarse en exceso y evitar que uno de los partidos los ataque.
Sobre el «wokismo» y su influencia en la política estadounidense, ¿cómo lo ves?
El «wokismo» ha sido muy mal entendido en muchos círculos. Se puede ver como una radicalidad en la firmeza de ciertos principios, pero también tiene vertientes acusadas de pseudociencia, lo que lo ha vuelto un fenómeno complejo. Ha tenido un impacto importante tanto en Estados Unidos como en otros países, incluyendo España, donde ha sido criticado por figuras dentro del gobierno y en la esfera política, como Irene Montero y otros sectores de Podemos. El problema que tenemos ahora es que, dado que Estados Unidos es este monstruo cultural hegemónico, ahora exportamos nuestras tonterías a todo el planeta. Pero las personas diciendo estupideces en Estados Unidos han existido siempre, absolutamente siempre. Ya sabes, negacionismo científico, el movimiento antivacunas en California, o teorías locas como que Biden es un doble. El anticientifismo es parte de una tradición antielitista que siempre ha estado presente en Estados Unidos, y ahora estamos exportando esa basura al resto del mundo.
¿Quién va a ganar las elecciones?
No tengo ni la más remota idea. Normalmente uno puede mirar los sondeos, tanto nacionales como en los cinco a siete estados que son decisivos, y tener una idea más o menos sensata quizás no de quién va a ganar, pero sí de quién es favorito. Las encuestas a estas alturas no solo dan un empate técnico en todas partes, sino que además están dando señales contradictorias sobre si el colegio electoral realmente favorece a Trump o no, sobre movilización, sobre el voto latino, sobre qué temas son centrales en el debate. Nunca había visto unas elecciones tan confusas.
Lo más delirante, por descontado, es que los indecisos a estas alturas son un porcentaje minúsculo del electorado, y son, abrumadoramente, gente que no presta demasiada atención a la política. Las dos campañas están desesperadas intentando alcanzarles con su mensaje, con entrevistas, eventos, publicidad, y todo el equipo. Son también votantes que no suelen coger el teléfono cuando haces una encuesta, así que Dios sabe qué están pensando.
Y por descontado, los sondeos seguramente están mal. Siempre lo están, porque la demoscopia no te sirve para ver resultados tan cercanos; el error suele ser de dos o tres puntos en todas las elecciones, que es el margen que esperas ver cuando haces encuestas. Una desviación de dos puntos hacia Harris equivale a una victoria relativamente clara de los demócratas; una hacia Trump similar nos pone en una victoria clara de los republicanos. Ahora mismo, creo que es casi tan probable un resultado muy parejo que se decide por el voto de un puñado de tipos despistados en Wilkes Barre, Pensilvania, o una victoria relativamente holgada de uno de los candidatos en el colegio electoral.
Si me forzáis a dar una previsión, sin base científica alguna, creo que Kamala Harris va a ganar. Pero no apostaría ni un duro por ello.
Por alguna extraña razón pensaba que el sr. Senserrich tenía más de 60 años y llevaba pajarita y puede que hasta chaleco XDDDDD
Echo de menos sus artículos sobre el Ferrocarril. Punto.